No existen palabras suficientes para describir las posibilidades que nos brindarán avances que todavía desconocemos o que están en pleno auge, como blockchain o Internet de las cosas. La historia muestra claros precedentes. Cuando Tim Berners-Lee estableció la primera comunicación cliente-servidor mediante protocolo http, la falta de visión fue tal que algunos aseguraron que solo tendría aplicación para expertos y académicos. Se consideraba una tecnología de carácter restringido, pero la realidad ha venido a demostrar justo lo contrario.
El mundo está lleno de cosas que van a desaparecer por la constante mutación de los tiempos en los que vivimos. ¿Estamos ante el final de los trabajos? ¿Los robots coparán el mercado laboral? La mirada tiene que ser otra. Surgirán empleos nuevos, profesiones que todavía carecen de un nombre propio. La sociedad reorganizará su propio sistema social y las instituciones. El mundo digital del siglo XXI exige una reorganización del mundo totalmente diferente a los patrones ya conocidos y explotados. Y ahí la tecnología se torna fundamental, aunque con equipos transversales, con ingenieros y humanistas, que la pongan al servicio de la ciudadanía y de las organizaciones.
Para entender esta evolución, el sector de la música aporta un ejemplo muy valioso. La noción de propiedad y consumo se ha alterado por completo en comparación con la idea de pertenencia del siglo XX. Internet ha provocado la desaparición del disco físico, facilitando un formato de uso diferente por el que los melómanos escuchan canciones cuando y donde quieren. Lo que anteriormente era un producto se ha transformado en un servicio. Los bienes se han desmaterializado. Lo tangible se ha convertido en bits, provocando un cambio empresarial y social descomunal.
Empresas como Google, con filósofos en su plantilla, quieren comprender cómo reacciona la sociedad ante las máquinas y de qué manera estas transforman la sociedad.
Inteligencia artificial en el transporte
La movilidad en las ciudades y los coches también debe replantear el rol de la tecnología. El propio concepto de poseer un vehículo se encuentra en pleno cambio. La sociedad demanda un servicio, como Car2Go, y no tanto la propiedad. El sector del transporte puede pensar que los avances tecnológicos no tendrán tanto impacto como Internet, pero innovaciones como la inteligencia artificial pueden sacudir nuevas organizaciones como Uber o Cabify. La irrupción de los coches autónomos ya no suena a ciencia ficción. Están llamando a las puertas de una transformación del negocio.
Los cambios que están por venir pueden sugerir que los ingenieros coparán la gran mayoría de los puestos de trabajo, pero no hay que olvidar que, cada vez más, los laboratorios de inteligencia artificial contratan a humanistas. Empresas como Google, con filósofos en su plantilla, quieren comprender cómo reacciona la sociedad ante las máquinas y de qué manera estas transforman la sociedad. Retomando el ejemplo de los coches autónomos, solo serán reales si son aceptados y se piensa que son suficientemente seguros. Siempre será necesario aportar un valor añadido a la sociedad con lo que está por venir.
La pregunta más trascendental a la que hay que dar respuesta es la de qué futuro se puede construir y con qué valores. Para ello, la tecnología resulta una gran aliada siempre y cuando esté al servicio de la sociedad. La inteligencia artificial no puede entenderse sin la inteligencia humana. Por ejemplo, para que un robot distinga las distintas emociones, debe comprenderlas, y eso depende de las personas. ¿Estamos ante el final del dinero físico? ¿De las tiendas? ¿De la privacidad tal como la conocemos hoy? Todas estas preguntas constituyen interrogantes abiertos para los que la tecnología ha dispuesto un abanico de opciones. El resultado final dependerá del uso y de su integración en la sociedad y en los entornos corporativos para convertirla en nuestra aliada.
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