El sufismo, esa realidad mística del islam, a través de una de sus tariqas o hermandades, es el responsable de que millones de personas empiecen el día con una buena taza de café. Esta reflexión tan impropia de un lunes por la mañana es la que me hizo pensar sobre dos de las dimensiones menos conocidas del islam y que probablemente sean las que más me han atraído: la diversidad y el emprendimiento.
En estos tiempos en los que parece que hay que tomar partido, pertenecer a un bloque, adoptar el discurso del choque de civilizaciones, a mí me gustaría señalar precisamente lo contrario, en contra de las conocidas tesis de Huntington.
La anécdota del origen del café me parece un buen punto de partida, ya que entraña, más allá de la curiosidad histórica, ambas dimensiones, poco conocidas por el mundo occidental, que a mí personalmente me resultan de un enorme interés.
El islam nace por la transmisión de la Revelación a un comerciante en un entorno eminentemente comercial que se fue expandiendo en gran medida a través de las grandes rutas caravaneras y calando en diferentes regiones, a pesar de lo que se piensa en Occidente, fundamentalmente a través de la seducción. En mi opinión, probablemente por el discurso igualitario y horizontal del mensaje que se transmitía y por su componente holístico, esto es, por el hecho de que el islam trata de dar una respuesta segura y efectiva a todos los aspectos vitales del ser humano.
Pocas civilizaciones han tenido tanto éxito en gestionar una diversidad tan significativa, lo que nos abre la mente hacia un entendimiento distinto de nuestra percepción del islam.
Pensemos que un mensaje que se transmite de forma tan exitosa y permanece inalterable durante tantos siglos en regiones, pueblos y culturas tan diversos tiene evidentemente un componente de aceptación de la diversidad de gran calado. Poco o nada tiene que ver un árabe medinense con un tayiko musulmán y, sin embargo, ambos adoptan un mismo credo que, más allá del aspecto espiritual, encarna deberes y respuestas para aspectos que influyen en su día a día, desde qué comer hasta cómo entender las finanzas.
Poco o nada se habla de la diversidad en el Islam y, sin embargo, la hay, evidentemente. Es más, pocas civilizaciones han tenido tanto éxito en gestionar una diversidad tan significativa, lo cual es relevante, ya que nos abre la mente hacia un entendimiento distinto de nuestra percepción del islam, tantas veces presentado como hostil, violento y estanco, olvidando que durante este siglo un tercio de la población mundial profesará esta religión y esta forma de entender el mundo. Regiones, además, emergentes en algunos casos, con un gran potencial económico y un gran porcentaje de su población muy joven.
Hay diversidad en el islam; es más, está en la génesis misma de su creación, lo que implica tolerancia y gestión de lo desconocido. Esta afirmación, la de que el islam implica tolerancia y gestión de lo desconocido, es algo que sin dudarlo negarán la gran mayoría de los lectores de este artículo; sin embargo, tratemos de reflexionar un segundo. ¿Acaso es posible expandir una idea solo con la imposición de la fuerza? Yo creo que no; al menos, no por mucho tiempo. La historia del islam es la prueba de ello: su adaptación a realidades y culturas extraordinariamente distintas implica per se una cierta gestión de éxito de tanta diversidad y una gran capacidad de absorción de sus principios por esas culturas preislámicas.
No obstante, volvamos a esos viajes de musulmanes sufíes. Imaginemos esos encuentros. Enormes caravanas que partían desde Yemen en peregrinación hacia La Meca, llevando sus costumbres y sus descubrimientos y donde los turcos acabarían por encontrar y adoptar esa nueva infusión amarga y energizante. Culturas tan diversas compartiendo conocimientos y enriqueciéndose unos a otros. Diversidad y comercio.
Los pilares de las finanzas islámicas suponen introducir un componente moral en la relación del ser humano con la economía.
El emprendimiento siempre ha sido bien visto en el islam. La propia historia del Profeta dignifica el comercio y al buen gestor y reprende al usurero o la especulación. Esos son algunos de los pilares de las finanzas islámicas, pilares que suponen introducir un componente moral en la relación del ser humano con la economía y que aceptarían sin dudarlo mucho la mayoría de los ciudadanos de cualquier país libres de prejuicios antes de conocer su procedencia.
