Entre las mayores compañías del mundo, la “Champions League” empresarial, hay cada vez más empresas innovadoras que se caracterizan por hacer algunas cosas distintas. Si uno mira los diversos rankings, aparecen entidades que no eran relevantes hace tan solo unos años o que ni siquiera existían, pero que hoy se han convertido en referentes. Son los “nuevos ganadores”. Algunos dicen que pueden llegar a ser más de la mitad de la Fortune 500 en muy pocos años.
Entre ellas aparecen multinacionales de países emergentes que están creciendo a gran velocidad mediante alianzas y compras, empresas con nuevos modelos de negocio digitales que son capaces de lanzar productos simultáneamente en muchos mercados internacionales u organizaciones que han sabido aprovechar el poder de las redes sociales y basan su negocio en conectar a usuarios con intereses afines. Solo algunas empresas tradicionales están consiguiendo reinventarse a sí mismas, adaptando su organización y modelo de negocio ante los cambios del mercado.
En este entorno, muchos líderes no tienen claro qué camino deben tomar para acometer los cambios necesarios. Algunas escenas de películas inolvidables nos pueden ayudar a recordar e interiorizar los “ocho mandamientos” que estos nuevos ganadores parecen estar aplicando con gran éxito.
La gestión de la innovación presenta un gran dilema en la gestión de personas: cómo hacer convivir a los equipos tradicionales, responsables de los resultados y dueños del conocimiento, con las nuevas generaciones de ‘millennials’ que construirán el futuro.
Innovación, personas…
El primero de estos mandamientos es el de la gestión eficaz de la innovación para desarrollar nuevos modelos de negocio sobre oportunidades que abre el mundo digital o en las que nadie se fijaba. ¿Qué me dicen del hilarante personaje de La vida de Brian que conseguía vender piedras para las lapidaciones a pesar de que el suelo estaba lleno de piedras gratis?
El reto es gestionar la innovación en organizaciones tradicionales que parecen estar diseñadas para neutralizarla. Imaginen, por ejemplo, plantear la descabellada idea de que una cadena de peluquerías deje de cortar el pelo. Es lo que ha hecho Drybar abriendo más de cien locales en Estados Unidos y Canadá en solamente siete años. En algunos sectores como el de los medios o la música, en los que ya se ha producido la disrupción digital, la gestión eficaz de la innovación está marcando la diferencia entre vencedores y vencidos.
La gestión de la innovación presenta un gran dilema en la gestión de personas: cómo hacer convivir a los equipos tradicionales, responsables de los resultados y dueños del conocimiento, con las nuevas generaciones de millennials que construirán el futuro. A mí siempre me viene a la cabeza la escena de Invictus, en la que un enorme Morgan Freeman invita al equipo de su predecesor a quedarse cuando ya estaba recogiendo sus cosas, para que le ayudara en la trasformación que lideró en Sudáfrica. Organizaciones como Axel Springer han demostrado que es posible reinventarse y liderar la disrupción digital en el sector de los medios, haciendo convivir lo viejo y lo nuevo, sacando lo mejor de ambos mundos.
Relacionada con lo anterior está la búsqueda de nuevas formas de trabajar, lo que implica que muchos directivos deben reinventarse. Y eso nunca es fácil. La película de Harrison Ford, A propósito de Henry, en la que el protagonista queda incapacitado y tiene que volver a aprenderlo todo con la ayuda de su hija, ilustra la situación en la que se encuentran hoy los profesionales y organizaciones más maduras, al sentir que carecen de las habilidades de los más jóvenes. Aprender a trabajar sin despacho, con equipos en remoto conectados por Slack, o subcontratar a un matemático en la otra punta del mundo con Kaggle puede llegar a ser traumático para algunos.
En el nuevo entorno digital es necesario gestionar la experimentación, donde se entremezclan diseño y ejecución, con metodologías de trabajo mucho más ágiles y flexibles.
