2021 WINNERS
STUDENTS
2021 Edition
First Prize Poetry in Spanish
Alzheimer
Author: Sofía Cristina Jiménez Sánchez
Advanced Management Program
Spain
Desolador paisaje entre tus sienes
de una mirada yerma y árida
escondida
entre tus manos cubiertas de inviernos.
Entreabiertos tus dedos envuelven
pupilas cuarteadas
párpados oxidados
lágrimas de escarcha.
Entornados ocultando tus vacíos
Extraviados entre la niebla y la nada
Perdidos y errantes ignorando estaciones
Confundiendo tiempo y espacio
Difuminando recuerdos
.desapareciendo.
Second Prize Poetry in Spanish
La dama y el vagabundo (2021)
Author: Néstor Hazael García-Casillas
International MBA
Spain
Coincidimos en Madrid
¿no reconoces mi cara?
Blahnik bajando el Cayenne,
balayage a media espalda.
Seguro que me recuerdas,
todavía llevo barba,
Algo más cansado, sí,
pero aun valgo la mirada.
Vienes, pasas por delante
llevas tu gloss escarlata.
Fría, ni me ves, un bulto,
solo una sombra pasada.
Soy un objeto, un servicio,
todo terracota, escarcha.
Consigo abrirte la puerta
y ahí me roza tu falda.
Caigo en esa noche juntos,
cuando la vida era llama,
cuando me enredé en tu pelo,
cuando fuimos madrugada.
Me pellizcas de reojo
“¿Esa cosa será humana?”
debes pensar y te giras:
mi existencia es una nada.
Third Prize Poetry in Spanish
Sacrificio
Author: Pedro Ureba Brenes
Programa Superior de Dirección Estratégica de RRHH
Spain
Oh mar,
tenerte no puedo.
Gozar en sueño,
a quien mi cuerpo desea.
Sólo soñar,
cada noche, cada día,
cada hora, cada instante.
Los besos retenidos,
se tornan lágrimas del alma.
Las lágrimas saladas,
aguas tuyas azuladas.
Soy marinero,
de sueños, de brisa
de alma y de paseo.
Oh mar,
tenerte no puedo.
First Prize Poetry in English
Capriccio
Author: Laura Sturley
Bachelor in Business Administration and Bachelor of Laws
UK
I heard a song that was mournful and warm
Sculpting from ivory things that are lost,
Soft as the liver-spotted hand I hold
Crumbly pearls, thin lips rouged rusty
Underwater, bacteria eat the steel but leave the grand chandelier
How cruel.
You love the ocean
You love her despite her caprices. It confuses me sometimes.
But on a calm day,
You rest your fingers on the keys
They dance like sea foam,
And sink again.
Second Prize Poetry in English
A World of Opportunities
Author: Salimatou Balde
Master in Corporate Communication
France
He, who dreams of being a Lawyer
So he can lead change for the better
From afar, in downtown Niger
Doubts that his voice does truly matter
She, with a baby in her tummy,
Bearing at 12, as she was married,
Wonders how to fly away from reality
And have her own life back before giving it
He, who goes around with a secret
Feeling different, disregarded, desperate
Afraid that being illiterate
Forever makes him less of an asset
She, the only girl of her village
Allowed in school, for her courage
Fights great battles at her young age
Wishing to break free from her cage
He, young boy whose heart is wild,
Taught to keep emotions inside
Feelings and fears: he learned to hide
For a Man must exhibit strength and pride
She, who hates her look in the mirror
Turns into her own worst detractor
“Why am I not pretty like the girl next door?”
Doubt, self-hatred: oh, deadly behavior!
Six little beings and a muted scream
Their young souls lifted by a dream:
Escaping from the well-known shore
Discovering a new world to explore
from Salimatou Balde
Third Prize Poetry in English
Percy Shelley’s Despair
Author: Miquel Amengual Verdera
Bachelor in Data and Business Analytics
Spain
I have nothing to say but absolve myself from blame
I stand still while the hail splashes the water.
The lively din of the sooty city
Crawling with deadly rodents and vagrants,
Here we come upon a sleepy pond
Beside the lake where you sank to your grave
You sent me no letters to Geneva
If I had known of your despair I’d have returned
You come to me at night. A ghost? A dream?
I don’t mourn you -- selfishly stealing your life
I don´t need your forgiveness - I never
Deprived you of the happiness you lacked.
No cruelty from me deserved your farewell
And you ended not just one life but two
You were my wife when we made promises
… But what purpose is served by marriage?
It’s like a prison with voluntary sentence,
We need to be released once we have served our time
Love is temporary, oblivion is permanent.
You'd have stayed alive if we'd stayed together
But I contend it’d be no life for us.
Do you even know who gave you that child?
Were you paid well for the effort of sex?
You stole from me the esteem I deserved
Now, my regret is marrying you
Did you die from your own harsh violence?
You, disappearing for weeks, withering
You panted, you sank, you trembled, you expired.
Violently gasping for some fleeting air,
Only after the struggle did the pond lay still.
First Prize Short Story in Spanish
La dama del “DÓMINE”
Author: Francisco Sayáns Gómez
Executive MBA
Spain
En aquel momento de la mañana me encontraba disfrutando de la tercera fase del día. Hace unos años, no muchos, tenía por costumbre pasar una larga temporada del verano en Cantabria con mis hijos y los nietos que, por aquella época, se iban incorporando cada año. Durante ese período veraniego, de auténtica desconexión con las rutinas habituales que impone la vida laboral diaria el resto del año, me creaba otras rutinas que solía seguir con bastante rigor. Eran, éstas, de distinta índole y aceptadas libremente por lo que no se podía decir seriamente que hubiera cambiado unas por otras pues aquellas eran impuestas y fatigaban mientras éstas eran voluntarias y producían goce, las características y las consecuencias de unas y otras eran muy diferentes y no es necesario extenderse más para comprenderlo.
Normalmente, empezaba el día levantándome no precisamente temprano, pues nunca lo hacía antes de las ocho de la mañana, pero sí a esa hora en que toda la casa parecía sumergida en un profundo y maravilloso silencio durmiente. Discretamente, vestía la ropa apropiada y salía a caminar con buen paso durante no menos de una hora, a veces algo más. Caminar rápido y en soledad, a esas horas de la mañana y a lo largo de sendas poco o nada concurridas, bajo la frondosa cubierta de alisios y chopos y abedules, en un entorno de prados estallantes de verdor y humedad, era un placer de auténtico hedonista. La alternativa, a veces elegida, tomando la ruta de los caminos costeros que discurren bordeando los límites altos de las playas, apenas alejados de las mismas, con la mar inmensa peinada por una fresca brisa que te llena los pulmones mientras el sol va levantándose sobre el horizonte y empieza a caer sobre las esquinas más alejadas de las arenas todavía despobladas, excita unas sensaciones que solamente la naturaleza en su estado más puro es capaz de activar.
De vuelta a la villa, se imponía la preceptiva parada en el Corro para tomar allí el primer café sentado en una de las mesas de la terraza mientras los churros saltaban en la sartén y el paquete de los cruasanes ya esperaba preparado en el mostrador. El frescor matinal que solo en el norte se puede disfrutar durante los meses veraniegos contribuía a hacer de aquel momento una epifanía sensitiva plena de sensaciones difíciles de explicar. Al volver a casa ya había alguien que estaba levantado y empezaba a preparar las cosas para el desayuno. Mientras me ocupaba con las tareas de mi aseo personal, las voces iban despertando la casa trufadas de protestas o de algún reproche cruzado a voz en grito. La casa se iba llenando de vida y yo pasaba a mi cuarto para vestirme, lo que me llevaba un rato, de modo que al salir ya estaba la mayor parte de la familia sentada a la mesa para el desayuno. Un par de voces conminatorias y los dos o tres remolones que faltaban acababan por unirse rápidamente.
El desayuno en familia era otro de los momentos importantes del día. Se aprovechaba la reunión para comentar sobre lo hecho la noche anterior y para presentar las propuestas a desarrollar, las cuales dependían de cómo hubieran venido las cosas, pero especialmente del tiempo con el que habíamos amanecido y las expectativas de su posible evolución ya que, en verano y en aquellas latitudes, su comportamiento cambiante era la norma a tener en cuenta. A partir de un momento, según iban terminando de desayunar, cada uno procedía a dejar más o menos ordenado el espacio que había ocupado y la vajilla utilizada en la pila del fregadero. Después de unos momentos de paz que cada cual ocupaba en tareas menores, venían las carreras las urgencias para preparar las bolsas de playa y todos los accesorios de acompañamiento. Era aquél un período de transición, mal definido, en el que lo mejor era quitarse de en medio dado que no tenía por costumbre acompañarles. Discretamente, cogía mis trebejos y me retiraba a una butaca del porche donde, rodeado de libros y cuadernos, procedía a entregarme al sosiego de la lectura. Pasado un rato y como por ensalmo, se producía un silencio que dejaba inundada la casa de una placidez que hubiera envidiado cualquier claustro cisterciense. Transcurridos unos minutos, el ruido de los motores de los coches era la señal de la alegre partida de toda la familia hacia la playa.
Como decía, en aquel momento, me encontraba inmerso en éste mi tercer rutinario espacio del día entretenido leyendo y escribiendo sobre asuntos de mi interés. En concreto, lo que ocupaba mi atención eran las fotos de las cuatro pilas bautismales correspondiente a las iglesias de Santillana, Bareyo, Santoña y Castrillo. Los elementos icónicos que ilustraban sus copas y sus basadas tenían detalles comunes que sugerían algún tipo de relación entre las mismas y sobre lo que me proponía escribir un trabajo académico. En esto sentí como Darwin se agitaba y se acercaba hasta mí sin abandonar su estado de nerviosismo. Poco después sonaba el timbre de la puerta de forma insistente «¡vaya, se han olvidado de algo…!», pensé mientras me levantaba.
Al abrir la puerta, el vano apareció ocupado por una mujer joven, alta y de aspecto muy agradable que sonriendo me preguntó — ¿Don …? —, pronunciando mi nombre y apellido. — Si… dígame usted —, algo cortado por la sorpresa, pues había dado por sentado que me iba a encontrar con alguien de la familia.
— Soy Ana ...—, seguido de un apellido que no me dijo nada y que no me pareció como el correspondiente al de alguien que yo conociera. — Si… ¿qué desea? — contesté.
— Perdone, ¿podría pasar? —, preguntó y más confundido todavía, si cabe, le respondí. — Bueno ..., sí, pero…, ¿Qué es lo que desea?, por favor —, contesté sin abandonar el quicio de la puerta y sin facilitar el paso de la misma.
— Mire, perdone que le moleste, pero quería hablar con usted de un asunto importante ..., por favor, soy Ana, la hija de Ana ..., de Canarias — De golpe me dio un vuelco el corazón, sentí como si me hubieran dado un puñetazo en el estómago. Aquel nombre era el último que podría haber esperado volver a oír en mi vida, creo que debí quedarme con la boca abierta, verdaderamente aturdido. A su madre si la conocía, bueno …. la había conocido hacia muchísimo tiempo, y en unas circunstancias muy especiales, nunca más había vuelto a saber de ella y de eso hacía unos cuarenta años, estimé rápidamente.
— Si, por supuesto, pasa Ana, pasa — le contesté haciéndome a un lado mientras intentaba recomponer mi aspecto que, estaba seguro, debía haber notado alterado — pasa, por favor — repetí tendiéndole la mano y dejando libre el paso de la puerta.
Me adelanté a ella yendo hacia el cuarto de estar y me volví indicándole el sofá, — siéntate, por favor — dirigiéndome al sillón más próximo a ella, donde tomé asiento. Ana se removió un poco al tiempo que dejaba sobre la mesa un pequeño paquete de forma alargada que, hasta el momento, no había llamado mi atención. Me fijé en ella con detenimiento y ella se dejó mirar con un gracioso mohín. Era espigada, aunque con ciertas redondeces y su cara denotaba algunos rasgos típicos que suelen asociarse con la mujer canaria. Desde luego, todo en ella había salido a su madre y me la recordó tal y como estuvo en el último momento que la vi.
— Y bien… ¿qué es lo que te ha traído por aquí?, ¿estás pasando las vacaciones en Cantabria?, pero, lo más importante, ¿Cómo está tu madre? Ya casi ni me acuerdo de ella, aunque tú te le pareces mucho — dije de forma algo atropellada y sin caer en la cuenta de la ligera contradicción.
— Pues… — me dio la impresión de que el tono de su voz había cambiado bruscamente, como si se hubiera quebrado y tuviera alguna dificultad en hablar. — Pues ..., de eso había venido a hablarte …, el caso es que mamá falleció la semana pasada.
Una sensación de choque cálido inundó mis entrañas de golpe. Conocía perfectamente ese tipo de resurtida, era algo que ya había experimentado otra vez, como una fuerte bocanada que hubiera llenado mis pulmones de un aire extremadamente cálido impidiéndome respirar con normalidad. No sé cuánto tiempo estuve sin decir nada y aun no comprendo cómo la noticia que acababa de recibir pudo producirme aquel efecto tan devastador, teniendo en cuenta que su madre y yo solamente habíamos compartido tres días de nuestras respectivas vidas. Ana me miraba poniendo en ello toda su atención con un interés inquisidor; estoy seguro que, por alguna razón que desconocía en ese momento, esperaba y quería ver en mí una reacción que mostrase tal desolación que justificara sus convicciones, aquellas con las que había llegado hacia un rato a la puerta de mi casa.
— ¡Dios mío! — alargué mi mano cogiendo la suya con cierta firmeza mientras nos mirábamos a la cara, ella llorando abiertamente con un gemido sincopado apenas en un susurro, y yo, con los ojos totalmente llenos de una lágrima que no acababa de desprenderse.
Así estuvimos unos segundos hasta que me decidí a preguntarle, con una voz que me salió extraña y que solamente me había oído en un par de ocasiones a lo largo de mi vida.
— Y ¿cómo ha sido?, ¿llevaba tiempo enferma?
— No, ha sido bastante rápido. Aunque el mal se lo detectaron hará un año, hasta el último mes, había podido convivir con él de forma bastante razonable. Fue entonces, cuando se produjo la crisis final, cuando me contó la historia que habíais tenido juntos.
— ¿Qué historia dices? — aparenté no saber de qué me estaba hablando, pero ella siguió.
— Sí, la historia del DÓMINE, no te preocupes ni te hagas el sorprendido porque lo sé todo. Mamá me contó aquello que había mantenido en secreto durante tantos años, algo, me dijo, que no había comentado ni con su hermana Rosa a la que nunca dejó de visitar periódicamente en Cádiz.
— Pero…, hum, ¿qué sabes de eso, que es lo que te contó? — le pregunté soltándole la mano y ya recuperado el tono casi normal que había tenido abandonado.
— Pues todo…, Juan. Me contó como transcurrieron aquellos tres días y que es lo que sucedió en cada momento de los mismos.
— Pero, ¿quieres decir que te contó todo? …, ¿todo? — insistí no dando crédito a lo que me decía y esperando que la madre no hubiera entrado en detalles y se hubiera limitado a un relato general de lo sucedido.
— Juan, mi madre me contó todo, con todos los detalles haciendo uso de una memoria que me sorprendió ya que nunca había sobresalido por esta virtud. Por lo que me dijo, ‘aquello’ le había dejado marcada durante toda su vida y con aquella ‘marca’ secreta estuvo conviviendo con nosotros sin que nunca, mi padre y yo, pudiéramos sospechar que algo así podía haber tenido lugar — había insinuado una cierta pausa con la intención de dar fuerza a aquellas dos palabras de manera que quedaran perfectamente distinguidas del conjunto, como para hacérmelas llegar con una fuerza especial.
— Te refieres a tu padre y a ti como si no hubiera nadie más en la familia, ¿no es así?, ¿quieres decir que no hubo más hermanos?, porque tú deberías tener dos o tres años entonces, ¿o me equivoco? — hice la pregunta aventurando un dato envuelto en una duda cuya respuesta no me atrevía a intentar adivinar, por unos instantes mi pulso se aceleró y mi garganta quedó totalmente seca.
— No…, no te equivocas. Mamá, como sabes perfectamente, estudió Físicas en La Laguna y entonces era profesora de instituto en Las Palmas. Papá, no sé si lo sabes, es médico y entonces trabajaba también en Las Palmas, yo… tenía la edad que dices. Papá y mamá siempre llevaron una vida tranquila y convencional, eso sí, con nuestros fines de semana en la casa de mis abuelos en Teror, que eran una delicia y que no perdonaban en ningún caso. Cuando tuve que ir a la universidad, a La Laguna, ellos siempre estuvieron detrás con su experiencia y con el apoyo de los amigos que mantenían allí desde sus épocas de facultad.
Ana siguió, durante un tiempo que pasó sin darnos cuenta, contando aspectos de su vida familiar y del tiempo que pasó en la Universidad y de la forma en que conoció a su marido. Me dijo que, después de acabar la carrera había estado en Madrid haciendo el doctorado para volver a Canarias donde, definitivamente, se casó y entró en la Universidad como profesora de Matemáticas. ¡Había que ver qué cantidad de vida en otro plano distante pero relacionado, como estaba apreciando ahora, había transcurrido desde aquél viaje de Cádiz a Las Palmas, en el DÓMINE!
— ¿Tienes café hecho? — preguntó de sopetón con un tono que parecía un cambio de orientación en la conversación.
— No, pero se hace en un momento y yo te acompaño tomando otro — y seguí — espera que voy a la cocina —, pero ella se levantó rápidamente conmigo diciendo, — no, no te preocupes, lo hago yo —, total que un momento después los dos estábamos en la cocina preparando el café que habíamos decidido tomar.
— Y, entonces, ¿tu madre te pidió que vinieras a verme?, ¿porque fue así, o no? — hice esta conjetura volviéndome hacia ella en tanto que ponía al fuego la cafetera italiana y mientras Ana se mantenía de pie apoyada contra uno de los armarios de la cocina.
— Sí, hace cosa de un mes me pidió que averiguara donde te encontrabas, eso fue lo primero que me pidió.
— ¿Cómo lo hiciste? — pregunté dando por sentado que no lo habría tenido fácil, máxime si la tarea la había realizado desde Canarias, como yo daba por sentado.
— Pues aplicando la teoría de los seis saltos de separación, aunque, en mi caso, solo he necesitado cuatro. Ten en cuenta que eres una persona bastante conocida, ¿sabes a que me estoy refiriendo … no?
— Si, por supuesto, ¿te refieres a la tesis de Milgram? — dije dejando medio contestada su pregunta para ver qué efecto le causaba.
— Eso es —, se movió hacia mí tratando de coger la taza que le tendía, — el caso es que aquí estoy, cumpliendo el deseo de mamá, como tú habías supuesto.
Con las tazas servidas nos sentamos a la mesa de la cocina retomando el discurso que habíamos interrumpido en el cuarto de estar. Ana me contó cómo había sido la vida del día a día de su casa; las actividades que solían desarrollar en familia; la tranquilidad que había mostrado siempre su padre y el cariño con el que su madre cuidaba un pequeño invernadero en el jardín de Teror al que no dejaba de atender todos los fines de semana como ya me había dicho y, a veces, entre semana si pensaba que tenía alguna labor pendiente.
— Juan…, tenías que haber visto las maravillosas orquídeas que nunca dejó de cultivar. Eran famosas entre nuestras amistades y disfrutaba mucho regalándolas.
En tanto ella había estado hablando, yo había permanecido escuchando con la atención algo perdida, la vista se me había quedado fija en un punto indeterminado de la habitación mientras dentro de mi cabeza habían ido desfilando lentamente distintos cuadros pertenecientes a las vivencias del corto tiempo que compartí con su madre. Con una voz que no me pareció como mía y sin apenas darme cuenta se me escaparon unas palabras:
— Ya..., ehh…orquídeas.
El corto silencio que siguió a aquella incomprensible frase mía nos invitó a levantarnos de la mesa y dejar las tazas en el fregadero junto con lo que allí había del desayuno, pensé que después de comer ya se pondría todo en el lavavajillas. Camino del cuarto de estar, Ana me dijo:
— Bueno, el caso es que también he cumplido el segundo deseo de mamá, traerte un encargo suyo, que es lo que te he dejado ahí sobre la mesa. No lo abras hasta que yo me haya ido, por favor. Ahora voy a tener que irme porque no quiero perder el último avión de esta tarde desde Madrid.
— ¿Quieres que te lleve al aeropuerto?, no es ningún incordio para mí, de verdad.
— No, muchas gracias, en la puerta tengo un coche de alquiler. De todas maneras, te lo agradezco mucho. Me voy contenta por haber hecho lo que mamá me pidió. Juan…, un beso y que todo te vaya bien.
Nos dimos un beso y la acompañé hasta el coche. Mientras le decía adiós agitando la mano, una lágrima me brotó impulsada por el nudo que tenía en la garganta.
Miré el reloj y eran algo más de las dos, hoy no iría a la Rabia a tomar el aperitivo, donde solía instalarme debajo de los plátanos de la terraza mientras leía las noticias del día o del libro que hubiera llevado. Era la cuarta fase diaria de mi rutinaria existencia veraniega salvo que, en este caso, había sido sustituida por una experiencia sorprendente e increíble. Lo que había vivido en las dos últimas horas, había sido lo más extraordinario que me había sucedido en mucho tiempo. Esta vez mi pautada actividad había quedado rota, ¡y de qué forma!
Volví al cuarto de estar. Al pasar junto a la mesa miré al paquetito sin atreverme a cogerlo y seguí hasta el cuarto de baño, llené la pila del lavabo para sumergir mis muñecas en agua fría y después echármela por la cara y la cabeza varias veces mientras respiraba profundamente por la boca. Cuando creí que me había recuperado, procedí a secarme y a peinarme volviendo al cuarto de estar. Esta vez sí cogí el paquete y salí con él al porche volviendo a ocupar el sillón abandonado cuando llegó Ana. Dejé el paquete en la mesa y durante unos minutos no fui capaz de retirar mi vista de él; allí estaba, ocupando el centro de un barullo de cosas. Recostado hacia atrás en el sillón, cerré los ojos y me sumergí en un atropellado mar de recuerdos que me puse a poner en orden.
Aquella mañana de principios de febrero, creo que fue en 1967, había llegado a Cádiz procedente de Madrid con la intención de coger la motonave DÓMINE que habría de llevarme hasta Las Palmas, donde esperaba mi próximo destino. Ya en el puerto fue fácil dar con el barco que estaba ocupado en las faenas de carga de bodegas. En el muelle y en sus proximidades, había una docena de camiones y remolques hasta arriba de sacos y fardos y pallets que una grúa iba embarcando en medio de un trajín frenético. Después de subir a bordo y dejar el equipaje en el camarote que tenía asignado, fui a saludar al capitán que me confirmó la salida a la mar para las dieciocho horas. Como tenía tiempo para perder, decidí hacerlo bajando a tierra para callejear en la vecindad de algunos lugares que conocía muy bien. Después de comer volví a bordo. A la hora prevista, estábamos largando amarras. Desde la galería protegida de la cubierta de paseo, me entretuve observado la maniobra de desatraque y la salida de puerto. El tiempo era bueno y todo prometía una travesía tranquila y cómoda. Una hora después me retiraba al camarote en la misma cubierta; donde, durante un rato, estuve ocupado en preparar la ropa de dormir y los utensilios de aseo, que dejé ordenados en el cuarto de baño.
Debía ser algo más de las ocho cuando un camarero golpeó la puerta con los nudillos, traía la solicitud del capitán para que asistiera a una bienvenida que quería darnos a los pasajeros de primera clase; nos esperaría en el Salón de Música a eso de las nueve, antes de la cena. Le confirmé que estaría listo para esa hora. Cuando se fue el camarero, me quedé algo extrañado por el detalle, pero lo di por bueno, me alegré de que todavía quedara gente que sabía ejercer la hospitalidad marinera en sus más exquisitos términos. Por otro lado, pensé que le debería resultar bastante inconveniente si acostumbraba a hacerlo en todos los inicios de travesía. Bueno..., veríamos en que resultaba aquello. Un poco antes de la hora prevista dejé el camarote y me dirigí al encuentro del capitán y del resto de pasajeros con los que iba a compartir la travesía. Cuando llegué a la entrada del compartimento, entendí el porqué del nombre que le había dado el camarero, un imponente “Steinbach” era el protagonista del lugar; en el cual, además, había ordenadamente distribuidas varias mesitas de a cuatro.
En el centro del Salón estaba el Capitán, al que ya conocía de la mañana. Charlaba con dos personas, un hombre de media edad y una mujer algo más joven. Un poco retirado del grupo, el camarero que me había avisado permanecía atento al primero. Al llegar, y después de saludarlo, me presenté a las otras dos personas: ella se quedaba en Santa Cruz y él continuaba hasta Las Palmas. Bueno, pensé, si todo el pasaje de primera somos los que estamos aquí, tampoco le debe resultar incómodo y oneroso saludarnos para darnos la bienvenida. Llevábamos un rato hablando del tiempo que se esperaba durante la travesía y como el Capitán parecía que se retrasaba en ordenar al camarero lo que tuviera previsto, estaba claro que esperaba a que se incorporara alguien más.
En esto, se produjo una interrupción súbita de la conversación que estábamos manteniendo, mis acompañantes parecieron ponerse de acuerdo para llevar al unísono sus miradas hacia un punto detrás de mí. Me volví y me encontré con la persona que acaba de llegar Era joven, de mi edad aproximadamente, un poco más alta que yo, trigueña y con los ojos claros; era una mujer verdaderamente guapa y la última del pasaje que faltaba por unirse al grupo. Ana, como inmediatamente nos enteramos, seguiría viaje hasta Las Palmas. El Capitán hizo una seña al camarero que se acercó preguntándonos por lo que deseábamos beber y cada uno solicitó lo que estimó oportuno, yo pedí un jerez. Hago un esfuerzo por recordar, pero no logro acordarme de qué fue lo que pidió Ana. El Capitán, que también había pedido un jerez, nos preguntó si queríamos sentarnos y todos nos mostramos de acuerdo en permanecer de pie; estuvo un rato con nosotros y luego se disculpó con una ocupación que le reclamaba en el puente. El estado de la mar era tan bueno que apenas se notaba alguna pequeña oscilación, y eso poniendo cuidado en detectarla, a pesar que ya hacía tiempo que habíamos superado nuestro primer horizonte.
Nosotros seguimos un rato con nuestra conversación abierta e intrascendente hasta que un gesto del camarero nos indicó que podíamos bajar a cenar. Las amplias escaleras de madera de gruesos pasamanos no parecían las propias que podríamos esperar encontrar en un barco y si más las de una gran casa señorial. Bajamos a la cubierta principal en la que se encontraba el comedor al que accedimos a través de una puerta acristalada de importantes y trabajados marcos de madera, el salón lucía un aspecto muy sugerente con sus mesas de maderas nobles y sus puertas y ventanas con vidrieras y cristales emplomados, pero, lo que más me sorprendió, fue la doble altura con ventanas simuladas en la cubierta alta cosa que daba al compartimento un aspecto grandioso. El centro del compartimento estaba ocupado por una mesa principal a la que todos nos sentamos juntos, en una de sus cabeceras. La mujer de Santa Cruz venía de Córdoba donde había estado unos días visitando a su madre que no estaba bien de salud, su marido era notario o juez, algo que ahora no puedo precisar; el hombre de Las Palmas tenía una tienda en el centro de la ciudad, creo que de máquinas de fotos y accesorios para fotografías, también prismáticos, lupas y este tipo de cosas; la mujer de Las Palmas era profesora en un Instituto, había pasado una semana en Cádiz con su hermana que acababa de dar a luz; yo era oficial de la Armada que iba a tomar posesión de mi destino en una fragata con base en el Arsenal de Las Palmas. Creo que mis circunstancias personales fueron las que resultaron de mayor interés ya que no dejaron de hacerme preguntas sobre las mismas. Ana estuvo todo el tiempo muy pendiente de lo que decía y a mí me salieron un par de ocurrencias: una de ellas genuina y espontánea; la otra la traía preparada, pero ellos nunca lo supieron.
Después de la cena, el comerciante sugirió que siguiéramos con la conversación en el Salón mientras tomábamos alguna cosa, pero no tuvo éxito. Yo estaba muy cansado, cosa que achaqué a lo mal que había dormido en el tren. Una vez en el camarote, me costó cierto esfuerzo desnudarme y ponerme el pijama, así estaba de cansado. Aquella noche dormí como un leño y al día siguiente no desperté hasta tarde, deberían ser bien pasadas las nueve, de manera que cuando fui a desayunar ya todos lo habían hecho. La mar seguía regalándonos su estado apacible, sólo se percibía un ligero balance, algo largo pero muy lento, una delicia de día lleno de luz. Después volví al camarote y me eché sobre la cama deshecha deleitándome en los recientes recuerdos de la noche anterior. En aquella posición y con el ánimo dispuesto a dejarme llevar hacia el lado amable de la vida, me vinieron a la mente las cosas sucedidas recientemente especialmente las escenas compartidas durante la copa de recepción del Capitán y posteriormente los pequeños detalles que ilustraron la agradable cena. Fue como una especie de repaso de situación tratando de centrar los aspectos más interesantes de cada uno de los personajes que había tenido la oportunidad de conocer y no me sorprendí que en ese vaivén imaginario el rostro de Ana no dejara de estar presente. No llegué a quedarme dormido pero debí estar a punto de ello, tal era la placidez que me invadía. De golpe reaccioné y decidí que esa no era manera de aprovechar un día tan extraordinario como aquél, me incorporé y cogiendo un libro decidí empezar subiendo al puente a saludar a los que allí se encontraran de guardia en aquel momento.
