Estudiantes Galardonados 2022
Edición 2022
Primer Premio Poesía en español
Tu cuerpo, mi nación
Autor: Inés García Vega
Dual Degree in Laws and International Relations
Admito que no he conocido cuerpos
después del tuyo,
y si acaso lo he hecho,
déjame decirte que están medio vacíos,
sin pulso ni medida.
No he conocido cuerpo
después del tuyo,
porque solo despatriados de pieles
y sentidos,
tras haber conscientemente amado,
seremos libres en nostalgia,
y alcanzaremos sobriedad en los recuerdos
que me devuelven a tu cuerpo abanderado,
que no me escoge,
que no me toca.
Quien no ha conocido tu cuerpo,
vive engañado en otros,
en el vacío erótico
de no saber ni siquiera respirar,
respirarte.
Yo, que he conocido tu cuerpo,
recuerdo navegar en tu pecho,
mi nación.
Ahora, que sobrevivo en melancolía sin destino,
sin intención.
Ahora, sin adhesión de tu cuerpo mío,
donde cuerpo ya no suena ansiado.
Ahora, pues, que no me escoges,
que no me tocas,
admito que
abandonada
sin patria,
piel,
bandera y
nación,
no he vuelto a conocer
cuerpos después del tuyo.
Primer Premio Poesía en español
¡Adiós, Segovia!
Autor: Juan Pablo González
Bachelor in Behavior and Social Sciences
Al marcharme no solo dejo
un montón de piedras romanas ni una fachada gótica,
sino la vida entera.
Me voy de la sonrisa más sincera que he conocido.
Dejo atrás tu voz que me llama, dejo atrás
tu corazón que late y ríe.
Digo adiós a los momentos en que perseguimos el alba,
sintiéndonos los reyes de Castilla y del mundo.
Siempre de testigos los arcos amables del acueducto,
la estatua de Juan Bravo que nos miraba impasible.
Y sin embargo, yo sin buscarlo, me llevo tanto...
Me llevo noches en vela, me llevo
las hojas muertas del fin de otoño,
nuestro monasterio cubierto de nieve,
los primeros días soleados de primavera.
Me llevo atardeceres sin nombre y sin número,
la noche en que corrimos a casa bajo la lluvia.
Se queda conmigo el recuerdo de tu perfume, tu jersey favorito.
El sabor de tus abrazos.
El reflejo de tus ojos y de la luna sobre el río.
Me llevo tardes llenas de música en las que
intercambiamos notas y risotadas,
madrugadas que compartimos en silencio y
horas que pasé recostado en tu hombro.
Las melodías que te escuchaba cantar desde mi cuarto.
Después de este tiempo, sin duda te dejo pero te llevo;
me aparto de tu risa pero me queda grabada.
Dejo y llevo. Suelto y ciño. Me marcho pero me quedo, así no olvido.
Me voy llorando, pero contento.
Segundo Premio Poesía en español
Romance del Prisionero Moderno
Autor: Juan María Heslop García
Bachelor in Data and Business Analytics
Soñé que niño era,
y que en lugar de mirar
era parte
Parte del manto verde que cubre
el caos que el mundo sufre,
desmán de susurros, luz, canciones y lagunas,
sensaciones que una a una
un pandemonio,
entrelazadas trascienden el odio:
Todo se funde y se lía
en la misma sinfonía.
Las hojas entretejen la balada
que con su verdad al bosque desnuda,
mientras los ruiseñores se mudan
y así, pues de rama en rama reanudan
la primavera de Madrid.
Y el cielo es azul,
y las nubes son blancas,
las hojas brillan verdes
y mi cabeza descansa…
Y despierto,
a una voz o un pensamiento sin forma;
o a una mosca de delgadas,
peludas,
asquerosas patas,
que se detiene en mi pierna
o en mis entrañas.
Despierto y
quedo yo, triste, cuitado,
que vivo en esta prisión
de palabras, de piel, y de café quemado,
soñando si alguna vez existió,
el mundo que un niño
una vez imaginó
Primer Premio Poesía en inglés
Mumbai to Madrid
Autor: Radhika Bhatia
Master in Management
And as I watch every falling leaf of Primavera
I think of everything that I love about this ciudad
The chicos dancing in the middle of the park
The mejor on the street with a harp
The comida of the kiosk with its peculiar tastes
The sky with its azulian shades
And a sense of siesta
With every syllable I sound
From one city of dreams to another
I say, Lo quiero, te amo, mi amor.
Segundo Premio Poesía en inglés
A prayer of sorts
Autor: Narayanan Pranadharthiharan
PhD in Management
I ask not for riches
But to dwell in the Present
Without wearing ornaments of fear
I seek not lust
But the whole of the other
Give me thy eyes
To find beauty in all I see
So that life may become
Bigger than the biggest galaxy
Become friendly with silence
But not in a cowardly way
Let go of anger and vices to
Enlarge the life within
Be absorbed in the sacred act of living
Realize that there is nothing to do
Be grateful for every grain of time
And for every beat of the longing heart
Tercer Premio Poesía en inglés
Atypical
Autor: Laura de Remedios
Bachelor in Philosophy, Politics, Law and Economics
For him,
She’d make of weather her slave.
She’d stop rain to its very last drop.
Clear the foggiest skies, and from grey,
Make celestial blue see its brightest day.
For him,
She’d conquer the world, reign mountains
Fill never-ending buckets of Himalayan salt,
Make of youth, a drowning fountain.
Make of you, an angel without fault.
For him,
She’d make runways out of railroads.
Make mansions out of humble abodes.
All for when she did so, hear him say
With a pitiful chuckle tinted with remorse
“Baby, that’s no role for a doll to play.”
Peck her forehead and take her home.
Primer Premio Relato corto en español
El perro que lloraba
Autor: Lizbeth Luna-Victoria Vargas
Master in Communication
Desde el día en que llegué al nuevo piso, comencé a escuchar un perro que lloraba. Aullaba con un grito ahogado y un dolor encarnado. Lloraba en medio de una pandemia donde todos lloraban. Llorábamos para que nuestros familiares no se contagiaran y si se contagiaban que se recuperaran. Llorábamos por nuestros amigos que son más que amigos y no podíamos ver, por las empresas que murieron y las personas que se quedaron sin empleo. También llorábamos por la soledad, por la desilusión, por la desesperanza que en ese encierro no se podía disimular con el ajetreo de la vida. Si hubiéramos podido aullar, también lo hubiéramos hecho.
Como buena amante de los animales, me dispuse a encontrar al perro que lloraba. Apenas sentía su aullido, le ponía la correa a mi caniche, Tom, y salíamos juntos en su búsqueda. Estaba segura que podía encontrar la forma de calmar su sufrimiento, ver si lo estaban maltratando o denunciar si estaba encerrado en algún lugar. Tom me había comprado la misión. Cuando oía los aullidos, los cuales no tenían una hora fija en el día, levantaba la oreja y se acercaba a la puerta dando un par de ladridos. Parecía responderle “Hey amigo, ¡tranquilo! Ya vamos por ti”. Sin embargo, al salir del departamento y pisar la calle perdíamos el rastro del gemido. Tom igual me exigía cumplir su paseo, así que caminábamos entre las calles buscando el rastro del llanto oculto en el ruido de la avenida.
De hecho, fui testigo de cómo día a día las calles se hacían cada vez más salvajes por la gente que regresaba a la oficina, los que volvían a abrir sus negocios, los que perdían el miedo a salir y los que lo hacían, pero aún con miedo. Los coches y buses no hacían menos bullicioso el panorama. Llegó un momento en que ya no reconocí la calle a la que había llegado a vivir tres meses atrás. Pero eso era normal porque la calle Alcalá siempre fue caótica, solo que cuando llegué aún había cierto efecto de la cuarentena.
En mi empresa no fue necesario volver a las oficinas y se rumoreaba que el retorno no sería hasta el siguiente año. El teletrabajo me venía maravilloso para estar más tiempo con Tom, pero fatal para superar la tristeza del perro que lloraba, sumado claro a mi reciente rompimiento con Martín que motivó en primer lugar que llegara a vivir sola y de repente a ese valle de lágrimas.
Tres meses pasaron muy rápido en el piso de Alcalá. No recuerdo un día que no hubiera oído el llanto. No sabía bien cuando paraba, pero tras el paseo de Tom ya no lo escuchaba, aunque dentro mío conservaba su gemido. Lo oía en el corazón cuando me sumergía en mi propio silencio. “Ten fe”, me decía, “todo va a salir bien, corazón”. En mi cabeza, veía a Martín hablándome y no podía dejar de pensar por qué el destino me había jugado tan sucio para que él se contagiara justo ahora cuando estaba solo y no tenía a nadie quien lo cuide. Cuando me lo contó, me dijo que sus síntomas eran muy leves y que no me preocupara. De hecho, ni siquiera me lo hubiera dicho a no ser porque un día quise ir a la antigua casa a terminar de recoger mis cosas y no le quedó otro remedio para hacerme desistir. A pesar de la promesa que me hice para mantener distancia, le comencé a escribir esporádicamente para que me hiciera un informe médico de su estatus. “Bien, mejorando”, decía siempre por chat y con eso me quedaba más tranquila. Un par de veces, me preguntó por mi vida o la de Tom y aguantándome las entrañas, apenas le respondía con un frío “bien” y dejaba ahí la conversación, aunque lo único que quería era correr a abrazarlo y llenarlo de besos. Quería decirle también que Tom le echaba de menos porque yo no le invitaba de mi plato en el almuerzo y que la vez pasada me llamaron para una entrevista en un trabajo nuevo, pero al final no salió. Me hubiera encantado contarle que Cristóbal me invitó a salir apenas supo que terminamos, así que siempre tuvo razón respecto a él. Nos hubiéramos reído tanto de su cara de cojudo cuando le dije que tenía que estudiar. ¿Qué iba a estudiar yo si ya había terminado la maestría un año atrás? Quería decir tantas cosas, pero me las aguantaba porque me había prometido que tenía que seguir adelante con la decisión que había tomado.
En el salón del nuevo piso, aún tenía amontonadas varias cajas por desempacar. Solo me acercaba a ellas cuando necesitaba algo que pudiera estar ahí revuelto. Así fue como, buscando un jersey que me sirviera para el otoño entrante, encontré la licuadora. ¿Cómo me la había traído? Él la usaba mucho más que yo. Pensé que se la podía regresar amigablemente y aprovechar también para recoger las cosas que había dejado. “No por favor”, me respondió cuando se lo propuse. “¿NO?”, le cuestioné sin entender sus motivos. En teoría, habíamos quedado como amigos. Yo pensaba que después de dos semanas sin síntomas, según lo último que me había reportado, ya había terminado su aislamiento. “Sí, pero no vengas”, me había insistido. Yo podía quedarme en la puerta, sin entrar y dejar el paquete en la alfombrilla… Le llamé y no me cogió. Me escribió finalmente “Yo te aviso cuando puedas venir” y, después de eso, desapareció por varios días. Le escribía y no contestaba ya. No me dio ninguna explicación y me dejó en visto los mensajes. Con el pasar del tiempo, me comencé a sentir mal, muy mal, como antes cuando aún estábamos juntos y me cancelaba alguna cita sin razón aparente, cuando me decía que vendría a dormir y no llegaba por estar trabajando, cuando se volvía frío y distante por días. Ya no quería volver a llamarle, no quería pasar por eso otra vez, me olvidaría de las cosas que había dejado en su casa y de él. Un día, salí de mi casa con Tom en una mano y en la otra una bolsa de Ikea que contenía la licuadora. La dejaría en su puerta sin esperar su permiso. Alcancé a oír el aullido del perro que lloraba justo antes de cerrar la puerta de mi piso, lo que solo me puso más ansiosa.
El piso de Martín estaba a veinte minutos caminando de donde yo vivía en ese momento. Cuando llegué al edificio, toqué el timbre y nadie me contestó. Esperé unos minutos más para volverlo a intentar. Se suponía que teletrabajaba y estaría en casa. Ahí estábamos, Tom, la bolsa de Ikea y yo con el jersey que había rescatado de la caja esperando sin saber qué esperar. El señor Carrasco, del 3A, salió del edificio y se detuvo al verme. Me sonrió con los ojos y pude adivinar completamente su expresión de alegría detrás de la mascarilla. Siempre había sido muy bueno conmigo. “¡Camila!, qué alegría verte”, me dijo y acarició al perro. Le devolví la sonrisa con los ojos y le dije “Igualmente”. Aproveché que había abierto la puerta y me metí. Él se me quedó mirando un rato ya sin la sonrisa en los ojos. “Si tienes noticias de Martín, no dejes de contarnos por favor”, exclamó cuando yo ya iba a medio pasillo. “Nos dejó muy preocupados cuando el Samur lo llevó a UCI hace una semana”, añadió y siguió su camino ante la perplejidad que se ocultaba detrás de mi mascarilla.
Subí corriendo al tercer piso. Tom, me siguió el paso reconociendo inmediatamente su otrora casa. Tocamos el timbre del piso sin respuesta y al cabo de 20 minutos volví a casa tal y como había venido. La licuadora me pesó mucho más que a la ida. Cuando llegué, estaba bastante nerviosa y traté de concentrarme en lo que me quedaba de trabajo para ese día. Tom se quedó sentado en la puerta de la entrada. Sentí que quería que regresemos al piso antiguo o quizá emprender alguna excursión de búsqueda del perro que lloraba. Pensé que si quería saber cómo estaba Martín realmente, lo mejor era escribirle a su hermana. Aunque no habíamos sido muy amigas –estaba segura que me odiaba–, al menos sería sincera conmigo. Le mandé un mensaje que decía “Hola Patricia, ¿cómo estás? Estoy preocupada por Martín. Me dijeron que estaba en UCI ¿me podrías dar alguna noticia de su estado?”. Estuve viendo el teléfono hasta que marcó los dos checks azules que confirmaron su lectura, pero ella no contestó.
Era imposible que me concentrara en el trabajo. Me iba a tomar un calmante para dormir cuando sonó mi celular. Sentí que era Martín y me decía “amor, estoy bien. Quiero que tú también estés bien. No te quería preocupar. No puedo hablar mucho, solo quiero dormir. Cuando pueda te escribo”. Hacía tanto que no le escuchaba y me transmitió mucha calma, como lo había hecho siempre. Pero la verdad era que Martín no estaba al otro lado de la línea. Era la voz de un cualquiera que me preguntaba algo relacionado a reducir alguna factura de servicios. Le corté con un amable “ahora no, gracias”.
¿Por qué habíamos terminado? Casi no pude dormir esa noche. Recordé todas las veces que íbamos juntos en el coche y cómo nos moríamos de risa mientras yo manejaba. Recordé cómo me tocaba la pierna mientras iba conduciendo. Recordé todas las veces que me besaba de sorpresa y cuando se le escapaba un te amo desde el fondo de sí, tan infrecuente porque difícilmente revelaba sus sentimientos. Recordé cómo me acariciaba en la madrugada el cabello y yo fingía que no me daba cuenta. Lo recordé cocinando los domingos, riendo con el perro y abrazándome cuando veíamos una película. Lo recordé y lloré como todas las veces en que lloré cuando le reclamé que no pasara tanto tiempo en la oficina como lo hacía últimamente. De nada sirvió que él me dijera que nunca olvide que me quería sobre todas las cosas. De nada sirvió porque casi dejé de verlo los fines de semana y en las noches llegaba tan tarde que apenas lo sentía entrar a casa. Quise entenderlo, tenía tantos proyectos y responsabilidades. Le pedí que al menos me separara una noche a la semana para poder tener una cita. Y sí, siempre que estábamos juntos era como estar en el cielo, pero ni eso era capaz de respetar. Me había cancelado varias veces por reuniones urgentes del trabajo. Una cal y una de arena. No era capaz ni de reprogramar nuestras citas por lo que constantemente me sentía en segundo plano. “Recuerda que te quiero”, insistía. “¿Y por qué haces esto?”, le preguntaba. Él no lo podía evitar, su naturaleza siempre fue refugiarse en el trabajo. Sabía que no huía de mí, sino de sentirse vulnerable conmigo. Era automático y a la vez tan claro que no le importaba lo suficiente. Soy consciente que a veces hacía un esfuerzo y volvía a quererme bien, a sorprenderme con besos, a acariciarme mientras dormía, a cocinar los domingos y a querer pasar su tiempo conmigo. Pero su vaivén de querer me estaba matando de a pocos. Ni la cuarentena le dio un aire para dejar de trabajar tanto. Me fui un viernes después de dos años juntos. Él lo había tomado, como siempre, con mucha calma, como si supiera de antemano que su naturaleza sabotearía tarde o temprano nuestra relación, o como si no le importara realmente.
Cuando el reloj marcó las 07:00 am, me levanté de la cama abandonando la idea de que eventualmente me quedaría dormida. Alisté a Tom, quien se había quedado en el pasillo de ingreso toda la noche, y salimos a su paseo de la mañana dos horas antes de lo acostumbrado. Me pareció sentir el aullido del perro que lloraba, pero no le presté mucha atención. Esta vez, sin embargo, el llanto me siguió también a la calle. Su potencia sobrepasaba el ruido de los buses, la gente y los comercios que recién se iban despertando a esa hora. Me sorprendió tanto que le pregunté a un señor que venía caminando “¿de casualidad escucha usted también el llanto de un perro?”. Él siguió de largo sin siquiera mirarme y se cubrió la boca con la mano como si con su mascarilla no fuese ya suficiente barrera contra mi dolor. Había un frutero indio que estaba comenzando a abrir su tienda y entonces me acerqué a él y le pregunté lo mismo. “¿Un perro?”, me respondió señalándome a Tom. Yo le expliqué que no era Tom el que lloraba, pero me seguía señalando al caniche sin entenderme el español. Como yo aún oía el llanto claramente, no iba a dejar de buscar de dónde provenía. Tom también se puso nervioso y me comenzó a jalar hacia una calle. Entramos a un vecindario de grandes chalets y lujosos carros. El aullido se hacía cada vez más potente con lo que estaba segura que íbamos por buen camino. Sin embargo, seguíamos avanzando sin llegar a ningún lugar. Tardé en darme cuenta que el perro no tenía un rumbo claro. El aullido se iba disipando. Traté de corregir el camino para volver hacia donde lo había oído más fuerte, pero me había dado tantas vueltas que me fue imposible poder ubicarme. Resignada decidí volver a casa.
En el camino de vuelta, conforme me iba acercando a la avenida, los chalets se iban haciendo más pequeños hasta convertirse en edificios, y el sonido de los coches comenzó a acaparar el espectro. Antes de llegar a calle Alcalá vi un aviso pegado en un poste de luz. “Se regala un husky”, decía. La dirección estaba justo detrás de mi casa. Fui corriendo hacia allí. Me hacía completamente sentido que el aullido fuera del husky. Es la típica raza que suele tener estos comportamientos cuando los perros se quedan solos. Pero, ¿acaso podría traerme un husky a un piso de cuarenta metros donde apenas entrábamos el caniche y yo? Si al menos aún viviera con Martín… A él le gustaban tanto los perros grandes. Siempre soñamos con tener uno y agrandar la familia. Si me llevaba el husky a casa, nos acomodaríamos ahí los tres, en los cuarenta metros hasta que se recuperara Martín y pudiéramos volver al piso grande. Seríamos una familia y Martín tendría el perro grande que siempre quiso porque el caniche no podía acompañarle a correr los domingos.
Cuando llegué a la dirección me sorprendió que estuviera tan cerca de mí todo este tiempo y no la haya localizado antes. Estuve mirando el portón por varios segundos. Se veía bastante acomodado y con un jardín con suficiente espacio para el perro, seguro tenía hasta piscina. Confirmé pronto que era el llanto que llegaba hasta mi casa pues volvió a aullar y lo sentí más fuerte que antes. Toqué el timbre y salió una señora del servicio a atenderme. “¡Señora! Perdone, ¿por qué llora el perro?”, le dije desde la reja de la entrada. “Señorita, es que se murió su dueño de COVID y aún llora y llora el perro. Sus hijos del señor ya no lo quieren. Mucho problema, dicen”, me indicó muy angustiada. “Lo están dando en adopción, ¿usted lo quiere?”, añadió. Yo moví la cabeza instintivamente y asentí sin pensar. La señora se alegró y se metió por él a la casa. Salió tras cinco minutos, sin darme tiempo de asimilar lo que acababa de hacer, y me lo dio con una mochilita que contenía un poco de comida y un juguete. Cuando el husky me vio se me lanzó encima y me comenzó a lamer la cara como si me hubiese estado esperando todo este tiempo. “Se llama Zeus”, me indicó. No sabía bien lo que había hecho, pero me lo llevé a casa suficientemente agradecida de que al menos no se quisiera comer a Tom, al que cuadruplicaba en peso. Llegué a casa con ambos canes. Zeus entró muy cómodo y me siguió por la casa como si supiera que yo era su nueva mamá. No ladraba, no lloraba, todo el sonido que emitía era el de su jadeo. Me senté en el sofá muy cansada por el desvelo y se sentó conmigo acariciando su cuerpo contra el mío. Como nunca, esto causó que Tom se pusiera especialmente cariñoso y lo replicara del otro lado. Ambos querían que los acariciara y eso me daba mucha paz. Me percaté entonces de mi celular y vi que la hermana de Martín me había enviado un mensaje. Decía: “Lo siento Camila. No pude contestarte antes. Mi hermano no aguantó y se fue anoche. Lo siento otra vez pero estamos con los trámites aún y no puedo hablar mucho. Mi mamá también enfermó”.
Cuando leí eso, no daba crédito a sus palabras. Lo tuve que volver a leer cinco veces. No sabía cómo reaccionar. “Lo lamento mucho Patricia. Si necesitas algo, no dudes en avisarme. Espero que tu mamá se recupere pronto”, le contesté. Pensé que podía ir al tanatorio pero en las noticias seguían hablando de restricciones. Me mantuve sentada en el sofá junto a los perros y estuve mirando al vacío durante largo tiempo preguntándome qué debía sentir. Si Martín estuviera sentado a mi lado en ese momento me abrazaría. Lo imaginé haciéndolo con su cuerpo tan grande y diciéndome que esté tranquila, que todo iba a estar bien, que tenga fe, que nunca dude de que me quería, que era una de las personas más importantes de su vida, que le disculpara si me había hecho sentir mal pero nunca quiso que me fuera de casa. Me recosté en su cuerpo peludo y caliente y lloré mientras él me acariciaba el cabello y me prometía que haría paella el domingo después de correr con Zeus. Entonces mi llanto y el del perro se juntaron en un aullido que llegó hasta el cielo.
Segundo Premio Relato corto en español
La fe de los hechos
Autor: Lucy Frías de Merck
Executive Master en Dirección Comercial y Marketing
A ver si no resulta que todo este berenjenal me deja el atrio hecho un cochinero. Espero que no salten chorros de agua estancada durante cientos de años. Bueno, eso dicen los historiadores, solo nuestro Señor sabe cuánto tiempo llevan esas aguas debajo de esta tierra. Todo esfuerzo es poco con tal de dejar tu casa, Dios mío, mejor de lo que la encontré. En buena hora llegó esa muchacha al Ayuntamiento, porque hartos empezábamos a estar de tocar puertas y que a duras penas se nos entreabrieran; con lo mal que les cae a sus compañeros de trabajo, tan jovencilla, ¿veinticinco?, tan en su papel de directora de Turismo, osada, imaginativa. La cara de indignación que puso cuando vio que en el proyecto de restauración desaparecían las palmeras del atrio. “Pero si llevan aquí toda una eternidad, son parte de la imagen de la postal de toda la vida, ¿para qué quitarlas?”, me argumentó como si yo fuera el de la idea. Bien que le recalqué que era cosa del arquitecto restaurador, no mía. Admito que me sorprendió que le importaran. A nadie parece interesar que este pueblo se convierta en una planicie asfáltica. El aprieto en el que habrá puesto al de Obras Públicas con semejante idea. “Padre, no le quedó más remedio que decir que sí, siempre y cuando a usted le parezca bien”, me dijo. Y qué iba a decir yo, en mí no recaería el yerro de haber sido quien consideró que era mejor que talaran las únicas dos palmeras del centro histórico, tan emblemáticas como el templo mismo. Ay, Señor, que salga bien esta maniobra, que no me destruyan los pórticos, que esos no los tengo presupuestados y me echo encima a los del obispado y a los de la junta de monumentos. Tampoco me puedo poner tan testarudo, que a final de cuentas el financiamiento viene del municipio. “¿Trasplantar, dices? ¿Y a dónde se supone que habría que trasplantar esas palmeras? Están habituadas al terreno en el que crecieron decenas de metros durante décadas. No sé si te percatas de que no son margaritas”, me sermoneó irónico con su sonsonete altanero el dichoso ingeniero de Obras Públicas, como si me quisiera tomar desprevenida. Ridiculizarme, es lo que quería. Al Parque Ecológico de la mina, le comuniqué, estaba claro. No se esperaba que ya hubiera hablado con ellos, ¿eh?, yo sí planeo y no me lanzo a improvisar. Tan amables, tan dispuestos siempre a escuchar ideas, tan solidarios. Eso sí, qué descolocada me dieron cuando me informaron que tarea nuestra sería llevarlas y que ellos se encargarían de que sobrevivieran al cambio. “Sáquenlas con grúa y tráiganselas en tráiler, licenciada. La larga ha de medir unos veinte metros y la otra, no le calculo lo alto, pero sí el diámetro, unos dos metros. Han de pesar muchos kilos”, me dijo tan profesional el director del parque. Caray, en la que me metí, qué locura la mía. Menos mal que el alcalde es compadre del dueño de las grúas más grandes de la región, así ellos se entienden con el precio y los detalles. Qué alivio cuando el alcalde dio su visto bueno, porque si no, a las pobres las cortan por puro capricho del arquitecto e indiferencia del ingeniero de Obras Públicas. Y me sale el ingeniero con que nunca se había hecho eso, que solo porque el proyecto estaba atrayendo tanta atención de la ciudadanía y de los visitantes, pero que era mucho riesgo. Riesgo, por favor, el que no quieren tomar nunca. Fácil, facilito, todo. Pero si no estamos moviendo el campanario, le contesté. Es que no me perdonaría no haberlo siquiera intentado, con tan pocos árboles que quedan. Todavía me acuerdo cuando uno de los trabajadores de Obras Públicas me contó, medio avergonzado medio resignado, que parecía que los árboles chillaban cuando los talaron para dizque cambiar el sistema hidráulico de aquella avenida. Pero si en las grandes metrópolis del mundo tienen árboles frondosos en hilera, le dije, no hace falta talarlos, y peor aún, sin remplazarlos. Qué horror de mentalidad, de verdad. Basta con actuar con pura profesionalidad. Sí, hice bien. De mí no depende la ejecución, lo tengo bien claro, pero si algo sale mal, seguro me lo achacan a mí. Le diré al padre que encomiende a Dios el plan. La verdad es que esto tiene que salir en el periódico, para que quede constancia en la historia de que sí existió una proeza como esta alguna vez en nuestro pueblo minero. A ver si saben moverlas y no se les caen en el aire, porque si no, en la que se va a meter la joven licenciada. Nadie entiende que no le pongan un alto a sus aires de experta. Cae mal, con su arrogancia de haber estudiado en el extranjero. Pero es millenial, les repito a los colegas, qué esperaban, se sienten los héroes del mundo y ella no es la excepción. Aunque la jefa de prensa del Ayuntamiento la anula, la corta de la foto, no pone su nombre, me da lastimilla, quizás por eso cubro sus eventos. Me la han jugado así también en el pasado, que minimicen mis reportajes, que no me informen de algún suceso, que manden mi nota al lado del pronóstico del tiempo. Todavía me acuerdo cuando la entrevisté la primera vez, iba prejuiciado, error mío. Que si era una cuota de género del partido tenerla en el organigrama, que si era un puesto otorgado y no ganado, que fue un favor a su familia, que si iba como figura decorativa. Los hechos: esa primera vez y todas las demás, siempre me ha respondido cordial y con disposición, nunca me he topado con esos aires de grandeza que dicen que tiene. Más hechos: el porcentaje de turistas ha crecido en el último año gracias a las obras de restauración del centro histórico. Pero esto sí que no tiene comparación. A ver si puedo entrevistarla antes de que empiece el sainete. Cuánta gente, madre mía, como si fuera un show. Qué digo, es un show. Espero que los de Tránsito contengan a tantos curiosos y no resulte algún herido. Me pregunto cuándo fue la última vez que se reunió tanta gente en la calle en torno al templo. ¿En el mitin del candidato a la presidencia? Pero a la muchedumbre de hoy nadie la acarreó. Vaya grúas, caramba. Estos machotes necesitan tener tino de cirujano pero a gran escala, porque si no calculan bien, esto da para muchos titulares. Necesito un buen ángulo para las fotos. Ay, no puede ser, se me adelantó el reportero del panfleto ese digital. ¿No que esta chiquilla no da para alguna que otra noticia? Aquí nos tiene. Encabezado: dispendio de recursos públicos en capricho de un trasplante fallido. Sí, puede vender. Ya la veo, mira, esa carita de triunfo a mí no me engaña, no se ha visto en otra igual: tiene miedo, qué digo miedo, la directora de Turismo del municipio, vestida de traje sastre azul marino y camisa blanca insinuando su figura curvilínea, sonríe para no llorar. En la que se metió. Dudo que el alcalde salga a exonerarla del escrutinio público, por eso él, ni sus luces, así ya se libra de ella. ¿Y el padrecito? Él, bueno, se estará encomendando a Dios. A ver si los rezos sirven para que no le tumben lo que lleva arreglado de su templo.