Políticas, procesos…
El cuarto mandamiento recuerda a la flexibilidad infinita del protagonista de La máscara. Muchas empresas intentan gestionar la creciente complejidad del negocio con más procesos y políticas, multiplicando exponencialmente la complejidad organizativa y el número de órganos de control. Esto no solo no funciona, sino que además mata la innovación. Sus gestores trabajan más horas que nunca y son menos productivos. En el nuevo entorno digital es necesario gestionar la experimentación, donde se entremezclan diseño y ejecución, con metodologías de trabajo mucho más ágiles y flexibles. Los directivos deben delegar más y promover comportamientos y entornos mucho más colaborativos entre sus especialistas.
Sin embargo, además de innovar y reinventarse, cualquier gestor debe aprender a ejecutar la estrategia a mucha más velocidad que antes. Multinacionales de países emergentes están creciendo hasta tres veces más rápidamente que las tradicionales, por no hablar de empresas digitales, como Netflix, que han conseguido implantarse en 190 países en tan solo diez años. La competencia se mueve muy rápido, como si viviéramos en una permanente competición como la de Fast and Furious. Hoy, un líder debe inspirar a sus equipos y ser capaz de movilizar a la organización para ejecutar y ajustar los planes mucho más rápidamente que antes.
Muchas empresas están logrando esta velocidad de crecimiento mediante acuerdos de colaboración y alianzas, desarrollando plataformas digitales y ecosistemas en torno a un propósito común. Organizaciones como TED o Airbnb han triunfado con una estructura muy reducida que puede crecer exponencialmente con costes marginales mínimos. Sin embargo, como veíamos en la maravillosa Matrimonio de conveniencia, gestionar alianzas requiere dedicación y desarrollar habilidades específicas. Sentar a dos o más actores a la misma mesa para tomar decisiones y ejecutar planes siempre complica las cosas.
Algunos de los nuevos ganadores están también adquiriendo empresas para incorporar conocimiento y ventajas competitivas de forma acelerada. Eso es lo que han hecho Tata o Geely al adquirir y reflotar exitosamente Jaguar Land Rover y Volvo, en busca de talento, marcas de prestigio y tecnología. Desarrollar experiencia lleva años, pero también se puede comprar. Eso sí, no se puede gestionar como una adquisición de vencedores y vencidos. Hay que ser suficientemente humilde como Anne Hathaway en El becario, que se deja aconsejar por el siempre fascinante Robert de Niro.
Desarrollar experiencia lleva años, pero también se puede comprar. Eso sí, no se puede gestionar como una adquisición de vencedores y vencidos.
Propósito, cultura…
Finalmente, el octavo mandamiento común a muchos de los nuevos ganadores es disponer de un propósito y una cultura corporativa fuertes y utilizarlos como ventaja competitiva. Fíjense en la motivación de los artistas del Circo del Sol para deslumbrar a sus clientes en cada función, donde el sentimiento de pertenencia a la organización es enorme. Créanme que no lo hacen por dinero. Propósito y cultura son energías aglutinadoras, como la de la famosa Fuerza en La guerra de las galaxias, difícilmente imitables por la competencia si se construyen con éxito. Y esto no se hace de un día para otro. Es un largo viaje de riesgo sin vuelta atrás, que requiere un compromiso absoluto de los líderes.
Todos estos cambios se están produciendo de forma simultánea y en todos ellos es clave el papel de los responsables de las organizaciones. El objetivo es aprender a competir en un entorno global digital con empresas que están revolucionando el mercado muy rápidamente.
El reto es complejo y urgente. Gestionar es un trabajo más apasionante que nunca, pero muchos directivos se encuentran desbordados. No saben cómo convertirse en los caballeros jedis del nuevo universo digital corporativo sin soltar el volante en la carrera desbocada de Fast and Furious del día a día. No obstante, el actual entorno competitivo nos obliga a reaprender el oficio e impulsar la transformación de las organizaciones, con un nuevo liderazgo integrador que favorezca la innovación y la competitividad. Se trata de ser protagonistas del cambio para seguir compitiendo en primera fila y no acabar un día desconcertados en un hotel cualquiera, como el inefable Bill Murray en Lost in Translation, pensando en que se nos ha escapado el tren sin saber por qué.
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