Los problemas en los países ricos, unidos al hecho de que los emergentes no pasan por su mejor momento tras la crisis de materias primas, son factores que han provocado la congelación del crecimiento económico global. Entre los motivos de peso que han estimulado esta realidad están tanto la transformación económica de China, dirigida a favorecer su consumo interior frente a las exportaciones, como el fracaso de los políticos de los principales países para resolver los problemas que aquejan a sus economías. En este último punto se incluyen la dificultad de mantener el sistema de pensiones de reparto por el envejecimiento de la población, la creciente desigualdad en la distribución de la renta causada por la crisis económica mundial y la mayor inseguridad económica y laboral de los ciudadanos con baja cualificación profesional. Este sentimiento de insatisfacción de una parte importante de la población de los países desarrollados ha derivado en una ardua crisis de legitimidad política y en la emergencia de movimientos populistas, aislacionistas y xenófobos que se oponen a la apertura económica con la esperanza de preservar así su identidad y bienestar material.
La apuesta por el proteccionismo está avivando una contracción del comercio internacional y una menor eficiencia económica, lo que disminuye las oportunidades de generar ventajas competitivas. Poner trabas a los intercambios comerciales tendrá como consecuencia el coste de un menor crecimiento del PIB a nivel global, ya que reducirá la asignación eficiente de los recursos en la cadena de valor de la producción mundial. En este contexto, la victoria de Donald Trump y la decisión de Gran Bretaña de salir de la Unión Europea son factores que suponen un nuevo cambio radical en la economía global. Los tipos de interés empiezan a subir. Además, el envejecimiento de la población origina grandes dificultades en el pago de pensiones y un alza de la tasa de dependencia, lo que implica una necesidad de ahorro adicional y unas perspectivas de mayores impuestos que conducen a un menor consumo y a una reducción del empleo.
En este contexto, el mundo es cada vez más de los países emergentes, que desde hace varios años crecen por encima de los avanzados. En 2015, el 53 % de la economía mundial provenía de la producción de los países con menos desarrollo económico y todo apunta a que en el año 2050 no habrá ningún país europeo en el G7.
Sin embargo, los países emergentes tienen un serio problema en la futura subida de tipos en Estados Unidos. La política económica de Trump plantea más gasto público, menos impuestos para las personas y las empresas, lo que se traduce en más déficit a financiar con deuda en los mercados. Si se emite mucha deuda, es necesario pagar un interés atractivo, lo que implica una subida de tipos y que los capitales se vayan a Estados Unidos, porque allí obtendrán más rentabilidad. Y no solo eso: como el euro se deprecia y el dólar aumenta su valor, habrá menor financiación para los emergentes, que sufrirán porque cuentan con deuda pública emitida en dólares y tendrán más dificultades para pagarla por la valoración de esta moneda. Es decir, primero los países emergentes no van a poder facturar tanto como quisieran en Estados Unidos y, en segundo lugar, baja el precio de los productos que venden por la caída de las materias primas y se quedan sin financiación y con dificultades para pagar su deuda externa.
El escenario internacional está siendo invadido por una ola de proteccionismo comercial y de populismo.
Las expectativas de China
Interesa que China evolucione bien, que venda y que aumente su renta per cápita, porque, si crece, generará más compras de productos de países avanzados. La economía no es un juego de suma cero. Si Estados Unidos impide la entrada de productos de China y de México, a corto plazo es posible que en Estados Unidos sean más ricos, crezcan y generen empleo, pero a largo plazo será peor para todos.
La transición en China se suma a la evolución de los países emergentes, al cambio político hacia el populismo y a la metamorfosis monetaria y bancaria. El gigante asiático es la segunda economía del mundo tras Estados Unidos, seguida de Japón y Alemania. Hace cinco años, el partido comunista decidió en China cambiar el modelo económico, apostando menos por las exportaciones y por la producción industrial para seguir un patrón más basado en los servicios. Importar más para proveer de mayor cantidad de bienes a los ciudadanos, exportar menos para mantener más producción dentro y desarrollar una sociedad de clase media que consuma más. Este cambio de modelo productivo significa una transición difícil que ha llevado al país a pasar de crecimientos medios del 10 % en los últimos treinta años a estar en porcentajes mucho más bajos (6 %), lo que se traduce en la compra de menos productos al resto del mundo.
En este sentido, el comercio internacional del gigante asiático se ha reducido. La política que ha adoptado dedica más recursos a aumentar la producción de bienes de consumo y al sector servicios, al tiempo que reduce las exportaciones. El resultado ha sido un menor crecimiento económico, que está arrastrando al resto de los países emergentes, sobre todo a los productores de materias primas. China adquiere el 60 % de la producción de hierro del mundo y el 45 % de la de cobre, por lo que los países que los producen están sufriendo esa desaceleración en el crecimiento y el cambio de modelo productivo chino.