Estos reporteros metiéndose por donde no deben, con tal de una foto exclusiva o primicia o quién sabe qué nombre tiene eso. Pero si aquí no cabe ni un alfiler, y estos poniendo el mal ejemplo, que la buena gente no sabe que son periodistas y también se van a querer meter donde nadie los llama. No me queda de otra, ay, Señor, paciencia dame. Tengo que salir y acercarme, darles alguna palabra que calme esa sed de curiosidad y olviden la tentación de cruzar la valla. Quién diría que habría tantas almas aquí reunidas cuando vinieron los de Tránsito esta mañana a cercar el perímetro. Esta vez sí dieron en el clavo y supieron prever, aunque no sé si se imaginaron lo que tardarían estos buenos hombres en sacarlas. El tiempo vuela, pero hoy, lo que se dice volar, nada de eso. Que sí, que sabemos que es vía pública y todo el mundo tiene derecho, pero es por su bien. Paciencia, Señor. Sí, hija mía, que nos quedará esta anécdota entre las ya sabidas de este centro histórico. No, hija, no llores, que ya verás qué bonito nos va a quedar el atrio, como nuevo. Cuidado, no, es mejor que observemos desde una distancia prudente, que estemos donde estemos se ve igual. Sí, qué bueno que de agua a presión nada, no hagamos caso de todo lo que se dice, hija; por cierto, ya no has venido a confesarte. Claro que sí, ¡arriba, bravo! ¿Cómo? ¿Qué péndulo es ese? ¡No, no, no, por favor! Que no golpee la cantera. Creo que estoy sudando frío. No quiero ver pero no puedo apartar los ojos de esa cosa. Qué brusquedad, válgame. Por un milímetro, qué susto. Ay, que se calle la gente, por favor, que este señor necesita silencio para concentrarse. ¿Dónde están los de Protección Civil? Que dejen de correr, que entre el sol que no acaba de ponerse, el bullicio y los nervios aquí nos sobresaltamos todos y mañana a mí me va como en feria. Espero que el padre haga entrar en vereda a todos estos mirones. A ver, señores de las grúas, mejor no se precipiten hasta que esté bien desenterrada, que podemos esperar. Nada de decisiones violentas que echen a perder la buena intención. Sí, que no tenemos prisa. Ustedes a lo suyo. Cómo me mira este, de arriba abajo. Qué ojos tan incómodos. ¿Entrevista en este momento? La idea inicial es mía, sí. No podemos darnos el lujo de perder vegetación tan icónica cuando tenemos los medios para salvaguardarla. Hay una primera vez para todo, según se sabe, y esta será para la posteridad. ¿Que qué pasa si falla la maniobra? Tendremos una lección que aprender, mejorar procesos, palear nuestras debilidades. Sin embargo, no es un movimiento improvisado. Nuestro alcalde es un hombre de altas miras, con amplio respeto al patrimonio edificado. Está muy entusiasmado con esta magna obra. Le agradeceré que retomemos esta charla cuando se haya concluido la maniobra, le pedí. Y ella accedió aliviada, como si le quitara un peso de encima. Y nos concentramos en seguir pendientes de lo que no termina de concretarse. Hay avance y empieza a refrescar, por fin. Según parece, las dos palmeras están listas para ser movilizadas. Podría haber hecho un mini documental de todo el show, por qué no lo pensé antes. Algo documentaré, por supuesto, y gano una primera plana a diario, sí. Me pregunto si seré un soñador, como la licenciada. Absurdamente me aferro a la idea de que podré trascender con este trabajo de a pie. Vaya, los de Parques y Jardines por fin hacen otra cosa que dejar morir los arbustos de los camellones. Eso, que trabajen nuestros impuestos. Allá va, qué caras de asombro, de escándalo, de júbilo: la primera sale, como si arrancaran un vello con una enorme pinza. Qué raíces, qué cráter está quedando. Suenan aplausos, gritan porras extasiadas, cámaras de aficionados. Necesito yo tomar las fotos de las familias apelotonadas que miran con fijación a la gran planta en los aires. Caras boquiabiertas, gestos de incomprensión, dedos señalando al aire. Esa columna en el aire chorreando agua es trasladada con parsimonia por un operador en el que recae el porvenir de la obra, del padrecito, de la licenciada, hasta del alcalde. Llega a la plataforma del tráiler y, ¿qué está pasando? Ese alboroto suena a que algo se cuece. Que me dejen pasar, necesito mayor visibilidad. Cuánto morbo, mañana se los sirvo calientito. Que solo hago mi trabajo, prepotentes. Ya veo. Nunca había presenciado semejante imagen: el coche de la grúa medio metro en el aire, el operador riendo con cara de susto, la palmera tumbada sobre la plataforma, todavía acida al gancho. Qué poco contrapeso. La que se armaría si se voltea el coche. Se huele la acción. Titular: tragedia por un acto de buena fe. Falta una palmera más, la larga. ¿Pongo cronómetro?
Con cada minuto me iba convenciendo de que este descomunal esfuerzo había sido una inutilidad, pero según parecía que habían entendido de qué iba la maniobra, los buenos hombres de las grúas aceleraron el paso. El Espíritu Santo los iluminó y a nosotros nos sosegó. Qué alivio sin nombre nos regalaron del cielo cuando el operador de la grúa movió aquí, movió allá y volvió a tocar el piso dentro de su máquina. Pum. Pero qué bárbaro el operador, necesitaríamos más gente como él en el ayuntamiento, con ese instinto admirable que no cede ante el miedo, el escepticismo y el calor. Hombre ileso, todavía, maneja con pericia maquinaria pesada para salvar su vida durante ¿setenta minutos desde que tumbaron a la primera en el tráiler? Qué simpático, con los brazos arriba en señal de triunfo, con los colores vueltos a su cara, gracias a Dios. Lista la primera, por fin va a descansar del ajetreo al que no está acostumbrada, ojalá que aguante el no estar en la tierra con las raíces expuestas, por favor. El calor empieza a ceder, aunque los ánimos de la población presente siguen encendidos. Nadie se mueve, el vendedor de elotes y refrescos provee al público agradecido la merienda que no toman en su casa. Una guitarra toca unas rancheras. Aplausos, todos somos un palmoteo contento, una conmoción jubilosa que vemos avanzar hacia el horizonte un tráiler que transporta uno de los pocos vestigios vivos de nuestro pueblo. En el Parque Ecológico estará en las mejores manos, estoy convencida, la primera parte ya está hecha.
La desconfianza cambia de tono, alabado sea el Señor. Qué buena tarde nos regalas, bajo unas estrellas que empiezan a brillar con timidez. Sí, mujer, estos hombres saben bien lo que hacen, ya viste. Al menos una ya se salvó de la furia de los insensibles de Obras Públicas. De momento, a disfrutar de la maniobra de la segunda; eso sí, no canto victoria todavía. “Finiquitemos este tema de una buena vez, que tenemos mucho trabajo que hacer”, acabo de escuchar al ingeniero, a todos y a nadie. Se acerca dando zancadas haciendo acto de presencia para empezar a dar la nota; cómo olfatea que la situación empieza a pintar mejor. Qué predecibles son estos burócratas. A ver si este señor no pone nerviosos a los muchachos, tan bien que están haciendo su trabajo. Me pregunto a qué viene, a sermonearme otra vez o a fingir que somos del mismo equipo.
Y bueno, llevamos, según mi cronómetro, ciento cuarenta minutos desde que la primera tocó la plataforma. La segunda ya está en el aire y está a punto de ser tendida en la suya. Las risas de los niños se escuchan al fondo. Que quiere ser operador de grúa tu hijo, me parece un trabajo muy loable, mira nada más lo que acaba de hacer este señor. Y que tu hija quiere trabajar en el ayuntamiento, bueno, hay muchas cosas buenas que puede hacer. Ya llévatelos a tu casa, mujer, que es muy tarde y aquí ya estamos terminando. “El señor alcalde me informó hace unos breves instantes que quiere ser testigo de la gran pericia de nuestro personal”, anuncia el ingeniero a la ciudadanía conglomerada en las afueras del templo. Tendré que esperarme a tomarles la foto. ¿Ahora sí viene? Bueno, supongo que me lo tomo a bien entonces, como una señal de que aprueba mi iniciativa.
Que sí, que allá voy a hacerle la pleitesía a este señor que pocas veces veo, todo sea por dejar al templo mejor de lo que encontré. No, señor alcalde, no se moleste en acompañarnos tan tarde, que usted es un hombre muy ocupado para gastar su tiempo en estos menesteres. Sí, aquí la señorita licenciada inyectándonos de optimismo y buenas ideas, ya sabe usted. Por supuesto que me queda claro que esta iniciativa existe porque usted la respalda. Ya sé, otra vez, la estrellita en la frente se la pone él a sí mismo, pero me quedo con la satisfacción de que sí funcionó. Nadie me la quita. Sí, señor. Foto con la segunda palmera tumbada en el tráiler antes de emprender el rumbo a su nuevo destino, el alcalde en medio, el padre a su derecha, el ingeniero a su izquierda, ¿dónde dejan a la licenciada? “Oiga, licenciada, póngase para la foto”, me indicó el reportero. De golpe, se me quiebra la voz y tengo ganas de llorar, justo cuando estoy tan contenta de que todo haya sido un éxito. Mejor no, que estoy muy emocionada; ya sé que no me tienen que rogar. Bueno, de acuerdo, aquí junto al padre. Tengo la garganta tan cerrada del coraje que a ver si disimulo con una cara seria, de profesional.
“Enhorabuena, señor alcalde”, son las palabras del ingeniero. “Enhorabuena al equipo”, responde, pero no le dedica ni media mirada a la licenciada. Emprende la marcha el segundo tráiler pitando el claxon con ritmo, la gente vitorea, los aplausos no paran. Los cráteres del atrio son tema de mañana. Titular: la vida sigue para los vestigios vivos más antiguos del pueblo. Sí, tengo que darle el crédito a ella. “Padre, la fe también mueve palmeras”, me dijo cuando ya todos se habían ido, cuando la muchedumbre se disolvió, cuando los funcionarios se despidieron con golpes sonoros en las espaldas, sin que ninguno siquiera se dignara a regalarnos un minuto a ver cómo quedó el atrio. Y dijo algo sobre la voluntad de Dios, y me fui del atrio, sonriendo hasta las lágrimas.
Tercer Premio Relato corto en español
La pira
Autor: Alfonso Gutiérrez González
Executive MBA
Adarion contemplaba las paredes de piedra gris que conformaban el humilde salón de su amigo Aristides. El lugar estaba frío. No es que Adarion esperase un ambiente especialmente cálido, menos aún después de haber ascendido durante horas la ladera de la montaña hasta la solitaria casa, pero entre los muros serpenteaban grietas por las que siseaba el frío aire al entrar.
Por suerte, Adarion había venido pertrechado con su equipo militar al completo. Una coraza con relieves de grifos sobre una túnica roja de lana, un yelmo con cresta de caballo y unas grebas que le cubrían hasta casi las rodillas. Todo estaba en un excelente estado. Se le había otorgado hacía poco, justo después de su último ascenso a centurión. Únicamente conservaba su espada de la primera época de servicio, la cual también portaba. Estaba convencido de que a ella y a los dioses debía la suerte de seguir vivo.
Hoy no aguardaba ninguna batalla, pero Adarion consideró oportuno presentarse así vestido en la casa de su amigo. Después de todo, Aristides y él se habían conocido en el ejército. Habían pasado años desde la última vez que se vieron y a pesar de que Aristides había contratado un mensajero a caballo para comunicarle hacía meses que una visita por su parte sería reconfortante, hasta hace una semana Adarion no se había decidido a hacerlo, después de recibir a un nuevo mensajero.
—Me resulta extraño que estimaras oportuno venirte a vivir a un lugar tan solitario —dijo Adarion al fin—. Este sitio es más propio de mí. A ti siempre te ha gustado estar rodeado de gente. Escuchar sus historias, sus quejas y conversar.
Adarion hizo una pequeña pausa en la que suspiró, como si necesitara coger fuerzas. Luego prosiguió.
—Hoy me temo que tendrás que escuchar todo lo que tengo que decir. Ha sido un viaje largo y me ha servido para reflexionar, así que no pienso detenerme hasta haber acabado.
»Curiosamente, incluso tú, que te comportaste como un amigo durante los años de guerra, desconoces el motivo por el que acabé en el frente. Sin embargo, para responder a eso he de contar la historia de mi vida, así tú podrás sacar tus propias conclusiones.
»Como sabes nací en un pueblo del sudeste, de casas blancas donde las campanas repican casi sin voz por el salitre que las recubre. El único oficio que allí había existido había sido la mar y los oficios que de ella se derivaban. Años más tarde, el emperador y sus afines precisaron de más soldados que pescadores en las campañas que iniciaron al nordeste, así que hubo quienes cambiaron las redes por la espada, la mayoría por obligación.
»Mi padre fue uno de ellos. No guardo ningún recuerdo suyo. Todo lo que sé es lo que mi madre me contaba. “Tu padre nos defiende con bravura de los bárbaros, a nosotros y al imperio, hijo mío” así respondía a mis preguntas de dónde estaba y cuándo volvería. Ella se esforzó para que a mis ingenuos ojos fuera como un héroe.
»Éramos solo unos cuantos críos prácticamente huérfanos, amigo Aristides, y a la vez éramos demasiados. Pese a todo, me considero un afortunado, otros acabaron abandonados por completo, mendigando en las calles.
»Los dioses desoyeron las plegarias y promesas de mi madre, y mi padre nunca volvió. Fui yo quien finalmente acabó en las legiones.
»Ahora creo entender por qué lo hice. Entenderlo de verdad, no mentirme a mí mismo como hice entonces. En un principio estaba seguro de estar destinado a defender al imperio y ser un héroe igual que repetía mi madre que había sido mi padre, aunque en el fondo sintiera que iba en su busca, a su encuentro. Pero no, no era nada de eso. Él no había vuelto porque había muerto, simplemente yo no tenía el coraje suficiente para reconocerlo. El único propósito en el que podía tener éxito era convertirme en alguien del que él se sintiera orgulloso. Necesitaba que allá donde él estuviera me contemplara con un sentimiento de satisfacción.
Adarion esbozó una triste sonrisa, casi imperceptible por la sombra que proyectaba en su cara el yelmo, sospechando que su amigo consideraba una estupidez su revelación.
—Recuerdo mi primera batalla. Recuerdo el color blanco plateado que adoptaba la hierba expuesta a la luz de aquella luna que iba dejando paso al amanecer. La horda enemiga contaba con miles de bárbaros y aquella luz daba a la escena un tono irreal, creía estar en un sueño. La formación avanzó. Primero un paso, luego otro. Sentía el suelo crujir bajo la suela gruesa de mi cáliga.
»Hay una terrible belleza en el avance ordenado de nuestros ejércitos. Cuando el enemigo presencia como entre el polvo y el griterío de los oficiales las líneas y columnas marchan en sintonía como si de un baile multitudinario se tratase, entonces comprenden la diferencia entre un ejército y una turba armada.
»Como no podía ser de otra forma, los recién llegados avanzábamos en la primera línea. Delante nuestra los escaramuzadores solo se limitan a hacer llover sus jabalinas para proteger nuestra marcha. Entonces chocamos con el enemigo, el estrépito de las armas resonó en el aire cuando nos enzarzamos en la lucha, y en ese instante me convertí en la persona que conociste. Descargué mi espada en arcos y estocadas mortales, sediento de sangre. Era una tempestad incansable, aquel que tenía la mala fortuna de toparse conmigo asistía con horror no a un soldado, sino a una sentencia con gesto sádico. En las batallas que sucedieron a esa me limitaba a penetrar las líneas enemigas, matando, matando, matando. Fui volviéndome tan seguro de mí mismo que llegué a pensar que si frente a mí aparecieran los dioses, los cortaría con mi espada.
»Odiaba no combatir. Por fortuna, los periodos entre batallas solían durar solo unas pocas semanas. No se puede predecir toda una guerra, o al menos, no sin los presagios de los sacerdotes. Eso nos enseñaban, de modo que me limitaba a esperar.
»Fue gratificante conocerte en aquellos campamentos militares, Aristides. Soldados, intendentes y médicos convivíamos y charlábamos con frecuencia, aunque se les otorgaba la debida deferencia a los oficiales. Tu grupo de médicos atendíais sin descanso a los heridos que llevaban a vuestro pabellón de campaña. El interior estaba impregnado del hedor de la muerte mezclado con el del vinagre que aplicabais en los apósitos. De un lado a otro tus compañeros cruzaban siempre apresurados. En los lechos replicaban las quejas y alaridos de dolor y por todos lados había manchurrones de sangre y moscas rondando.
»Tu frenesí era similar, en cambio, recuerdo que al llegar a algunos pacientes te envolvía la calma y les dedicabas largo rato. Creí comprender el motivo, porque no eran compañeros que se debatían entre la vida y la muerte, sus heridas estaban ya sanando. Pero luego descubrí que el patrón era otro. Eran aquellos sumidos en la desolación y la tristeza. Ausentes, como si su razón hubiera abandonado nuestro mundo. Quizás fui grosero cuando te recriminé en un par de ocasiones que no dedicaras tu tiempo a los verdaderamente heridos para perderlo con esos hombres débiles. Pero he de reconocer que semanas después, algunos de esos hombres volvieron a combatir a mi lado, tan aguerridos y fieros como cualquier otro. ¡Por todos los dioses! ¿Cómo pudiste lograr tal cosa simplemente hablando con ellos?
»Por desgracia, la guerra siempre nos acaba alcanzando a todos. Sus formas son crueles y directas, pero a veces también sutiles.
»Sé que nunca olvidarás aquel día. Con la batalla ya perdida, una pequeña parte de las tropas enemigas se retiraron a su asentamiento. Acudieron a recoger a sus familias y huir tan rápido como les fuera posible. Una centuria los persiguió. Cuando el resto del ejército llegamos para montar allí el campamento presenciamos nuestra verdadera naturaleza. El horror que suponía nuestro avance por el nordeste.
»Observé como deambulabas en silencio entre los hogares quemados. Aún se alzaban pequeñas columnas de humo en el cielo del atardecer. Cadáveres de mujeres y niños yacían en un suelo escarlata pegajoso por la sangre, como ramas caídas después de una lluvia torrencial. El olor a guerra, podrido y dulzón que se te mete hasta el alma y nunca se olvida llenaba el aire. Les llamamos bárbaros, pero con el tiempo he descubierto que simplemente les tocó vivir en el sitio equivocado. Sus dioses los habían abandonado, mientras que a nosotros nos infundían pasiones incontrolables.
»En esa centuria había hombres que tú habías curado y cuidado. Hombres que, me temo, desconocías lo que eran capaces de hacer. No actuaron como animales. La crueldad es propia únicamente de las personas, igual que la misericordia. A nosotros corresponde, en definitiva, si optar por una u otra.
»Al poco tiempo me dijeron que volviste a casa, que te trasladaste a una valetudinaria cercana. Definitivamente es el camino lo que separa a los hombres. Mi lugar estaba allí, y allí proseguí hasta que acabamos la campaña el pasado año. Más tarde, a mi vuelta, llegó tu mensaje.
Adarion volvió a hacer una pausa. Daba por hecho que su amigo seguía escuchando con atención. Intentó reanudar la conversación, si es que se podía llamar a aquello de esa manera, pero ninguna palabra salió de sus toscos labios. Cerró los ojos y apretó los dientes. Un último esfuerzo, como cuando daba sus embates finales en las contiendas. La voz salió entrecortada. Rota.
—Quiero presentarte mis disculpas por haber desdeñado tu invitación. Cometí un grave error, pues no entendí de qué manera mi presencia podría resultarte reconfortante. Incluso ahora, después de que un nuevo mensajero me relatara que habías acabado con tu propia vida, me cuesta comprenderlo.
Inundado por sentimientos de amargura, el centurión alzó la vista y tuvo que esforzarse para mantenerla fija sobre la soga de cáñamo que pendía del techo. Un extremo rodeaba una viga de madera de pino y el otro había sido cortado apresuradamente, dejando los hilos abiertos.
—Imagino que tu mente se quebró como la de aquellos hombres a los que acompañabas en los campamentos. Desafortunadamente, a diferencia de ellos, no tenías a nadie que te ayudase a salir de esa oscuridad. Al principio la culpa me invadió bajo un dolor terrible que todavía persiste, amigo mío, pero confieso que ahora dudo profundamente que hubiera podido ayudarte. Aunque eso no excusa el no haberte concedido compartir un rato en compañía y haber sostenido una conversación más.
»Lo creo así desde que reconsideré a conciencia que no hay razón simple que explique tu decisión. En un primer momento tu imagen recorriendo aquel asentamiento vino a mi mente. No me cabe duda de que aquello te perturbó profundamente, mas es solo uno de los leños que conformaron tu pira. ¿Cuántas ramas, troncos y hojas habías apilado toda tu vida?
»Desde nuestra perspectiva creemos que es solo una chispa la que desencadena el fuego que te hace arder, pero tú, amigo mío, fuiste acumulando poco a poco, a lo largo de un tiempo que desconozco, tus aflicciones e inseguridades en ese lecho. Quizás ya venías con carga desde tu hogar. Quizás cada vez que a un compañero se le apagaba el aliento en el pabellón que atendías, te invadía la culpa. O quizás el dolor que nos rodeó desmedró tu espíritu.
»Algunos podemos prender esa carga antes de que se vuelva demasiado grande. Calentar con ese fuego nuestra furia, nuestra ira. Pero ahora sé que, para otros, eso no es suficiente. Aquellos con los que te demorabas en hablar, conformaban en la oscuridad los montones de leña que tú bien conocías, para luego prenderlos bajo ellos. Los salvaste de ese terrible destino, tú que en algunos momentos habías medrado en pesadillas similares.
»Tendemos a pensar que las vidas de quienes nos rodean son simples. Que son capaces de soportar separarse de su familia porque entienden que es su deber viajar al norte a defender su patria. Que aguantan los horrores de una guerra con estoicismo con tal de ganarse una paga que puedan usar a la vuelta a casa para formar una familia. La pérdida de un compañero. La pérdida de un amigo…
»La realidad es que ya es tarde cuando comprendemos lo equivocados que estábamos. La vida rara vez se desarrolla como uno sueña cuando es joven. Incluso cuando es así, uno puede descubrir que no es ningún héroe, que quizás los héroes nunca existieron, solo se trataba de bárbaros a las órdenes de un tirano.
Por fin Adarion sintió cierta calma en su interior. Podría decirse que había afrontado muchas batallas con menos preocupación que la que había sentido al llegar al hogar de Aristides. Por el olor acre que persistía en el salón, calculaba que el cuerpo de su amigo había sido retirado el día anterior. No importaba, Adarion casi había terminado lo que había ido a hacer allí. Separó la espada envainada de su cinturón y la colocó en el suelo, junto a un taburete caído.
—Que la tierra te sea leve, amigo mío —dijo antes de dirigir sus pasos fuera de la casa de Aristides y de encaminarse ladera abajo, rumbo a su propio hogar.
Primer Premio Relato corto en inglés
Bambi
Autor: Claudia Goetz Arbelaez
Bachelor of Laws and Bachelor in International Relations
He had not seen me. Not yet. His back turned to me, he was still unaware of my presence. I disappeared behind the low shelves of the canned goods aisle. My eyes were glued to the back of his head. Holding my breath, as if pacing myself, I quietly crouched down to find refuge in the products displayed on the lowest level of the shelf. Between canned sardines and beans I estimated my chances of leaving the store unnoticed. I did not want to give him the satisfaction of talking to me. A simple glimpse of me would animate him to approach me. Spot me, shoot me, drag me back as a trophy. I suddenly became aware of the agonizing heat building up on the back of my neck, between my bare skin and the wool scarf. The faint supermarket music drowned out his movements, however, I felt his presence lingering, lurking. I traced my fingertips across the label of canned instant soup, attempting to exude both focus and unavailability. This felt almost juvenile. Crouched down in a crumbling corner store of my hometown, hiding from an apparition of the past. Never, not in this life at least, did I think our paths would cross again.
Inevitably, he would find me. Softly and sublime, yet equally unsure, he said my name. Our gaze met and my heart sank, the way it would on a plane during turbulence. Crashing, I fell from the shell I had constructed protecting myself from him. From people like him.
“Oh god, it is you,” he stammered. “You look fantastic.” he grasped at any string leading to the possibility of a conversation. I left the comfort of the position he had found me in to stand up straight. Facing his coy smile, I felt myself opening my mouth and thanking him. You are not a deer. I told myself. And he is not a hunter or a wolf. I reminded myself to act naturally- neutrally- maybe disinterested was best. I asked how he was doing out of sheer politeness.
“I’ve had better days, I’ve had worse days. You’ve probably heard.” He shifted in his stance, placing more weight on one leg almost leaning against the shelf I was deceptively analyzing before. I smiled almost artificially as if trying to reassure him. Do I seem sincere? Do I look revolted? I allowed him to think he was in control. In his mind he was steering the progression of our conversation, the continuity of our dialogue. Like two ballet performers, we danced around the unspoken assumptions that we had articulated in our minds. A pas-de-deux of a lifetime.
“But it's nice being around such a familiar face. Tell me, darling, how are you?”
The air in the store became thicker. The word ‘darling' stung in my ears, making my muscles tense up. My temples began throbbing. I felt my smile fade slightly. Every micro-movement I made was laid out bare naked on a platter in front of him to feast on. Satisfying his craving for control he examined my exterior, taking mental photographs of every gesture I made. Standing so close to him felt familiar and foreign all at once. Half of me wanted the exchange to be genuine, for it to be innocent. The other half was aware that I found myself in a capricious entanglement. For I knew he was not faultless. His eyes remained affectionate even after breaking my heart.
I struggled with myself to display indifference. I was so childish in his presence, almost forgetting the maturity of my age due to the comfort his role had provided. As I swallowed the knot that was forming in my throat, my composure went with it. My voice sounded gravelly, almost winded, as I explained I was visiting for a couple of days, that my cousin got married and that I was flying back tomorrow to get back to work. That last part was fabricated. But I felt that I did not owe him the truth nor the chance to ask for a further meeting independent of this coincidental interaction. I had done my part. Scaled him down so small he fit in a box that I nonchalantly shoved in the back of my cerebral closet. Never to be opened again. Collecting dust as a symptom of both omission and abandonment. Somehow he escaped. Probably released by Pandora alongside all other evils.
Now he stood in front of me. Exactly the way he was found in the clandestine crevices of my memories. I did not have the heart to tell him, or even to admit to myself, that he looked exactly the same. Kind dark brown eyes, those of a priest, a wide smile decorated with white teeth, and a clean shaven head in lieu of hair. For the most part, I had lost touch with the people in my hometown. The existence of them amounted to the sum of “have you heard”’s of WhatsApp messages. When I was not in town they were temporarily relegated to the peripheries of my mind and the extremities of my heart. I had heard from friends and former classmates that he had been doing relatively well for himself since we graduated. I remember one afternoon, where the day seemed to pass serenely, I found myself in the comfort of my own home just to be ambushed by a LinkedIn notification. He had requested to connect with me. Clinging onto life like a cockroach emerging from the cracks left by a nuclear holocaust.
I wondered if he knew I had not accepted his request. The simple thought of him scrolling on my page made me sick. I stood there, motionless. As if fearing that a sudden movement would provoke an attack. I slowly released the air I was holding in my chest through my nostrils. I paused before breathing in, enjoying the emptiness in my lungs, as if the oxygen was no longer there to feed the flame of anxiety. My lips curled back into their unnatural smiling form as I explained I had to leave to meet my mother. I gently dropped down to rearrange my grocery basket to fit the randomly chosen canned leek soup.
“Oh. How is your mum?” He asked. I glanced upwards at him. Big ears and big eyes and big mouth. And I was a little red in the face. “She was always so dear to me.”
