No cabe duda de que el diseño y la arquitectura contribuyen a posicionar y reforzar la marca de una ciudad, apoyando la dinamización económica y la competitividad de las áreas urbanas. En las últimas décadas, la construcción de edificios emblemáticos ha sido un medio muy eficaz para acercarse a estos objetivos. Pensemos en el internacionalmente conocido Museo Guggenheim de Bilbao. Aunque este edificio fue solamente uno de los proyectos urbanos de calado para la transformación de esta ciudad industrial del norte de España, se convirtió en el símbolo de este esfuerzo para sus ciudadanos. Sin embargo, hoy las ciudades necesitan proyectar su propia imagen, su ADN, con un enfoque integrado del diseño.
Este enfoque integrado debe dirigirse a conseguir una comunidad vibrante, atrayendo el talento y las empresas innovadoras y fomentando el papel de la ciudad en la economía digital. El enfoque se ha desplazado hacia la “habitabilidad”. Estamos evolucionando hacia la comprensión de que la ciudad debe ser receptiva y agradable para personas diferentes con necesidades diversas. La capacidad de respuesta debe desarrollarse desde muchos sectores, desde la economía hasta los servicios urbanos y la gobernanza. Claramente, el entorno físico también es fundamental. Parte de ello es la creación de espacios públicos de alta calidad y, como en todas las áreas que tienen que ver con las personas, las experiencias tienen mucha importancia. Por tanto, la interfaz de espacio público es clave, ya que proporciona el telón de fondo para cualquier tipo de actividad.
Los espacios públicos y los edificios de una ciudad, considerados de forma individual y a la vez formando parte de un conjunto, pueden ofrecer un valor simbólico. Si nuestras calles son seguras y accesibles o si nuestras aceras son anchas y cómodas, podemos entender que todos los peatones son importantes, más que los automóviles. Del mismo modo, un edificio debe reflejar la responsabilidad e interacción de la organización con la comunidad que lo rodea. Debe representar valores fundamentales como la transparencia, la sostenibilidad, la eficiencia energética e incluso la selección responsable de los materiales de construcción. El respeto por el medioambiente no es más que la expresión de un edificio. Igualmente, la arquitectura de una ciudad puede decirnos mucho sobre su actitud hacia el pasado (a través de la conservación de edificios históricos), sobre su comprensión de la densidad y el dinamismo (a través de desarrollos de uso mixto) o sobre cómo ve el futuro (a través de los nuevos edificios que está permitido construir).
Un reto fundamental de las ciudades es, por tanto, cómo atraer talento, algo que tiene que ver directamente con la estrategia de la ciudad. No se trata solo del entorno físico, de qué empresas se instalan en ella. Hay un mensaje superior que tiene que ver con la administración de la ciudad. Tiene que ver con un valor esencial que deben compartir todos sus residentes: el reconocimiento del factor diferencial de su ciudad, de qué es lo que la hace diferente a otras ciudades.
El gobierno municipal, los ciudadanos, el entorno físico, los servicios urbanos… –todas las facetas de la ciudad– deben estar empapados de este valor esencial. Y la arquitectura forma parte de ese ecosistema más grande que es la ciudad.
La arquitectura de una ciudad puede decirnos mucho sobre su actitud hacia el pasado, sobre su comprensión de la densidad y el dinamismo o sobre cómo ve el futuro.
Para responder al reto
Hasta hace poco era relativamente sencillo diseñar un nuevo producto inmobiliario basado en la demanda racional de la actividad económica futura. El problema hoy es que la economía y la sociedad están evolucionando. ¿Cómo diseñar para un futuro que cambia rápidamente y, a menudo, de manera inesperada?
La complejidad de la situación está relacionada con varios factores. La arquitectura y la construcción son actividades que requieren tiempo y nuestro stock de edificios debe permanecer y ser útil durante décadas. Los promotores a menudo son conservadores, por lo que piden a los arquitectos que repitan modelos que funcionaron en el pasado sin tener en cuenta las necesidades futuras. Esto contrasta con la naturaleza dinámica de las ciudades y las nuevas visiones de futuro.
Hoy la arquitectura está tratando de dar respuesta a esta nueva realidad. La profesión está evolucionando para ver a los arquitectos como agentes proactivos que trabajan de forma más integrada con los promotores para sugerir nuevos modelos. La naturaleza cada vez más colaborativa de la profesión, con aportaciones de demógrafos, sociólogos, científicos, residentes, etc., revela una mayor comprensión de los nuevos roles de la arquitectura en la ciudad.
De forma paralela, la tecnología y su impacto en la transformación de una ciudad constituyen una importante área en la que gobierno, industria y arquitectura deben ir de la mano. Los cambios tecnológicos, desde pequeñas medidas como las pantallas de información hasta las más importantes, como los vehículos autónomos, tienen repercusiones en el entorno físico. Asegurarnos de que nuestro futuro entorno urbano sea seguro, sostenible, funcional, atractivo y memorable requiere la participación de profesionales del diseño.
El desafío para el futuro es entender la ciudad como un todo, con una estrategia global para el futuro, así como reconocer que cada intervención en el entorno físico contribuye a lograr ese objetivo o, por el contrario, lo impide. Arquitectos, diseñadores urbanos y arquitectos paisajistas son capaces de entender la complejidad, formular las preguntas correctas y presentar interesantes propuestas para nuestras ciudades del futuro. Abrazar el cambio y la colaboración son las claves de futuro.
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