La velocidad de la transformación tecnológica y social se ha disparado. Durante siglos ha existido un desarrollo muy lineal del índice de prosperidad que se ha visto alterado por la era de la transformación digital. Los datos históricos demuestran que en estos últimos 150 años de historia es cuando se ha concentrado el mayor desarrollo económico, pero es en este último período cuando más se ha acentuado la velocidad del cambio con la entrada de tecnologías y el masivo alcance que tienen para la población. La propia inteligencia artificial es capaz de resolver el rompecabezas del cubo de Rubik en solo un suspiro. Las máquinas van a seguir contribuyendo a elevar el impacto tecnológico en el ámbito laboral, aumentando en consecuencia la incertidumbre alrededor del futuro del trabajo y rompiendo el orden liberal internacional.
Cuestionando el paradigma político
Tras la Guerra Fría, muchos libros e investigaciones advertían sobre el final de la Historia. La tesis de Francis Fukuyama, un politólogo estadounidense de origen japonés, decía que con el libre mercado y la globalización se había alcanzado el final de los estadios de desarrollo humano, de modo que solo cabía esperar a que estas tendencias y modelos políticos fueran arrasando con todo. La misma duda que se ponía entonces sobre la mesa vuelve a surgir con relación al modelo político óptimo para afrontar la actual era digital.
El nuevo paradigma está movido por dos fuerzas fundamentales. Una es internacional, con el asedio de movimientos externos procedentes de China o Rusia; y otra es de carácter interno, con una creciente resistencia a los principios liberales por parte de personas que viven bajo ese mismo orden liberal. A muchos colectivos que pertenecen a esta arquitectura liberal se les está empezando a conocer como el precariado de Occidente, por su desconexión tecnológico-laboral.
A la concentración del talento se le une también la concentración de las rentas del trabajo en prácticamente todas las economías avanzadas.
China y Rusia alteran el orden liberal
Muy relevante para el debate global es el ascenso económico de China. En el país asiático han proliferado los clusters de conocimiento, que, en lugar de democratizar, concentran la producción. Se está desarrollando un vaciado de talento en la periferia y, por difícil que parezca, existe un tipo de conocimiento técnico sobre prácticas industriales concretas que no viaja en el espacio digital.
En el ámbito demográfico, los entornos rurales pierden constantemente habitantes en favor de las ciudades por mor de la localización del conocimiento. La tendencia es similar en las empresas en cuanto a la concentración de productividad en unas cuantas compañías.
La OCDE, basándose en unos estudios iniciados en 2015, ha descubierto que una minoría de empresas digitales (frontier firms), algunas de ellas ubicadas en China, han logrado aumentar su productividad un 30 %, mientras que el resto, la gran mayoría, no han conseguido crecer en este capítulo. La conclusión es clara: no hay difusión de productividad en la economía actual. El avance chino es temido en Estados Unidos y está generando una nueva guerra fría desde el ámbito tecnológico.
El otro gran alterador del orden es Rusia, vistas sus actuaciones en el espectro digital. Operaciones de inteligencia y desinformación impactan en la arquitectura liberal internacional. De manera invisible, el objetivo es sembrar la duda en las instituciones de intermediación y la capacidad social de alcanzar verdades colectivas. Nuevamente, el componente tecnológico está presente como telón de fondo.
A muchos colectivos que pertenecen a esta arquitectura liberal se les está empezando a conocer como el precariado de Occidente, por su desconexión tecnológico-laboral.
Transformación del empleo: explosión de la desigualdad
La disrupción llega también al mercado laboral en el siguiente eslabón. Si anteriormente los cambios históricos en las revoluciones se habían dado en el entorno industrial, actualmente el sector de los servicios es el que está experimentando una serie de cambios drásticos, con la diferencia de que la velocidad está siendo muy superior, afectando a empleados de todo el mundo. Las categorías profesionales serán sustituidas por funciones y habilidades relacionadas con la automatización. El desplazamiento de la fuerza laboral hacia procesos menos expuestos a las tareas de las máquinas será una realidad.
La consecuencia de este fenómeno de unos años a esta parte es una divergencia entre la productividad y los salarios, contradiciendo la clásica teoría de desarrollo económico imperante en el último siglo. A la concentración del talento se le une también la concentración de las rentas del trabajo en prácticamente todas las economías avanzadas. En Estados Unidos, a pesar de su crecimiento como país, el 70 % de los hogares no ha visto ningún aumento de la renta durante los últimos treinta años. Sin embargo, hay otra lectura más: estando cerca del pleno empleo, se está produciendo una precarización generalizada de los trabajadores por una presión muy fuerte a la baja de sus salarios. El aumento de la desigualdad es palpable, tal como sostiene la tesis de Thomas Piketty.
Por otro lado, los nuevos empleos generados, más de dos millones solo en Europa, no se consiguen cubrir porque los candidatos no tienen las habilidades necesarias. Según datos de McKinsey, si las tecnologías disponibles entraran de lleno en la economía, desaparecerían más de 1.000 millones de puestos de trabajo en el mundo. Este tipo de factores plantean nuevos retos en torno a las empresas y la tecnología. No obstante, el momento actual es de turbulencias hasta dar con soluciones correctoras. Algunas de ellas podrían pasar por el establecimiento de medidas públicas locales para que cada país tenga más posibilidades de desarrollar frontier firms que generen empleos de calidad. También convendría construir un nuevo contrato social que involucrara al sistema educativo y su adaptación a la realidad laboral. En definitiva, mucho por hacer.
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