Because she didn't know. And I didn't know. And nobody knew. What a monster you are.
–
I walked a couple blocks towards my house, turning every once in a while. Mostly to make sure he could no longer see me, but also to erase the fear that he was following me. Feeling comforted by the emptiness of the street, I leaned against the brick wall of a building. Inhaling sharply, I put down the plastic bags which held the alibi instant soup. As I exhaled I placed my fingers over my eyes.
Even then, in the privacy of my solitude, he remained. What was left of him was a microscopic scar on my left palm. I had never had a splinter before. So when the fragment of wood pierced through my skin, as if declaring itself part of me, I panicked. I was never an adventurous child, nor adult, so I give myself the benefit of the doubt. I remember he took my hand and carefully pinched out the unwanted companion while hot tears accumulated in the collar of my turtleneck. As it was expelled from my palm a sharp pain replaced its presence. I continued to cry. He placed his hand under mine and guided the back of my hand towards his lips. Delicately he placed a kiss on my knuckles and proceeded to smile. I think about that moment every time I glimpse at the tiny white spot that had replaced the wooden intruder.
I had looked forward to telling my mother about the unexpected encounter. She was scrubbing the wooden cutting board when I got home. I reenacted how I hid behind the shelves of the store. I tried laughing about it at first and she was kind enough to join me. But then the pleasant laughter collapsed under the weight of the cry in my chest. My mother placed her fingertips on my temples and gently ran them through my hair while pressing her thumbs on my cheekbones. The tender motion came to a halt and she cupped my chin with her palms, pushing it slightly upwards to meet her soft gaze. “You are so brave” she whispered, the way she did all those years ago when I frantically recounted the stupid splinter incident. Back then I had to push my way through a bunch of my peers on the playground, hiding any sign of my hysteria to find her. So young and at the same time I had been socially conditioned enough to possess the knowledge that crying in front of others was embarrassing. A sign of weakness. Now, emancipated from that embarrassment, I rested my cheek on her shoulder. What solace did I have aside from the one personified by my mother?
I wonder if he knew that I looked at him differently. If my eyes, even briefly, gave away that my gaze was charged with repulsion and indignation. If he could feel the anguish and fear emanating out of me, flowing through my body. I remember there was a time where I saw the whole world, filled with magic and hope and aspirations, in his eyes. He was always a class favorite. Always making us students giggle and light up and feel like we were part of something. Which made everything worse retrospectively. I assume he chose his victims in those moments. I remember vomiting when I found out. As if my body was expelling all the adoration and respect I had left for him. Flushing away all the sweet memories constructed in the naivete of my adolescence, replacing them with images of what happened to my peers, my friends, the kids in lower grades. That was two years ago. But he remained free. No longer confined to the depths of my compartmentalizations. Haunting the corner stores of my hometown. Even after the indirect heartbreak, the tears, the confusion, the trial, he had no shame in approaching me. He had no intention to confess or atone or change. Why would he? Despite being ostracised, he was free to do as he pleased. The charges against him were dropped. He found a new job amidst emerging accusations. He closed the previous chapter and opened a blank page, erasing his past life as a gym teacher. Yet, he was condemned in the hearts of others.
For I knew, and he knew, that he touches little kids.
Segundo Premio Relato corto en inglés
The Year Without Rain
Autor: Ecab Amor Vazquez
Bachelor of Laws and Bachelor in International Relations
Blood, fire, and fractured memories are all I have left of that day. Things had been bleak for quite some time; the rain had left us almost six months earlier; the rivers ran dry four months ago; two months ago, we had nothing. All that was left were the agaves my grandfather had planted – tequila and mezcal was all that quenched our thirst since then. Not ideal. But it helped us forget.
The desert came to our doorstep almost a month ago. We were once surrounded by tall trees, bushels of fruit, and grass as far as the eye could see. Nothing can grow here now. Well, except for those plants that scarcely need water to grow. Or maybe just to stay alive.
My mother had sent me to my grandma’s house up the road earlier that morning to drop off some bottles. The walk felt longer than usual. Left, right, left, right. Each step felt like moving through an ocean of flames; the heat current was flowing into me, each breeze lashing me like a whip. Left, right, left, right. I kept my head down. Tracing each crack in the ground as I made my way forward; who knows, maybe they led somewhere. Somewhere better than abuela’s at least. In any case, there wasn’t much to see anymore. The desert had taken over our earth, stretching out far into the horizon in every direction. Well, maybe not to the North.
My grandmother woke me from my sleepless daydream with her honey like voice. “Eyes up, chamaco,” she exclaimed.
“What did you bring me today little one, the beverage of the gods perhaps?”
“I never understood why you call it that, abue,” I retorted putting the bottles of mezcal on the ledge next to the little stool she was sitting on. The door was slightly askew, giving the most minimal glimpse of what lay inside. My grandmother had a small house. But it was bigger on the inside. Family pictures, countless nick knacks from journeys long ago, empty fruit baskets, tablecloths with apples, bananas, little sugar skulls as accents on the fringes, and half empty bottles of mezcal. A world hidden in a wooden shack.
“Our ancestors said that it was a way of getting closer to them. A way of seeing what was otherwise hidden in smoke and mirrors.” She took a big gulp. Her once gray and cracked skin recovered a peachy hue – blood flowed through her veins again.
“They were just getting drunk abue, seeing figures in the sky where there were none. Where are those gods now? What explains all of this?”
“You need an explanation for everything don’t you, chamaco?” She extended her hand towards me, gesturing me to help her up; her wrist cracked loudly as she did. “This is just water by another name, mijo. Take it in. Have it fill your veins with the hope we lost. There is still something out there for us, I am sure. I can see it. These old eyes see it, mijo.” She opened her eyelids as if extending her field of vision. Funny. She used to do that all the time when I was little.
My head fell as I helped her up. She was heavier than she looked. The hope of many years compounded in one person, I suppose. I shook my head. Cracked a broken smile. “So abue, what do you see with these magic eyes of yours?”
She sighed. “Well, whenever I have a sip, I see the trees again. I see the river that used to flow next to our house. I see the children playing. Your mother preparing some food. I see my husband.” Her voice cracked slightly. “I see an oasis to the North where we can find that, mijo. Well…Almost all of that. Your father’s told you about his time up there, hasn’t he? Ohhh, the stories he used to tell would always put wind in my wings again. I see a path to the North, little one. That’s what I see.”
We started making our way back to my house. I figured it would do my father some good seeing her. The walk would be far slower with her by my side. Her legs weren’t what they used to be. Again. Left, right, left, right. She tripped slightly on a crack in the ground. Being blind makes you clumsy, I guess.
“Be my eyes, mijo… What do you see?”
“Me? I see a world on fire.”
The sun had set by the time we got close. I tried my best to navigate the path so that my grandma wouldn’t fall; avoiding all of the cracks, snakes, and divots that lay in our way. I kept my eyes down. Good call. Eyes down. We were in almost perfect darkness. Almost. Out of the corner of my eye I saw a glimmer of light. “Must be the mezcal,” I thought to myself. The little speck slowly grew as we made our way forward. My grandmother pulled me back. “Eyes up, mijo…”
All at once it hit me. It was as if the sun and the moon were in the same place at the same time. The heat broke my trance, whipping me back to the reality of my house burning to the ground. Pillars of fire extended into the sky. Piles of charred wood were scattered all over the floor in front of us. Or maybe they were my parents – I couldn’t tell. I never saw them again after that day. All I have left of them is the smell of burning flesh and the pools of blood that boiled from the heat of the ground. I stared into the mouth of hell in that house. Its fangs flared in our direction, as its jaws crushed the wood that held up our roof.
I instinctively tossed the little bit of mezcal that was left in the morning’s bottle. The flames grew. I looked around for some water. The flames grew. I scoured the terrain before me but all I found was a little glass bottle, perched next to a pile of ash that had once been the wooden side of our house. I gripped it and felt a sharp pain. Blood. The flames grew.
The world went silent for a moment. My pulse grew in speed, my hand trembled, my eyes stung. In the distance something called to me. A voice? Yes. A voice. I turned towards the sound clearing my eyes of the soot. As I opened my eyes I saw fire. Blindingly bright flames. But that voice lingered, as if an echo was trapped in the fibers of the wood. My father. My father’s voice.
It was a Monday in the second month. I had just come back from my daily round to my grandmother and was getting ready to have some lunch. My father, a once plump and vibrant man with a deep and hearty laugh, was helping my mother. “Sit down kid, we got some good stuff today,” he said with a candid smile and soft countenance.
“Rock consome,” said my mother.
I smiled and made my way to the table. Orange tablecloth. Cute. My mother had been making rock consome for the past two weeks. Cooking the mezcal with a hot rock boiled out much of the alcohol leaving a liquid with an earthy and filling taste. Water was scarce; we were only able to have one small cup once a day to make sure we had enough.
My mother came to my side and served me. The smell of roses infected my nostrils.
“I went North once you know. I can hardly remember the details, but I’ll try to sketch an outline. Oh son, it was something you wouldn’t believe. Grand boulevards filled with fountains, people gushing down sweet drinks like there was no tomorrow. Water in the air, what did they call it again? Humidity! That’s it, humidity. The air was so humid it was hard to breathe. But not like the difficulty you’re used to, my son; a burning and blistering difficulty that fills your lungs with sand. I was swimming then. Swimming in the water the air had chosen to make its own. Oh, how I wished to go back. For me, for your mother, for you… look at where we are now. For now, at least…”
He took a sip of his tequila.
“Promise me one thing, son. If you have a chance. Go North. Swim in that water that fills your lungs, your heart, your spirit. Do that for me, won’t you?”
My mother chuckled as she cleaned the dirty glass in her hand.
“Funny you say that, Jorge. There was so much water in our lungs we were drowning. Struggling to stay afloat; those Northerners, ugh, what a disgusting bunch, they do nothing but try and keep your head under that ocean of dreams.”
“Remember, mijo. No matter how much you try. You can’t see straight under water.”
I took a sip. Then I smiled.
I went back next to my grandmother. She didn’t entirely understand what was going on. As I stood staring at the burning building I shed no tears. I gripped onto my grandmother’s hand. And looked to the sky.
She turned to me. Pulled at my shoulder. “What’s going on, mijo. The heat is unbearable.”
I looked down again. “It’s nothing, abue, just a big fire. Like the ones that pop up a lot around these parts… Some poor sap left an empty bottle next to some wood. The sun must have set it ablaze.”
“Weren’t we heading home?”
“In a way.”
“So which way do we walk? Don’t forget that bottle by the way. I heard it whispering to me.”
Confused, I crouched down to pick up a bottle of water that had been left at the door of my house. I guess the fumes obscured my vision.
“North, abue. We are heading North.”
Roughly six months had passed since we left our hometown. The two of us had made our way up the archipelago of villages in the path leading towards the border; well, that is if you can call that unending expanse a path. In each encounter a roughly similar pattern took place: we made our way in, shared some mezcal, talked about the wonders of the North, and added new members to what became our little caravan. Some of these villages were wonderful - both in aesthetic and spirit. Large colorful houses were a common sight, a stark contrast to the almost transparent inhabitants. Some villages even had wells and were collecting water from under the earth. Why we didn’t stay, I am not sure. Why some of them decided to join, that was an even more intriguing question.
The young and the old were those that were most prone to leaving their home and joining the Northern caravan, leaving their parents, sons, and daughters to linger in this wasteland like ghosts trapped in purgatory. Trapped by whom, I wonder.
My grandma took the lead in conversing with the townsfolk; she always managed to convince one or two sad saps to join our crusade with the wonders of the North. “Water falls from the sky there, I tell you. Grass and fruit trees and seemingly bottomless lakes are everywhere in the North. I’ve seen it! There is no future here for us. The future is up there.”
Since that day my mouth had become so dry that even scraping the roof with my tongue led to bleeding and the taste of iron. The water in the villages helped, but that taste always lingered. I never drank from the bottle in the little satchel I had with me. “Save that for the border, mijo” my grandma said, “that way your parents can come with us too”. I told my grandmother what had happened with my parents eventually, though she didn’t seem to react to the news too much. I often found her talking to them in the evenings after a long day of walking. She would sit on the ground, down the bottle of mezcal we had to keep us hydrated and would begin to converse with both of my parents. “Don’t you see them, mijo? They are over there, shining bright over the horizon,” she would say. “I’m sure they are, abue… I’m sure they are”. I tried my best to keep my mezcal consumption to a minimum. I was young then, fit, or at least as fit as one can be, plus, my grandmother needed it more than I did.
In the last stretch of our journey there were hardly any of us left. My grandmother died about a month ago, leaving me with a little bottle of water she had taken from home to drink at the border. She was taken by the desert on an especially hot day. I guess a combination of the stress and the heat was what did her in. We were on the outskirts of a village when it happened. She was rather tired so I made my way up to see if there was any water they could spare. My grandma stayed behind sitting on a rock that we had run across. “Go ahead, mijo. I’ll wait for you here,” she said.
When I came back, I found her staring at the sky, a bottle of mezcal right next to the rock. She was smiling so I hope she went in peace. In any case, anywhere was better than here.
I set her down beside the rock and dug a hole with a spoon I had taken from her house. I like to think she saw home before she died, that she had seen that little house in that rock she was sitting on. I took the bottle of water she had in her bag and put it in my satchel. It was getting quite heavy, that bag of mine, but we were close; the North was just over the horizon.
Most of the people that had joined us on our journey also died along the way. Each of them looked at the sky before they died as if looking for the water that would be found further up the path, or perhaps a cloud which could grant them some sort of respite. Only three of us were left in the end: Chucho, Jaime, and what was left of me. One more day and we would be at the border. One more day.
Left, right, left, right, left, right. We each trudged our way through the desert, our eyes fixated on the ground. For the past few days, we had been walking downhill. The place we came from was rather high above sea-level so a walk to the North necessarily implied a walk downwards. It was less taxing that way, and we could still see where we were going even if we kept our gaze near the ground.
“I can feel the water in the air, guys,” said Jaime in a voice crackling from dry vocal chords.
“I think that’s just the heat talking,” responded Chucho.
“I’m telling you! The North is just around the corner. My mom told me that in the North water is everywhere: in the air, in the ground, hell, when you open the tap clean water actually comes out. We’ll be able to drink our fill there, you’ll see!” Jaime retorted as if he had been filled with the life he had long lost.
“Hah. My mom told me that in the North things actually grow. People use these giant machines to water fields and fields of fruits and veggies. They have so much water that they even put it in small toy guns and shoot streams at each other. Have you ever heard something so ridiculous!”
“Just because it sounds ridiculous doesn’t mean it’s not true. Maybe the rain didn’t forsake the North. In that case they have massive supplies they can do with what they wish. Water, water, water everywhere and for everyone! Plus, if you don’t believe in what is waiting for us there then why the hell have you made your way up here? You should have stayed home.”
“I probably should have. At least that way I would die with what I know as opposed to chasing a mirage. Plus, if these people have so much water to spare how come they haven’t sent us any?”
“Guys, be quiet. We are almost there,” I shouted at them.
Jaime looked forward as Chucho and I turned our gaze to the ground.
Suddenly I heard: “Eyes up, everyone.” I turned to look at Jaime. His face had gone pale as if the blood and energy that had just filled him had been stolen. Chucho too looked up, his face expressing little to no emotion.
What was it that made Jaime die right then and there? The shock of seeing all the water maybe.
No.
Ahead of us stood three other men staring at us with blank faces. “Where are you guys heading?” I asked. “South” croaked a man with a handlebar mustache, “it stopped raining for us about two years ago and we were told that there were endless streams down south.”
My hands went cold. I dropped to my knees letting the heavy satchel fall off my shoulder, spreading its contents on the ground before me: a lonely bottle of mezcal. I felt light all of a sudden, as if my soul had exited the husk that was my body. I chuckled as I downed what was left of the mezcal. I turned my gaze to the sky. My body was tired, my soul was weak.
“What a terrible day for rain, isn’t it?”
“What?! The sky is clear, and the ground is dry! It’s not raining my friend…” responded my compatriots.
I opened my eyes to let out the only two tears my body could produce.
“Yes, it is…”
Tercer Premio Relato corto en inglés
The Shot
Autor: Melissa Nuhich
Master in Visual and Digital Media
Billy’s whole body shook. He stood, withering and whimpering quietly. He’d been awake for hours, sitting cross-legged on his bed, staring wide-eyed at the fresh urine stain on his sheet. He’d been tossing and turning all night, but only when he’d opened his eyes into the darkness, had he understood the full extent of his fear.
Even after 14 years, he was still having nightmares. He didn’t dare tell his father. He was usually the main villain in them. Billy had difficulty sleeping, loss of appetite, lack of focus, and an increasing disassociation from society. He had no friends, didn’t wish to have any, and mainly played on his own, or sat in his room and stared at the wall.
After losing himself in his own terrifying thoughts again, Billy had shaken himself awake and taken the soaking sheet in his hands, waddling over to the washbasin. The country air had felt crisp and chilly as it touched Billy’s uncovered legs, the air wafting in through the open kitchen window.
As Billy lathered the sheet with the soap, a booming voice emanated from his parent’s bedroom.
“Is that you, boy?”
Billy didn’t know what to do. The house stood still. Suddenly, he could hear the approaching footsteps, one calculating thud after the other…
“I swear, if I catch you at it again… 14 years old and wettin’ the bed…” And then a mutter to himself, “When will he grow up?” ending with a grizzly growl.
A red face suddenly leered at Billy from behind the corner. His nose was crooked from the many beatings he’d survived from his own father, Billy’s grandfather. Billy could see the maliciousness in his eyes, forming sharp ridges in his cheekbones, cut into his jaw. His mouth was twisted into a sneering yellowing chagrin with a breath that reeked of alcohol; his neck was as thick as a tree trunk, leading straight down to his harsh shoulder blades, fit to crush a man in their muscly grasp. There was no doubt about it; this man was a brute.
“Boy, how many times have I told ya- Margaret! Come see what the boy’s done again!” His hands shook as he grabbed the sheet from the basin, the wretched smell reaching him, causing him to thrust the sheet out of disgust back into the soapy water, refusing to even glance at his son.
The light pitter-patter of his mother’s footsteps calmed Billy, but only for a moment, as he caught menace in his father’s face again.
His parents started quarreling. Billy could only hear excerpts, but little did he know that these excerpts would remain with him for the rest of his life.
“… he’s crazy…”
“… he’s just a child, leave him alone…”
“… absolutely mental… who still pisses the bed…”
“… doesn’t need a psychologist, he’s growing up, Pat, leave him be, please…”
“… not a psychologist, Marge. A psychiatrist…”
“… maybe you need a psychiatrist.”
The house stood still again. No one made a move, only Billy shook in his corner, withering and whimpering alone. His mother’s stance was confident but her eyes portrayed a different story: her eyes were wide with fear, realising her foolish mistake. Her mouth opened and closed, wishing she could return her words.
But they were spoken. And as Billy witnessed, as if in slow motion, the consequences of those five words, he felt as if someone had pulled a string and all his handiwork was lost in that one moment. He saw his father’s meaty fist fly and connect with his mother’s dainty nose. He saw the red rage ripple from one brutal feature to the next, as it canvassed his entire face and body, making every nerve and muscle tense. He saw his mother falling, her hand failing to hang on to the basin, where the stinking, yellowing sheet still lay. He saw himself, as always, huddled in the corner, doing and saying nothing at all.
He tried to move, first a muscle, then his entire body, one foot in front of the other, until he was across the kitchen, into the living room. He knew where to find it. Billy lunged at the drawer and lurched it open, and with one clumsy movement, tried to sweep the revolver into his clammy hands. He turned and pointed it at the two figures fighting in the kitchen. It wasn’t until they heard the lock slide and click that Billy’s father finally turned to face him, finding only a revolver and his 14 year-old son standing behind it. The rage left his face immediately, and Billy felt a shiver crawl up his spine. The adrenaline coursed through him, though his fear was evident. Billy’s hand was shaking badly but his voice was loud and clear,
“Leave her alone.”
He could almost count the seconds it took for his father to reply. Seven.
“Billy… I’m your father… Look at me.”
“All I ever see when I close my eyes is you punchin’ ma and your bloody hands! You scare me. I can never look you in the eye. No wonder you’re in my nightmares every night. You’re punching and hitting me all over just like you’re hittin’ ma now and I can’t fight back. But now I’m fightin’ back.” Tears streamed down his face, pooling at his upper lip.
“There’s no need for any of this. Please, boys, calm d-”
“Not until he moves away from you, ma.”
“Son, I want what’s best for all of us. But you will never understand. Now listen to me for once in your sorry life and put the gun dow-”
“Shut up. Shut up. SHUT UP.” And with a loud boom, the revolver went off.
—
It’s hard to say whether it was accidental or on purpose, but the shot didn’t hit anyone that day. It whizzed past his father’s ear, the bullet just scraping the side of his cheek, leaving a fine line of trickling blood. The scar is his most prominent feature on his face till this day, proof of his egocentric brutality. But for Billy, it will always stand for the day he stood up to a man so brutal, not even a gun could stop him.
It’s a new day. Billy is waking up, relieved. He isn’t wetting the bed anymore.
Ensayo corto en Español
PRIMER PREMIO
José Manuel Cassinello Sola
Adriano: un emperador entre la historia y la leyenda
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SEGUNDO PREMIO
Juan María García Heslop
Contraste entre la retórica de Jesús y la de Aquiles
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TERCER PREMIO
Jacobo Rodríguez de Fonseca Martín
Historias trágico-marítimas: Breves notas sobre los naufragios portugueses y el comercio en Oriente (1502-1640)
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Primer Premio Ensayo corto en español
Adriano: un emperador entre la historia y la leyenda
Autor: José Manuel Cassinello Sola
Senior Management Program
Publio Elio Adriano fue emperador romano en el siglo II d. C y uno de esos personajes históricos que, no destacando en el elenco de los “elegidos” por los biógrafos, sí ofrece una serie de rasgos que lo hacen altamente atractivo. En efecto, entre el resto de los emperadores romanos, siempre sobresalieron, en positivo, las figuras de Cesar, de Augusto, a quién se denominó “Salubris Princeps” y “Pater Patriae”1 , y de Trajano al que se calificó de “Optimus Princeps”, situándolo en la cima del escalafón histórico. También destacaron, pero por ser considerados tiranos, Calígula, Nerón, Domiciano o Cómodo, ostentando este último el honor de ser, a juicio de Edward Gibbon, el que dio lugar al inicio de la “decadencia” del Imperio Romano.
Bien es cierto que a Adriano sí se le incluyó entre los “emperadores buenos”2 en la denominación que dieron, primero Maquiavelo y posteriormente Montesquieu y Gibbon. Sin embargo, ha quedado en un modesto segundo plano, quizás por determinados momentos de violencia y severidad durante su imperio (principalmente al inicio y al final), o quizás por desarrollar, frente a lo que hizo su predecesor Trajano, un programa constructivo más modesto3 y por detener su política expansiva de conquistas. Según la Historia Augusta, Adriano “abandonó” las conquistas de Trajano más allá del Tigris y del Éufrates (Mesopotamia y Asiria), a los pocos días de heredar la púrpura imperial, poniendo fin a la promesa hecha por Júpiter a Eneas de dar a sus descendientes un “imperium sine fine” (Virgilio). Sea como fuere, lo cierto es que Casio Dión4 escribió que, pese a haber sido “en general un excelente soberano”, Adriano murió sin mucho aprecio del pueblo.
Es quizás ese aspecto “segundón” y, por otra parte, el haber sido elegido por Margarite Yourcenar como objeto de su maravillosa novela5, lo que ha convertido al emperador Adriano en un personaje, ya histórico, ya literario, con una enorme riqueza de matices.
La Historia, por su distancia temporal, no nos ofrece muchas certezas sobre Adriano. Sin embargo, su leyenda, gracias a la novela de Yourcenar, nos dejó un personaje literario extraordinariamente atractivo que vivió ese tiempo tan complejo al que se refirió Flaubert6: “cuando los dioses ya no estaban y Cristo no había aparecido aún, hubo un momento único, desde Cicerón hasta Marco Aurelio, en que sólo estuvo el hombre”.
I.- Contexto histórico.
Antes del siglo II de nuestra era, en el que le tocó vivir a Adriano, se habían sucedido diversos imperios en los territorios comprendidos entre la Península Ibérica y Oriente Medio (e incluso, más allá en algunos casos). Esa “traslatio imperii” implicó la sucesión del dominio persa y fenicio, al griego de Alejandro Magno y de este último al nacimiento de la ciudad de Roma fundada por Eneas, según la “Eneida” de Virgilio, en un viaje emprendido desde Troya7.
Roma pasó de ser una ciudad conformada por “una pequeña banda de pastores”8 a una república articulada en torno a unas extraordinarias virtudes y el gobierno de los “mejores”. Cierto es que, esas virtudes y ese buen gobierno se fortalecían y retroalimentaban ante la necesidad de mantener un doble equilibrio interno y externo: interno, con el resto de las ciudades itálicas con las que surgían tensiones que había que moldear; y externo, con el otro imperio que operaba en el Mediterráneo: Cartago. Ambas tensiones, y los efectos que éstas provocaban (necesidad de pactos, fortalecimiento de los gobiernos, cultura de la virtud…) actuaban del mismo modo que lo hacen los “controles y equilibrios” democráticos actuales.
Tras las Guerras Púnicas y la absoluta destrucción de Cartago por los romanos9, por una parte, y la paulatina integración del resto de ciudades itálicas, por otra, desaparecieron los contrapesos y se rompieron los equilibrios que habían forjado un estado basado en la virtud y en el buen gobierno.
Es entonces cuando se va deteriorando la estructura política de la república y, tal y como concluye Edward Watts10, el pueblo decide cambiar la libertad de la autonomía política por la seguridad de la autocracia. En un lapso temporal en el que se suceden la dictadura, la autocracia y finalmente el imperio, cambian radicalmente los elementos que definen la vida política de Roma, que “asume” las desventajas que supone la necesidad de gestionar un territorio inmenso, integrado por pueblos diversos y en un constante equilibrio inestable en la lucha por el territorio. Tal y como escribió el historiador Tácito se habían “transformado los asuntos públicos de tal modo que la única salvación del estado reside ahora en la gobernación de un solo hombre”.
Ubicados ya dentro del periodo imperial, sí que se destaca la época de los Antoninos, entre los que se encuentra Adriano, como el “Siglo de Oro” del Imperio, llegando a considerar Gibbon que el intervalo entre la muerte de Domiciano y la subida al trono de Cómodo fue “el periodo de la historia del mundo en que la condición de la raza humana se haya revelado más próspera y dichosa”11.
II.- ¿Por qué Adriano?
Frente a la profusa y detallada literatura de otros emperadores a los que antes nos hemos referido, hay dos razones que nos llevan a centrarnos en el personaje de Adriano: por un lado, con la intención de rendir un merecido tributo al extraordinario libro “Memorias de Adriano”12 que, a pesar de ser un texto novelado, tiene la virtud de hacernos disfrutar de la época y del personaje a través de una prosa sublime; y por otro, para “hacer patria”, defendiendo la controvertida hispanidad de Adriano, frente a la propaganda de los historiadores británicos que, desde finales del siglo XVIII y por las controversias surgidas entre lo que quedaba del Imperio español y la “Pérfida Albión”, tratan de enmascarar cualquier referencia hispánica asociada a momentos históricos de gloria.
Es “Memorias de Adriano” uno de esos libros que se convierten en referentes y en los que afortunadamente coincide una exquisitez literaria, con un rotundo éxito editorial. Su autora, Margarite Yourcenar, lo escribió en primera persona y en forma de carta, siendo un moribundo Adriano el que se dirige a su nieto adoptivo y futuro emperador Marco Aurelio.
Respecto a la “hispanidad” de Adriano, más allá de que sea incuestionable su procedencia familiar hispánica (familia Elia), existieron y existen dudas sobre su lugar de nacimiento. En la Historia Augusta se dice que nació en Roma, existiendo no obstante más de veinte textos de historiadores antiguos y medievales que certifican que, al igual que Trajano, Adriano nació en Itálica (actual Santiponce, a 12 kilómetros de Sevilla). Lo que podría constituir una simple discrepancia historiográfica, se convierte, a juicio de Alberto Monterroso13, en una manifestación más de la campaña de propaganda antiespañola del siglo XVIII. Y es que esa discrepancia entre las fuentes históricas fue aprovechada, primero por Gibbon en su libro “Decadencia y caída del Imperio romano” y más tarde por Ronal Syme14 y Anthony Birley15, para tratar de diluir el carácter hispánico de la dinastía antonina.
III.- Adriano Histórico.
