Estudiantes Galardonados 2023
Edición 2023
Primer Premio Poesía en español
Petricor
Autor: Juan Pablo González
Bachelor in Behavior and Social Science
Petricor
Hoy llueve...
Hay en el cielo cúmulos de nubes tristes
y en la calle charcos de lágrimas
donde beben perros abandonados.
Hoy llueve, y acaso mañana
quedarán residuos de agua en las calles
(no habrá más que usarlos como espejo).
Segundo Premio Poesía en español
Si coincidimos de nuevo un día
Autor: Juan Pablo González
Bachelor in Behavior and Social Science
Si coincidimos de nuevo un día
Mi corazón sigue en Segovia,
en esa primera semana
de vida castellana a tu lado
en que intercambiamos nuestra música
-- yo Bach y tú Mahler --
y esas tardes en que osé abrirme y conocerte
Para luego volver a casa
y echar la siesta
entre tus manos tibias de otoño,
abrazado a tu piel canela.
Ahora (ignoro si por
simple broma cruel del destino)
nos despedimos.
Tú seguirás persiguiendo una vida más tranquila
y quizás, al llegar la tarde, llevarás tu barca
a la tierra tropical de tu infancia.
Yo me quedaré en la ciudad de los madroños,
acaso cerca de ti pero tan lejos…
Si coincidimos de nuevo un día,
déjame mirar de nuevo tus ojos de café manchado
y sentirme en casa,
como cuando nos conocimos.
Tercer Premio Poesía en español
PEDISTEIS UN POEMA
Autor: José Manuel Jiménez Naranjo
Programa avanzado gestión patrimonial de activos inmobiliarios, abril 2018
PEDISTEIS UN POEMA
Pedisteis un poema,
un relato corto, un ensayo.
Un video, una fotografía, arte digital.
Creísteis en la humanidad de las personas.
Pedisteis la creación del interior de las personas.
El valor de las personas,
la creencia en la humanidad,
la vida.
Es la inspiración que buscáis en nosotros
Respirad y oíd
Yo oigo guitarras de Rock sonando,
gritando al mundo,
“estamos vivos.”
Pudimos con la crisis.
Pudimos con la pandemia.
Podemos con lo que nos venga.
Respirad y oíd
Yo oigo tambores
dando el ritmo de seguir adelante.
Respirad y oíd
Yo oigo el cantar de una dulce voz,
que nos da la calma para ser humanos,
para creer en nosotros,
para mirar a atrás
y dar la mano a quien ha caído.
Respirad y oíd
Yo oigo el cantar de los pájaros,
porque es la naturaleza la que nos da el oxígeno para la vida.
Respirad y oíd
Yo oigo el latir de los corazones bombeando amor,
pues es la sangre que nos da vida.
Respirad y oíd.
Creísteis es la humanidad de las personas.
Y no os equivocáis.
Primer Premio Poesía en inglés
The Canary
Autor: Emily Fuller
International MBA & Master in Big Data, 2018
“The Canary”
Hurried shoes on patterned linoleum,
While a woman sits listless in her seat,
sating the needs of no one.
My toes tap an impatient rhythm
in time with the tempo of scattered thoughts.
Cirrus judgements with an invisible gavel
babble calls to disorder.
Am I here?
The clocks run slower like in lucid dreams
but my hands remain the same.
Shallow air trapped beneath its cage
beside my heart, the canary in the coal mine.
Fluttered wings beat beneath the chest,
as I wrest the wishbone,
Crossing fingers for the larger half.
Segundo Premio Poesía en inglés
Hello, Robot (and the New Homo sapiens)
Autor: Sahil Baxi
Master in Management + Master in International Development Dual Degree
Hello, Robot (and the New Homo sapiens)
In Circles, we move
in this Squared world.
Acute, is the space,
Obtuse, are the men.
Round, is our path,
Boxed, is our life.
Dented, are our hopes,
Bulging, are our minds.
Washed, is our brain,
Clean, are our homes.
Dirty, are our intentions,
Broken, are our dreams.
Truth is alien,
Fallacy is close.
Deception is nature,
Friendships are lost.
Such is the road
that we tread on.
Gone are the days;
Gone are the humans.
Hello, Robot.
...
‘Oh, hello,’ says the Robot.
‘I'm not a man anymore!’
‘You are looking
at the New Homo sapiens.’
‘We breathe mobile networks
and stream our lives.
We live in small Rectangles
called Mobiles.’
Tercer Premio Poesía en inglés
Untitled
Autor: Sofia Barreto
Bachelor of Laws
In the midst between life and death
Between an unanswered message and a
Desperate phone call
All I could hear was tick, tick, tick
The steady charade of a sprinkler system
Going on in the background
Because life moves on
And at the same time it stands still.
Primer Premio Relato corto en español
PAULA
Autor: Fernando Mendieta Benedicto
Master in Business Administration, 1987
PAULA
A punto de cumplir 74 años Mario Luengo se encontraba ante uno de los momentos más importantes de su ya larga vida; al día siguiente el Tribunal Supremo iba a fallar una sentencia que haría que Mario pudiese pasar el resto de sus días feliz y tranquilo, o por el contrario vivir con la pesadumbre que acompaña a quien sabe que su última voluntad no podrá cumplirse tal y como él hubiese deseado.
Ante esta posibilidad de éxito o fracaso, Mario se encontraba en tal estado de ansiedad que al llegar la noche su mente le llevó a recordar los acontecimientos que habían desembocado en tan compleja situación y así no pudo evitar que una sonrisa se dibujase en sus labios cuando rememoró el primer día que conoció a Paula y escuchó con su dulce voz decirle:
- Encantada de conocerle, Sr. Luengo, me considero muy afortunada de estar a su servicio y espero poder atender todas sus necesidades a su gusto.
Mario contaba entonces con 70 años y hacía tres meses que acababa de enviudar. Fruto de su matrimonio habían nacido dos hijos, Luis, que en ese momento tenía 42 años, y Olaya que había fallecido a los 34, hacía ahora cinco, víctima de un proceso cancerígeno cuyo desenlace fue fulminante. Aunque científicamente nadie pudiese afirmar que hubiese correlación entre la muerte de su hija y la de su esposa, la realidad fue que ésta no pudo superar tan duro lance y perdió las ganas de vivir en cuanto le faltó su niña.
- Ninguna madre debería sobrevivir a sus hijos – le repetía con los ojos llenos de lágrimas su mujer a Mario constantemente desde el día en que perdieron a su hija.
Y no había palabra que él le dijese que pudiese consolarla porque en el fondo sabía que tenía razón y él sentía exactamente lo mismo. La muerte de su esposa le supuso un segundo mazazo en pocos años y le sumió en una enorme tristeza.
Su hijo, Luis, era un alto directivo en uno de los principales bancos no sólo del país sino del mundo, por lo que hacía ya unos años que había sido destinado como director general a diferentes países de Latinoamérica: Colombia, Brasil, Argentina. Esta situación le impedía poder hacerse cargo de su padre, ya que tan sólo venía a España un par de días al mes para asistir al Comité de Dirección Internacional y cada vez le costaba más disponer de un momento para visitar a su progenitor.
Así fue como Luis encargó al director en España de Asuntos Sociales de su banco que se encargase de buscar a alguien que cuidase y acompañase a su padre, al tiempo que le decía:
- Respecto al precio, trata de encontrar una “solución equilibrada”, tú ya me entiendes: busca algo bueno, pero no demasiado caro. Tal y como se encuentra mi padre no creo ni que vaya a vivir demasiado tiempo, ni que se dé mucha cuenta de lo que pasa a su alrededor.
Y mientras lo decía no podía dejar de pensar en lo bien que le vendría a él, como ya único heredero, el recibir en pleno dominio todo el patrimonio acumulado tanto por su padre, como por su madre, e incluso por su hermana ya que al haber fallecido ésta siendo soltera y sin descendientes, lo que había ganado pasó a ser de sus padres. Con su mente financiera rápidamente inventarió todo el futuro caudal hereditario:
- La casa de mis padres unos 500.000 euros, la de mi hermana 250.000, el apartamento de la playa 150.000 y en acciones, fondos y cuenta corriente hay otros 100.000, de manera que “el milloncito” no me lo quita nadie, ya que con la buena pensión que recibe mi padre y el alquiler que cobra por el piso de mi hermana, seguro que no le ha hará falta “tirar” de nada más.
Se sorprendió a sí mismo al analizar tan fríamente la situación, pero no se avergonzó por ello.
En ocasiones el precio que había que pagar por tener una exitosa carrera internacional era el sacrificar la vida familiar; tal fue el caso de Luis. Pudo haber elegido quedarse en España, pero los ascensos eran más rápidos en el extranjero, así que optó por esta trayectoria.
Los constantes cambios de destino le supusieron el divorcio de su primera mujer y madre de sus dos hijos todavía pequeños, lo que se tradujo en el pago de una cuantiosa pensión mensual, así como la cesión del uso de la vivienda familiar en España en exclusiva a ellos. En su paso por la delegación de Brasil conoció y se enamoró de la directora de marketing, con quien se casó hacía ya dos años y de la que ahora estaba esperando un hijo. ¡Vamos, que iba a ser cierto eso de que “los niños vienen con un pan debajo del brazo”!
En definitiva, la realidad era que su padre fallecería independientemente de cuales fuesen sus deseos; el destino era así de inexorable, pero…también se mostraba en ocasiones caprichoso y contaba con inesperados aliados como en este caso fue el modo de funcionamiento de las grandes corporaciones. De esta suerte, el encargo respecto al cuidado de su padre que Luis había hecho a un director fue delegado por éste a un colaborador suyo y por éste a su vez a otro, de manera que al final fue un joven becario quien se vio ante la tarea de encontrar la mejor y más barata solución para el problema de “encontrar compañía y cuidado en su propia casa para un señor mayor, padre de un importante directivo del banco”.
Como buen “hijo de nuestra época” el primer y único canal de búsqueda al que recurrió el joven becario fue internet, de manera que tras unos cuantos tecleados y clics le apareció lo que se le antojó un anuncio prometedor que rezaba así:
¿Desea que los familiares a las que más quiere (hijos pequeños, padres mayores, abuelos…), pero usted no puede cuidar, se sientan realmente amados y siempre atendidos? En la “Agencia para el Cuidado de las Personas” le ofrecemos la mejor, más económica, personalizada e innovadora solución. Ahora precio especial de lanzamiento para personas mayores.
Tras varios contactos, primero vía chat, luego telefónico y finalmente en persona, el becario elaboró un dossier que orgullosamente presentó a su superior, seguro de que había cumplido con nota la tarea encomendada. El documento fue siendo transmitido de vuelta por la cadena jerárquica hasta que finalmente llegó a Luis, a quien le entusiasmó la propuesta planteada, sobre todo porque el precio se presentaba muy reducido, ya que al tratarse de una empresa nueva en España, querían introducirse en el mercado con una agresiva oferta económica, hasta estar seguros de que su sistema funcionaba.
La comunicación de la solución adoptada ni siquiera se la hizo Luis a su padre en persona, sino que fue a través de una videollamada y sin entrar en demasiados detalles al respecto.
Así llegó el día en que un abatido Mario recibía en su casa a dos individuos; uno se presentó como el director de zona de la “Agencia para el Cuidado de las Personas” y el otro como compañero de su hijo y responsable de cierto departamento en el banco quien, tras unas bien fingidas frases de interés por su estado, pasó a hacer la introducción de rigor:
- Sr. Luengo, siguiendo las instrucciones de su hijo hemos seleccionado a la mejor cuidadora, quien a partir de ahora se ocupará de todo cuanto usted precise – y tras una breve pausa para observar el efecto de sus palabras, prosiguió – permítame que le presente a Paula.
Y en ese momento apareció desde la habitación contigua una joven que no aparentaba más de treinta años, de cabellos rubios recortados en una melena sobre los hombros, ojos castaños y de una estatura que calculó rondaría el metro setenta. Vestía una especie de peto de color azul que le recordó los monos de faena que usaba él en sus primeros días de trabajo de campo como ingeniero. Ésta le tendió la mano educadamente al tiempo que con voz melodiosa y un semblante dulce le decía:
- Encantada de conocerle, Sr. Luengo, me considero muy afortunada de estar a su servicio, espero poder atender todas sus necesidades a su gusto.
Tal fue el efecto que su presencia ocasionó en Mario que éste, por primera vez en muchos meses, no pudo evitar que se le dibujase una sincera y espontánea sonrisa al tiempo que le correspondía dándole la mano mientras le contestaba:
- El placer es mío, Paula, estoy convencido de que el afortunado voy a ser yo al contar con tu ayuda y compañía. Intuyo que incluso vamos a ser buenos amigos.
El primer día transcurrió entre indicaciones de Mario sobre “donde estaba todo en casa”, sus preferencias en la comida, así como la medicación que tomaba, principalmente anticoagulantes y diuréticos para controlar la tensión y, desde las muertes de su hija y esposa, somníferos para poder conciliar algunas horas de sueño por la noche.
- El resto ya lo iremos viendo, - zanjó Mario - tiempo tendremos para conocernos e intuyo que no habrá problemas entre nosotros.
Y de este modo se sorprendió Mario a sí mismo mostrando un interés por agradar, que creía perdido desde que se quedó solo, al tiempo que esperaba impaciente la videollamada de Luis por la noche para relatarle como había ido ese primer día. Sin embargo, esa llamada no llegó por lo que fue Mario quien lo intentó sin éxito – ¡claro!, pensó - como allí todavía es por la tarde seguro que Luis se habrá liado, sigue trabajando y no ha podido llamarme, mañana seguro que lo hará.
Pero el día siguiente llegó y tampoco hubo ninguna comunicación; tuvo que pasar una semana para que el móvil de Mario sonase y viese la cara de Luis en la pantalla:
- ¿Qué tal estás, papá?, perdona que no te haya llamado antes, pero aquí las cosas están muy complicadas con la absorción del mayor banco local y no me han dejado tiempo. Ya me dijo mi compañero que le pareció que te quedabas muy contento con…, ¿cómo se llama, Laura, creo …?
- Paula, hijo, se llama Paula y en efecto estoy muy contento con ella, así que estate tranquilo, es mucho mejor de lo que había imaginado. Me trata con un cariño que ya tenía olvidado…, bueno no quiero decir que tú no seas cariñoso conmigo, lo que pasa es que como nos vemos tan poco. – Y con semblante alegre, Mario prosiguió - Pero, bueno hijo, como vas a venir dentro de quince días ya te lo contaré todo entonces y además veremos juntos por la televisión el partido, ¡parece que este año podemos volver a ganar la liga!, ¡qué ganas tengo de ver “el clásico” de nuevo contigo!
- Claro que sí, papá, claro que sí – contestaba un desconcertado Luis que pretendía disimular la sorpresa que el nuevo buen humor de su padre, así como el recordatorio sobre el partido, le había producido – Ahora tengo que dejarte, que tengo otra reunión dentro de cinco minutos. Adiós, papá, hasta dentro de dos semanas.
Durante los siguientes días Paula siguió conociendo más cosas de la vida de Mario, quien se sentía cada vez más cómodo con su presencia y ante quien no le costaba contarle no sólo ya aspectos referentes a su vida cotidiana, sino detalles de su pasado en común con su esposa e hijos pequeños, mientras ella escuchaba activa y atentamente. En una ocasión, ante la tristeza que vio reflejarse en el rostro de Mario, Paula se atrevió a preguntarle:
- Disculpe, si soy indiscreta, Mario, pero en el perfil que disponían de usted en la Agencia se indicaba que tiene dos nietos, de aproximadamente diez y doce años. ¿Cómo es que nunca vienen a verle o va usted con ellos a algún sitio?
A lo que Mario, con semblante triste, respondió:
- Supongo que ese perfil habrá sido facilitado por mi hijo, y hay detalles que prefirió omitir. Yo he sido lo que podríamos denominar una víctima colateral del divorcio de Luis. Fue un proceso largo y enconado, mi nuera se sintió además de despechada, traicionada por mi hijo; ella había renunciado a su propia carrera profesional por seguirle, de modo que cuando por medio de una amiga que también trabajaba en el banco se enteró de que Luis había iniciado una relación con su directora de marketing en Brasil, doce años más joven que ella, no reparó en cortar toda relación con él o lo que pudiese recordarle a él, lo cual me incluía a mí. Así que hace ya más de cuatro años que no sé nada de mis nietos…
Cuando Paula vio los ojos vidriosos de Mario y su voz temblorosa que no le dejaba terminar la frase, supo lo que era el significado auténtico de la palabra soledad y, por primera vez en su existencia, atisbó a comprender los motivos por los que se podía perder toda ilusión por vivir. Paula sintió ganas de llorar con Mario, aunque el protocolo fijado por la Agencia le impidiese hacerlo para así no entristecer más a la persona a su cuidado.
Pasaron diez días y sonó el teléfono:
- Hola, papá, soy yo, Luis.
- Pues claro, hijo, quien va a ser si no, si a mí ya no me llama nadie más que no seas tú o los de las compañías telefónicas con ofertas irrechazables para que me cambie de operador. ¿Cuándo vienes?, ¿mañana?
- Pues eso quería decirte, papá, que lo siento mucho pero que no voy a poder acompañarte durante el partido, ni siquiera voy a poder ir a verte. La compra del otro banco se ha complicado y ello me obliga a quedarme aquí. – Y sin dejar pausa alguna para evitar tener que escuchar algún posible lamento de su padre, prosiguió – De verdad que lo siento, pero el mes que viene seguro que nos vemos e incluso, si quieres vamos a ver un partido al estadio, ya sabes que el banco tiene unos asientos reservados al lado del palco presidencial, así que moveré algunos hilos y seguro que…
- No te preocupes, me hago cargo, aunque ¡me hacía tanta ilusión ver juntos este partido!, como cuando eras pequeño y nos poníamos las camisetas y las bufandas.
