“No hay choques ni diferencias culturales que no se puedan superar”

Carlos Gastón, ‘alumni’ del MBA de 1988, un máster que le sirvió para ocupar puestos de gestión en multinacionales, dirige la oficina de BBVA en Indonesia y ha colaborado desde Yakarta, Madrid y Singapur en la expansión de la entidad en el sudeste asiático.

No hay choques ni diferencias culturales que no se puedan superar

¿Cómo empezó la aventura que lo llevó a Yakarta en 1995?

Desde mi incorporación a BBVA siempre he estado ligado a destinos exóticos. Pasé cinco años gestionando las relaciones de corresponsalía en los países de Oriente Medio, un gran reto porque acababa de terminar la primera guerra del Golfo. Viajé con frecuencia desde Líbano a Omán descubriendo que confrontar distintas culturas era uno de los principales atractivos de mi trabajo, pero después de esos años quería un cambio. Quería enfrentarme a un desafío mayor.

 

Entonces llegó la propuesta del banco y el momento de explicárselo a la familia…

Sí, en BBVA me dijeron que había un puesto muy atípico y que exigía vivir en Yakarta. Se trataba de asesorar a las empresas españolas en su expansión internacional y no tanto de darles financiación. No era un trabajo puramente bancario, no estaba estandarizado y me permitía vivir en el extranjero y hacerlo además en una cultura completamente distinta. Me encantó la idea pero mi mujer, poco después de pedírselo, tropezó con un libro donde aparecía Indonesia y se destacaban las imágenes de un dragón de Komodo devorando una cabra y de unos habitantes de Papúa semidesnudos. Teníamos un niño pequeño de casi tres años y otro en camino, y casi me tira el libro a la cabeza. Por suerte, acabé convenciéndola y nos fuimos. Intenté trasladar a mi familia la ilusión por lo distinto y lo bonito que es enfrentarse a una adaptación que nunca es fácil.

 

¿Qué le atraía tanto de Indonesia como para enfrentarse al mismo tiempo a los dragones y a su mujer?

Bueno, creo que lo que más me llamaba la atención era el choque cultural, no saber a qué me iba a enfrentar, vivir una aventura. Ponte en mi lugar: hace veinte años, muy pocos españoles se animaban a hacer las maletas e irse al extranjero, y eran todavía menos los que se atrevían con países tan distantes como Indonesia. Hay algo que intuía entonces y que la experiencia me ha confirmado: merece la pena abrirse y exponerse al choque cultural –y también hacerlo con tu familia– porque aprendes muchísimo y te vuelves más respetuoso y tolerante. Cuando volvimos a Madrid, mi hijo vio que unos niños de su colegio se metían con otro por su raza, y no solo no aceptó aquel comportamiento sino que tampoco lo entendió. Él no veía nada bueno ni malo en la raza de los demás, y eso era una gran noticia. Cuando viajas, nunca te enfrentas a nada que no puedas superar. Ni allí ni aquí hay diferencias que no podamos superar.

Hay que evitar siempre esa tendencia de los occidentales a creerse superiores.

Sin embargo, esas diferencias tenían que hacer muy difícil coordinar equipos.

Es verdad. Tanto cuando trabajé en Yakarta como cuando lo hice en Singapur tuve que implicarme mucho con mis equipos. Sus miembros provenían de distintos lugares y tenían distintas razas y religiones, no siempre se respetaban entre sí y podían desconfiar de mí porque era occidental y parecía que solo estaba de paso. Entonces aprendí que había que ser muy tolerante con las diferencias culturales, que resultaba muy complicado cambiar los prejuicios de la gente –me concentré sobre todo en demostrar las cosas con hechos– y que había que predicar con el ejemplo y ser intransigente con los comentarios ofensivos o xenófobos. Hay que evitar siempre esa tendencia de los occidentales a creerse superiores.

 

Y uno de los hechos fue no abandonar Indonesia a pesar de la violencia y la durísima crisis económica a finales de los noventa.

Así es. Indonesia, como tantos otros países del sudeste asiático, es un país de larga memoria. Recuerdan perfectamente quién es su amigo, quién los acompaña en lo peor y en lo mejor y quién no se desespera con peculiaridades como la lentitud de la toma de decisiones o lo mucho que les cuesta decirte que no a algo. Durante la crisis asiática, la economía indonesia sufrió mucho y estallaron revueltas violentas en las calles. La mayoría de los extranjeros se fueron, durante algunos días tuvo que evacuarnos la embajada española y mis hijos y mi mujer volvieron a España a pasar los meses del verano. Yo preferí quedarme todo el tiempo porque sabía que los de fuera no éramos el objetivo de la violencia y porque quería demostrarles a los indonesios que ni el banco ni yo estábamos de paso, que teníamos un compromiso a largo plazo y que si habíamos estado en las maduras, también estaríamos en las duras. Como decía, son países de larga memoria y por eso todavía hay gente de allí que me lo recuerda.

 

Estuvo en Yakarta hasta 2002, luego regresó a Madrid, volvió a Singapur en 2007 y tras otro paso por Madrid vuelve a encontrarse en Indonesia…

Sí, regresamos unos años a España, donde seguí teniendo responsabilidad directa sobre estos mercados hasta que en 2007 volví a la actividad puramente bancaria y nos trasladamos a Singapur, donde BBVA había abierto una oficina hacía un par de años. Aunque pueda sorprender, como me gusta tanto lo inesperado, no disfruté tanto de la experiencia. ¡Allí todo funciona perfectamente! ¡Todo es demasiado bonito para ser cierto! Quizás por eso resultaba demasiado rutinario para mí. Afortunadamente, en 2013, y después de colaborar en el diseño de la nueva estrategia del banco para toda la región, volvimos a Yakarta. Aunque este país ha estado creciendo durante la última década a una media del 5 % anual y se ha modernizado en muchos aspectos, no deja de ser un país muy diferente a lo que estamos acostumbrados y donde cada día te sorprende algo. Adaptarse sigue sin ser fácil pero está lleno de oportunidades.

 

© IE Ideas.

 

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