El cielo se mostraba tremendamente claro, no se veían más que unas pequeñas nubes sobre el horizonte, el viento bonancible de popa debía llevar nuestra misma velocidad porque no se percibía en absoluto, una ligera marejadilla navegaba sobre una larguísima mar tendida que era la causa de aquél mínimo balance, apenas perceptible. Subí la escala y me asomé a la puerta del puente que daba al alerón de estribor saludando desde allí a los de dentro, — buenos días y buena guardia. Las tres personas en uniforme se volvieron hacia mí: el marinero que iba a la caña me miró sonriendo pero no contestó; el primer oficial, al que le supuse el grado por los dos galones de catorce y los dos de siete de su bocamanga, levantó un brazo y me contestó con otro, — buenos días, gracias —; el tercero que debía ser un agregado por el galoncillo de siete milímetros que llevaba en la hombrera, levantó la cabeza de lo que le ocupaba sobre la mesa de cartas y me regaló un escueto — hola —. Después, hice un gesto con la mano y sin más, me volví hacia popa a lo largo de la cubierta de botes. La banda de estribor estaba bastante despejada y allí había dispuestas seis o siete tumbonas de madera de teca con sus respectivas colchonetas, colocadas de través, elegí una y me senté en su borde. No habían transcurrido un par de minutos cuando el camarero de la noche anterior, ahora de faena en cubierta, apareció con una manta y una pulcra almohada con la funda perfectamente almidonada. — Buenos días, aquí le traigo esto —, siguió, — hace un poco de frio, ¿no? — y desapareció hacia la escala de popa.
Verdaderamente, la mañana era fresca. Tumbado y con la manta tapándome el pecho me encontraba maravillosamente bien a pesar de que, la novela de Conrad, me tenía algo confuso y era raro porque toda su obra, llamémosle convencional, siempre había encontrado en mi un lector receptivo y positivo y favorable. Pero, El agente secreto, se distanciaba de todo aquél Conrad más conocido del que hablo y que era el que más había leído hasta entonces. Recuerdo que un pesquero por la aleta de estribor venía andando más que nosotros, cosa que no resultaba muy complicado dado que no iríamos dando mucho más de doce nudos, poco a poco nos iba dando alcance hasta que se puso por nuestro través…, largó un par de pitadas que fueron respondidas desde nuestro barco y siguió hacia el sur ganando distancia paulatinamente.
Ya cerca de la una de la tarde, decidí dejar la lectura y me incorporé sobre la tumbona, tomé una esquina de la manta y la dejé pisada por una de las patas. El bar estaba a proa de la cubierta de paseo, iba de banda a banda y resultaba un espacio algo estrecho pero muy curioso. En el centro, la barra ocupaba un lugar importante de modo que entre esta y el mamparo de proa el paso era algo limitado. Una fila de mesas corría pegadas al mismo mamparo de manera que estas solo tenían dos asientos enfrentados. Las ventanas eran grandes y de guillotina que se manejaba con una faja de loneta que permitía izar y llevar a su alojamiento la parte movible, similar a las ventanillas de los antiguos trenes que habían dejado de estar en uso hacia muy poco. Todo en el DOMINE ayudaba a retrotraer el pensamiento trasladándolo a tiempos pasados y lejanos, sus más de treinta años de servicio, la calidad de las maderas y la tipología de la decoración en espacios comunes y camarotes, contribuían a despertar en el pasajero esa sensación de encontrarse en otra época, de estar viviendo un momento mágico perteneciente a la generación de sus abuelos.
Allí estaban mis compañeros de pasaje dispuestos a tomar una cervecita antes de comer y me junté a ellos. Mientras, a través de las ventanas, se percibía una sensación de extrema luminosidad con el sol casi por la proa y no muy alto sobre el horizonte, una intensa pero fría luz que no resultaba especialmente molesta. La comida transcurrió en medio de conversaciones que no perdieron su interés en ningún momento, después, subimos al Salón y estuvimos de cháchara con un café hasta que cada uno se retiró a su camarote. Es curioso que de aquellos instantes solamente recuerde con nitidez el buen cigarro que se fumó nuestro compañero, el comerciante de Las Palmas, y con este recuerdo me ha aflorado una ligera sonrisa al valorar lo mucho que han cambiado las cosas en estos últimos cuarenta años.
Ya en el camarote, el rítmico y machacón y sordo ruido de las máquinas bajo el cual parecía subyacer el periódico batido de las palas de las hélices, producía un rumm-rumm-rumm que, con el suave balance del barco, tenía la virtud de inducir una modorra solo superable con una buena siesta y a ello puse toda mi dedicación. Alrededor de las ocho tuvimos otra agradable sorpresa pues el camarero nos avisó de un rato de música de piano. Cuando llegué al salón quedé sorprendido de que el pianista fuera el propio Capitán que, puesto al Steinbach, no tardó mucho en estar atacando unos temas populares del campo de los boleros, luego, cogió unas partituras y tocó varias piezas de Chopin entre las que pude identificar dos deliciosas polonesas, “Militär” y “Heroische”. “Tan…tarán…tantarararán….tarán”. ¡Quién lo hubiera imaginado! Estoy convencido de que si grande fue mi sorpresa no menor debió ser la que experimentaron mis compañeros de travesía, con los que tuve la ocasión de cruzar miradas de contenido asombro.
La cena fue otro tiempo de disfrutar ya que la charla durante la misma estuvo muy animada y participada por todos hasta el punto que ninguno hizo el menor comentario sobre la excelente langosta y el sabroso turnedó que nos pusieron así como acerca de la exquisitez de la vajilla y del servicio; la sobremesa con copa alargó la velada hasta bastante tarde. En un momento de la misma, las miradas que nos cruzamos Ana y yo se mantuvieron más firmes de lo que hubiera correspondido a una oportuna discreción. Fue entonces cuando se me ocurrió algo que creo que fue lo que daría pie a todo lo sucedido a continuación en aquél corto viaje. Temía que iba a cometer un error, al menos así lo pensé en aquel momento, pero me atreví a proponerlo:
— ¿Quieres conocer alguna de mis estrellas amigas? — le pregunté con bastante desparpajo teniendo en cuenta la pequeña convulsión nerviosa que la duda sobre su oportunidad me había producido. Al oír mi propuesta, comprobé que nuestros compañeros de viaje intercambiaban una mirada de inteligencia y una disimulada media sonrisa. Contra todo pronóstico, de forma clara me contestó:
— Claro, pero ¿no hará frío en cubierta?, espera que voy a coger una chaqueta. Y salió camino de su camarote momento que aproveché para hacer lo propio. Unos minutos después estábamos subiendo a la cubierta de botes.
‘En menudo lío me había metido’, pensé, ‘¿ahora que le cuento a ésta?’, Daba vueltas en mi cabeza buscando una salida mientras andábamos lentamente hacia popa y mirando al cielo tratando de encontrar una referencia que me permitiera salir del atolladero. A la espera de lo que le iba a decir, ella me miraba a mí y al firmamento. El cielo estaba casi a reventar de estrellas, por la proa y un poco a estribor, a buena altura, brillaba Orión con toda su fuerza y hermosura y sentí un impulso inmediato en el sentido de dedicarle mi disertación pero inmediatamente me di cuenta de que su historia mitológica era intrincada y confusa, a los efectos que me proponía que no eran otros que los de seducir, por mucho que Sirius luciendo por encima de la proa podría ser traída al relato y así arreglar la cosa. Dudé y decidí pasar por alto al Cazador y al Can Mayor. Próximos al cenit tenía a Cástor y Pólux, me decanté por los Gemelos y procedí a contar la historia de su especial fraternal relación pues, aunque se les denominaba los Gemelos solo compartían a Zeus como padre. Le expliqué que los hermanos eran argonautas y primos de Idas y Linceo que también lo eran entre ellos. Con estos últimos entrarían en conflicto por cuestión de amores y en la lucha final todos acabarían matándose los unos a los otros. Pólux rechazó la inmortalidad que le correspondía a menos que la pudiera compartir con Cástor, favor que acabó concediendo su padre elevando a los dos al lugar que ahora ocupaban.
La historia parecía tener muy interesada a Ana qué, en un falso balance y sin querer, quedó colgada de mi brazo. Miraba alternativamente al lugar del cielo donde estaban los Gemelos y a mí, hasta que noté que me estaba mirando más a mí que al cielo y comprendí que había que dar por terminada la sesión de astronomía. Bajamos al Salón, donde permanecían nuestros compañeros y dejando allí a Ana me retiré con la disculpa de encontrarme algo cansado. Había interrumpido el clímax del momento que, inevitablemente, tendría que haber sido coronado besándola…y no me había atrevido.
Sin embargo y contradictoriamente cuando volvía al camarote iba con una cierta sensación de plenitud, ‘¡había estado bien mi juego con las estrellas!’, pensé; había dominado la situación y la había llevado por donde había querido, a pesar de que todo estuvo inicialmente condicionado por la improvisación. ¡Bien! me encontraba pletórico mientras repasaba los pequeños detalles del momento anterior en cubierta, a pesar de que me reprochaba el no haber tenido el valor de rematar la situación como debería de haberlo hecho, estaba contento mientras iba poniéndome el pijama para acostarme y quedarme dormido a los pocos instantes. A la mañana siguiente, ya estaba despierto antes de las siete, inquieto di un par de vueltas en la cama tratando de coger un segundo sueño pero me resultó del todo imposible. El caso es que fui el primero en llegar al comedor y allí estuve esperando hasta que nos encontramos todos juntos desayunando. Ana y yo retomamos la historia de los Gemelos ampliándola con algunos detalles, como el del robo de ganado que los hermanastros llevaron a cabo ayudados por sus primos; la forma en que repartieron el botín y la incidencia que ello tuvo sobre el aspecto canónico que el signo Tauro adopta en la iconología del Zodíaco. ¡Estaba en mi salsa!
Quería guardar para Ana y para mí el descubrimiento de la tumbona y como no deseaba que los otros dos se apuntaran, discretamente, le pregunté — ¿te apetece tomar un baño de frescor marinero? — a lo que sin encomendarse a Dios ni al diablo contestó con un gesto de cabeza afirmativo.
— A las once en la cubierta de botes — le propuse.
Un poco antes de la hora convenida, ya me encontraba allí perfectamente acomodado. En éstas estaba cuando por mi lado derecho apareció de golpe, debí de haber estado distraído los instantes previos pues ya se encontraba a medio camino entre la escala que bajaba a la cubierta de paseo y el lugar en el que me encontraba yo. Vino hacia mí andando sin ninguna prisa, como si a cada paso que daba, deshiciera un poco el terreno ganado para, con esta argucia, hacerse apreciar mejor en la espera que provocaba. Por fin Ana acabó agotando el espacio que nos separaba con lo que dejó de ser el inquietante espectáculo que había sido y pasó a formar parte de la platea. Detrás de ella, y como por milagro o como parte de la ilusión anterior, surgió el mismo camarero con otro juego para su tumbona.
— ¿Admites compañía? ¡qué buena ocurrencia has tenido!, pero yo no he traído nada para leer — fueron sus palabras mirando el libro que sostenía en mi regazo con el dedo índice introducido en sus páginas. Me incorporé y contesté, — mejor, anda acomódate y disfruta de esto que nos ha regalado Neptuno.
— Por favor no te muevas — y se sentó en la tumbona que estaba a mi izquierda. Yo permanecí un rato en silencio contemplando como se echaba y se arropaba hasta adoptar una disposición parecida a la que yo tenía.
— ¿Estoy bien? — que pregunta más tonta y, sin embargo, que cantidad de sugerencias me pareció que encerraba. Aunque, bien visto, aquello no era más que una pregunta sencilla y bien intencionada y nada retórica, al menos eso fue lo que pensé en aquel momento.
Aquél día transcurrió como un calco del anterior, todos los componentes que lo habían hecho ideal volvieron a estar presentes con la misma intensidad, yo no daba crédito a estar disfrutando de una navegación en unas condiciones tan excepcionales, parecía que las fuerzas desconocidas del Universo se habían confabulado para ofrecernos una travesía feliz. Un par de barcos de gran porte se mantenían lejos y a nuestra altura. Ana no hizo comentario alguno sobre el particular pero volvió sobre el tema que nos había tenido ocupados la noche anterior.
— Oye, anoche dijiste cosas de los Gemelos que me parecieron muy interesantes y que me gustaron. Como licenciada en Físicas soy bastante aficionada a la Astronomía pero estas cosas relacionadas con la mitología griega las desconocía. ¿Qué era aquello tan particular de Linceo?
— Me imagino que te refieres a su vista, ¿no?, pues el caso es que Linceo tenía una vista excepcional, muy superior a la de todos, con unos ojos penetrantes que le permitían ver en la oscuridad y descubrir los tesoros escondidos por muy bien que hubieran sido ocultados. De aquí es de donde viene «tener una vista de Linceo» y no de lince, como suele decir la gente. La vista del lince es más bien normal tirando a regular; lo que este gato tiene verdaderamente bueno es el oído y también el olfato, pero…. la vista…. pues no.
— ¿Y lo de Tauro? — preguntó demostrándome que había estado muy atenta a mi discurso de la noche anterior.
— Pues eso es que, cuando se encontraban en el Argo, como argonautas que eran los cuatro, juntaron sus fuerzas para llevar a cabo el robo de una punta de vacas; una vez que lo realizaron, para ver de qué forma llevaban a cabo el reparto hicieron una apuesta. Descuartizaron una de las vacas y apostaron a ver quien acababa antes con la parte correspondiente. Idas y Linceo hicieron trampas y se comieron a toda velocidad la suya mientras los Dioscuros, no.
— ¿Tiene algo que ver esta vaca con Tauro?
— Así es, la forma canónica de Tauro es la mitad delantera de una vaca recostada, con la pata delantera derecha doblada y la izquierda avanzada en escorzo caldeo. Esta mitad es la que no se comieron Cástor y Pólux y que les acompaña en el firmamento muy próxima a donde están ellos, en la siguiente casa zodiacal.
— Dime una cosa, Juan, ¿tu sabías que íbamos a ver a los Gemelos o te los encontraste allí?
— Esa pregunta te va a costar un duro, dime, ¿tienes un duro aquí? — se me quedó mirando con un gesto que parecía no creerse lo que le decía. —No, pero bajo ahora mismo a por él.
— No puede ser, eso no vale, si no tienes un duro no contesto tu pregunta, son las reglas del juego — le dije recordando mi precaución al no haberme decantado por Orión, cosa que hubiera parecido más apropiada teniendo en cuenta que ambas constelaciones eran perfectamente visibles y que el esplendor de ésta era muy superior al que mostraba los Gemelos.
— ¿De qué juego?
— Del mío, claro, y yo pongo las reglas — Ana frunció de forma extraña y teatral la nariz y me sacó la lengua, pero yo me mantuve firme.
Con el regusto que había dejado en mí su último gesto, decidimos estirar un poco las piernas dando un paseo de vaivén por la cubierta de botes, nos levantamos de nuestras tumbonas dejando pisadas las respectivas mantas y estuvimos un rato paseando sobre una cubierta que se mantenía prácticamente horizontal solamente sometida a un balance largo y lento y casi imperceptible, a continuación bajamos al bar a tomar una copita y dejar vagar la mirada a través de aquellas ventanas inmensas que me tenían fascinado. Al segundo jerez me di cuenta que habíamos estado dos horas sin parar de hablar. Ciertamente, pensé, Ana era espléndida y sabía jugar espléndidamente con su propia esplendidez. Me sonreí de la tontería que acababa de ocurrírseme pretendiendo remedar aquello de «la razón de la sinrazón que a mi razón se hace…», un ‘pobre don Miguel’ me vino al pensamiento.
Ahora, sentado en el porche de mi casa en Comillas, dejando a un lado las evocaciones que me habían tenido entretenido, decidí levantarme y abrí los ojos con fuerza tratando de incorporarme a la realidad del momento. Allí, encima de la mesa, seguía la caja con su lazo. Debía de ser algo importante lo que la mujer con la que había estado manteniendo estas ensoñaciones recuperadas, me había enviado desde más allá de su último horizonte, un lugar que no podía imaginar sin tristeza. Decidí ir al frigorífico a coger una lata de cerveza que abrí dándola un sorbo. Volví al porche a sentarme en el mismo sitio intentando recuperar la continuidad de los pensamientos que me habían tenido ocupado. Una mueca triste quedó dibujada en mi cara y, al darme cuenta de ello, traté de borrarla y sustituirla por una sonrisa para quedarme inmóvil en ella, ‘mejor así’ pensé. Volví a echar una ojeada a la caja, alargué mi mano y la toqué con cariño. Otro sorbo a la cerveza y vuelta a repantigarme en el sillón. Unos segundos después había retomado el hilo de mis recuerdos sobre aquél viaje. en el DÓMINE, que siempre di por perdido en la sentina de mis recuerdos. Ahora me encontraba de nuevo en el Salón de Música saboreando un jerez en compañía de mis circunstanciales amigos, envuelto en una alegre e insustancial conversación, antes de bajar al comedor para la cena.
Recuerdo que la cena de aquella noche me pareció especialmente animada, tal vez contribuyera a ello las dos copitas de oloroso que había tomado durante el aperitivo previo o tal vez fuera la calidad del rioja, que estábamos compartiendo, lo que había contribuido a proporcionarme aquella perspectiva tan eufórica. El caso es que, los cuatro pasajeros de primera habíamos descubierto que estábamos teniendo una travesía muy agradable en todos los sentidos y, así, nos lo hicimos notar unos a otros. Hubo un momento que aporté un comentario sobre algo que se estaba discutiendo y mi punto de vista fue muy aceptado por todos, especialmente por Ana que ocupaba el asiento fronterizo al mío.
Fue entonces cuando se produjo la rotura de la normalidad, de repente noté que Ana me daba un golpecito en la pierna. Pensé que había sido un sin querer, en un movimiento incontrolado de sus pies y no hice caso al incidente. Poco después, me volvió a golpear suavemente, pero, esta vez, de forma repetida. Yo la miré y ella me sonrió de manera clara y evidente y cómplice; tan descarada qué, para otros que no supieran lo que estaba pasando, espantaba cualquier interpretación de su auténtica intencionalidad, nadie hubiera podido sospechar que sólo era una manifestación, en otro plano, de lo que estaba sucediendo por debajo de la mesa. Entonces, utilizando la misma onda en la que se estaba transmitiendo el mensaje, le dediqué un gesto tan abierto y claro como el que ella me había destinado. Tengo que reconocer que de aquella cena, además del amable tono general que ya he comentado, no logro acordarme de ninguna otra cosa remarcable, solo que no dejamos de charlar en clave surrealista, al menos eso me pareció a mí, creo que no deje de enlazar una tontería con otra, mientras Ana se reía de todo. Al final, cuando nos despedíamos para retirarnos, muy discretamente, me dijo, — no cierres la puerta.
Eran las nueve cuando desperté y media hora después me encontraba en el comedor tomando mi desayuno solo. Salí a cubierta y pude comprobar que el barco debía llevar varias horas atracado al muelle de Santa Cruz porque la actividad a bordo y en tierra estaba muy desarrollada. Dos plumas no dejaban de trabajar animadas y jaleadas por el sonoro y entrecortado ruido de sus chigres descargando fardos y pallets desde las dos bodegas cuyas respectivas tapa-escotilla tenían retiradas. Las otras dos permanecían cerradas y supuse que su carga estaría destinada a Las Palmas o a Santa Isabel, las dos siguientes escalas del buque. La maniobra estaba siendo dirigida por el Primer Oficial que iba de un lado a otro en cubierta. Poco después, al pasar junto a mí me dijo que antes de las ocho de la tarde no tendrían terminada la faena y que a partir de las diez de la noche se saldría a la mar en cualquier momento. Estaba distraído con el ajetreo del muelle, cuando sentí una mano en un hombro al tiempo que la voz de Ana:
— Buenos días, ¿qué tal estás?, ¿has descansado bien?
— Hola, buenos días, si muy bien, ¿y tú?
— Bien, bien, gracias. ¿Qué hacemos?, ¿se puede bajar?, ¿Cuánto tiempo va a llevar todo esto? — soltó las preguntas sin esperar a que le diera alguna contestación.
— El Primer Oficial, me ha dicho que podemos bajar a tierra pero que debemos estar de vuelta antes de las ocho de la tarde, que será cuando hayan terminado la maniobra. ¿Damos un paseo?
Dicho esto, tal y como estábamos, bajamos al muelle y nos pusimos a caminar en silencio hacia la Plaza de España, el uno al lado del otro. En un momento determinado, como si nos hubiéramos puesto de acuerdo, al unísono, ambos nos balanceamos ligeramente y chocamos los hombros, nos miramos y empezamos a reír, sin razón ni sentido, pero de forma repetida. Vuelta a cruzar nuestras miradas y a reír sin aparente justificación. En esta tesitura llegamos a la plaza y nos paramos quedando los dos de frente, con los brazos caídos a lo largo de nuestros cuerpos, nos cogimos las manos y nos dimos un rápido y furtivo beso. Otra vez a reír, hasta que Ana paró en seco:
— Bueno, ya está bien, ¿Qué hacemos?, ¿subimos paseando hacia el centro?, venga — y sin esperar respuesta ya estábamos andando en la dirección que había marcado.
Fue un paseo sin rumbo, al menos para mí que no conocía bien la ciudad donde sólo había estado dos o tres veces con anterioridad. Íbamos viendo escaparates de tiendas, especialmente de artilugios electrónicos, máquinas de fotografías y cosas de este estilo, casi todo de importación japonesa. Era verdaderamente delicioso andar por sus calles, ahora por aquí y ahora por allá. El cielo lleno de sol y el ambiente fresco estimulaban la capacidad de percibir el más pequeño detalle placentero haciendo que lo que quedaba de la mañana prometiera un goce continuo. Pasamos por una pequeña placita y al cabo de un buen rato acabamos entrando en un gran parque. Dentro del mismo, los matices particulares del invierno subtropical se hicieron aún más evidentes. Al entrar en el jardín, nos habíamos cogido de la mano de manera que volver una y otra vez a cruzar nuestras miradas nos hacía sonreír como tontos. En un momento dado me soltó la mano de golpe y me dijo con entusiasmo:
— Venga, se me he ocurrido una idea, vamos fuera — apresuramos el paso hacia una de las puertas que no era la que habíamos utilizado al entrar, ella sabía bien donde nos encontrábamos pues un poco más adelante estábamos en una parada de taxis tomando uno de ellos, con un mandato al taxista, — Llévenos a San Cristóbal — a mí me sorprendió pues en un primer momento no comprendí que quería decir a La Laguna.
Ya en el coche, cogidos de la mano nos miramos de una manera que nunca podré olvidar, sin necesidad de una sola palabra yo sabía que ambos estábamos rememorando la experiencia compartida de la noche anterior. No podría decir cuánto tiempo nos llevó el trayecto hasta La Laguna porque todo el transcurrió en un éxtasis indescriptible del que salí bruscamente cuando el taxi paró y me di cuenta que nos había dejado en las proximidades de la Universidad. Una vez a pie nos dispusimos a dar un lento paseo hacia el centro histórico de la ciudad. Ana había pasado allí cinco años de facultad y parecía tener los recuerdos muy recientes; vibraba contándome las dificultades que tuvo que superar al vivir desplazada de su familia, aunque yo no lo veía del mismo modo porque, realmente, la distancia entre las dos islas era muy corta y las facilidades para ir de una a otra eran muchas. De hecho, me confesó que algunos fines de semana, durante el desarrollo del curso académico, solía volar a su isla para ir a Teror con los suyos.
Callejeamos por la zona del Casino y de la Catedral, recorriendo preciosas calles con casas de arquitectura muy personal y sugerente que denunciaba a las claras el lugar en que nos encontrábamos. Cogidos del brazo, y andando lentamente, hubiéramos deseado que el tiempo no transcurriera más, que se quedara quieto en el momento que estábamos viviendo y, así, por la eternidad. Cerca de un teatro, en una de aquellas calles a las que dimos vueltas y revueltas volviendo a pasar alguna vez por el mismo sitio, había visto una tienda de flores. En el restaurante donde estuvimos comiendo, los dos creímos haber alcanzado un nivel de proximidad que parecía como si lleváramos juntos un siglo. Teníamos las manos cogidas por encima de la mesa mientras esperábamos que nos trajeran el postre cuando le pedí que me disculpara un momento que tenía que salir por una cosa. Me miró extrañada y asintió. Unos minutos después estaba de vuelta con una orquídea amarilla en una caja de plástico duro. La tomó sin abrirla llevándosela al pecho, luego se levantó, rodeó la mesa y me dio un beso cuyo aroma me ha parecido que se ha vuelto a hacer presente ahora.
La vuelta la hicimos en guagua y pasadas las siete ya estábamos en Santa Cruz. Dimos un paseo, volvimos al barco y cada uno se retiró a su camarote. Estábamos cenando cuando desatracamos para iniciar nuestra última singladura que habría de ser corta. Durante la cena Ana se mantuvo incomprensiblemente taciturna y apenas intercambiamos algunos comentarios monosilábicos, nuestro amigo se mostró muy dicharachero y esa fue la causa de que no tuviéramos una tragedia. Noté que me miraba de una manera diferente a como lo había hecho hasta esa misma tarde, hasta el momento en que subimos a bordo y nos separamos para dirigirnos al camarote; sin abandonar del todo su calidez había incorporado un gesto distante y perdido. Durante el tiempo que habíamos permanecido separados algo tenía que haberle sucedido que le hacía adoptar la actitud que me estaba mostrando. No contestó a ninguna de mis preguntas más que con frases cortas y evasivas, estableciendo un mamparo virtual entre nosotros, una distancia que antes no había existido en ningún momento, ni aún en el primer día cuando todavía nada sabíamos el uno del otro. Yo me temía lo peor pero no encontraba justificación alguna, por más que le daba vueltas tratando de analizar la situación desde distintos enfoques.
Después de la cena pasamos al Salón, nuestro compañero de viaje se disculpó y se fue al camarote, dejándonos solos a Ana y a mí. Ella no perdió un segundo y fue por derecho al núcleo de la cuestión, me dijo que todo lo que nos había pasado era algo que nunca en su vida pensaba que podría haberle sucedido y qué, no estando arrepentida de nada de lo que había hecho, consideraba que debíamos dejarlo en el punto al que habíamos llegado, por bien de los dos. Me pidió que, si yo sentía por ella algo importante le hiciera el gran favor de dejar esta historia que habíamos creado entre los dos como algo sagrado que no volveríamos a tocar y que al hacerlo así y al asumir el sacrificio que ello comportaba, nos demostraríamos el uno al otro la importancia que había tenido para nuestras existencias. Ana estaba llorando sin ningún recato y yo tenía la garganta hecha un puño cerrado sin comprender el porqué de todo aquello ni las razones de aquél súbito cambio en su comportamiento para conmigo. No me di cuenta del alcance terrible de la promesa que le estaba haciendo y de los días de sufrimiento que me esperaban, pero eso pertenece a otra historia. Ana se levantó y me besó tiernamente llenando mi rostro de sus lágrimas. Acto seguido se dio la vuelta y se fue a su camarote.
Yo seguí allí media hora más, totalmente aturdido, sin comprender el verdadero significado de todo el aluvión contrario que se me había echado encima y de golpe. Aquella noche, después de estar más de una hora dándole vueltas a la situación, me costó un gran esfuerzo acostarme y solo después de dos horas agitadas en la cama, muy malamente, logré conciliar un sueño lleno de inquietudes y desazones. Cuando me desperté y bajé a desayunar, llevábamos varias horas atracados al muelle Grande. Una hora más tarde el último pasajero de primera abandonaba el barco para, en un taxi que había pedido, llegarse al Arsenal.