Intentando cambiar de tema, ya que se le hacía difícil no mostrar la decepción sufrida, Mario continuó - Por cierto, ¿cómo está Marcia?, ¿qué tal lleva los últimos meses de embarazo?
En las palabras de Mario no había el mínimo atisbo de segunda intención, pero como Luis se sentía culpable por su comportamiento, reaccionó molesto.
- ¿Qué quieres insinuar con eso, papá, que ahora cuando nazca el niño iré a verte menos? ¡No tengo porqué aguantarte ningún reproche! Me he ocupado de que estés atendido y por lo que veo en tu forma de hablar me parece que muy bien. Ya eché a perder un matrimonio e hijos por no dedicarles el tiempo que ellos requerían, así que ahora no voy a fracasar de nuevo. Si tengo que dejar de viajar y de verte alguna vez por ello no dudes que lo haré. Bueno, ya seguiremos en contacto. ¡Adiós, que disfrutes del partido!
- Pero hijo, si yo no he…- intentó responder Mario, aunque Luis ya había interrumpido la comunicación.
Paula había presenciado la conversación discretamente desde el otro extremo de la habitación mientras hacía ver que colocaba unos libros y, dado el excelente sentido del oído que tenía, había podido escuchar a ambos interlocutores, a pesar de lo cual preguntó:
- ¿Qué sucede, ha pasado algo con su hijo, se encuentra bien?
A lo que un abatido Mario, apenas acertó a balbucear:
- Nada, no pasa nada…, lo único es que Luis no va a poder venir mañana…, así que ya no hace falta que prepares la cena como te había dicho, ni que bajes las bufandas del altillo…
Paula no respondió ni preguntó nada más, consciente de que a Mario no le apetecía en absoluto seguir hablando del tema. Con la cabeza agachada y la mirada perdida se dirigió a su dormitorio donde se encerró. Sin necesidad de apoyar el oído a la puerta, Paula pudo distinguir perfectamente como Mario se echaba en la cama y emitía un sollozo ahogado que trasmitía la mayor tristeza y resignación que ella había podido percibir hasta entonces.
Durante el día siguiente Mario sólo salió de su dormitorio el tiempo suficiente para hacer una frugal mezcla de desayuno y almuerzo, volviendo de nuevo a su habitación tras concluirlo. Cuál no sería su sorpresa cuando, cerca de las nueve de la noche, le pareció escuchar un murmullo que provenía del salón, al tiempo que la inconfundible y animosa voz de Paula le decía:
- ¡Vamos, Mario, a qué está esperando!, ¡qué se va a perder la salida de los jugadores!
Y cuando él abrió la puerta, allí le estaba esperando ella, vestida con una camiseta de su equipo y con una bufanda sobre los hombros al tiempo que le tendía otra para que él se la pusiese. Sin poder articular palabra, asido del brazo por ella, se dirigió al salón que había sido decorado con banderas de su equipo. Sobre la mesa estaban dispuestos unos platos de jamón, lomo, queso y abierta una botella de su vino preferido, mientras que por la televisión podía verse como la cámara enfocaba a todos los jugadores perfectamente alineados con el equipo arbitral en medio. Como dentro de un sueño comenzó a escuchar a Paula recitándole una serie de datos:
- A ver si esta vez tenemos más suerte, porque con este árbitro no les hemos ganado nunca y además siempre nos ha pitado algún penalti en contra. Por lo menos le han concedido la cautelar y Rodri puede jugar a pesar de la tarjeta roja que vio en el último partido.
Mario disfrutó durante el encuentro, comentando con su acompañante infinidad de jugadas, como hacía tiempo que no recordaba y como creía que ya no sería capaz de volver a hacer.
A partir de ese momento la relación de confianza y afecto entre Mario y Paula, fue incrementándose de un modo directamente proporcional a las, cada vez más separadas en el tiempo, llamadas de Luis, siempre con buenas excusas para no ir a ver personalmente a su padre y con palabras de reproche a la nueva felicidad que Mario le trasmitía.
Las semanas se convirtieron en meses y Luis no volvió a visitar a su padre, ni siquiera para festejar juntos el nacimiento de su nuevo nieto; era como si de algún modo se lamentase, en lugar de alegrarse, de las renovadas ganas de vivir que veía en su padre:
- ¡Qué pronto te has olvidado de mamá, parece que ya no la echas de menos! – le espetó durante la última llamada en la que Mario le decía las ganas que tenía de que viniese a verle con su nueva esposa e hijo y así él también conociese personalmente a Paula, para que apreciase lo amable y cariñosa que era con él.
Sin embargo, la respuesta de Luis gritando fue:
- ¡No tengo ninguna gana de conocerla, ahora estoy seguro de que no querías tanto a mamá como decías y que incluso te alegras de su muerte! Además, ¿sabes qué?, ¡pareces uno de esos viejos viudos que se deja engatusar por la primera jovencita que se les cruza en su vida y que lo único que quieren es quedarse con todo su dinero! ¡Qué patético eres, papá, ya que en tu caso ni siquiera…!
Mario no lo soportó más e interrumpió la comunicación dejando con la palabra en la boca a Luis: no daba crédito a lo que su hijo le estaba diciendo y no quería seguir escuchándole decir más barbaridades, dudando de su amor hacia su esposa fallecida. Estaba claro que a Luis su felicidad y sus renovadas ganas de vivir, le molestaban y el motivo de ello no podía ser otro que el ansia por heredar cuanto antes.
Como buen padre que no resigna a perder a su hijo, Mario intentó en posteriores conversaciones reconducir la situación con Luis. Sin embargo, cada llamada duraba menos tiempo y la única preocupación que Luis mostraba por su padre, entre gritos y reproches, era que éste le donase en vida, cuanto antes, su patrimonio; amenazándole, en caso de no hacerlo, incluso con acudir a los tribunales para que le declarasen incapaz y le nombrasen a él su tutor.
Así, pasados unos meses, tras pensarlo mucho y muy a su pesar, Mario tuvo clara la decisión que iba a tomar: ¡Nombrar heredera universal a Paula!, haciendo todo lo posible para que Luis no recibiese ni un céntimo de su patrimonio, lo cual, aunque sabía que no iba a ser fácil, no por ello iba a dejar de intentarlo. ¡Este iba a ser uno de sus últimos grandes desafíos en su vida y estaba dispuesto a pelear por ello con todos sus medios y renovada ilusión!
Lo que pasó a continuación fue la sucesión de unos hechos que rápidamente alcanzaron la categoría de sensación mediática; no había programa de información ni tertulia, ya fuese radiofónica o televisiva, que no comentase la decisión de Mario: ¡Por primera vez en la historia, no ya de España, sino del mundo, una persona quería legar todo su patrimonio a una máquina! Porque en efecto, por mucho que tuviese una apariencia humana y que su comportamiento fuese en ocasiones más humano que el de ciertas personas, Paula era un androide, un robot, una máquina, en definitiva; la primera y más avanzada de su clase para la tarea para la que había sido diseñada y a la que debía su nombre: P.A.U.L.A. (Primer Androide para Uso de Labores de Acompañamiento).
La perfección de su acabado externo era tal que tanto el tacto de su piel, como sus movimientos y la expresividad de su rostro y voz, la hacían imposible de distinguir de una auténtica persona. Además, su avanzado software la permitía el aprendizaje continuado de tareas y conocimientos, así como el desarrollo autónomo de sentimientos afectivos hacia la persona a su cuidado.
Cuando Luis se enteró de las intenciones de su padre, aunque pensó que se trataba de la locura senil de un anciano y que nunca prosperaría, le faltó tiempo para coger el primer avión e ir a verle en un intento de que rectificase. Con gran agresividad comenzó su discurso:
- Mira, papá, la pérdida de mamá y de Olaya no justifica nada de lo que pretendes hacer. Estás demostrando ser un mal padre, un egoísta que no nos ha querido nunca ni a mí, ni a mamá. No creas que vas a poder humillarme de esta manera: soy tu único hijo y por tanto heredero universal; no voy a permitirte que le dejes nada a una estúpida y desalmada máquina, así que vete olvidando de…
Tal fue la energía y determinación que Luis vio en los ojos de su padre y en el gesto de que se callase que le hizo con la mano, que tuvo que interrumpir su alegato a la vez que le escuchaba decirle con voz tranquila pero firme:
- Luis, hijo, yo siempre he querido ser un buen padre para ti, es decir, un hombre capaz de escuchar y guiar a su hijo, pero dejando que fueses tú quien aprendiera del único modo que somos capaces de hacerlo las personas, es decir, de nuestra propia experiencia. Pretendía que fruto de ello tuvieses unos valores en los que antepusieses el amor y la felicidad de tus seres queridos a cualquier otra cosa, incluido el éxito profesional y económico.
Ante un atónito Luis, Mario continuó:
- Creía haberlo conseguido, pero desde hace unos años no te reconozco. No te importó en su momento la felicidad de tu esposa y de tus hijos y ahora tampoco te importa la de tu padre.
Con ojos vidriosos, tomando fuerzas para proseguir, Mario concluyó:
- Tu único interés hacia mí es el derivado del patrimonio que te pueda legar y, por lo que veo, estás deseando que esto suceda cuanto antes. Hace más de un año que no vienes a verme a pesar de que me consta, por compañeros tuyos con los que he contactado, que has estado en España varias veces y ahora, cuando por fin te decides a hacerlo, es porque te has enterado por los medios de mis intenciones y vienes a amenazarme, a insultarme. Si todavía me quieres algo y deseas mi felicidad, no te opongas a mi decisión y facilítame mi última voluntad renunciando a la herencia; si no lo vas a hacer, ¡por favor, vete ahora mismo de casa!
Los años siguientes fueron intensos en actividad legal. A pesar de la oposición de Luis, Mario consiguió desheredarle gracias a que hacía unos años que el Derecho Civil Vasco contemplaba tal posibilidad sin que tuviesen que concurrir ninguno de los requisitos que establece el Código Civil Común y que hacen que, en la práctica sea casi imposible el desheredar a un hijo. Para ello tan sólo tuvo Mario que fijar su residencia durante dos años continuados en el País Vasco, lo cual no le supuso mayor problema ya que se trasladó junto con Paula al apartamento que poseía en la playa de Hondarribia.
Lo realmente complejo fue cuando quiso nombrar heredera universal de todos sus bienes a Paula. Las dos primeras instancias judiciales se opusieron a ello y cuando Mario estaba a punto de dar por perdida su batalla, se aprobaron unas leyes que ahora le concedían alguna posibilidad de triunfo en el Tribunal Supremo; así se lo explicó su abogado y en base a ello formuló su apelación.
El día del fallo en el alto tribunal había llegado: en una de sus solemnes “Salas de lo Civil” se encontraba Mario, a su lado Paula y, entre el numeroso público y medios de comunicación venidos de todo el mundo, estaba un expectante Luis, en quien la decepción por no haber conseguido sus objetivos había dado paso al desprecio hacia su padre, deseando fervientemente que no pudiese hacer realidad su deseo.
El silencio se podía sentir en la piel cuando el Magistrado ponente de la sentencia comenzó a leer la misma y, tras los preámbulos formales, se centró en la conclusión:
- “… atendiendo a las nuevas leyes aprobadas por el Parlamento Europeo y por las Cortes Generales, que obligan a cotizar a la Seguridad Social a cada máquina o robot que realice tareas que bien pudiese realizar un ser humano; este Tribunal aprecia que, de igual modo que los robots pasan a tener obligaciones sociales, también éstos se hacen merecedores de poseer derechos civiles. Por ello fallamos que el androide conocido como PAULA puede ser beneficiario universal de la herencia de D. Mario Luengo Fernández, sentencia que es firme y contra la cual no cabe recurso alguno.”
Mario se puso en pie de un salto como si tuviese treinta años mientras que de sus ojos afloraron lágrimas de alegría y liberación de la tensión acumulada durante los últimos días. A su lado, Paula también lloraba, sin importarle esta vez el protocolo fijado por la Agencia, al tiempo que se abrazaba con ternura a su benefactor. Esta imagen estaba siendo recogida por las cámaras y retrasmitida en directo a todo el mundo, enviando el mensaje a la sociedad de que algo había cambiado para siempre; de que comenzaba una nueva época en lo referente a las relaciones entre los seres humanos y las máquinas; una era en la que las máquinas se estaban volviendo cada vez más humanas, al tiempo que, lamentablemente, las personas se estaban deshumanizando.
Como consecuencia de esas nuevas relaciones, Mario ya había procedido a suscribir con la Agencia para el Cuidado de las Personas un contrato de “adopción y liberación” de Paula, cuya duración se prolongaba hasta los cincuenta años siguientes a su muerte, con lo que se garantizaba la “existencia y libertad” de Paula para elegir su destino después de su fallecimiento.
Con semblante sonriente, Mario salió a la calle cogido de la mano de Paula saludando a muchos de los periodistas que anteriormente se habían burlado de sus pretensiones y que ahora le suplicaban una declaración. Por toda y única respuesta Mario les dijo:
- En los últimos años, desde la pérdida de mis esposa e hija, me he dado cuenta de que existimos mientras alguien nos recuerda y de que ambas estarán en mi memoria cada día, mientras yo viva. Ahora puedo estar seguro de que, a diferencia de otra persona que yo creía que me recordaría siempre, y sobre la cual estaba equivocado, hay alguien que me tendrá presente en sus pensamientos durante mucho tiempo después de que yo me haya ido.
Mirando con complicidad y sonriendo a su acompañante, con una energía impropia de una persona de su edad se despidió de la multitud que le rodeaba:
- Pero para que eso pase quedan muchos años todavía, así que ahora, por favor, permítanme salir de aquí cuanto antes, ya que me queda toda una vida para disfrutar con Paula a mi lado y no quiero perder ni un instante. ¡Qué sean todos ustedes muy felices!
FIN
Segundo Premio Relato corto en español
El que defiende
Autor: Dionisio Uría
International MBA, 2007-2008
El que defiende
Regresaba a casa caminando.
El frio gélido contrastaba con el sol resplandeciente. Ni una nube. Y un cielo muy azul, de ese azul tan único que solo lucía en esa ciudad.
Se había acostumbrado a caminar entre escombros, poniendo la atención siempre en el siguiente paso.
Había conseguido tres latas, dos puñados de arroz y un buen currusco de pan duro. Suficiente para ese mediodía.
Caminaba con su característico paso lento. Había costumbres que ni las situaciones más extremas podían modificar. Una de ellas era su paso. Firme, pero lento. Como un buldócer. Con la decisión de quien sabe a dónde se dirige, o al menos de dónde proviene.
Entre Vassily, otro vecino y él habían conseguido apuntalar la puerta del portal, que en una de las noches de bombas y huida había quedado totalmente descolgada. Quitaron los cristales rotos y los restos de ladrillo y pintura. Enderezaron el marco de la pesada puerta y, entre los tres, consiguieron recolocarla de manera más o menos digna.
Al llegar al pie del edificio admiró el portal, y su apaño, con orgullo. No en vano era de las pocas cosas que le habían generado una mínima satisfacción en los últimos meses.
Enfiló las escaleras con su paso lento. En el primer piso había habitado la familia Grossni. Pensar en pasado le seguía sorprendiendo. Fueron de los primeros en huir en coche, a tiempo, hasta cruzar la frontera. Bueno, o eso quería imaginar, que habrían llegado a cruzar la frontera. Nadie en esos tiempos sabía con certeza del devenir de muchos otros. De amigos, de vecinos, de compañeros o incluso de familiares. Solo cabía espacio para la especulación, y en el peor de los casos para la quimera. Pero en esas circunstancias era preciso aferrarse con saña a cualquier brizna de optimismo.
Los miembros de la familia Grossni, que antaño habitó la primera planta, eran buena gente. El Sr. Grossni era empleado de banca. Muy conocido en el vecindario por ser una fuente de ayuda, en materia de conocimiento financiero, para todos los vecinos. Tipo alto, fornido, de vientre prominente. Con un bigote cano frondoso y dos cejas igualmente pobladas. Algunos chavales del barrio le apodaron “Tres Bigotes”. La Sra. Grossni era una mujer ruda. Física, emocional y verbalmente ruda. Buena gente, pero muy en el fondo. Tan en el fondo que su bondad tenía eco. Los chicos Grossni, mellizos, eran igualmente buenos pero habían sufrido una adolescencia revoltosa. Al cumplir los dieciocho años ambos entraron a trabajar en la fábrica, como presagio del mejor destino al que la mayoría de los chicos de su edad podía aspirar.
En la segunda planta seguía habitando la viuda de Mijaíl. Una mujer anodina, pero amable. De aspecto menudo y huesos finos, había demostrado en esos últimos meses tener una entereza muy superior a la de otros varones que le doblaban en tamaño. Llamó a su puerta. Siempre tardaba un rato en abrir, como si su minúsculo apartamento fuese un palacio. Abrió la puerta blandiendo su sonrisa. La mujer endeble que siempre estuvo a la sombra del otrora gran Mijaíl había demostrado ser un activo muy importante para el sustento emocional de los vecinos. Todo un hallazgo. Recibió una lata de conserva, medio puñado de arroz y parte del currusco con amabilidad. Y en señal de agradecimiento le pasó la mano fina y huesuda por el moflete barbudo.
Alexey se estremeció ante ese gesto. Hacía muchos días, muchas semanas, incluso varios meses que no recibía afecto físico de nadie. Esa mano huesuda rozando su moflete barbudo le supo a gloria. Le recordó los achuchones cumpleañeros de sus tres hijas, los besos madrugadores de su mujer o, simplemente, los abrazos toscos de sus compañeros de fábrica. Cualquier resquicio de afecto físico le parecía ahora el mayor de los tesoros. La viuda de Mijaíl cerró la puerta. Sin cerrojo. Nadie echaba el cerrojo esos días, ni siquiera por la noche. Había que estar preparados para salir corriendo en cuanto sonasen las alarmas antiaéreas.
