En algo más de un siglo, la población global ha dejado el medio rural para hacer su vida en las ciudades, provocando una aceleración de la urbanización. Se estima que, en 2050, la mayoría de la población, especialmente en los países en vías de desarrollo, vivirá en las ciudades, con una media de esperanza de vida a nivel global de alrededor de cien años.
Estas dos variables, junto a la integración de los espacios físicos y virtuales, obligan a pensar en nuevos modelos urbanísticos, en los que actores como GAFAM (Google, Apple, Facebook, Amazon y Microsoft), TUNA (Tesla, Uber, Netflix y Airbnb) y BATX (Baidu, Alibaba, Tencent y Xiaomi) empiezan a desempeñar un papel determinante.
La movilidad de las ciudades del futuro pasa necesariamente por vehículos inteligentes, eficientes y diseñados para cubrir las necesidades de los habitantes.
En el día a día de los ciudadanos
Las grandes compañías tecnológicas emplean sistemas de inteligencia artificial y dispositivos avanzados que les permiten analizar los hábitos de vida en las grandes ciudades. Su objetivo no es otro que conocer las principales rutinas de los ciudadanos de a pie: sus comunicaciones, la forma en la que se desplazan, cómo se entretienen, dónde invierten sus ahorros e incluso cuándo deben visitar al médico. Saber esto sitúa a estos gigantes en una posición privilegiada para determinar la forma de interactuar de los ciudadanos, como ya lo están haciendo en algunos lugares.
El ejemplo de Samsung es claro para explicar la influencia que tiene una corporación tecnológica en el diseño de una ciudad e incluso de todo un país. En Corea del Sur, el país de origen de la empresa, una persona puede, literalmente, empezar y finalizar su vida de mano de la tecnológica: puede nacer en un hospital de la firma, estudiar en una universidad dotada con sus tecnologías, habitar una vivienda con sus electrodomésticos, pagar y comunicarse mediante sus dispositivos e incluso ser enterrada por una funeraria de Samsung.
En el otro lado del mundo, en Estados Unidos, la vida también pasa por las Apple Stores, espacios diseñados por la firma de Norman Foster que llevan camino de convertirse en los nuevos espacios públicos al promover claramente un tipo de interacción que busca parecerse al del ágora pública.
COVID-19
Durante el COVID-19, estos gigantes tecnológicos han incrementado aún más su influencia. Por un lado, los gobiernos han recurrido a ellos para que les ayudaran a controlar el brote de virus (Apple y Google han desarrollado aplicaciones de rastreo de contactos, por ejemplo) y, por otro lado, todos hemos aumentado la dependencia tecnológica diaria, a través de plataformas como Microsoft Teams, Netflix, Amazon Prime, etc., ya que trabajo y ocio se han trasladado durante meses al hogar a través de estos servicios.
Una movilidad a medida de las necesidades
En el ámbito del transporte en la ciudad, las grandes compañías tecnológicas están avanzando en la búsqueda de soluciones. Mientras Alibaba trabaja ya en la mejora de los flujos de tráfico en las calles de Kuala Lumpur, otros, como Uber, contemplan desde hace tiempo los vehículos sin conductor.
La movilidad de las ciudades del futuro pasa necesariamente por vehículos inteligentes, eficientes y diseñados para cubrir las necesidades de los habitantes. De hecho, pueden perfectamente constituir un tercer espacio en el que trabajar o desarrollar otras actividades, impactando de forma significativa también en ámbitos como los parkings, las estaciones de servicio o, por qué no, la propia fisonomía de los edificios.
Las grandes compañías tecnológicas emplean sistemas de inteligencia artificial y dispositivos avanzados que les permiten analizar los hábitos de vida en las grandes ciudades.
¿Ciudades o laboratorios?
En esta nueva configuración espacial, algunas regiones están actuando ya como laboratorios tecno-sociales. En ellas, las tecnológicas determinan la forma de vida de sus habitantes. Es lo que está sucediendo en Seattle, célebre en su momento por el fenómeno de Nirvana y la música grunge y ahora inmersa en otra transformación, fruto de ser la sede de Amazon. Sus ciudadanos y sus calles han servido como campo de pruebas de las innovaciones de la compañía, a la vez que la ciudad ha logrado atraer inversiones por valor de 5.000 millones de dólares y crear alrededor de 50.000 puestos de trabajo.
Con esos argumentos económicos, parece que ninguna ciudad podría negarse a la llegada de un gigante como Amazon. Sin embargo, ¿puede esta filosofía encajar en cualquier entorno? No en todos. Tres son las claves que hay que tener en cuenta, usando lo que Richard Florida llamó, en The Rise of the Creative Class, las tres “T” para hablar de los factores que contribuían al desarrollo económico de una región. La primera de ellas, la tolerancia, alude a la necesidad de que una sociedad sea permisiva y esté cohesionada; la segunda, la tecnología, alude a las infraestructuras y la conectividad; y la tercera se autodefine: el talento. Se trata de una tríada poderosa que, si no está equilibrada, puede hacer que fracasen propuestas por mucho que provengan de gigantes tecnológicos, tal como pasó con la falta de consenso de la población de Nueva York para albergar la sede de Amazon (HQ2).
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