Edward Gibbon16 encuadró a Adriano dentro de los denominados “emperadores buenos”, dejando constancia de que, bajo su mandato, el Imperio floreció en paz y prosperidad en la medida en que “estimuló las artes, reformó las leyes, afirmó la disciplina militar y visitó sus provincias en persona”. Varios son los aspectos que destacan del personaje histórico, tal y como ha llegado a nosotros:
III.1.- Un emperador a caballo entre dos mundos y entre dos épocas.
Al igual que el extraordinario personaje del Príncipe de Salina de “El Gatopardo”17, que decía pertenecer “a una generación desgraciada, a caballo entre los viejos y los nuevos tiempos, y que se encuentra a disgusto con unos y con otros”, Adriano se encontró “a caballo”, no sólo entre dos épocas, sino también entre dos mundos culturales diferentes.
Antonio F. Caballos Rufino18 lo define como un “perfil complejo”, refiriéndose a él como “varius, multiplex, multiformis” (“colector de varias y complejas formas”), tal y como se le califica en el Epítome Caesaribus XIII, siendo esta última definición utilizada por Marguerite Yourcenar como título para el segundo capítulo de “Memorias de Adriano”, en el que precisamente relata el acrisolamiento de múltiples fuentes que operaron todo el proceso formativo de Adriano, en su dimensión cultural, militar y política.
a.- Entre lo griego y lo romano: un nuevo Pericles.
El emperador Adriano vivió en primera persona esa tesitura histórica planteada por Edward Gibbon, que agudamente concluyó que “la Roma victoriosa fue sojuzgada por las artes de Grecia”. Siendo un profundo y convencido romano, actuó como fideicomisario del legado cultural griego ante el género humano, identificándose con Hércules como símbolo de la dialéctica entre la naturaleza (la fuerza) y la cultura. Un césar de alma griega y pensamiento romano.
Quizás sea el helenismo el rasgo de la personalidad de Adriano que más cabe destacar, poniéndose de manifiesto incluso en su presencia física. Y es que fue el primer emperador que mostró un rostro barbado, lo que supuso un drástico cambio respecto a sus antecesores y que, a juicio de Antony Birley19, tuvo como motivación ese helenismo al ser, bien la emulación de los filósofos griegos, bien un intento de representar el poder imperial romano en términos griegos. Al igual que los pantalones vaqueros fueron para el historiador Eric Hobsbawm20 el icono de la segunda mitad del siglo XX, fue la “barba imperial” una muestra y a la vez un fundamento del “helenismo adrianeo”.
Más allá de sus manifestaciones externas, este helenismo se convirtió en una política de Estado con la que Adriano trató de integrar toda la parte oriental del Imperio, si bien intentando superar el excesivo individualismo de las ciudades griegas que, en el pasado habían rivalizado entre sí, uniéndose únicamente en supuestos excepcionales como reacción al Imperio Persa. Frente a una cultura griega de “ciudades”, trataba Adriano de imponer la cultura romana de “estado”, para lo que se esforzó en el desarrollo del Panhelenio un programa nuevo y grandioso consistente en la asociación de todos los helenos en torno al vórtice del gran templo de Zeus en Atenas. A juicio de Alberto Monterroso21, el Panhelenio era un alarde de “cohesión política, estabilidad, integración, fortalecimiento del Imperio desde la inteligencia y el progreso social”.
Es el carácter griego de Adriano el que quizás nos lleve a disculpar una de las críticas que se formularon contra él: su altivez. Y es que la “megalopsychia”, la virtud griega de la “grandeza del alma” a la que aspiraba, llevaba implícita y justificaba la altivez y el orgullo del virtuoso.
b.- Entre la expansión y la consolidación.
También le tocó a Adriano gestionar el difícil paso del “imperio sine fine” al que se refirió Virgilio, al “cercado” con muros de piedra (el famoso “Muro de Adriano” en Britania) y empalizadas con madera y turba (en el Rhin, el Danubio y África), que constituyó uno de los pilares de su política exterior: vallado de las fronteras y viajes continuos por los territorios imperiales.
Durante el gobierno de Trajano, el Imperio llegó a su máxima extensión hasta ese momento. Era tal la ambición de Trajano que, según el historiador Dión Casio, una vez que sus conquistas lo habían llevado hasta el Golfo Pérsico, vio un barco que navegaba hacia la India y lloró al asumir que no podía emular a Alejandro Magno, por cuanto que su edad no se lo permitía.
Frente a esa política expansionista de su antecesor, y mostrando también su devoción hacia Augusto, que también apostó por una consolidación territorial en la última parte de su mandato, Adriano se apoyó en los “muros” con un doble mensaje: comunicar al pueblo romano que la expansión había finalizado y trazar una línea divisoria entre los pueblos civilizados y los bárbaros. Se hacía valer así una estrategia basada en la filosofía estoica, que también seguirían posteriormente Antonino Pío y Marco Aurelio, de no hacer la guerra si no era inevitable.
III.2.- Un emperador asimilado al “Hércules viajero”.
No hay duda de que, debido a su extenso programa de visitas por todos los territorios y provincias imperiales, Adriano fue el emperador con mayor visibilidad. Un extraordinario dinamismo y su carácter inquieto y curioso le llevaron a pasar más de la mitad de su reinado lejos de Italia, interesándose por los problemas e inquietudes de los pueblos romanizados y tratando de forjar alianzas con los potenciales enemigos que, en un equilibrio más o menos estable, generaban pulsiones de amenaza.
Los viajes de Adriano eran un importante catalizador para la cohesión territorial y complementaban perfectamente la política de integración global, tanto de oriente, como de occidente, que planteó Adriano como piedra angular de su política exterior.
Esta sensibilidad extendida más allá de los pueblos itálicos fue la que le llevó a integrar a los “extranjeros”, entendidos como “no itálicos”, en el rango de las clases dominantes, convirtiendo al Senado en un órgano más fiel a las circunstancias demográficas del Imperio. A juicio de David Potter ésta fue “la mayor contribución de Adriano al prolongado éxito de Roma”22.
III.3.- Un estadista “moderno” preocupado por la paz.
Trajano, antecesor de Adriano, había dejado alto el listón en cuanto a la capacidad de gobierno, habiendo sido designado como “Optimus Prínceps”, quedando esa marca grabada incluso en la fórmula que utilizaba el Senado en el acto de acceso al poder de los emperadores durante el Imperio tardío: “que seas más feliz que Augusto, mejor que Trajano”.
Sin aparentar un divorcio con su antecesor, Adriano replanteó las bases de la estrategia política de Trajano actuando como un “Civilis Prínceps”, más alejado de la política grandiosa y expansiva y más centrado en el cultivo de la “civilitas”, trabajando más a la manera y para “un ciudadano particular”, tal y como recogió la Historia Augusta.
Manteniendo las ideas de justicia, equidad y utilidad23 que constituía el objetivo de los emperadores (aunque no siempre se consiguiera), sumó a ello la filantropía y la humanidad tratando de gobernar en beneficio de todo el imperio, poniendo empeño en destacar la primacía de la “utilitas communis” frente a la “utilitas singulorum”: el bien común frente al bien individual.
Se vislumbran en esa actitud, una moderna forma de gobierno de la que resultaron una preocupación por la función social de la propiedad y lo que podríamos denominar un cierto “keynesianismo”. Y es que, por una parte, Adriano intervino en el “ius civile” derogando parcialmente algunos aspectos del régimen jurídico de la propiedad privada, para proteger “la utilitas publica”; y por otra, al igual que hacen los gobiernos en la actualidad, trató de estimular la economía mediante la inversión en obras públicas y mediante una rebaja tributaria, que se articuló como amnistía, y que se representó con la quema de documentos fiscales, quedando recordado como “el primero y el único de los pirnceps, que al condonar novecientos millones de sestercios debidos al fiscus, proporcionó seguridad mediante aquel acto generoso no solo a los ciudadanos de su tiempo sino también a sus descendientes”24.
Más allá de una política social en la que, como dice Gibbon, la protección de las leyes se amplió “al sector más despreciable de la humanidad”, Adriano continuó con el evergetismo de su antecesor Trajano, tanto en la fórmula “ob honorem”, antes de ser emperador y con la intención de promocionarse para la obtención de cargos públicos, como “ob liberalitatem” tratando de reducir las desigualdades sociales.
En lo que sí destacó por delante del resto de los emperadores de su época fue en su preocupación por la paz que, no obstante, siempre llevó aparejada un celo exquisito por En lo que sí destacó por delante del resto de los emperadores de su época fue en su preocupación por la paz que, no obstante, siempre llevó aparejada un celo exquisito por el mantenimiento de la disciplina militar, tal y como recoge la Historia Augusta: “aunque ansiaba la paz más que la guerra, entrenaba a los soldados como si ésta fuera inminente”. Pese a un claro planteamiento pacifista, fue perfectamente conocedor de que los pueblos ubicados más allá de sus “muros y vallas” mantendrían una presión constante frente al poder dominante. El adiestramiento, predicado con su ejemplo personal25, la logística y la inversión militar tenían como objetivo principal la paz y la estabilidad.
III.3.- La sucesión, un problema al principio de su imperio y al final de su vida.
La sucesión en el Imperio fue un problema que estresó a Adriano, tanto antes de ser designado emperador, como al final de su vida: primero sufrió por no saber si sería el designado por Trajano, y más tarde también por dudar sobre quién sería su sucesor. Quizás por ello siempre trató de “institucionalizar” la sucesión, destacando la superioridad de la adopción frente a la filiación natural, y entendiendo que ello evitaba los vacíos de poder y la consecuencia que solía derivarse de estos: la guerra civil.
Los historiadores dudan sobre cómo se produjo el nombramiento de emperador de Adriano hasta el punto de que David Potter26 llega a plantearse si fue realmente un “sucesor legítimo”, asumiendo que la supuesta designación como emperador fue orquestada por Plotina, esposa de Trajano y principal valedora de Adriano. Según esta tesis, la emperatriz habría introducido a un criado en el lecho de muerte de Trajano, haciendo creer a todos que se trataba del emperador (que no había designado sucesor), con el objetivo de anunciar la designación de Adriano.
Esta incertidumbre y los rumores que se generaron en torno a la misma, obligarían a Adriano a tener que ordenar la muerte de cuatro senadores, que trataban de conspirar en su contra, dando lugar este hecho a uno de los principales reproches que se le hicieron durante todo su mandato.
También fue la sucesión un motivo de gran preocupación al final de su vida, obligándole incluso a abandonar la guerra de Judea, dejando allí a sus mejores generales, para decidir quién debería ser el próximo emperador.
Tras mucho meditar, acabó por decidirse por Ceyonio Cómodo, que tras la adopción pasó a denominarse Lucio Elio Cesar y quien cumplía una doble condición: había sido senador27 y, al ser de físico enfermizo28, no iba a durar mucho en el cargo, por lo que actuaría como emperador de transición hasta que Marco Aurelio, su nieto adoptivo y verdadera opción sucesoria, tuviera edad suficiente para ser emperador.
La repentina muerte de Lucio Elio dio al traste con sus planes y volvió a sumir a Adriano en una situación de preocupación, hasta que finalmente se decidió por una opción de doble grado: designó su sucesor a Antonino Pío, exigiendo que éste a su vez designase sucesores a Marco Aurelio y a Lucio Vero (hijo del fallecido Lucio Elio) que, acabarían siendo coemperadores, a la muerte de aquél.
III.4.- Antínoo, el amante efebo y divinizado.
Al igual que Alejandro Magno que eligió a Hefestión como favorito, Adriano mantuvo una relación con un efebo llamado Antínoo, un joven bitinio que lo acompañó en sus viajes, provocando el enfado de Sabina, la esposa del emperador, y poniendo de manifiesto que se trataba de un matrimonio contraído por interés ya que ésta era sobrina nieta de Trajano.
La relación entre Adriano y Antínoo, que incluso quedó epigrafiada en un obelisco actualmente ubicado en la Piazza del Popolo de Roma, generó un cierto debate en la aristocracia romana que siempre había entendido que la homosexualidad era un aspecto más griego que romano, si bien es cierto que otros emperadores y aristócratas mantenían favoritos, aunque no de forma tan expuesta como lo hizo Adriano.
Caben muchas conjeturas sobre la muerte de Antínoo en el Nilo durante un viaje que Adriano hizo por Egipto. Algunos historiadores parecen inclinarse por una especie de sacrificio ritual de muerte vicaria, una “devotio”, en virtud de la cual el joven Antínoo habría entregado su vida para prolongar la de un ya enfermo Adriano. Otros se inclinan por asociar ese sacrificio al hecho de que Antínoo ya no era un efebo y, conforme a las costumbres griegas (mucho menos las romanas), no estaba bien visto el mantenimiento de una relación entre ambos en tal caso.
Sea como fuere, tras la muerte de Antínoo, un afectado Adriano lo divinizó y fundó una ciudad en el lugar dónde falleció que se denominaría Antinoópolis29 y que constituiría un bastión del helenismo en Egipto Medio, quedando dotada de unos importantes privilegios con los que se quería animar la implantación de colonos.
III.5.- Amante de las artes y la cultura.
Resulta paradójico que Adriano pasara de ser un personaje que rozara el ridículo por su acento hispánico, a ser un erudito apasionado de las artes y la cultura. En efecto, según cuenta la Historia Augusta, en los inicios de su carrera política, Adriano fue objeto de mofa por los miembros del Senado, debido a su “pronunciación muy ruda” derivada de su fuerte acento hispánico. Sin embargo, a lo largo de su vida se esforzó por llegar al más alto conocimiento y elocuencia, tanto en latín, como en griego, que era entonces la lengua de la aristocracia culta.
Más allá del dominio del latín y del griego, Adriano demostró una extraordinaria ambición de conocimiento y una pasión por la cultura en general, la literatura y, en especial, la poesía. Y utilizó la cultura como una estrategia política de unión del Imperio, como un lenitivo de las importantes diferencias entre oriente y occidente. En palabras de Gibbon, Adriano era “un artista y amaba las artes que conducían al ensalzamiento de la monarquía”.
Para Adriano fue la cultura una política de estado y utilizó a los intelectuales para dinamizar la sociedad, la política y la economía del imperio, tratando de dar a la aristocracia un carácter instruido y polifacético.
El filohelenismo adrianeo es una expresión más de lo que ocurrió en el choque en el proceso de integración de las culturas griega y romana. Como dijo Horacio: “Grecia conquistada conquistó a su fiero vencedor”: Roma conquistó por las armas y Grecia por la cultura. De esta estrategia se valió Adriano, promocionando la cultura por pasión, pero también como instrumento al servicio del estado.
IV.- Adriano de leyenda.
El Adriano de leyenda es el que nos presenta Margarite Yourcenar en su libro “Memorias de Adriano”, una novela que, pese a tener unos sólidos fundamentos históricos, fue criticada por los historiadores que no por ello dejaron de reconocer su gran genio literario. Así, Ronald Syme lo definió como “impostura y ficción” haciendo referencia a que la “Vita Hadriani”, en la que se basó Yourcenar y que está incluida en la Historia Augusta, era una falsificación.
Sea más o menos real, es incuestionable el mérito y la belleza de un libro escrito en un proceso superior a veinte años, dentro de los cuales, se reescribió por completo tras un primer intento, manteniéndose una única frase de la versión primitiva: “empiezo a percibir el perfil de mi muerte”. Esta cita, puesta por Yourcenar en boca de Adriano, constituye la base de la carta que éste, desde el retiro de su “Villa Hadriani” en Tívoli30, le escribe al futuro emperador Marco Aurelio, haciéndole partícipe de su historia, sus inquietudes y sus pasiones.
Más allá de recrear la época de forma extraordinaria, la novela de Yourcenar podría ser un auténtico manual de psicología por cuanto que trata, sin adoctrinamiento alguno y desde la distancia que ofrece un texto novelado de un tiempo lejano, temas de importancia atemporal: la soledad del poder, la problemática de la edad, la muerte y la espiritualidad, la tolerancia y el fanatismo…
De todo el texto de la novela, quizás por estar hábilmente escrito en primera persona, rezuma un sentimiento de profunda soledad que se hace especialmente complejo por cuanto que se enmarca en el ejercicio de un poder imperial, de cuya operativa se derivan importantes consecuencias. Esa soledad en el ejercicio del poder no se hace visible de forma muy explícita, pero constituye una de las situaciones típicas del personaje: “alguien sin pares porque nadie le comprende”.
Sí que resultan más explícitos la soledad de la edad y el deterioro asociado a la misma que contextualizan la carta que sirve de base a la novela. Y es que el Adriano de Yourcenar dice encontrarse en “el solsticio de mi (su) vida”, al encontrarse en un momento en el que la vida es “una derrota aceptada”, recordando en prosa, el poema de Gil de Biedma: “Y la verdad desagradable asoma, envejecer, morir es el único argumento de la obra”31.
La angustia por el deterioro físico es un rasgo fundamental en el Adriano, ya anciano, que escribe recomendaciones a su nieto y heredero Marco Aurelio. Esa angustia, definida como una disociación entre el cuerpo, “ese compañero fiel, ese amigo más seguro”, y el alma, proporciona uno de los más bellos párrafos de la novela: “Durante toda mi vida me había entendido muy bien con mi cuerpo, contando implícitamente con su docilidad y con su fuerza. Aquella estrecha alianza empezaba a disolverse; mi cuerpo dejaba de formar una sola cosa con mi voluntad, con mi espíritu, con lo que torpemente me veo precisado a llamar mi alma; el inteligente camarada de antaño ya no era más que un esclavo que pone mala cara al trabajo.”
Es en ese contexto en el que el Adriano de leyenda va exponiendo su pensamiento, dejando perlas en prosa que resultan ser atemporales: “Tener razón demasiado pronto es igual que equivocarse”, “la moral es una convención privada; la decencia una cuestión pública”, “en todo combate entre el fanatismo y el sentido común, pocas veces logra este último imponerse”… Resulta difícil escribir sobre libros como éste, siendo la recomendación de su lectura el mejor esfuerzo de análisis y comentario que puede hacerse.
No podemos sino concluir en una suerte de unión entre el Adriano histórico y el de leyenda, y es de la misma forma en que lo hace Margarite Yourcenar en su novela, que recoge en su último párrafo el poema que sí escribió el Adriano histórico (estando confirmada su autenticidad por los historiadores), a modo de fúnebre despedida:
“animula vagula blandula,
hospes comesque corporis,
quae nunc abibis in loca,
pallidula, rigida nudula,
nec, ut soles, dabis iocos...”
“Mínima alma mía, tierna y flotante,
huésped y compañera de mi cuerpo,
descenderás a esos parajes pálidos rígidos y desnudos,
donde habrás de renunciar a los juegos de antaño…”32
Tal y como recoge Anthony Birley en “Adriano”, pocos poemas han sido objeto de tantas traducciones y debates académicos. Más allá de estos debates, es evidente que se trata de un adiós a la vida por quien trata de “entrar en la muerte con los ojos abiertos”33.
BIBLIOGRAFÍA:
ASIMOV, Isaac. El imperio romano. Editorial Alianza editorial.
BEARD, Mary. SPQR. Editorial Crítica.
BIRLEY, Anthony. Adriano. Editorial Gredos.
CABALLOS RUFINO, Antonio F. De Trajano a Adriano. Roma matura. Roma mutans. Editorial Universidad de Sevilla.
GIBBON, Edward. Decadencia y caída del Imperio Romano. Volumen I. Editorial Atalanta.
MONTERROSO, Alberto. Emperadores de Hispania. Editorial La esfera de los libros.
POTTER, David. Los emperadores de Roma. Editorial Pasado & Presente.
SYME, Ronald. La Revolución Romana. Editorial Crítica.
WATTS, Edward J. República mortal. Editorial Galaxia Gutenberg.
YOURCENAR, Margarite. Memorias de Adriano. Editorial Edhasa.
1 Términos citados por Ronald Syme (ver bibliografía, en adelante “VB”) que califica a Augusto como “el más grande de los prínceps y el mejor de todos ellos”.
2 “Emperadores buenos”: Nerva, Trajano, Adriano, Antonino Pío y Marco Aurelio.
3 Anthony Birley (VB) define el programa arquitectónico de Trajano como un “programa de construcciones monumentales” frente al de Adriano al que califica de “ostentosamente modesto”, siendo peculiar que Adriano no inscribió su nombre en ninguna de sus construcciones, salvo en el templo de su padre (adoptivo) Trajano.
4 Historiador romano del siglo II d. C.
5 La novela “Memorias de Adriano” (VB).
6 Citado por Margarit Yourcenar en “Memorias de Adriano”.
7 Otra leyenda atribuye la fundación a los hermanos Rómulo y Remo, que fueron amamantados por la Loba Capitolina.
8 Libro “Decadencia y caída del Imperio Romano” (VB).
9 El historiador Salustio entendió que la raíz del mal de Roma se remontaba a la caída de Cartago por cuanto que Roma quedó sin rival y sin competencia: “Desde entonces, unos cuantos sujetos ambiciosos explotaban los nombres respetables del senado y del pueblo como máscara de su dominación personal.” Ronald Syme (VB).
10 Libro “República mortal. Cómo cayó Roma en la tiranía” (VB).
11 Ver nota 5.
12 Ibid.
13 Libro “Emperadores de Hispania” (VB).
14 Latinista neozelandés del siglo XX considerado discípulo de Gibbon.
15 Historiador romano británico discípulo de Syme.
16 Ver nota 8.
17 Libro “El Gatopardo” de Giuseppe Tomasi di Lampedusa.
18 Libro “De Trajano a Adriano. Roma matura, Roma mutans” (VB).
19 Libro “Adriano” (VB).
20 Libro “Años interesantes. Una vida en el siglo XX”.
21 Libro “Emperadores de Hispania” (VB).
22 Libro “Los emperadores de Roma” (VB).
23 “Iustitia, aequitas et utilitas”.
24 Libro “Adriano” (VB).
25 Tal y como recoge la Historia Augusta: “Dándoles ejemplos de vida militar incluso con su presencia entre los pelotones y comiendo con gusto el rancho castrense delante de todos, es decir, tocino, queso y agua mezclada con vinagre.”
26 Libro “Emperadores de Roma” (VB).
27 Los historiadores también hacen referencia a una vida personal disoluta por una acentuada afición “al comer, el beber y las mujeres”.
28 La Historia Romana hace referencia a que “solía vomitar sangre a menudo”.
29 Situada a la orilla derecha del Nilo frente a Hermópolis a 38 km de la actual Al-Minya.
30 Situada al pie de las colinas sabinas a unos 20 km al este de Roma.
31 Poema “No volveré a ser joven” de Jaime Gil de Biedma.
32 Traducción de Julio Cortázar.
33 Últimas palabras del libro “Memorias de Adriano” (VB).
Segundo Premio Ensayo corto en español
Contraste entre la retórica de Jesús y la de Aquiles
Autor: Juan María García Heslop
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La Biblia y la Ilíada son hitos de la literatura occidental. Estos libros capturaron la esencia del ser humano en su naturaleza más profunda, una que no difiere de lo que es hoy. Sus contenidos trascendieron durante miles de años, y hoy fundan la base ideológica de la cultura occidental: configuran el imaginario colectivo. No solo marcan los principios de nuestra ética y filosofía, sino que también ofrecen vasto conocimiento de la historia del ser humano. Una manera por la cual se es capaz de adentrarse en el entendimiento de nuestro pasado es a través del análisis de los ideales del ser humano en las distintas épocas, los arquetipos del hombre para las distintas culturas. Estos están plasmados tanto en la Ilíada como en la Biblia a través de la figura del héroe.
El héroe es el individuo por excelencia de su época, el ideal del ser humano. Es moralmente admirable, un ejemplar que concentra todos los valores dignos de ser seguidos por una determinada sociedad. Esta concepción idílica del ser humano, a la cual debería aspirar todo individuo, varía con el tiempo y la cultura. Por ende, al leer la Ilíada y la Biblia, se divisan dos figuras de héroe muy disímiles: la de Aquiles y la de Jesús respectivamente. Un héroe bélico y otro pacífico, uno vengativo y otro misericordioso, uno egocéntrico y otro solidario y humilde. A través de esta simple descripción ya se puede apreciar el gran contraste entre ambos héroes, denotando sociedades muy diferentes.
A pesar de esta diferencia entre la concepción del héroe para todas las sociedades, hay un rasgo constante propio de su carácter que nunca se ausenta. Este es la elocuencia: la facultad de hablar con fluidez, propiedad y de manera efectiva para convencer a quien escucha. El dominio de la retórica es lo que le permite al héroe plasmar su ideología en la sociedad, inspirar a la humanidad, persuadir, y así imponer su voluntad por sobre las de los demás. Esto lo vuelve capaz de mover masas, lo torna poderoso. Debido a esto es que se estima tanto el carisma en el héroe desde un punto de vista cultural y social.
En efecto, el arte oratorio está muy presente en el discurso tanto de Jesús como de Aquiles: ambos personajes manipulan el lenguaje para persuadir. Pero, considerando sus naturalezas divergentes determinadas por los ideales de cada sociedad; ¿emplean la persuasión con el mismo propósito? ¿A través de qué recursos convencen? ¿Cómo lo logran? Y, más importante, ¿cuál es el propósito del uso de la retórica? ¿A quién buscan convencer los autores? A través del análisis de pasajes de la Ilíada y el Nuevo Testamento se examinarán estas preguntas a través del contraste de los mecanismos retóricos empleados en la caracterización de ambos inmortales personajes: Jesús y Aquiles.
Antes de comenzar el análisis de los discursos, es importante destacar que ambos textos a analizar son traducciones. La versión de la Ilíada que examinaremos proviene del Griego Antiguo y fue traducida en 1908 por el lingüista español Luis Segalá y Estalella. Aunque la autoría de esta obra no sea confirmada, y se cree que muchos fueron quienes la compusieron, se considerará a Homero como el escritor de la obra ya que es la teoría más prevalente dentro de las que intentan explicar su origen. En cuanto al Nuevo Testamento, se estudiará un fragmento del Evangelio de San Mateo: “El Sermón del Monte”. Este relato se le atribuye al apóstol de Jesús, San Mateo, y por motivos de practicidad, se referirá a este como el autor; a pesar de que esta autoría no está completamente verificada. Este evangelio es originario del griego, y fue traducido al español miles de años más tarde. Tomar en cuenta la traducción es una consideración relevante ya que en las trascripciones se nublan las intenciones del autor y muchos recursos que emplea en su escritura desaparecen. Wardhaugh (1986) plantea que el lenguaje mismo determina la cosmovisión del que lo practica. Por ende, en el intento de mediar dos diferentes lenguajes, el traductor conforma lo que percibe a su entendimiento del mundo, ampliamente afectando el contenido del texto.
Asimismo, es importante discutir el contexto de ambos personajes. Por una parte, Aquiles es el héroe por excelencia del mito que explica la guerra entre los Aqueos y los Troyanos. Es el locus clásico del modelo de heroicidad bélica, un guerrero igualado por ningún otro. Aquiles es individualista y egocéntrico; un aristócrata que busca gloria y notoriedad. Por otra parte, Jesús es el mesías del pueblo católico que vino a la tierra a transmitir la palabra de Dios. Es humilde y solidario, un altruista que llega con misericordia a traer el reino de los cielos. Como se dijo, ambos manejan el arte de la retórica, cada uno a su propia manera.
Considerando los personajes dentro del mundo de la ficción, sus naturalezas contrarias van a marcar diferentes propósitos a la hora de persuadir. Ambos buscaban inmortalizarse en el tiempo, buscaban la fama y el renombre; pero por razones diferentes. Las Moiras le habían predeterminado el destino a Aquiles: si luchaba en Ilión, su “gloria será inmortal”, pero “no volveré (Aquiles) a la patria tierra”; si fuese a abandonar la guerra, su “vida será larga” aunque sin “ínclita fama”. Al involucrarse en la guerra, parte por la muerte de su amado Patroclo y parte para gloriarse (como busca todo héroe épico), opta por permanecer en los anales de la historia cubierto de gloria por sobre su vida. En contraste, Jesús pide a los evangelistas que registren su obra para trascender en el tiempo y así poder servir como el “camino de la verdad y la vida” para que la humanidad llegue a la salvación, para que sigan su ejemplo perfecto y lleguen al cielo. Por efecto, estas enseñanzas vienen desde un lugar desinteresado y solidario, una actitud que va a condicionar el propósito de sus discursos, repercutiendo en su contenido. Aquiles va a orar desde esta postura egocéntrica e individualista, preocupándose por su propio renombre, contrastando con, Jesús que predica por lo que él aclama que es el bien de la humanidad.
Homero se basa en los principios de la retórica de Aristóteles para componer los discursos de Aquiles. Estos son básicamente el inventio: los argumentos que se utilizan a favor del orador, distribuidos adecuada y ordenadamente en un dispositio. El ordenamiento del inventio debía cumplir con las oratonis partes, la división en cuatro del discurso escrito:
Exordium: donde ocurre el captatio benevolentae y el orador se gana la simpatía del destinatario.