Alexey prosiguió su lento camino escaleras arriba. Pasó por la tercera planta acelerando el ritmo. Era el peor momento del trayecto cada vez que salía o regresaba a su casa. La tercera planta. El matrimonio Tantirev salió de casa una mañana determinada, seguramente con el mismo frío y el mismo sol de cualquier otro día, y no regresó jamás. El primer bombardeo les pilló fuera de casa, en la calle. No tuvieron tiempo de protegerse ni de acudir a alguno de los refugios. No tuvieron tiempo de correr ni defenderse, ese impulso de supervivencia tan elemental para cualquier humano. No tuvieron tiempo de cogerse de la mano, ni de despedirse. Un vecino carnicero -qué ironía- fue quien vio los cadáveres entre escombros y polvareda. Alexey no los había visto, pero se lo habían descrito con tanta precisión que no podía eliminar esa imagen de su mente. Los Tantirev adquirieron el apartamento al tiempo que Alexey y su esposa. Nunca tuvieron hijos. La relación entre ambas parejas no era íntima, pero sí cómplice. Y, sobre todo, habían estado presentes unos en las vidas de los otros desde hacía tres décadas. Eran una referencia. Y ahora odiaba la tercera planta, desocupada como un museo que conserva piezas intactas para la eternidad.
Alexey arribó, a paso lento, a la cuarta planta. Abrió la puerta -nadie echaba el cerrojo en esos días-. Hogar. Cruzar el umbral de su puerta cada vez que regresaba le arrastraba en el tiempo. ¿Cómo era posible que el mundo ahí fuera estuviera tan descompuesto y que sin embargo en su casa todo se mantuviese como siempre? Los mismos muebles, en los mismos sitios. Los mismos cuadros, en las mismas paredes. Colgó su abrigo en el gancho de siempre del perchero de siempre. Se sentó, brevemente, a descansar en uno de los taburetes de la cocina. Su respiración era lenta, como siempre. Una respiración lenta era la clave para una vida tranquila, incluso en los momentos más turbios. Permaneció sentado unos minutos, no sabe cuántos, simplemente respirando, inundando cada esquina de la cocina con sus bocanadas de aire.
Colocó las dos latas y el puñado y medio de arroz en la encimera junto al sobrante del currusco de pan. Colocó dos platos y puso la mesa con orden. Tenedor a la izquierda, cuchillo a la derecha. Sin servilletas, solo con papel de váter. Calentó un cazo con agua para cocer el arroz. Le parecía asombroso que aún tuviesen agua corriente y gas, aunque solo fuese a determinadas horas del día. Eran los avances de la tecnología, pensaba absorto. De la anterior guerra, cuando era adolescente, recordaba los días y sus noches sin agua ni luz. Su padre se escapaba, en plena oscuridad, al pozo a por el agua con la que tendrían que apañarse los días siguientes. Eran las penurias propias de una guerra. Y sin embargo ahora, las bombas eran las mismas pero habría el grifo y tenía agua. Encendía el fogón y surgía una llama.
Vassily no tardaría en llegar. Vassily se había ofrecido voluntario para formar parte de un grupo de operarios que tres veces por semana acudían a la fábrica, que por cuestiones de seguridad se mantenía cerrada, para comprobar que toda la maquinaria aguantaba intacta y en perfecto orden de revista. Era importante asegurar el buen funcionamiento de las máquinas para cuando pudiesen regresar al trabajo. Cuando pudiesen regresar al trabajo, pensó. La rutina. Qué bendición.
Compartían el apartamento desde el día de la despedida. Fue un día gris. Con el mismo frío, pero gris. Sin luz. Como si el sol ese día se hubiese hecho eco de la tristeza que reinaba en el lugar. Alexey sabía que habría muchas imágenes que, terminada la guerra, jamás podría olvidar. Ya le sucedió en la adolescencia. Sabía a qué atenerse. Hasta ese momento eran dos las imágenes que más le turbaban y que sabía le acompañarían ya para siempre. Los cadáveres Tantirev tirados en la calle -aunque solo se lo hubiesen contado- y su mujer junto a sus tres hijas partiendo en furgoneta hacia la frontera. Dos imágenes que ya se habían instalado machaconamente en su memoria.
Vassily era un tipo alto, fibroso. Lucía una cabellera densa peinada hacia un lado y un mostacho amarillento por la nicotina. Hombre de pocas palabras pero de mirada penetrante. Alexey gastaba una barba desigual que empezó a cultivar el día de la despedida. Siempre fue un hombre de afeitado impecable hasta aquel día en que vio marchar la furgoneta. Entonces, se rebeló contra la vida y decidió dejar de afeitarse. En contraposición a Vassily, era más bajito pero mucho más ancho. No gordo, simplemente ancho. “Hace falta un pecho enorme para albergar un corazón tan grande”, le decía su madre de pequeño.
Empezaron a convivir el día de la despedida. En esa situación, y ante lo que podía acechar a partir de entonces, no tenía sentido mantener dos apartamentos vacíos siendo solo dos ocupantes. Decidieron que Vassily se mudaría, puntualmente, a casa de Alexey para ahorrar en gastos diarios. Y también, aunque nunca nadie lo verbalizase, porque las penurias en compañía son algo más ligeras.
Vassily se despidió de su mujer Rania y de su hijo Dmitry. Alexey se despidió de su esposa Violeta y de sus hijas Anna, Kira y Natasha. Sus soles. Vassily decidió que Dmitry acompañase a las cuatro mujeres. Era un veinteañero de buena intención, con sentido común y un físico imponente. La mejor baza para proteger a las mujeres y, sin duda, quien debía conducir la furgoneta hasta la frontera.
La despedida fue rápida. Las vías de salida de la ciudad se abarrotaban de coches, furgonetas y autobuses. Miles de personas iniciando un éxodo que no sabían dónde ni cómo terminaría. Recopilaron las prendas y los enseres justos para poder huir con cierta comodidad pero sin generar lastres innecesarios. Las conexiones telefónicas aún estaban habilitadas por lo que irían dando información puntual del viaje y, sobre todo, de la llegada al destino. Era desgarrador. Pero era lo más sensato.
Vassily regresó de la rutinaria visita de comprobación a la fábrica. Nada nuevo, la fábrica estaba en orden. Vacía y silenciosa, pero en orden. Ambos hombres se sentaron a la mesa preparada por Alexey. Comieron las dos latas, el puñado y medio de arroz y el sobrante currusco de pan. Para la cena guardaban algo de verduras y dos cuartos de pollo de unos días atrás. Estaba siendo un buen día.
Sacaron una de las botellas de licor que habían podido comprar unas semanas atrás. Bebían poco, por la escasez. Pero saboreaban cada trago como si fuera el último. Pretendieron encender la televisión para ver el noticiario pero la señal ese día no era buena. No tenían noticias de los avances de la guerra desde hacía dos días. Algún vecino les había comentado que se hablaba de un inicio de conversaciones entre ambos bandos. Nada en firme.
A pie de calle todo seguía igual aunque los parroquianos intentaban recobrar una mínima normalidad. Transitaban algunos vehículos más que en semanas anteriores. La gente salía a caminar aprovechando el sol resplandeciente de esas mañanas. Al mediodía se estaba mejor paseando que en el interior de muchas de las viviendas. Algunos de los comercios comenzaban a abrir unas pocas horas al día. Al igual que Alexey y Vassily, el panadero y el frutero del barrio habían unido fuerzas y atendían, con los pocos víveres que tenían, desde un único local. Brotaban espontáneamente gestos de solidaridad entre unos y otros, especialmente entre aquellos pertenecientes a las seis manzanas que conformaban su pequeño barrio.
- “Esta tarde iré a casa de Igor”, dijo Vassily. “Me lo he encontrado de camino a la fábrica y me ha dicho que su hijo había conseguido varias cajas de leche en uno de sus viajes, y nos reserva una de ellas para nosotros”.
- “Estupendo. Así podremos darle algo de sabor al aguachirri que nos bebemos en el desayuno”, replicó Alexey.
- “Aprovecharé para pasar por mi casa. Hace varios días que no voy y me gustaría confirmar que todo sigue bien”. Vassily se había acostumbrado sorprendentemente bien a vivir en una casa ajena. Intentaba hacer una inspección semanal a su casa, pero últimamente había transcurrido más tiempo entre visitas pues le resultaba doloroso volver a esa casa sin alma y tan llena de recuerdos.
- “Acuérdate de coger una baraja de cartas para que juguemos a Durak. Y de regreso a casa, déjale una botella de leche a la Mijailina -así apodaban cariñosamente a la viuda de Mijaíl que habitaba la segunda planta-. Seguro que lo agradecerá”.
Vassily esbozó una leve mueca de aprobación y se levantó para salir a fumar a la minúscula terraza de la cocina. Alexey recogió la mesa después de comer y se dispuso a leer la prensa, obsoleta ya de tres días. Tenían una convivencia armónica. Se repartieron las tareas desde el primer día. Alexey se encargaba de la comida, Vassily de la cena. Alexey recogía el salón y los dormitorios, Vassily se encargaba de la colada. Vassily se había instalado en la habitación compartida por Anna y Kira -Natasha, por ser mayor, tenía una habitación propia-. Se sentía cómodo y protegido en esa pequeñísima habitación, durmiendo en una de esas pequeñísimas camas y conviviendo entre los chismes infantiles de las niñas. Alternaban las salidas a comprar víveres -cada día uno- pero de regreso ambos paraban siempre en la segunda planta para ver a la Mijailina. Al fin y al cabo, solo ellos tres habitaban el edificio en ese momento y debían cuidarse entre ellos tanto como cuidaban al edificio.
Terminada la lectura de la prensa, Alexey se fue a ordenar algunas prendas que yacían sobre la cama en el dormitorio. Habían pasado ya cerca de cinco meses y aún le seguía punzando el costado cada vez que entraba en su habitación y veía el lado derecho de la cama, el de Violeta, intacto. Llevaban treinta años durmiendo juntos. No habían fallado ni una noche. Diez mil novecientos cincuenta y seis noches, incluidos los años bisiestos. Alegres o enfadados, se habían dormido uno al lado del otro desde que compraron la casa. Y eso era lo que más añoraba ahora. Era la única parte de su rutina que le generaba un vacío descomunal. No tenerla a ella.
Vassily fumaba tranquilo. Siempre dos cigarrillos después de comer. Se tomaba su tiempo; al fin y al cabo no tenía nada mejor que hacer. Las autoridades recomendaban no asomarse a las ventanas o a las terrazas y permanecer dentro de las viviendas. Pero Vassily nunca sintió excesivo apego por la autoridad y disfrutaba mucho de sus momentos en la terraza. Fumaba medio paquete al día, y cada cigarrillo tenía su momento. Después de comer, siempre dos cigarrillos.
Alexey aprovecharía la ausencia de Vassily para rendir una visita al carnicero, único vecino que inexplicablemente aún tenía operativa su línea telefónica. Llamaría a Violeta para confirmar que estaban bien. Aunque, claro que estaban bien. Estaban estupendas al otro lado de la frontera, en un país vecino ajeno al conflicto bélico. El que podía permitirse estar mal era él, y sin embargo tan solo podía preocuparse porque ellas, Violeta y sus tres soles, estuviesen bien.
Salieron juntos de la casa. Bajaron los cuatro pisos a paso lento. Ambos aceleraron el ritmo al cruzar la tercera planta. Pobres Tantirev. En el portal se despidieron escuetamente y cada uno emprendió su camino. Alexey llamó a la puerta del carnicero. Este le invitó a pasar y le ofreció un trago de licor en la cocina. Conversaron sobre esto y sobre aquello pero de nada en particular. Alexey apreciaba que en aquellos tiempos de desnorte, cualquier contacto humano era cálido. Al rato, pidió al carnicero utilizar el teléfono. Marcó el número y respondió Dmitry. Alexey se alegró de hablar con él y, por milésima vez, le dio las gracias por ocuparse de Violeta y de sus tres soles. Dmitry, por milésima vez también, le dijo que estaba encantado de hacerlo y que no era necesario el agradecimiento. Era buen chico. No le importaría, incluso, que se fijará en Natasha, la mayor de sus soles. Ella era una chica aparentemente despreocupada por los chicos. Pero podrían hacer buena pareja. Dmitry y Natasha. Natasha y Dmitry.
Se puso al aparato Violeta. Cuando hablaba con ella por teléfono, durante los primeros segundos en los que escuchaba su voz su mente le llevaba al día en que la conoció. Recordaba minuciosamente el vestido que ella llevaba, la corbata que él había elegido, las palabras que intercambiaron, la luz del lugar en el que estaban o los ruidos que les rodeaban.
- “¿Estáis bien”?
- “Si, Liosha. Estamos muy bien. Tranquilo. Tú, ¿cómo estás?”
Solo ella le llamaba Liosha, diminutivo de Alexey. Alexey, que significa “el que defiende”.
- “También estoy bien. Nada nuevo. Estuve paseando esta mañana y conseguí algo de comida. Visité a la Mijailina, quien como siempre me manda recuerdos para vosotras. Está hecha un roble. Es increíble cómo, a pesar de su edad, se ha crecido ante la adversidad.”
- “Mi Mijailina... nunca pensé que fuese a echarla tanto de menos. Devuélvele los recuerdos, por favor. Y seguid cuidándola mucho.”
- “Vassily ha conseguido leche. Le llevaremos a Mijailina una botella, seguro que le ilusionará”.
- “¿Cómo está Vassily?”
- “Está perfecto. Nada nuevo. Esta mañana visitó la fábrica. Todo sigue en orden y listo para cuando podamos volver”.
- “Si podéis volver...”
- “Claro que volveremos, mujer. Todos volveremos. Nosotros a trabajar, vosotras a casa. Volverá la normalidad”.
Violeta permaneció en silencio. Ella, estando lejos y a salvo, era mucho más pesimista que él. Él, estando en todo el meollo y viviendo en peligro, era mucho más optimista que ella.
- “Debo colgar. Hablamos en unos días. Os quiero. Mucho, tanto y siempre.”
- “Yo también, Liosha. Me dicen Rania y Dmitry que por favor le des besos a Vassily. Bueno, ya sabes, no es literal...”.
- “No te preocupes” sonrió Alexey. “No pensaba darle besos a mi amigo nicotínico”.
Ambos rieron. Ambos callaron. Ambos colgaron.
Vassily entro en su casa. Respiró hondo antes de hacerlo y respiró de nuevo hondo una vez en la casa. Todo seguía igual. El tiempo se había parado en el interior. Tanto, que no acumulaba prácticamente ni polvo. Recorrió todas las estancias. Comprobó que las ventanas seguían bien cerradas. Evitó el contacto visual con pertenencias más íntimas o con algunas de las fotos de la estantería. Comprobó lo que tenía que comprobar, cogió la baraja de cartas y salió por la puerta respirando con la misma profundidad que al entrar.
Salió de casa de Igor cargado con la caja de leche. Seis botellas que en ese momento le parecían un botín. Caminaba despacio intercambiando el peso de una mano a otra a cada pocos metros. Se cruzó con un compañero de la fábrica y paró para charlar un rato. Que si había escuchado las novedades, le preguntó el compañero. Que no, que no sabía de qué novedades le hablaba. Que al parecer se confirmaba que podría llegar pronto un alto el fuego, que las conversaciones prosperaban y que como señal de avance, era posible que se confirmara el cese puntual de la violencia. Vassily, que no sabía nada y que no era conocido por su expresividad, no pudo evitar sentir una alegría interna que desemboco en una muy leve sonrisa. Invitó a su compañero a un cigarrillo improvisado -ese día fumaría algo más de medio paquete- y continuaron charlando, con más ánimo, durante unos minutos más.
Alexey emprendió el camino de regreso a casa. Pensaba en cómo estarían sus soles. Si habrían crecido o no, si las encontraría más adultas cuando las viese. Pero qué bobada, si solo habían transcurrido cinco meses. Aunque el problema no era cuanto tiempo llevaba sin verlas. Su miedo era cuánto tiempo más tendría que estar sin hacerlo. Dos manzanas antes de llegar a su portal escuchó un tumulto. Varios hombres discutían ante la mirada atenta de otros vecinos. Se zarandeaban y se gritaban. Uno de ellos, incluso, sangraba por la nariz. Alexey decidió no acercarse más, no era ocasión de inmiscuirse en problemas ajenos. Las guerras sacaban a relucir lo mejor y lo peor de cada ser humano. Tenía que ser frio a la hora de mantener su lugar. Siguió caminando hacia su casa mientras los gritos se atenuaban, amortiguando el reproche que uno de los enzarzados le hacía al otro por haberle robado alimentos.
Se encontró con Vassily en el rellano del segundo piso de su edificio conversando alegremente con la Mijailina, quien ya era poseedora de una espléndida botella de leche. Alexey se ocupó de cargar la caja, ahora con cinco botellas, para relevar a su amigo visiblemente cansado. Vassily le contó la noticia que acaba de conocer en la calle y que ya había compartido con la Mijailina. Que era muy viable y casi inmediato el alto el fuego, que las conversaciones avanzaban por buen camino y que parecía que el final del fin podía estar cerca.
Alexey sintió una alegría que de no haber sido retenida habría explotado como fuegos de artificio. Alto el fuego. Le costaba imaginarlo. Se acabarían los paseos solo y la cama vacía. Se acabarían las llamadas telefónicas rápidas. Se acabaría el cierre de la fábrica. Se acabaría la búsqueda permanente de dos bocados que echarse a la boca. Se acabaría, por fin, está situación que en silencio desgarraba cada uno de sus órganos.
Y, quien sabe, tal vez algún día volviese a escucharse jaleo en la tercera planta.
Tercer Premio Relato corto en español
EL MISTERIO DEL SOBRE DESAPARECIDO
Autor: Antonio Ruiz González-Mateo
Master en Asesoría Jurídica de Empresas, 1979
CARIDAD
(EL MISTERIO DEL SOBRE DESAPARECIDO)
El sobre con el dinero había desaparecido.
