La realidad urbana de Río de Janeiro hoy: luces y sombras del legado olímpico

Río de Janeiro, la segunda ciudad de Brasil, con una población de más de doce millones de habitantes, es el símbolo e imagen de un país con un enorme potencial económico, demográfico y de innovación, pero también es una metrópoli con grandes desequilibrios urbanos, sociales y de inseguridad ciudadana.

La realidad urbana de Rio de Janeiro hoy luces y sombras del legado olimpico

Para hacer frente a esta realidad, durante la primera década del presente siglo se desarrollaron una serie de iniciativas de transformación urbana que culminaron con el proyecto de organización de los Juegos Olímpicos de 2016 con un ambicioso objetivo: recuperar la calidad urbana, el nivel de las infraestructuras y la cohesión social.

 

El camino hacia la megaciudad

En 1950, Río de Janeiro era la capital de Brasil y tenía una población de tres millones de habitantes. Hoy en día supera los doce millones. Este fuerte aumento demográfico se ha producido sin que la planificación urbana haya permitido absorber las nuevas necesidades de vivienda, servicios e infraestructuras.

En este período se produjo la aparición del fenómeno de ocupación libre del territorio, del desarrollo de los barrios de autoconstrucción (favelas) o la sobreocupación de edificios (cortiços), con una nula dotación de servicios básicos de educación o sanidad y con gravísimos problemas de infraestructuras de agua y saneamiento, energía, movilidad o transporte público. Son barrios sin servicios ni autoridad pública y, por tanto, son el germen de la violencia urbana y la creciente inseguridad. En el año 2000, la desigualdad urbana era extrema.

Las infraestructuras urbanas son claramente insuficientes en las zonas pobres, siendo especialmente graves las necesidades en los sectores del agua y saneamiento o del transporte urbano.

En este contexto de desigualdad, pobreza, segregación urbana y deficiencia de infraestructuras, la economía de Río de Janeiro pierde competitividad de forma constante a partir del año 2000. Según el Global Cities Index de A. T. Kearney, la ciudad desciende nueve posiciones, del puesto 47 al 56, entre 2008 y 2014 en un conjunto de 84 ciudades. Es una megaciudad, pero con una estructura económica desequilibrada: división funcional extrema entre los barrios residenciales pobres y las zonas productivas, pérdida de los servicios administrativos y de poder tras el traslado a Brasilia de la capital federal, pérdida del hub financiero en favor de Sâo Paulo, menor presencia industrial por la aparición de ciudades competidoras (Belo Horizonte, Sâo Paulo, nuevos polos industriales en los estados del sur…) y turismo vacacional y de negocios infradesarrollado.

La mejora ha sido muy importante: la población más desfavorecida ha disminuido un 20 % y se ha impulsado el crecimiento de las clases medias.

Balance de los principales desafíos urbanos de Río de Janeiro

El proyecto de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro intentaba romper el largo ciclo de desequilibrio urbano y sentar las bases de un nuevo modelo de desarrollo económico, social y territorial de la ciudad. Tres eran los grandes desafíos de transformación urbana.

El primero, desarrollar cuatro áreas de nueva centralidad, dos de ellas en zonas prime, como son Barra de Tijuca y la Zona Sul, y dos en barrios con graves deficiencias, Deodoro y el centro histórico. Este desafío pretendía, mediante la construcción de equipamientos e instalaciones deportivas, aumentar la calidad urbana de estas áreas, objetivo que presenta hoy resultados desiguales: en Barra, la Villa Olímpica y los pabellones deportivos no se han consolidado como eje vertebrador por estar ubicados en una zona alejada y sin servicios; el área de Deodoro, situada en una zona de barrios de baja renta y favelas, ha mejorado su espacio público, pero no consigue crear una dinámica real de transformación; y la Zona Sul sigue como estaba.

Un caso especial es la transformación del centro histórico, donde el proyecto de Porto Maravilha es un claro éxito de mejora urbana. Estos son algunos de los objetivos alcanzados: renovar la infraestructura viaria, sustituir la autovía urbana elevada por túneles, crear espacios públicos de calidad, fomentar un barrio de usos mixtos (comercial-residencial), revertir la suburbanización, crear una red de transporte urbano integrada, construir un nuevo tranvía ligero y recuperar el patrimonio histórico-monumental. Y todo ello conseguido mediante un modelo de colaboración público-privada en el que una empresa concesionaria realiza la transformación financiada mediante la plusvalía urbana generada por el propio proyecto.

El segundo gran desafío era mejorar las infraestructuras, especialmente las de movilidad urbana y de agua y saneamiento. Por un lado, las inversiones en infraestructura de movilidad han permitido aumentar la capacidad de la red viaria y del transporte público, pero sigue pendiente el desarrollo de una red de transporte adecuada para la población de la región metropolitana. En lo que respecta a la eficiencia de la red de abastecimiento de agua, esta tiene un índice de pérdidas de alrededor del 50 %. La gran asignatura pendiente es el saneamiento, objetivo básico del proyecto olímpico inicial y el más ambicioso de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas. Las inversiones previstas y los programas del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) o del Banco Mundial se han llevado a cabo solo parcialmente y algunos barrios y municipios metropolitanos siguen sin tratamiento de aguas residuales.

El tercer desafío contemplaba el establecimiento de las bases para impulsar la cohesión social, mejorar los niveles de educación o el nivel de vida e integración urbana. La principal dificultad radica en las extremas diferencias económicas, de dotación de infraestructuras y de oportunidades entre los diferentes barrios de la ciudad:

  • El 15 % de la población es de clase D (media-baja) y E (pobre), que vive en favelas, con viviendas de autoconstrucción, sin urbanización programada y vialidad caótica, sin servicios básicos de agua, luz o telefonía y escasa dotación de escuelas o sanidad pública.
  • El 55 % es de clase C (media), que vive en zonas suburbanas, de urbanización espontánea, con déficits de infraestructuras y servicios.
  • El 30 % restante es de clase A (alta) y B (media-alta), que vive en la ciudad central, creada a partir del planeamiento urbano, con equipamientos y servicios urbanos suficientes.

El foco principal de las autoridades públicas han sido los programas dirigidos a la población de clase D y E, tanto en vivienda social como en dotaciones de equipamientos educativos o sanitarios. La mejora ha sido muy importante: la población más desfavorecida ha disminuido un 20 % y se ha impulsado el crecimiento de las clases medias. Sin embargo, estas mejoras exigen, conditio sine qua non, consolidar la desaparición de los clanes de delincuencia organizada y controlar la seguridad y la violencia urbanas. Este proceso, iniciado en 2008, obtuvo resultados muy positivos hasta 2016, pero, un año después de los Juegos Olímpicos, la inseguridad y los clanes comenzaron a regresar debido a las dificultades del gobierno y a la crisis económica. Por ello, las medidas sociales y de control deben seguir gestionándose con habilidad y determinación.

Los Juegos Olímpicos deben ser el inicio, no el final, de un futuro renovado para Río de Janeiro.

El futuro

En la actualidad, el balance de transformación urbana de la ciudad tiene luces y sombras. Los programas de mejora urbana pendientes en la ciudad han sido aprovechados en gran medida. Los éxitos conseguidos pueden ser la base para visualizar, en un horizonte de diez o quince años, una nueva realidad, una ciudad más equilibrada socialmente, con mejores infraestructuras y con una propuesta de valor económico mejorada. Los Juegos Olímpicos deben ser el inicio, no el final, de un futuro renovado para Río de Janeiro.

 

© IE Insights.

 

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