Narratio: Se relata el estado de la cuestión.
Argumentatio: Se insiste en los argumentos que favorecen al orador.
Epilogus: Se refresca la memoria del destinatario y se apela a los sentimientos de este.
A través de este ordenamiento lógico del discurso se puede apreciar enormemente la complejidad de la obra de Homero. Posee un lenguaje erudito y superior, y por ende la lectura es accesible a académicos y sabios. Los versos fueron cantados por bardos y rapsodas en reuniones señoriales y en fiestas populares respectivamente, pero pocos podían comprender la obra verdaderamente. Esto ya denota el propósito de Homero: relatar los mitos orales y plasmar la cultura e ideología griega de manera escrita en una obra maestra literaria, glorificada por los aristócratas.
En contraposición, el Evangelio de San Mateo tiene intenciones completamente distintas. Conforme a lo que aclama el Nuevo Testamento, el salvador tan esperado del pueblo judío había llegado a traer amor y misericordia a través de la última alianza “nueva y eterna” con Dios. Para transmitir este mensaje, Mateo escribe el evangelio de manera de prédica dirigida a las comunidades judeocristianas para convertirlas e instruirlas en el catolicismo. Debido a esto, el lenguaje debía ser accesible a todos y presentado de manera básica ya que su objetivo era adoctrinar a la mayor cantidad de gente posible en la fe católica. Este lenguaje sencillo se va a ver reflejado en los discursos de Jesús. Un método recurrente que Mateo emplea en el discurso de Jesús que demuestra lo dicho es el uso de las parábolas. Al estar dirigiendo un mensaje distinto a todo eso que conocían a individuos que no poseían un alto grado de educación, Mateo crea historias con moralejas que educan al pueblo de acuerdo con cómo se debe obrar. Estas analogías son entendibles para quienes las escuchan, ya que están en términos que ellos mismos conocen, y en efecto son ingeniosamente didácticas.
Estos rasgos en el discurso de los personajes, condicionados por la naturaleza de los personajes y los propósitos de los autores, se evidencian claramente en los discursos encontrados en el anexo. A continuación, se producirá un análisis de dichos discursos.
En base a los modos de persuasión que plantea Aristóteles en “Retórica”, es esencial primero definir el ethos de los personajes; en otras palabras, su credibilidad. Este va a ser uno de los elementos más significativos para la persuasión.
Por una parte, Aquiles se impone ante Agamenón, su superior, cayendo en hybris, la desmesura. A pesar de traspasar sus límites, se justifica su transgresión a través de múltiples características de su persona. Homero crea un personaje aristócrata: el rey de los valientes mirmidones en Ftía. No solo tiene su poderío económico para respaldar su insubordinación, pero también su extraordinaria destreza con las armas: era el guerrero más hábil de todos en la guerra. Considerando la fuerte ideología bélica en el período helenístico, este rasgo era digno de veneración. No obstante, lo que últimamente le daba poder era su relación con los dioses. Aquiles era un semidiós, hijo de la nereida Tetis. No solo tiene sangre divina corriendo por sus venas, sino que también es “caro a Zeus”, el adorado del dios de dioses. En resumen, el héroe se encuentra en la cima de la pirámide socioeconómica, es capaz de vencer a cualquier guerrero en la faz de la tierra y es respaldado por los dioses; ¿cómo no venerar la magnitud y el peso de su palabra?
Por otra parte, la palabra de Jesús se torna veraz e innegable desde otro lugar. Hasta cierto punto comparte con Aquiles el estatus social. Mateo aclara esto en la “Genealogía de Jesús”, donde especifica su ascendencia, trazando su origen al rey Salomón y el profeta Abraham. No comparte el poder adquisitivo ya que nace en un pesebre, hijo de padres con pocos recursos, y, a pesar de la importancia que se le daba al arte bélico en su contexto, dada por la reciente rebelión Macabea en Judea en el siglo I, Jesús fue un héroe pacifista. Estos factores que determinan su credibilidad se tornan triviales en comparación a la gran implicancia de la consideración de que Jesús es el hijo de Dios; mejor dicho, como Juan escribe de Jesús en 10:30-33, “Yo (Jesús) y el Padre somos uno”: Jesús es Dios. Mateo caracteriza a este héroe como la manifestación de Dios en la tierra, el mesías es Dios mismo. ¿Qué puede tener más validez que la palabra del creador perfecto del universo? ¿Qué puede ser más estimable que la verdad absoluta transmitida directamente por Dios mismo? Por consecuente, plasmado en su diálogo se puede apreciar que Jesús no tiene que justificar sus palabras más que con “El Señor está mirando” (Proverbios 5:21). La declaración “Ustedes son la luz de la tierra” no requiere argumentos explicativos; son pronunciadas por Dios hecho humano, por la verdad misma, y este “argumento” es más que suficiente para tomar la declaración como una legítima. De esta manera, Mateo crea un personaje inerrante y cierto en su totalidad, nadie puede negar ni discutir su palabra ya que es la encarnación misma de la Dios sobre la tierra. Por ende, al lector no le queda más remedio que aceptar su cosmovisión dogmática, pues ¿Qué sentido tiene discutir con la Verdad?
El ethos con el que los autores caracterizan a ambos personajes ya determinan el peso de sus palabras, pero para ser capaces de convencer y persuadir también son necesarios los argumentos dados de una manera lógica, el logos.
Aquiles presenta numerosas razones con las cuales lucha por su causa, unas que respetan el dispositio de los argumentos en exordium, narratio, argumentatio y epilogus. Primero llama la atención de su destinatario, luego establece el estado con una pregunta retórica la cual va a profundizar en el argumentatio, y por último resume su postura en su cierre “no pienso permanecer aquí sin honra para procurarte ganancia y riqueza.”; acoplándose al ordenamiento que propuso Aristóteles. Esta disposición es muy efectiva para la persuasión ya que aborda la cuestión de una manera gradual y clara.
El discurso de Jesús por otra parte no tiene un ordenamiento lógico de tal complejidad. Utiliza la anáfora “Ustedes son la” para introducir sus ideas y presentarlas de manera ordenada e inspiradora. De esta manera, su palabra es más fácil de recordar, ya que posee cierta musicalidad.
Jesús no forma enunciados largos y pesados a la lectura, sino que simples, fáciles de leer, yuxtapuestos por recurrentes comas. Estas hacen la lectura más lenta, causando que el lector pueda pesar más en su mente las palabras del héroe. Estos silencios repetidos caracterizan a Jesús como alguien que mantiene su compostura, sensatez y sabiduría. Es seguro de lo que dice, no se deja llevar por sus emociones, es maduro y equilibrado en palabra. Esta actitud contrasta con lo emocional del discurso de Aquiles. A diferencia de Jesús, este personaje es muy pasional: se deja llevar por sus emociones y por consiguiente le hace falta mesura. A pesar de ser inferior en estatus a Agamenón, lo llama “ebrioso”, “perro”, “imprudente y codicioso”, siendo incapaz de controlar su ira.
En cuanto al contenido del argumentatio de Aquiles, este presenta explicaciones convincentes que denigran la figura de Agamenón. Esto se evidencia cuando desafía su capacidad de liderazgo al aclamar “¿Cómo puede estar dispuesto a obedecer tus órdenes ni un aqueo siquiera (…)?”. Cuestiona su autoridad como el rey de los Aqueos, lo humilla frente a todos. Para potenciar esta caracterización del rey como carente y en falta, Aquiles emplea un campo semántico referido a la negación, con palabras como “nunca” y “jamás”, que enfatizan el deficiente gobierno de Agamenón. Tomando control de esta inferioridad momentánea de Agamenón, Aquiles se sitúa como un superior al exaltar que “parte más pesada de la impetuosa guerra la sostienen” sus manos. Se posiciona como el salvador de los Aqueos: mientras él pone su vida en riesgo por todos, Agamenón jamás se atrevió a “tomar las armas con la gente del pueblo”, sino que se esconde tras su estatus.
No sólo cuestiona la autoridad del rey, sino que también lo hace con la validez de la guerra en su totalidad. Alexander (2015) indica que al reprochar “No he venido a pelear obligado por los belicosos troyanos, (…) sino que te seguimos a ti”, Aquiles está desafiando el principio incuestionable del servicio militar, reviendo el arriesgar su vida y someter su destino a manos del conflicto personal de Menelao. La autora del libro La Guerra que Mató a Aquiles expresa que “Está diciendo en voz alta lo que otros menos carismáticos habían pensado mucho antes”, está actuando como la voz del pueblo. Los Aqueos habían estado nueve años lejos de su hogar en una guerra que no era de ellos, cansados pero callados respetaban a la autoridad. Aquiles en el discurso expone los deseos de los miles de guerreros escuchando, volviéndose un salvador. Esta idea que los une se intensifica con el uso de la pluralidad del sujeto en el discurso, “te seguimos”, creando una imagen en la que todos están juntos, enfrentados a Agamenón.
Es relevante mencionar que, aun que en el pasaje Aquiles aparenta ser un héroe que se preocupa por su pueblo, está actuando en base a sus propios intereses personales y egoístas. Ni siquiera se refiere a los guerreros en general en el pasaje; solo una vez en la obra los exhorta a batallar, e igual en ese discurso se refiere a su coraje y grandeza: “Difícil es que yo solo, aunque sea valiente, persiga a tantos guerreros y contra todos luche”. Es un aristócrata que valora su juicio y vida sobre todo, una actitud que no al azar se ve reflejada en la personalidad caprichosa e individualista de los Dioses.
El argumentatio de Jesús difiere mucho del que crea Aquiles. Como ya se remarcó, Jesús no tenía que dar razones para justificar su palabra ya que esta es la verdad absoluta. En efecto, su propósito en el discurso es transmitir emoción, apelar al pathos del lector para que sienta el conocimiento que él transmite. Después de miles de años de vivir bajo el régimen de un Dios que actúa a base de temor y miedo, uno que se arrepiente de su error en la creación de los humanos y manda un diluvio a que extermine a todos; que venga su hijo a decirle a los humanos que Dios ahora los ama y los perdona es una propuesta tentadora, seductiva. ¿Para qué vivir con miedo si ahora se puede vivir con amor, cariño, misericordia y perdón? Esto es justamente lo que Jesús hace en este discurso: le da valor a la vida de los hombres que lo escuchan y tienen fe en él, los hace sentir especiales, únicos; y es así como los convence a transmitir su palabra. Hace uso de la metáfora de “luz” para lograrlo. La metáfora extendida causa una imagen poética y preciosa que inspira a quien la escucha. Asimismo, la “luz” tiene connotaciones positivas, asociadas a la esperanza, la salvación y el bien. Por último, este uso recurrente de metáforas es efectivo ya que le permite al lector cierto grado de libre interpretación: a cada persona, con su propios paradigmas y subjetividad, la metáfora lo afecta de una manera diferente.
Es importante resaltar también que, a pesar de ser convincentes en el discurso, los personajes logran persuadir a través del obrar. Con sus acciones, respaldan su personalidad y filosofía sobre el mundo: Jesús ayudando a los necesitados, y Aquiles aniquilando a cientos de Troyanos. Convencían a través del ejemplo. Esto no significa que son persuasivos con el resto de los personajes, sino que con el lector mismo. Sus palabras y obras transcienden la barrera de la ficción: los héroes son un mecanismo literario que los autores emplean para convencer al lector de su cosmovisión. Jean-Paul Sartre dijo que el hombre “al elegirse, elige a todos los hombres”. Tanto Homero como Mateo están eligiendo a su hombre ideal, eligiendo su concepción de lo que todo individuo debería apuntar a ser. Por efecto, estos ideales deben persuadir al lector para que este adopte este ideal de vida.
Hoy, miles de años posteriores a la creación de estos personajes, todo humano alfabeto conoce Aquiles y a Jesús. La filosofía detrás de cada uno de ellos está impregnada en el imaginario colectivo y en la moral occidental, cumpliendo así los autores con sus propósitos de inmortalizar sus ideales. La importancia de estos personajes es tal que realmente no importa si estos personajes existieron o no, pues al fin y al cabo marcaron la historia independientemente de ello. Esto evidencia el verdadero poder de la literatura; cómo personajes que quizás ni siquiera vivieron hayan moldeado nuestra concepción de la realidad tal como la conocemos hoy.
Anexo
Aquiles:
“¡Ah, impudente y codicioso! ¿Cómo puede estar dispuesto a obedecer tus órdenes ni un aqueo siquiera, para emprender la marcha o para combatir valerosamente con otros hombres? No he venido a pelear obligado por los belicosos troyanos, pues en nada se me hicieron culpables -no se llevaron nunca mis vacas ni mis caballos, ni destruyeron jamás la cosecha en la fértil Ftía, criadora de hombres, porque muchas umbrías montanas y el ruidoso mar nos separan-, sino que te seguimos a ti, grandísimo insolente, para darte el gusto de vengaros de los troyanos a Menelao y a ti, ojos de perro. No fijas en esto la atención, ni por ello te tomas ningún cuidado, y aun me amenazas con quitarme la recompensa que por mis grandes fatigas me dieron los aqueos. Jamás el botín que obtengo iguala al tuyo cuando éstos entran a saco una populosa ciudad de los troyanos: aunque la parte más pesada de la impetuosa guerra la sostienen mis manos, tu recompensa, al hacerse el reparto, es mucho mayor; y yo vuelvo a mis naves, teniéndola pequeña, aunque grata, después de haberme cansado en el combate. Ahora me iré́ a Ftía, pues lo mejor es regresar a la patria en las cóncavas naves: no pienso permanecer aquí́ sin honra para procurarte ganancia y riqueza.”
Jesús:
“Ustedes son la sal de la tierra; pero si la sal se ha vuelto insípida, ¿con qué se hará salada otra vez? Ya no sirve para nada, sino para ser echada fuera y pisoteada por los hombres.
Ustedes son la luz del mundo. Una ciudad situada sobre un monte no se puede ocultar; ni se enciende una lámpara y se pone debajo de una vasija, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en la casa. Así brille la luz de ustedes delante de los hombres, para que vean sus buenas acciones y glorifiquen a su Padre que está en los cielos.”
Bibliografía
Wardhaugh, R. (1986) An Introduction to Sociolinguistics.
Desconocido, (2015) Literatura Latina, oratoria y cicerón.
Alexander, C. (2015) La Guerra que Mató a Aquiles. La verdadera historia de la “Ilíada”.
Sartre, J. (1946) El Existencialismo es un Humanismo.
Homero. La Ilíada.
Tercer Premio Ensayo corto en español
Historias trágico-marítimas: Breves notas sobre los naufragios portugueses y el comercio en Oriente (1502-1640)
Autor: Jacobo Rodríguez de Fonseca Martín
Master de Acceso a la Abogacía y Asesoría Jurídica a empresas
I. INTRODUCCIÓN
En su poema “El General Quiroga va en coche al muere”, Jorge Luis Borges concluye la aventura del caudillo riojano con un Ya muerto, ya de pie, ya inmortal, ya fantasma/ se presentó al infierno que Dios le había marcado/y a sus órdenes iban, rotas y desangradas/las ánimas en pena de hombres y de caballos. Para aquellos que conocen las narraciones de naufragios portugueses de los siglos XVI y XVII es difícil no imaginar rotas las ánimas en pena de los marineros, los pasajeros de toda condición (desde aristócratas y sus familias a hombres que discretamente se refiere como unos indeseables) y los esclavos que viajaban en las naus de la Carreira da India, la ruta entre la India Portuguesa y Lisboa. Naus que naufragaban con frecuencia en costas y arrecifes ignotos, cuyos supervivientes dejaban tras de sí narraciones compiladas un siglo o dos después por el insigne tribuno ilustrado Bernardo Gomes de Brito y que suponen una de las joyas de la literatura portuguesa, la Historia Trágico-Marítima. En cuyos textos se evocan entre otros el naufragio del Sao Bento, dónde los supervivientes se lamentan del amontonamiento inútil de pimienta, sedas y caxones de coisas muito curiosas e valiosas en las playas de su desdicha, poco antes de iniciar una caminata por la costa africana que resultará fatal para la mayoría de ellos.
En muchos casos estas narraciones son casi las únicas pruebas que tenemos de la existencia de estos naufragios, aparte de referencias incompletas en cartas de la época y listados breves sin casi información en compilaciones de flotas, dónde ni siquiera figura el tonelaje de los vasos. El gran archivo de la Casa da India dónde siglos de comercio y navegación entre Portugal y Asia se hallaban depositados, fue barrido por un tsunami y luego por el fuego en el terremoto de Lisboa, dejando en la penumbra para siempre muchas historias de hombres y barcos, de los que sólo algunos han sido rescatados gracias a la persistencia de historiadores y arqueólogos, a veces precedidos por piratas modernos dedicados a la búsqueda de tesoros, la mayor parte de las veces inexistentes o inalcanzables.
La destrucción de archivos también deja en la penumbra la otra aventura ibérica en Asia, la carrera de Poniente, el galeón de Manila. Si la Carreira da India unía Asia con Europa (y África) a través del peligroso cabo de Buena Esperanza, el galeón de Manila unía Asia con la América Hispánica, y luego Europa, a través del inmenso y difícil océano Pacífico. Dos guerras de independencia dónde legajos de documentos fueron utilizados como barricadas y hogueras, y una guerra mundial dónde archivos y conventos de la Vieja Manila fueron dinamitados, borraron de nuevo las historias y los detalles de muchos naufragios, que sobrevivieron en cartas a España o en la breve documentación de procesos fiscales o penales (cuando no meras listas) que se conserva en el Archivo de Indias. Esta falta de documentación en gran medida está detrás de la poca atención que muchos historiadores han prestado a la navegación española en Asia en comparación con el océano documental, una epopeya burocrática que supone un legado afortunado, que se conserva de la Carrera de Indias entre la América Hispánica y España.
Este modesto y breve ensayo no pretende sustituir ni contradecir ninguna obra, ni ampliar información sobre naufragios y procesos sobre los que en los últimos años cada vez más historiadores arrojan la debida luz sino dar unas breves pinceladas profanas del papel de los desastres en la navegación y el comercio portugués en Asia, así como su papel en la literatura y la arqueología, en el período entre la apertura ibérica de Asia y el inicio del colapso de la unión dinástica entre España y Portugal, que marca también la decadencia definitiva de los imperios ibéricos en Asia. Por lo breve del espacio y por darle la atención que merece, la ruta del galeón de Manila y sus naufragios se reservan para otra ocasión.
II. LA APERTURA PORTUGUESA DE ASIA. DESCUBRIMIENTOS Y DESASTRES. EL CONTRAPUNTO ESPAÑOL.
A pesar de la insistencia quimérica de Cristóbal Colón, pronto se hizo patente en España y Portugal (y en toda Europa) que lo que el gran genovés había abierto para su señor y para toda la cristiandad, eran nuevas tierras, que se interponían entre Asia y Occidente. Portugal pronto sacó partido de las bulas alejandrinas de 1493, que dividían la responsabilidad de evangelizar y el derecho a conquistar las tierras por descubrir a base a líneas imaginarias, y en 1497 el navegante y explorador Vasco da Gama partió con una flota de cuatro barcos y apenas doscientos hombres a doblar definitivamente el Cabo de Hornos, frontera invisible hasta entonces, y adentrarse en el Océano Índico. Tuvo suerte en su empresa, ya que abrió (por la fuerza en gran medida) ricas ciudades africanas como Malindi al comercio portugués y consiguió llegar a Calicut en la India, dónde confundieron a los hindúes con una secta cristiana y se regocijaron de la ubicuidad de la pimienta. Pronto siguieron más flotas, Vasco da Gama volvió a la India en 1502, esta vez sí descubriendo cristianos asiáticos, los cristianos indios que se consideraban seguidores de Santo Tomás, una derivación del nestorianismo que fue tan fundamental para el establecimiento portugués en la India como maltratada por sus señores (ya fueran estos musulmanes, hindúes o devotos portugueses). Pronto Portugal estableció dos grandes puertos en Cochín y Goa, que se convirtieron en las puertas de salida hacia la metrópoli de la pimienta y otras especias, mientras los portugueses posaban sus ojos más hacia oriente, en el rico puerto de Malaca, puerta de entrada para las misteriosas islas de las especias y los exóticos productos de la China de la Era Ming.
No es tiempo este de grandes desastres para los portugueses, ni de la popularidad de las narraciones de naufragios. El descubrimiento de nuevas tierras, el monopolio de la pimienta por vía marítima que empieza a hacer temblar los mercados de Alejandría y Venecia, y que inicia la lenta agonía del comercio de caravanas a través de oriente próximo (y que hasta bien entrado el siglo XVI tendrá todavía la hegemonía en el transporte), así como el encuentro con nuevos (viejos) cristianos y masas que evangelizar traerán una pequeña belle epoque para el Reino de Portugal. Las primeras décadas de los descubrimientos fueron un tremendo éxito para Portugal, en gran medida gracias a capital centroeuropeo e italiano, tal vez sea este el origen de la globalización y no otro.
No por ello dejaban de suceder todo tipo de naufragios, tanto en el viaje de ida como en el viaje de vuelta, no había flota dónde un barco no desapareciera o hubiera de ser abandonado en estos primeros años. En la isla de Al-Hallaniayh, en Oman se ha hallado un navío que probablemente sea el Esmeralda de la flota de Vasco da Gama de 1502, comandado por los hermanos Sodré.
Es hasta ahora el pecio ibérico más antiguo hallado en el espacio asiático-africano. Entre el balasto y cerámica europea rota se halló la campana del navío, así como el astrolabio europeo más antiguo. Era probablemente una carabela de mediano porte, similar a naos españolas como la Santa María o la Victoria, poco que ver con las grandes naos o carracas que protagonizarán la Carreira da India poco después y que también serán las protagonistas desdichadas de la Historia Trágico-Marítima compilada por Brito de la que hemos hablado en la introducción.
Merece mención aparte la historia del Flor de la Mar (aunque en algunos archivos figura como Frol del Mar, el mejor del mar, significado muy distinto), que tanto ha cautivado a cazatesoros e incluso a jerarcas de la dictadura indonesia de Suharto. El desastre del Flor de la Mar, aunque no protagonice ninguna narración literaria es un ejemplo claro de los naufragios en la era de los primeros descubrimientos y conquistas. El Flor de la Mar, una nave portuguesa (nau) de gran porte para la época, unos 23 rumos (36 metros aproximadamente) de eslora y 400 tonéis (a efectos prácticos un desplazamiento en caso de carga plena entre 600 y 800 toneladas modernas) ya había hecho un viaje de ida y vuelta a la India al mano de Joao da Nova cuando participó en 1511 a las órdenes del mítico virrey Alfonso de Albuquerque en la conquista y saqueo de Malaca. A partir de aquel entonces y por casi siglo y medio Malaca será una pieza fundamental del entramado asiático portugués y de su control sobre las especias y la apertura del comercio chino y japonés, aunque irónicamente su sangrienta conquista de la ciudad hará que esta pierda mucha importancia en el comercio asiático, promoverá el retraimiento de China sobre el comercio y la navegación en la región y causará una crisis económica y demográfica en Malasia de la que tal vez los portugueses no fueron conscientes en la euforia de la conquista y la construcción del monopolio.
El papel del Flor de la Mar se torna leyenda a partir del saqueo de la ciudad. Sobrecargado al parecer con el tesoro del sultán, que incluía según crónicas no excesivamente fiables una colección de arte y joyas, un trono de oro macizo y leones de bronce de tamaño natural, el navío partió hacia la India con casi 500 personas en su interior, entre portugueses, cristianos locales rescatados o invitados a la India, prisioneros y esclavos, e incluso una docena de bellas doncellas malayas que al parecer Albuquerque quería regalar a la Reina de Portugal. Tras ser desarbolado por una tormenta, el 20 de noviembre de 1511 chocó con un arrecife al noreste de Sumatra. Esa misma noche Albuquerque, junto con una niña esclava por quien sintió compasión, y algunos notables abandonaron el barco en una improvisada balsa, y precediendo al Lord Jim de Joseph Conrad, dejaron atrás la nave abarrotada y su tesoro, que se fue colapsando contra el arrecife. Objetivo obsesivo de cazatesoros que incluso contaron con la ayuda de la familia de Suharto, nada se ha sabido del pecio del Flor de la Mar, incluso el entrañable pero destructivo cazatesoros Robert Marx aseguró haberlo hallado, aunque demasiado enterrado por sedimentos, historia que otros compañeros de expedición desmienten. El paso de los años y el orientalismo han inflado las expectativas de su supuesto tesoro, que, al parecer algunos historiadores portugueses y malayos tras realizar algunas relecturas de las cartas de Albuquerque y sus contemporáneos, consideran que fue recuperado por buceadores a las órdenes de un sultán local, rival del derrocado en Malaca, que se convirtió durante un breve período de tiempo en el hombre más rico de la región.
Por el otro lado, las Españas tuvieron fortuna para la posteridad, pero un doloroso fracaso inicial en la navegación y el comercio con Asia en estas primeras décadas. Tal vez focalizados en la conquista y evangelización de América, así como en sus retornos inmediatos, Asia pasó a ocupar un segundo plano más etéreo y fantasioso en las mentes de los gobernantes. La riqueza que las especias podían aportar estaba allí, pero nunca llegó a ser una extremidad del Imperio Español. De sobra es conocida la dimensión de la aventura de Magallanes y Elkano, aunque sólo regresó en 1522 un barco a puerto: después de ser el primero en dar la vuelta al mundo, con una pequeña parte de la tripulación inicial, suficiente clavo para cubrir los costes de la expedición y dar un paupérrimo beneficio (mientras Portugal ya llevaba dos décadas asentado en Asia). La dimensión de la gesta de Elkano y sus compañeros, circunnavegar el globo casi a ciegas y cruzar el para entonces infinito océano pacífico nos distrae de los magros resultados de la aventura comercial y política. Sólo la talla del Santo Niño de Cebú escondido en alguna cabaña o gruta por los primeros cristianos filipinos daba testimonio de los intentos españoles por establecerse en extremo oriente.
En 1525, García Jofre de Loaísa, con Elkano como capitán repitió el intento de Magallanes, esta vez con la orden de dejar un destacamento en las islas de la Especería (hoy las Molucas) y construir una factoría o fuerte. Partieron siete naves y 450 hombres. Partieron para la historia, porque apenas regresaron un centenar de ellos, algunos porque sus barcos regresaron a medio camino traicionando el objetivo de la expedición, y 24 de ellos años después en sucesivos rescates y huidas de sus captores portugueses. Elkano murió en el mar, su testamento fue firmado por otro vasco que jugará un papel fundamental en la navegación ibérica en Asia, Andrés de Urdaneta, la flota se dividió incluyendo dos naufragios en el estrecho de Magallanes y dos deserciones, la carabela San Lesmes desapareció en el Pacífico. Aunque el resto de la expedición llegó a la Especería y Filipinas, pronto fueron derrotados y capturados por los portugueses. De nuevo Asia y las costas del Pacífico y del Índico les resultaron esquivas a los españoles.
Nos detendremos brevemente en desaparición de la carabela San Lesmes, de unas 100 toneladas de porte (una pequeña carabela, más pequeña que la nao Victoria de Elkano o la Santa María) con unos sesenta marineros al mando de Francisco de Hoces. Supone el gran misterio de la navegación española en oriente en estos años. En los arrecifes de la isla de Amanu en la Polinesia Francesa se hallaron entre 1929 y 1959 seis cañones de media tonelada cada uno, de indudable manufactura ibérica y del siglo XVI ¿Pertenecen al San Lesmes? En 1772, marineros españoles encontraron cerca de Tahiti (probablemente en Amanu o Anaa, aunque no se indica la isla exacta) una gran cruz de madera muy antigua. Las tradiciones orales hablan de náufragos blancos rescatados por los lugareños y emparejados con mujeres locales ¿Fue este el destino de los hombres del San Lesmes? Sólo una nueva expedición a los arrecifes de Amanu en busca de nuevas pruebas podría aclararlo, aunque tal vez, como especula el polemista australiano Robert Langdon, los cañones fueron arrojados para aligerar peso, y la nave siguió explorando la Polinesia e incluso tal vez llegó a Australia o Nueva Zelanda.
En Taumako en las Islas Salomón también hay una tradición de un navío naufragado de hombres blancos, o así se lo transmitieron a visitantes españoles en el siglo XVII ¿El San Lesmes? ¿O más probablemente la Santa Isabel de la flota de Álvaro de Mendaña, desaparecida con doscientos hombres en 1595 mientras exploraba la misma zona? Bien merecerían el San Lesmes y la Santa Isabel una investigación profunda, al menos como antecesores en desventura del ilustrado Jean-François de La Pérouse en las mismas latitudes, cuya desaparición y la de sus compañeros (por quienes insistentemente preguntaba el depuesto Luis XVI poco antes de su ejecución, refugiándose en la melancolía de una expedición a lo desconocido ante la cercanía de la terrible hoja asesina) ya ha sido resuelta por la arqueología.