Cincuenta mil pesetas, de las de antes de la guerra, en un fajo de cincuenta billetes usados, ensobrados y ocultos tras la última gaveta del archivador. Estaba preparado para que pasara a retirarlo un siniestro y huidizo mestizo —comisionista, según decían— que una vez al mes se presentaba, casi de incognito, en aquella vetusta oficina de importación-exportación de los años treinta.
Pero aquella mañana el sobre no estaba.
El jefe, tras comprobar su ausencia, convocó con urgencia a sus cinco oficinistas.
—Ha desaparecido el sobre de «El Negro», ya saben. Estaba donde siempre, al fondo del archivador. Todos ustedes tienen acceso al mismo y al menos uno me lo ha robado. Quien haya sido, mejor confiese ahora, antes de que esto vaya a mayores —expuso en tono crispado.
Los cinco empleados se miraron sorprendidos con gesto de inocencia propia y desconfianza ajena.
—Yo no he sido —empezó exculpándose Remigio, el remilgado y notable contable—. Sé de ese sobre, sí. Pero, como es suyo y para sus cosas, nunca me he ocupado del mismo. Mi trabajo es llevar fielmente la contabilidad de su negocio y mi responsabilidad es que las cuentas cuadren siempre, limpias y claras —apelando a su reconocida pulcritud y honradez—. Pregúntele mejor a Lola; ella sabe más que nadie de sus cosas —en tono de socarrona malicia.
—Yo no he sido Paco… perdón, don Francisco —replicó con desparpajo Lola, la locuaz y seductora secretaria—. Yo no vi nada. Y eso que ayer estuve hasta tarde en la oficina. Recordará que salí con usted… bueno…al mismo tiempo que usted. Pero yo no me llevé nada que no fuera mío. Al contrario, me dejé olvidada mi polvera en su despacho—. Los demás rieron por lo bajo ante su torpeza confesional. —Pregunta… perdón… pregúntele a Marcial. Le vi salir muy nervioso y presuroso al mediodía.
—Yo no he sido —rebatió indignado Marcial, el vivaz y competente comercial—. Aunque es cierto que ayer me fui apresuradamente. Había recibido la llamada de un cliente; don Florentino, ya sabe, el de la cooperativa. Me citó con urgencia a las doce para hacernos un buen pedido y salí echando leches. Dejándolo todo a medio hacer. Porque el cliente es lo primero… usted siempre nos lo dice —buscando un gesto de aprobación del jefe—. Pregúntele a Aureliano. Justo antes de salir le oí como despotricaba contra usted y de su racanería con los sueldos. Se cuenta por ahí que tiene muchas deudas de juego y que, además, anda con señoritas que fuman, de esas del Bar Chicote —reveló con la puerilidad del chivato por vocación.
—Yo no he sido —refutó contrariado Aureliano, el casquivano y arrogante auxiliar—. Y yo no hablaba mal de usted. Simplemente comentaba lo mal que va la empresa con la crisis, los recortes, los despidos y todo eso —se justificó—. Pero la culpa no es suya, don Francisco. ¡Al contrario! Todos sabemos quién tiene la culpa de todo lo que pasa en este país; ¡el gobierno! ¡Este maldito gobierno reaccionario de bastardos y corruptos! — argumentó enardecido ante la mirada perpleja del jefe—. Y sobre lo del sobre… mejor pregúntele a Caridad. No sé, no me fío yo de esta sexagenaria santurrona. Ayer estuvo todo el día hurgando en el archivador. A su edad; poco tiene que perder y mucho que ganar.
—Yo no he sido. ¡Por Dios, cómo pueden pensar eso de mí! —clamó angustiada Caridad, la cariñosa y admirada administrativa, más cercana a la merecida jubilación que a esa prometida promoción que nunca llegaba—. Es cierto que ayer estuve ocupada con el archivador. Pasé todo el día preparando la documentación que el Fisco le solicitó en su nueva inspección tributaria. Pero yo del sobre ese; ni sé, ni quiero saber nada. ¡Virgen Santísima!
El jefe zanjó la discusión tajantemente:
—¡Basta ya! Tienen hasta mañana para resolver esta situación. Si cuando llegue a la oficina, “aparece” el sobre encima de mi mesa; me olvido del asunto y aquí no ha pasado nada.
Pero si no aparece… —amenazó con tono enfurecido—; pasará… ¡pasará que serán todos despedidos! ¡Vuelvan a sus puestos de trabajo! —con rictus iracundo y gesto imperativo.
Tras salir del despacho, todos se miraron unos a otros; cada uno escenificando con sus gestos su propia inocencia y suplicando con su mirada a los demás que, por favor, el que hubiera sido que devolviera el dinero. Sería lo mejor para todos.
Pero a la mañana siguiente el sobre no apareció.
—Ustedes lo han querido. Están todos despedidos. ¡Fuera! —sentenció sin miramientos el jefe.
Y entonces Caridad, la administrativa, dio un paso al frente:
—No lo haga, don Francisco. No eche a todos. No todos son culpables. Y los inocentes no deben pagar la culpa ajena.
Tras un valorativo silencio ante el gesto impertérrito e inflexible del jefe, Caridad prosiguió, bajando la mirada:
—Lo confieso… fui yo. Yo robé el sobre.
— ¿Y el dinero? —inquirió el jefe con avidez.
—No se lo puedo devolver. Lo siento. Lo perdí todo jugando a la ruleta —contestó turbada—. Pero me lo puede ir descontando de la nómina mensual…
—No. Del sueldo, no. Del finiquito de su despido. ¡Fuera de aquí!
¡Quién lo hubiera dicho de usted y después de tantos años! ¡Qué vergüenza, vieja ingrata! —enfurecido— ¡Váyase!
Y Caridad abandonó la oficina, tras treinta y cinco años de acendrado servicio. Con tantos sacrificios no agradecidos. Con tantas jornadas alargadas hasta el anochecer, sin reclamar jamás nada.
En la despedida: el abrazo emocionado de Remigio, consternado; los besos entre sollozos de Lola, desolada; el sentido apretón de manos de Marcial, amargado; y el gesto de desaprobación indescifrable de Aureliano, inmutable.
Unas semanas después; don Francisco, su ya exjefe, la citó inesperadamente en su despacho. La recibió con impostada sonrisa, abrazo de inédito afecto y, por primera vez, amablemente la invitó a sentarse a su mesa. Jugueteando nerviosamente con su estilográfica Parker y ojeando distraídamente su agenda de hule para evitar su mirada expectante, arrancó en un forzado tono de aparente normalidad:
—Caridad, se aclaró el tema del sobre. Lo tenía yo en mi casa. Debí cogerlo del archivador sin darme cuenta y anoche apareció en un cajón de mi dormitorio. ¡Vaya despiste el mío! —se justificó con nerviosa sonrisa.
Y prosiguió en tono solemne:
—La perdono.
«¡Cómo que me perdona!», pensó indignada Caridad, pero calló.
El jefe, con tono de suma benevolencia, continuó:
—Puede volver a la oficina. Y, para compensar este malentendido, estudiaré una revisión de su prima de productividad. Y, hasta puede que le conceda un par de días más de vacaciones al año. Y, además...
—Lo siento, pero no puedo aceptar —le interrumpió tajante—. Jamás volveré a trabajar en un sitio donde haya individuos como usted.
Y con determinación se levantó y se despidió con un sonado portazo.
Una vez afuera, aliviada, sintió como estaba pasando página a un capítulo de su vida que deseaba cerrar para siempre. «A mi edad es tiempo de anclar el pasado y abordar el futuro», se dijo con determinación. Y con ilusión buscó en sus pensamientos un nuevo horizonte, al que ella, reinventándose paso a paso, se encaminaría decidida a partir de entonces.
Al mes siguiente, Caridad se embarcó como voluntaria en una misión de la Cruz Roja a tierras de ultramar. «Ya era hora de empezar a pensar en mí», reflexionó desde la borda del buque que partía rumbo a una nueva vida.
Epílogo:
Cuando falleció Caridad —mi abuela, viuda prematura y madre de mi padre exiliado— todos en su antigua oficina, incluso don Francisco, la recordaron en un sentido homenaje póstumo de reconocimiento a esa gran mujer que fue; de vida ejemplar, valiente entrega y generoso altruismo.
FIN
Primer Premio Relato corto en inglés
A Place in the Universe
Autor: Barnaby Shand
Bachelor in Philosophy, Politics, Law & Economics
A Place In The Universe
‘Without a revolutionary theory there can be no revolutionary movement.’
13,600 light years away, and a fair few years after Lenin wrote those words, it was breakfast time. Monica Bright was sitting reading her morning emails, and eating her cheerios, as she had been taught to do. Historians would later disagree over exactly how far through her breakfast she was when she read that fateful email. What they did agree on however was that she jolted so violently that she almost, but not quite, spilt her bowl of cheerios! They also agreed that this was indeed the moment of discovery of the theory that would become the manifesto for the revolution of ‘49, which would change the course of Yorko, the most advanced city-planet in the universe (according to a poll of Yorko’s top 100 politicians, publsihed by YorkoDaily™), forever. It was also agreed that there was a sense of irony in that such a significant idea in the history of the universe had originated in an insignificant backwater called the MilkyWay, on a quaint, pre-historic planet called Earth. Monica inputted Earth’s co-ordinates into her Ynav, and set off in search of the manifesto that would change the course of history, forever.
No one ever thinks of the washed up academic. Nor did Douglas Mitchell, until he found himself staring at the fleckled mirror in the downstairs bathroom of his squat, terraced, grey house. Where had it gone wrong? This was not how it was meant to be. His editor had tried to paint a rosy picture of his most recent paper by highlighting its (very relative) success in a provincial fishing town in Cornwall, which harboured separatist, revolutionary ambitions. Admittedly the market for peaceful theories of revolution was something of a niche, what with the romantic allure of the violent version. For three years he had been spellbound by the possibility that a non-violent revolution could be theoretically more effective than those that employed violence. It tagged along everywhere: to Tuesday brunch, to the hairdresser, and when he settled down to sleep at night, into his dreams. The idea camped in his mind, free of charge, to the exclusion of almost everything else. 23 days ago he had let it loose, into the realm of critics and the wide, wide universe beyond, to the acclaim of exactly no-one. Three years of work discredited in less than a week: it was almost impressive.
Such were his thoughts as he lay on the sofa watching golf. DING DONG, the doorbell sang, startling him from his stupor.
Fuck, he thought. He’d never liked doorbells. ‘I’ve never liked doorbells,’ he said, aloud, and opened the door.
Before him stood Monica Bright. He was not used to visitors, much less visitors who had travelled 13,000 light years to alight at his door, which perhaps explained the trance-like state he had seemed to enter. His mum barely travelled the three miles anymore, and this durth was made evident in the grey that seeped through the walls and out of the floor. It was the sort of hovel where weeds had made the drive their own, and whose curtains were closed most of the time. The neighbours would have assumed that something illicit was going on if it weren’t for the fact that the house didn’t get any visitors.
Eventually, his voice-box rumbled into action for the first time in five days, stalled, reversed, before joltingly grinding into gear to offer his guest a tea.
The guest in question had a jet black, shoulder length bob, that Douglas could have sworn was auburn when he had first opened the door. Where it met her body it seemingly melted into her jet-black jacket that gently shimmered as if it wasn’t just alive, but peacefully sleeping. Her boots on the other hand were wide awake, pulsing with a magnetic force that immediately made friends with his previously very bored carpet. Her eyes were extraterrestrial, but with a warmth he’d never imagined but always craved, all set into a pale white human-like face.
The overall feeling was that this was someone who knew something Douglas could not. And now this someone perched on his sofa was speaking.
“It’s a relief to be here. I tell you, it was rush hour on the Yorko-Earth Superway and it was very slow; it took me two hours to get here! Can you imagine, two hours to cover 13,000 light years. You’d think we’d descended into the dark ages, but then again, I wouldn’t trust the Supreme InterGalaxial Infrastructure Ministry to know their Superway from their LightPort, wouldn’t you?”
He wouldn’t.
“I imagine it’s something like your pothole problem. Rural areas just never get enough funding, am I right?”
She was.
Douglas sat there looking like a fish who was in the process of being relocated to a new tank.
“Anyway, to the point. I’m with the Yorko Freedom Force, & I’ve come to offer you a job. Yorko is a very advanced city planet in many ways, but we’ve got a rather god-awful leader who just doesn’t quite understand the value nor necessity of being nice. You see, we want a revolution, and that’s about the only thing we can agree upon. We commissioned a viability report that recommended we explore peaceful options, except such theories on Yorko are few and far between. That’s when I found your paper. The idea that peaceful methods are preferrable even if violence is morally justified because of the effect on external pay-offs to dissent and internal ethical probity calculations? Brilliant, revolutionary even, if you’d pardon the pun. It’s exactly what we’ve been looking for.
That was the point, right? To like, you know, revolt?”
It took a moment for Douglas to realise that Monica had asked him a question of the type that required an answer, and all that left his mouth was a quite impressive gurgle. What he wanted to ask was what Yorko was. He was hoping that it turned out to be a local town, maybe even York itself, that the Yorko Freedom Force was an offshoot of the Yorkshire independence movement, and that the Supreme InterGalaxial Infrastructure Ministry was a derogatory nickname for the North Yorkshire County Council. Somehow though he had a suspicion that it wasn’t and that this disarmingly enigmatic girl in front of him was from a very long way away, even if it only took two hours to get there.
Monica pretended not to notice the gurgling and carried on.
“If you wanted my opinion, I also think that if you were to come on board as a martyr, join the team so to say, we’d have a good chance of success.” She spoke with such a matter-of-factness that Douglas didn’t immediately register the gravity of her words.
“You’re saying you liked my paper?” whispered Douglas, almost in disbelief. Perhaps his work did have a place in the universe after all.
“Yes, and we would like to put it into practice, if that’s ok with you.”
It was ok with him, except he could have sworn that she’d said the word martyr. He was sure she had, and yet it sounded like a job offer, and a very generous, flattering one at that! It was as if her next words would be details of financial remuneration and severance packages.
“Of course it’s a very, very well paid position. It comes with a house, there would be bonuses on the success of the revolution, and historically we’ve endowed martyrs with great posthumous prestige. Not to mention that applications are very competitive.’
Douglas paused for a moment, just to make sure that he had things right.
‘Monica,and correct me if I’m wrong, but it sounds like you’re asking me if I would like to be your martyr, a job which in my understanding of the term is more often than not, well, terminal.”
“Oh don’t worry we don’t want to kill you but after all, in your own manifesto you wrote that even peaceful revolutions need a spark, something to get the ball rolling, so to speak. If we don’t pursue this revolution in a peaceful manner, many, many people will die, and we have an opportunity to avoid that. So please stop thinking about yourself and be a team player.’
She was on a roll.
“To not accept this job, this title that by the way many would literally die for, it’d be a bit ungrateful.”
Several moments passed.
“May I say no?” he said, with an enquiring look.
It was as if Douglas had sucked every energy particle from his surroundings, and channeled it into four, little words. Monica for her part looked a little shocked. Up until that point she had seen this man as little more than what he was: a washed up human academic, bathing in the physical representation of his languishment. Her advanced judgement mechanisms had not registered the possibility of such a question, and it took all her training not to gasp at the audacity.
“I guess you could say no…”
“Great, then no.”
“Right” Monica said, unsure of what exactly had happened. “Are you sure?”
Douglas simply smirked.
The door didn’t slam on her way out, but it certainly closed. It closed on the house of a validated academic, one who’s work had found its own place in the universe, as its creator settled down to his Tuesday morning on the sofa, watching golf, and sipping his tea.
After just 13 years of peaceful insurgence, Monica’s revolution succeeded. The dictator was ousted, and peacefully killed by the Yorko Freedom Force. The revolution’s manifesto was written by an obscure author from the outskirts of the galaxy, named Douglas Mitchell, who was violently killed by the dictator's regime for his innocent writings. At least, that’s what the Yorko Freedom Force’s Propoganda Department said. They reasoned that few would journey the two hours along the Earth-Yorko SuperWay, and those that did would unlikely land in the suburbs of Yorkshire, England. If they had, they would have found Douglas Mitchell, famed Earth academic, and the posthumously glorified official martyr of the Yorko Revolution of ‘49, sipping tea, watching golf, and enjoying a life of Tuesday mornings.
Segundo Premio Relato corto en inglés
Like Paska, We Rise
Autor: Emily Fuller
International MBA & Master in Big Data, 2018
“Like Paska, We Rise”
They say scent is the closest sense tied to memory, and when I think back on it, it seems right to me. In my youth, every memory had a scent. On Christmas morning, it was the warm smell of uzvar just as it was beginning to boil, releasing the delicate flavors of star anise and cinnamon into the air. I may only have been tall enough to barely reach the table top, but the fragrance was kind enough to meet my nostrils where they lay.
In Easter, it was the smell of freshly baked Paska. Making the decorations with Mama was always my favorite part. It was really the only part she let me do for a long time. Until I could make the dough with my eyes closed, without measurements, I was not to touch it until it was ready to be dressed. I had to be able to feel the soul of the dough, you see. To know when the rise was just right, and it had proved the perfect amount for baking.
Until then, I was resigned to making the twists of dough on the top to go around the top of the loaf. It reminded me of how Mama used to plait my hair, taking a strand in each hand and twisting one around the other until she reached the end. I would pinch the ends together and place the braid in a circle on top.
It’s funny what you remember. I can hardly recall what I ate for breakfast this morning, but one brief bouquet of my mother’s perfume, and I am back in the kitchen beaming after applying the perfect egg wash to my first Paska.
Mama was so proud. I had worked so hard to study her ways, diligently scurrying around the kitchen to get things just right. She never made things easy. Not a cookbook or recipe card in sight, no measuring spoons, cups, or kitchen scales. We had to learn from our elders.
Those moments seem so far away. The freedom of youth. Uncharted territory. Unwashed bakes and unleavened breads whose secrets were waiting to be discovered. Now my clothes are unwashed, and I feel the rise has gone from my step.