El paquete seguía encima de la mesa esperando ser abierto y yo me resistía a hacerlo porque ya sabía qué era lo que contenía. Me levanté, volví a la nevera y cogí otra lata de cerveza. De nuevo sentado en al sillón del porche, me eché hacia atrás, di un trago a la cerveza y respiré profundamente envuelto en las evocaciones que habían despertado mis provocados recuerdos. Al cabo de un rato volví mí mirada hacia el paquete, me incorporé, le quité el lazo y desenvolví el papel al tiempo que cerraba los ojos de los que se escaparon unas lágrimas, en las manos sentía una caja de plástico duro que volví a dejar en el mismo lugar en el que había estado, echándome para atrás. Fuera se oían los ruidos de la familia llegando de la playa, la puerta al ser abierta y la confusión de los pequeños con sus gritos. Sentí como mis hijas se acercaban a la mesa y se quedaban mirándome sorprendidas por mi postura y por la orquídea amarilla que estaba en la caja en medio del paquete desenvuelto. Sin decir nada, comprendieron que algo muy importante había pasado esa mañana en casa.
Second Prize Short Story in Spanish
Noche de sombras
Author: Lizbeth Luna Victoria Vargas
Master en Comunicación Corporativa
Peru
Es cierto, ahora que se fue la luz es muy difícil ver mi propia sombra. Ya me había acostumbrado a que me siguiera a todos lados. De hecho, no solo no veo mi sombra sino que tampoco mis manos, ni mis pies. ¿Y si me he convertido en ella? Bah, ¡yo soy un niño de casi siete años y tengo mi propia sombra que también tiene casi siete años y que no soy yo y seguro aparecerá en cualquier momento! Entonces, alguien podría decirme por favor dónde está. ¿Y si en verdad soy una sombra? Porque mira, yo sé que esta forma oscura soy yo, por lo que parezco mi sombra. Si tan solo la Claudia estuviera acá me ayudaría a revelar este misterio. Hace rato que se fue a buscar ayuda, pero es que ya me aburrí. Hay demasiado silencio. Es el apagón más oscuro y silencioso de mi vida. La última vez fue más divertido ¡Claro! Recuerdo cómo mi tayta1 Pocho nos contaba cuentos de terror de los espíritus de la chacra. “¡Tayta! Que los niños después no podrán dormir”, le resondró mi mamalita. Entonces ella encendió una vela y yo se la apagué. Luego ella buscó fósforos para encenderla de nuevo y yo, yo, ¡yo me escondí detrás del armario y salí corriendo para asustarla por la espalda! Entonces ella ponía esa cara que pone cuando está dispuesta a darme con su vara, pero en cambio me cargó y me hizo cosquillas hasta que yo le pidiera disculpas. Lástima que el tayta Pocho hubiera salido a tomar su cervecita esta vez. Andaba muy triste porque extrañaba la chacra decía. Yo me había tenido que quedar solo en el silencio de esta oscuridad dentro de una casa que no parece mi casa. La Claudia ya se está demorando, hace rato que salió a buscar ayuda. Y para completar la peor cosa de las peores cosas que le pueden pasar a un niño de casi siete años, mi cumpleaños es en una semana y dos días y mis papalitos aún no vuelven de Ayacucho2 . Disque se iban solo por una semana para terminar de hacer la mudanza y ya va más de un mes. “Muy peligroso allá Jorgito”, me dijo mi mamalita para no llevarme pues yo también extrañaba la chacra. “No las puedo traer pues Jorgito, en Lima no hay campo”, me dijo por las tres ovejas que había dejado. Eran las pocas que me habían quedado de las más de treinta que tuve alguna vez. Poco a poco, mi papalito se las tuvo que ir dando a unos señores que iban con rifles por todas las casas del valle. Quizá pensaron que se había traído las ovejas a Lima porque mi papalito nunca dejó de estar asustado de que llegaran a la nueva casa de Lima. Cada que había apagón, se asomaba por la ventana con un rifle que había conseguido de sus amigos nuevos. “¡Terrucos de mierda!”, decía. Pero los terrucos no sabían que donde vivíamos ahora no se podía tener ovejas porque no había ni un ápice de verde. Todo era polvo y tierra.
Cuando mis papalitos viajaron, yo vi que introdujeron en el auto un caja grande. Por un momento, pensé que utilizarían esa caja era para traer a una de mis ovejas. Le quise dejar un poco de alfalfa para cuando la metieran adentro. La destapé y adivina qué había. ¡Armas! Decenas de rifles grandes, como el que tenía el papalito en casa. No les pregunté nada, ni siquiera ya si traerían a mis ovejas. Se despidieron de mí dejándome con la tayta Pocho y la Claudia, que se había tardado ya mucho desde que fue a pedir ayuda.
Es ahora cuando realmente me molesta el canto de los grillos. ¡Animaluchos!, ya no los soporto, quiero que se queden en silencio para poder oír bien qué está pasando afuera.
Quisiera verlos para cazarlos con mi resortera. Pero quizá... ¡Ajá! No los veo pero los escucho y ya soy experto en aplastar cucarachas así que un par de grillitos no me harán mucho problema. Voy por acá y por allá en mi incesante búsqueda de pequeñas sombras saltarinas. ¡Ánimo!, porque yo soy "el gran cazador de sombras de Vinchos3". ¡Jesusito y mamita María! ¿Qué es eso? Esa sombra viene hacia mí con lentitud, ¿por qué mi mamalita no está acá? Me dijo que era una semana y que ya iba a volver de Ayacucho. “¡No me tardo!”, me dijo. Tranquilo Jorgito, que el fantasma no vea que quieres llorar. Quédate quieto y con suerte no nos verá porque las sombras en la oscuridad nunca se ven. El no respirar no es bueno pero no quiero que me encuentre, no quiero hacer ruido. ¡Cómo calló a esos grillos! ¡Mamalita, te juro que yo no quise portarme tan mal ese día! Vuelve por favor. Ya es hora que estés acá. Dile a Diosito que me cuide y que el fantasma no me lleve. Yam no mei voy a poortar maal…. ¡Claudia! ¡Eras tú! Claro que no estaba llorando, ¿acaso ves mis ojos rojos? Sí, ya sé que no puedes ver nada, por eso te digo que yo no estaba llorando. Ahora dime, ¿porqué tardaste tanto? ¡No! Primero tú y después yo. Que no te voy a decir nada, llevo rato esperándote. No sabes los sustos que he estado pasando. Encima sin velas me dejaste. Que no. ¡Que noooo! Bueno, yaaaa pero no me hagas cosquillas. Ya, ya te lo digo: Eres mi hermana favorita. Ya te lo dije ¿por qué estás tan feliz? De un sitio ¿qué sitio? ¿a dónde vamos ahora? Oye pero no sería mejor que esperemos al tayta Pocho. Cuando llega muy tomado se mea en los pantalones y no puede abrir la puerta. Sí, claro que quiero ir a otro lugar con luz pero si viene el tayta y nos da con la vara por no esperarlo. Que te parece si nos quedamos un ratito más, un ratitito no más. ¿Por qué es mejor que no venga? ¿Acaso tú no le quieres? Y entonces Claudia, ¿por qué es mejor que no venga? De pronto él tiene las velas. Además, la mamalita dijo que entre los tres teníamos que cuidarnos mientras ella no estuviera. Sí, yo sé que tú me cuidas pero yo te cuido más a ti Claudia porque ¡soy el gran cazador de Vinchos!
Sí, ya me calmé, pero sigo oyendo al tayta. Está llorando ahí pero no nos ve porque todo está oscuro ¿No nos ve verdad Claudia? Él tiene la vela, te dije, pero no nos ve. Pobre tayta, ya ha llorado mucho y ahora está llorando más. Además extraña la chacra. No sé cómo decirle que no me dolió. Fue muy rápido. Vi a los terrucos de frente, escuché el disparo y con él se fue la luz. Luego ya no escuché nada por un rato hasta que llegaron los grillos, luego tú y ahora al tayta. Claudia, ¿a ti dónde te alcanzaron? “¡Son dos niños!”, llegué a escuchar mientras rebuzcaban la casa. Yo me quedé donde me dejaste, te prometo. Pero debajo de la escalera fue el primer lugar que buscaron. Mejor que no haya venido el tayta ¿no, Claudia? ¿Estás llorando? Yo también te quiero hermanita, pero no me voy a ir. Yo me voy a quedar acá a cuidar al tayta. Si no me escucha, al menos seré su sombra porque él me dijo que estaríamos juntos siempre.
¿El señor de la luz? Sí, vino pero le dije que no me iba con él, si quieres anda tú. Yo me quedaré en esta casa que no parece mi casa para esperar al tayta, a la mamalita y al papaíto que pronto llegarán de su viaje y nos iremos a la chacra, a ver a mis ovejas y correré hasta la escuela, disfrutando los paisajes verdes del campo. No importa que haga frío y yo solo tenga las chanclas, me gusta correr por el campo. Claudia, pero no te pongas triste. Yo me puedo cuidar solo, ¡soy el gran guardián de Vinchos! ¿Qué? ¿La mamalita y el papaíto están también en la luz? No me mientas hermanita, ¿y por qué ellos no han venido contigo? Ah, que no pueden salir y entrar. ¿Y entonces cómo lo sabes si no has estado en la luz? Hermanita, no llores. No llores como siempre lo haces en tu cama de noche. Yo te oigo hermanita. No quiero que llores igual que el tayta los últimos meses, llanto y llanto, cerveza y cerveza. Pobre tayta, luego se mea en los pantalones.
Yo lo sabía hermanita. Yo sabía que tú y el tayta sabían por qué la mamalita y el papaíto no volvían pero no me querían decir nada. Y si me voy contigo, ¿quién va a cuidar al tayta? Está llorando ¿lo oyes? ¿lo oyes hermanita? Nos está llamando. “Jorgito, Claudita… ¿por qué mis niños? ¿Por qué se me fueron mis wawitas4??”, eso dice mi taytaita. ¡Acá estamos taytaita! ¡Sé que no me escuchas pero seguro te lo dirá luego tu sombra! Me voy con la Claudia a la luz. Allá te esperamos ¿ya? No te tardes que quiero celebrar contigo también mis siete años. Y no te mees en tus pantalones ¿ya?
1 “Tayta” significa padre en quechua. Coloquialmente también se le puede atribuir a los abuelos como una forma de cariño y respeto.
2 Ayacucho fue la cuna del terrorismo en Perú. Una de las provincias más afectadas donde los campesinos eran obligados a unirse a estas fuerzas o morir.
Third Prize Short Story in Spanish
DIVOC
Author: Antonio Vega Velasco
Executive MBA
Spain
Madrid. Cualquier día de finales de marzo de 2020.
Fiz iba tarareando “La gloria de Manhattan” de Javier Ruibal – concretamente la parte de “llegaron con aquellos barcos y con su cara de media ración, no pudo ser su flamenquito contra las torres de oro y hormigón” – mientras bajaba arrastrando los pies por Corredera Baja de San Pablo, camino del Lara, cuando todo se precipitó.
Antes de eso, un día normal, de una semana corriente, de un mes moliente: ducha fría – porque no quedaba pasta para el gas –, café solo doble sin azúcar –por placer amargo –, vaqueros sin-planchar-claro, camiseta con publi de Mahou, forro polar Decathlon y unas Victoria sin calcetines – esto por lavadora pendiente cuatro días. Su único lujo, bajo el brazo, la Desnivel (Buhl y el primer vuelo en parapente desde la cumbre del Cerro Torre, bien valía los seis eurazos) que había comprado el día anterior en el kiosko de Augusto Figueroa, que no estaba cerca de su casa, pero Cloti era muy maja y así se daba un paseo.
Un día normal de un año, ahí sí, que empezó combado: noticias sin filtro polarizador o con demasiado, según se mire… debates eternos sin fin previsto, o sea sin objetivo… Pero Fiz solo lo tenía como ruido de fondo, como música de aeropuerto; ni caso; estaba ahí, sin que nadie lo llamara, sin dar la tabarra, simplemente. Lector público empedernido – se nutría de la Vargas Llosa de Barceló – y seguidor acérrimo de Juan Marsé (qepd): “En España la vida pública está llena de intolerancia, exasperación y estupidez. Jamás entraré en las redes sociales, ni móvil tengo.”
Compró la barra diaria en Levaduramadre y en la esquina de Puebla con Corredera Baja, junto a la entrada de San Antonio de los Alemanes, esperaba encontrarse un día más con Chato, el mendigo ilustrado, el erudito pobre, tal vez su único amigo de verdad. El personal del Lara eran compañeros de trabajo, no más, ni menos, pero no los podía considerar amigos; curioso: un técnico de iluminación siempre en la sombra, una silueta anónima, un aplauso fugaz al terminar la función.
Chato no pedía, se presentaba a quemarropa: “[…] seco, avellanado, antojadizo y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno […]”. ¿Quién esperaría una frase del prólogo de El Quijote como tarjeta de visita? Eso espantaba a transeúntes que no encontraban hijos, hambre o minusvalías, ni en el cartel ni a su lado. Pero a Fiz, no.
De cuando en cuando le dejaba alguna moneda y era el resorte que arrancaba el mecanismo del diálogo, Chato sentado, él de pie:
- “Non bene pro toto libertas venditur auro” (1) – roncaba Chato, con voz de orujo (blanco-no-me-jodas Fiiiiiz).
- “Donec eris felix, multos numerabis amicos, tempora si fuerint nubila, solus eris” (2) – respondía Fiz, afectado, casi cantando.
- “Pallida mors aequo pulsat pede pauperum tabernas, regumque turres” (3) – cerraba el Chato con un tirabuzón de la mano, entre reverencia y piérdete.
A veces, sin moneda de por medio, Fiz empezaba por Gil de Biedma: “Que la vida iba en serio, uno lo empieza a comprender más tarde…” y Chato terminaba: “ha pasado el tiempo y la verdad desagradable asoma: envejecer, morir, es el único argumento de la obra.”
Hoy no estaba.
Tuvo que pararse para confirmarlo. Como si su paso lento hubiera borrado a su amigo de la acera.
Sintió frío. Chato era el calor que faltaba.
Vio su cartón apoyado en la pared de la iglesia. Lo miró fijo, como esperando que un Chato encogido fuera a aparecer desde detrás.
Una mancha azul atrapó su atención. Se acercó más.
Se agachó. Una mascarilla quirúrgica, pinchada con una chincheta, borraba la quijotada.
Ya solo se leía, tachado el resto, “No me esperéis”.
(1) La libertad no se vende ni por todo el oro del mundo.
(2) Mientras seas dichoso, contarás con muchos amigos, pero si los tiempos se nublan, estarás solo.
(3) La muerte hiere con el mismo pie las tabernas de los pobres y las torres de los reyes.
Special Mention Short Story in Spanish
Hípicos decadentes
Author: Diego Chirinos
International MBA
Peru
Son las cinco de la mañana, todavía no amanece, pero el día en las caballerizas del Hipódromo de Monterrico, ubicado en el distrito de Santiago de Surco, ya empezó. Poco a poco, las puertas de madera roída se abren y personas recorren como hormigas los terrales que cumplen la función de pistas o veredas. Los ‘vareadores’ –quienes se encargan del cuidado de los caballos–, abrigados por cualquier prenda rota de vestir, limpian uno a uno los excrementos dejados por los caballos en sus caballerizas, mientras los ‘preparadores’ –entrenadores– les gritan el entrenamiento que tendrá cada ejemplar hoy. Después de limpiar los boxes, los ‘vareadores’ alistan a sus caballos y los llevan hacia la pista de carreras para que ‘apronten’ –entrenen–. Juntos recorren las maltratadas áreas verdes y pisan la basura y excremento que abunda en el piso. Definitivamente, este lugar no se asemeja al que inauguró en el año 1960 el ex Presidente de la República del Perú, Manuel Prado Ugarteche, al que solían acudir todo tipo de personajes de la oligarquía peruana. Definitivamente, los mejores años del llamado “Coloso de Surco” son parte del pasado.
El hipódromo no es el mismo y quienes lo habitan tampoco. Ya no solo es el lugar en el que viven miles de caballos y en el que trabaja mucha gente; ahora, es el hogar y refugio de personas cuyas vidas se circunscriben a este lugar; para las que su vida son los caballos y para quienes la hípica es lo único que les queda. En el stud –conjunto de caballerizas– número ocho, sobre un colchón roto tirado en el piso de un box, vive uno de ellos: José Dammert, apostador, hijo de una familia tradicional sanisidrina y hermano de la reconocida actriz peruana Claudia Dammert.
–Yo lo tuve todo –dice José–: estudié en el prestigioso colegio Alexander von Humboldt, viví en una casona gigante en San Isidro y gané ciento treinta mil dólares cuando apenas tenía treinta y un años. Ahora, aquí me ves; mi casa es el hipódromo, mi cuarto una caballeriza y no quedan rastros de lo que fue mi fortuna –lamenta Dammert, mientras camina hacia la pista de carreras para ver el entrenamiento de los caballos.
Llegó al hipódromo por un amigo de la infancia y en 1984 ganó el que, en ese entonces, era el premio más grande de las apuestas hípicas. Compró caballos, viajó a hipódromos del extranjero y apostó cantidades incalculables; todo siempre relacionado a la hípica. Sin embargo, así como le dio grandes satisfacciones, su “amor” –si es que se le puede llamar de esa forma– por este deporte le quitó todo.
–Las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana, estoy aquí –dice Dammert emocionado, mientras se dirige a los kioscos, ubicados a la espalda del acceso a las caballerizas, para tomar desayuno. No veo a nadie de mi familia biológica hace muchos años; ahora, mi familia son todos los que trabajan en el hipódromo. Esa es mi vida, hoy.
Son las diez de la mañana y, de pronto, ya nadie transita por los caminos arenosos ni por el poco cemento roto. La desolación se refleja en el cielo gris y los árboles viejos y torcidos. Las telas de araña recubren las paredes rotas y despintadas, mientras que las palomas devoran las cáscaras de arroz sobrantes de las camas de los caballos. La mayoría de trabajadores –capataces, jinetes, ‘preparadores’ y ‘vareadores’– se agolpan en los kioscos de comida y pelean por algunos centímetros en las bancas que resultan insuficientes para la cantidad de personas. Sin embargo, no todos están dispuestos a pasar por esto; algunos prefieren descansar o buscar otra forma de alimentarse. Uno de ellos es Renato Gonzales, ‘vareador’ del Stud El Castillo, quien llegó de Chiclayo –ciudad del norte peruano– hace dieciséis años, a raíz del cierre del hipódromo de su ciudad.
–Desde que tengo uso de razón he estado ligado a los caballos, porque toda mi familia trabajaba en el Hipódromo de Chiclayo. Cuando lo cerraron, decidí venir al Hipódromo de Monterrico en búsqueda de un futuro mejor, pero las cosas empeoraron con el tiempo. Los premios son cada vez más bajos, las instalaciones son cada vez más viejas y hay gente que vive peor que animales –dice visiblemente ofuscado, mientras descansa en su “cuarto”.
Al igual que “Pipino” Dammert, Renato vive en un box. No cuenta con baño, no tiene luz ni tampoco una cama. En ese lugar, sólo un colchón viejo yace sobre el cemento partido e infinidad de moscas se posan en cada uno de los rincones. Ahí es donde Renato descansa en los recesos, ya que por las noches le es difícil dormir debido a la enfermedad que lo aqueja: la epilepsia.
–La mayoría de días me dan los ataques en las noches y cuando me despierto no me acuerdo de nada. Después me quedo todo el día medio sonámbulo. A veces tomo pastillas, pero solo cuando alcanza la plata –relata Gonzales.
El receso termina con el grito del capataz –encargado de cada caballeriza– para que saquen a los caballos a caminar. Renato se levanta, se pone una casaca rota y despintada, y alista a uno de sus caballos para ir a caminar. Lo saca de la caballeriza y caminan juntos hacia un arenal ubicado frente a la pista de carreras. Un letrero verde, roto y roído tiene la inscripción: “área de paseo”. Él es el primero en llegar, pero poco a poco empieza a aumentar el número de caballos y ‘vareadores’. Algunos sin polo, otros con zapatillas rotas. Parece un ejército marchando uno tras otro, dando vueltas en sentido horario. Algunos ríen, otros se insultan y algunos pocos, como Renato, no hablan.
–Acá la mayoría de personas son envidiosas; los limeños en general lo son. Cuando uno cuida a un caballo bueno, quieren que te vaya mal o te quieren ‘bajar’ diciéndote que el caballo gana de suerte. Nunca van a reconocer que uno hace un buen trabajo –dice Gonzales, resignado. En parte el hipódromo está así de cagado por eso, hay mucha envidia, se quieren ‘bajar’ al que le va bien y nadie respeta. Los únicos amigos que tengo aquí son mis paisanos. Ellos sí me felicitan cuando gano y me desean éxito.
La caminata terminó. En silencio, de la misma forma en la que llegó, se retira. Mientras se va, algunos colegas suyos le gritan que es un sobrado y hasta lo insultan. Él ni se inmuta. Llega a la caballeriza, le quita la rienda al caballo y se prepara para bañarlo. Se coloca junto a una poza de agua verduzca con moho en las paredes y, con un balde de pintura roto, lanza agua a todas las extremidades del caballo. Lo cepilla, lo seca con una franela desteñida por el uso e introduce al animal al box.
Son las seis de la tarde, ya oscureció y la jornada laboral de Renato acabó porque ninguno de sus caballos corre en las carreras de esta noche. Sin embargo, para los ‘preparadores’ que sí tienen caballos que correrán hoy, la jornada recién empieza. Uno de ellos es Félix Banda, ‘preparador’ arequipeño de sesenta años. Hoy corre uno de sus pocos caballos. Hace unos años, él era uno de los preparadores más exitosos y con mayor cantidad de caballos, pero repentinamente esto cambió.
–Yo tenía a mi cargo todos los caballos de Fahed Mitre (multimillonario empresario musical, ex propietario de más de cien caballos). De pronto, le dio un cólico a uno de los caballos y casi se muere. Fahed se desilusionó de la hípica y vendió todo. Después, uno a uno, los propietarios fueron quitándome los caballos –sostiene Banda, con lágrimas en los ojos. Pasé de tener más de doscientos a tener diez, de vivir en un stud decente a vivir en uno que se cae a pedazos, de tener todo a no tener nada. Es el momento más difícil de mi vida.
Ya en la zona de la tribuna, Félix se ubica en el rincón diminuto asignado para los ‘preparadores’. Se sienta sobre el cemento partido que se cae a pedazos, posa sus manos sobre la baranda metálica oxidada y respira profundo. Sabe que es una de las pocas ocasiones que tiene para llevar algo de dinero a su casa. Mientras espera que se dé inicio a la carrera, un cigarro tras otro salen de su bolsillo y se consumen en sus labios. Algo poco recomendado para él, ya que su salud es cada vez más endeble.
–Lamentablemente, así como la hípica me ha dado bastantes momentos gratos, los momentos difíciles han afectado mucho mi salud. Hace dos semanas me han sacado la vejiga porque estaba a punto de explotar, sufro de diabetes y he bajado como treinta kilos de peso. Yo sé que está mal que fume, pero esta situación me supera. El hipódromo está cada vez peor y yo también lo estoy –reflexiona el ‘preparador’.
A las ocho se inicia la última carrera de la noche, en la que corre el caballo de Banda. Las puertas del partidor se abren repentinamente y los ejemplares salen como ráfagas. Félix observa con binoculares como el suyo parte primero, aunque se mantiene tranquilo. Es una carrera de mil metros, por lo que la partida es muy importante. Faltan doscientos metros y el caballo de Banda continúa primero. De pronto, el ‘preparador’ observa cómo su ejemplar empieza a ser superado por los demás caballos. Parece como si una avalancha lo devorase. Cruzaron la meta y su caballo quedó último, luego de partir primero. Banda estrella los binoculares con rabia contra la tribuna. Se sienta y se lleva las manos hacia la cara, como tapando la vergüenza de su rostro.
–Esta es la historia de mi vida: empiezo bien y poco a poco todo se va a la mierda –dice desilusionado.
Mientras los pocos asistentes del hipódromo se van, Félix asume su derrota y se retira con dirección a su stud. Aquel lugar que se cae a pedazos como su salud, que se cae a pedazos como la ilusión de Renato Gonzales, que se cae a pedazos como la fortuna de José Dammert. Todos como parte de la decadencia del otrora exitoso Hipódromo de Monterrico.
First Prize Short Story in English
The son
Author: Anna Hattig
Bachelor of Laws and Bachelor in International Relations
Germany
The day Mattis Werner met his sudden death was an unusually warm and sunny Wednesday in late November. The pastor’s wife was later heard to whisper through her teeth that the angels were celebrating the death of such an ungodly man. But to Mattis’ son she said “God has sent down rays of sunshine to guide your father’s soul to heaven”.
When I woke up that morning, I did not yet know that Mattis Werner was about to die in less than six hours. Neither did Mattis Werner, for that matter. Today some islanders claim they woke up with a strange feeling, a perception of pending tragedy that day. But I for one can say that I had the most ordinary morning. I woke up in a quite good mood after a good night’s rest, and despite the early hour and the darkness outside I got up swiftly and greeted the new day with enthusiasm. After I had washed my face and put on my long underwear and thick trousers, I walked into the kitchen, where my mother stood at the stove and my father sat at the table. He was holding a wooden spoon in one hand, absentmindedly staring into the steaming bowl of porridge that my mother must have had placed in front of him just the minute I walked in. My father looked tired, which was not unusual. On the contrary, had I walked into the kitchen that morning to find him smiling and talking, that would have indeed struck me as curious and then today maybe I would too say “The day Mattis Werner died, that was a strange day”.
But as I said, nothing about that Wednesday in late November was strange to me, except maybe for the sunny weather. On my walk to school the sun started to rise and I could tell from the clear sky this was going to be a splendid day. Clasping the straps of my school satchel tightly I quickened my step, so I would arrive on the school yard before 8:30. Like that, I would be able to talk to my favorite classmate, Johan, before class and tell him about my uneventful morning. Johan was my favorite classmate not only because his father owned the only car on the island, and when he was in a good mood he would let Johan and us climb inside the car and imagine we were speeding down the wormed streets from one end of our island to the other. I also liked Johan, because he was very shy and when he spoke oftentimes a deep redness would creep up his neck and slowly climb up his face until it reached the line of his dark blond hair. I found it fascinating to watch him then. He was also a very good fisher, which I admired. When we went fishing together, Johan would barely speak, which was good, because when you are quiet you catch more fish. But if I am being very honest, out of all the reasons I liked Johan, the fact his father owned the car was the most important one.
When I arrived at school, the students were already lined up in four rows, ready to be marched into their classrooms by the teachers. I quickly took my place in the second row. Even though I had hurried I had not managed to arrive before 8:30. That was the first disappointment of the day. I saw Johan’s head a couple of spots in front of me. He was taller than most of us, and I saw his neck was very red, so he had probably talked to someone else while they were waiting. I did not have much time to wonder who Johan had been talking to, because Miss Svenson walked out of the school building with long strides. She was wearing green rain boots that made a sucking sound every time she lifted a foot from the mud. When she stood before our line, she swiftly counted our heads, then turned without a word and marched back towards the building. We followed in silence.
I will not recount exactly the hours spent at school that day. On the one hand, I feel there is little to no relevance in what our teacher said about shapes and things and stuff in general. On the other hand, I do not remember too well what it was I learned that specific day. I will say however that around one o’clock, when we were sitting down for lunch, I opened the brown paper bag my mother had packed for me to find dried fish. This was the second disappointment of the day. I chewed the hard, salty fish while looking enviously at some of my classmates, who ate sandwiches and apples. One even had a pancake. What I did not know then was that the moment I was struck by grief over a below-average lunch, Mattis Werner was taking his last breath down by the fishing docks, and Johan in the same instant became an orphan.
When school was over, Johan and I walked towards my home together. There was still about an hour of daylight left, and we hurried to pick up my father’s fishing rods and go down to the sea. Around sunset is the best hour for fishing and even though the ideal weather to catch lots of fish would have been cloudy and rainy, we knew that the weak November sun would not have driven the fish too far down into the water. We quickly exchanged our school bags for the fishing equipment that lay ready and cleaned in the shed next to our house and giddily ran down the path to the sea. I was running ahead, my brain filled with images of buckets full of wriggling herring and cod. Now I wonder whether, had I looked back, I would have seen something on Johan’s face. Maybe a trace of that foreboding that the islanders speak about now. But I did not look back as my legs carried me down to the seashore effortlessly, closer and closer to the fishing docks.
Now, the moment I saw the car has indeed been engraved in my memory. So many things about that day have faded into oblivion: My breakfast, my lessons at school, the words exchanged between Johan and me on our way from school, the questions of the constable. But I can recount in the smallest detail how I made the last turn on the path, how the salty ocean breeze suddenly hit my face and drove tears to my eyes and how through the watery film of my vision I saw Mattis Werner’s magnificent car. Or to be more accurate, I saw the two back wheels of his car, as well as the trunk and one of the back doors. The front part of the car, including two more wheels, the tailgate, the headlights and most of the interior space where hidden in the waves. The back of the car was sticking out of the sea like the posterior of a duck. It was a rather comical sight, which is why at first, I laughed.