Las sucesivas expediciones españolas a Filipinas y la Especería fueron fracasando a lo largo de tres décadas, en imposibles tornaviajes a América que terminaban en retorno a Asia y captura por los portugueses, y en escaramuzas inútiles en Tidore y otras islas. No sería hasta 1565 cuando por fin, la expedición de dos vascos, Miguel López de Legazpi, y Andrés de Urdaneta (ahora sacerdote y hombre de letras), consigue llegar a Filipinas y construir un establecimiento permanente en Cebú, siendo el Santo Niño devuelto al Trono sobre Filipinas que le corresponderá en adelante. Será Urdaneta quien consiga hacer regresar una nao de 600 toneladas a Acapulco, a lomos de la corriente del Kuroshio. El Pacífico está por fin abierto para España, se inicia la ruta del galeón de Manila. Tras cuarenta años de desastres y cerca de seis décadas de delantera portuguesa, España pone un pie en Asia.
III. A CARREIRA DE INDIA PORTUGUESA.
El Imperio Portugués en Asia no era un imperio construido a lo largo tanto de valles y cordilleras, como de litorales e islas como el Imperio Español en América, era un imperio construido casi estrictamente sobre el mar y para el mar. La hegemonía portuguesa en Asia se construía sobre el control de una serie de puertos en las costas de la India, África, el Golfo Pérsico, Indonesia y Malasia. Puertos convertidos en posesiones portuguesas como Cochín, Goa, la Isla de Mozambique o Malaca, y otras ciudades estado convertidas en estados cliente como Ormuz o Malindi. A ellas se sumaría con más incertidumbre las Islas de la Especería y a partir de 1557 (tras largas décadas de negociaciones y rechazos de la China Ming) se uniría también el puerto de Macao, que pronto será la puerta de entrada a Nagasaki, al Japón, y el origen de un muy lucrativo comercio de seda china y plata japonesa (que apenas durará un siglo hasta el cierre del Japón) que cambiaría para siempre la historia de Asia y Europa.
El Estado da India, el aparato institucional y organizativo creado en Goa para gestionar las rutas y posesiones de los portugueses, estableció una serie de rutas tasadas por las que cobraban concesiones (entre la India y Persia, entre Malasia y cada puerto de la India, entre Macao y Nagasaki, entre la India y África) en la que los portugueses hacían de intermediarios y transportistas de los comerciantes locales. Con los beneficios de estos servicios y concesiones se costeaba la compra de pimienta a los estados vasallos, clientes o rivales de la India Occidental y en menor medida de Indonesia y Malasia. Era la pimienta, monopolio de la Corona el principal motor en los primeros años de la carrera de India. Los oficiales de las flotas (las Armadas da India) y del Estado da India tenían el derecho a comercializar parte de la pimienta transportada. El comercio privado en los primeros años suponía un pequeño porcentaje, pero muy valioso de la carga, fundamentalmente a través de otras especias en pequeñas cantidades como el clavo, el macis, la nuez moscada, la canela o la vainilla (todas mucho más valiosas que la pimienta).
Tenemos datos del volumen de los primeros envíos anuales de pimienta en estas décadas frenéticas, pero parecen exagerados a la luz de la arqueología y la arquitectura naval: se habla con frecuencia entre 1510 y 1540 de cargas de entre 40.000 y 50.000 quintais (entre 2.000 y 2.500 toneladas modernas), en flotas de apenas de cinco o seis barcos, que habrían de haber llevado cargas de 400 o 500 toneladas cada uno para hacer viables estos números. Para que una nau portuguesa pudiera llevar semejante carga, debería tratarse de naves de entre 1.200 y 2.000 toneladas de desplazamiento, el equivalente en la época al arqueo entre 600 y 1.000 tonéis, y apenas tenemos confirmación de la existencia de estas grandes naves. Las pocas referencias al tonelaje de los barcos en la primera mitad del siglo XVI nos hablan de navíos de entre 300 y 600 tonéis, y muy ocasionalmente de 700 y 800. Esto empezará a cambiar a mediados del siglo XVI. De esta primera época se ha hallado un navío en Namibia, probablemente el Bom Jesus desaparecido en 1533, cuyo tamaño desconocemos a la luz de la documentación y los pocos restos que han sobrevivido del casco, pero debía estar en torno a los 400 o 600 tonéis de porte. En él se han encontrado un cargamento de cobre, muy valorado en Asia, marfil africano (que prueba su consumo en Asia, aunque tal vez para la propia manufactura portuguesa) y una colección de monedas de oro extraordinarias para nuestros días, pero un capital modesto para el comercio en la época, probablemente privado y destinado a la compra de productos de lujo o de especias distintas a la pimienta.
Pronto las ganancias de las intermediaciones y concesiones (siempre acompañadas por modestos envíos de plata desde Portugal) fueron insuficientes para mantener la Carreira de India, y la apertura de Macao generó una fiebre por los productos chinos, básicamente la seda, pero también la laca, y la porcelana, lo que dio una gran oportunidad al capital privado. Si el dinero italiano y centroeuropeo había auxiliado en los inicios a la Corona portuguesa, al flete de naus y a la compra ocasional de productos de lujo, ahora la seda y el algodón se convertirían en los más valiosos productos de la Carreira da India, hasta el punto de que 120 toneladas (20.000 picules) de textiles chinos e indias, un 10% de la carga de una flota anual, suponía casi un 70% del valor de los retornos esperados en las décadas del 1550-1600s. Las redes de judíos conversos portugueses instalados en los puertos asiáticos fueron fundamentales para la supervivencia de la Carreira da India y para su reconversión desde la pimienta (que siguió llegando en cifras de 15-20.000 quintais y suponiendo más del 60% de la carga, aunque apenas un 15% de su valor) hacia los textiles, los tintes y las especias más valiosas.
Esta segunda mitad del siglo XVI es la época de las grandes naus y los grandes naufragios que darán forma a la Historia Trágico-Marítima. En estos tiempos el estándar de nau dedicada a la Carreira era la de 600 tonéis, tres cubiertas con 18 rumos de quilla (27,72 metros), 9 rumos de manga (13,65 metros) y casi 50 metros de eslora total. Capaz de desplazar 1.300 toneladas, incluyendo 500 personas y sus provisiones para seis meses y 300 toneladas de carga. Sabemos que se empezaron a construir también naus mayores de 700, 800, 900 y 1.000 tonéis que desplazaban por lo general el doble de este número en nuestras toneladas contemporáneas, generalmente de dimensiones no mucho mayores a las de la nau de 600 toneis pero con una cubierta extra que les hacía vulnerables a las tormentas y los litorales de poco calado.
Para el tornaviaje, que es el momento fundamental de la Carreira y el núcleo de los siniestros, los vasos tenían que partir a principios de año de Goa y Cochin (los retrasos podían ser fatales), y navegar por fuera del canal de Mozambique, detenerse en Isla Ascensión o en las Azores para abastecerse de agua y provisiones, y llegar a Lisboa. Con frecuencia navegaban por comodidad dentro del canal de Mozambique para parar en su puerto de homónima isla y evadir ocasionales corrientes adversas, pero muchas veces esto les hacía padecer innumerables complicaciones a la hora de doblar el cabo de Buena Esperanza, y muchos de los barcos naufragaban en las costas de Mozambique y de lo que hoy es Sudáfrica, entonces las tierras de Natal. Aquellos barcos que seguían las ordenanzas de navegar por fuera del canal de Mozambique también sufrían innumerables peligros, y varios barcos desaparecieron en alta mar sin que se sepa de ellos, aunque se cree que muchos de ellos descansan en los inmensos arrecifes de Cargados Carajos al norte de Mauricio. La sobrecarga con la que solían partir y la formación de los pilotos (aunque es preciso hacer una defensa de estos, ya que, con las herramientas disponibles en la época, gran parte de su trabajo quedaba fiado al milagro), eran otros motivos que conducían con frecuencia al desastre.
Es en este contexto, agravado a partir de la década del 1590 por la presencia del corso inglés y del corso neerlandés, cuando nace la Historia Trágico-Marítima, y cuando los naufragios se convierten en una obsesión para el público portugués, en una pesada carga para la viabilidad de la Carreira da India y en una leyenda negra engrandecida por el tiempo que enturbia las verdaderas causas de la decadencia del comercio portugués en oriente.
IV. LA HISTORIA TRÁGICO MARITIMA. UN BALANCE DE LOS NAUFRAGIOS.
El 24 de junio de 1552, el gran galeón Sao Joao, de 900 toneis, sobrecargado con entre 7.000 y 12.000 quintais de pimienta, datos que desconocemos si son fiables del todo, varó en la costa sudafricana cercana a lo que hoy es Port Edward, siendo destruido por el oleaje. De las 520 personas abordo (la mitad esclavos), 400 consiguieron llegar a una costa salvaje y desconocida. Comandados por su capitán, el conmovedor hidalgo Manuel de Sousa Sepúlveda (acompañado por su devota esposa Doña Leonor y sus hijos), comenzaron una larga caminata con el objetivo de llegar a Mozambique. Apenas una docena lo conseguirá. El hambre, la sed, los animales salvajes y los ataques de las tribus locales los diezmarán. A casi cinco siglos de distancia se puede escuchar el grito de dolor de Manuel de Sousa cuando descubre que su hijo bastardo (y el predilecto), un niño de corta edad, ha desaparecido de la comitiva. Esta desaparición marca el derrumbe de los supervivientes, quienes serán robados y asesinados por los cafres. Dejados desnudos por sus atacantes, Doña Leonor se niega a continuar turbada por la humillación y se arroja a un agujero en la arena junto a sus hijos, enloquecido por el dolor Manuel de Sousa huye sólo a la selva en busca de la muerte.
El naufragio del Sao Joao, uno de los galeones más grandes jamás construidos en Lisboa y el terrible testimonio de los supervivientes impactaron profundamente en la opinión pública portuguesa. No es el primer naufragio que sale de la Casa da India y se mete en los hogares comunes. La desaparición en 1526 de la nau Santa Catarina do Monte Sinai (la nau más famosa de su tiempo) también impactó al público por ser el vaso más grande y famoso de la armada portuguesa hasta entonces y por haber desaparecido llevándose consigo a numerosos hidalgos. Las sospechas de traición de los capitanes y el exvirrey que volvía en ella para ser juzgado desataron todo tipo de especulaciones. Finalmente, un corsario francés capturado en 1536 confesó haber capturado e incendiado la nau, que encontró muy cerca de la costa portuguesa, diezmada por la enfermedad.
Pero ninguna narración popular se escribió de estos hechos, mientras que sí se hizo del Sao Joao. Es la primera narración de desastres que se reimprime una y otra vez a lo largo de los años en Portugal. Inicia el ciclo de la Historia Trágico-Maritima. En un país pequeño que vive de un imperio marítimo y con grandes bolsas de población dedicadas al mar o a la gestión de las mercancías asiáticas (en gran diferencia con España), los desastres navales y su relación con la Fe popular, los desastres navales como castigo divino, como perdición manifiesta por los pecados de los navegantes y los nobles, atrapan la atención de los portugueses.
Los desastres se suceden en las décadas siguientes. El Sao Bento, buque gemelo del Sao Joao, naufraga también en las costas de Natal en 1554, sufriendo un destino los supervivientes muy similar al del Sao Joao. En la narración que también será compilada en la Historia Trágico-Marítima, el narrador se ve obligado a abandonar a su hermano que se niega a seguir caminando. En 1559 la nave Garça de 1.000 tonéis hace agua, y su muy caballeroso capitán consigue evacuar a otra nave, la Águia a todo el pasaje, tripulación y esclavos, incluso negándose a dejar a un mono a bordo de la nave condenada. Sobrecargada con casi 1.200 supervivientes, la Aguia consigue llegar a Mozambique, dónde el capitán de la Garça muere de pena por la pérdida de su barco, desembarcados los supervivientes, la Aguia sigue hacia Mombassa dónde naufraga, otra narración compilada.
Otros barcos simplemente desaparecen, como las veteranas naves de la Carreira de India, Bom Jesus (quien se cree naufragó en los temidos bajos de Cargados Carajos en 1593) o la Boa Viagem que desaparece en 1585 llevándose consigo a la cabeza de los jesuitas en Asia y al primer embajador persa enviado a Portugal. Si habrá narraciones de supervivientes de otros muchos barcos como la Conceiçao de 1555, naufragada en el paradisíaco archipiélago de Chagos, dónde los nobles dieron un espectáculo lamentable (hecho que se repite en el naufragio del Santiago en 1589 en el atolón de Bassas da India, dónde una nave abarrotada es abandonada por sus oficiales y religiosos en una chalupa y una jangada). También está la narración del Sao Thomé que hace aguas en 1589 ante el horror y el pánico de cientos de personas, en medio del Canal de Mozambique, y dónde sólo los privilegiados (entre ellos el gran cronista y alto funcionario Diego de Couto) y algunos marineros avezados escapan en chalupa, o el Santo Alberto de 1593, dónde una caminata afortunada hasta Mozambique salva a 200 personas, muchas de las cuales perecerán a manos de los ingleses en 1594, cuando la nau Chagas en la que vuelven a Lisboa (una colosal nave de casi 2.000 toneladas de desplazamiento) es incendiada cerca de Terceira en las Azores, llevándose consigo a 500 personas (la mitad de aquellas con las que zarpó, pues previamente el escorbuto había hecho estragos). En las páginas de la Historia Trágico-Marítima, una noble que había sobrevivido al Santo Alberto, se arroja al mar desde la Chagas en llamas, atada a su doncella, manifestando que está harta de sufrir desgracias, una extraña honra suicida que se aproxima al pecado mortal. En el siglo XX se creerá que la Chagas llevaba un fabuloso tesoro, porque su carga valorada en 1 millón de ducados de oro se confunde con el metal precioso, cuando de manera precisa esa cantidad era probablemente el valor de los miles de picules (medida asiática de 60 kilogramos) de seda y algodón que la nau cargaba. En 1595, otra nave sobrecargada, y con casi 1.000 personas, la Madre de Deus, naufraga en algún lugar entre Socotora y Malindi, en un fantasmal Baixo das Desertas ilocalizable en portulanos portugueses, solo 16 de sus supervivientes volverán a ser vistos después de ser rescatados de tratantes árabes de esclavos.
Los naufragios y sus narraciones se suceden a lo largo de las décadas hasta el fin de la Unión Dinástica entre Portugal y España. Los barcos van bajando de tamaño por la crisis económica y política, por la dura rivalidad con Inglaterra y Holanda que van socavando los monopolios portugueses y desalojándoles de puertos fundamentales como Ormuz o Malaca, por la errática política fiscal y comercial de los Habsburgo en relación con Portugal, también por la ruina de las concesiones y sobre todo por la ruina de los cristianos novos, los judíos conversos portugueses que habían mantenido a flote el comercio en Asia. Sin embargo son los naufragios y no estos otros hechos los que permanecen en el subconsciente portugués y en las voces de los puertos, palacios y conventos, son las relaciones de estos castigos divinos la mejor expresión de la decadencia portuguesa en Asia, y por ello entre otras cosas las compila el ilustrado de Brito, quien mira con dolor la pérdida de Asia y con distancia dieciochesca las apelaciones religiosas, pero reconociendo el valor de enseñanza moral de las narraciones, dónde pese a los mayores extremos de desdicha, curiosamente la violencia sexual o el canibalismo están ausentes.
Sin embargo, hoy sabemos que los naufragios, aunque muy relevantes, y aunque generaron auténticas décadas negras en los 1550s y 1590s no fueron determinantes en el fracaso de la Carreira tanto como la agresividad holandesa e inglesa, la pérdida de los monopolios y el colapso gradual de las redes comerciales por la falta de estrategia fiscal o las políticas alternas de restricciones y levantamientos de competencia por parte de los gobernantes. Como podemos ver la tabla a continuación, los barcos fueron creciendo de tamaño, y con ellos los naufragios, pero las décadas de mayor movimiento, entre 1550 y 1620, se corresponden también con el mayor número de naufragios de barcos partidos de Asia, así pues el apogeo de la Carreira y las peores desdichas coincidieron. Las páginas de la Historia Trágico-Marítima nos narran su historia, pero siendo un añadido fundamental en la decadencia portuguesa, no fueron los naufragios los únicos responsables del fracaso de la Carreira.
Muy pocas naus naufragadas en el tornaviaje han sido halladas. Los lugares del naufragio del Sao Joao y del Sao Bento han sido excavados, y aunque han reportado cañones, fragmentos de cerámica china y algunas joyas aisladas, las corrientes y la dispersión de los restos no han permitido un estudio exhaustivo. La nau Nossa Senhora dos Martires, de 600 tonéis, naufragada en las cercanías del puerto de Lisboa en 1606, al final de su viaje, de la que apenas se sabe más que dejó una mancha de pimienta de dos kilómetros en la costa y más de doscientos cadáveres, es hasta la fecha la nau mejor excavada y la que ha permitido a los investigadores estudiar a través de un modelo teórico las peculiaridades de la arquitectura naval portuguesa y de la navegación de estos barcos de tan mala fama, a pesar de que sostuvieron casi un siglo de unión casi monopolística entre Asia y Europa. Los cazatesoros han desvalijado algunos pecios en Mozambique, entre ellos el del Espadarte, naufragado en 1558 cerca de la isla homónima, pecio que reportó una extraordinaria colección de porcelana china y los restos más extensos de un casco portugués (probablemente los de una gran nau de 800-900 tonéis, mucho más grande que la nau de 600 tonéis común) que por desgracia fue seriamente dañado por los cazatesoros. Nuevos esfuerzos académicos y económicos nos permitirán descubrir nuevos pecios e investigar archivos e ir desvelando la mejor la realidad tras las desventuras que leemos entre tinieblas en la Historia Trágico-Marítima. Muchos esfuerzos caminan en años recientes en esa dirección, confiemos sean fructíferos.
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Ensayo corto en Inglés
PRIMER PREMIO
Alessandra Roberto
Hegemonic Masculinity in a Global Context: The Key to Totalitarian Power
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SEGUNDO PREMIO
Juan María García Heslop
Can We Know the External World Within Hume’s Epistemological Theory?
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TERCER PREMIO
Alexandra Eleferenko
Sport Diplomacy: bringing international relations to a new level
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Primer Premio Ensayo corto en inglés
Hegemonic Masculinity in a Global Context: The Key to Totalitarian Power
Autor: Alessandra Roberto
Master in Digital Marketing
Introduction
Throughout history, there have been great political upheavals that have both deconstructed and defined how society functions today. Analyzing those events can help one to understand how society is organized. While it is obvious that many factors are constantly interacting with one another, there are some elements that hold more power and importance over others as possible leading causes for certain catastrophes. Communication technology advances are one of the major factors that have made enormous effects, and will continue to do so, given that political upheavals themselves are most impacted by these technologies. With the introduction of novel telecommunication systems that have eased the transmission of information worldwide, world leaders have a higher level of responsibility to create alliances, expand their amity network, and avoid further tensions. While these advancements are impactful, they are still only the tools used to spread their message and beliefs across a nation. In an idealized society, these world leaders would have the appropriate sociological foundation to make rational decisions that do not lead to violence and mass murders. Unfortunately, that is not the world as it is today. In fact, this paper will discuss some of the worst historical disasters that occurred at the hands of leaders and how, despite their political affiliations or the time period in which they occurred, the male-dominated positions of power in society provide strong reasons for said conflicts.
Specifically for this paper, I will look at how the introduction of novel technological processes and advances enhanced through the effects of white masculinity in crisis and abject hegemony led to three of the worst global conflicts in world history. Through the usage of developing technologies and communication systems during each time period, the interaction between white masculinity crises and hegemonic tendencies in leadership and said technologies are pertinent factors that correlate directly with the global conflicts. I am going to be analyzing three different world leaders at three different time periods from three different countries: Adolf Hitler from Germany, Nikita Khrushchev from the Soviet Union, and Donald Trump in the United States. I will start chronologically with Hitler in Germany and how his idea of what defined white masculinity gave way to one of the most glorified and horrendous global wars, World War II. This effect was augmented by the introduction of new propaganda techniques introduced by Joseph Goebbels and the technology that allowed these ads to be mass-distributed (e.g. printing press, etc.). The second leader I will look at is Khrushchev in the Soviet Union and how the increase of global and international communication systems in play with hegemonic masculinity led to the Cold War, and specifically, the Cuban Missile Crisis. Lastly, I will look at Donald Trump in modern day United States in terms of his unbelievable rise to power and distinctive leadership style prompting the announcement of a very controversial topic: declaring Jerusalem the capital of Israel.
Unmarked Abject Hegemony in International Politics
Previous authors have researched the systems of masculinity and its effects on society and have come up with theories relating to the idiosyncrasies of white masculinity specifically. Some prominent papers began by trying to find a definition for whiteness, where other races are easily discernible. In doing so, they exposed new theories that help explain what white masculinity is exactly. This is important to know because it allows one to understand what kind of impact the largest and most powerful societal class system has on the functions of civilization. As some point out, it even permits one to find a possible explanation for the origins of gender oppression and how it translates to modern day life. For Robinson, white males have in fact mastered how to keep themselves in power. Despite being in a position of utmost dominance in society, there still exists the wounded and traumatized man defining himself as a victim of other social classes. In order to do this, white men need to be unmarked, or invisible, to the rest of society.
On the other hand, women, those who associate themselves with LGBTQIA+, and other racial minorities form the marked portions of society are always under fire and speculation, unlike the white male. This is because “one cannot question, let alone dismantle, what remains hidden from view”.1 According to Robinson, to be “hidden from view” as a white male doesn’t mean to be unknown, it means to be the basis for the standard or normalized, such that if an act were performed by someone from the marked “other” (racial and social classes outside of white masculinity deemed of lesser importance), it would be considered unnatural. However, if it were performed by the white male, it would be the norm. That is to say, they are privileged enough to be socially unmarked as an entire class to define the archetype of a human, while still being politically marked and remaining in political power, creating effects that Robinson refers to as identity politics of the dominant. “When we speak of identity politics, we mean the politics practiced by marginalized groups who understand subjectivity as inevitably grounded in the relations of power that structure a given society.”2 In other words, the dominant class – in this case, white males – are those who decide the markedness of the “other”. However, the difference between the two classes that threatens masculinity, is that the “other” pride in their differences, which in turn makes them more distinguishable, unlike white masculinity. This decenters the white male, and thus leads to the forceful recapture of their powerful invisibility.
Historically, there has always been a social and racial class with unquestionable power. However, when minority groups began finding their voice, those in power began to decentralize. Bringing attention to oppressed minorities in society caused the oppressing systems in power – white males – to also come to the forefront of attention, threatening the unmarkedness that gave them authority. It was at this point, according to Robinson, that they began using their surroundings to recentralize themselves in the face of an external threat to their power. During a time of crisis where white males are victimized by other societal systems more definitively set in place, the white male needs to regain its masculinity by way of recentralizing. The only way to do this is by executing a version of masochistic tendencies whereby males physically take control of their situation – and take pleasure in it – due to the pain and humiliation of having their masculinity threatened. Precisely, the lack of clearly defined parameters of white masculinity allows the system to consistently be threatened or in crisis. This continuous cycle of playing the victim, decentralizing, and recentralizing allows white masculinity to be ever-changing, adapting to each outside threat as it appears. Thus, concluding Robinson’s argument that white masculinity can recentralize itself when in crisis, suggesting that the heart of their power lies in their victimhood and the continuous cycles of threat.
It is important to read through Robinson’s theory and fully understand the process of maintaining power as a white male because it provides insight to understanding a common societal phenomenon that almost always goes unnoticed. Using this newfound understanding of masculinity, specifically, white masculinity, one can create a strong foundation for expanding the argument to further theories and papers that take this idea one step further. Robinson primarily talks about the reasons for masculine victimhood, but using said arguments, as well as other theories to create her own interpretation, King theorizes that white masculinity falls under the category of a hegemonic system.
With the help of other authors, King introduces two novel concepts; carnival and abject hegemony. In one of her most prominent papers, she highlights the importance of these concepts through the usage of examples from a well-known and well-liked movie, Fight Club. She begins by exploring the hegemonic nature of masculinity that will then aid her to expand on her theoretical paradigm. Some of the literature that she uses can be seen as a continuation from Robinson’s arguments about the threat the “other” poses for masculinity, which then leads her to exploring information about carnival hegemony. This is where “hegemonic ideological formations…persevere not by closing off their borders or pulling in their own reins, but by expanding and transgressing.”3 In other words, hegemonic systems require flexibility in order to survive. The carnivalesque element that King combines comes from the implication that “traditional values of a social system are inverted,”4 where a sign of weakness becomes a sign of strength, for example.
In addition to carnival hegemony, King analyzes the idea of abject hegemony that, in accordance with her argument, provides a better framework to understand the role of masculinity in society. When referring to abject hegemony, King defines it as an ability to disrupt order and system, and go beyond borders that is contained within the self.5, 6 She then very effectively associates it with typical white masculine tendencies in order to design her argument. Her claim is that in order to combat the threats that a white male has to endure daily – which stems from Robinson’s idea that masculinity is threatened because of its indefiniteness as a social class – they have to constantly adapt their components to the defining features of other distinguished systems rising in popularity over time. Not only does white masculinity adapt these features, it also alters their significance by inverting the negative connotations associated with the “other” into the positive connotations associated with the white male figure, as King made clear through the explanation of carnival hegemony. Combining carnival and abject hegemony, one can therefore understand her argument that hegemony is constantly renewed through the appropriation of the “other” in order to remain in power.
Theoretically, her arguments are sound, but she also provides a solid example as support, demonstrating how the movie Fight Club is a very powerful portrayal of the abject hegemony that she speaks about. In it, she shows how white masculinity is in fact abject and hegemonic and can accommodate to multiple incarnations of what it can be. One example she refers to are the types of perceptions of bleeding from different lenses.7 When a female bleeds, it is seen as a sign of weakness, despite its literal significance for renewing life. However, in Fight Club, the men not only see their own bleeds as a strength or something to be proud of, but also do so in such a way that leads them to purposefully cause those bleeds through violence. This is an example of white masculinity retaining their position of power by appropriating a feature typically regarded as feminine and making it their own. King mentions that other scholars have referred to this phenomenon of masculinity as “a cycle of crises and resolutions,”8 the former of which can be regarded as the threat from other systems, and the latter as the method of appropriating. In terms of Fight Club, the resolution stems from seeing the blood stains and lacerations after fighting as a sign of male rebirth. Even the scars that the characters carry represent their own prideful abjection.
Unfortunately, however, despite the fact that the feminist movement continues to rise in popularity, men still have hegemonic supremacy in all social and political aspects of life. Other authors, such as Pettman, have noticed the very clear gender divide in society and domestic politics, but specifically in international politics, as well. Similar to Robinson and King, Pettman reaffirms the masculine dominance in politics, arguing that international politics excludes feminist scholars and feminist thought. In order to reverse that, feminists must pursue deconstructing and reconstructing the international relations realm. “Feminist [international relations] can be identified as deconstructing, revealing the discipline and its key concepts and categories as male; and reconstructing, making women and gender relations visible.”9 Therefore, her objective in writing is twofold: to shed light on the masculine dominance, and to attempt to introduce feminist ideologies and feminists into the political world.
Pettman describes the precarious situation in which the field of international relations (IR) has found itself in most recent years due to the dramatic changes the global climate as undergone including intense globalization, identity conflicts, nationalisms and other wars,10 but also by the heightened drive from feminists – specifically in the West – to become included and visible. Although not explicitly stated in as many words, Pettman expresses the same ideas as Robinson in that men are visible in politics, and women are not. The assumption lies in that women, belonging to an “other” minority, cannot become visible (or marked as Robinson would call it) because it would pose a threat to masculinity in power11. Nevertheless, per historical cycles, the feminist movements are growing and inspiring more people to recognize women in positions of power. This reconstruction is occurring both socially and politically at the same time as the field of IR is experiencing an upgrade. Feminist IR scholars are attempting to restructure ideologies of war, security, product relations, and international organizations to ensure female inclusion.12 In doing so, one must not forget to acknowledge other minority classes that also remain invisible. The challenge comes in equalizing power representations across all racial classes, as well, not only overcoming masculinity. At the moment, while ‘masculinity’ is being combatted, the ‘whiteness’ of it isn’t, maintaining the social class hierarchy that has existed since the creation of civilization. For example, a white woman is much more likely to hold any position of power than a woman of color. After all, it is the power relations between women of all races and masculinity that ought to be transformed.