Mama is gone, and my Mother country is fighting for her life. The streets are war-torn and the skies are orange-grey with smoke. Children no bigger than me when I made my first Paska lie huddled in the shelter, with fear in their eyes.
How I wish I could share with them the scents from my kitchen and the feeling of my youth, untouched by atrocity.
I close my eyes, and I remember, we must learn from our elders. Throughout the years, I did. I learned to listen to the wind blown on the chair at Christmas, and the spirits of our loved ones at the table.
I learned to carefully pack the picnic for Easter and how to relish the steps to the graveyard where we would set an extra setting of food for our dead. We could not stop the march of time's winged chariot, but we had the freedom to choose how we embraced our present.
I choose to bring my favorite dish, and savor the sweet moments with my Mama and my Mother country. We are more than these moments of turmoil and strife, and we are united in our triumph against oppression.
Like Paska, we will rise
Mama used to say, “Your head is not only for putting a hat on”. I didn’t get it then, but I think I am beginning to understand.
Tercer Premio Relato corto en inglés
Rubble
Autor: Alicia Lichter
Bachelor in Behavior and Social Science
RUBBLE
Robbie hadn’t ever seen silver snowflakes.
They fluttered down from the sky, like tiny metal butterflies writhing their bodies towards the ground. It appeared as though they glowed, the mid-afternoon sun reflecting on them, crystalizing them, shinier than any mirror he had ever seen. Robbie sat in the courtyard of his residence complex, mesmerised by the phenomenon. It was the most magnificent thing he had ever seen.
He had been playing his accordion, small and black with shiny keys, a gift from Papa for his fourth birthday just last week. He’d been trying to learn Himusz, the Hungarian National Anthem, which he was hoping to perform for Papa’s birthday. Robbie’s small fingers often stumbled over the keys, and he had found himself getting frustrated at even the smallest mistake. Nevertheless, he was determined to finish learning the piece in time. He had only just finished running through the entire thing perfectly when he noticed a sliver of aluminum foil sweep onto the bellow of his accordion.
He hadn't even realised what they were at first, he had just dropped the accordion from his grip and felt it fall against his thighs. Robbie starred up between the faded beige walls, gaping in awe as the clear sky suddenly rained down small bits of silver.
No wind could reach the small courtyard. The foil fell silently, undisturbed.
Robbie surged forward, eagerly grabbing as many of the pieces of foil as he could fit in his small hands. He turned it into a game, grabbing one handful, then two, then another, then he let them go, watching the masses of foil fall to the ground.
After a while, Robbie looked up in hopes of catching more pieces of foil. He was panting, out of breath. To his surprise, no more strange snowflakes were falling from the sky. It was like a curtain of silver had been dropped down from the heavens, seemingly out of nowhere. Where on earth had they come from?
Voices murmured from above. The windows lining the courtyard walls opened as heads poked out of their homes, darting around in confusion. Robbie could see the perplexed expressions on all of his neighbor’s faces. What on earth had just happened, they were asking themselves, their whispers reverberating across the walls. What was that? Their eyes eventually came to rest on the boy below them, with an accordion at his feet and a field of silver grass surrounding him, a single pair of wide brown eyes gaping up at them in disbelief.
“You look like the tin-man!” Robbie’s ears perked at the familiar voice calling out to him, recognising it to belong to his cousin Judit. She was only two and a half years older than him, calling out from one of the windows. She lived one floor above his apartment, and they were each other’s closest friends.
Robbie searched the walls to find her, spotting her curly dark braids sticking out of one of the smaller windows. Judit was laughing at him, her soft giggle filling the space between the courtyard walls. She suddenly disappeared from the window, likely running to the stairwell to inspect the pieces of silver from up close. He smiled at the thought of the games they could play together in this silver snow.
A rumbling noise came from above him, louder than a menacing thunderstorm.
A shadow passed over the courtyard, turning the bright summer day into a sudden dark.
Robbie recognized the sound of a jet engine, shaking his skull and turning his blood to ice.
And then, within an instant, the walls around him caved in.
He tried to cover his ears, but the cracking concrete from the courtyard walls could not be muted by the flesh of his small hands. As the walls around him toppled, shards of glass flew like a deadly hailstorm, cutting his cheeks and scraping past his shins. Foil was launched into the air by the force of the explosion, and Robbie was once again caught in a whirlwind of silver. He had no time to scream as his legs gave out from underneath his body, the ground collapsing below him.
Usually, they would get a warning. Sirens sounded through even the thickest of walls, and alarmed voices bellowed through the portable radio on the dining room table, warning all of Budapest of the oncoming bomber planes and possible explosions. Mama would call his name, a certain tightness to her voice that Robbie soon came to associate with a sense of immense dread, making his stomach drop. She would always be tightly gripping the silver necklace she wore, identical to the one dangling from his own neck. He hated what it meant, when Mama would summon him with her face ashen and palms trembling. He knew what was coming next.
The apartment complex in which him and Mama lived had a single bomb shelter: a cold, dank pit beneath the lowest rung of stairs that reeked of rat droppings and sweating bodies. During previous bombings, the room would be filled with nothing but the panting of Robbie’s neighbors and the occasional yelp at the muffled explosions above. It was the place he hated the most, the air thick with the stench of fear.
For hours the basement would shake, dust falling from the low-hanging ceiling above them and rats squirming across the floor. Robbie jolted every time they scurried across his feet, despising the scratching of their filthy fur. His hand would dig deeply into his mother’s, turning it white and bruising it with the force of his grip. The bomb-shelter was a dreadful place to be, yet it was the only place Robbie yearned for as the buildings he once called home collapsed all around him.
He thought of his family: his grandfather, likely having just woken up from his afternoon nap, crushed by the ceiling above him. His cousin Judit, hit by shards of glass as she ran excitedly down the stairs, hoping to meet her cousin and play. His mother, drinking a coffee at the dining room table, unaware of the horrors that would ensue within the blink of an eye. Robbie had no time to grieve, to render what the destruction around him meant for the lives of his loved ones, but he desperately wished for his mother’s protection as dust and smoke flew into his line of sight, obscuring his vision and masking any signs of daylight.
The thought of his mother reminded him of the symbol hanging from his neck, and his hand shot up to grab the pendant. As his fingers wrapped around the twisted metal, an avalanche of concrete came crashing onto him in the darkness. A pressure like nothing before weighed down onto his chest, and a sharp, horrible pain throbbed from the left side of his abdomen.
Robbie couldn’t breathe. He couldn’t cry. He couldn’t scream. He couldn’t feel his legs, and he couldn’t see anything in the darkness of the rubble.
Dust and smoke filled his lungs, but Robbie couldn’t heave his chest up to cough. His last thought was of his accordion, small and black with shiny keys. He never had the chance to play for Papa.
He inhaled, shakily. He exhaled, the pain in his abdomen growing stronger and stronger.
He inhaled.
He exhaled.
He inhaled.
Hours later, as survivors dug through the rubble of Budapest’s collapsed buildings, they pointed out the peculiar mosaic of silver that was scattered amongst the remains of a single apartment complex. The aluminum foil shone brightly in the bright afternoon sun, and remarkably, the surrounding rubble of other buildings was void of the piece of foil. People climbed on the rubble, digging, lifting, hoping to find signs of life. No one’s eyes caught the silver pendant that had become camouflaged by the foil, the silver pendant still attached to a little boys’ hand, the pendant that bore the star of David, hidden amongst a sea of silver.
Primer Premio Ensayo corto en español
La infancia nos vengara
Autor: Myhrra Duarte
Bachelor in Communications, 2010
La infancia nos vengará: Cartucho de Nellie Campobello
Mientras la lavadora deleita a los habitantes del hogar con su particular baile compuesto de puras piruetas me acurruco en una esquina para leer Cartucho de Nellie Campobello1. Su pluma cáustica transforma el baile de máquina en los disparos de una 30-30. A través de una serie de 56 relatos cortos que algunos llaman cuentos, hay quienes los clasifican como “estampas” y otros "instantes fotográficos"-en verdad, tal como dice la investigadora Gloria Prado2, “resulta muy difícil catalogar los escritos de Campobello como novelas, novelas cortas o alguna otra clasificación semejante” (73). En Cartucho se muestra una normalidad mexicana muy distinta a la mía en el siglo XXI. Me dirás, bueno, ¿Qué te esperabas? Ella escribe del México posrevolucionario y tú vives en el México dividido de López Obrador, con un vecino norteño cuyas ciudades arden en protesta por la vida de un hombre negro llamado George Floyd y el misterioso Co-Vid 19. Tenme paciencia y escúchame, el México de Nellie no solo es distante por su contexto histórico, sino por algo que aunque no lo creas, nos hermana y desdibuja las barreras espaciotemporales: su Cartucho visibiliza a los anónimos de la revolución: a las mujeres, los niños, los llamados pueblos originarios, los campesinos. ¿Qué somos nosotros los que vivimos guardados entre cuatro paredes, si no anónimos ciudadanos de un país, un continente, un planeta? Nellie entreteje ficción con memoria para enseñarnos que aun en los momentos cuando el fuego arde en las calles y las casas no se sienten seguras, los niños lo absorben todo con sus ojos de esponja. Ellos y ellas que en este instante se encuentran escondidos debajo de la mesa con el celular que le robaron a su abuela, ya están construyendo el futuro.
Entre la ficción, el testimonio y la memoria
¿Es el conocimiento de la biografía de la autora vital para el disfrute y comprensión de la narración? Independientemente de la respuesta elegida, en el caso de Cartucho importa porque en repetidas ocasiones la literatura -y la propia autora-señalan que es la memoria de Campobello sobre lo sucedido en Hidalgo del Parral, Chihuahua cuando ella tenía diez años (Arroyo Almeida, 20163), la que alimenta cada una de las piezas que componen al libro. No en vano la autora se percibía a sí misma como la pura encarnación de la lucha revolucionaria que había engendrado al nuevo México (Josebe Martínez, 140)4 . Asimismo, y en favor de mi propuesta, en el prólogo del libro Jorge Aguilar Mora identifica en el texto las siguientes variables: relato autobiográfico, crónica familiar, relación histórica. Además, otros investigadores suman también la etiqueta de testimonio (Martínez, Pulido Herráez).5
Por consiguiente, haré una breve parada para compartir con ustedes que Nellie Campobello fue bautizada bajo el nombre de Francisca Luna Moya (Villa Ocampo, Durango 1900-ciudad de México 1986). Precisa Blanca Rodríguez6 que la escritora fue “ habitante, desde los seis años de Hidalgo del Parral, Chihuahua.” La crió su madre, “ una figura quien sería siempre a lo largo de su vida admirada por su vida y decisión “ (Pulido Herráez). A los veintitrés años Campobello se aventuró a la Ciudad de México, donde su talento como bailarina e inteligencia la colocó pronto en el centro de la intelectualidad. La “centaura del norte”, como también se le conoce, cuenta en su haber haber creativo Cartucho (1931), Las manos de mamá (1937) y Apuntes sobre la vida Militar de Francisco Villa. Además de estos libros publicó algunos poemas. Mucho se ha escrito y especulado sobre los últimos años de vida de la escritora. Las palabras secuestro, manipulación asesinato pululan a su alrededor. Pero en verdad, tal como dice un mal citado Shakespeare “Todo es mucho ruido y pocas nueces.”
Con esto en mente, regresemos al tema que nos interesa, el Cartucho. Para entrar en materia, los 56 relatos se encuentran divididos en tres secciones I. Hombres del Norte , II. Fusilados, III. En el fuego. Cada uno de los cuales se construye desde el punto de vista de una niña, quien se sospecha es la propia Nellie reformulando las historias narradas por su madre sobre lo sucedido en el norte del país durante la revolución mexicana. Nos topamos así con madres que ocultan a sus hijas en chimeneas para evitar que sean robadas, niños que ven las tripas de generales en bolsas, hombres fusilados frente al pueblo e inclusive escuchamos la voz del mismísimo Villa.
Precisa la investigadora Pulido que la narración plantea una fluctuación entre una voz infantil y otra que podemos ubicar como alguien adulto. Al tomar prestada su propia memoria para visualizar lo oculto por los libros de historia y una sociedad ansiosa de cerrar la herida de la Revolución, la violencia de la primera guerra mundial y la revolución rusa, Campobello genera un extrañamiento en el lector. Mientras que un adulto aparenta frialdad -o la experimenta debido a la sobreexposición a la sangre- ante la sangre, los descuartizados, la injusticia cuando un niño habla de armas, órganos desmembrados y violaciones nos descoloca. Los adultos hemos metido nuestra mirada en una camisa de once varas diferentes, tales como la moral, el orden social , la sobrevivencia, la economía y el patriarcado. Las niñas, los niños pequeños: ellos son todavía agua. He ahí su potencialidad política literaria. Agrega Josebe Martínez: “Cartucho corporiza, de manera insólita el dolor de esta contienda. Deconstruye el relato posrevolucionario hegemónico para mostrar que la percepción del “ser mexicano” como unidad y la nación como ente único son meros fetichismos.” (140)
El sonido de Cartucho conmocionó a los lectores, por un lado debido a la forma fragmentada de los textos, por otro debido a que lo consideran “poco literario” al usar un léxico más de los campesinos que de los de los intelectuales. Tiempo después esto mismo sería aplaudido en la obra de Juan Rulfo y en Gabriel García Márquez, Mariano Azuela y Martín Luis Guzmán (Pulido). Es curioso como estos hombres siempre son evocados cuando se hace un recorrido de las mujeres que contribuyeron desde la periferia a la llamada “literatura de la Revolución”.
Muñecas y soldados: El General Rueda
Cuentan los recuerdos capturados por los especialistas en crítica literaria que Nellie apuntó las historias de Cartucho en una libreta verde que llevó consigo hasta que las páginas se desbordaron y vieron la luz de las librerías en 1931. En ellos son personajes de fondo muñecas, soldados de papel, jeringas llenas de agua y bromas inocentes. Para quien sabe apreciarlo es un gran baúl de juguetes. Con el fin de explorar esto, cito a la propia Nellie Campobello:
“Así fue como cada tarde le llevaba mis fusilados escritos en una libreta verde...Acostaba a mis fusilados en su libreta verde. Parecían cuentos. No eran cuentos. Allá en el norte donde nosotras nacimos está la realidad florecida en la Segunda del Rayo. En el cerro de la Mesa, de la Cruz, de las Borregas, de la IGuana y el gigante cerro del Espía, allí donde han quedado frescas las pisadas y testereando entre las peñas las palabras de aquellos Hombres del Norte. Mis fusilados, dormidos en la libreta verde. Mis hombres muertos. Mis juguetes de la infancia.”
Si, tal como dice la centaura, cada uno de los fusilados es un juguete, las lectoras tenemos derecho a escoger uno un poco más favorito que otro. Digo “un poco” porque toda aquel que recuerda jugar sabe que el afán por un juguete es igual de caprichoso que el de un amor adolescente. Dura lo que una brisa de verano, pero aprieta hasta dejar la carne marcada.
“El general Rueda” se prendó de mí y no me suelta. Yo tampoco lo suelto a él. Una narradora niña enuncia la historia, ella conjuga en pretérito, tiempo el cual nos hace sentir partícipes de una memoria. Al igual que el resto del corpus, el relato se construye mediante el vaivén entre la voz infantil y la voz de la mujer adulta. Ella nos lleva a una casa invadida por el General con un grupo de 10 soldados en una violenta búsqueda de armas escondidas. La madre - a pesar de que “ ella ni con una ametralladora habría podido pelear contra ellos” (86)- se interpone para proteger a sus hijos. El general será descrito a través de enumeraciones y elipsis que cumplen una función descriptiva: “Hombre alto, tenía bigotes güeros, hablaba muy fuerte (86) y una metonimia que se repite varias veces: su bigotes güeros. No es descrito como un cuerpo total, si no por sus partes: una voz, una altura, ese bigote. Mientras que los ojos de la madre serán transformados en una dolorosa prosopopeya: “Los ojos de Mamá, hechos grandes de revolución, no lloraban se habían endurecido recargados en el cañón de un rifle de su recuerdo”(86). Después de esto la familia se mudará a Chihuahua, la niña se rehusara a olvidar y la madre se dejará morir. Años más tarde, en la ciudad de México la narradora -ahora una mujer adulta-se reencontrará con el general Rueda. Sabrá que es él gracias al bigote y nosotros que algo pasará gracias a la prolepsis “Volví a soñar con una pistola” (87). Pronto sabremos que lo van a fusilar. Ella justificará su muerte con la reflexión “Lo mataron porque ultrajó a Mamá, porque fue malo con ella.” Es decir, lo interpreta como la culminación del sueño infantil de ella tomar el arma y vengar a su madre. AUnque la venganza no se nombre como tal, su presencia cruza y ata en un manojo de leña cada uno de los elementos narrativos del cuento “El General Rueda.”
Entre tantos elementos que pueden rescatarse de este relato, sobresalen las armas: los soldados entran a la casa buscando armas y parque (86), la mamá se ve endurecida por el cañón del rifle del recuerdo (86) y se deja morir cansada del ruido de los 30-30 (87) y nuestra narradora menciona en repetidas ocasiones su pistola de cien tiros. Estos artefactos de violencia pueden será interpretada como un símbolo del poder patriarcal contra la alteridad, en este caso las mujeres y la infancia. El deseo de apropiarse de este poder se acuerpa tanto en el deseo hablando, como en los sueños ( me atrevo a decir que los sueños son cuerpo porque son producto del juego entre la experiencia, la neuroquímica y la muerte). Las balas juegan una función ajusticiadora, trastocan la fijación del género ya que ella al tener el arma de las cien balas adquiere el derecho que solo los soldados tienen: la justicia.