I laughed, and I turned around to my friend Johan, to see whether he, too, was laughing. But he was not, so I stopped. Johan was staring at his father’s car, with his eyes wide open and his face, for once, looked as if no drop of blood was flowing through its veins. Suddenly the wind grew louder in my ears and I looked back at the car. I remembered sitting in its leather seats, making engine noises with my mouth, while Johan or another of my friends would sit behind the steering wheel, turning it left and right and laughing. And then it occurred to me that now, with the car half swallowed up by the sea, someone was sitting behind the steering wheel. Turning it left and right. But the car would not move.
I ran back up the path, towards the parish hall, where the constable had his office. Johan was still standing on the same spot on the hill when I left him, looking down at his father’s car as the waves washed around it. The constable looked at me in annoyance when I entered his office, as if I had interrupted him in something of high importance. Yet I could see that his hand was holding a newspaper, and his reading glasses were sitting on his nose while his eyes glared at me above the frames. I quickly tried to explain the situation, mentioning Mattis Werner’s car, the waves, the duck’s posterior, and Johan’s white face. The constable put down his newspaper and got up out of his chair in one movement, the swiftness of which surprised me considering his heavy statute. He rushed out of his office, said a few words to the petite secretary behind her desk, and grabbed his coat and hat from the hanger. I followed him down to the docks, trailing the narrow path once again, while daylight was fading around me. I fell back behind the constable, on the one hand because he was again surprisingly agile, but also because my legs were beginning to grow weak from all the running and walking I had been doing. When I was about halfway to the fishing docks, I started hearing voices behind me. Soon, a group of men jogged past me, not taking heed of me, all talking between each other with heavy voices. One of them was my father, I only recognized him by his green woolen hat that my mother had knitted for him last winter, that is how fast they hurried past me.
When I reached the seaside again, the group of men and the constable were squeezed onto the small bridge extending into the water next to the sunken car. I slowed my step. Suddenly, I felt very small, and helpless. My throat tightened, and I felt the sudden wish to curl up in front of a stove in a big warm blanket. Instead, I stood while the wind blew more tears into my eyes, and darkness settled around me. I saw my father’s silhouette jump into the water, and make his way towards the car. Then I heard a noise behind me, and turned to find Johan sitting on a rock. I could barely make out his face in the darkness, only his crouched figure and his watery eyes blinking at me. I crouched down in front of my friend, and put my hand on his knee, a small yet intimate gesture that I myself needed so much in that moment, and hoped would also help Johan. When he spoke, his voice sounded deeper, calmer than usual. I could not make out his skin, but I knew he was not blushing this time. “Every Sunday”, he said “my father cleans his car. He spends all afternoon in the garage, regardless of wind, rain and snow, and washes, scrubs and polishes that car. His one and only pride. These are the only hours he is truly happy, truly at peace with the world.” He stopped and I wondered whether he wanted me to say something. But no words came to my mind, so I remained silent, my hand still resting on Johan’s knee. “Well, now he has given it one last wash”, Johan chuckled, and he got up, letting my hand drop to the ground, and made his way up the path. I stood up, watching my friend disappear into the night, while hearing the men shout and curse down below. And I wondered, whether Mattis Werner was now truly at peace, and whether maybe Johan was, too.
Second Prize Short Story in English
‘Till tomorrow, then’
Author: Rami Kabbani
Master in Business Analytics and Big Data
Lebanon
The doorbell rang.
“It’s been over 45 minutes! The coffee’s cold! Where have you been?”
“Relax! It’s not my fault. The main street was blocked; I had to take the side roads. There’s another demonstration near here.”
“Oh, right! Our routine ‘life-changing’ demonstrations,” he said with a tone of sarcasm.
“Power to the people!” shouted his friend, with a fist in the air.
“Come in, Che Guevara, and drink your cold coffee.”
He sank into the sofa, coffee cup in hand. “Why are you such a cynic? Who knows? Something might come out of it. This could be the start of a new chapter in Lebanon’s history.”
“All it does is give me a headache – the noise, the shouting. What do they want anyway? Reform? An end to corruption? Someone to take responsibility? The demonstrators are either being shot with pellets or suffocated with expired tear gas. If we die tomorrow, all we’d get is a day headlining the news and some Instagram posts. They couldn’t begin to relate to our struggles – or even understand! What good would that do us? No one cares about what we’re going through, as long as they get back to the comfort of their cozy homes and go on with their routinely cozy lives in their cozy little disconnected bubbles.”
He moved to sit opposite his friend and took a sip of coffee.
“Yeah, I know. Our so-called leaders are sitting on some island they bought with our hard-earned money which was supposed to contribute to rebuilding what used to be the most beautiful country in the world. Instead, it’s being spent on another fun family vacation while people starve to death. But that’s exactly why we need to do everything we can to make our voices heard!”
“Well, my friend, I doubt anyone’s listening.”
Looking around, he asked, “Where’s the wife, by the way?”
“She’s at her mother’s house,” he replied, as he pulled out a pack of smokes and lit a cigarette.
“Since when?”
“I don’t know, it’s been a couple of weeks. To tell you the truth, it’s a nice break.” He took a long drag and puffed out circles with the smoke.
His friend chuckled. “More like break-up! Sounds like your wife left you!”
“No way! She loves me… it’s just that we’ve been fighting a lot. She lost her job, I’m unemployed, we’re both frustrated, so we take it out on each other. The last thing she said to me was that she’d come back once the electricity’s back.”
“Wait! What? That makes no sense – you know that the electricity always comes and goes.”
“Exactly… Anyway, forget it. You wouldn’t understand, you’re not married. We’ve been promised 24/7 electricity for the longest time – holding on to that hope, just like we do with the current crisis. It’s what we do as Lebanese, no? We hope for the best.” He put out his cigarette in an ashtray, reached to the pack on the desk and pulled out another one.
“Heck, I can’t even afford to be married in the first place. Do you know how much it would cost just for the wedding ceremony alone? Having a party for 300 people – most of whom I don’t know – who are either there for a free dinner, or because my parents attended their kids’ wedding,” he argued, looking frustrated.
His friend leaned over the table and tapped him on the knee. “You’re better off anyway. Especially these days.”
“What do you mean these days? These days have been the past two years! I can’t hold a job for more than six months, everyone is always downsizing, and I get the boot. Just my luck.” He let out a long sigh.
His friend smiled and kicked him in the leg. “That’s not luck, brother. You’re just a lazy bum!”
He laughed and said, “You expect me to get up at the crack of dawn, put on a tie and bust my ass from 9 to 5 in a tiny office? Just to get ordered around by a stinking boss with a superiority complex, breathing down my neck? For a few liras that won’t last more than a week? Forget it!” He stood up and started to flap his arms, shouting, “I’m a free spirit!”
Both friends laughed uncontrollably. He sat back down, leaned back, and took a cigarette from his friend’s pack. “I don’t have to worry anyway. I’m going to the U.S. soon. My cousin lives there, and he’ll hook me up.”
“You’ve been saying that for the past four years now. Maybe you should give up on that delusion. Besides, nobody’s going anywhere with this COVID crap; it’s like we’re living in an episode of Black Mirror.”
“My god! You really believe in that hype? It’s all smoke and mirrors,” he lowered his voice as if someone could overhear them. “It’s all been orchestrated to manipulate people into staying at home and behaving.” He winked playfully at his friend.
“The master conspiracy theorist has spoken! Whatever… The whole country is going to the dumps anyway.”
“I’ll drink to that, brother! Remember the good ol’ days of our infamous garbage crisis?” he asked with nostalgia in his eyes and continued, “The city smelled like a unique Eau De Garbage.” He said these words with a French accent, inhaling deeply as if smelling perfume.
“Was that ever dealt with? I haven’t noticed.”
“Oh, yeah. Our boys in the government took care of that…” The two friends collapsed on each other as they cracked up with laughter.
The joking stopped as one of them asked, “No, really – have we ever had one?”
Sitting up on the chair, looking rigid and serious, the other responded, “So now we go into the abyss of politics, huh? It’s a mystery what goes on behind those closed doors, everyone has an angle, or –”
His friend frowned and interrupted him, “Don’t get fancy with me! I’ve always lived here. People down there are screaming their lungs out and getting beaten and teargassed because they think they can change something… Anything. What makes you think they can’t?”
“Are you kidding me?” He put his arm around his friend’s shoulder. “If it gives you any consolation, it’s like this all over the world. It’s because everyone’s apathetic; they have no idea what’s going on around them! People are drugged with this idea of democracy. They’re brainwashed into economic slavery, having to earn their right to belong in this world – isn’t it crazy? A child is born with responsibilities they never signed up for and must earn their right to enjoy life. Everyone’s heads are too stuck into their iPhones to realize what’s happening in real life. Their brains get filled with so much brainwash and junk that no one cares about! Consume! Buy! Conform! Obey! They believe what they’re told without questioning it. Do you think there’s such a thing as a good government with no corruption? No way! It’s just about how well they can hide it and manipulate everyone else. And everyone else is just like a bunch of sheep with no shepherd. They follow any sheep who’s willing to guide them, just for peace of mind, or – even worse – they’ll follow any wolf in sheep’s clothing. They have no idea where they’re being led to, nor who it is that they’re being led by. If they were only more self-sufficient, this wouldn’t be a problem; we wouldn’t need a government in the first place. And so many other problems in the world would be solved as well! Like the myth of overpopulation – we’re just using much more space and food than we need.”
He moved his arm away, stood up, and headed to the kitchen. “I’m going to make more coffee.”
The kitchen was a mess. The sink overflowed with unwashed dishes, crusty pans and a stack of ashtrays. The water began boiling when his friend loomed around the frame of the doorway.
“Can I say something?” he asked.
“Why ask when we both know you’re going to talk anyway?”
“Do you still blame me for leaving back then? You know it wasn’t up to me.”
The air was so tense that one could have driven a knife through it.
“Forget about it!”
“That’s the problem with you. No one has the right to have feelings but you. You blame everyone, you resist moving forward! You’re still stuck in the past. You – the boy who was left in the chaos…” He shook his head as the water began to boil.
He ignored his friend and reached for the jar of coffee.
“It’s all right – you don’t have to say anything. I went to La-La-Land simply because my mom’s American. I wasn’t lulled to sleep to the sound of gunshots and explosions every night like you were – poor you!” he said sarcastically as he headed back to the sofa.
The smell of the coffee permeated the apartment. He walked out of the kitchen two coffees in hand, disappointment on his face. “Poor you?” he echoed as he sat beside him. “You can’t talk to me like you know what I went through! I was just a kid! You don’t understand what it feels like to hear a plane and wonder if an explosion will follow... Or what it’s like to get anxious every time you hear fireworks or thunder, thinking it’s an attack. It’s terrifying! I feel like I can snap at any moment!”
“You snapped a long time ago, crazy fart!” he giggled, tousling his friend’s hair. “But you came back because of me, though, didn’t you?”
“I came back because Beirut is my home.”
“Beirut is like a vortex; it’ll suck you right in before you know it. It’s like the Bermuda Triangle.”
They both relaxed, enjoying the familiar comfort of one another’s presence, which felt reassuring.
“You still make great coffee, even though you’re a jackass! Seriously though, what do you think about what’s going on right now?”
“Be specific. The demonstrations? Corona? The economy? No water? No electricity? No work? Take your pick.”
“All of the above?”
He parted the curtain and opened the window. A slight breeze tickled his hair as the sun bathed his face with its warm rays. The delightful aroma of freshly baked Manakish filled the room. A bird chirped in the distance.
“Man, it seems like the end of days… But weirdly, it feels good being at rock bottom. You know it can’t get any worse.” He sighed and sipped his coffee in content. “On second thought, I wouldn’t bet on that… It always does get worse somehow.”
“And the politics you hate talking about so much?”
“They want their country back so bad, right? Well, we’ve been France, we’ve been Palestine, we’ve been Israel, we’ve been Syria too… Now we’re Iran. And maybe, if they sift through the garbage deep enough, they might find a fragile baby Lebanon underneath…”
“I don’t believe it! Do I detect a tone of hope?”
“I’m just saying… There’s a possibility; why not? Do you remember my friend who went to New Zealand a few years ago? Well, we’ve been discussing a business venture lately. We want to open an agency that funds and supports destabilized small businesses suffering severely due to the economic crisis. We drafted a proposal and found a few investors abroad who agree it’s a great initiative. He’s flying in tomorrow so we can start putting together a comprehensive business plan. We’ll start with small businesses here in Beirut. If we succeed, we’ll be able to help people all over Lebanon! Imagine! I’m sick of looking for a good job, sitting around, witnessing all this mess… I have an MBA, for God’s sake, and it’s being flushed down the toilet!”
“Why not, indeed! And speaking of why not’s… I met a girl.”
He leaned over to face him. “Nooooo, you’re kidding me!”
“Yep.”
“When? How? Where?” He paused, “Man… I sound like my wife! But seriously, I thought you’d never do that after what’s-her-name?”
“I don’t know, it’s different… She’s different… We met at the bank a while back. I was behind her in line. She was trying to withdraw money like everyone else was. She was talking to the teller, who just kept shaking his head as she repeated, ‘You don’t understand; you’re not listening to me.’ She then turned to me and said, ‘He doesn’t understand – please make him understand.’ I asked the guy what the problem was; he apologized, but there was nothing he could do. She seemed distraught and started slowly walking away. She kept asking why he didn’t understand. I tried to calm her down, so I explained maybe it was just a bad day, and the situation – and so on. She listened and then said the craziest thing… It blew me away: ‘Do you ever feel like you’re in a dream where you can feel your lips moving, and your voice is in your head, but no one can hear you, and you’re just screaming inside?’ I was stunned by how profound her words were, at that moment of complete helplessness. I said I knew exactly what she meant.
Then she touched me. For one second, this stranger touched me, which doesn’t happen these days… It was surreal, man. I felt like holding her and telling her that I could hear her. We ended up walking back to where she works. I don’t really remember what we were saying, it just seemed effortless, you know? She works in a charity that offers free English lessons for public high school students. She’s passionate about her work but doesn’t have enough funds to create a multilingual center. She feels that understanding other people’s language deepens understanding of the people who speak it, their culture, and background. I plan to support her idea and help her add more languages. We can get volunteers who can help, and I know people would help if they had a chance, like university students or teachers who have lost their jobs.”
He looked out the window and watched a young girl playing with a puppy on the soccer field below. A car radio was blaring Imagine by John Lennon.
“Wow… And you’ve known her for how long now?”
“Two months! The most amazing two months.”
“It’s been a long time since you talked about something or someone this way.”
“And I’m finally going to do what you’ve always said: ‘Practice what you preach.’ Her coworker is going on maternity leave, and I’m going to replace her. Meet the newest volunteer!”
“Dude, what do you know about teaching English?”
“That’s what’s fantastic! I won’t be teaching. It’s not like there are any formal classes or anything. No textbooks, or homework, or lectures – we’re just getting together and talking about all sorts of topics and exchanging opinions. That way, we can all learn from each other! After all, the next generation shouldn’t inherit our failures…”
A bird suddenly flew inside in the middle of their chat, fluttering in a panic to the kitchen Just as quickly, it returned, and hightailed back out the window.
"What the heck was that about?"
“No clue… Anyway, tomorrow’s my first day!”
“Look, I don’t want to be a killjoy, but are you doing this just for her?”
“Of course not! I’m just being authentic with myself. You’re right, I always tell people to believe in themselves, but I don’t practice what I preach, and what better than leading by example?”
“That’s some deep soul-searching, brother. It’s inspiring. If only folks here felt that way… But it’s been decades of one tragedy after the next. The people are tired and pushed to their limits. I don’t think they can take it anymore…”
“Wait a minute! Did you feel that? A tremor?”
“I don’t kn…”
That was not an earthquake. That was the massive explosion that ripped Beirut apart. It originated at the Port of Beirut; an area surrounded by numerous residential buildings. These fictional friends were killed in the shockwave, along with 207 other deaths and over 7,500 injured – some still not accounted for. Entire buildings were reduced to rubble and countless homes were lost in a matter of seconds. The cause of this catastrophe was an accumulation of highly explosive materials left unsupervised in one of the hangers. Many had already reported the impending danger six years ago when they arrived at the port in Beirut.
It was a disaster waiting to happen. And yes, the powers that had been warned time and time again, but the warnings fell on deaf ears. They did nothing, which seems to be how many so-called “officials” act – by doing nothing.
Imagine how many perished that day in Beirut – people who could have made a difference, people who believed that they could empower others in the midst of desperation. Their lives were taken in an instant, along with all their dreams to create a better future.
Next time you read a headline or see a post about people suffering in another country, think twice. And consider the possibility that any of those people have the potential to have a huge impact on others around them – not just in their country, but possibly even around the world! Even amid all the terrible things they’re facing, many dream of a better future. Still, all they can do is think of all the opportunities that they’ll have, “one day” or “in the future,” to change the world for the betterment of themselves and fellow human beings. Who can tell the amount of suffering and misery that could’ve been alleviated for thousands or even millions of people? And yet so often, these great minds and potential opportunities are destroyed by irresponsibility and negligence, which are natural consequences of the corruption that seems to be so prevalent in society. This problem only appears to be growing as time goes on. The Beirut explosion is just one of the many rotten fruits that are growing on the tree of corruption all around the world.
How long will we watch this go on from the sidelines? Can we afford to allow this to go on? Can we keep tolerating corruption in our midst? Will you and I have the courage to stand up and fight for our rights, our brothers, and our sisters all around the globe?
Third Prize Short Story in English
My first and last defense of mediocrity
Author: Ignacio Lasheras
Bachelor of Laws and Bachelor in International Relations
Spain
“As you set out for Ithaka
hope your road is a long one,
full of adventure, full of discovery.”
Ithaka, Cavafy.
I can still recall, five years ago, my literature teacher pronouncing those few words in the middle of the class. The situation suggested a moment of “catharsis”: The quietness of the agora, the taste of the environment, even the glare of his eyes. I felt I was surrounded by an authentic sense of community, completely blinded by the charm and scrumptious words that he was pronouncing. Today, if I make an effort, I can still savour those verses in my mouth.
When he ended up reciting the whole poem, everyone remained silent. He smiled and kept on with the lesson. To be honest, at first, I did not understand a word about the whole poem. It was so complex and twisted. My teacher told us that Ithaka is Ulises's home, where he desperately wishes to come back after fighting in the Trojan war. Somehow, Ithaka is not just a physical and bucolic place. More than that, it is a broad and wide concept that englobes everything that in one way or another means “home”: our dreams, our vocation, our family... A short of, our own private “Macondo”.
He asked us to write an essay about which is our Ithaka. And to be honest, by then I was seventeen, and I had not dedicated much of my time to these lofty ideas and unreachable concepts. As almost every person at my age, I was going through a search for identity, that was traduced in complete vocational emptiness.
At the academic level, I knew I was doing “Bachillerato”, however, I was not sure that I had taken the best professional option. I could dedicate my life to different things than studying for a degree as I was supposed to do. But there were other aspects of my life that were not clear enough. I had a lot of questions on a wide variety of topics. From trivial affairs such as which shall be my dressing style, to more complex issues such as religion or politics. That is why I found it so hard to write the damn essay. I spent entire afternoons facing the blank paper in front of me without knowing what to tell. It was a blinding and neat white, whose nature only fell apart when I wrinkled it in paper balls. Still empty and silenced paper balls.
The deadline was approaching and the only thing that worried me more than writing was not to write anything and to admit to myself that I was a complete fraud. Finally, I took courage and I started writing.
The first lines of my essay said: “I know little about where I want to go. I do not know if I shall study for a degree, if I should finish the course, or if should start to work. Sometimes, I am just aware that I would like to be the catcher in the rye, like in Salinger’s book, and I feel that it is not enough. Ishmael sails to find meaning. Plato drank and Cato nailed down a sword to himself. And what I am supposed to do? I read but I don’t feel that my story fits in any book. I watch films but I do not identify myself with any character. Not with the heroes, neither with the villains. Sometimes it is just like there is no good, there is no bad, everything just is. And that feeling does not leave a place to me in the world. In terms of finding my own Ithaka, or of returning to my own Macondo, I am just homeless. However, I do not think I am alone. No. I do not think so. We might be thousands of millions who think of themselves as orphans, or as just mere supporting characters within this whole bunch of stories and threads randomly mixed in something we do not know what it is, but some dare to call live. And I cannot be sure, but who knows, probably this is the best for me and for them. Not everybody was born to become Ulysses, not everybody wants to write a masterpiece, or to be a billionaire. There are people, who are fine just where they are. They do not need open fields, nor great adventures which are worth being told to their grandsons. They are comfortable within their own private ditch, surrounded by boundaries and limits, who settle where they are allowed to go, and where they are not. Now that I think about it, I would like to claim that this is a discourse that honors mediocrity, as any had done before. And I think that it was time for someone to do it.” Under that defeat tone I kept on writing until I concluded by acknowledging that I was afraid I may never arrive in Ithaka, and with some cynicism, I concluded: “And it is right. This might not be my place. I’d rather be lost, wandering around lugubrious places than in the best place of the world, knowing I don’t belong there.”
Few days after delivering the assignment, my literature teacher met me. I had not expected any reaction from him. Perhaps, mere indifference. I was pretty sure, that some other students might have done more inspiring and motivating essays than me. But I could not be more wrong. Actually, he seemed concerned about my essay. I perfectly remember how the meeting was developed. We were sat in a bank, during the break. It was spring, and the weather was quite comfortable. Some children were playing with a ball five meters away from us. There were really noisy. I did not feel like I wanted to talk. And, I guess that at first, he was kind of silent too. Perhaps, contrary to what I used to believe, adults also have a hard time when finding accurate words.
After a while, he asked me: "Did you understand the poem?”. I answered: “Yes, sir. It was about Ithaka, which is Ulysses's home, where he desperately wishes to go.” Then he proceeded: “That’s right. But do you know what Cavafy meant when he spoke about Ithaka?”
“Short of. Ithaka represents our dreams, right?” – He looked upset. Unexpectedly, he changed the direction of the conversation.
“Hear me out, Joel. You are not mediocre. And even if it sounds ironical, you have proved it basically, because no mediocre would be able to wield such a pure defense, of mediocrity.”
“But what if I don’t have any dreams, neither any vocation? What if I don’t have any idea about anything? Listen, people debate in class. And they discuss many things. Adults do it continuously. They always have a firm opinion on several topics, but I don’t. I am just so messed up.” I meditated for a while. “If I don’t know which are my values, and my principles, how will I know where do I want to go?” – I continued – This sucks. And yes, it is mediocre.”
“Well, it is the truth what you said before, Ithaka represents our dreams. Not only, but partly yes. And I am not going to deny either, the fact that it is important to have a clear value scale in your life. But I still think that you didn’t get the essence of the poem. You are skipping the real essence of everything. I am quite surprised. What Cavafy tells us in this poem, is that you have to enjoy the travel until you reach your fate. If you have not enjoyed climbing, it does not matter whether you reach the top of the mountain or not. You should think more about whether you are enjoying what you are doing right now, and if that can draw a horizon in the future. It does not have to be concrete, but at least visible.”
“But, sometimes I am afraid of not arriving.”
“Where?”
“There, to Ithaka”.
“You will believe me. What does not matter, is whether you arrive sooner or later.” He stopped for a second and corrected himself. “In fact, it does matter. Better later than sooner. But I am sure, you will arrive. And then as the poem said, you will be disappointed with your fate, however, you will be rich, believe me.”
I guess that this conversation changed my perception of everything. I do not regret it, but I never dared to make a defense of mediocrity again. Not because I despised it, but because I did not feel mediocre. And that was a huge and important change. In the middle of that confusion, I started to value certain things that for a long time I had taken for granted. I started to pay more attention to class, I kept on diving into my passions such as politics, literature… And I got to draw a horizon, which today is still out of my reach, but that seems a little bit more concise than a few years ago. It lights my way, while I just enjoy the long journey that awaits me till I arrive in Ithaka.
Short Essay in Spanish
SECOND PRIZE
Alberto Resino Alfonso
Aprendizaje, edad y resiliencia: la prevención de riesgos laborales como herramienta de gestión
See work
First Prize Short Essay in Spanish
Keynes un personaje del siglo XX ¿Y del XXI?
Author: José Manuel Cassinello Sola
Senior Management Program
Spain
Se cumplen este año 75 años del fallecimiento de una de las personas más influyentes del siglo XX: John Maynard Keynes. Más allá de su carácter como genio y revolucionario economista, podemos incardinar este personaje dentro de esa categoría de quiénes, sin un especial propósito, acaban siendo una especie de líderes laicos tras los que se desarrollan reformas, movimientos e innovaciones seculares que marcan el devenir histórico.
Suele ser habitual que los personajes de esta talla e influencia generen por igual adeptos y adversarios, lo que no deja de ser uno más de sus inestimables legados, al mantener abierto durante años el debate que ellos mismos plantearon, permaneciendo viva una dialéctica que acaba enriqueciendo nuestro acervo cultural y científico.
Más el personaje que el economista.
Nos centramos ahora más en el “personaje” que el “economista” ya que, siendo un reformador en la técnica económica (a él se refirieron como “el Lutero de la economía”), este último aspecto ha sido de sobra estudiado y analizado desde un punto de vista científico. Son su vida, su “filosofía” y su praxis las que nos interesan en la medida en que pueden servirnos para el presente, las estructuras racionales que las soportaban.
No resulta fácil categorizar a Keynes ya que las categorías constituyen definiciones (limitaciones y exclusiones) que usamos como unidades sintéticas para favorecer nuestro pensamiento, pero que nos hacen olvidar los matices que, en este tipo de personajes, constituyen gran parte de su riqueza. El propio Keynes expresaba la dificultad de definir un “gran economista” al exigir “una extraordinaria combinación de dones” debiendo ser “un matemático, un historiador, un hombre de Estado, un filósofo -en cierto grado… tan distante e incorruptible como un artista, y en ocasiones tan cerca de la tierra como un político”. Era en el fondo un humanista, una especie de hombre renacentista que cultivó las humanidades y la ciencia económica y que se involucró de forma práctica en todo cuanto hacía.
Como acontece habitualmente con este tipo de figuras, sus ideas no suelen dejar a nadie indiferente en la medida en que la defensa de éstas se hace con vehemencia y utilizando toda la artillería dialéctica disponible. En el caso de Keynes esta defensa apasionada se unía a un potente intelecto, tal y como puso de manifiesto en su autobiografía, el filósofo, matemático y premio Nobel de Literatura, Bertrand Russell: “El intelecto de Keynes era el más agudo y claro que he conocido jamás. Cuando discutía con él, lo hacía como si me fuese la vida en ello, y raras veces salía de la discusión sin la impresión de haber hecho el tonto”. Tanto sus adeptos, como sus adversarios, reconocieron su potencia intelectual con independencia de que compartieran o no sus tesis.
Difícil posicionamiento político.
Es difícil encuadrar políticamente a Keynes al que, desde ambos bandos, trataban de adscribirlo en el contrario, por cuanto que el aura que emitía solía generar la desaprobación de los líderes políticos que normalmente no alcanzaban a entender sus ideas y desconfiaban de la alargada sombra que éste proyectaba. Tampoco resulta sencillo definir políticamente a alguien que, siempre amparado por un potente razonamiento, no tenía remilgos en cambiar de postura cuando la situación o el problema cambiaba: “cuando cambian las circunstancias, tiendo a cambiar mis opiniones ¿y usted qué hace?”1. No en vano, constituye su “inconsistencia” uno de los principales argumentos críticos contra su teoría económica: y es que no es el mismo el Keynes de “Las consecuencias económicas de la paz” de 1919, que el Keynes de la “Teoría general del empleo, el interés y el dinero” de 1936 (en adelante la “Teoría General”) o el que negoció con Harry Dexter White en Bretton Woods.
Él mismo, en una conferencia en Cambridge en 1.925, titulada “¿Soy liberal?” y en su ensayo “Liberalismo y Laborismo” de un año después, se preguntaba sobre su verdadera adscripción política, pudiendo concluirse, no sin matices de todo tipo, que era un “liberal progresista” que marcó el terreno de juego político al concluir que “el problema económico de la humanidad consiste en combinar tres cosas: eficiencia económica, justicia social y libertad individual”. De esos tres elementos, el primero y el tercero eran los elementos liberales y el segundo la guinda progresista.
Siendo un liberal, no dejó de valorar los que consideraba los aspectos más destacables del socialismo: el utopismo y preocupación por la justicia social. Así, en el fondo de su teoría económica, existe una especial preocupación por la justicia social que, en algunos momentos, le llevaban a posicionarse más allá de los socialistas fabianos2 de la época: “he jugado en mi mente con las posibilidades de mayores cambios sociales que los que se dan en las filosofías (socialistas) actuales de, digamos, el Sr. Sidney Webb, Thomas o Wheatley”.
En esta suerte ejercicio, que siempre le llevó a destacar lo que consideró mejor de cada “bando”, no tuvo reparos en reconocer algunos méritos de la economía rusa tras viajar a conocer de primera mano esa sociedad, ni en, por otra parte, criticar la falta de libertad individual, el desprecio a las instituciones, los aspectos revolucionarios radicales y los métodos de cambio violento que, a su juicio, convertían a los más revolucionarios en el “partido de la catástrofe”.