The attitudes towards gender inequalities and oppressions, especially in politics, are very widespread. Morettini is another who discusses the indefinite and dynamic nature of dominant masculinity, yet the improbable possibility that this system maintains such authority. This then translates to every other aspect of life: the social, the economic, and the political.13 This is an area of study that Elias discusses, as well, yet more similarly to Pettman, in that international politics have been highly masculinized. However, Elias emphasizes the tension that masculine hegemony places on global connections. While her arguments for feminist IR are approached more calmly than Pettman, her arguments against masculine hegemony are equally as strong, if not more so.
She discusses some aspects of international politics that are particularly gendered and that could potentially have major influences on the current internationally political systems. Some of the realms of IR could even be the birthplaces of internationally-produced hegemonic masculinity that is so deeply intertwined in contemporary international politics. One of these contexts is the gendered and over-masculinized identities entrenched within a nation, otherwise known as nationalism.14 These fixed ideologies help define a nation and in turn have a direct impact on the realm of international politics, as well. The specific gendered assessments made within the nation as a result of male dominated political figures accentuate the relationship between hegemonic masculinity and the creation of foreign policy. Combine that with the intensifying rise in globalization and one can see the truly global effects of masculine hegemony. This then expands and translates to other aspects of IR including challenging the masculinity myth within militarization.15 Elias’ final thoughts circle around where this hegemonic power originates, which clearly resonates with Robinson’s and King’s arguments about the feminine “other”. “Much of the discussion…focuses on how hegemonically masculine identities are predicated on the construction of feminine identities concerning the productive and so-called docile female worker.”16 This leads to the question: what is the relationship between knowledge and power in international politics and who has them?
What connects the world and allows these extensive networks of globalization and hegemonic masculinity to exist? Stivers poses the answer to that question as propaganda and the media.17 In reality, he believes that the media is an entity that society created, but that has taken control of the reigns. It is used to sway public opinion in whichever direction it dictates creating a mass society. In connection with globalization, this mass society extends to every corner of the world. As a result, it has successfully achieved forming society’s desired human being: a “childish conformist ensconced in the peer group, who acts unconsciously,”18 instead of the rational free-minded individual one should be. However, this can only occur with a proper form of propaganda that unconsciously and symbolically manipulates society’s emotions.19 Therefore, combining the effects of the strength of propaganda to clout the mind and the impressive masculine hegemonic tendencies that only thrive when victimized creates a very powerful force.
Despite the differences between the three world leaders that I will use to help explain the connection between innovative communication systems and abject hegemony, I seek to indicate that the idea of abject hegemony expressed by Claire Sisco King, in relation with Robinson’s idea of invisibility that allows men to remain in power, and Pettman’s input on reconstructing the male dominated IR, plays a major role in the historical reputations and representations of all three world leaders. Specifically, I want to explore the idea of ‘crises and resolutions’ that King described and how causing irrational crises and chaos is often seen as a feminist trait – an argument which is consistently used against female world leaders – in order to deconstruct the global discipline. Despite the air of femininity, white males often take said traits and accommodate them to their systems to appropriate them in such a way that makes it seem masculine, i.e. crisis through violence, war, bloodshed, and the pride that comes with fighting and winning in battle.
Adolf Hitler – Speech at the Berlin Sportspalast, January 30, 1940, Germany
To begin the analysis of masculinity in a global context, this paper will focus on one of Adolf Hitler’s most famous speeches, addressed to the German public one year after the start of World War II. This speech, along with others presented annually, outlined the leader’s goals and aspirations for the nation.20 It describes the German global position against Britain and France, and summarizes the next steps to achieving the power that Hitler pursued. Hitler is well-known for his skillful public rhetoric and his ability to strongly persuade large crowds, both of which can be seen in this speech. However, with deeper analysis, one can divulge underlying themes throughout his commentaries. The speech at hand begins by detailing the democratic nature by which he and Germany acquired their power, all the while condemning Britain’s resistance. In this section, Hitler describes the restrictions that the League of Nations and other countries placed on Germany after the conclusion of World War I, using this to propel his message of self-determination and nationalism further. He then goes deeper into British history to discredit their claims before illustrating Germany’s “right to life” and the rise of National Socialism.21
Throughout the speech, there are many instances that exemplify the hegemonic tendencies of masculinity. In various of these examples, Hitler portrays qualities that are generally considered negatively feminine.22 However, by adapting them, he converts the traits into positively masculine ones, where his masculinity is then recentralized once again. For example, an excerpt from his speech shows these qualities clearly: “Today, this other world [Britain and France] cries again: Germany must be dissolved, these 80 million people need to vanish into thin air, we must not leave them in a closed, state-like institution; because then we take their strength to assert their claims. That is the goal that Britain and France have today.”23 Overall, the quote resonates of an irrational being making irrational claims about other nations’ goals. He uses strong language that signalizes strong negative emotions – such as words like “cries”, “vanishing into thin air”, and “state-like institutions” – that are known for triggering emotional responses in people who hear them. In addition, although not using so many words, his style of speaking leads one to naturally absorb several implications. He ends the quote and the paragraph by bluntly stating that Britain and France’s main goal is to dissolve Germany, for no other reason than pure spite. Consequently, his speech is laden with emotionally-charged words and phrases, which is one of the quickest and most effective ways to persuade a public.24
Combining all of these traits from only a single quote out of his 10-page long speech, one can create a list of words to describe his character, and among these words, emotionally-driven, exaggerated, and irrational would be in the top five. As mentioned previously, these words are commonly used to describe women, especially to degrade them to a position of weakness. However, when spoken by a man, the phrases have a different effect on the population. In order for this case to truly mimic the phenomenon of abject hegemony, there needs to be decentralizing and recentralizing of masculinity, and this is visible in Hitler’s speech. The secret behind a powerful speech lies in attaining that emotional connection with the crowd, but for a man doing just so risks feminizing himself, and thus masculinity is threatened by femininity. At this point, it is decentralized and the masculine system itself accommodates to its situation by appropriating to another system. In Hitler’s case, he took advantage of the feminine traits he exudes in his speech. Once again, simply using qualities from a separate system does not characterize it as abject hegemony because the masculine is already in too superior of a position to borrow from the “other” without making it his own. Thus, the man adapts by appropriating the trait and making it masculine. For Hitler, he masks his feminist qualities behind a veil of palpable confidence, and very clearly parallels the feminine and masculine traits throughout his speech, balancing out the threat and recentralizing the system.
An example of the fusion of irrationality and victimhood typically associated with femininity and blatant confidence typically associated with masculinity can be seen side by side within the same paragraph. In the following quote, he begins by presumptuously priding in his achievements despite the many struggles Germany faced, but his tune quickly changes to an almost sarcastic, malicious, and spiteful tone towards those who stood in his way.
Everything I have created since then is geared to this goal. The Party, the Arbeitsfront, SA, SS, all other organizations, the Wehrmacht, the army, the air force, the navy, they exist not just to exist but to help fulfill our goal. Securing the freedom of our German people looms above everything else. Of course, I tried, just as I did domestically, through persuasion, through negotiating, by calling on their reason, to achieve our necessary, indispensable claims….I started warning them. What is one supposed to think, if first a treaty is signed by both parties in Munich, and then one party returns back to London and starts badmouthing this treaty and saying it is a shame, yes, when he vows that this will not occur a second time; in other words: that voluntary communication is not thinkable anymore for the future.25
Alongside his overpowering masculinity, Hitler’s Reich Minister of Propaganda and closest associate was the father of propaganda himself, Joseph Goebbels, who helped him implant his message into the country’s nationalistic ideals. As Goebbels once said: “Think of the press as a great keyboard on which the government can play,”26 and play they did. Hitler used his power to gain complete control over the bodies and minds of his citizens. Subsequently, and true to Pettman’s theories, once masculine tendencies and ideologies became part of the nationalist dialogue, they also became embedded in the IR rhetoric, and then dispersed globally, playing the keys on many keyboards worldwide.
Nikita Khrushchev – Speech on the Cuban Crisis, May 23, 1963, Soviet Union
Years later, and one year after the finalization of the Cuban Missile Crisis, Nikita Khrushchev addressed a speech to commemorate the friendship shared between the people of the Soviet Union and the Republic of Cuba. In this speech, he summarizes the events that led up to the tense 13-days of possible nuclear war. In it, he characterizes the Soviet Union as a peace-loving unity and the United States as an imperialist power from the very beginning, so it is very clear on whom he places the blame. He concluded his speech by releasing a statement warning about the continuing threat that America poses in yet another possible Caribbean crisis that would be far more impossible to cease. Not only was the war a clash between the two strongest powers at the time, it also incited a massive battle between the socialist and democratic theories of social organization that still remain in place today. This turned the crisis into a global conflict forcing foreign affairs institutions from either side to exercise their power in diplomacy. Although Khrushchev typically was rather adept at expressing his strong opinions in a respectable manner – such as his Secret Speech in 195627 – he lost these esteemed qualities during the Cuban Missile Crisis.
Throughout his speech, there is obvious distaste towards the United States, going even as far as to blame America for the initiation of the stressful period. While at first glance his comments may seem understandable and maybe even acceptable, they highlight similar qualities to that of Hitler’s speech. His response to the crisis a year later showed signs of immense fury and wrath towards may facets of the American government, including the military. There are over 20 distinct words repeated in the 3-page section of the speech that negatively illustrate the United States, including naming the government belligerent, bellicose, an imperialist power, and its pledges, perfidy. In addition to the aggressive name-calling, Khrushchev makes dangerous implications about the United States’ intentions and future plans to bring “untold suffering, sacrifice and destruction to people of every country.”28 Furthermore, Khrushchev maintains a tenacious metaphor throughout directly associating socialism to peace and imperialism to war, lauding Soviet efforts whilst condemning those of the Americans. “The Caribbean crisis was one of the sharpest clashes between the forces of socialism and imperialism, the forces of peace and war in the entire post-war period.”29 This was after already implanting the notion of American imperialism into the audience’s mind. “Today, six months later, the extent of the danger threatening peace as a result of the treacherous actions of the aggressive forces of American imperialism has become even clearer. At that time, the bellicose circles in the United States took steps which brought mankind to the brink of world thermonuclear war.”30
There are countless examples from the speech outlining the impassioned response Khrushchev had to the United States, and every one depicts the continuous irrational embellishments on the situation. Like Hitler, these are traits that are often used to describe women, but are found here instead and in a different light. One example of an extremely heated phrase indicates the complete animosity Khrushchev felt for the United States: “The unity and solidarity of all peoples who came together to repulse the most aggressive and reckless imperialist circles tied the hands of those who were ready to doom millions of people to death and destruction just because of their own selfish interests.”28 In addition, it highlights Khrushchev’s emotional and unreasonable thought-process claiming that the United States was willingly creating global yet egotistical chaos. Also like Hitler, these statements appeared alongside commentary that portrayed the Soviets as saviors. “…thanks to the firm stand of the Cuban Government headed by Comrade Fidel Castro, the fighting solidarity of the Cubans, the military might of the Soviet Union and the powerful political and moral support of the socialist countries and all the peace-loving forces which joined the united front to defend the heroic Island of Freedom.”31 This exemplifies the masculine ability of transforming features from other systems into truly masculine-defining components, once again. Yet, hearing these proclamations from a woman would spark a completely different response from the public, one that doesn’t mimic the praise for Khrushchev’s strength and determination for his country.
While there are no apparent examples of victimhood in this speech as there were in Hitler’s speech, Khrushchev does instill a sense of danger and threat from the American government into his people. He believes that the United States are planning an upcoming analogous attack with greater repercussions. “From this it is obvious that if the Government of the United States of America does not firmly adhere to the agreement which has been reached and aggravates the situation, peace may hang by a more slender thread than at the time of last year’s Caribbean crisis.”32 This places him in a submissive position to the American powers, one that is, once again, associated with femininity. However, while a female in said position is normalized, a man is not. Therefore, this threatens his masculinity, decentralizing it, and requiring recentralizing the system to ensure the conservation of his existence, which is done by flaunting the Soviet ability after originally outlining its weakened position. “If this happens we shall be obliged to carry out our international duty, our pledges to the fraternal Cuban people and come to their aid. We declare with the utmost gravity ‘Don’t play with fire, gentlemen and don’t play with people’s destinies!’”33
Donald Trump – Recognizing Jerusalem as the Capital of Israel, December 6, 2017, US
On a slightly different scale, Donald Trump’s platform where his masculinity is threatened lies with the public. Also, the decentralization of his masculinity is not as clearly apparent as the other two examples due to political and social complications rendering Trump a special case. In addition to that, analyzing Trump’s speeches are challenging enough because he does not author almost of his speeches, especially if they are about a sensitive subject, so they do not necessarily reflect his manner directly. This happened with his UN speech and is rather easy to detect given the obvious difference between the equitable nature of those speeches versus the demagoguery rhetoric within speeches he wrote.34 Yet, by understanding his political position – his role as president – and his societal character – the control he has over his supporters – the recentralization becomes apparent.
Trump is known for his blunt and fearless manner when speaking about sensitive topics and controversial issues between Democrats and Republicans. He prides in differentiating himself from other politicians in that he renounces any form of diplomatic dialogue. In doing so, he connects with his supporters in ways no other politician has been able to before. “His adherents imagine themselves as victims of a political tragedy centered around the displacement of a ‘real America’ from the political center by a feminized political establishment.”35 In other words, the message he sends his supporters is that over the years, the “real America” has been threatened by the political establishment – Washington, DC – and everyone is a victim to the defeat that has overcome the United States. Needing to conform as a politician threatens his masculinity to victimhood by creating clear definitions for what white masculinity should be, which ultimately, eliminates the system’s power over the “other”. By distinguishing himself as a “for the people” leader, he is already combatting the threat to white masculinity that Washington places on him. This is because by excluding himself from the norm, he is re-blurring the margins that define his being. Therefore, by making insensitive, unpopular, and hypocritical comments, he is recentralizing his masculinity.36
Thus, with a clearer understanding of Trump’s victimhood, one can examine his speeches for instances of incomprehensible statements (both literally and morally), which denote his hegemonic masculinity. Within the past month, Trump and the White House released a statement declaring Jerusalem the capital of Israel where the US Embassy will now move to from Tel Aviv. The repercussions this proclamation holds will be tremendous for the coexistence of Israelis and Palestinians and the future agreement on a peaceful resolution to the 70-year conflict. Only time will tell whether the consequences will be positive or negative, but many world leaders have already publicly opposed his decision.37 Therefore, the existence of this speech alone exemplifies the incongruous nature of Trump’s political opinion and career.
There are many examples of hypocritical statements even within a speech that was not written entirely by Trump. To begin with, Trump introduces the Jerusalem Embassy Act of 1995 that was passed by Congress, and explains the reasons why the three subsequent presidents all refused to implement it. It is then followed by his official declaration of Jerusalem as the capital.38 This is another example of Trump normalizing something that various others have not. Furthermore, he organizes the phrases: "…they failed to deliver,” and “Today, I am delivering,” directly one after the other creating yet another sharp divide between Washington’s political environment and himself. These are all minor occurrences that most often go unnoticed, but once realizing the power that Trump is constantly re-ensuring in himself, these phrases become greatly significant, despite their simplicity.
Nevertheless, Trump’s speech does not only contain trivial phrases that become meaningful depending on the context; he also blatantly contradicts himself. Throughout the entire speech, he describes Jerusalem as the fundamental city for Israel, stating the different meetings and governmental affairs that take place there. In doing so, he highlights the complete control that only Israel has over the city as his argument:
Today, Jerusalem is the seat of the modern Israeli government. It is the home of the Israeli Parliament, the Knesset, as well as the Israeli Supreme Court. It is the location of the official residence of the prime minister and the president. It is the headquarters of many government ministries. For decades, visiting American presidents, secretaries of State and military leaders have met their Israeli counterparts in Jerusalem, as I did on my trip to Israel earlier this year.39
Even the title of the speech causes one to assume the total authority the Israeli occupation has over the city. This leads one to further logically assume that on the other hand, the Palestinians have little, if no, power within the capital. Yet, seconds later, he states that the United States supports a “two-state solution” and does not want to impede on “the boundaries of Israeli sovereignty in Jerusalem.”40 Contradictorily so, by simply declaring Jerusalem as Israel’s capital after certainly witnessing the domination Israelis currently have over the city, the United States is already interfering in the city’s sovereignty and it is neglecting the possible two-state solution. Trump later reaffirmed that “Jews, Muslims and Christians and people of all faiths [in Israel] are free to live and worship according to their conscience and according to their beliefs,”40 but this is also not possible. If Palestinians had no freedom within the city before the possession of the capital – as can be seen by Trump’s previous arguments –, how will they now, that their already minimal privileges have been rescinded?
Conclusion
In conclusion, masculine hegemonic strength is visible in every realm of life, particularly, international politics. Not even the thriving minority classes dampen the privilege of white masculinity; in fact, they bolster it. Their definitively structured systems and the increased dissemination of their existence worldwide that allows the “other” to obtain powerful leadership positions, are the exact causes to threatened masculinity and their victimhood. In blossoming, minorities are simultaneously providing white males with further ammunition to continuously and endlessly overpower everyone. Similar to the common cold, masculinity uses the threats from external sources to reinvent themselves so that their every appearance never simulates those of the past. Each instance of straight white male domination is a culmination of very distinct features from a plethora of different already-established class systems.
Throughout history, there are various examples of world leaders exercising their capacity as white males to remain in power. Some of the most prominent ones were discussed in detail above – Hitler, Khrushchev, and Trump – but the list is endless. Furthermore, the continuous advancements in communicative technologies allowed these tendencies to not only spread within a nation, but worldwide, as well. This is reinforced by the rapidly increased impacts of globalization. Demonstrated above, Hitler’s hegemony allowed him the power to transform the nation and inflict a disastrous war on the world. Khrushchev similarly reorganized the political playing field and participated in strengthening the enmity between two great powers. Lastly, the extent of Trump’s ingenious rise to power and continued influence over the United States and the world elucidate the immense impacts of hegemonic masculinity in its entirety.
Endnotes
1 Sally Robinson, Marked Men: White Masculinity in Crisis, (New York: Columbia University Press, 2000),1
2 Ibid., 3.
3 Claire Sisco King, “It Cuts Both Ways: Fight Club, Masculinity, and Abject Hegemony,” Communication and Critical/Cultural Studies 6, no. 4 (2009): 367.
4 Ibid., 368.
5 Ibid.
6 Ibid., 370.
7 Ibid., 374.
8 Ibid., 371.
9 Jan Jindy Pettman, Worlding Women: A Feminist International Politics, (London: Routledge, 2002), viii.
10 Ibid.
11 By the rules of masculinity.
12 Jan Jindy Pettman, Worlding Women: A Feminist International Politics, (London: Routledge, 2002), ix.
13 Francesco Maria Morettini, “Hegemonic Masculinity: How the Dominant Man Subjugates Other Men, Women and Society,” Global Policy (2016).
14 Juanita Elias, introduction to “Hegemonic Masculinities in International Politics,” Men and Masculinities 10, no. 4 (2007): 384.
15 Ibid., 385.
16 Ibid.
17 Richard Stivers, “The Media Creates Us in Its Image,” Bulletin of Science, Technology & Society 32, no. 3 (2012): 202.
18 Ibid.
19 Ibid., 207.
20 Adolf Hitler, “Speech at the Berling Sportspalast” (1940).
21 Ibid.
22 Feminine qualities that are seen as weaknesses.
23 Adolf Hitler, “Speech at the Berling Sportspalast” (1940): par. 20.
24 John Gareis and Ellen Cohn, Communication as Culture: An Introduction to the Communication Process, (Dubuque: Kendall Hunt Publishing Company, 2013).
25 Adolf Hitler, “Speech at the Berling Sportspalast” (1940): par. 22.
26 Joseph Goebbels
27 The Secret Speech was a speech addressed to a closed party with invitation only in 1956 that refuted Stalinist ideals and proclaimed the success of adhering to Leninist policies. It was presented shortly after Stalin died and was remained private so as to not incite controversy and alarm among citizens who, controlled by the intensity of Stalin’s rule, still mourned his death.
28 Nikita Khrushchev, “The Cuban Crisis,” To Avert War, Our Prime Task (1963): 49.
29 Ibid., 48.
30 Ibid.
31 Ibid., 49.
32 Ibid., 50.
33 Ibid.
34 James Hohmann, “Why Conservatives Loved Trump’s U.N. Speech So Much,” The Washington Post, (2017).
35 Paul Johnson, “The Art of Masculine Victimhood: Donald Trump’s Demagoguery,” Women’s Studies in Communication 40, no. 3 (2017): 230.
36 Ibid., 231.
37 Jason Horowitz, “U.N., European Union and Pope Criticize Trump’s Jerusalem Announcement,” The New York Times, (2017).
38 Donald Trump, “Recognizing Jerusalem as the Capital of Israel” (2017): 1.
39 Ibid., 1-2.
40Ibid., 2.
Works Cited
Elias, Juanita. Introduction to “Hegemonic Masculinities in International Politics.” Men and Masculinities 10, no. 4 (2007): 383-88.
Gareis, John W., and Ellen R. Cohn. Communication as Culture: An Introduction to the Communication Process. Dubuque, IA Kendall Hunt Publishing Company, 2013.
Hitler, Adolf. “Berlin Sportspalast.” Speech (1940). Retrieved from: World Future Fund.
Hohmann, James. “Why Conservatives Loved Trump’s U.N. Speech So Much.” The Washington Post. September 20, 2017.
Horowitz, Jason. “U.N., European Union and Pope Criticize Trump’s Jerusalem Announcement.” The New York Times. December 06, 2017.
Johnson, Paul Elliott. “The Art of Masculine Victimhood: Donald Trump’s Demagoguery.” Women’s Studies in Communication 40, no. 3 (August 03, 2017): 229-50.
Khrushchev, Nikita S. “The Cuban Crisis.” To Avert War, Our Prime Task (1963): 48-50. Moscow: Foreign Languages Publishing House. Retrieved from: Centre Virtuel de la Connaissance sur l’Europe.
King, Claire Sisco. “It Cuts Both Ways: Fight Club, Masculinity, and Abject Hegemony”. Communication and Critical/Cultural Studies 6, no. 4 (2009): 366-85.
Morettini, Francesco Maria. “Hegemonic Masculinity: How the Dominant Man Subjugates Other Men, Women and Society.” Global Policy. October 27, 2016. Accessed November 16, 2017.
Pettman, Jan Jindy. Worlding Women: A Feminist International Politics. London: Routledge, 2002.
Robinson, Sally. Marked Men: White Masculinity in Crisis. New York: Columbia University Press, 2000.
Stivers, Richard. “The Media Creates Us in Its Image.” Bulletin of Science, Technology & Society 32, no. 3 (2012): 203-12.
Trump, Donald. “Recognizing Jerusalem as the Capital of Israel.” Speech. The New York Times. December 6, 2017.
Segundo Premio Ensayo corto en inglés
Can We Know the External World Within Hume’s Epistemological Theory?
Autor: Juan María García Heslop
Bachelor in Data and Business Analytics
INTRODUCTION
THE EXTERNAL WORLD
You are now in front of a sheet of paper. The black color of the letters you are reading stands out against the white paper on which they are typed out in. As you hold it, its surface feels smooth to your finger’s touch, and the paper slightly bends, producing a rustling sound. You have now undergone three sensorial experiences which together point to the fact that you are indeed holding a sheet of paper. And, as a pseudo-logical conclusion, you would readily admit that this mental image constructed by your experiences actually describes a paper that is out there, half a meter before your eyes, existent beyond yourself. This reasoning not only applies to this sheet of paper, if not to everything that surrounds you and the paper as well: the table under it, the chair in which you now sit, the walls enclosing the room; it is your pragmatic assumption that all of these objects as well exist out there, in a world which is, independently of your mind. This seemingly cogent conclusion forges the commonsensical realist perspective of the external world we all have, and probably the only one we can cope with. However, after placing this reasoning under the lens of empiricism, you might reconsider your beliefs: for although all your senses point to it, although you see the sheet tangibly lying in front of you, although you want to assert that it is indisputably and irrefutably there and that you know it... what is your evidence? Are you now in front of a sheet of paper? And, even if you are, can you actually claim to know this sheet of paper?
Substitute "sheet of paper" for "external world" in these questions being asked and you arrive at one of the most disputed issues that have ever plagued philosophy. For a long period of time, philosophers attempted to resolve these doubts by dealing with the branch of metaphysics; until, in 1738, Scottish empiricist David Hume posed his criticism of metaphysical reasonings, and struck philosophy at its core.
HUME’S ENTERPRISE
In the introduction to his magnum opus, A Treatise of Human Nature, Hume claims that philosophy was astray. The war in search for wisdom was being won by "trumpeters, drummers, and musicians" (Hume, 2016, p.ix) instead of "men at arms, who wield swords and pikes" (Hume, 2016, p.ix); eloquence was being favored over rationality. The outcome was widespread praise for abstruse "metaphysical reasonings" (Hume, 2016, p.x) which lacked, according to Hume, a reliable foundation. In order to build philosophical theories on trustworthy grounds, he held that philosophy had to “march up directly to the capital" (Hume, 2016, p.xi) of issues, to the core where all doubts stem from: human nature. Hume thought that by "enquiring seriously into the nature of human understanding" (Hume, 2007, p.8) he would grasp the limitations of human knowledge, which would be used as the underpinning for his empirically substantiated philosophical system. Before claiming to know, it is evident that we should know how and what we can know. To be able to fulfill this undertaking, Hume introduced the scientific methodology into his epistemological endeavor: as Isaac Newton had done with the cosmos, tracing the movement of far-away stars in the unknown universe, Hume would do with the human mind and would thus create a "science of man" (Hume, 2016, p. x). Instead of focusing on the objects in-themselves as a foundation, which is the path taken by most metaphysical theories, Hume focused on the objects but only by building a thorough understanding of the subject first. He would only define what is after delimiting what we can know about what is, and took an inverse path, building his ontological theory only after his epistemological one.
His rigorous empirical enterprise was not met with the beauty that Newton's was though. Hume discovered that the limits of our human capacities do not extend as much as we previously thought they did. Thus, when the boundaries of knowledge were traced, they were too short to encompass knowledge of the external world. He found no empirical evidence to corroborate our ability to cognize reality and find "whether they [our perceptions] represent nature justly or be mere illusions of the senses" (Hume, 2016, p.61), and thus, knowing the external world as it is was precluded from our capacities. As Robert Sokolowski most notices in his interpretation of Hume, this disturbing conclusion "leaves man entirely alone" (1968, p.225), a prisoner of his subjective experiences.
Facing such a distressing scenario, one would expect Hume to produce a solution to substantiate our ability to know, but instead, he offers a destructive conclusion. Against such well-grounded skepticism, he claims "carelessness and in- attention alone can afford us any remedy" (2016, p.156). But, how can we simply ignore this? Can we live while being aware deep down of that solipsistic individualism that clutches us into radical subjectivity? Can we live while knowing our impossibility of knowing? In light of these troublesome conclusions, this essay will examine the possibilities of knowing the external world within the knowledge framework that Hume constructs in A Treatise of Human Nature (2016).
BODY
HUME’S EPISTEMOLOGICAL THEORY
After carefully observing human behavior, Hume inducted the way in which our mind works, and concluded as a radical empiricist that we can only know through experience. After receiving data immanent from the external world, we are struck with intelligible so-called impressions of it. By making copies of these impressions, we create ideas, which establish the basis for our thinking. This was the point of departure for his empirical theory: necessarily, "all our simple ideas in their first appearance are deriv'd from simple impressions" (2016, p.3). This implies that, as all of our ideas inevitably require a preceding impression to exist, the universe of our imagination is bound to past experiences.
This process occurs internally, but what about what happens externally? Our curiosity inexorably leads us to ask ourselves what is it that lies beyond it. Throughout our daily lives, we pragmatically uphold that the external world and the internal one, forged by our impressions, are one and the same. As Hume asserts: "almost all mankind (...) take their perceptions to be their only objects, and suppose, that the very being, which is intimately present to the mind, is the real body or material existence" (2016, p.148). We readily believe that our impressions, caused by the raw data immanent of the external world, exactly describe the tangible world being represented. Not only do we assume this, but we also hold that this intelligible physical reality exists independently of the subject that conceives it. Even if we close our eyes and even if we cease to exist, this world will continue its existence unaffectedly. It is inevitable that we, in our daily lives, believe in this paradigm, coined Direct Realism, but, at a philosophical level, is this cosmovision substantiated?
