Vivimos en un mundo en el que los llamados “países emergentes” ganan cada vez más visibilidad a la vez que adquieren importancia absoluta y relativa en muchísimos aspectos.
Aunque estamos muy acostumbrados a oír hablar de ellos, quizá no nos damos cuenta de que el surgimiento de estos países a escala global es bastante reciente. De hecho, es una realidad que adquiere tracción solo en la segunda mitad del siglo pasado. Y si exceptuamos a los “tigres asiáticos”, prácticamente se inicia en la década de los ochenta con la apertura de China al resto del mundo (aunque algunos dirían que el inicio del proceso fue unos pocos años antes, con la muerte de Mao).
En muchas otras áreas del mundo, la “emergencia” (en el sentido de emerger) se da en los años noventa. En Europa Central y del Este después de la caída del muro de Berlín y del colapso de la Unión Soviética, en la India con algunas reformas en 1991 que se aceleran a partir de mediados de la década, o en América Latina con el fin de la “crisis de la deuda” y la aceptación del Consenso de Washington como alternativa al modelo de Sustitución de Importaciones que fue tan extendido en la región y en otras partes del mundo en todo el período desde la Gran Depresión.
Este camino no fue uniforme en todas las regiones y países, y sin duda hay economías que se movieron más o menos rápido.
Los ritmos de la globalización
Por supuesto que este camino no fue uniforme en todas las regiones y países, y sin duda hay economías que se movieron más o menos rápido, y/o que fueron más o menos exitosas en este nuevo proceso de apertura con el resto del mundo –en gran parte representado por bajadas de aranceles y por cada vez más extensos procesos de integración comercial–.
Y esta ha sido una de las principales características de lo que hemos venido a llamar la “globalización”. Y aunque la globalización no ha sido exclusiva de los países emergentes, la participación de estos en ella ha sido muy importante, y diferencial en relación a períodos anteriores de crecimiento y cambio económico. Por primera vez en casi dos siglos, desde el inicio de la Revolución Industrial, el mundo entero ha vivido un proceso de convergencia en el que las rentas per cápita de muchos países han empezado a subir y a acercarse a las de los países industrializados, que hasta entonces monopolizaban el bienestar a nivel global, con la excepción de pequeñas minorías en el resto del mundo.
Así, en las últimas décadas hemos presenciado cómo, año tras año, la distancia que separaba a los países de renta alta de los demás disminuía, y aunque también se producía en rentas per cápita, se producía aún más rápidamente en términos de PIB total.
Si hace veinte años las diez economías más grandes del mundo incluían ocho países de renta alta en América del Norte y Europa más Japón y China –el único país emergente–; los últimos datos del Banco Mundial (que corresponden a datos finales para el año 2013) señalan que ya hay cuatro emergentes entre las diez economías más grandes del mundo: China en segundo lugar, Brasil en séptimo, Rusia en octavo, e India en décimo, siendo el primer año en el que este país se incorpora a esta lista.
Si se mide en paridad de poder adquisitivo (la otra forma de medir los PIB ajustando por diferencias de precios), ya son cinco los emergentes entre las diez economías más grandes: China, en segunda posición y pisándole los talones a Estados Unidos (de hecho, los datos preliminares para 2014 dicen que ya es la economía más grande del mundo según esta medida), la India en tercer lugar, Rusia en sexto, Brasil en séptimo, y un país muchas veces olvidado pero que está destinado a cumplir un rol muy importante en el mundo aunque sea por el hecho de ser el cuarto país más poblado del mundo, Indonesia, en décimo.
Estos datos nos dan una idea de cómo ha cambiado el mundo en estas últimas tres o cuatro décadas, y esa tendencia subyacente no solo ha sido una importante característica de nuestro tiempo, sino que será aún más decisiva para explicar nuestro futuro.
Pero dentro de esta tendencia principal hay diferentes momentos. La “Gran Recesión” aceleró la tendencia. Con el epicentro de la crisis en Estados Unidos, Europa y Japón, la diferencia en los ritmos de crecimiento entre estos países y los emergentes aumentó, y por eso hemos vivido unos años en los que organizaciones internacionales como el Fondo Monetario Internacional hablaban de una recuperación “a dos velocidades”, mucho más rápida en los países emergentes y mucho más lenta o nula en los países de renta alta. En esos años la mayor parte del crecimiento económico global se produjo en los países emergentes.
Es como si el péndulo se moviera al otro extremo y, de un excesivo optimismo en los países emergentes, pasáramos ahora a un excesivo pesimismo; pero no nos engañemos.
Un cambio profundo
Sin embargo, ahora los vientos vuelven a cambiar. Aunque todavía hay muchas piedras en el camino, la recuperación se va asentando en Estados Unidos, sobre todo, y en segundo término en Europa, donde los datos lentamente empiezan a ser algo mejores. Por el contrario, la incertidumbre se extiende entre muchos de los países emergentes. Si vemos a los cuatro países originalmente incluidos en el grupo de los BRIC; Brasil y Rusia ya están en recesión (y Brasil con un importante problema político mientras Rusia sigue en tensión con Europa y una parte importante del mundo), China está sufriendo un enfriamiento significativo y solo India muestra una perspectiva algo más positiva, en gran parte producida por buenas expectativas de los agentes después del reciente cambio político en el país.
En medio de todo esto hay un cambio en las expectativas de muchos agentes que piensan que es un momento para rebajar la exposición en países emergentes y aumentarla en los países de renta alta, y particularmente en Estados Unidos, donde además una subida de tipos de interés ayudará.
Están por verse los efectos que todo esto tendrá en términos de flujos de capitales internacionales y del crecimiento de los diferentes países y regiones. En ese sentido hay un cambio en las perspectivas globales en relación a los últimos años. De hecho, es como si el péndulo se moviera al otro extremo y, de un excesivo optimismo en los países emergentes, pasáramos ahora a un excesivo pesimismo; pero no nos engañemos. Esto es un cambio de vientos transitorio. La tendencia subyacente es la misma: los emergentes volverán y seguirán ganando posiciones a nivel global. Y esto serán buenas noticias para el mundo en su conjunto y, muy probablemente, para una gran mayoría de la gente, aunque siempre habrá quien pierda en el proceso.
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