De lo que siempre estuvo convencido es de que era necesaria una revisión del capitalismo, en la que él se empeñó a conciencia, admitiendo no obstante que éste era, sin lugar a duda, el mejor de los sistemas económicos, o quizás el menos malo3. Así lo expresó en su ensayo “El Fin del laissez faire” en 1924: “A mi juicio, un capitalismo dirigido con sensatez puede mejorar y alcanzar los fines económicos con mayor eficiencia que cualquier sistema alternativo a la vista”.
Un adelantado a su tiempo con múltiples influencias.
Sí resulta evidente definirlo como un adelantado a su tiempo en la medida en que fue un “eduardiano”4 en la época victoriana, con el riesgo que ello suponía. Y es que no podemos olvidar que, tan sólo unos años antes, a Oscar Wilde su homosexualidad y vanguardismo lo llevaron al ostracismo y a la cárcel al ser acusado de sodomía por el padre de su amante, quebrando el genio de una de las mentes literarias más sublimes del siglo XIX, que acabó sus días desterrado en París.
Keynes, que rechazó abiertamente la moral y los convencionalismos victorianos, estuvo fuertemente influenciado por los “Principia Ethica” de G. E. Moore compartiendo con él que “las cosas más valiosas que conocemos o podemos imaginar son… los placeres del trato humano y el goce de los objetos bellos”. Se deja ver un cierto epicureísmo que también compartió al integrarse en el grupo de Bloomsbury, un círculo cultural de amigos que constituían una aristocracia revolucionaria en cuanto a la cultura y a la moral sexual, posicionándose abiertamente contra los ideales victorianos. Es en el entorno de los “bloombsberries” donde se desarrolló su pasión por la cultura y su relación con el pintor Duncan Grant que junto con su esposa Lidia fueron sus grandes referencias sentimentales.
Es evidente que el elitista colegio de Eton y la Universidad de Cambridge5 aportaron también otros ingredientes que se fundieron en el crisol del que emanó una compleja personalidad en la que surgían tensiones y contradicciones debido a la extrema diversidad. Era un personaje extremadamente polifacético que dudó entre dedicarse a las matemáticas o a las ciencias clásicas y que acabó combinando la ética, la filosofía, la historia y la economía como útiles de trabajo para acabar siendo uno de los grandes persuasores del siglo XX.
Cercanía a la realidad.
Frente a otros economistas altamente normativos como Hayek, Keynes demostró siempre estar pegado al terreno de la realidad y trató de leer las señales a partir de las cuales podría construir una argumentación racional. Así la revolución keynesiana, que cristalizó en la “Teoría General”, se inició al observar que, tras la crisis de Gran Bretaña de los años 1920 a 1922, llegó una recuperación incompleta que no permitía rebajar el desempleo (por encima del 11% en 1.923) tal y como los economistas clásicos pronosticaban6. En ese momento se enfrentó a su gobierno y al Banco de Inglaterra exigiendo una bajada de tipos de interés que animase la economía y mejorase el empleo. Tras un análisis fáctico, trataba de evitar medidas que provocasen una consecuencia no querida: el desempleo.
La cotidianeidad es la base sobre la que construyó sus teorías económicas recogiendo para esa elaboración elementos morales, éticos o meramente psicológicos de los distintos agentes económicos. Prueba de ello la encontramos en su definición de los “animal spirits” como elementos a combinar con los cálculos racionales a la hora de solucionar los efectos de la incertidumbre; o en la “preferencia por la liquidez”, que descontaba el efecto económico de la inquietud de los consumidores ante situaciones de incertidumbre o crisis, recogiendo las consecuencias económicas de un comportamiento humano.
Esta cercanía a la realidad no era sólo desde un punto de vista de distancia espacial, también abogaba por una realidad en cuanto al factor tiempo, reclamando que las correcciones y decisiones que fuesen necesarias se adoptasen a corto plazo, resolviendo los problemas de hoy y evitando las contrariedades que se derivasen de soluciones a largo plazo. Es muy conocida su cita “a largo plazo todos estaremos muertos”.
En definitiva, consideraba que la salud económica de un país era demasiado importante para fiarlas al largo plazo y entendía que “los economistas se adjudican a sí mismos una tarea demasiado fácil y demasiado inútil si en las épocas tempestuosas solo pueden decirnos que cuando el temporal haya pasado el océano volverá a estar en calma”.
Sensibilidad y utopismo en cuanto a los problemas sociales.
Esta cercanía a la realidad no sólo le permitía huir del normativismo, también lo llevó, tal y como recoge Robert Skidelsky en su biografía, a “transferir el problema de la justicia social de la microeconomía a la macroeconomía”, dando lugar a una “vía intermedia” entre el capitalismo y el socialismo.
Además de ser sensible a los problemas sociales defendía un cierto utopismo en cuanto a los ideales y compromisos que debían asumirse para ello. Así, frente al “amor al dinero” él propugna el valor de la “buena vida” criticando que el progreso hubiera sacrificado “el arte de la diversión por el interés compuesto”.
Más allá de su teoría económica en la que, a través de la “paradoja del ahorro”, advertía de las consecuencias perniciosas de promover el acaparamiento, también desde un punto de vista personal consideraba que el objeto de la riqueza no era la acumulación sino el consumo de ésta en una vida civilizada. Se trataba de averiguar “cómo vivir sabiamente, plácidamente y bien”, defendiendo este epicureísmo como el principal objetivo humano.
Entendía que la Economía era un medio para el desarrollo de una sociedad mejor. Así en “Ensayos de persuasión” planteó un futuro en el que los problemas económicos pasasen a un segundo plano: “No está lejos el día en que el problema económico ocupará el lugar secundario que le corresponde” y que los gobiernos se centrarían en los, para él, “problemas reales… de la vida y las relaciones humanas, de la creación, del comportamiento y de la religión”. Consideraba que el problema económico no era un problema permanente de la Humanidad y que, con la “intervención” adecuada, podría resolverse.
Un activista con fuertes dosis de optimismo.
Con acierto o con error, ha de reconocerse en Keynes un importante activismo en todo cuanto defendía, siendo su teoría económica, en parte, una consecuencia de ese activismo frente a lo que consideraba el mayor mal de su época: el desempleo. Y es que, a diferencia de los economistas clásicos, que proponían la no intervención, él recomendaba la acción al considerar que las crisis económicas no eran una pandemia o un fenómeno natural o cósmico que Dios o la naturaleza habían enviado y que tocaba soportar con estoicismo y resignación. Si tenía unas causas determinadas, podían plantearse unas pautas de acción que neutralizasen esas causas, evitando que fuera el tiempo y el mecanismo del mercado los que corrigiesen los problemas a un coste no siempre asumible.
Suponía esto, en la época en la que le tocó vivir, un soplo de optimismo en la medida en que permitía albergar soluciones a los problemas de la sociedad. Este optimismo keynesiano le llevó a criticar los pesimismos que se planteaban desde otros ángulos de la teoría económica: el pesimismo de los revolucionarios, que defienden que todo está tan mal que no nos puede cambiar más que un giro radical que acabe con los equilibrios, las instituciones y el contrato social; y el pesimismo de los reaccionarios, que consideran que el presente está en un equilibrio tan efímero e inestable que no se debe correr el riego de experimentar.
Convencimiento y tenacidad.
Es encomiable el profundo convencimiento en sus ideas, que eran el resultado de un análisis detallado de la realidad y una reflexión racional sobre ésta, y la tenacidad con las que las defendía, incluso en situaciones en las que nadie parecía comprenderle. Así ocurrió cuando tras la I Guerra Mundial se planteaba el regreso al patrón oro a la paridad de preguerra, que Gran Bretaña había abandonado como consecuencia de ésta. En ese momento la totalidad de los economistas entendían que era necesaria una “moneda fuerte” y que ello exigía la vuelta al patrón oro a la paridad de preguerra. Sin mucho éxito, por cuanto que Churchill decidió el regreso de Gran Bretaña al patrón oro en 1.925, Keynes defendió que ello significaría la materialización de la “paradoja del desempleo en medio de la penumbra”: la fortaleza de la libra provocaría una restricción del crédito, un enfriamiento de la economía y consecuentemente desempleo. Pocos economistas mantienen hoy que el análisis de Keynes fue correcto y que la política monetaria del gobierno británico (el regreso al patrón oro) rompió el contrato social admitiendo una cifra importante de desempleo7.
Fue un importante ejercicio de convencimiento y tenacidad, la postura que Keynes adoptó como asesor del gobierno británico en las negociaciones del Tratado de Versalles, tras la I Guerra Mundial y que quedó recogida en 1919 en su libro “Las consecuencias económicas de la paz”, que constituye una de las grandes premoniciones de la historia reciente. Alejándose del chovinismo que impregnaba las legaciones de los países vencedores en París, Keynes adoptó una postura extremadamente crítica contra su primer ministro Lloyd George, al advertir y justificar que unas excesivas indemnizaciones como las que se planteaban para la Alemania derrotada tendrían como consecuencia “reducir a Alemania a la servidumbre durante una generación y de privar a toda una nación de felicidad”. A su juicio, los representantes de los países vencedores Wilson (Estados Unidos), Clemenceau (Francia) y George (Gran Bretaña), planteaban una “paz cartaginesa”8 bajo la exclusiva óptica de las compensaciones, ignorando que la prosperidad económica de todos los países, incluidos los perdedores, debía ser una condición necesaria para una paz permanente. Con una soberbia intuición, anticipó la crisis de Alemania y el auge del totalitarismo nazi, anticipando la II Guerra Mundial.
Un reformador.
En una época en la que estaba abierto y en pleno esplendor el debate entre capitalismo y marxismo, Keynes, sintiéndose guardián de los valores que él consideraba supremos -la libertad y la justicia social- se atreve a plantear teorías que suponían la ruptura con lo establecido; literalmente; “no hay razón por la que no debamos sentirnos libres para ser atrevidos, para ser abiertos, para experimentar, para hacer, para ensayar las posibilidades de las cosas”. Se veía asimismo como un reformador, pero no revolucionario, por cuanto que consideraba que los cambios deberían hacerse “desde dentro”, aunque de forma contundente: “delante de nosotros, de pie en el camino, no hay nada sino unos pocos caballeros, viejos y con las levitas abrochadas, que solo necesitan ser tratados con un poco de amistoso desacato y tumbados como si fuesen bolos.”
Es especialmente llamativa, y resulta de plena aplicación a nuestra situación actual, la ruptura de Keynes con la visión clásica de la “teoría de la abstinencia económica” del progreso, que había defendido que la riqueza se construía a partir del ahorro, entendido éste como una abstinencia al consumo. A diferencia de esta teoría clásica, y centrándose en la falta de conexión directa entre el ahorro y la inversión, que también hemos vivido desde la crisis financiera de 2.008, se centró en una visión más microeconómica: “es la empresa la que construye y mejora las posesiones del mundo… si la empresa está despierta, la riqueza se acumula, independientemente de lo que pueda estar pasando con el ahorro; si la empresa está dormida, la riqueza decae, sea lo que sea lo que esté haciendo el ahorro”. Fue el precursor de la macroeconomía, pero dando mucha importancia a la visión microeconómica.
Tal y como se ha expuesto, su sensibilidad social, al considerar inaceptable unos altos niveles de desempleo, y su optimismo, al entender que era posible y necesario actuar y que cabían medidas correctoras, motivaron una importante reforma de la teoría económica que estaba dominada por el “laissez faire”9.
Defensor del multilateralismo.
Es cierto que, en algunas ocasiones, quizás forzado por la necesidad de defender la maltrecha economía británica durante la II Guerra Mundial10, defendió el proteccionismo y la unilateralidad, siquiera como instrumentos temporales utilizados por motivaciones concretas. Sin embargo, su legado está claramente impregnado del multilateralismo que hoy día se hace tan indispensable en un mundo cada vez más globalizado e interdependiente.
Prueba de ello la encontramos en la potente crítica vertida contra su gobierno en “Las consecuencias económicas de la paz”, en defensa de un mejor trato para Alemania tras la I Guerra Mundial, utilizando como argumento de fondo la paz europea; o su presión, también a su propio gobierno, para que aceptase los acuerdos de Bretton Woods; o la promoción junto a Harry Dexter White de organismos como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, que ayudasen a controlar las divisas y que estableciesen un marco monetario y una regulación financiera multilateral.
Influencia pasada y actual.
La influencia de Keynes en la teoría económica del siglo XX fue variable conforme ésta se fue desarrollando. Tras cumplirse las profecías que había plasmado en su libro “Las consecuencias económicas de la paz”11 se convirtió en una referencia a tener en consideración, lo que le llevó a gozar de un cierto peso en las decisiones económicas del gobierno británico al finalizar la I Guerra Mundial, si bien no siempre logró que sus criterios fueran siempre aplicados, tal y como se pone de manifiesto en que no consiguió evitar la vuelta al patrón oro en 1925.
Fue crucial para el gobierno británico su intervención en la negociación con Estados Unidos de los préstamos que financiaron la II Guerra Mundial12. En un momento crítico en el que, tanto desde un punto de vista bélico como económico, su país estuvo a punto de quebrar (ello hubiera supuesto el triunfo de Alemania en el frente occidental y probablemente en la guerra), hizo gala de una vehemencia, firmeza y sentido de estado que contribuyeron a Gran Bretaña a terminar y ganar la guerra.
Como continuación a su labor durante la II Guerra Mundial, Keynes concurrió, ya sí, como referencia económica europea, a las negociaciones de Bretton Woods donde tuvo enfrente a un Harry Dexter White13 que defendió la posición americana desde un lugar prominente. Es aquí donde se fraguó el nuevo orden mundial y del que finalmente surgieron las instituciones que regularían el nuevo modelo económico: el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.
La influencia de Keynes a partir de su muerte fue muy importante ya que su “Teoría General” funcionó durante la recuperación de las economías tras la II Guerra Mundial, encajándose perfectamente con los planes de recuperación que se aplicaron tanto en Estados Unidos como en Europa: una economía en crecimiento basada en un incremento de la demanda agregada por un mayor gasto e inversión pública. En este entorno, desde los años cincuenta a los setenta, fue rotunda la victoria de Keynes frente a los denominados “economistas de agua dulce”14, que defendían la primacía de los mercados eficientes y la racionalidad de los operadores económicos.
Sin embargo, dos hechos marcaron el final de este periodo de influencia keynesiano: por un lado, la crisis del petróleo de 1973, que constituía una crisis por el lado de la oferta que difícilmente tenía solución por el lado de la demanda, que era al que más interés prestaba Keynes; y por otro, la llegada al gobierno de Thatcher y Reagan15 que comenzaron a aplicar las recetas de corte liberal defendidas por Hayek16 y Milton Friedman17, al ver como su respectivos países iban perdiendo ventaja competitiva frente a Alemania, Francia o Japón. Se volvió a la disciplina de mercado y a los valores victorianos, promoviéndose una intensa desregulación y la reducción del peso del estado en la economía18.
Tras la crisis financiera de 2008 y el reconocimiento de que la desregulación y la menor intervención19 había llevado a las entidades financieras a asumir unos riesgos más allá de lo que su liquidez, e incluso su solvencia, podían soportar, se desempolvaron las recetas keynesianas volviéndose a plantear incrementos en la demanda agregada, a través del mayor gasto público, para reducir los elevados niveles de desempleo que resultaron tras la crisis. Dándose bandazos en el sempiterno debate entre austeridad e incremento del gasto público, y con una política monetaria cuantitativa20, se sentaron las bases de la recuperación.
En estas estábamos cuando la pandemia ha revolucionado el mundo tal y como lo conocíamos. Tras un 2.020 de muertes, confinamientos y parón económico, en un escenario de cierto optimismo por la llegada de las vacunas, nos encontramos ahora lidiando con las consecuencias de todo ello: crisis económica y desempleo.
¿Resulta aplicable Keynes para el futuro?
Al margen de cuáles sean las recetas desde un punto de vista de la teoría económica, y en la medida en que analizamos aquí más al personaje que al economista, sí es cierto que resulta útil repasar las cualidades y planteamientos keynesianos, por cuanto que pueden sernos de utilidad de cara a un futuro incierto. Y es que, en cierta medida, nuestra reacción a la pandemia a través de un importante incremento del gasto público y de una nueva política monetaria cuantitativa, ha sido fruto de esa concepción keynesiana de que, “a largo plazo todos estaremos muertos” y que deben tomarse medidas ante las altas tasas de desempleo.
Más allá de su teoría económica, lo importante de Keynes y lo que resulta aplicable en una situación tan dramática como la actual es la relevancia que dio a los juicios morales en la economía, y a considerar que ésta “trata de introspección y de valores”. Es plantear como objetivo la “buena vida” a la que se refería Keynes, frente al “amor al dinero” que criticaba como paradigma del acaparador.
Parece asumirse tras la pandemia que, para paliar los efectos del desempleo en la sociedad, viviremos unos próximos años con tipos de interés bajos y con una “cierta” inflación (asumida), que alivie el peso de los fuertes endeudamientos incurridos por todos los agentes económicos en la recuperación, lo que, en cierta medida, provocará lo que Keynes denominó “la eutanasia del rentista”, que se verá invitado al consumo o la inversión, provocando de esta forma un incremento de la demanda agregada. No es más que la no asunción y reacción antes situaciones no deseadas, como consecuencia de esa “sensibilidad keynesiana” a los problemas del presente.
En la actualidad, tras la experiencia de la pandemia, nadie cuestiona la necesidad del Plan de Recuperación para Europa (Fondos “Next Generation”), ni la capilarización de esos fondos en las economías nacionales a través de mayor inversión pública, ni los ERTES como medidas para ayudar a las empresas.
Se adopten unas medias económicas u otras, sí que procedería volver a considerar la economía, tal y como promulgaba Keynes, como una “ciencia moral” que debe estar al servicio de la sociedad, valorando en todo momento los costes éticos y ambientales del progreso social. Es un planteamiento parecido al que promovió Karl Polanyi en su libro “La Gran Transformación”, al estimar la necesidad de volver a “incrustar” la economía dentro de la sociedad, evitando que sea una ciencia autónoma y exclusivamente dependiente de las fluctuaciones de los mercados.
BIBLIOGRAFÍA
- KEYNES, John Maynard. “Las consecuencias económicas de la paz”. Editorial Austral.
- KEYNES, John Maynard. “Política y futuro. Ensayos Escogidos”. Editorial Página Indómita.
- KEYNES, John Maynard. “Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero”. Editorial Fondo de Cultura Económica de España.
- NASAR, Sylvia. “La Gran Búsqueda”. Editorial Debate.
- POLANYI, Karl. “La Gran Transformación”. Editorial Fondo de Cultura Económica de España.
- SAMUELSON, Paul A. “Macroeconomía”. Editorial McGraw Hill.
- SCHUMPETER, Joseph A. “Historia del Análisis Económico”. Editorial Ariel Economía.
- SKIDELSKY, Robert. “Keynes”. Editorial RBA.
- SKIDELSKY, Robert. “El regreso de Keynes”. Editorial Crítica.
- WAPSHOTT, Nicholas. “Keynes vs Hayek. El choque que definió la economía moderna”. Editorial Booket.
1 Así lo reconoce en el prefacio de su libro “Teoría General de la ocupación, el interés y el dinero”, al decir “yo mismo defendí durante muchos años con convicción las teorías que ahora ataco y creo no ignorar cuál es su lado fuerte”.
2 Socialistas que planteaban la reforma, frente a la revolución marxista y que tomaron el nombre del general romano Quinto Fabio que eludía los enfrentamientos directos siendo prudente en sus estrategias bélicas.
3 En su libro “La era del imperio”, Eric Hobsbawm hace referencia a que “Keynes dedicó toda su notable brillantez intelectual, así como su ingenio y dotes de propaganda, a encontrar la forma de salvar al capitalismo de sí mismo.”
4 Tras la muerte de la reina Victoria del Reino Unido en 1.901, le sucedió su hijo Eduardo VII.
5 Dentro de Cambridge, constituyendo una importante influencia, se integró dentro de “Los apóstoles” que era un elitista club de debate secreto en el que también se integraron Bertrand Russell, G. E Moore o Ludwig Wittgenstein.
6 El primer capítulo de la “Teoría General” deja constancia de que la teoría clásica parte de unas hipótesis que “no son las de la sociedad económica en que hoy vivimos, razón por la que sus enseñanzas engañan y son desastrosas si intentamos aplicarlas a los hechos reales.”
7 Keynes consideró que el patrón oro era un instrumento utilizado exclusivamente en defensa de los financiadores que comprometía la economía productiva.
8 En referencia a que, tras la Segunda Guerra Púnica, Roma impuso a Cartago una paz humillante y brutal.
9 En su ensayo “El final del laissez-faire” escrito en 1.923 hace un análisis histórico en el que examina las distintas teorías económicas y sociales que se habían desarrollado hasta ese momento, poniendo en crisis la teoría clásica al entender que no procede asumir las consecuencias negativas que se derivaban del “dejar hacer y dejar pasar”.
10 En un alarde del tan manido aforismo británico “rigth or wrong, my country”. Schumpeter destacaría su patriotismo en las negociaciones de Bretton Woods al manifestar que Keynes “era sorprendentemente insular, incluso en su filosofía, pero en nada tanto como en economía”.
11 Margaret Macmillan, en su libro “Usos y abusos de la Historia” mantiene que la tesis de Keynes era una “teoría muy atractiva… pero pasaba por alto algunas consideraciones”, esgrimiendo que, por una parte, las cargas impuestas en el Tratado de Versalles no fueron una carga tan grande como pudo parecer y que Alemania sólo hizo frente a parte de sus obligaciones por cuanto que Hitler canceló su pago en cuanto llegó al poder. Como conclusión concluye con respecto a este tema que “las lecciones de tales maestros de historia (con relación a Keynes) son demasiado sencillas o están equivocadas”.
12 No en vano lideró todas las vicisitudes y contingencias que, para Gran Bretaña, se derivaron de la Ley de Préstamo y Arriendo que constituyó un alarde estadounidense de equilibrio entre el no intervencionismo, antes de Pearl Harbor, y el compromiso en la lucha contra el nacismo.
13 Harry Dexter White sería en esa época acusado de agente soviético por la administración Truman, siendo descartado como primer director general del Fondo Monetario Internacional.
14 La teoría económica ha “toponomizado” las distintas teorías económicas diferenciando entre los economistas de “agua salada”, entre los que se encontraban los keynesianos, por cuanto que los principales centros de investigación estaban en enclaves cercanos al mar (Harvard, Princeton y Stanford), distinguiéndolos de los de “agua dulce”, cuyos principales baluartes eran Friedrich Hayek y Milton Friedman, cuyos principales centros se encontraban cerca de grandes lagos (Escuela de Chicago y Escuela Austríaca).
15 Margaret Thatcher ocupó el cargo de primer ministro en mayo de 1979 y Ronald Reagan fue nombrado presidente de EEUU en enero de 1981.
16 Premio Nobel de Economía en 1.974.
17 Esto representaba la materialización de las ideas que, desde hacía tiempo, venía defendiendo la Sociedad Mont Pelerin (denominada así por el lugar donde se celebró el primer encuentro en Suiza) en la que se integraban economistas, filósofos e historiadores y que promulgaba la vuelta a los ideales liberales clásicos.
18 Tal y como reconoce Eric Hobsbawm en su libro “Como cambiar el mundo”, a partir de esos años “el pleno “pleno empleo” fue reemplazado por la flexibilidad del merado laboral y la doctrina de “la tasa natural de empleo”.
19 Alan Greenspan, que fue presidente de la Reserva Federal de EEUU y uno de los máximos exponentes de la desregulación, llegó a admitir ante el Congreso de los Estados Unidos que cometió “un error al suponer que el egoísmo de las organizaciones, especialmente los bancos, era tal que eran los que mejor podían proteger a sus propios accionistas y a su capital en las empresas”.
20 En Europa esto ha venido de la mano de la “Quantitative Easing” o “QE” que ha sido la política de expansión monetaria desarrollada por la Unión Europea y que tuvo sus equivalentes en Estados Unidos.
Second Prize Short Essay in Spanish
Aprendizaje, edad y resiliencia: la prevención de riesgos laborales como herramienta de gestión
Author: Alberto Resino Alfonso
Programa Superior de Dirección Estratégica de RRHH
Spain
Resumen:
Durante la pandemia hemos comprobado que los errores constituyen parte del proceso de aprendizaje organizacional y que cuando se gestionan mal pueden causar estrés y pérdida de competitividad. Por el contrario, los errores bien gestionados sirven para aprender; y para que afloren necesitamos generar un contexto donde se pierda el miedo a hablar porque la organización agradece esa información. Herramientas de comunicación, como el feedback generativo, ayudan al líder a generar este contexto e influir positivamente en los comportamientos. Al mismo tiempo, con las herramientas apropiadas podemos transformar los riesgos que supone la diversidad de edad en ventajas competitivas, si logramos aprovechar la variedad de competencias profesionales que supone tal diversidad. Gestionar competitividad y bienestar corresponde a RRHH y a PRL, que integrar sus actuaciones.
Palabras clave: aprendizaje, feedback, PRL, competitividad, edad.
APRENDIZAJE, EDAD Y RESILIENCIA: LA PREVENCIÓN DE RIESGOS LABORALES COMO HERRAMIENTA DE GESTIÓN
El liderazgo es el proceso por el que alguien influye en el comportamiento de otros para lograr que quieran hacer lo que tienen que hacer. Una organización de futuro necesita sintonía y sincronía, porque tan importante como cada una de las piezas del engranaje, es la relación entre ellas. Si las piezas se relacionan mal, la cosa funciona mal.
En consecuencia, que las organizaciones sean eficientes depende de cómo se comunican unas áreas de la organización con otras; y la calidad de su comunicación depende de la calidad de las conversaciones entre las personas. Por tanto una organización tendrá más éxito cuanto mejores sean sus conversaciones. Conseguir personas capacitadas así es la razón de ser de RRHH y lograr un liderazgo que comunique dirección y motivación es su responsabilidad; a todos los niveles. Por eso hay que esforzarse para que los procesos de comunicación ayuden a la mejora continua. La organización lo necesita.
La mejora continua se debe orientar a perpetuar la organización en el tiempo, alargando su vida. Y esto se logra haciendo la organización más resiliente, lo que implica atender el aquí y ahora mientras ponemos en práctica lo necesario para afrontar el porvenir. Significa conocer qué cosas hacemos, y sobre todo qué cosas no hacemos, que están erosionando, imperceptiblemente, la pervivencia de la organización. Y trabajar juntos para avanzar juntos. Para que aflore a la consciencia lo que hacemos en realidad, la organización debe proporcionar a las personas la seguridad de que sus observaciones serán apreciadas y en ningún caso castigadas, pues comunicar imperfecciones es imprescindible para mejorar. Los errores son buenos si somos capaces de aprender de la experiencia. Cuando el aprendizaje organizacional se produce de forma deficiente el propio sistema entra en grave riesgo. Y la causa profunda de ello suele estar en la cultura de la empresa, y ser propiciada por deficiencias en la formación de los líderes.
El liderazgo necesita de una visión amplia e inclusiva que, manteniendo a la vista el pasado proyecte claramente su objetivo en el futuro. El líder necesita engranar todos los esfuerzos en esa dirección, y para ello debe ser un comunicador seductor, capaz de influir positivamente en las personas.
Lo que está sucediendo con covid19 es que se está creando ciencia en tiempo real y el proceso de investigación está al descubierto para el ojo público. Lo que cotidianamente hemos visto y oído en los medios de comunicación son actualizaciones del conocimiento sobre la enfermedad, diferencias de criterios y cambios de directrices, y esto es sencillamente el proceso de investigación y creación científica al descubierto. Lo que sucede es que desconocemos cuántas pruebas y errores han sido necesarios para, por ejemplo, determinar cuál es el mejor tratamiento para una enfermedad, porque normalmente este proceso de aprendizaje se nos oculta. El método científico se basa en la prueba y el error, contrastando qué hipótesis deben descartarse, cuáles pueden mejorarse y cuáles funcionan eficazmente. Por lo tanto es normal que se produzcan todos estos cambios, por más que puedan generar incertidumbre o desconfianza.
Estamos siendo testigos de cómo, mientras las cosas iban bien durante años, la capacidad de respuesta del sistema se fue erosionando poco a poco, imperceptiblemente, poniendo en grave riesgo a la organización. Hemos ido prescindiendo de lo que parecía innecesario en ese tiempo de bonanza, adelgazando su capacidad de respuesta, debilitando su resistencia ante los infortunios, y su resiliencia. Y esta erosión de la seguridad del sistema es parte del delicado equilibrio entre la seguridad y la productividad, que se conoce como deslizamiento hacia el peligro. Es propio del ser humano que la autocomplacencia debida a los buenos resultados haga bajar la guardia y entonces se deslicen los esfuerzos desde la prevención a la producción, llegando a poner en riesgo a la propia empresa, al propio sistema. Esto es parte consustancial de la evolución de las organizaciones, y por tanto razonable y esperable, y por eso se puede gestionar.