Nuestros infantes nos vengarán
Mujeres, niños, ancianos, animales y hombres viven hoy bajo el yugo de un sistema que les impide al mayor porcentaje de ellos acariciar con la punta de la lengua las palabras justicia, dignidad, felicidad. Conjugar el verbo en primera persona les suena a imposible. Pero, algo sucede en las redes sociales de las más jóvenes: Ellas ya no solo juegan como nosotras a usar las plataformas exclusivamente como una partida de popularidad. Integran en el juego las variables de visibilización y discusión. A pesar de que podemos argumentar que su ataque al sistema, ya es parte del sistema, sus actos nos demuestran algo muy importante: es posible fisurar la estructura actual que nos asfixia y endurece la mirada a través de un acto tan sencillo como es el diálogo.
En el campo de la comunicación política se ha demostrado que sentarse a hablar de política no cambia el mundo por acto de magia, pero sí prende pequeños incendios en la mente de quienes comparten la conversación. Y he aquí que los cuentos cuestionadores de la Historia con mayúsculas de la revolución escritos por Campobello nos demuestran el rol que juegan nuestras hijas /hijos/hijxs. Tal como la centaura dio voz a su madre,a su gente, la infancia nos dará voz a nosotros. Pero para ello, debemos sentarnos a contarles cuentos sobre quienes somos y lo que sucedía a puerta cerrada de la normalidad.
1Campobello, Nellie. Cartucho. Relatos De La Lucha En El Norte De México. Ediciones Era, 2018.
2Prado, Gloria. "Un Sueño De Amor Sin Límites: La Mujer Y La Madre Recreadas." Nellie Campobello La Revolución En Clave De Mujer, edited by Laura Cázares, Nellie Campobello La revolución en clave de mujer, 2006, p. 104.
3Arroyo-Almeida, Andrea Elizabeth, y "Nellie Campobello: memoria y escritura." La Colmena, vol. , no. 92, 2016, pp.39-47. Redalyc, https://www.redalyc.org/articulo.oa?id=446347893002
4Martínez, Josebe (Abril 2016) "Cartucho de Nellie Campobello: la Revolución en mascarada frente a la rebelión de los órganos sin cuerpo," Inti: Revista de literatura hispánica: No. 83, Article 10. Disponible en: https://digitalcommons.providence.edu/inti/vol1/iss83/10
5Pulido Herráez, Begoña. "Cartucho, De Nellie Campobello: La Percepción Dislocada De La Revolución Mexicana." Latinoamérica. Revista de estudios Latinoamericanos, 2011, pp. 31-51.
6Blanca Rodríguez, Nellie Campobello: eros y violencia. México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1998.
Segundo Premio Ensayo corto en español
Templo sin dioses
Autor: Victor Carmona Vara
Bachelor in International Relations
Templo sin dioses
Ruido, silencio y pulsiones
«Y yo sabía que no estaba tras la puerta, sino en mí, y que cobraría vigencia real sólo cuando yo estuviera en él.»
Antonio di Benedetto, Zama.
Templo sin dioses
Existe, quizá, un Dios racional, un ente cartesiano, fruto de la razón, indispensable para el conocimiento positivo de las cosas, para establecer coordenadas y puntos de apoyo a la hora de conocer el mundo; puede ser, también, que exista un Dios moral, fuerza castigadora, padre tierno, dadivoso e incluso indulgente, pero fulminante cuando es necesario; pero luego existe un Dios, más bien una idea de Dios, que es del inconsciente, un Dios que no es metafísico, que no es retórico ni moral, una fuerza jungiana, la vibración última de la mística. Ese es el dios que asoma vagamente la cabeza en Eros y civilización, en las obras de Álvaro de Campos, en los claros del bosque de María Zambrano. Es una divinidad esquiva, que se manifiesta con reservas, puntualmente, y no toma forma ni figura ni presencia alguna, sino que arrastra al sujeto y lo desnuda, y entonces lo expone a un breve éxtasis, a una revelación que no es ni interna ni externa y opera lejos, en la distancia, en lo Otro. Si para Wittgenstein lo Uno nace del asombro ante el mundo, de la imposibilidad de asir, en un sólo golpe, lo particular y lo abstracto, y para Kierkegaard el salto de fe era algo más que un tropo de la razón, debemos asumir entonces con Zambrano aquello de que el claro del bosque es un centro en el que no siempre es posible entrar. Y es por eso que el Dios que existe no es asible, ni comprensible, ni necesariamente real.
Todos, o casi todos, hemos sido niños practicantes. Hemos recibido unciones y promesas, regalías y reprimendas, y en un día que se nos vendía como trascendental hemos participado de una comunión que no entendíamos. Hemos oído hablar de alianzas que son, a la vez, nuevas y eternas, y en la partición del pan hemos conmemorado una pasión lejana y brutal; en otras latitudes le han rezado a otros dioses, a otras figuras míticas, personajes que nacen cuando la comunicación se vicia y se pierde lo humano y que de repente, al entender su vida de forma narrativa, no como una sucesión azarosa y desvencijada de eventos, adquieren poder y categoría universal y se alzan para redención de nuestros pecados de duda, de miedo y de soberbia. Es en la idea de destino donde se limpian de escoria, de morralla, los personajes que destacan por encima del resto de nuestras cabezas, y todo porque adquieren sentido único y pulsión trágica. Edipo es más Edipo cuando ve y se arranca los ojos, y es que en él se consuma algo que no cristaliza en la mayoría de nuestras vidas: un presagio. Pero el don de la transfiguración es minoritario. Nosotros no debemos decrecer para que otros puedan aumentar porque nunca fuimos grandes, porque al nacer no teníamos frente a nosotros un camino marcado. De ahí nace nuestra pulsión narrativa, que es en el fondo una de las máscaras de Dios. Tenemos sed de divinidad, queremos ser, nosotros mismos, contradictorios y unívocos a la vez, y sin embargo nos desvelamos a la vez como mucho más banales y complejos que las figuras míticas de la tragedia.
Sabemos, por tanto, que si nuestra pulsión es la de parecernos a un Dios-padre, esto es, a una entidad independiente, determinada, preexistente y no sujeta a cambios, esa univocidad vendrá determinada en primera instancia por la dominación: dominación de sí, dominación del otro, dominación del entorno y, por tanto, dominación de la narrativa. Uno quiere ser escritor de su propia biografía y de ahí nacen las pulsiones estilísticas, que se convierten en una encrucijada. Esta paradoja del demiurgo enfrentado a su vacuidad la expresó antes y con mayor acierto Maurice Blanchot en “De la angustia al lenguaje”: «El escritor se encuentra en esa condición cada vez más cómica de no tener nada que escribir, de no tener ninguna forma de escribirlo y de estar obligado por una necesidad extrema a escribirlo siempre. No tener nada que expresar debe ser entendido en el sentido más simple. Cualquier cosa que quiera decir no es nada. El mundo, las cosas, el saber no constituyen para él sino puntos de referencia a través del vacío. Y él mismo ya ha quedado reducido a nada. La nada es su materia.»
Es en el enfrentamiento con la nada donde se descubren las incongruencias y las debilidades de los hombres. La experiencia, la contemplación de la nada, aquello que María Zambrano vino en llamar los claros del bosque, no es más que un silencio ajeno a la forma que tiene un precedente de análisis místico-religioso inmenso en Ibn-Arabi, fray Luis de Granada, Santa Teresa de Jesús, Miguel de Molinos, San Juan de la Cruz y la tradición quietista del barroco español, y es que esa experiencia de la nada, como decía, es el lugar donde se produce el encuentro con la corriente de conciencia: es ahí donde se templa y forja el temperamento individual. La pulsión general, que es la de la universalidad, la máxima expresión del instinto de conservación, se divide entonces en dos senderos divergentes: por un lado, el de la mente colonizadora, que expresa su deseo de perdurar en la conquista del otro, de cuerpos ajenos, vidas ajenas, y que es, en definitiva, la expresión de un deseo voluptuoso; por el otro, el camino de la contemplación, que está vacío, igualmente, de respuestas, pero que ofrece la dicha de enmudecer por contraste con la ansiedad de la dominación.
En la lectura de La moneda viva, de Pierre Klossovki, encontramos algunas de las claves de la pulsión dominante, transaccional y colonizadora. El cuerpo del otro, esta vez en términos sexuales, es un cerro a tomar, un enemigo a batir, un ente a reducir. Es así como el placer físico queda supeditado en buena medida a la ilusión breve de la conquista. Leemos:
«En el estado pulsional, la búsqueda de un equivalente del fantasma responde a su coacción; la unidad orgánica que la sufre como un goce irresistible tiende a desquitarse, porque es responsable de esta obsesión estéril con respecto a la solidaridad específica de las unidades entre ellas.
Todo equivalente, en la unidad orgánica del individuo, representa por consiguiente una doble sanción: la de la coacción interna y la de la afirmación de sí externa; de ahí el dilema: goza sin afirmarte o afirmate sin gozar para subsistir solamente.»
Gozar sin afirmarse, desde el punto de vista narrativo, es un ejercicio estéril. Sólo cuando reclamamos para nosotros mismos el cuerpo ajeno, cuando lo vejamos, cuando establecemos relaciones de poder desiguales respecto a él, podemos encontrar un vector director: he aquí la dialéctica del dominado y el dominante. En la consecución y realización voluptuosa del poder se materializa el destino trágico del colonizador de cuerpos: con cada nuevo envite se desgasta físicamente, disminuyendo así su fuerza, su potencial respuesta contra el individuo subyugado, y además en la agonía breve del orgasmo contenido encuentra el horror vacío de lo finito. El que posee un cuerpo sin ánimo caritativo, sin ver el ejercicio lúdico, puramente inútil y enfocado sólo al placer, toma un cuerpo y por contra pierde la posibilidad gozosa de la inhibición. En el momento de asumir el capital sexual que le otorga el cuerpo dominado, en el momento en el que se consuma un ejercicio que para el dominador es puramente transaccional, una verdad oscura se pone de manifiesto: las limitaciones de la carne son imposibles de soslayar. Establecer una dominación violenta sobre el cuerpo social en su conjunto es imposible, requiere una fuerza de orden y de voluntad que no es recompensada más que en la posteridad. El ejercicio del poder voluptuoso, que es el que se dirige hacia el gran Otro sin comprenderlo, sólo adquiere perspectiva y sentido unitario desde la distancia. Es por eso que la dominación en todas sus formas es estéril porque no puede dotar de sentido a la vida del individuo, solo da empaque al personaje que trasciende lo vital, arrastrando a la persona que persigue la dominación a una espiral de difícil resolución y enrevesada consecución lógica ajena a toda realización. En la toma de los cuerpos, de las ciudades, del poder simbólico o fáctico no se encuentra gozo ni contemplación real: la nada que se ve desde las alturas del cuerpo dominante es desasosegante, poco meditada, porque es el infinito espacio indeterminado y sin color que se manifiesta a los que tratan de medirse con el mismo silencio.
Volvemos por tanto a Blanchot, a esa pulsión que nos lleva a escribir y a narrarnos nuestras propias cuitas, una pulsión que levanta andamios condenados al desplome. Escribir es nadar a contracorriente, es no adquirir conciencia del tópico banal del todo pasa y todo llega. Ante la conciencia de la mortandad de todas las cosas sólo cabe una actitud contemplativa. Queremos ser dioses, es decir, queremos tener la paz de un ente que preexiste y que seguirá existiendo mucho después de que todo lo terreno haya desaparecido; queremos ser dioses, es decir, albergamos en nosotros la pretensión de univocidad, que es la de un destino y una narrativa claras. Y para conseguir la paz del ente que existe por encima de todas las cosas, que es el silencio, y para encontrar un destino entre tanto delirio debemos aprender a disfrutar de la dicha de enmudecer. Debemos dejar de escribir, dejar de narrarnos a nosotros mismos como héroes de tragedia o como personajes estables, y aceptar con resignación la naturaleza cambiante y trémula de nuestra personalidad. Es preciso mirar arriba, al silencio. Al silencio que antecedió a nuestro nacimiento, al silencio en el que se suman los que han muerto y al que se reintegra la naturaleza cuando estamos lejos y no oímos al árbol caer en medio del bosque. He ahí nuestro destino, nuestra univocidad, nuestra constancia. Este breve interín en el que se nos permite jugar a las casitas y hablar y tomarnos el pelo y, por encima de todo, hacer como que nos escuchamos, no es más que una interrupción brevísima de un silencio que, por lo general, se mantiene plano y sin oscilaciones. He ahí el verdadero Dios: un Dios que no es personal, que no sabemos si es ente o inteligencia pero que no puede servirnos de asidero frente al mundo terreno; una divinidad que habita en lo más oscuro. Pero esa oscuridad es buena porque no ilumina obstáculos ni bloques ni nos impone pruebas ni crueles tentaciones. El silencio nos recibe de vuelta con un dulce abrazo paternal. Volvemos a él como quien vuelve al verdadero hogar. Es por eso que es tiempo de asumir que a las preguntas sobre lo que nos cabe esperar y lo que debemos creer o hacer no vamos a encontrar respuesta. La nada nos dice: en el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo. Y es que a Dios, parafraseando a Juan, nadie lo ha visto jamás, y es posible que ahí resida la única verdad que podamos alcanzar: el mundo se hizo por medio de Él, y el mundo no lo conoció. Todo lo que vivimos es contingente, sólo el silencio es necesario. El cambio de mentalidad tiene que venir a través de una progresiva renuncia, una renuncia que no es dura, que no exige privaciones, pero que sí que pide que asumamos que todo el gozo abigarrado de este mundo, todas las calles llenas, no son sino una especie de sueño, y que la verdad subyace en los momentos de soledad. Dominar esa momentánea y poco frecuente soledad es dominar la única teología posible.
Y así, cuando lleguemos a la vacuidad de vacuidades, al silencio que ha nacido para imponerse sobre todos los demás silencios, podremos cobrar vigencia real en ese espacio sin cuerpo ni pensamiento: un lugar de paz que se nos promete como un verdadero paraíso y que alumbra lo intrascendente de nuestras vidas terrenales, que debemos asumir como el raro y fulminante destello que media entre un inmenso continente de silencio sin horror ni culpa y el siguiente.
11 al 12 de abril de 2023
Fuentes y citas:
Esta reflexión nació al abrigo, fundamentalmente, de Claros del bosque, una de las obras más conocidas de María Zambrano, y bajo la innegable influencia de los evangelios canónicos entendidos más como texto sapiencial que como obra sagrada. Desde luego cabe mencionar el papel decisivo de Merleau Ponty y su ensayo Lenguaje y filosofía, que no aparece citado directamente, y del Unamuno de La agonía del cristianismo.
Los libros que sí han sido citados directamente son:
- Blanchot, M. (1943) París, Editions Gallimard, “De l'angoisse au langage”/”De la angustia al lenguaje”, Editorial Trotta, Madrid, traducción de Luis Ferrero Carracedo y Cristina de Peretti, 2021.
- Klossowski, P. (1970) París, Éric Losfeld, “La Monnaie vivante”/”La moneda viva”, Editorial Pre-Textos, Valencia, traducción de Manuel Arranz, 2012.
La cita de Zama, de Antonio di Benedetto, sigue la edición que Adriana Hidalgo Editora hizo de la obra en su sexta reimpresión en 2022.
Tercer Premio Ensayo corto en español
Sobre cine y libertad
Autor: Ignacio Lasheras
Dual Degree, Bachelor of Laws and International Relations
Sobre cine y libertad
Short Essay: Artículo de opinión
En octubre del año pasado, tuve la oportunidad de visitar Aquisgrán con mis amigas Clara y Mizgin. Aprovechamos la mañana para pasear por el casco antiguo de la ciudad. Me sorprendió gratamente ver que, en Alemania existía una gran conciencia y solidaridad con el movimiento de liberación de las mujeres iraníes. En un solo día, vimos dos manifestaciones en pro del feminismo árabe, y un edificio público con una pancarta que rezaba “jin, jiyan, azadî” (que en kurdo significa mujer, vida, libertad). Mizgin nos explicó que azadî, viene de la palabra sumeria “amargi”, la cual tiene principalmente dos acepciones. Por un lado, es la primera palabra en el mundo que se refiere al concepto de libertad. Por otro lado, es un término que también significa el volver a estar con tu madre. Estos dos sentidos no son mutuamente exclusivos, sino que, para los sumerios, la libertad significaba el retorno hacia sus madres.
Esto me hizo cuestionarme seriamente la maleabilidad de las palabras y sus significados. Hacía unos meses yo había dejado atrás a España para estudiar un máster en el extranjero. Siempre tuve claro que perseguir una nueva vida fuera de mi país, llevaba aparejado el objetivo de ser más libre. Sin embargo, indirectamente, mi ansia de libertad me había llevado a alejarme de mi familia. Esta forma de actuar es incompatible con el sentido originario de la palabra libertad, pero es común y humana en la actualidad.
A pesar de las buenas experiencias que los estudiantes internacionales cosechamos en el extranjero, siempre mantenemos un inconfundible anhelo por nuestro lugar de origen. A lo largo de este año, he sentido una aciaga nostalgia por mi familia y mi tierra. He hecho algunos viajes en los que me he sorprendido buscando cálidos campos castellanos en un paisaje verde y húmedo. Otros días, he echado en falta el atardecer de mi pueblo. Pero lo que siempre he echado de menos, sin importar el momento, ha sido la gastronomía española y su amplia variedad.
El cine español se ha convertido en el alimento que ha calmado el hambre de mis orígenes. La primera vez que me di cuenta de que el cine podía actuar como remedio para la nostalgia, fue en enero, cuando vi Belle Epoque de Fernando Trueba. Disfruté muchísimo con la picardía de Jorge Sanz como seminarista en una casa llena de mujeres. Penélope Cruz, Maribel Verdú, Miriam Díaz-Aroca y Ariadna Gil desplegaban el único tipo de belleza capaz de explicar la sagacidad e ingenuidad que dominaba sus arrebatos. La película trataba el mismo tema del que otros autores como Lorca ya habían hablado en el pasado, la juventud pasional en la España profunda. En el fondo, el argumento era tan español que me hizo sentir como si estuviera en casa.
