El nuevo orden económico tiene al sector tecnológico como el principal abanderado en el mercado. Las grandes inversiones que se han producido en los últimos años se concentran principalmente en aquellas organizaciones nacidas desde el componente de la tecnología. Miles y miles de millones movidos casi con la certeza de que la rentabilidad sería un hecho en el corto y medio plazo. Sin embargo, no siempre fue acertado invertir un montante tan amplio. De haber estudiado convenientemente la operación, quizá muchos se habrían dado cuenta de que el precio de compra estaba sobrevalorado. Ha sucedido en muchos casos con una oferta inicial de acciones (IPO) en una salida a bolsa, pero también en procesos de compras y adquisiciones entre compañías.
Y es que todo lo que huela a digital o innovador rápidamente genera grandes expectativas. Hoy se habla de inteligencia artificial, impresión 3D, blockchain o Internet de las cosas como ayer se podía hablar de telefonía móvil o redes sociales. Las compañías dedicadas a productos y servicios basados en estos ámbitos han experimentado un rápido desarrollo tras un gran impacto en el terreno social y económico. En todas ellas, la innovación ha sido la principal razón estratégica para su inversión, de manera que es a esta política a la que hay que dirigir la mirada a la hora de valorarlas en su justa medida.
La innovación disruptiva consiste en aportar nuevas tecnologías que dan lugar a un nuevo mercado y al desarrollo de productos y servicios asociados (Internet).
Una fórmula para medir la innovación
Para saber cuánto vale una firma tecnológica, un proyecto o una idea emprendedora, se pueden distinguir dos componentes: por un lado, el valor económico de la organización en el caso de que no disponga de ninguna innovación disruptiva; y, por otro, el valor económico de las disrupciones que puedan existir. La suma entre ambos factores sería el valor total de una entidad.
A simple vista, se trataría de un sumatorio sencillo, si bien la complejidad viene a la hora de definir el tipo de innovación, así como su traducción al valor económico. Empezando por el factor innovación, se podrían diferenciar tres tipos de modelos, que irían desde el más básico hasta el más sugerente y rompedor.
Podríamos definir la innovación incremental como un modelo basado en actualizaciones y desarrollos de versiones de una tecnología ya existente. El siguiente modelo sería el de ruptura, por el que se desarrollarían nuevos mercados con productos ya existentes (las fintech son un claro ejemplo). Por último, la innovación disruptiva consiste en aportar nuevas tecnologías que dan lugar a un nuevo mercado y al desarrollo de productos y servicios asociados (Internet).
¿Cuánto vale la innovación?
El siguiente paso en esta medición consistiría en trasladar cada tipo de innovación al plano financiero. Para medir el valor económico, habría que tener en cuenta tanto el valor extrínseco como el intrínseco. Respecto al primero de ellos, es el propio mercado el que explica esta medición, para lo cual hay que acudir a referencias externas y tomar como ejemplo otras valoraciones que ha hecho el mercado sobre determinados casos. Es obvia la dificultad de medir una innovación disruptiva por su carácter pionero y desconocido.
Más representativa será la valoración económica intrínseca de una compañía. Este tipo de medición responde a los planes de negocio futuros relacionados con los activos. En este punto entra en juego la capacidad de flexibilidad que tenga una organización para valorarla por el clásico método del descuento de flujo de caja (DFC). Los equipos financieros deberán plantear diferentes escenarios y probabilidades para hacer tangible la flexibilidad operativa de una entidad. Asimismo, deberán transformar algunas de las variables de deterministas a probabilistas para realizar distintas simulaciones. Esta vía resulta interesante dado que el futuro, más si cabe en el mundo digital, suele presentarse incierto, siendo clave la flexibilidad directiva a la hora de tomar decisiones. De esta forma, la importancia de la flexibilidad es capital en el momento de valorar una innovación disruptiva.
Para obtener una cifra razonable, la valoración extrínseca, más sencilla pero con más inconvenientes, debe contrastarse con la intrínseca en el análisis de cualquier plan de negocio. De no hacerlo, cualquier innovación disruptiva podría alejarse de criterios razonables y realistas para su inversión.
El futuro, más si cabe en el mundo digital, suele presentarse incierto, siendo clave la flexibilidad directiva a la hora de tomar decisiones.
Así valoran las organizaciones
Para comprender esta metodología, basta echar un vistazo a ejemplos reales del mercado. En España, PharmaMar, compañía de biotecnología que cotiza en la Bolsa de Madrid, trabaja en la búsqueda e investigación de medicamentos de origen marino contra el cáncer. El inversor, que ha destinado un promedio de dos euros a la acción de la compañía (año 2018), espera que esa innovación sea una realidad en el futuro. A pesar de tener un ebitda negativo, el mercado está valorando en este caso ese escenario de futuro de innovación disruptiva.
Existe la posibilidad de que un medicamento único salga al mercado, como también de que el proyecto fracase y la inversión también. No hay ciencia exacta capaz de predecir el futuro, pero sí supuestos razonables para confiar en una inversión.
En el mercado americano, donde se concentra el mayor número de tecnológicas, se puede analizar el caso de Spotify. Valorada inicialmente en 165,9 dólares por acción, ese precio se rebajó posteriormente a 128 dólares. Según la metodología descrita, en un escenario con innovación y sin ella, ese precio sería sostenible siempre y cuando la organización fuera capaz de tener un flujo de caja positivo sostenible en el tiempo cercano a los 300 millones de euros.
Se pueden analizar multitud de casos para demostrar la necesidad estratégica de realizar una valoración económica de ecosistemas innovadores. Todo sea por no renunciar a una de las normas de la sostenibilidad financiera: la rentabilidad de la inversión.
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