En resumen, debemos aceptar que los errores son necesarios para el progreso y, en lugar de alarmarnos, estar atentos a que se mejora continuamente. Así podemos aceptar que los cambios de criterio y de directrices son razonables. El ser humano es imperfecto y además las cosas cambian con el tiempo, así que debemos esperar que lo que hacemos sea imperfecto. Por eso la organización debe analizar el resultado de sus actuaciones, de su gestión, para aprender continuamente cómo hacerlo mejor. En este sentido es razonable que haya errores, deficiencias, oportunidades de mejora. Las imperfecciones son aceptables, remplacemos la alarma por la alerta.
En este contexto hemos experimentado cómo el sistema de salud pública se ha visto afectado, tambaleándose ante el embate de la pandemia y resistiendo en gran medida gracias a la profesionalidad y compromiso de los profesionales de la salud. Hemos visto cómo, a pesar de que el sistema sanitario ha temblado hasta sus cimientos, aún sigue funcionando. De hecho, ha mejorado su capacidad de respuesta mostrando flexibilidad y haciendo adaptaciones eficaces en tiempo real. Realmente está aprendiendo de la experiencia. Y está demostrando resiliencia.
Debemos recordar que los directivos y mandos de la empresa también son trabajadores, y necesitan ser competentes para el ejercicio de sus responsabilidades. Necesitan estar formados y entrenados en las competencias necesarias. Estas incluyen el liderazgo, así como las habilidades de comunicación para obtener información sobre las oportunidades de mejora, de manera que se logre un clima laboral donde las personas se sientan seguras de informar de los errores, porque la cultura de la organización acoge con reconocimiento y gratitud sus apreciaciones.
Por lo tanto la gestión de la organización consiste en lograr una cultura organizacional impregnada de un espíritu de mejora continua, que potencie el aprendizaje, en un clima donde las personas estén automotivadas para cumplir con sus responsabilidades y comunicar las deficiencias, haciendo aflorar las oportunidades de mejora y trabajando en equipo a través de toda la organización. Porque así contribuimos al aprendizaje, evolución y pervivencia de la organización. El espíritu de aprendizaje exige que los responsables potencien un contexto donde los individuos se sientan orgullosos de contribuir a la mejora del conjunto. Y esto implica estar atentos a los factores latentes que pueden hacer que un error o imprudencia desencadene grave daño.
Pero esto no significa que aceptemos indolentemente el deterioro de las condiciones de trabajo. Por el contrario, el deslizarnos hacia el peligro significa que hemos de fomentar la participación de los trabajadores en los procesos de información y toma de decisiones, a todos los niveles. Porque hay que incorporar el conocimiento adquirido por cada estamento, en cada nivel de la organización. Y para eso tenemos que trabajar integrando a todos los colectivos en los equipos que realizan la modificación y diseño de protocolos y de medidas de supervisión y control. Hay que aprovechar la profesionalidad y compromiso de los trabajadores incorporándolos al proceso de aprendizaje organizacional y mejora continua.
La pirámide poblacional en España está envejeciendo y la vida laboral alargándose. En consecuencia en los próximos años convivirán en las organizaciones hasta 5 generaciones, con distintas necesidades, dificultades y ventajas profesionales. Las evaluaciones de riesgos laborales deben contemplar estos riesgos emergentes desde el paraguas de la adaptación del puesto a las personas1. Hay que adaptar las demandas del puesto (físicas, cognitivas, emocionales y sociales) a las distintas capacidades de las personas en los distintos grupos de edad. Y esta variabilidad es positiva para la organización, que se enriquece con la variedad de comportamientos y de habilidades disponibles para el negocio, debido a que las personas compensamos ciertas mermas con mejoras en otros aspectos (por ejemplo, la toma de decisiones y la gestión de conflictos son puntos fuertes del colectivo de más edad). Por eso las organizaciones que aprovechen esta oportunidad serán más competitivas.
La ventaja que ofrece el área de PRL para gestionar este riesgo es que dispone de una estructura conocida (los servicios de prevención) y de capacidad técnica (ergonomía, psicosociología, vigilancia de la salud). Esta perspectiva justifica sea PRL quien lidere las políticas de RRHH relativas a la gestión de la edad en las organizaciones, siempre desde un enfoque interdepartamental.
La Unión Europea ha decidido afrontar este desafío dando libertad para su gestión, abordándolo a través de guías y recomendaciones en lugar de legislando. Las políticas e intervenciones deben considerar la complementariedad de los grupos de edad y orquestar programas que permitan aprovechar las fortalezas de todos, con un enfoque más próximo a la psicología positiva, mirando más hacia delante en busca de logros que hacia atrás huyendo de dificultades. Algunas buenas prácticas en este sentido comprenden planes de formación inclusivos, planes de integración intergeneracional, planes de transición a la jubilación, planes de vuelta al trabajo y mentoring directo e inverso, entre otras, siempre apoyadas en datos de previsiones demográficas de la organización, con vistas a medio plazo.
Un aspecto importante es el mantenimiento del contrato psicológico entre trabajador y empleador, buscando que las personas quieran permanecer en la organización y que sean ellas quienes decidan cuándo jubilarse. Y en esto es importante un cambio de actitud personal, pasando de esperar a jubilarse para disfrutar de la vida, a la perspectiva disfrutar también durante la vida profesional. Y las organizaciones aquí tienen un importante papel que jugar, proporcionando el contexto apropiado para esta evolución, mediante del diseño del puesto de trabajo, incidiendo en los factores psicosociales: capacidad de decisión, participación y control, reconocimiento o apoyo social. ¿Para qué esperar a disfrutar después de jubilarnos cuando podríamos hacerlo ahora en cada momento?
La gestión de la edad en las organizaciones requiere un abordaje planificado, en el que un primer paso deberían ser las políticas de conciliación, necesariamente distintas en cada grupo de edad para atender a sus necesidades específicas. Y también ha de considerar la transmisión del conocimiento intergeneracional (el conocimiento es el mayor activo de las organizaciones) y el anticipo del cambio para prever la formación necesaria. Para avanzar en este sentido, la movilidad funcional y el cambio de carrera profesional son también puntos clave.
En resumen, la gestión de la edad en las empresas ha de afrontarse haciendo extensivas las políticas a todos los grupos de edad, con un enfoque positivo, trabajando para crear un clima de aprendizaje que ayude a avanzar a las organizaciones, en el que se produzcan intercambios generacionales de habilidades.
En este sentido podemos rediseñar los puestos para adaptarlos a las necesidades de las personas, atendiendo a la dimensión psicosocial y ergonómica, así como generar contextos que permitan que cada colectivo aporte a los demás sus fortalezas. Así avanzaremos hacia empresas más saludables y más competitivas. En este sentido son útiles los programas de intercambios de experiencias y aprendizajes, pero será aún más interesante modelar los patrones de éxito de cada franja de edad y luego reproducirlos en otras franjas de edad mediante formación y entrenamiento.
Hay que inundar las distintas áreas de la organización de una actitud generosa que responda a la visión de conjunto y se esfuerce por el éxito global. Para eso hace ser competitivo con uno mismo al tiempo que altruista con los demás, capaz de mejorar el propio desempeño, y capaz de aportar para el bien común a costa propia.
Para que una organización sea competitiva necesita que la comunicación entre sus distintas áreas sea tal que permita tomar consciencia de lo que pudieron hacer mejor y luego comunicarlo a quien corresponda, para que pueda estudiar cómo evitar que se repita o cómo recuperarse ágilmente del contratiempo. Se trata de sacar a la luz las ineficiencias. Pero en el camino encontraremos obstáculos, porque alumbrar algo cuando crees que tendrá malas consecuencias genera un estrés contraproducente. Por eso es importante gestionar los miedos que conducen a ostracismos y beligerancias contraproducentes. Dicho coloquialmente: la mierda puede ser muy buen abono si sabes cómo hacerlo. Y esto es tarea de RRHH. Si quieres puedes ver al área de RRHH como un jardinero que selecciona, organiza y cuida las plantas, porque necesita que estén saludables para que den fruto.
Por su parte, la gestión de las condiciones de trabajo es parte de la prevención de riesgos laborales (PRL) e incluye: la organización del trabajo, los procesos de comunicación y el clima laboral. Recuerda que la prevención de riesgos laborales es lo que se hace para mejorar los niveles de seguridad y salud laborales, y que la gestión de las condiciones de trabajo (incluidas las anteriores) está legalmente atribuida al Servicio de PRL2. Ahora, puedes ver la PRL como la gestión de las plagas y enfermedades del jardín, que previene, protege y cura las plantas, evitando riesgos y minimizando los daños potenciales. Al mismo tiempo RRHH debe contribuir al éxito de la organización gestionando los trabajadores, lo que implica seleccionar las competencias necesarias, mejorarlas, evaluar el desempeño, compensar el esfuerzo de una forma motivadora, y atender las relaciones laborales.
¿Es entonces una zona de conflicto entre RRHH y PRL?
Piensa en esto: lograr que las personas quieran hacer lo que tienen que hacer incide positivamente en la productividad, mejora la salud y seguridad de las personas, y reduce la fatiga por edad de los trabajadores3. Esta es en realidad la única misión del líder, y para ello necesita competencia. Antes hemos dicho que para el éxito hay que tener visión global, ser capaz de aportar para la mejora propia y del conjunto, ser capaz de gestionar conflictos, y para todo ello, ser capaz de comunicarse con eficacia. ¿No es esto lo que esperamos de cualquier trabajador eficaz y comprometido? ¿No es esto lo que esperamos de cualquier líder? Lógico, ya que cada uno es líder al menos de sí mismo y de las consecuencias colaterales que pudiera tener su comportamiento.
Y conseguir personas capacitadas es la razón de ser de RRHH. Lograr un liderazgo que comunique dirección y motivación es su responsabilidad. Al mismo tiempo, una forma de evitar daños es capacitando a las personas para que desempeñen sus funciones sin riesgos para ellos o para otros; y esto incluye las funciones de liderazgo. Porque un trabajador competente evita riesgos para él mismo, para los demás y para la organización en su conjunto.
Toda la información necesaria circula a través de distintos interlocutores (departamentos de producción, RRHH, compras, PRL… Es decir, la información necesaria para avanzar hacia el éxito la manejan colectivos de personas con diferentes objetivos; o mejor dicho, colectivos de personas que no comparten todos sus objetivos o que tienen diferentes prioridades en ellos. Y estas personas con tan aparente disparidad necesitan comunicarse eficazmente, sintonizarse y sincronizarse.
Para resumir: la organización necesita que las personas se digan continuamente unas a otras lo que hacen mal, y que sean capaces de utilizar positivamente esa información tan delicada. Y es tarea del líder propiciar el clima laboral que facilite que las oportunidades de mejora afloren. Por eso todo líder debe ser un comunicador eficiente, influyente, porque debe comunicar a cada cual cuánto le faltó para hacer correctamente lo que tenía que hacer, y necesita transmitir esa información de una forma positivamente motivadora. Y contamos con herramientas de neuroliderazgo para ayudar a los líderes en este difícil cometido. El feedback generativo es una de ellas.
El modelo de feedback que se enseña tradicionalmente, modelo sándwich o modelo KKK (Kiss-Kick-Kiss) ha dejado de ser útil y suele conseguir efectos contrarios a los perseguidos: actitud defensiva, mirada retrospectiva, justificaciones y acusaciones, estrés, mal clima… Este modelo de feedback consiste en comunicar el mensaje importante (y potencialmente conflictivo) entre medias de dos mensajes agradables: Beso-Golpe-Beso (Kiss-Kick-Kiss). Con la mejor intención hemos aprendido a dar primero un mensaje agradable o neutro para que la persona tenga una buena disposición de ánimo de cara al mensaje importante que le queremos transmitir en segundo lugar, que es el objetivo real de la conversación; y finalmente decimos algo agradable para que pase el mal trago y quede con buen sabor de boca. Por ejemplo: “he visto que ya has dejado sobre mi mesa el informe que te pedí, pero con tantas páginas es aburrido, aunque tenga gráficos interesantes”
¿Con qué mensaje se habrá quedado el oyente? ¿Qué actitud habrá generado?
Analicemos con más detalle lo que sucede de forma rapidísima en nuestro subconsciente con este otro ejemplo:
• “he visto que ya has dejado sobre mi mesa el informe que te pedí”: vaya, seguro que a continuación me cae una bronca, nadie hace halagos gratuitamente, y menos el jefe
• “pero”: esta conjunción hace que lo que hayamos dicho antes carezca de importancia frente a lo que digamos a continuación. Para comprenderlo mejor analiza cómo te sentirías si alguien te dijera: “me tratas bien pero estoy enfermo”; ¿qué tiene más importancia para esa persona, que le traten bien o estar enferma? Analiza ahora esto otro: “me tratas bien aunque estoy enfermo”; ¿qué es lo más importante? Y analiza esta última opción: “me tratas bien y estoy enfermo
Probablemente has sentido que al utilizar el pero lo que tiene más peso es estar enferma, al utilizar el aunque la importancia está en el hecho de que le traten bien, mientras que cuando utilizamos el y ambas cuestiones tienen el mismo peso. Observa lo que sucede en nuestro subconsciente:
Así que, en cuanto que escuchamos el cumplido (“he visto que ya has dejado sobre mi mesa el informe que te pedí”) nuestra mente desconecta y se pone a buscar argumentaciones, justificaciones…. y en ese momento nuestra emoción, nuestro ánimo y nuestra actitud ya han cambiado, y en lugar de escuchar el mensaje importante con atención (el informe tiene demasiadas páginas) estaremos preparando nuestra defensa. Y lamentablemente el último mensaje, que debería ser positivo (aunque tenga gráficos interesantes) o no llega o llega distorsionado.
Además hemos utilizado un verbo inapropiado: el informe es aburrido. Para comprenderlo piensa y valora, de 0 a 10, qué es más fácil, ¿que yo deje de ser tonta o que yo deje de hacer tonterías? Probablemente has encontrado una gran diferencia, porque cambiar lo que uno es parece imposible, pero cambiar lo que uno hace es sencillo.
También sucede que hemos utilizado un adjetivo que proporciona una gran subjetividad a lo que decimos. Dicho de otra forma, es una opinión, y como toda opinión es discutible. Cosa distinta hubiera sido decir: el informe tiene más páginas de las que te pedí.
En resumen, como el modelo es conocido, en cuanto oímos un halago:
1. Intuimos el golpe que llegará a continuación y nos sentimos atacados
2. Dejamos de escuchar perdiéndonos el mensaje importante
3. Nos preparamos para responder con una actitud defensiva o beligerante.
Así que inconscientemente:
A. Desaprovechamos oportunidades de mejorar porque el mensaje llega inapropiadamente
B. Construimos un clima de inseguridad personal que tiende a ocultar los errores y lastra la organización
C. Favorecemos que las personas eludan responsabilidad sobre (el resultado de) sus actos
Pero hay otra forma de comunicarse más eficazmente: el feedback generativo, que utilizan de forma apropiada las palabras para influir en el subconsciente y logrando que:
1. La persona se sienta respetada y escuchada
2. El mensaje que recibe la persona evite conflictos potenciales y dirija su mente hacia la búsqueda inmediata de soluciones
3. Potenciar el cambio de comportamiento positivo a medio plazo
y así logramos:
A. Generar un clima de seguridad personal que permite que se hable de los errores transformándolos en oportunidades de mejora
B. Identificar la distancia entre la meta lograda y la deseada, encontrando oportunidades de mejora
C. Comportamiento honesto de las personas y responsabilidad sobre el resultado de su propio comportamiento
¿Cómo se hace?
Primero lo primero: ofrece el mensaje importante al principio y deja los halagos (al menos tres) para el final. Este mensaje importante entregamos en tres fases:
1. Ofrecemos datos objetivos, reemplazando los adjetivos y adverbios por cifras y datos y utilizando el verbo en tiempo pasado. Veamos algunos ejemplos:
• con tantas páginas es aburrido, escribiste más páginas de las que te pedí (o mejor aún: tiene 137 páginas y te pedí 100)
• has llegado tarde, llegaste a las 8:15 y la hora de entrar es las 8.00
• En caso de que la otra persona comience una discusión, nos limitaremos a responder: ¿cuántas páginas escribiste?, ¿y cuántas páginas te pedí?; o, ¿a qué hora has llegaste?, ¿y cuál es la hora de entrada?
Y si la persona trata de explicar el porqué, sencillamente le repetiremos las mismas preguntas y le propondremos hablar de los porqués más adelante.
2. En segundo lugar explicamos qué pensamos al respecto y cómo nos sentimos:
• Y yo creo que resulta aburrido (o, y a mí me aburriría leer tanto)
• Y yo creo que es una falta de respeto
En caso de que la otra persona comience una discusión, algo así como: ¿me has llamado irrespetuosa?, fácilmente la evitaremos diciendo: perdona, me he explicado mal, quiero decir que y pienso que ese comportamiento es una falta de respeto, y no sé si estoy confundida o no, si quieres luego hablamos de ello, pero por favor, déjame tener mis propias opiniones.
Por eso en esta segunda fase es muy importante pronunciar el “yo”, pues de esa forma demostramos respeto y responsabilidad, ofreciendo un potente ejemplo a la otra persona.
3. En tercer lugar, dando por hecho que la otra persona logrará hacerlo mejor, le preguntamos por la solución, comprometiéndola así con el resultado:
• ¿qué quieres hacer para….? o ¿qué puedes hacer para…?
• Y si la responsabilidad sobre el asunto es compartida, o bien la otra persona es apocada, o tímida, o necesita apoyo, utilizaremos el plural: ¿qué quieres que hagamos para….? ¿qué podemos hacer para…?
4. Y para finalizar ofreceremos tres halagos a la persona, expresados en tiempo verbal presente. Le diremos tres atributos positivos de la persona expresándolos en términos de identidad (eres) en lugar de expresarlos en términos de comportamiento (haces). De esta forma generamos comportamientos positivos a medio plazo, porque las personas nos comportamos de forma coherente con lo somos:
• …con lo esforzada, lo responsable y lo trabajadora que eres
• …con lo lista, lo atenta y lo eficaz que eres
Esta es una de las 30 herramientas neurolingüísticas que hemos desarrollado y seleccionado para ayudar a los líderes en su única tarea, lograr que las personas quieran hacer lo que tienen que hacer, para que mejore continuamente su capacidad de aprendizaje y así contribuyan a que la organización avance hacia sus fines. Son herramientas neurolingüísticas para discernir objetivos, señalar el camino y entrenar sus habilidades de seducción y motivación, que trabajan las áreas cognitiva (qué actitud adoptar), lingüística (cómo hablar) y de gestión (cómo trabajar).
1 Ley 31/95, art. 15
2 Ley 31/95
3 Tal vez la expresión “vida útil” del trabajador te haga dibujar mejor la imagen, ahora. Para muchas personas, esa imagen representa un trabajador mayor realizando un trabajo penosamente. Otras personas que ven un trabajador mayor realizando un trabajo alegremente.
“Vida útil”, “fatiga por edad”… son sólo palabras que dibujan realidades en nuestra mente. Lo verdaderamente importante es el efecto que producen. Y con frecuencia su poder está en lo que presuponen: en un caso que a partir de algún momento la vida de ese trabajador será inútil; en el otro que a partir de algún momento el trabajador necesitará organizar de otra forma las tareas y tiempos para que pueda recuperarse del cansancio.
Third Prize Short Essay in Spanish
El orgullo que nos limita
Author: José Manuel Jiménez Valentín
Executive MBA
Spain
Cuando hablamos de orgullo aquí nos referimos al exceso de estimación propia o sentimiento que hace que una persona se considere superior a las demás. Orgullo es creer: “Yo tengo la verdad y los demás están equivocados”, “tengo las respuestas”, “estoy perdiendo el tiempo con esta gente”, “no están a mi nivel”, etc. Estas sensaciones no solo conducen a la ignorancia, sino que constituyen un bloqueo para el crecimiento personal y desarrollo intelectual y psicológico, y, por supuesto, constituyen un perjuicio en nuestra relación con los demás.
El orgullo de sentirnos superiores es una defensa contra la baja autoestima, es pura debilidad, por eso siempre se está a la defensiva contra los ataques y/o la negación de esa sensación de superioridad que necesitamos. Por eso somos muy vulnerables a las opiniones de los demás. Ya sea consciente o inconscientemente, quién no tiene o considera que no posee valor real personal o se siente inferior, necesita de algo que le compense de esa deficiencia y es por lo que necesita fingir cualquier actitud que busque la valoración de los demás.
Gastamos mucha energía en esa preocupación por aparentar y eso no nos deja ser naturales y aplicar todo nuestro potencial. La verdadera fortaleza proviene del coraje, la aceptación de lo que es real y el equilibrio mental. Y esto se consigue cuando somos conscientes de lo que es verdaderamente valioso para nosotros, y que no tiene por qué serlo para los demás. Este autoconocimiento es suficiente, ya que lo que verdaderamente sabemos lo estimamos, su valor está en nuestra mente y está fuera de toda opinión, por lo que nunca puede ser atacado y tampoco necesita defensa (es un conocimiento sincero y honrado que no necesita ser demostrado).
El orgullo representa vulnerabilidad; la vulnerabilidad invita al ataque; el ataque se manifiesta en la crítica y/o el rechazo. Como el orgullo necesita del reconocimiento de los demás, si este no se produce, somos vulnerables a la ira o decepción; esto, a su vez, hace que nos sintamos culpables, y esta culpabilidad engendra miedo, que produce pérdida de paz y equilibrio mental.
Como se ha dicho, la verdadera naturaleza del orgullo es el sentimiento interno de insuficiencia, de falta de importancia, de ausencia de valor, por lo necesitamos la opinión favorable de los demás para compensarlo. Y se manifiesta tomando las siguientes formas: dando a entender lo mucho que sabemos para intentar estar a la altura o por encima de los demás, jactarse o fingir algún valor que no tenemos, fingir falsa modestia o jugar a ser el mártir, creer que somos superiores a los demás en algún aspecto o en general, la vanidad y la arrogancia, cuando prejuzgamos tratando de disminuir el valor de los demás, la resistencia a dejar el orgullo por miedo a perder la valoración de los demás, y, en definitiva, cuando nos mostramos centrados en nosotros mismos, complacientes, distantes, engreídos, presuntuosos, intolerantes, despectivos, egoístas, implacables, rígidos, condescendientes, críticos, y en formas más leves, cuadriculados.
Muchas de estas manifestaciones del orgullo se producen también cuando se trata de las opiniones. Nuestras opiniones muestran la manera en que pensamos, y lo que pensamos es una manifestación de nuestra personalidad, de nuestro carácter. Pero resulta que esa personalidad se ha formado a lo largo de nuestra vida por las influencias de nuestra educación, familia, amigos, el ambiente y la sociedad en que hemos vivimos, y por nuestra propia experiencia de vida, entre otros. Todo esto nos ha condicionado para que seamos como somos y tengamos las opiniones que tenemos. Son estos condicionantes mentales los que nos condicionan a ser lo que somos, pensamos, decimos o hacemos. Es la premisa, errónea o no, en la que se fundamenta nuestra personalidad. Y todo el mundo ha tenido su propia historia y, por tanto, todo el mundo tiene su propia personalidad y opiniones, ¿verdad? Y pregunto, entonces: ¿Por qué motivo nuestra opinión tiene que ser más verdad que la de los demás?
La humildad es saber cuáles son tus creencias y opiniones, creer en ellas sin necesidad de imponerlas a los demás. Ya no hay nada que defender. Ya no hay nada que pueda ser atacado. Ya no somos vulnerables a la opinión de los demás. Ya solo vemos esos ataques como un signo de los problemas internos que tienen los demás. Además, todos nuestros errores del pasado se basaron en nuestras opiniones sobre algo, y las opiniones están sometidas a nuestras emociones, y estas, a su vez, están sometidas a los condicionamientos mentales como ya sabemos. Por tanto, prácticamente, nuestros condicionamientos mentales son los que están dando valor a nuestras opiniones: Todas nuestros pensamientos, ideas y creencias son fruto de nuestros condicionantes mentales.
Por tanto, debemos estar atentos para ser conscientes de cualquiera de las manifestaciones de orgullo en nosotros y preguntarnos cuando proceda:
¿Qué necesidad o razón más profunda estoy intentando cubrir o defender con esta opinión o esta actitud de orgullo?
Al vencer al orgullo ya no necesitamos defender nuestra imagen, porque no necesitamos que los demás nos validen; la influencia en nosotros de las opiniones de los demás disminuye progresivamente hasta que cesa. Al no necesitar demostrar a los demás y a nosotros mismos que tenemos razón o que somos superiores, los retos frente a nosotros y frente a los demás desaparecen.
Todos los seres humanos están en constante evolución, cada uno a su ritmo, tanto a nivel individual como a nivel colectivo. Cada uno con su imperfección, todo está perfecto tal como está. Las cosas no necesitan ser aceleradas o cambiadas artificialmente. El despliegue del proceso evolutivo se está llevando a cabo de acuerdo con la Ley de la Naturaleza Universal. Con “mente abierta” estamos reconociendo que nuestra opinión es una opinión más entre todas las que existen. Además, tenemos que ser conscientes de que nuestra opinión pueda carecer de datos suficientes y/o que está sujeta a la impermanencia de su forma en el tiempo, ya que es seguro que cambiará.
Tanto la opinión como todo lo que valoramos en nosotros nos produce placer, goce, amor de la realización y la alegría interior que lo acompañan: La alegría interior por tenerlo. Eso es lo que debe bastar. Y así ya no seríamos vulnerables a la opinión de los demás. Y, por qué no, sentir gratitud por tenerlo y disfrutarlo en este momento. Lo que valoramos en nosotros lo podemos amar y mantener simplemente por lo que es: algo bello, que nos produce alegría, placer, utilidad, inspiración y paz. Ya no necesitamos tener “razón” ni defenderlo. Simplemente lo utilizamos para nuestro bien. Si lo podemos compartir sin forzar, está muy bien, y si no, también está bien. En vez de imponer a los demás, dando a entender que es lo “correcto”, “la verdad”, con lo que provocaremos rechazo y crítica, simplemente expresaremos nuestra apreciación por lo que valoramos: “Hacemos algo porque disfrutamos con ello”. La razón por la que el orgullo provoca el ataque se debe a la inferencia de ser "mejor que", que es parte integrante del orgullo.
Un ejemplo de esto es el siguiente: Imaginemos que tu familia tiene un nivel muy alejado del tuyo en lo que se refiere a cultura, nivel de consciencia de la realidad y perspectiva intelectual. Hay ciertamente una diferencia, y tú te sientes superior a ellos; pero necesitas compartir con ellos porque es tu soporte afectivo. Y te gustaría que valoraran lo que haces, pero cada vez que intentas explicarles algo ellos no lo entienden y, además, notan tu actitud de superioridad y orgullo. Ellos te rechazan porque se sienten atacados a su vez en su orgullo iniciando una respuesta de defensa. Forman una opinión y el malestar está asegurado. Así, pues, si manifestamos simplemente que lo que hacemos lo hacemos porque nos gusta y con ello lo pasamos bien, seguro que ellos no se sentirán amenazados y ya no habrá más críticas y enemistad. Nadie se sentirá ofendido y todo el mundo aceptará lo que haces, salvo, quizás, alguna broma o actitud burlona.
Además, cuando ponemos la palabra “mío” a lo que valoramos internamente, que hace que se convierta en una sensación de propiedad, parece que tengamos que defender lo “nuestro” de los ataques de los demás. Habría que sustituir el significado de propiedad “mío” por significado de existencia neutro “un, una”, “este, esto”, “una opinión” o algo similar.
Cuando dejamos el orgullo, llega la ayuda a nuestra vida para hacer frente a los problemas con los que estamos luchando, ya sea en la familia, el trabajo o en nuestra vida social. Cuando hacemos eso, algunas cosas sorprendentes comienzan a suceder. El orgullo ha sido sustituido por la humildad, la alegría y la seguridad en nosotros mismos. Y eso, los demás, lo notan.
Si estamos dispuestos a dejar la falsa seguridad del orgullo, experimentaremos la verdadera seguridad que proviene de la aceptación de lo que somos y tenemos, el coraje, la paz interior y la alegría. ¿Merece la pena?