Hume thought otherwise, and thus, he set off to falsify our assumed Realist position by skeptically proving that we cannot assert anything about external existence, not even that it exists. To reveal the inadequacy of Direct Realism, he argued that our impressions of the external world do not represent it objectively, but subjectively. This is made evident in the biology behind sense perception: the cones in our eyes interact with electromagnetic waves immanent from the external world which, after being filtered through our biological and psychological interpretative systems, yield the impression of red, blue, and any color. However, these qualities are not intrinsic to the external world, but to us, for color only is within ourselves. As Richard Rorty states: "the world does not speak" (1989, p.6), it has no color as we know it, nor has shape or form, it has no sounds to be heard of and no heat nor cold; "only we do [speak]", (1989, p.6) and by doing so, we induce it to acquire the qualities we perceive in our subjective impressions.
The fact that we do not access reality directly, but can only regard it in terms of subjective indirect representations creates a "double existence, internal and external, representing and represented" (Hume, 2016, p.147). Therefore, following Hume’s pivotal premise, as nothing other than subjective perceptions can be present to the mind, "we never really advance a step beyond ourselves" (Hume, 2016, p.48) and thus cannot even hope to conceive the objective external world. This reasoning creates a dichotomy between representation and reality, between what subjectively appears and what objectively is. Both poles extend as two parallel worlds that cannot be amended, for the gulf that sets them asunder, which is the empirical limit to our human understanding, preclude us from ever being able to jump from the subjective to the objective. Even if we attempted to jump, it is our own very condition of being human that would betray us, making us trip midway into nothingness.
The logical consequence that this division entails is not favorable. Hume assumed that in order to know the external world, we would need to know it as it is, without a subjective lens. As this is impossible because of our condition, the only way of knowing it then would be to determine a correspondence between our perceptions and reality. This widely endorsed philosophical precept is named The Correspondence Theory of Truth, and argues that "truth consists in a characteristic relation to reality" (David, 2016). By unconsciously using this principle as a basis for evaluating knowledge, Hume arrived at a crossroad. The raw external world is inconceivable because we have no experience of it, thus making it impossible for us to determine the truthfulness of our perceptions, which in turn precludes us from ever knowing external existence. Hume’s conclusion dooms us to walk the subjective map within our minds, unable to assert anything about the ontology of the universe, thus, unable to know the external world.
HUME’S DESTRUCTIVE PRESUMPTION
We cannot simply just assent to this troublesome solipsistic conclusion. Fortunately for us, after a closer and a deeper evaluation of Hume's seemingly well-built arguments, fissures in its logic appear. Albeit his seemingly sound line of argument, there appears to be a conflict: is Hume not actually upholding Realism while trying to debunk it? For, how can he assert that there is a "double existence" (Hume, 2016, p.147) and at the same time support that one of these existences is beyond the reach of human understanding? This is antithetical to his whole empirical discourse, for it outright contradicts his starting point by assuming the existence of a world that humans have no experience of. This presumption is born when, in his denial of Realism, Hume only attacks Direct Realism, whilst keeping the realist presumption present in the Indirect Realist theory he proposes. He thus entered a paradoxical stance: the belief in a material world that cannot be vindicated through experience. As professor John P. Wright argues in his exhaustive analysis of Hume's philosophy, "Hume's skepticism is based upon the assumption that there are independent external objects" (1983, p.54), for his "acceptance of an indirect realist theory of sensory perception, (...) far from undermining such a theory, as is so commonly thought, (...) is intimately bound up with his acceptance of its truth" (1983, p.49). This is made evident when Hume states "it is in vain to ask, whether there be body or not? That is a point which we must take for granted in all our reasonings" (Hume, 2016, p.134). His whole inquiry does not question the nature of these bodies, that is, the external world, in itself, but all the while presumes external objects to be transcendental and mind-independent, to the extent that the external world is raised to the status of absolute truth. He refers to it as a "real, continued, and independent existence" (Hume, 2016, p.163). It is no coincidence that this description parallels Plato's account of the unintelligible "Realm of Forms", a depiction that bestows upon the external world a quasi-divine character. This way, he deviates from his purely empirical epistemological grounds and makes metaphysical claims he initially set out to contradict. However, although Hume retains Platonic ontological dualism, he denies all access to the truthful reality Plato had allowed an entry to. Then, it is evident that after having placed this absolute truth in a plane that is independent and inconceivable by the human mind and having defined knowledge as the correspondence between this plane and human's subjective representations of it, knowing the external world is precluded from our capacities.
This reasoning is plausible within the epistemic grounds he built from when assuming Indirect Realism. However, as was stated, these grounds are not only uncorroborated in Hume’s Treatise, but more importantly, erratic with its underlying empirical foundation. The root of the conflict with knowing then resides in the Realist nature posited in the external world which is never once questioned. By assuming the existence of objects, he leaves his starting point, the subject, aside. Therefore, instead of conjecturing this empirically unsubstantiated metaphysical notion, we have to return to the core of Hume's epistemology – humans - and consider our place in the ontology of existence. Instead of taking "for granted in our reasonings" "whether there be a body or not" (Hume, 2016, p.134), we must enquire into the nature of these objects, but through the subject, and only after having determined their relationship can our ability to know the external world be evaluated.
SUBJECT – OBJECT RELATIONSHIP
PASSIVE SUBJECT
In order to define the relationship between the subject and the object and not simply accept Realism, it is necessary to go to the root of the doctrine that initially created this dichotomy: science. As Einstein pointed out, "Philosophy is empty if it isn't based on science. Science discovers, philosophy interprets" (1983, p.98). In our present case, Rene Descartes and Newton discovered, and Hume interpreted.
Over a century prior to Hume, based on scientific exploration, Descartes dissociated the "mind" from the physical world and left the subject utterly sundered from the external world. In his Meditations on First Philosophy, he writes that "It is certain that I am really distinct from my body and exist without it" (1984, p.54), and so vice versa. He dichotomized the subject, a nonphysical thinking substance, from the world of objects he inhabits, and attributed to both independent existences. Realism, and its conception of objects as existent in themselves, regardless of someone observing them, was thus born. This notion permeated into our commonsensical perspective of the world. For example, we believe that although one may not be able to see inside a box, its contents are determined, and exist “there”, in a fixed position, thus, the experience that one has with it does not alter its content. The subject's perception of objects is then deemed as passive, for it has no influence over the object's ontology. In having perception occur in an abstract plane, Descartes established the dualist paradigm that gave rise to Newtonian Mechanics. As Hume was profoundly influenced by Newton, this regard for a passively perceiving subject pervaded his epistemology. Hume rejects the notion of substance that Descartes initially proposed, albeit he keeps the idea of the subject as alienated from an absolute world.
However, this conception of the subject presents a substantial flaw: how can our perceptions exist abstractly from the independent physical realm, and still have a causal influence on physical bodies? This theory alienates the subject from its immediate reality by breaking its relationship to the objects, placing it beyond the external world. However, how can the subject have an effect on the physical from the beyond? The theory does not corroborate the jump from one plane of existence to the other, thus demonstrating the limitations of conceiving existence as the dichotomy between two independently existing realities. This falsifies Hume's axiomatic regard of this cosmovision that brought forth his destructive conclusions. The deficiency of this theory then leads us to look for new outlooks on our condition as subjects.
Fortunately, science had come a long way from Descartes's and Newton's conception of the external world. Going back to the quote of Einstein: science has discovered a lot since Newton, but philosophy has failed to keep itself wholly updated in its interpretations. As scientists kept delving deeper and deeper into the structure of matter, the “objects” got more and more abstruse, and physics required a new paradigm to conceive them. This gave rise to the field of Quantum Mechanics, whose physical notions question the deeply embedded Realist take on external objects that Newtonian Mechanics was biased by.
ACTIVE SUBJECT
In order to explain the 20th-century scientific discoveries, it is inevitable to refer to the particle which was partly to blame for them: the electron. This elusive particle exists in the periphery of the nucleus of atoms: the nanoscale specks that constitute matter. In 1913, Niels Bohr, "still using Newtonian Mechanics, set the basis for a new quantum description of matter" (Caruso & Oguri, 2008, p.1), and modeled the electron as a point object that occupies a fixed place in the universe, independently of the subject that conceives it. This idea, consistent with the Realist paradigm, was contradicted by empirical evidence, and it was Erwin Schrodinger who proposed the new atomic model.
In his Electron Cloud Model, electrons are not point particles that exist in a fixed place at a given time; they are not even particles, but entities that present particle and wave characteristics. The revolutionary aspect of this idea is that, differently from Bohr's model, electrons for Schrodinger do not occupy a place in space, but exist simultaneously in different positions at the same time. This fundamental principle of Quantum Mechanics referred to as superposition, bluntly proposes that the position of an electron in the external world is not ‘here', or ‘there' as Realism would hold, but the conjoined probability of both possible states of existence. A subject that measures the position of an electron would not see all the possible states of existences of the electron though, but only one. This is because, although the electron has no definite ontological place in the external world, when measuring it, the subject forces it to take one state, determining its place.
The implications that this mind-boggling idea has in our macroscopic understanding of the universe can be understood through a renowned thought experiment referred to as "Schrodinger's Cat". In simple terms, the experiment consists of a cat that is inside a closed box alongside a radioactive substance with a fifty percent chance to decay, and a fifty percent chance not to. If it were to decay, poison would be released, and thus the cat would die. By following the Newtonian Mechanical interpretation of the world that Hume assumed, one would argue that, although a subject cannot see inside the box, the cat inside of it is either dead or alive, for its state of being is independent of the observer. However, when considering the Quantum Mechanical interpretation, things get more complicated. At a nanoscale level, the radioactive particles are superposed in a state of decay-nondecay, and until an observer perceives them, this state of being will continue to be undefined. In a staggering way, these states translate into the macroscopic world of the cat, for the particle's decay directly determines the cat's being. Therefore, without a subject to determine the system's ontology by opening the box, the cat is neither dead nor alive but superposed in a state of deadness-aliveness. This does not simply mean that there is an equal possibility of the cat being dead or alive, but that the cat is actually existing simultaneously in these two states at the same time, and will continue to do so until a subject determines its ontology. The cat then only is in the eyes of a subject, for its ontological state is determined relationally to it. This new outlook of the subject-object relationship breaks down the traditional Classical Mechanistic outlook of the cat as an absolute entity, for it asserts that its state of being is not posited in-itself, but in-the-subject that perceives it.
By applying this reasoning to every object, the regard of the external world as an a priori, absolute reality that exists independently of the subject collapses, and is displaced by the understanding of it as the superposition of all possible states of existences, not determined inherently, but to be determined by the observing subject. Within this new model, the act of perceiving loses its passiveness, and becomes an active act, for only through the perceiving subject can the undefined external world be defined. The fault that arose out of the dualism that the passive subject produced is then eradicated by conceiving the subject as active, for, in this new conception of perception, the mental has a direct influence over the material. By perceiving we create, we shape, and we mold the universe, we become craftsmen of our own reality, interpreters and at the same time authors of the world we inhabit.
This new outlook of the subject radically changes the answer to our question, for, as our impressions are not merely passive representations of a reality that exceeds them, but active descriptions determinant to it, the represented, that is, the external world, and the representations, that is, our subjective impressions, are equated. This is so because, as active perceiving subjects, we determine one possible way of manifestation of the infinite array of possibilities that the external world has to offer. Therefore, by evaluating our ability to know this redefined external world with respect to the Correspondence Theory used by Hume, as there is a correspondence between our impressions and the world they represent, it can be stated that we can indeed know the external world.
CONCLUSION
Hume's epistemological theory inhibits us from knowing the external world because of its acceptance of Indirect Realism as a truth. By placing truth in the absolute external world, dooming us to interact with only subjective representations of it, and defining knowing as the correspondence between this absolute and our representations, knowing the external world was impossible. However, by evaluating this conception of the external world from its roots, that is, the subject, it was found that it was the perceptual passiveness inherent to the subject, framed by Newtonian Mechanics, that doomed this conclusion. As this conception of the subject presented many flaws, a new one was required, which stemmed from the philosophical implications of contemporary scientific advancements. These pointed to the fact that perception is not passive, but an active agent that directly intervenes in the state of being of the external world. It is through this redefinition of the external world, as the superposition of all possible states of being to be determined by the subject, that the answer to the question changes. Truth is now posited in the relative external world, and, as our subjective impressions of it actually determine its state of being, there is a correspondence between the represented and our representations, thus making knowing the external world possible within Hume’s epistemology.
In the end, you can say that you know the sheet of paper in front of you, but this optimistic reward came at the great cost of the paper actually being in front of you. The preposition “in front of” only holds for an entity that is beyond oneself, and, after having stripped the sheet’s independence away, it cannot be used to describe the sheet. This is because, in losing its absolute character, the sheet has become relative in nature, thus following the same destiny that befell many entities we conceived as absolute. In our postmodern era, Myths have been falsified, God has been murdered, Nature has been deconstructed, Truth has been democratized, Time has been relativized, and now, when one thought skepticism could not advance any further, the External World, that last tangible certainty we dearly clung to, has been reduced to possibility.
So, the problem of knowledge was solved, but its solution implicated this deeper problematic. This is why, it might be that Hume was correct all along, for "carelessness and in-attention alone can afford us any remedy" (2016, p.156). In spite of logic and rationality, and even despite philosophy, we need the external world to be absolute, we need it to be a real-world of objects in order to withstand our existence. So, “be a philosopher... ” (2016, p.6), question the existence of the sheet of paper and of the table under it, question the being of the walls that enclose you; however, be that as it may, you will eventually need to cope with life, so “... amidst all your philosophy, be still a man” (2016, p.6).
BIBLIOGRAPHY
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Tercer Premio Ensayo corto en inglés
Sport Diplomacy: bringing international relations to a new level
Autor: Alexandra Eleferenko
Bachelor in International Relations
One famous proverb says: “everything new is well-forgotten old”. The concept of sport diplomacy emerged in the early 2000s (European Commission, n.d.). It implies development or normalization of relations between countries with the use of sport. The paradox of sport diplomacy is that it is so new, yet it is so old, as the first attempts to promote globalization through sport could be traced back to 1896, when the Olympic Games were restored with a purpose of having international competition and bringing people from different countries together (Greek Boston, n.d.). Real attempts to reconcile states with the use of sport were made in the last century. However, the actual concept that describes this practice is very modern.
Every day, countries interact to discuss foreign policy issues, social, economic, and military problems. To boost the effectiveness of these discussions, a range of diplomatic instruments were and are used nowadays. For example, they can include financial assistance, such as the Marshall Plan, to help Europe recover after the Second World War. They can also exist in a form of mediation, mutual country visits, arbitration groups, etc. However, the international community still does not fully realize the potential of sport to solve political issues. It is unbelievable, but a fun team game such as cricket can relieve a situation where two countries are ready to go to war, even if this effect is not long-lasting.
The relationship between sport and politics as a subject for research has nevertheless long been neglected (Levermore & Budd 2004). Active research on this topic started only in the 2010s. Even mainstream academic disciplines have overlooked this interesting connection between sport and diplomacy for too long. There are two main reasons that could explain the situation. Firstly, sport might not be perceived seriously, possibly because it is more associated with leisure. Secondly, there might be a general lack of interest.
Therefore, this essay is aimed at attracting greater interest in sport in analyzing countries’ foreign policies, contributing to already existing research, and exploring the benefits of sport diplomacy to improve international relations.
The argument of this essay is that sport on its own is not able to solve political problems. However, finding a common passion for a particular type of sport can help to preserve the security of citizens of rival states and their neighbors, as well as to promote universal and essential social values.
International sports organizations as diplomatic actors
International sports organizations (ISOs) are crucial in moving the idea of sport diplomacy forward. There is a need for such organizations because they can serve as bridges to connect people, enhance globalization, promote universal values, and promote global solidarity in achieving collective goals.
Not a lot of research is specifically dedicated to the study of ISOs as diplomatic actors. However, the role of The International Olympic Committee (IOC) is becoming recognized as increasingly important. The IOC and regional IOSs promote international peace and tolerance through athletic exchange. Individual member states often act as diplomatic delegations representing their interests. The IOC has constructed a parallel universe of global power that shadows realities of political diplomacy, although it does not mimic them exactly (Black & Peacock 2013). Moreover, the IOC collaborates with the UN and thus helps to spread the acceptance of sport as a means to promote sustainable development goals. As former UN secretary-general Ban Ki Moon said, “Olympic principles are UN principles” (Lekha 2021).
The IOC played an important role in history. For example, during the Cold War, when tensions between the US and the USSR were very serious, the Olympic Games still provided a stage for both countries to demonstrate their strengths without violence. Additionally, the IOC worked hard to bring women into the world of sport. Women were finally admitted to the Games in 1924. 2012 became the first year when every single delegation sent at least one woman to participate. This is a significant progress in the achievement of universal equality. Thanks to the IOC, countries transformed their views on more vulnerable social groups. Moreover, in 2016 a first ever refugee Olympic team took part in the Olympics. This allowed not only to bring the refugee crisis into the spotlight but also gave people the chance to show their strengths regardless of their political or social status (Lekha 2015). Inclusiveness is a feature that makes the Olympic Games a truly revolutionary diplomatic tool.
The role of FIFA seems to be a more controversial one. Although its main principle is to be politically neutral, there were a few occasions where FIFA intervened in the state’s policy. However, on the other side, this intervention is not meant to be destructive at all. It is usually aimed at stopping states from making political decisions that affect sport, for example, political bodies taking control over national sports federations.
Another issue is related to human rights, since, on some occasions, the poor human rights record of a country has resulted in negative consequences for international sport. FIFA is determined to have member states that are politically neutral and autonomous, and there were a few cases when the organization suspended football federations because of political interference. Some examples can be Azerbaijan in 2003, Guatemala in 2004 and Cameroon in 2013 (Kobierecki 2019). Being politically neutral is essential for a national sports federation to avoid discriminating and unfair practices that government might insist on. This, in turn, helps the world of sport to consolidate a peaceful environment where every member of the sports community can feel comfortable. FIFA obviously does not have any power to exert direct pressure on governments, however, such suspensions soon lead to changes in government policy in line with FIFA’s expectations.
FIFA sometimes can help to improve political dialogue. For example, when South Korea and Japan were chosen to host the FIFA World Cup in 2002, both countries used this event to start a dialogue and improve their historically problematic relationships. Even though there were disagreements about the choice of symbol, name of tournament and locations of important matches, the event still created a base for improvement in bilateral relations (Trunkos & Heere, n.d.).
Common passion can help to create peace
In some cases, sport is able to make a positive impact on political relations of countries. The “ping-pong diplomacy” is a bright example. The term itself originates from the visit of the US table tennis team to Beijing in 1971 to play in exhibition matches in the framework of World Table Tennis Championship. The invitation was issued as the thaw in relations between the US and China was evident. The Chinese team, which was one of the best at that time, proposed a slogan that said, “Friendship first, competition second” (de la Cretaz, 2018). This proves that sport has the power to connect people and overcome barriers that seem to be impossible to breach. A simple game became a serious diplomatic tool that not only decreased the degree of tensions in the world in general but also had some good implications for the US and China. For the US, it meant having access to a large Chinese market, as the US lifted their more than 20-year embargo on China. In 1972, Richard Nixon became the first ever American president to visit China. For China, it meant the possibility of gaining a seat in the UN and participating in the 1984 Olympic Games in Los Angeles (Brownell 2014). “Ping-pong” diplomacy helped to preserve stability and calmed down a very tense atmosphere that existed during the Cold War.
“Cricket diplomacy” is another good example. This diplomacy tactic between India and Pakistan had a significant impact on leaders of both countries. Around the same time as the 1984 Olympic Games, there were tensions between India and Pakistan due to the Siachen glacier issue. Moreover, Pakistan was more aligned to the Western bloc during the Cold War, and India emerged as a non-aligned state. The US specifically targeted Pakistan to make it an ally, especially after the Soviet invasion of Afghanistan, while US-India relations were strained. The Indian Brass Tacks operation in 1987 only worsened the situation. However, at that time Pakistan’s president General Zia-ul-Haq decided to use sport as a diplomacy tool and accepted India’s invitation to see the Jaipur test cricket match between India and Pakistan (Trunkos & Heere, n.d.). Later, cricket matches were used after the Kashmir crisis of 2002. This helped to avoid a major crisis when both countries were on the verge of war and factually belonged to different ideological blocks. “Cricket diplomacy” proves that even though sports indeed have a competitive nature, they can serve as a point of common interests and a source of collective enjoyment. It is true to say that groups other than formal authorities, for example, sportsmen, can make peace, even a temporary one.
Once upon a time, “wrestling diplomacy” helped to establish more predictable relations between the USA and Iran. The relationship between these two countries was stunted due to ideological differences and political tension. The visit of the American wrestling team in 1998 to Iran became historical, because the 1979 Islamic revolution ended any possibilities of mutual visits. In the same year, Iranian government met with the American wrestling team to reestablish bilateral relations through sport. Wrestling was chosen because this type of sport had a huge historical significance for Iran. The US preferred to use its positive experience with China. Since 1998, the US wrestling team has visited Iran 15 times. “Wrestling diplomacy” helped to maintain people-to-people diplomacy even though the US and Iran had very different positions over Iran’s nuclear activities (Zidan 2017). The legacy of “wrestling diplomacy” continued in the times of Bush and Obama administrations. The topic of nuclear arms is one of the most serious topics in the framework of world peace and security, and thankfully, both countries have managed to use sport to at least keep American and Iranian citizens friendly to each other.
Moreover, “wrestling diplomacy’ accelerated improvement of women’s rights in Iran. During the 2014 Greco-Roman World Cup the US sent a female competitor, Christina Kelley to a country where women’s competition was strictly prohibited. Kelly dressed in hijab to allay concerns. As a result, she was well received in Iran and an Iranian official later said this event could catalyze the formation of the first Iranian female team (Zidan 2017). This is a major and positive transformation of attitudes, especially in a Muslim country. Moreover, “wrestling diplomacy” shows that sport can help to understand different cultures and traditions and if necessary, combine elements of each culture for a purpose of common satisfaction and enjoyment.
The idea of “hockey diplomacy” can help to find common interests between two nations when their governments are not able to find an agreement. This was proven by the US ambassador to Russia, John Sullivan. He said in 2020 that hockey could “break the ice and start a conversation about all of the interests and shared values that we have, Americans and Russians” (TASS 2020). The idea of “hockey diplomacy” is not new. It was previously used by Canada and the USSR and was directed at international rapprochement (harmony in relationships). When Pierre Trudeau became prime minister of Canada in 1968, he recognized the necessity of rapprochement with the USSR. The idea was put into practice in 1971, when Trudeau and his Soviet counterpart Alexey Kosygin visited each other and signed Canadian-Soviet protocol on consultations on economic cooperation. In 1972, a series of 8 matches were organized between the Soviet team and Canadian NHL All-Stars team. As a result, those hockey matches increased Soviet interest in Canada and improved bilateral relations, even though there were concerns that those matches would be used as a tool to gain international prestige by both states (Kobierecki 2017). Nevertheless, it is better to take the initiative rather than do nothing and complain about complicated relationships. Sport, due to its dynamism and easy accessibility, is a great assistant in creation of new initiatives.
Furthermore, we can see that “hockey diplomacy” is not limited to just Western world and Russia. For example, in November 2021, Pakistan’s men youth hockey team went to India to participate in the Junior Hockey World Cup. This happened despite the difficult situation in Kashmir and the issue of sending wheat to Afghanistan through Pakistan’s land route (Vasavda & Roy 2021).
Common passion for sport can reconcile conflicting neighbors, even if reconciliation is temporal. A clear example of such sport diplomacy was joint participation of North and South Korean teams during the 2018 Winter Olympic Games. The two countries, despite their ideological and political differences, have managed to cooperate and use sport to promote goodwill and positively influence North and South Korean citizens’ attitudes to each other. They used a flag of a united Korean peninsula. The two countries also created a joint women’s hockey team for those Olympic Games. Continuing this legacy, both countries have requested to send a joint bid to host the 2023 FIFA Women’s World Cup (Vandenberg 2019). For North Korea, sport can be used as a good opportunity to create a positive image of a country and break negative stereotypes associated with it.
We can clearly see that sport diplomacy is liked by politicians and in some cases is reused to promote goodwill not only “from above”, i.e., government officials, but also “from below”, i.e., citizens or competing sportsmen.
The future of sport diplomacy
Sport diplomacy has a promising future. In the modern world, sport diplomacy and public diplomacy are inseparable. Sport became a vehicle for economic development, governments, diplomatic tactics, and political agendas. It is undeniable that sports can be used as a policy tool to combat issues such as gender inequality, discrimination of people of race, disabled people, and poverty. Individual nation-states started to place sport as a central pillar in their foreign policy.
For example, Australia launched its Sport Diplomacy 2030 initiative. This plan developed by the government is aimed not only to promote Australian interests and national brand but also to unite communities that live in Australia and countries of the Indo-Pacific region. Australian Sport Diplomacy puts great emphasis on rugby to foster greater cooperation with Pacific states, so it can be easily called “rugby diplomacy” (Australian Government 2019). Moreover, this plan is intended to promote Australia as a host of choice for major sporting events and even to open Australian markets to other countries. Overall, this plan is pretty much Australian-oriented, however, it also strives to promote universal democratic principles such as greater empowerment of girls and women in sport, having a healthy lifestyle and increased contribution of sport to the Sustainable Development Goals.
The European Union also recognized sport as an important diplomatic toolkit. During the EU ministers of sport meeting in May 2021, it was agreed that sport diplomacy could be a catalyst for the extension of external relations and promotion of European values (The House of European Sport 2021). In January 2021, a new initiative was launched that is called Towards a European Union Sport Diplomacy (TES-D). TES-D was created to enhance dialogues among EU stakeholders on the place that sport could occupy in European policy. It also aims to create policy recommendations by December 2022 on how to create a common EU sport diplomacy. All 27 sport policies of member states will be considered (Brun 2021). TES-D is a very young project, although it is pleasing to realize that such an authoritative organization as the EU revived the concept of sport diplomacy and its importance. Hopefully, soon, sport diplomacy would be used to normalize relations with countries such as Russia.
For France, sport diplomacy has become an increasingly important topic for discussion. Like many other countries, it recognized that sport diplomacy can be used as a “soft power” technique. Of course, ahead of the 2024 Paris Summer Olympic Games and Rugby World Cup in 2023 France wants to pursue its own interests, like promoting French regions to host more sporting events, French expertise in training and general French position on sport (France Diplomacy 2021). However, with the use of sport diplomacy, France can do this softly, without harsh statements and disputes, and setting itself against everyone else. France can use sporting events to show its sports life and give inspiration to succeeding hosts. This is what shows the essence and uniqueness of sport diplomacy. Sport diplomacy is enjoyable, yet it is full of lessons to be learned.
For a major power such as China, sport diplomacy also has become central. China adopted its “Football development plan in the medium and long-term (2016-2050)”. This plan is not different from previously mentioned ones. The Chinese government hopes to build its national identity through football, because it is the most popular sport, as well as establish more diplomatic links (European Commission, n.d.).
Sport diplomacy is a very modern concept, yet its importance has started to be recognized by officials such as FIFA president Gianni Infantino. In the framework of overview of FIFA’s Vision 2020-2023, the FIFA president confirmed FIFA’s commitment to protection of human rights and he also highlighted progress achieved in protecting the workforce ahead of 2022 Qatar FIFA World Cup, praised by the International Labor Organization and International Trade Union Confederation (FIFA 2021). President of the IOC Thomas Bach also reiterated the role of sport in promotion of peace and highlighted the universality and political neutrality of the Olympic Games as its important advantage (Bach 2021). That means, in the future, sport diplomacy would become a complement to traditional diplomatic tools, as sport has a significant advantage of being not directly related to politics and the ability to stand above political differences that exist in the world. Given that major powers started to bring attention to sport diplomacy, it is likely that smaller states would follow their example.
Conclusion
There needs to be a greater involvement of non-state actors to facilitate political dialogue. Sport diplomacy itself is a revolutionary concept because it is so different from traditional methods of conflict resolution. Moreover, sport diplomacy is an essential part of modern public diplomacy. The Olympic Games, as the main sport diplomacy tool, should continue to allow athletes to put their differences aside and come together for the sake of international cooperation. However, we should remember that sport alone cannot solve political problems and promote peace. The crucial factor here is the willingness and ability of individual countries to use sport as an instrument of dialogue. At the same time, sport has a unique quality: no one is opposed to it. This can help governments to make important steps in the reconciliation process. Of course, sport cannot impose or maintain peace, but can inspire it (Feizabadi 2015). Hopefully, sport will become a symbol of domination of soft power over hard power.
A great conclusion to this essay would be to present Nelson Mandela’s words about the crucial importance of sport in diplomacy: “Sport has the power to change the world. It has the power to inspire. It has the power to unite people in a way that little else does. Sport can create hope where once there was only despair. It is more powerful than the government in breaking down racial barriers” (Australian Government 2019). Sport can be much more than just leisure. Let sport become a symbol of humanism.
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