Lo primero que hay que reconocer es que esto no ha surgido de la nada. Actualmente nos encontramos en la tercera ola de inteligencia artificial (IA). La primera comenzó en 1960, aunque la expresión inteligencia artificial fue acuñada inicialmente en 1956 por el profesor John McCarthy, de Dartmouth, quien la definió como “la ciencia y la ingeniería de hacer máquinas inteligentes”. No obstante, ¿qué entendemos por inteligente?
Subir de nivel
No deberíamos pensar en la IA como en algo que solo se encuentra en los estratos más elevados del mundo tecnológico. Sus componentes fundamentales provienen de funciones humanas que se han aplicado a las máquinas. Uno de estos componentes fundamentales es el algoritmo, un concepto proveniente del campo de la lógica.
Si alguna vez has utilizado aires acondicionados o luces que se encienden automáticamente cuando entras en una habitación, has estado empleando IA durante años. Estos dos ejemplos se consideran “IA de nivel 1”, entre cuatro niveles posibles, debido a la simplicidad de la inteligencia involucrada. Otra forma básica de IA es la calculadora, a la que se ha “enseñado” a hacer cálculos matemáticos que los seres humanos pueden hacer a un ritmo más lento o con menos precisión. El nivel de IA se determina en función de los tipos de reglas que sigue la máquina y de si la máquina puede aprender o no. Los niveles más avanzados de IA incluyen aspiradoras automáticas que pueden aprender el plano de una casa y los teléfonos inteligentes con tecnología de reconocimiento de voz.
Este tipo de aprendizaje se conoce como aprendizaje automático. Cuanto más sofisticada es la IA de una máquina, menos necesita que se le instruya sobre lo que debe hacer; por el contrario, aprende mediante el método de ensayo y error.
Esto no significa que la IA esté libre de error. A menudo solo puede hacer lo que se le ha enseñado a hacer o lo que se le ha programado para hacer.
Aplicaciones prácticas
Entonces, ¿dónde y cuándo nos encontramos con la IA? Cada vez que consultamos el estado del tiempo o leemos las noticias, hay una probabilidad muy elevada de que nos estén proporcionando información que ha sido compilada, verificada y distribuida mediante IA. A fin de cuentas, lo que los ordenadores aportan mejor que las personas es velocidad y precisión. Debido a esto, gigantes de los medios de comunicación como Bloomberg tienden a contratar programadores en lugar de periodistas para escribir para ellos.
La IA utiliza patrones para organizar la información y realizar predicciones. Es por eso por lo que nuestro banco nos avisará si nuestra tarjeta de débito se está utilizando para efectuar múltiples reintegros en lugares distantes o con una frecuencia que se sale de lo normal. Del mismo modo, las alertas de IA se utilizan en los aeropuertos para detectar cuándo las colas son excesivamente largas y se necesita más personal. No obstante, esto no significa que la IA esté libre de error. A menudo solo puede hacer lo que se le ha enseñado a hacer o lo que se le ha programado para hacer. En un caso muy controvertido, se comprobó que la tecnología de reconocimiento facial estaba sesgada racialmente, lo que demuestra que la IA, como la inteligencia humana, tiene límites.
A medida que pasamos cada vez más tiempo hablando a nuestros teléfonos mediante comandos activados por voz y viendo series de televisión que nos recomiendan algoritmos, estamos alimentando la necesidad, el uso y la sofisticación de la IA.
¿Un nuevo mundo feliz?
Científicos de renombre mundial como Stephen Hawking han expresado sus dudas sobre los peligros de la IA. Por tanto, muchas personas ven la creciente presencia de esta tecnología como una potencial amenaza. Otros, como Ray Kurzweil, han asumido la misión de difundir la singularidad que se espera que se produzca en los próximos veinticinco años, momento en el cual el crecimiento tecnológico alcanzará proporciones inconmensurables. Algunos imaginan el paraíso, mientras que otros imaginan escenarios parecidos a los de Terminator. Incluso el gigante de los negocios Elon Musk ha expresado su preocupación.
Sin embargo, la gran mayoría de los científicos que trabajan actualmente en el ámbito de la IA no creen que esa sea la dirección en la que nos dirigimos. Algunos de estos científicos participan activamente en propugnar la IA ética. Lo que está claro es que la IA ha llamado nuestra atención. A medida que pasamos cada vez más tiempo hablando a nuestros teléfonos mediante comandos activados por voz y viendo series de televisión que nos recomiendan algoritmos, estamos alimentando la necesidad, el uso y la sofisticación de la IA. ¿La IA del futuro hará del mundo un lugar mejor y más seguro en el que los seres humanos y las máquinas puedan coexistir pacíficamente? Por ahora, esta pregunta se queda en nuestro tejado.
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