NOTAS: Algunas causas del orgullo:
1. Si nos molesta una determinada actitud o comportamiento de las personas, el mal no está en ellas, sino que su causa origen está en nuestros propios condicionantes mentales, que hacen que reaccionemos negativamente a un hecho que, en esencia, es neutro (por ejemplo, un insulto es solo una palabra, y nada más, es algo neutro. Pero si nosotros nos sentimos ofendidos por esa palabra es porque hay un valor, un orgullo herido dentro de nosotros. No es la palabra sino nosotros quienes nos sentimos heridos). La intención de la otra persona puede no estar de acuerdo con nuestra valoración condicionada, pero hay que tener consciencia en ese momento de esa diferencia y que la causa de nuestro malestar no está en los demás sino en nosotros.
2. Nuestros condicionantes mentales hacen que comparemos determinados aspectos desarrollados en nosotros con los niveles de los demás en los mismos aspectos. El ego acude a esa diferencia para querer hacernos sentir mejor y asegurar nuestro valor ante nosotros mismos y la superioridad ante los demás. Eso es un signo claro de baja autoestima. No nos valoramos por lo que somos y utilizamos alguna habilidad desarrollada para sentirnos valorados y superiores a los demás. Y cuando los demás no reconocen esa superioridad, nos sentimos atacados, ofendidos y disgustados.
First Prize Short Essay in English
Breaking the Silence: Interviewing Holocaust Survivors in the Former Soviet Union
Author: Anya Verkhovskaya
IE Brown Executive MBA
USA
USC Shoah Foundation – The Institute for Visual History and Education (formerly known as Survivors of the Shoah Visual History Foundation) is a non-profit organization dedicated to bringing the voices of survivors of the Holocaust and genocides into classrooms around the world, “impacting future generations to build a better world based on empathy, understanding and respect.”1 At the very inception of the Shoah Foundation, I spent seven years creating and overseeing collection of Holocaust eyewitness video testimonies in Europe and Asia with the aim to create the most comprehensive oral history archive of such accounts and to make them available to educational, research institutions and museums worldwide. The goal was to collect at least 50,000 testimonies around the globe. This paper addresses the challenges and significance of recording the life stories of survivors in the former Soviet Union (FSU). It was also a very personal odyssey.
I was born and raised in Moscow. Both of my parents were Jewish, yet I never had a chance to know my heritage: the history, language, and culture of my people. I was persecuted for who I was without having the privilege of understanding who I was. Robbed of my past; I feared that my future would also be dictated to me by the political system. In 1989 I escaped to the United States as a political refugee. In the summer of 1996, I returned to the country that was once my home as a representative of the Shoah Foundation. My task was to create and oversee a network for recording in the FSU, and to give to the Jewish people of the region what had been kept from them: their history. Finally, their stories could be rescued, recorded, and preserved. Beyond the standard goal of recording oral history, the Foundation was there to help survivors bridge the chasm created by the Holocaust between their prewar lives and the present and to make it possible for new generations to learn about their roots. As I traveled throughout the FSU listening to the stories of survivors and observing, I began to realize that there were fundamental differences in the experience of collecting oral histories in that part of the world. As an American college graduate and a U.S. citizen, my analysis inevitably involved a bicultural point of view.
Individual life journeys in eastern Europe and in the FSU were more deeply reflective of history than in other parts of the world. Quite often the story of an individual was an interactive drama of country, society, and culture. Wars, revolutions, border changes, dictatorship, genocide, and other disasters were the backdrop against which an eastern European life was built. This milieu created a particular type of character, a personal identity that was difficult to extricate from a political identity2. Survivors’ stories were about the past but have yet to find closure because a still unstable environment ruled their lives. One sensed that the Holocaust was not yet history in the FSU; it was still ongoing.
Clearly, time was running out in the race to collect testimonies. Yet nowhere was the clock ticking faster than in the FSU, where life expectancy was shorter than in other parts of Europe due to the hardships of day-to-day life. Changing condition in the FSU provided an additional incentive to move quickly. While time seemed to have stood still during the last eighty years, with the rise of capitalism, rapid change was inevitable. However, there still was a brief window of opportunity to gather history in a region that remained remarkably timeless even as it passed through another extraordinary era of change. For the moment, the same houses were still standing, and the same attitudes wielded their influences. The Holocaust was not yet history.
The fall of Communism opened a new chapter, not only in the collection of oral history, but for Holocaust history itself. The unique facets of the Soviet Jewish experience—the past inextricably bound with the present—demanded the evolution of a unique approach to the collection of oral history in the region itself, while shedding light on what the “History of the Holocaust” was in a larger sense. The ways in which collection techniques were, of necessity, evolving served as a valuable mirror to our increasing comprehension of the whole picture. This complex process was rooted in the early modern history of the area of the FSU. Survivors’ testimonies reflected the influences of a number of watershed events in Jewish life in the region, beginning with the infamous pogroms at the turn of this century. The destruction of the First World War soon followed; thus, their historical memory was anchored by suffering and persecution.
The fall of the Tsarist regime on March 12th, 1917, and establishment of the Provisional Government on March 16th, 1917, resulted in the abolishment of the Pale of Settlement, and the granting of full equality for the Jews. These events were quickly followed by the revolution of November 7th, 1917, and the subsequent creation of the Commissariat for Jewish National Affairs (Evkom). A new chapter of Jewish life had begun. Though Soviet Jews were allowed to maintain their own educational, cultural and other institutions, they soon became a conduit for Soviet propaganda. The Yiddish language became a powerful state tool for the Sovietization of the Jews3. Indeed, the Soviet campaign against traditional Jewish life was born with the revolution. The Marxism-Leninism envisioned a fully atheistic society. By 1921, traditional educational Jewish institutions had begun to close and Jewish political parties were liquidated in order to adhere to Communist Party doctrine. This policy was defined by Stalin in 1920s, “It is necessary,” he wrote “to gradually include the [national] masses into the common path of Soviet development.”4
Soviet Jewish life was also deeply affected by collectivization policies. During the 1920’s many Jews were resettled to establish Jewish kolkhozes, they were forced to leave behind their traditional ways of life to learn Soviet ways of collective farming. Jewish families also suffered severe losses during the civil war and foreign interventions of 1919-1922. Subsequent Soviet policies tore away the bonds of traditional life. In 1929, the advent of harsh new anti-religious laws led to the closure and/or destruction of a majority of synagogues and other religious institutions. Synagogues were turned into warehouses, movie theaters and opera houses. Many of them remain as such today. Of the Jews who went underground to practice religion, only a small percentage survived.
The creation of Birobidzhan (in the far east of Russia) as a Jewish autonomous region in 1934 was an attempt to create a Socialist homeland as an alternative to Zionism for Soviet Jews. The attempt failed, as only 40,000 Jews lived there5.
Continues Stalinist rule served to further ostracize the Jews of the USSR. Russofication, particularly the Purge Trials of 1936-1938, led to “massive waves of arrests and murders, [in which] the anti-Jewish thrust was conspicuous.” This, concludes historian Nora Levin, was “a further signal from Stalin to Hitler that the Soviet state was now ready to come to terms with him.”6 The exile and execution of so many Jewish intelligentsia, and the continued destruction of Jewish cultural and educational institutions, left Jews not only without leadership, but with an increased fear of persecution. Jews migrated out of the Pale of Settlement; some were resettled by the government and spread out all over the country for more efficient assimilation. There was no longer a sense of community; they did not have Jewish neighbors, nor did they have a need to use Yiddish. The Soviet Union became the only place in eastern Europe where mixed marriages between Jews and non-Jews were common. Assimilation of Jews was particularly widespread in urban areas. The word “Jewish” lost its religious meaning, and Soviet Jews lost their religious identity. Being Jewish became a national and ethnic identity; it became a nationality. This nationality was soon shared by the Jews of eastern Poland, Latvia, Estonia, Lithuania, Bessarabia and northern Bukovina who found themselves living under the Soviet regime after the implementation of the Nazi Soviet Non-Aggression Pact in 1939.
The First World War left many Jews with the conviction that it was safer to live under German occupation than to live under Russian, and later, Soviet rule7. This set the stage for a misplaced trust in the Germans before the Second World War. Some Jews even welcomed them; others refused to believe the rumors of Holocaust. It was during the Second World War that many Soviet Jews discovered their identities once again through persecution. From July 1941 to 1944, almost two million Jewish people were killed in the territories of the USSR.
Little was known about the Holocaust in the FSU at the beginning of my journey of videotaping oral histories in the region. Soviet ideology could not permit distinction between the tragedy of the Jews and the tragedy of the citizens of the nation. Accepting the Holocaust as a historical event ran against Soviet propaganda, and this propaganda was effective, “Stalin Won the War,” “20 Million Soviet Citizens Died During the War,” “Not a Single Soviet Family Survived the War Without Losing a Family Member.” Indeed, the word “Holocaust” did not appear in Soviet dictionaries. Plaques at memorials built on the sites of ghetto liquidations and mass shootings stated, “Soviet Citizens Perished Here.” This was not totally untrue, for often Jews were not the sole victims at these sites, but it masked the specific experiences of the Jews. Thus, their silence began. Soon after the war, survivors realized they must bury their past in silence out of fear of continued persecution. Yet they actively experienced the psychological and physical echoes of the Holocaust for the next 50 years. Meanwhile, the topic of the Holocaust became a taboo in Soviet society.
Some survivors had only one Jewish grandparent and the rest of the family was, for example, Ukrainian or Moldovan. Some did not consider themselves Jewish until the Final Solution defined their identities for them. Some local non-Jews were incarcerated in the ghettos and perished in mass shooting along with their Jewish relatives. Others were instrumental in hiding and saving their Jewish family members. As eyewitnesses, the postwar conspiracy of silence enveloped them as well. The state-developed campaign of antisemitism, evidenced by such early postwar events as the dissolution of the Jewish Antifascist Committee, the arrests and show trials of Jewish writers and cultural leaders, Jewish purges in Birobidzhan, and the “Doctors’ Plot,” strengthened the reflexive survival mechanism of silence. Yet survivors’ memories were still very much alive. And for most, these memories were inextricably linked to the persecution and suffering that followed the Holocaust.
From just after the war until the fall of the Soviet regime, when an application of any kind had to be filled out, there were two questions that were particularly difficult for survivors to answer. The first (infamous as the “Fifth Question”) was, “What is your nationality?” The second question haunted survivors for decades after the war, “Have you ever been on occupied territory?” Survivors had to choose whether to lie and state that they were never on occupied territory and therefore never had an encounter with anti-Soviet ideology. Indeed, some survivors, who returned to their hometowns after the war or were liberated from the hometowns’ ghettos (if they were not drafted into the Army right away) were persecuted by the Soviets for the very act of surviving. They were put on trials, proclaimed “enemies of the people” and, if not executed, were sent to Soviet labor and concentration camps. One survivor asked me, “Why are you interested to know about eight months in Auschwitz? It wasn't so bad there. We were either fed or dead. Let me tell you about my 20 years in the Gulag.” After the postwar years of Stalin’s oppression in the Gulags, many survivors settled at the same sites where they were imprisoned. Survivors had a choice: which persecution not to speak about. Maneuvering in such a manipulative bureaucratic environment was highly stressful. Even 50 years later, their wartime identity affected their daily lives—a fact that fueled the feeling that the Holocaust had not ended for them.
The survivors in the FSU lived with constant reminders around them. It was not uncommon that perpetrators and collaborators lived next door to survivors. Street corners, local parks, and forests were sites where atrocities occurred and loved ones were murdered. How does one talk about the Holocaust to a country that lost tens of millions of people to Stalin’s regime? How does one communicate to such a society the horror of the sophistication with which the Final Solution was carried out? In 1990 Jewish communities were established in the FSU, for the first time in over 70 years. The fall of the Communism opened this opportunity. But the fear of reprisal still loomed. For herein lied the unique challenges to collecting Jewish life histories in the FSU.
How does one persuade survivors to come out and testify when it was not over for them yet? Why should they do it? And how can they be located when survivors and their families lived in this kind of environment?
There was also a need for clearly defined parameters to indicate appropriate suitable interviewees. The definition of Jewish Holocaust survivor varied from project to a project, from historian to historian, from survivor to survivor. The Shoah Foundation interviewed anyone who was on Nazi occupied territory or in Axis countries and was persecuted for being thought to be Jewish—whether a person was in the partisans, in hiding, lived under false identity, was in ghettos or concentration camps. Committed to creating a comprehensive picture of the events of the Holocaust, the Foundation recognized there was a need to interview other groups of people in the region who were also persecuted as a part of the Final Solution, Sinti/Roma (also referred to as Gypsies), Jehovah’s Witnesses as well as eyewitnesses, bystanders, perpetrators and rescuers.
The picture of the Holocaust would not be complete without interviewing people who endangered their lives to save others. Whether they did it out of good will or were rewarded for their actions, their eyewitness accounts shed additional light on the dark underground dynamics of the period. The FSU offered a unique perspective on rescuers. As one survivor told me, “Every Jew who died in our ghetto, died because of a Ukrainian, but every Jew who survived, survived because of a Ukrainian.” Testimonies of rescuers served as an important lesson and a great teaching tool to promote tolerance in any nation.
Many argued about the definitions of who were collaborators versus bystanders versus witnesses. In my mind, the issue of whom to interview was clear. For the purposes of collecting oral history, there was no urgency to define these categories at that time. In the FSU, all the above were interviewed as witnesses. It was impossible to make such detailed analyses in the field. In fact, taking the time to make such a distinction while simultaneously trying to accomplish a task where time was of the essence could have been destructive to the process. Once the information was collected, then it was for historians, researchers, anthropologists, and psychologists to fine-tune definitions. Witnesses played a crucial role in the collection of oral history. Many villages did not have a single Jewish survivor left alive to testify, not only about the Holocaust, but also about Jewish life in the prewar period. It was important to note that during interviews with witnesses I had encountered the same cloud of fear which permeated interviews with survivors. These towns were still home to the same populations that lived there during wartime and the same suspicious dynamics of the past were still alive. The witnesses, too, were conditioned to silence. Many witnesses were afraid to come forward, and safe secret location had to be provided for their interviews as well.
Interviewing liberators in the FSU also entailed many challenges. There was, as yet no clear differentiation between ghettos and camps because so little was known. Most of the survivors and liberators called ghettos “camps.” This added confusion and prevented a clear understanding of the information. As there were many ghettos in the occupied territories, every soldier in the Soviet army, at one time or another, was a liberator during his service in the army. Liberators’ interviews were therefore conducted on a case-by-case basis, focusing on those who entered known camps or large ghettos. Many liberators were able to testify about the facts of events which left no survivors, or wherein the survivors were in such a condition that skills of observation were secondary to staying alive. Thus, liberators were able to testify for those whose voices could not have been heard, adding another dimension of understanding of Holocaust history.
In the FSU, the Foundation located survivors of several other groups of people who were also earmarked for annihilation by the Final Solution. Postwar Soviet propaganda was particularly clamorous about the persecution of political prisoners during the war. As the Communist Party was the only political party, it was no wonder that the Communist regime wanted to encourage talk about how brave the Communists were and how terrible it was to have one of your own murdered. These events were documented and publicized. Other events were not, thus once again separating the historical event of the Holocaust from the experience of the Soviet people.
The plight of the Sinti/Roma, for example, was under-documented. As there were innumerable different Sinti/Roma communities, and as they were so geographically spread apart, there was no unified voice to communicate to the world what happened to them. While it was difficult to ascertain the exact number of Sinti/Roma killed during the Holocaust, “the Nazi actions against the Rom in the Soviet Union had a devastating impact on Sinti/Roma communities. The Germans almost totally annihilated Estonia and Latvia’s Gypsies, while two-thirds of Poland’s Rom and about half of Latvia’s Gypsies also died. About 30,000 to 35,000 Soviet Gypsies died at the hands of the Nazis.”8 The prewar and postwar persecution of the Sinti/Roma in the FSU mirrored that of the Jews. In 1996 a Moscow newspaper published an article entitled, “How Do Russians Feel About the Jews and What Do They Know About the Holocaust?” 49 percent of the people polled stated that they did not want to have “Gypsies” as their neighbors, 17 percent stated that they did not want to have Jews as neighbors9. It was a great challenge to collect oral histories of Sinti/Roma because they remain a closed community with distinct cultural boundaries regarding the sharing of such intimate experiences, and due to their prohibition against speaking about the dead. A great percentage of the entire Sinti/Roma population was murdered during the war, and thus, the remaining survivors had become a priority for the Foundation.
When preparing for the collection of oral history, one could not underestimate the crucial importance of choosing the right interviewers. Finding and training the right people was the key to the success of the project.
In the FSU, information about the Holocaust was censored, false, and/or unavailable. The subject was filtered through the Soviet educational system, and thus there were few professional oral history specialists or historians with any experience on the subject. The universal debate about who conducted the interviews was even more complex. Should the interviewers be historians? Journalists? Students of the newly formed Jewish universities? Psychologists? Our approach was to invite candidates from a variety of backgrounds, including survivors themselves. Each interview candidate was evaluated for their command of the very basic Holocaust knowledge available at the time.
Training sessions were held in Moscow and Kyiv in the summer and fall of 1996. The staff of trainers also had a wide variety of backgrounds. We invited historians, psychologists, anthropologists, identity specialists, and oral history specialists from Israel, the United States, and the FSU itself. The training session was a collaborative teaching and learning effort. Bicultural sensitivity was imperative. There was a need to address the challenge of communicating concepts that were not literally translatable; the challenge of how to communicate the American concept of oral history to a culture where history was traditionally written as political policy. It was concluded that the key to the success of the training session was not to impose the Western way, but to open a dialogue that would serve as a bridge across this gap in cultural understanding.
The standard training program was expanded to include a more extensive evaluation process as well as to discuss region-specific issues.
During the training session preparation stage, nearly thirty documents were translated. One of the most important was a 37-page Pre-Interview Questionnaire which records hard data for the archive. The translation team encountered the fact that there no Holocaust/oral history terminology in Russian and other FSU languages. We had to invent words and teach them to the interviewers. The new terminology included such basic words as “interviewer” and “survivor.”
The lack of resource materials available for pre-interview research created an enormous challenge. The following approach was taken—together with local and non-local historians, a list of topical questions for each potential experience was developed. The reasoning behind each question was explained to the interviewers, so that the logic of the methodology would become part of their interview technique.
In addition, arrangements were made with local government archives for our interviewers to have access to their collections. These archives were opened to the public just a few years prior for the first time since the Holocaust. As the task in front of us was to fill in the blank pages of history, it was important to back up the testimonies with the historical documentation that was available. Archives agreed to permit interviewers to borrow documents from the archives that pertained to survivors’ stories for filming at the end of the testimonies together with family photographs and other memorabilia.
In order to collect comprehensive data on survivors’ identity backgrounds, an additional identity page for the standard Pre-Interview Questionnaire was created. This was necessary because when asked to state their religion, many survivors in the FSU said “atheist.” In anticipation of that, the identity page probed further to get a fuller and more accurate picture of survivor identity. Survivors were asked about the self-identity of paternal and maternal ancestors going back two generations, as well as about personal self-identity.
The interviewing techniques taught in the FSU were not different from Shoah Foundation interviewing techniques used worldwide. They were based on the fundamental principles of the collection of oral history. However, in places which were occupied during the war, the structure of the interviews was different. Many of the interviews were walking interviews. After two or three hours of a videotaped testimony, survivors lead the filming crew to the places where their stories happened. What could be a more powerful and historically anchored way to tell a story than to show the very ground on which it occurred?
The Foundation filmed ghetto headquarters, mass shooting grounds, sites of uprisings and other pertinent locations. Future generations will know by sight the hills, the forests, and the ravines where their relatives perished. When we conducted walking interviews, the most innocent sites were often the graves of loved ones. These extraordinarily specific stimuli (the sight and smell and touch of the sites) triggered the depths of emotional memory and elicited extraordinarily detailed testimonies. When this sensory deluge was combined with non-invasive, non-leading, but detailed questioning, the testimonies became precise and sometimes as much about the present as about the past. As survivors walked their unchanged paths of the Holocaust, the feeling was that we are recording the events as they were happening.
Inviting family at the end of the testimony for an interview was not possible in many cases. Frequently, survivor’s spouse, children, and grandchildren were intermarried. Due to the poor economic conditions in Ukraine, commonly three generations still lived in one household. Often, the survivor was the only Jew in the entire family, which was, often antisemitic. It was difficult to approach and convince those survivors to testify even though a safe place was provided for the interviews. Some survivors asked not to tell their children, grandchildren, and in-laws about being interviewed. Some survivors still feared to tell their children about their Jewish heritage.
The group of potential interviewers was a crowd of intelligentsia, a definable group that still existed in eastern Europe as well as the FSU. An intense discussion unfolded on the topic of how important it was that the Jewish identity of the interviewers did not influence how survivors identified themselves. Each of the intellectual, passionate individuals gathered, had a strong agenda, the specifics depended upon their particular backgrounds. It was difficult for many of them to become adept at not projecting their personal feelings and opinions, particularly with those survivors who, after many years of Gulag, antisemitism, and persecution, still believed in Communism, Stalin, and the “good old days.”
It was necessary to warn the interviewers not to ask general questions about antisemitism but rather to be specific and detail oriented. The word “antisemitism” had such negative connotations that many survivors were conditioned not to identify themselves with the term. When questioned generally, they often said that they have not experienced antisemitism. But when they are questioned specifically, the details of their stories revealed that they were discriminated against because they were Jewish before, during, and after the war.
It was a true honor to teach Jewish culture and tradition to the interviewer candidates. It was a time when many of the second and third generations were learning what it meant to be Jewish. Many interviewers related that it was a very emotional and eye-opening experience.
One of the biggest tasks was to teach the importance of the prewar and postwar segments of the interviews. For some potential interviewers it was hard to accept that there was a rich cultural and religious Jewish life before the war. It was difficult for such intelligent, educated, mature people to discover that there was a part of their lives (their past) that was hidden from them for so long, not only by the government but by their own families.
In the postwar years, many potential interviewers suffered under the Soviet system. Since interviewer postwar experiences paralleled survivors’, some found the questions about Soviet postwar experiences utterly banal. We had to emphasize the historical importance of such questioning and encourage meticulousness regarding this part of the interview.
Not least among the other unique concerns of this region was the interviewers’ discomfort with walking into survivors’ homes carrying expensive video and audio equipment, knowing that the survivors did not even have enough money for necessary medication and basic food. This was a moral dilemma that had to be addressed to make the interviewers feel comfortable enough to enter the homes to conduct the interviews. It was difficult to explain why survivors could not be paid for their testimonies. The argument that a “purchased” testimony lost its historical validity fell weakly upon the ears of interviewers passionate to help survivors. We suggested that a portion of the stipend that interviewers were paid to cover their expenses could go towards an offering (food, tea) they could bring to the interview. Furthermore, the Foundation’s videographers reimburse survivors for the electricity they use.
Some Jews came to the Kyiv training session still frightened by the ghosts of the KGB and antisemitism. The best example of this was illustrated by questions from potential participants about the fear of being arrested in coming years because of recording testimonies about how bad the Ukrainians were.
How did these issues affected the approach to gathering testimony? Ultimately, it was for historians and other experts to analyze and apply what findings that may have arisen as this never before documented region opened its heart and memory for the first time in fifty years. But the immediate task was the collection itself.
After the training sessions, eight regional offices were opened in the FSU. This paper is not the venue to go into details regarding the logistical challenges encountered when trying to setup a major operation in that region, although the unique obstacles were many and varied. However, it was important to stress the necessity of solving all the logistical barriers before the project began. That included a well thought-out, detailed, and systematic network of offices, camera crews, drivers, couriers, shipping services and many, many others. Without proper attention to this pre-production stage, the collection of testimonies would not have been possible. Logistics were the foundation for the successful creation of an oral history archive.
After a year had passed since the establishment of the project in the FSU, it was already apparent that that kind of work was putting a perhaps unforeseen strain on the interviewers and other staff members. They were learning the disturbing hidden history of their own hometowns, of the grounds that surround them, of the buildings where they grew up and still lived. When a Regional Coordinator was scheduling her first walking interview, the survivor told her that she wanted to show a street corner in the center of Kyiv where she witnessed Jewish people being buried alive. It happened to be the corner where the Regional Coordinator was born and lived her entire life, a corner she stood on to wait for the green light to go to grade school and then to the university. When I was conducting a walking interview with the last living sondercommando of the Babi Yar camp, he told me that as he was burning bodies, a river of human fat flowed over the ground upon which I was standing. Although it was not my home, even so, it was hard for me not to lose my composure.
A strong interviewer support system was especially crucial in the FSU. As the interviewers tasted the intimacy of being the first conducts of the stories of the Holocaust to the world, some found it difficult not to become obsessed with the work. To a certain extent, this phenomenon was present all over the world. In the FSU, the experience was intensified for several reasons. As with survivors, the proximity of the Holocaust sites was a potent emotional trigger for interviewers as well. The sense of the past bound up with the present, the sense of history not quite having been written yet, landed a feeling that they are not merely observers but participants as well. Their own searches for self-identity were deepened beyond that which they may have anticipated. To avoid interviewer burn-out, it was decided to care for the interviewers by limiting the number of interviews they could conduct per week. We personalized the allowed number according to everyone’s needs. The importance of such personalized attention should not have been overlooked. We also scheduled interviewer gatherings. Such a support system was an invaluable resource for interviewers and ensured the continuation of the collection of oral history.
The quality assurance team watches completed interview tapes not only to detect potential burn-out but also to monitor whether the methodology was being employed appropriately. The interviewers were then contacted by phone from the Foundation headquarters in Los Angeles and the review results were discussed. This effort not only ensured the quality of the archive but was an avenue of continuing education for interviewers. This open dialogue with the Foundation staff was a form of support which also allowed interviewers to express their concerns and questions. At the same time, it allowed the Los Angeles staff to be made aware of issues in the field so that the collection process was given the opportunity to evolve as needed. As of today, the Shoah Foundation has recorded more than 10,000 testimonies in the region in over 500 cities and villages. The interviews were conducted in Russian, Ukrainian, Polish, Hungarian, Lithuanian, Roma (Moldovan dialect), and Yiddish, to name a few languages.
The plan was to collect testimonies in the FSU for future use in museums, schools, and research institutes for both Jewish and non-Jewish use. The next step was for the Foundation to do a lot of creative thinking about how and when to distribute this material. It was also the Foundation’s responsibility to respect the concerns of survivors. Many did not want their testimonies to be publicly accessible while they were still alive and therefore blocked portions or entire interviews from distribution until their deaths, or for 100 years. These documents offered a unique opportunity for historians all over the world to look back once again and re-think the events of pre-Holocaust Jewish life in the FSU, as well as the events of the Holocaust, and the postwar and post-Soviet eras. It was for educators in the FSU to teach this material responsibly and it was for generations to learn from the events of the past. Children From the Abyss is a documentary I coproduced based on the collected material that is now part of the high school and university curriculum.
Why did survivors come forward when they had so many reasons not to? My observations lead to the conclusion that so many were willing to testify, after being conditioned to silence for so many years, because of dedication of the young generation to collect, preserve, learn from, and own its history. It was first thought that FSU survivors would not decide to re-live the horrors of their past to share it with young generation. Most of the survivors in the FSU neither believed in tolerance, nor in the possibility of teaching it. One cannot undo what had been done. One can only encourage survivors to overcome their fears—but they needed a reason to do so. When I spoke to survivors, I would tell them if they were not to give me my past and my roots, I could not give future to my children—this was when I think they heard me; this was when they understood; this was when the Holocaust began to become history for me.
The responsibilities of the western Jewish communities should not end by commemorating six million dead. It should not stop after building memorials far away from the places where the Holocaust happened. Educators should not be satisfied by teaching the Holocaust just to the nations which did not take part in the Holocaust. Scholars should research and analyze the present situation in eastern Europe and more so in the former Soviet Union. The world should be informed not only about what happened eighty years ago, but also about what is happening today. It is time to increase awareness and act upon it.
The hope is that the collection of oral history testimonies will help to address the significance of Holocaust and genocide history together with the lessons it brings for building the future.
Notes
1 See generally http://sfi.usc.edu/.
2 Eva Hoffmann, introduction to Exit into History: A Journey Through the New Eastern Europe (N. p.: Penguin Books, 1993), 10-17.
3 Nora Levin, “The Campaign Against Traditional Jewish Life, 1917-29”, and “The Campaign Against Zionism and Hebrew Culture”, in The Jews in the Soviet Union Since 1917: Paradox of Survival, vol. 1 (New York and London: New York University Press).
4 I. Stalin, “Politika Sovetskoy vlasti po natsionalnomu voprosu v Rossii”, Pravda, no. 226 (October 10, 1920), in Sochineniya (Moscow: OGIZ Gosudarstvennoe izdatelstvo politicheskoy literatury, 1947), 4: 362.
5 Levin, “Birobidzhan”, 1928-40, in The Jews in the Soviet Union, 1:282.
6 Ibid., 323.
7 Nora Levin, The Jews in the Soviet Union since 1917: Paradox of Survival (New York and London: New York University Press), 1:28-29.
8 David M. Crowe, A History of the Gypsies of Eastern Europe and Russia (New York: St. Martins Griffin, 1996), 186.
9 “Kak otnosiatsia rossiyane k evreiam, chto znaiut oni o kholokoste?” (1996), Moscow.
