El mundo en el que nos desenvolvemos puede entenderse como el resultado de la evolución de tres entornos diferentes. El entorno uno, la naturaleza, tuvo lugar hace doscientos mil años, ese paleolítico en el que la mayor amenaza para el ser humano era un posible depredador. En un momento determinado, se produjo el salto a un segundo entorno, el entorno dos, conformado por núcleos urbanos, al que la sociedad no ha terminado de adaptarse; prueba de ello son los índices de cáncer, enfermedades autoinmunes o problemas cardíacos que hoy en día aún persisten. Por último, el tercer entorno, el entorno tres, sería el que se conoce como mundo digital, al que se ha llegado inconsciente e inadvertidamente y cuyas consecuencias y ramificaciones se desconocen.
Uno de los motivos que han propiciado que este tercer entorno tenga sobre sí un signo de interrogación tan grande es la falta de preparación de la sociedad para este salto desde el estadio anterior. En el actual entorno digital, en el que imperan la robótica, la inteligencia artificial y el machine learning y en el que la información fluye de un punto a otro en milisegundos, si Facebook fuera un Estado, tendría 2.000 millones de personas censadas. Nadie conoce las consecuencias de todo esto ni tampoco cómo adaptarse.
Sin la consciencia necesaria de la importancia de la ciberseguridad y las implicaciones que conlleva, la lucha contra las continuas ciberamenazas resulta inútil.
Aceleración de las ciberamenazas
Una variable a la que hay que prestar atención para comprender el entorno en el que se mueve el mundo hoy en día son los ritmos de crecimiento, sin parangón con ninguna época anterior. El primer gran paradigma fue la apertura en el desarrollo de aplicaciones para iPhone y los teléfonos inteligentes. Lo que nadie explicó es que las vulnerabilidades del sistema también se incrementan con el mismo patrón. Más aún, no solo se han disparado cuantitativamente, sino también cualitativamente, haciendo que el grado de complejidad y sofisticación de las ciberamenazas sea enorme.
Ha de comprenderse que la capacidad de la sociedad de prosperar en el mundo tecnológico conlleva una afirmación irrefutable: el ciberataque es una constante. Para paliar esta amenaza emergen unos profesionales a los que se puede llamar ciberhéroes y que diariamente sirven como diques de contención para un millón de amenazas. Para que la sociedad saque provecho de todos los avances emprendidos en el tercer entorno, el trabajo desde la sombra de estos trabajadores “anónimos” es indispensable. Lo malo es que los ciberataques son persistentes y pueden hacer que la fantástica labor en ciberseguridad desarrollada durante meses pueda venirse abajo en segundos, el tiempo que tarda un hacker en saltarse las barreras levantadas.
Por esta razón, la formación y la experiencia se tornan fundamentales para el desempeño de su labor al frente de la seguridad de cualquier compañía. Algunos datos son alarmantes, como los de ISACA, que concluyen que en 2019 faltarán más de dos millones de trabajadores en este sector. La parte positiva es que la demanda de profesionales de ciberseguridad es tres veces superior a la de profesionales de TI en general.
El mundo digital ha crecido desenfrenada y anárquicamente y conlleva unos riesgos en materia de seguridad ante los que es necesario levantar diques para mitigarlos. Esos diques se llaman ‘ciberhéroes’.
El valor de la información
Sin la consciencia necesaria de la importancia de la ciberseguridad y las implicaciones que conlleva, la lucha contra las continuas ciberamenazas resulta inútil. Sirva para ello la comparación entre la naturaleza de las amenazas entre el estadio dos y el digital actual. Mientras que antes hacía falta una buena dosis de valentía para atracar un banco a punta de pistola, hoy es posible atacar un país entero o una organización simplemente con un teclado y un ratón. Sin lugar a dudas, este es el principal motivo del crecimiento exponencial que han experimentado los ciberataques. Hoy el mayor botín es la información, ya que constituye una industria multimillonaria.
Sin seguridad, muchas de las actividades cotidianas del mundo digital no podrían llevarse a cabo. En la aviación, por ejemplo, nadie cogería un vuelo o se plantearía recorrer una distancia lejos del suelo sin contar con garantías al respecto.
Podemos concluir, por tanto, que el entorno tres y la ciberseguridad son prácticamente sinónimos. Es importante tener también en cuenta que la progresiva implantación del denominado Internet de las cosas obliga a poner la mirada en la seguridad de todos nuestros dispositivos y sistemas conectados. No falta tanto para que los corazones puedan controlarse a través de la tecnología. El mundo digital ha crecido desenfrenada y anárquicamente y conlleva unos riesgos en materia de seguridad ante los que es necesario levantar diques para mitigarlos. Esos diques se llaman ciberhéroes.
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