Después de Belle Epoque, busqué cobijo en muchas otras películas. Cuando me encontraba de buen humor y buscaba reírme, solía recurrir a comedias como las de Javier Fesser. El deseo sencillo pero constante de un matrimonio por tener un hijo me resultó verdaderamente conmovedor. Confieso que tampoco pude parar de reírme con el “tralari tralari” de P. Tinto, o la ceguera de Olivia.
A pesar del disfrute de la comedia, también ha habido ratos en los que únicamente buscaba lo que Diego Garrocho ha definido en las páginas del ABC como el “chonismo ilustrado” de Bigas Luna (Garrocho, 2022). “Jamón, Jamón” es un ejemplo de esa estética poligonera, castiza, y costumbrista que ahora caracteriza a algunos de los artistas españoles más internacionales como C. Tangana. La seducción chulesca y matona de un aspirante a torero, que se enamora de una cocinera de tortillas de patatas muestra esa armonía hortera, y moderna que sólo puede captar a la perfección el título de la película en inglés “A tale of ham, and passion”.
Sin embargo, debo admitir que Amenábar es uno de mis directores favoritos sin lugar a dudas. Hasta ahora él ha sido el único en captar esa belleza asustada de Ana Torrent en “Tesis”, y esa psicopatía aterradora, pero atractiva de Eduardo Noriega. De hecho, si Fernando Trueba tenía ciertos dejes que recordaban a Lorca, Amenábar volvía al teatro de Calderón de la Barca con su maravilloso thriller “Abre los ojos”.
Podría continuar con una infinidad de actores y de películas. Por ejemplo, Quim Gutiérrez, Raúl Arévalo, y Adrián Lastra en “Primos”, o “Camino”, de Javier Fesser. Todas ellas, impecables. Todas ellas, de alguna manera, ya sea a través del humor o el drama, muestran una radiografía de España. Sin embargo, pese a esta calidad, lo que más me ha llamado la atención es cómo se muestra a la madre española en el cine.
No me sorprende que Almodóvar haya elegido varias veces a Penélope Cruz para hacer de madre. Representa todo lo que una madre es: guapa, sincera, risueña, entregada. Los vestidos de lunares, el pelo recogido en un moño, la bata de dormir, y el desparpajo ibérico y arrollador son elementos que caracterizan a todas las madres que han parido en algún lugar entre Cádiz y Ferrol. Y no hay nadie como Penélope Cruz para llevar ese sentir tan maternal y español a la gran pantalla.
Por eso, ahora entiendo un poco mejor la canción “Volver” de Estrella Morente, que tan bien interpretó Penélope Cruz. Porque efectivamente a través de esa escena, sentía que volvía a mis orígenes. Y entonces, aun estando en el extranjero, podía saborear esa libertad de la que hablaban los sumerios, pero que hoy comprendo como un verbo muy español. Y debo decir, que me sentía mucho más libre. Volvía a España y a ver a mi familia.
Referencia
Garrocho, D. (2022, Noviembre 18). “Chonismo ilustrado”. ABC. https://www.abc.es/cultura/diego-s-garrocho-chonismo-ilustrado-20221118155028-nt.html.
Primer Premio Ensayo corto en inglés
ARCHIPELGAL IDENTITY FROM: HIROSHIMA – HONOLULU
Autor: Yuzuko Kitta
Dual Degree, Bachelor in Business Administration and International Relations
ARCHIPELGAL IDENTITY FROM:
HIROSHIMA – HONOLULU
From the mid-20th century in Japan, traditional Japanese values — arguably the result of Chinese influence — were met with “tetsugaku”(哲学), or Western philosophy, as the United States spearheaded the economic restoration of Japanese society. Political economist Francis Fukuyama views the end of the Cold War as the end of a Hegelian dialectical game that has, since the end of the 21st century, pitted democratic capitalism against other forms of regimes, such as Japanese feudalism. He concludes that with the collapse of the Soviet Union, the dialectic had run its course and that when the time comes, democratic capitalism will be globalized1. Fukuyama points out that “the time” could take place after a long time, perhaps even after centuries in some countries, and I agree with him.
Whether or not a truly independent Japanese philosophy exists is a question that has been posed by philosophers, like Michel Foucault who said,
“Regarding the memories of my first stay in Japan, I rather have a feeling of regret for having seen nothing and understood nothing. It absolutely does not mean that nothing had been shown to me. But, during and also after I went around to observe many things, I felt that I had not grasped anything. For me, from the point of view of technology, lifestyle, the appearance of social structure, Japan is a country extremely close to the Western world. And, at the same time, the inhabitants of this country seemed to me on all fronts much more mysterious compared to those of all the other countries of the world. What impressed me was this mixture of proximity and remoteness. And I couldn't get any sharper impression.”2
The separation between the West and East was very significant. My mother attended a single-sex religious school—a traditional school with the typical Japanese uniform—and wanted us to be reminded that even though we lived abroad, our roots remained in Japan. She was a young mother who raised two children alone and is what we might consider a modern supermom. However, despite having adopted modernity in her adult life, a part of her still cherished her traditional upbringing. Hence, she made countless efforts to maintain our Japanese roots. My sister and I went to Japanese school after our normal school and on Saturdays as well. My mother made sure that we spoke Japanese with her in the household. Ironically, since I have lived abroad my whole life, the longest amount of time I have spent in Japan was in my mother’s womb. Furthermore, one can point out that I may look Japanese by western standards, although I share many western ideals. At my core, I am still truly Japanese, faithful to my country and captivated by it. I read Japanese literature, adore its culture, and I even live in a traditional Japanese house. Although I identify very strongly as Japanese, when I am in Japan people tend to think that I am either a 外人 (an outsider) or a ハーフ (someone of mixed race). Always standing on the fringes of society has proved to be a frustrating experience at times.
There is a correlation between Japanese philosophy and my cultural identity. Even though Japanese philosophy is not a sentient being, it personifies certain human elements of frustration and confusion, the same dichotomy that I am sensing in myself. Japanese philosophy and I are stuck in between two different worlds; the West and the East.
In considering “Japanese philosophy”, our first instinct is to think about the conception of Zen Buddhism. However, Buddhism was imported from China and Korea and it emerged in Japan around the 6th century3. Thus, such conception is only fair in line with the reality of philosophical practice as it has been found in Japan since the period in question. This does not mean that Buddhism and traditional thought have not had an impact on Japanese philosophy.
On the other hand, Western science and philosophy were introduced to Japan at the start of the Meiji era, when the country reopened to the outside world, ending the 200-year “closure period”4. Everything from the West was then incorporated into the nation of the Rising Sun's new political, socioeconomic, cultural, and theological systems.
Nishi Amane (西周), a Japanese philosopher during the Meiji era, helped to incorporate Western thought and philosophy into Japanese education5. He is most commonly known for introducing Rousseau’s “Social contract” 6. Moreover, he also applied to bring the term “philosophy” to Japan in the early 1870s in order to express western thought and ideas. He translated it by using Chinese characters7 (which are also used in the Japanese alphabet and language) and Greek etymology of the word “philosophy” (study of wisdom), resulting in 哲学 (tetsugaku). This example exemplifies but also emphasizes Nishi's prodigious productivity in the development of not only philosophical terms, but also the vocabulary required to provide a sufficiently formal synthesis of European thought in Japanese. He also translated and published8 a number of legal, philosophical and political science works, such as “International Law” (国際法) and an encyclopedia, the “Hyakugaku Renkan”(百学連環) .
These findings culminated in the famous yet controversial declaration of Nakae Chōmin (中江兆民) (1847-1901): “Japanese Philosophy does not exist in Japan”'9 As a result, several Japanese scholars who belonged to the feudal clan system10 like the Rokugo-shi clan (六郷氏) saw Nishi's declaration as evidence of the complete absence of Japanese philosophy in their academic heritage prior to the Meiji Restoration of 1868.
Indeed, it could be interpreted that the Japanese rejected their own tradition of any philosophical character and considered themselves justified in asserting that European philosophy, characterized by its creative force and theoretical approach, could not find its equal in traditional11 Japanese thought.
Nonetheless, I believe that this issue extends beyond that. We could always question whether there is a proper Japanese philosophy in Japan, since it has always been heavily influenced by the West. From the Meiji era when they re-opened their borders to the consequences of post-World War II with Pearl Harbour and the Hiroshima bomb. However, I would also consider the perspective that the Pearl Harbour attack and the retaliation-Hiroshima bomb has seen further emphasis of western influence that has consequently become a key element in Japan’s philosophy as a whole.
I spent most of my childhood in Honolulu on the island of Oahu where Pearl Harbor is located. In retrospect, I feel conflicted since I am still grappling between the East and the West. The geographical location of the Hawaiian Islands—midway between Japan and continental America—is almost symbolic of the struggle between eastern and western influence on myself.
On August 15, 1945, 70 million inhabitants of the Japanese archipelago turned on their radio. After the national anthem, Emperor Hirohito addressed them, recognizing the defeat of the Land of the Rising Sun. However, the Japanese citizens expected to hear the emperor “call them to national suicide”12, as French journalist Robert Guillain said in his article “The Japanese Citizens and the War”.The loyal Japanese were ready to die in the name of their country. However, that was not the will of Hirohito, whose life was spared by Truman’s government. Japanese history was forever changed, after the emperor's call, and as American troops prepared for landing, the Japanese poured “sincere tears of true patriotism”, while the country took on an impassive mask as they stoically acknowledged defeat.
One could point out that, from a western outlook, it could have been seen as a challenge to democratize the Japanese population and change the lifestyles forged by imperialism. Nonetheless, Douglas MacArthur13, the general in charge of Japan, took the time to understand Japanese culture in order to figure out what was best for them. MacArthur believed and had respect for “Bushidō”, the code of honor of the samurai. Bushidō is a Japanese word meaning “the way of the warrior”. The samurai were the warrior class who ruled feudal Japan for almost 700 years. Most samurai dedicated their lives to Bushidō14, a strict code that required loyalty and honor until death. If a samurai failed to keep his honor, he could regain it by committing the seppuku (ritual suicide), which we know better in the West under the term of “hara-kiri” or “the action of slaughtering one’s stomach”. The moral code covers all sorts of relationships between individuals and groups. Which is why the general let the Japanese citizens continue with their daily life not interfering as much since he believed in them. As a matter of fact, for centuries, the Bushidō had regulated conflicts between large powerful families15 in Japan, and by not respecting it would be considered a dishonor. When the American troops arrived several days after Japan’s defeat, to their immense surprise, they saw women and men who greeted them respectfully despite the backdrop of a country devastated by two atomic bombs. The American occupation lasted from 1945 to 1952—seven years during which the United States set itself the mission of demilitarizing16 and democratizing Japan.
One of the heavy consequences post-atomic bombs was the fact that Japan was met with a resource shortage. They had just lost 2.5 million people, not to mention its agriculture reduced to nothing and was destroyed up to 80%17. Food and other basic necessities were almost nowhere to be found. Other resources were in need for families whose fathers and sons died in war, and millions of survivors who saw their homes go up in smoke.
In the animated feature film “Grave of the Fireflies” (1988), Isao Takahata portrays with poignant realism the fate of Seita, a 14-year-old teenager, and her younger sister Setsuko in a Kobe, a city in the south of Japan destroyed by the bombing. Due to injuries and other drastic consequences such as hunger, they eventually passed away. Setsuko died from exhaustion and Seita from starvation. When the film was released, some critics criticized the filmmaker for his miserabilism and a certain propensity for melodrama, but this overwhelming work reflected the sad reality of the archipelago hit by scarcity until 1948. It is estimated today that 1 million18 Japanese died of undernourishment during the period.
In a complicated and paradoxical fashion, the occupying Americans sometimes brought little comforts to the Japanese. Soldiers who distributed American sweets to children and gifts to women portrayed themselves in a good image. Soon after, little Japanese boys no longer made samurai helmets folded in “origamis”, but American soldier helmets that they proudly displayed. Little by little, Coca-Cola appeared in bars, even if Japan was still far from the American way of life19 which mainly developed in the 1950s.
The influence of the occupants was also felt in the health sector. Japan was far behind in the health sector. The Americans organized vaccination20 campaigns, quarantines to limit the spread of diseases and in a few months, the population saw certain epidemics disappear as François Kersaudy mentioned.
Thus, for these reasons we can say that the occupation was not so badly lived, and that the westernization of Japan affirmed its position. Furthermore, by abiding by the “bushido” the Japanese did not protest and even willingly deferred to the country that defeated them. In addition, the Japanese were also humiliated, traumatized and felt responsible for many crimes during the imperialism era, which they felt compelled to change for the best—the most viable solution being to accept the occupation and adopt western values.
After my upbringings and how the Hiroshima bomb and the westernization of Japan has impacted my history and philosophy, we can observe an irony in the narrative. The only answer to that question is the fact that the irony of modernity will always remain in the narrative of history.
As for my reconciliation of my understanding of Japanese philosophy, it could be argued that the war between the United States and Japan involved a clash of civilizations. Civilization identity21 will become highly relevant in the future, as Samuel Huntington predicted. The author of “Clash of Civilizations” considers Japan to be its own civilization and culture. Japan has carved a unique position for itself as an impartial mediator between the West and the East: it has adopted certain aspects of the West but evidently remains a part of the East.
1Fukuyama, Francis. The End of History and the Last Man. Francis Fukuyama. New York: Perennial, 1992. 3-18. Print.
2Polac, C. "Michel Foucault Et Le Zen:." Michel Foucault Et Le Zen: Un Séjour Dans Un Temple Zen Michel Foucault. 1978. Web. 10 May 2021.
3Saitō, Hishō. "Chapter IV - Chapter VI." A History of Japan. London: Routledge, 2011. Print.
4Kazuhiko, Kasaya. "Bushidō: An Ethical and Spiritual Foundation in Japan." Nippon.com. 11 June 2019. Web. 10 May 2021.
5Havens, Thomas R. "Scholars and Politics in Nineteenth-Century Japan: The Case of Nishi Amane." Modern Asian Studies 2.4 (1968): 315-24. Print.
6KAUFMAN-OSBORN, TIMOTHY V. "Rousseau in Kimono." Political Theory 20.1 (1992): 53-85. Print.
7Havens, Thomas R.H. "Nishi Amane and Modern Japanese Thought." 44 (1971): 110-11. Print.
8Havens, Thomas R. "Comte, Mill, and the Thought of Nishi Amane in Meiji Japan." The Journal of Asian Studies 27.2 (1968): 217-28. Print.
9Dufourmont, Eddy. "Nakae Chomin and Buddhism." International Inoue Enryo Research (2013): 63-75. 2013. Web.
10Minear, Richard H. "Nishi Amane and the Reception of Western Law in Japan." Monumenta Nipponica 28.2 (1973): 151-75. Print.
11Shun'ichi, Takayanagi, and Kuwabara Takeo. "Nakae Chomin No Kenkyu (Studies on Nakae Chomin)." Monumenta Nipponica 22.3/4 (1967): 493-94. Print.
12Danton, George H., and Robert Guillain. "Le Peuple Japonais Et La Guerre." Books Abroad 22.4 (1948): 386-87. Print.
13James, D. Clayton. The Years of MacArthur. Vol. 4. Boston: Houghton Mifflin, 1970. 282-83. Print.
14Daidoji, Yuzan, and Thomas Cleary. The Code of the Samurai: A Modern Translation of the Bushido Shoshinshu of Taira Shigesuke. Boston: Tuttle, 2000. 15-17. Print.
15Kazuhiko, Kasaya. "Bushidō: An Ethical and Spiritual Foundation in Japan." Nippon.com. 11 June 2019. Web. 10 May 2021.
16Williams,, Justin. "American Democratization Policy for Occupied Japan: Correcting the Revisionist Version." Pacific Historical Review 57.2 (1988): 179-202. Print.
17Rothman, Lily. "After The Bomb: Survivors of Hiroshima and Nagasaki Share Their Stories." Time. Time, 6 Aug. 2017. Web. 10 May 2021.
18Ito, Masami. "Isao Takahata's Stark World of Reality." The Japan Times. 12 Sept. 2015. Web. 10 May 2021.
19Morris-Suzuki, Tessa, and Takurō Seiyama. Japanese Capitalism since 1945: Critical Perspectives. London: Routledge, 2016. 28-104. Print.
20Danton, George H., and Robert Guillain. "Le Peuple Japonais Et La Guerre." Books Abroad 22.4 (1948): 386-87. Print.
21Huntington, Samuel P. The Clash of Civilizations and the Remaking of World Order. London: Penguin, 2014. 183-98. Print.
Segundo Premio Ensayo corto en inglés
The Paradox of Tolerance
Autor: Kseniia Trifonova
Bachelor in International Relations
PARADOX OF TOLERANCE
Case Study: Alternative für Deutschland (AfD) Party in Germany
Introduction
According to the Cambridge Dictionary, tolerance is the “willingness to accept behavior and beliefs that are different from your own, although you might not agree with or approve of them”.1 As any other phenomenon, tolerance is a controversial topic having its own ups and downs making it a compelling and worthy subject of study. Moreover, it allows one to dive into the complexity of the modern globalized world as well as study cultural, social and political diversity.
This work is concentrated around the so-called paradox of tolerance as its core idea. It states that a tolerant society should have the right not to tolerate intolerant, otherwise, it would destroy itself. Though acknowledging the value of free speech and pluralism of opinions, it is significant to regulate the “marketplace of ideas” to a certain level. The main question arising from this is as follows: to what extent should society tolerate potentially “dangerous” ideas in order to keep in balance freedom and safety?