Por otro lado, se espera que el precio del petróleo se mantenga en los niveles actuales de 55 dólares/barril debido a la caída de la demanda como consecuencia del estancamiento económico del mundo. Al mismo tiempo, se han incrementado los stocks de crudo por la alta producción de Estados Unidos y Rusia, así como por la entrada en escena de países productores-exportadores como Irán e Irak. La caída del precio del petróleo está provocando un desequilibrio fiscal en los países productores, que se han visto obligados a aplicar ajustes tributarios, cancelar proyectos de inversión y sufrir la quiebra de diversas empresas que, directa o indirectamente, prestan servicios en el sector de los hidrocarburos. Los mercados emergentes se enfrían y se están enfrentando a una dura y nueva realidad. Así, Brasil, Rusia y las dos mayores economías de África (Nigeria y Sudáfrica) están en recesión. Otro caso importante es el de Venezuela, cuyo gobierno viene mostrando un inmenso desajuste fiscal, junto con una descomunal devaluación del bolívar y una muy elevada inflación; además, se enfrenta al impago de los préstamos recibidos por China y a una reducción de la calificación de riesgo de su petrolera PDVSA.
La asignación eficiente de los recursos y la división internacional del trabajo aumentan el crecimiento y mejoran la situación de la economía en su conjunto.
España, por encima de la media
En un entorno global de cierta hibernación o ralentización en el que el crecimiento no es muy rápido, milagrosamente la economía española aumenta al 3,2 %, muy por encima de la de los países avanzados y de la media de la Unión Europea. Aunque parte de ese crecimiento se debe a la bajada de impuestos, que hace que las familias tengan más renta disponible y consuman más, las exportaciones también están impulsando este proceso. Con esta evolución, España debería tener ingresos fiscales suficientes para hacer frente al gasto público.
Este es un país en el que los ciudadanos quieren recibir prestaciones sociales del 42 % del PIB y pagar solo el 38 %. La diferencia es aumento de la deuda, por lo que España se ha convertido en el único país de la Unión Europea que tiene un déficit superior al 3 %, y, aunque es cierto que se ha conseguido un recorte del déficit desde el 12 % hasta el 4 %, sigue siendo un dato sin justificación cuando el crecimiento permitiría ingresar mucho más si el sistema fiscal estuviera mejor diseñado.
Entre los factores que han ayudado a incrementar la capacidad adquisitiva figuran los precios del petróleo; una política fiscal expansiva que genera crecimiento por el mayor gasto público; unos tipos de interés bajos que han favorecido el crédito y, por tanto, la inversión y el consumo; y la mejora de la competitividad en las exportaciones. En este último punto, durante la crisis España ha impulsado la internacionalización de su economía; por ejemplo, la exportación de servicios no turísticos (consultoría, auditoría, servicios de ingeniería o gestión de utilities, servicios bancarios, de seguros u hoteleros) crece a un ritmo del 6 % anual.
Por tanto, España va bien porque exporta cada vez más y el consumo tira fuerte. La afiliación a la Seguridad Social ha aumentado, aunque con la desgracia de que parte de ese empleo es temporal. A ello se une la falta de ingresos provocados por el mecanismo de bonificación de las cotizaciones sociales para los nuevos afiliados que tengan contratos fijos.
En España, los ciudadanos quieren recibir prestaciones sociales del 42 % del PIB y pagar solo el 38 %.
Ajuste exterior, bancario, inmobiliario y en el desempleo
La falta de responsabilidad política ha hecho que el ajuste fiscal sea una de las asignaturas pendientes, porque, de no acoplarse los presupuestos, habrá un déficit relativamente alto que habrá que financiar con deuda y con intereses cada vez más altos, porque la tendencia a partir de ahora va a ser de subidas en los tipos de interés y de más gasto financiero para el Estado.
Es necesaria una responsabilidad para elaborar un presupuesto que haga sostenible la economía. Se ha revisado al alza el crecimiento para este año, pero quizá no se debería crecer tanto y, a cambio, aumentar los impuestos y sobre todo el IVA. España es uno de los países de la Unión Europea con menos IVA, con una media del 10 %, mientras que la media europea supera el 15 %, con países como Dinamarca con un IVA del 25 % a todo producto de consumo y que después aplica políticas sociales para las clases menos favorecidas y con menos capacidad de pagar impuestos. En cuanto al empleo, es necesario volver a los 20 millones de ocupados para asegurar que las cotizaciones sociales pueden alimentar el gasto de las pensiones.
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