Sin embargo, hablar de finanzas islámicas en Occidente no es fácil hoy en día. La etiqueta islámica hace emerger toda una serie de ruido que impide escuchar con claridad el mensaje o ver con nitidez al emisor. Pese a ello, las finanzas islámicas existen como tal; representan una industria que mueve cerca del 1 % de los activos financieros mundiales y que crece a un ritmo de doble dígito. Aun así, lo interesante de esto, en mi opinión, no es el mayor o menor éxito de tal industria en una coyuntura poscrisis, sino cómo una forma de entender las finanzas de un modo no especulativo, más justo y basado en la economía real puede estar creciendo en un sector tan complejo como el financiero.
En mi experiencia, considero que no solo las finanzas islámicas están creciendo, sino que también lo hace la llamada banca ética o alternativa. Es obvio que una amplia gama de la población siente una gran desafección hacia lo que representa la banca tradicional y, también, que muchos inversores buscan medios más éticos a la hora de invertir. Solo hay que analizar el número de fondos éticos establecidos en Europa, cuyo crecimiento ha pasado de 158 en 1999 a 1.204 en el año 2015, de acuerdo con el informe Vigeo de 2015.
Esta demanda ciudadana de gestionar las finanzas de modo más ético, transparente y responsable, sobre todo a raíz de la pasada crisis financiera, es en sí misma una clara oportunidad para la comprensión de un modelo financiero nuevo con un componente moral y ético importante como es el de las finanzas islámicas. Personalmente no es que crea que estas sean más éticas que el resto o que haya que escoger entre unas u otras, pero sí es muy sorprendente analizar cómo traen consigo algunas estructuras jurídicas y financieras realmente interesantes.
Estas estructuras a las que me refiero, con nombres tan curiosos como mudaraba, musharaka, istisná o sukuk, integran una serie de principios fundamentales: la prohibición del interés, la prohibición de la especulación o la asunción de un riesgo excesivo, la conexión con la economía real o la posición igualitaria entre prestamista y prestatario.
En definitiva, el conocimiento de las finanzas islámicas para el no iniciado puede resultar realmente interesante, ya que descubrirá estructuras tan simples o tan complejas como una compraventa, un alquiler, una hipoteca, una emisión de bonos o un project finance con una estructuración distinta a la tradicional, rompiendo el modelo establecido y bajo un par de premisas fundamentales: mayor igualdad entre las partes y menor especulación.
Esta forma de entender las finanzas en absoluto quiere decir que no busque la maximización de los beneficios o que evite el lucro. Volvamos a la génesis del islam. No olvidemos que es una religión revelada a un comerciante, que lleva el comercio en su ADN, pero, eso sí, nunca a cualquier precio. Esta aproximación al islam desde la óptica comercial brilla por su ausencia, como tantos otros aspectos que rodean a esta forma de entender el mundo y la religión.
Un punto de partida para establecer una visión más clara y menos prejuiciada del islam sería dejar de verlo como una sola entidad monolítica y celebrar su diversidad.
Lo mismo ocurre con la verdadera situación de la mujer en el islam y, en concreto, de la autonomía de esta respecto a sus propias finanzas. Pocos conocen la figura que ejemplifica Jadiya, la primera esposa del Profeta, reputada empresaria mecana, autónoma, sagaz y jefa de este durante varios años, el cual no tuvo reparos en trabajar bajo su dirección, con quien después se casaría, convirtiéndose así en la primera musulmana. Mujer, por tanto, muy lejos de la imagen sumisa y triste, tantas veces proyectada en Occidente, de la mujer musulmana, como si además se pudiera hablar de la mujer musulmana en concreto, con la extraordinaria diversidad que engloba esta religión.
La percepción que se tiene en Occidente del islam suele estar llena de prejuicios, algo que por otra parte es inherente al ser humano cuando se enfrenta a realidades desconocidas, pero sería bueno entender al menos que no es posible hablar del islam como un ente unitario y simple, sino más bien todo lo contrario, y que en él encontramos con fuerza algunos valores completamente desconocidos en esta parte del mundo y que a veces no es baladí recordar. La enorme diversidad presente desde la génesis del islam y su componente emprendedor son dos de estos valores, lo que supone encontrar actitudes como la creatividad, la seducción, la aceptación del riesgo o la innovación.
La representación y comprensión del islam por Occidente está sesgada por sus prejuicios y el miedo a lo desconocido. Un punto de partida para establecer una visión más clara y menos prejuiciada sería dejar de verlo como una sola entidad monolítica y celebrar su diversidad. Y una pequeña manera de hacerlo podría ser recordar, la próxima vez que bebamos nuestro café de la mañana, los orígenes de esta bebida universalmente apreciada.
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