The first part of the paper is devoted to studying the theoretical background behind the paradox of tolerance. The initial source taken into consideration is a book by Karl Popper “The Open Society and Its Enemies” in which the term was introduced for the first time. Later it was studied in such works as “A Theory of Justice” by John Rawls which I would also mention later on. Additionally, I will link the paradox of tolerance to the study of John Stuart Mill “On Liberty” where the scholar introduces the famous “marketplace of ideas” and the “harm principle”. Though the paradox itself was formulated long after the work of Mill, it was interesting for me to elaborate on the possible occasional limits of freedom the scholar sets despite being one of the major advocates for individual freedom in human history. The theoretical framework developed in this section of the work, provided me with the possibility to analyse the case study which is described in the second part. The case taken is concentrated around the activity of a far-right anti-immigration German political party, namely Alternative für Deutschland (AfD), and the official reaction of its actions. From my point of view, the case of AfD clearly demonstrates that in a tolerant democratic society such as Germany, it is possible to maintain the diversity of the political spectrum without threatening the security and safety existing in the country. Lastly, I provide the reflections gathered from the research and consider broader implications of the theory.
Learning about the topic seemed very insightful and thought-provoking to me which I strived to reflect in the paper and I hope you will enjoy reading it as much as I did.
Theoretical Background: The Paradox of Tolerance
The first and most important academic source I would like to take into consideration is a book “The Open Society and Its Enemies” (published in two volumes: “The Spell of Plato” and “The High Tide of Prophecy: Hegel, Marx, and the Aftermath”) by Karl Popper. The book relates to the field of philosophical political science and advocates for the establishment of an open society based on such values as individuality, humanitarianism, and universalism within the context of liberal democracy. It was written during World War II and first published by Routledge in 1945. The name itself provides readers with the understanding of its essence: “open society” expresses the ideals of the author while “enemies” represent those who Popper argues with, namely Plato, Hegel, and Marx. The mentioned “opponents” are chosen for a variety of reasons. Popper acknowledges their place among the most influential thinkers in Western history, making an emphasis on them building a comprehensive philosophical theory to describe how the world around them worked. However, most importantly, he considers them “enemies” of his ideal open society, directly arguing their perspectives about the benefits of a strong authoritarian state.
Not desiring to fall into a trap of simply describing the book, I would like to devote my research to one specific term introduced in the work, namely the paradox of tolerance. This term appears in “The Open Society and Its Enemies” as a note to Chapter 7 (first volume) where the author devotes his attention to discussing concepts by Plato on “benevolent despotism”.
“Less well known is the paradox of tolerance: Unlimited tolerance must lead to the disappearance of tolerance. If we extend unlimited tolerance even to those who are intolerant, if we are not prepared to defend a tolerant society against the onslaught of the intolerant, then the tolerant will be destroyed, and tolerance with them. —In this formulation, I do not imply, for instance, that we should always suppress the utterance of intolerant philosophies; as long as we can counter them by rational argument and keep them in check by public opinion, suppression would certainly be most unwise. But we should claim the right to suppress them, if necessary, even by force; for it may easily turn out that they are not prepared to meet us on the level of rational argument, but begin by denouncing all argument; they may forbid their followers to listen to rational argument, because it is deceptive, and teach them to answer arguments by the use of their fists or pistols. We should therefore claim, in the name of tolerance, the right not to tolerate the intolerant. We should claim that any movement preaching intolerance places itself outside the law and we should consider incitement to intolerance and persecution as criminal, in the same way as we should consider incitement to murder, or to kidnapping, or to the revival of the slave trade, as criminal.” 2
The given citation explains that unlimited tolerance would eventually lead to intolerance, in other words, if the tolerant society would tolerate the intolerant, then it would eventually destroy itself. The society should keep the right to suppress those who stand against the concept of tolerance but only in case they are not ready for discussion on the level of “rational argument” and remain standing for their position with violent determination. On such occasions, even force may be applied to those considered a threat to the “open society”.
Another bright scholar, namely John Rawls, in his work “A Theory of Justice” (1971) provides the argument in favor of tolerating intolerant in the society pointing out that, otherwise, the community will become unjust. Nevertheless, he still allows that some circumstances are exceptional for this desired pattern.
“While an intolerant sect does not itself have title to complain of intolerance, its freedom should be restricted only when the tolerant sincerely and with reason believe that their own security and that of the institutions of liberty are in danger.” 3
While doing research on the concept of the paradox of tolerance, I came to the conclusion that it strongly reminds me of the ideas proposed by John Stuart Mill in “On Liberty” (1859). Though the author did not address the term “tolerance” specifically, in my humble opinion, it is worth mentioning him here. Mill strongly favored the so-called “marketplace of ideas” - from his point of view, the only way to find truth. “Silencing an opinion is robbing the human race” is a quote reflecting Mill’s position on censorship. Moreover, he also considered that silencing does not only deprive the society of finding truth or getting a clearer perspective on it (in case the presented knowledge is wrong) but also highlighted the political and social consequences such as tyranny of the government or the majority. However, despite being the main advocate of individual freedom, John Stuart Mill was the very scholar introducing the famous “harm principle” in his already mentioned book. According to Mill, there is one justification for the suppression of freedom: one’s actions can be limited in case of them harming other individuals. On such an occasion, the decision will be made in favor of the good of the many by preventing one from exercising their freedom.
In this section we received a glimpse of understanding of the core concept which will be used as the theoretical framework for discussing the case study further - the paradox of tolerance. Concluding, I find it important to make an emphasis on the fact that though all the mentioned scholars can rightfully be named the protectors of freedom, all three of them acknowledge some limits to tolerance and liberty. This discourse raises the question of balance within the society which should be kept for its “open” and prosperous functioning.
Case Study: Alternative für Deutschland (AfD) Party in Germany
The ideas of nationalism and racist supremacy were one of the biggest problems in the past, and, unfortunately, do not fade away nowadays. Even with all the horrors of the Nazi Party in Germany during the last century, nationalist and white supremacy movements continue to be present in Europe. Though not all of them expose their true ideas and values directly, they can be characterized by the appeal to the European economic and cultural heritages forming national identities which, according to them, are endangered by immigrants and ethnic/ religious minorities. Nazism is not always claimed to be the core ideology, however, tools similar to those used by the Nazis to picture Jews are applied to describe migrants till this day. The narrative on such occasions is highly populist which helps such parties to attract attention and appeal to emotions especially in times of economic crisis and other forms of instability. Therefore, such democratic values as multiculturalism and diversity are attacked, raising the controversial question: should Western democratic societies tolerate political parties and organizations standing for intolerance as their essential value?
Further I would like to discuss an example of such a party, namely Alternative for Germany (Alternative für Deutschland or AfD). The party was founded in 2013 in Germany by Bernd Lucke, Alexander Gauland and Konrad Adam, and co-chaired by Tino Chrupalla and Alice Weidel. Initially considering itself a conservative party with a mild Eurosceptic approach, it soon moved towards the far-right wing of ethno-nationalism in a populist and radicalized manner. Despite not being linked to evident acts of violence, the party’s ideology and values are highly debatable. AfD is best known for its anti-immigration position, attacks on the Jewish community, and Euroscepticism (the last tenet remained firm even after the radicalization of the party). In the 2016 Manifesto the party claims that “Islam does not belong to Germany” and directly accuses Muslim migrants of worsening the quality of life in Germany. Moreover, AfD also targets the Jewish part of the population and calls for the dramatic change of existing German policy towards the Holocaust.
In 2015 Bernd Lucke decided to resign from his position in AfD considering the narrative of the party xenophobic. The leadership was taken by Frauke Petry soon after being best known for claims that German police should “if necessary” shoot those trying to cross the German border illegally.
The popularity of the party was gained by promising to “defend” countries against foreign non-European influence and mainly relied on the German average working class. In September 2017 the Alternative for Germany became the third largest party in the German parliament taking 92 of 631 seats. The next year former German Chancellor Angela Merkel signed an agreement on cooperation between Christian Democrats party and Social Democrats resulting in AfD becoming the main political opposition. The same year Merkel stated her position on the topic of migration naming the majority of refugees victims of the political events. “Escape and expulsion are part of our German and European history” - she said addressing the issue.
In March 2020 Germany’s intelligence service (Bundesamt für Verfassungsschutz or BfV) commenced investigating AfD for promoting extremism. Their precise attention was devoted to the Flügel (“wing”) - a fraction of AfD connected to far-right extremists, and neo-Nazis. The Administrative Court of Cologne allowed BfV to put Flügel under surveillance presuming tracking personal data, including phone calls. Soon the decision by the executive department of Afd to dismiss Flügel was made, believing that the group would bring further scrutiny on the party as a whole.
In the last parliamentary elections, the party lost 11 seats from the gains of 2017 weakening its position in the German opposition. As of March 2020, AfD counts 35 000 members across the country and continues to be active on such social media platforms as Instagram, YouTube, Facebook, and Twitter.
Following the official governmental reaction on the activity of the party, we can see the balancing between favoring pluralism and diversity of opinions in the representative branch of power, and controlling AfD’s activity via governmental structures. The addressed issue is representative of the phenomenon of the paradox of tolerance while the policy of the German government is a great example of balancing freedom and public security.
Conclusion
In conclusion, I would like once more to refer to my argument stating that it is necessary to accurately balance between allowing freedom of speech and action in regard to the political spectrum, and building some boundaries to maintain order and public safety. In my opinion, the German governmental surveillance over Alternative for Germany showcases a great example of how authorities of the state can keep the activity of a highly questionable political party under control while allowing the representation of various opinions. Regulations of such nature do not simply prohibit the party from operating but make it less radicalised (it is important to remember that AfD was not involved in any violent activity so far) and provide argumentative critique of its ideals via legal means. From my point of view, this may be called the most effective way of regulation which in the future is unlikely to lead to mass support of the given party.
As for the further implications of the theory, I believe it may be interesting to study a more negative case within the context of the paradox of tolerance. The rise of totalitarian states under the leaderships of Adolf Hitler or Benito Mussolini could serve as very insightful examples of tolerating intolerance and its dreadful consequences. It is explicitly important to remember that prosperity and stability can be gained only via the balancing approach while the policy of all-permissiveness and total lack of barriers, though seeming attractive at the first glance, will eventually lead to the radicalization of society and inevitable crash of democratic values.
1Tolerance. Cambridge Dictionary. (n.d.). https://dictionary.cambridge.org/dictionary/english/tolerance
2Popper, K. R. (2008). Plato’s Political Programme: 7 The Principle of Leadership. In The Open Society and Its Enemies (pp. 114–129). essay, Routledge. Note on the "Paradox of Tolerance"
3Rawls, J. (1999). In A theory of justice (p. 220). essay, Belknap Press of Harvard University Press.
Bibliography
- AFD. Alternative für Deutschland. (n.d.). https://www.afd.de/
- Alternative für Deutschland. Counter Extremism Project. (n.d.-a). https://www.counterextremism.com/supremacy/alternative-fur-deutschland
- European Ethno-Nationalist and White Supremacy Groups. Counter Extremism Project. (n.d.). https://www.counterextremism.com/content/european-ethno-nationalist-and-white-supremacy-groups
- McCrum, R. (2016, September 26). The 100 best nonfiction books: No 35 – The open society and its enemies by Karl Popper (1945). The Guardian. https://www.theguardian.com/books/2016/sep/26/100-best-nonfiction-books-karl-popper-open-society-its-enemies
- Mill, J. S. (1998). On liberty and other essays. Oxford University Press, USA.
- Plamenatz, J. (1952). The Open Society and Its Enemies [Review of The Open Society and Its Enemies, by K. R. Popper]. The British Journal of Sociology, 3(3), 264–273. https://doi.org/10.2307/586813
- Popper, K. R. (2008). The Open Society and its enemies. Routledge.
- Rawls, J. (1999). A theory of justice. Belknap Press of Harvard University Press.
- Tolerance. Cambridge Dictionary. (n.d.). https://dictionary.cambridge.org/dictionary/english/tolerance
Segundo Premio Ensayo corto en inglés
Does taking the value of privacy seriously require that we ban trade in personal data?
Autor: Catalina Tarrazo
Dual Degree, Bachelor in Business Administration and International Relations
Does taking the value of privacy seriously require that we ban trade-in personal data?
There is no denying the power that tech companies wield. As Véliz explains, there is power in knowing, and knowledge in power. And who knows more about us than our dearest, intimate friends- Google, Instagram, Tik Tok, and Whatsapp? By allowing them to control and possess our data, we have shifted the balance of power in favor of tech companies. Véliz warns us against this imbalance in power and explains how through both soft and hard power, tech companies are able to influence our behaviors. The end result is a big brother world as put forth by George Orwell in 1984, one where we have surrendered the power that privacy grants us, which is ultimately necessary for democracy. This conclusion leads Véliz to make a call for the ban of trade in personal data. Still, this essay will argue that her proposed solution is not feasible. Instead, we need to work towards a comprehensive framework that regulates and guides big data and tech companies toward a future where they benefit society instead of harming it. We must demand a future where emerging technologies serve to advance liberal democracy, and not undermine it.
To explore the reasons why simply banning personal trade data is undermining and ineffective in attempting to shift the power back to us, this essay is going to follow Véliz’s train of thought. Let's go back to his own words, where he puts forth the idea of privacy as collective and states that ‘no individual has the moral authority to sell their data’ (Véliz, 2020) for two reasons. Primarily, privacy is collective because first, personal data is not yours, because personal data contains the data of others. In other words, you share data, so it is never really personal because, in an interconnected world wide web, you are a node connected to another node. Secondly, the consequences of privacy leaks are not suffered on an individual level, but rather, collectively. For Veliz, this fact leads him to conclude that taking the value of privacy requires we ban trade in personal data. The problem with this conclusion is that it is too naive because trade in personal data is here to stay, and what we must do instead is find our way around it.
To illustrate this, let us think of other things that meet her criteria of collective… Our oceans are collective. It doesn't matter if someone owns a beach in remote New Zealand and claims it to be personal, if they pollute it, the pollution won't be contained within the imaginary boundaries of the supposedly personal beach, because in the end, like privacy, the ocean is shared. Also, the consequences of polluting the oceans, for instance, rising sea levels, are not felt individually. Like data, they are felt collectively. The atmosphere, fisheries, forests, and a myriad of other things fit Veliz’s definition of collective.
We can take the most notorious of the above examples, the atmosphere, and look at it through Veliz’s lens in a way that is analogous to privacy. Following her line of thought, analogous to how he states that the solution for a privacy-less world is to ban trade in personal data, the solution for climate change then should be to stop burning fossil fuels or ban the meat industry, the two most infamous culprits in the production of greenhouse gasses that lead to global warming. These are unrealistic goals. The burning of fossil fuels is still the cheapest way to warm homes and provide energy for billions of people and meat is still a reliable source of protein for many. Additionally, how have we done so far in banning the plastic industry from polluting the oceans? The answer is we have not been able to stop its production. But the point I am trying to make is not that we are doomed, but that by looking at our past, and current reality, we can see that the answer is never to ban something completely, it is just never that simple. If we completely ban the emission of greenhouse gasses, the world would experience upheaval. Likewise, tech giants can't decide that they will completely ban personal data trade without affecting millions of lives and communication among us.
Personal data is not only the place from which tech giants’ power stems, but it is also the very foundation of the tech industry. It is part of their core operations, it is an integral part of their business model. Just like burning fossil fuels is for transportation. Just like using plastic is for the health care industry. Trade in personal data is here to stay. And though indeed, in an ideal world, we would follow Véliz’s premise and simply go ahead and ban personal data, the production of plastic, and greenhouse gas emissions, we don't live in an ideal world. To regulate big data, just like protecting our atmosphere and oceans, is one of our generation's big challenges, and there is no reason why we shouldn’t succeed in doing so. Generations before us have succeeded in regulating the emerging industries of their times. The answer that lies in our history has never been to simply ban the things that can pose a challenge to our democracies and to life as we know it. More often than not, these very same things that hold the power to disrupt our world for the worse also have the power to disrupt it for the best. It lies in our hands to find balance in this new world order driven by big data.
In a sense, Veliz has a solid point. Banning the trade of personal data would eliminate the threat of losing our privacy and our freedom to tech giants and stop the manipulation of our psyches. The 1987 international ban on ozone-depleting chemicals in aerosols, CFCs, proved to be effective in halting the depletion of the ozone layer. This ban not only put a stop to its depletion, but the ozone layer is also actually recovering and is expected to be fully recovered in four more decades. Unfortunately, total banning is not possible in all situations. Just like the banning of plastic is not yet a feasible solution, the banning of trade in personal data could disrupt the communication system altogether, and might even affect democracy by limiting information and preventing access to multiple perspectives on imperative social issues. Further, this essay does not argue that personal data trade and greenhouse gasses should not eventually stop. Indeed, these are not sustainable. But to stop it, we mustn’t ban it. We must pave through a framework that, if successful, will become a self-fulfilling prophecy that will make it more profitable for tech companies to shift towards policies of privacy and data protection.
To fight the scary, authoritarian future Veliz warns us against, we must strive towards a comprehensive and regulatory framework that surrounds the act of trading personal data, not ban it altogether. Let's go back to our climate change analogy, and let us get more specific. Think about the car industry that is on track toward a sustainable future where electric cars are seemingly dominating. How did we get here? Certainly, it was not by banning gas cars altogether. Instead, it was successfully implementing regulations, laws, policies, innovations, and incentives that allowed the car industry to develop more eco-friendly technologies. And that is the same strategy we must use in the face of personal data. Yes, we must shift the balance of power back to us, because the only way democracy will prevail is if the power is vested in the people and not tech giants. It is up to our generation to establish the comprehensive framework that is imperative if we are to coexist with big data. If you look around, you can see that the fight has already begun. Most prominently, the GDPR in the EU is aiming toward data and privacy protection; though not perfect, it is a step in the right direction. And these are the steps we must continue to take.
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PRIMER PREMIO
Amine Harboul
Zambezia: A Well for Change
TERCER PREMIO
Fiona Conlon, Albert Strauss Bjertrup, Maud Nygard Lutdal, Ana Pilar Manzanares Palacios, Niki Agnes Charlotte Falkenberg, Pedro Álvarez de Mon Nuñez
Guitarrero Mariano Conde
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