Second Prize Short Essay in English
Regulatory fictions in Western concepts of Gender: Biological Mothers and Cultural Fathers
Author: Paulina Capurro Boltendahl
Master in Corporate and Marketing Communication
Germany / Uruguay
The norms that govern our social intelligibility when it comes to the interweaved understandings of sex, gender, biology and nature are rooted in 19th century European sexology – or Sexualwissenschaft (Downing, 2015:1140). During the Georgian and Victorian periods, sex and sexualities became quasi-moral objects of study in science and medicine, as well as tools for the individual and state to regulate relations of power (Foucault, 1990:103). Normative sexual conduct was constructed in a reproduction-oriented, heteronormative and patriarchal context, based off the ideal bourgeois, nuclear family (ibid). Accordingly, gender identities were normalised in social discourse through a utilitarian lens in which sexual acts and gender identities that lead to the procreation of humanity were favoured over non-reproductive sexual acts (Downing, 2015). Those fortunate enough to possess a ‘good’ sexuality did not – and do not – feel the somewhat repressive societal grip that comes as a consequence of not being ‘normal’. However, one has to consider that these 'fortunate' individuals are perhaps merely regulated more effectively by the dominant fictions of gender. These regulations dictate that they are sufficiently heterosexual, sufficiently female, sufficiently male and, therefore, sufficiently healthy in their biology and nature.
The present paper argues that, according to Western conceptualisations of gender, a ‘proper’ female is regulated as possessing an inherent ‘motherly nature’ and a desire to procreate. When a woman gestates a new human, and raises this one, she is fulfilling her biological destiny and engaging in the most worthwhile pursuit a woman can achieve (Lupton, 2013:54). Conversely, a ‘good’ male is less regulated when it comes to parenthood because the interpretation of fatherhood has remained obscured in its biological interpretation and is more often perceived as a cultural phenomenon. In Donna Haraway’s words; “women make babies”, whereas “man, makes himself” (1991:135).
In the West, medical and cultural historical discourses conflated women’s reproductive functions with ‘femaleness’. A ‘woman’ became a ‘biologically real’, quasi-homogeneous category of persons (Sayers, 1983) whose health and identity was measured against the presence or absence of reproduction. It was not uncommon to explain, and thereby effectively reduce, women’s lives to pregnancy and motherhood. The state understood the woman through her ability to procreate and during pronatalist agendas, motherhood was institutionalised through policies and systems of belief. Many states transformed the choice for pregnancy and motherhood into an obligation and public duty. However, it is important to note that the state policies and metanarratives that surrounded pregnancy were focused on the ‘product’ of birth itself rather than the pregnant body (Mullin, 2002). In many cases, women were denied agency over their own bodies and the life of unborn babies was valued worthier than the life of the mother. In this regard, women’s bodies have been historically regarded by state institutions, and by law, as “mere life-support systems for a fetus” (Bordo, 2003).
The idea that pregnancy and nurturing capabilities favoured the subordination of women in society (Waylen et al., 2013) is widely acknowledged, as well as debated, in feminist academia. In response to the regulation of the female gender, Western Anglophone Feminists sought to reconfigure ‘gender identities’ as being ‘socially constructed’ instead of ‘biologically determined’ [hereafter referred to as ‘social constructionism’ > ‘biological determinism’]. They argued that culture had taken over the resources of nature to create the dominant discourses of sex, gender, biology and nature. Thus, culture appropriated the logic of biology to achieve the gendered person (Haraway, 1991:133). And for women, the biological phenomenon of pregnancy was used to place them closer to their nature, whereas males were placed closer – or more in control of – culture.
For Haraway “there is nothing about being female that naturally binds women” (2004:14) because being a gender is not a state, but a category that was constructed and debated over the years in sexual scientific discourses and practices. Western regulations and normative systems force humans to possess – or create – a gendered identity. These gendered identities come with very specific degrees of agency and very specific regulations. Those who transgress from the norms can face the consequences of seeing the regulatory fictions tightened; condemned by dominant social gazes for being ‘unnatural’. In parenthood, both a working mother and a stay-at-home father would be judged socially but this essay argues that the working mother would be judged more harshly against her biology and nature than the stay-at-home father who would be judged against his culture. The same logic applies to the non-reproductive woman versus the non-reproductive man.
Although contemporary Western societies are seeing a rise in later parenthood, smaller families, lone parenthood, and ‘child-freeness’, the regulatory fiction that equates women to motherhood continues to disguise itself as the natural state of affairs (Malson and Swann, 2003). A woman unable, or unwilling, to bear and raise children is often stigmatised in society as either inherently diseased, mad, desperate or sad (ibid:192). The non-reproduction in women is figured as an absent-presence; one is motherless or childless before being child-free in dominant discourses. On the other hand, man holds more agency in his gender; his coherency is not as affected by non-reproduction because fatherhood is constructed and perceived in the cultural, not in the biological, domain. Although both – man and woman – are seen as “barred from contributing to the continuity of human existence” (Winston, 1999: vii), the social burden and ‘social gaze’ will disproportionately befall on the woman – regardless that 50% of conception ‘failures’ are attributed to male infertility (Cui, 2010). An ‘infertile woman, cannot be impregnated’; already the language used suspends the agency of the woman and puts her in a state of ‘not yet pregnant’ (Greil, 1991). A non-conceiving woman is functioning outside the ‘regime of truth’ constructed for the gender female (Foucault, 1990), she is therefore more pathological and tragic than a non-conceiving male because her inclination for motherhood is allegedly biologically stronger and more ‘natural’ than the male inclination for fatherhood.
Unfortunately, and unsurprisingly, in romanticising pregnancy and motherhood as the most natural and honourable woman endeavour, women have come to internalise this discourse and self-blame when faced with infertility (McLeod and Ponesse, 2008). For example, when assisted reproductive technologies prove unsuccessful – which is the case in 80% of in vitro fertilisation (IVF) treatment cycles (Throsby, 2006) – instead of perceiving it as a failure of the medical intervention it is perceived as a failure of the dysfunctional and uncooperative female body (Raymond, 1993). Although IVF failure can exempt professional women in double income households from being considered ‘selfish’ in their childlessness – which is how the non-conceiving fertile woman is vilified – it is likely she will have to justify her child-freeness during adulthood years (Phoenix, Woollett and Lloyd, 1991). The ‘not yet pregnant’ state haunts women either directly, through their own desire to conceive, or indirectly, through society’s expectation of their conception.
Furthermore, the belief that mothers ought to value family over everything – sacrificing their own needs and desires for their children – runs so deeply in our culture that when we know of mothers that renounce their job, or cut back hours of employment, we hardly question the rationalisation and choice (Coltrane, 1997). The opposite is true for fathers. Whereas in 19th century Europe and North America fathers were expected to be family patriarchs and stern teachers, in the 20th century the fatherly figure was relatively absent and uninvolved in the daily routines of family life. In common English language to father a child means to ‘provide the seed’, to ‘donate the biological raw material’, or, to ‘impregnate’ (ibid). This language limited the fathering responsibilities to a mere, initial, sexual act. Presently, the expectations on fathers translate stronger to financial obligations which – although incomparable to the unspoken expectations on mothers – carry emotional and psychological burdens that can, in some cases, alienate fathers from the family nucleus.
In declaring that the Western ‘regulatory fiction’ preserves motherhood as biological and fatherhood as cultural, parenthood is subsequently made regular – through concrete laws, rules, and policies (Butler, 2004:40). What it means to be a woman or a man, is directly tied up with what it is that mothers and fathers do within and for families (Coltrane, 1997). The existing problems with motherhood, fatherhood and the expectations inherent in kinship roles, are intimately intertwined with understandings of gender identity. Both, Judith Butler and Michel Foucault, proposed that parenthood is a mode of discipline and surveillance in the modern world; a discursive form of power. For example, during pregnancy women are most reminded often reminded that they are bodies (Mullin, 2002), and, most often treated as little more than that. Normative systems of belief and dominant social gazes intensify during pregnancy. Ideally, expecting women are not too old or too young, they are married or in a stable heterosexual relationship, and they are not already the mother of too many children (Lupton, 2013:54). Any deviations from the latter, and mothers will be criticised for going ‘against’ nature and biology, and therefore, inflicting collateral damage on children. The obvious case could be made that the cultural elasticity of fatherhood, and the biological rigidity of motherhood, is given the fact that men are not the carriers of babies. Men can father children in lesser normative contexts without harsh judgement against their biology or nature.
Neither Haraway, nor Butler fully explain why motherhood is natural and fatherhood is cultural other than through the ‘social constructionism’ > ‘biological determinism’ lens. Instead, Haraway simultaneously criticises and justifies the lack of effort made by second wave feminists to fully examine the socio-political histories of the binary categories’ nature/culture and sex/gender. The sex/gender distinction was so useful for feminists in arguing ‘social constructionism’ > ‘biological determinism’ that no one historicised and culturally relativized ‘sex’ and ‘nature’ in relation to ‘gender’. Feminists left something that counts as essentially female purposefully untouched (1991:134). In removing women from the category of nature and re-configuring them as constructed and self-constructing social subjects, gender was “quarantined from infections of biological sex” (ibid:134). The epistemic order of biology in creating a palpable theory of sexes is inexistent in feminist discourse because the consequences were too great. As a result, feminists partly failed to deconstruct bodies – especially sexualised, racialised bodies – as objects of knowledge and sites of intervention in biology (ibid:134). Moreover, feminists sought to negotiate women’s agency and status as social subjects, and categorically determined poles such as ‘nature’ or ‘woman’s body’ were ineffective in doing so. It was wiser to keep these untouched by the social impositions of patriarchy, imperialism, capitalism, racism, history and language (ibid:135).
Yet the problem remains; the West suffers of an ethnocentric understanding of sex, gender, biology and nature which is shaped by a status of self of subject vs. object. Haraway explains; ‘gender identity’ is an ownership of the self that enables one to have a proper state (ibid:135). Whereas Butler strips agency of power arguing that agency itself is a heterosexual fiction that legitimises the regulations that keep individuals within their particular limits, Haraway does not want to strip power of agency. For Butler, agency is understood as the coherency and control oneself has; it is either achieved [culturally] or innate [biologically]. In this respect, agency, becomes part of the regulation that unnecessarily slows down the feminist’s endeavours that aim to produce and affirm complex agencies and responsibilities; such as pluralising genders by proving the plasticity of gender itself (2004:135). Still, if the task is to disqualify the analytic categories of univocity surrounding sex or nature, Haraway sees more worth in cautiously politicising and historicising the concept of gender so that feminist theory does not become classified – and limited – in the liberal, functionalist paradigm (ibid:136).
Undeniably, changes in employment and family legislation, sexual and family moralities, contraceptives and reproductive technologies, have all led to a disruption of the normative nuclear family, a de-naturalisation of heterosexuality, as well as an increased ‘choice’ about whether, when, and in what context to conceive children (Phoenix, Woollett and Lloyd, 1991). Even though the cultural icon of the birthmother remains the norm favoured in family and parenting policy and legislation (Malson and Swann, 2003), as well as the tenet informing the female identity, there exist certain sites of resistance that are deconstructing – or in the least disrupting – the meta-narratives that equate female to reproduction and leave fatherhood’s biological interpretation aloof. These sites of resistance include non-reproductive women, transwomen, transmen, and, ‘primary’ parent fathers [most commonly found in homosexual couples] – amongst others. Although some may not necessarily take pleasure in the disruption of the ‘female’ or ‘reproductive’ category – given that in many cases these are categories they are striving to belong to (Throsby, 2006) – their existence is denaturalising the domestication of femininity associated with reproduction and challenging regulations that see no biological parenthood associated with masculinity. Particularly non-reproductive women prove that there exists nothing about women’s [sometimes] reproductive bodies that is justifiably natural or biological.
Butler makes the case for regulations and Haraway applies it to the Western ‘fictions’ associated with parenthood. Does this vindicate them from leaving motherhood as natural and fatherhood as cultural partly unexplored? Almost certainly. The invention of nature was not theorised in relation to gender because it is more useful [and truthful] to understand this one as being in constant flux. Motherhood, on one hand, is not the pregnant experience itself, nor the birthing or nurturing of a child; motherhood as natural is a fiction of biology. Fatherhood, on the other hand, is not a fertilised sperm itself, nor the resemblance of a new-born; fatherhood as cultural is a fiction of social discourse. What parents do with their children responds to the shifting demands of life within specific social and economic contexts (Coltrane, 1997). As the world evolves, so do parenting practices and regulations. Family changes will neither be easy nor uniformly positive, but they will carry the potential of richer lives for men, more choices for women, and more gender equality for future generations (ibid:5).
In conclusion, it is undeniable that discourses on sex and gender have multiplied, not rarefied (Foucault, 1990). For the category female to become actualised, ‘biologically real’ arguments that configure the female as procreative have to be challenged. The female body is becoming an open territory; a battleground for discourse that sees to provide it with a more quasi-heterogeneous nature. Nevertheless, the discourse needs to move away from playing a defensive role. Women’s existence is limited if the male is continuously placed as the standard point of reference. To make herself, she can no longer be seen as [solely] making babies. Perhaps Haraway’s call for a female in nature theory should be endorsed. And perhaps, a male’s natural and biological inclination for fatherhood can also pave the way for the modern era.
Bibliography
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Third Prize Short Essay in English
Political Filmmaking
Author: Carlos Rafael González Soffner
Bachelor in Politics Law and Economics and Bachelor in Data and Business Analytics
Spain
When Louis and Auguste Lumière showed the arrival of a train to an audience in 1896, they probably never expected their filmmaking to turn into a multi-million dollar industry. In the blink of an eye, the film industry expanded across the world, always giving birth to new movements, techniques and new ways of telling stories. Today, the Lumière’s short documentaries have turned into feature-length blockbusters worth millions of dollars that reach an overwhelming number of viewers through cinemas, televisions and streaming platforms. Still, certain movies can be more than just a phenomenon for the masses and become integral parts of the political sphere.
It is no news that politics play an important role in directors’ creative processes. The Iron Lady (2011) or To Be or Not to Be (1942) are examples of renowned movies that were heavily influenced by political figures, events and movements but, could the causality go both ways? There is already an established field of research dedicated to explaining the effects of mass media, television in particular, on viewers’ political attitudes. Indeed, most authoritarian governments often try to impose heavy control on the public media since they are perfectly aware of its effects on citizens (Belarus being one of the most recent and prominent examples). Thus, it is puzzling to see that there have been few to no attempts to study similar patterns in the film industry considering the masses of audiences that movies with political overtones can reach.
For this purpose, I will present an overview of historical and statistical analyses hinting at the ability of the film industry to be a crucial factor for political mobilization. My aim is not to give a definitive answer, but rather to put the matter on the table and advocate for future research in a field of study that has so far been unexplored.
Propaganda: the (not-so) hidden power of the film industry
Although missing from mainstream academic studies, film’s importance in the political sphere has always been acknowledged by governments as a tool to fulfil their cultural and social objectives. Historically, totalitarian regimes have made substantial efforts to control the film industry to spread their ideology and indoctrinate the masses, which showcases how politicians are aware of the political change that films can spark.
The Soviet Union is one of the best examples of this situation. Around the 1920s, directors were strongly encouraged to glorify the USSR and show it as a Communist utopia, whilst historical films would have to portray events from a Marxist perspective, meaning that history could be modified at will whenever it could benefit the image from the Communist Party and the ideology they wanted to sell to the masses (Rosenblum, 2019). Most of these movies showed an extreme simplification of Marxism, which makes total sense: just like The Communist Manifesto (1848) was a simplified version of Marx’s ideas to appeal to the illiterate workers, Soviet films had to be simple so the Government could appeal to the masses of uneducated peasants. In the end, the Communist Party was facing millions of citizens at the risk of dying from hunger who did not have time to analyze the benefits of Communism, so they had to provide them with something simple that gave them confidence in the country’s “revolutionary spirit”, something like Sergei Eisenstein’s Battleship Potemkin (1926). This movie embraced everything that Soviet rulers were looking for: very few comments, a Marxist point of view and a pro-revolutionary message that called for the masses to have faith in the leaders of the revolution, this is, the Communist Party.
On the flip side, the cinematic propaganda in Nazi Germany was totally at odds with the Soviet’s. Joseph Goebbels aimed at cinema to be more than excessively political films: he wanted to create a new form of art (Rosenblum, 2019). Thus, German films ended up being artistic pieces with Nazi overtones and a clear propagandistic vision, but much more complex than those in the Soviet Union in terms of their plot or filmmaking. In Leni Riefenstahl’s Triumph Of The Will (1935), one can spot the incredibly well-thought shots of Hitler descending from the skies, just as if God came to Earth to guide the Aryan race towards its destiny. This artistic approach to propaganda was just another way for the Nazi government to make the masses fall in love with their culture. In the words of Frank Capra, “they understood how to reach the mind”, and they knew they could only do it through cinema (Scott, 2009).
Nowadays, cinematic propaganda has evolved with the film industry and it has mostly adopted the subtlety that characterizes Nazi movies. One of the latest examples of a propagandistic blockbuster is Marc Forster’s World War Z (2013). Interestingly, this horror movie went beyond a zombie apocalypse to enter the world of politics as, for about twenty minutes, it focuses on an idealized version of Israel. The country is shown as the only nation that managed to predict a zombie apocalypse thanks to the efficiency of the Mossad and the Israeli army, whilst the “apartheid walls” to separate the country from Palestinians are depicted as necessary means to save humanity from an (zombie) invasion, which is eventually caused by the ignorance of Arabs and Israeli pacifists. The propaganda in this film was so obvious that even Israeli newspapers regard it as the greatest piece of cinematic propaganda for Israel (Hoffman, 2013). Moreover, the film was also heavily edited in Islamic countries like Turkey to water down its propagandistic tone (Cornell, 2013).
Historically, governments have recognized and still appeal to the potential of filmmaking to induce their ideology in their viewers. From artistic propaganda to horror movies, politicians have shaped cinema in a myriad of ways which, considering the current massive access to this industry, could serve as a great but subtle political campaign. Still, it does not take a government for political events to be the consequence of movies: certain films can move viewers on their own to change politics.
Movies as the cause for political movements
Demonstrations and protesting are, apart from voting, the most accessible ways for the civil society to participate in politics: it does not require a complex thought process to go out to the streets and chant for equal wages, against police violence or coronavirus restrictions, although it does need a symbol, something that protestors can easily identify with and replicate. In this sense, we have seen symbols from catchy populist slogans like Build The Wall, to full-on flags for Gay Pride. Still, if there is a way for symbols to get to millions of people, those are movies, particularly those we know as blockbusters. What a better way for people to identify with your movement than using something anyone would recognize?
Movies have been at the forefront of protests since the film industry started reaching the masses. In 2014, protestors in Thailand adopted the three-finger salute shown in The Hunger Games (2014), a major global blockbuster, to challenge the military coup against their democratic government (Daly, 2019). This movie exemplifies the great marketing strategy that the participants followed: The Hunger Games was meant for young adults, who were no longer excluded from the opposition movement against the coup, all of it thanks to the protests being associated with the signature move of a revolutionary teenager fighting a totalitarian government. Similarly and while it was still on the screens of the Middle East, Joker (2019) became the symbol of the anti-government demonstrations in Beirut, where the citizens adopted the clown-like makeup of the main character, who sparks anarchy and has a huge disregard for the hypocrisy of economic and governmental elites (Mackenzie, 2019).
Nevertheless, regardless of its power to produce symbols and slogans, the film industry has made more significant impacts in history, reaching the creation of massive political movements and organizations. One of the best examples to show this hidden ability of films is also one of the earliest. In 1915, cinemas across the United States screened a movie that would forever shape the country’s racial conflict, this was D. W. Griffith’s Birth Of A Nation (1915). Even if it was a silent movie, the few comments from the director and the interpretation of the actors made Griffith’s theories about the Reconstruction period clear for the audience. People of colour were portrayed as savages, rapists and drunkards who wanted to establish a racial dictatorship, a dark future that was only avoided thanks to the heroic actions of the Ku Klux Klan.
Right before its screening, masses of civil rights activists took the streets to demand a country-wide political boycott of the movie, almost resembling the current Black Lives Matter movements (Negro Women Offer to Die to Stop Film, 1915). Griffith experienced such a cultural and academic rejection for his film that he even got inspired to direct Intolerance (1916), based on the (somehow deserved) intolerance received for directing this movie.
Still, the innovations introduced by Griffith in terms of plot and filmmaking turned Birth Of A Nation into one of the most popular movies in history. Besides, he counted with widespread political support. The movie was screened by Woodrow Wilson in the White House and appraised by members of the Supreme Court, some of whom declared themselves former members of the Klan and, as the movie kept rising in popularity, the KKK saw their membership increase rapidly (Franklin, 1979). According to historian J. H. Franklin, the movie could have been the main cause for the cultural and political rebirth of the Ku Klux Klan, which had been sort of forgotten at the time (1979). In the end, thousands of young southerners had been exposed to historically “accurate” images of people of colour oppressing the whites, and so felt encouraged to become join the Klan, restarting the always present racial conflict in the United States, all of it as a consequence of a director’s perspective.
All in all, films have historically excelled over other forms of culture as factors for political change. From pure symbolism for protestors to the resurrection of political organizations, the power of the film industry is no secret for governments and directors with strong political ideals, who are experts in delivering their messages to audiences. Still, there is a step further in this analysis that has barely had any research. We know that religion, traditions or economics can influence citizens’ political attitudes but, can movies have the same effect? Could certain films change their viewers’ ideology or make them more supportive of certain institutions? Well, the answer is not only affirmative, but there is also statistical evidence to prove it.
Inspiring Films: how movies can shape political attitudes
So far, the analysis presented has been purely theoretical, meaning that there is no absolute reason to believe that it was those movies that caused the subsequent political events, apart from the historical links that we can draw between them. Moreover, there is a chance that those analyses are only explaining correlations and not causations: maybe both Griffith’s movie and the rebirth of the Ku Klux Klan were just the results of the zeitgeist of the time.
Fortunately, during the last decades, a small group of individual studies have provided empirical evidence that would support theories understanding the film industry as a factor for political change. Note that this is not a vast field of research called “political filmmaking” or something similar, but rather a small set of individual studies pointing out at the same conclusions, which are that certain films can change viewers’ ideologies and political attitudes towards particular issues, including legislation, support for institutions, values, etc.
One of the main reasons for these effects is that movies have a different “nature” than other types of media, like the daily news. When viewers watch a movie, particularly a blockbuster, they do so for the sake of entertainment and so they are not expecting to be delivered a political message, leaving them unprepared to analyze the possible political nature of what they are watching (Adkins & Castle, 2013). Thus, viewers become more likely to adopt the political messages presented in those films, leading to a possible change in their political attitudes without them even questioning what they saw.
All but one of the experiments testing this theory were successful in identifying changes in ideology provoked by movies. For instance, Todd Adkins and Jeremiah Castle found that exposing viewers to movies where the main characters suffered from health issues they could not afford to treat, made viewers significantly more supportive of reforms such as Obamacare regardless of their political knowledge or even ideology (2013). Of course, it would make sense to think that such changes disappear when the movie is forgotten, but shifts in political attitudes have been found to have long-lasting effects, ranging from days to weeks and potentially longer periods of time (Mulligan & Habel, 2011; Adkins & Castle, 2013).
Note that some limitations require further research on this field to be surpassed. The first has to do with the framing of specific political matters. Researchers studying the effect that The Cider House Rules (1999) had on its viewers found that, even if these viewers became more supportive of abortion after watching the film, this increase was only statistically significant for abortions performed in the case of incest (the main theme of the movie), but not for abortions in general (Mulligan & Habel, 2011). This limitation is critically important to understand the exact effect that the film industry could have on political attitudes. Even if viewers are exposed for long periods to the same message, and even if they are not prepared to analyze the political tones of such a message, movies cannot make them infer related political themes or ideologies. For instance, The Cider House Rules made viewers aware of a certain case where abortion should be allowed, but they were not able to extrapolate the same conclusions to abortion in general.
Secondly, films have a simplified way of telling stories. Popular movies often depict their characters in a very distinctive, one-dimensional way, meaning that it is easy for viewers to understand their personalities and identify with the plot (Pautz, 2015). Thus, popular films that manage to include subtle, but simple political messages are likely to appeal to audiences, as they will easily understand the characters’ motivations without recognizing the politics lying behind them.
Given the evidence, it is fair to say that the political power of the film industry is more than a theory, but a reality. Even if the research is still very little, and that there are limitations to consider like the duration of the effects or the incapacity to change general ideologies, films are being proved to be able to influence their viewers’ political attitudes. Now that we know the historical and statistical impact of cinema on the political sphere, we must ask ourselves: why is this even important?
The Importance of Future Research
Historically, films have managed to shape their political paradigms: whether it was through the resurrection of political organizations or the influence in viewers’ political attitudes, there are many reasons to believe that the film industry can be a factor for major political change.
Nowadays cinema is not a service only accessible to high-income citizens. Millions of people watch movies every day at cinemas, streaming services, film festivals or televisions. The scope and subtlety of the film industry to deliver political messages make it one of the most effective tools for massive political campaigning, if not pure manipulation and indoctrination. What is more, movies have been proven to change political attitudes in matters going beyond everyday life, such as abortion legislation, decreases in the intention to vote and the freedom of the press (Adkins & Castle, 2013). Given the increasing polarization of the electorate in several countries, studying how they are influenced by a medium most of them have access to should be a matter of interest for sociologists or political scientists, as well as analyzing the possible effects it could have on future political movements, legislative actions and elections.
Some controversy could be found when having to measure movies’ real impact on political events. In the end, how are researchers supposed to sample viewers of the hundreds of movies that might have played a role in politics? Well, as I said in the introduction, I will not advocate for the impossible. Some movies will have more impact than others, and such impact will be difficult to measure. Still, these effects should at least be considered from a qualitative perspective, as factors that cannot be expressed with numbers, but rather with historical evidence, just like a region’s traditions or zeitgeist can also be included in political analyses. Furthermore, researchers can no longer argue that these connections are purely theoretical given the increasing body of evidence justifying the political power of films.
So, what is left for political science now that we know the impact of the film industry on politics? I would suggest two things. Firstly, the existing body of research has to be expanded: even if all studies point out the same conclusions, they are still small-scale experiments with major limitations that have not been replicated so far. More studies, quantitative and qualitative, need to be conducted to overcome such limitations and get more information about the clear impact that movies can have on politics. Secondly, political scientists must start to consider the film industry as a possible factor for political change, just like television, culture, religion, and other fields that are not easily quantified are also considered for their theories.
Billy Wilder said that “a director must be a policeman, a midwife, a psychoanalyst, a sycophant and a bastard”. I guess he forgot to add policymaker to the list. For years, filmmakers have taken the world of politics to the eyes of the viewers, but nobody could have foreseen their movies returning the favour and having an effect on politics. Today, we have strong historical and statistical reasons to believe that the film industry could deeply shape politics and reach political attitudes. It is high time political science considered these effects in their theories and researchers turned the arrow of causality, from movies to politics.
SOURCES
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• Cornell, M. (2013, July 17). Where the Z Stands for Zionism. Al Jazeera. Retrieved from https://www.aljazeera.com/opinions/2013/7/17/where-the-z-stands-for-zionism/
• Daly, R. (2019, October 22). When pop iconography turns political. New Musical Express. Retrieved from https://www.nme.com/blogs/nme-blogs/pop-iconography-turns-political-2559752
• Franklin, J. H. (1979). “Birth of a Nation”: Propaganda as History. The Massachusetts Review, 20(3), 417-434. Retrieved December 9, 2020, from http://www.jstor.org/stable/25088973
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• Mulligan, K. & Habel, P. (2011, March). An Experimental Test of the Effects of Fictional Framing on Attitudes. Social Science Quarterly, 92(1), 79-99. Retrieved from https://www.researchgate.net/publication/227710336_An_Experimental_Test_of_the_Effects_of_Fictional_Framing_on_Attitudes
• Pautz, M. C. (2015, March 12). Films can have a major influence on how people view government. LSE USAPP. Retrieved from http://bit.ly/1KXk6os
• Rosenblum, D. (2019). Battle for the minds: Use of propaganda films in Stalinist Russia and Nazi Germany. Retrieved from https://commons.lib.jmu.edu/cgi/viewcontent.cgi?article=1713&context=honors201019
• Scott, I. (2009). Frank Capra and Leni Riefenstahl: Politics, Propaganda and the Personal. Comparative American Studies, 7(4), 285-297. Retrieved from https://www.researchgate.net/publication/233503652_Frank_Capra_and_Leni_Riefenstahl_Politics_Propaganda_and_the_Personal
• Negro Women Offer to Die to Stop Film. (1915, April 26). Boston Herald. Retrieved from https://www.massmoments.org/moment-details/the-birth-of-a-nation-sparks-protest.html
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