Estudiantes Galardonados 2024
Edición 2024
Primer Premio Poesía en español
Descalzos por el parque
Autor: Candela Jiménez
Master in Digital Marketing
Descalzos por el parque
Anoche
los ojos y la bruma de otoño
se manifestaron sobre el plano etéreo.
Vestían de “adiós” y traje
y olía a esencia rota.
Caliza, pólvora, lastre
y tejados de cobre
que aún subsistían de copa y vino.
Y en ese efímero instante
(como todos los que sueñan)
marcharon al alba
en busca de grava y anís.
Y aunque el viento perdure
Y el frío queme,
Y las manos hablen
Y andemos descalzos por el parque
ojalá destrabe el tiempo
los escombros que pisamos
y retome
el júbilo que sangraron tus ojos
Segundo Premio Poesía en español
Decisiones
Autor: Irán Yexalen Benítez
Master in Business Analytics and Big Data
Decisiones
De donde vengo, tierra desafortunada pero hermosa,
la gente es cálida, amorosa;
la comida, mucho más que deliciosa;
mas sé lo que me aguarda, y eso me angustia, me destroza.
En cambio, en donde estoy, lugar extraño,
me pasan los días, también los años,
llenos de dicha, llenos de llanto,
porque bien sé lo que he perdido, lo que he ganado.
Mido quien fui, quién seré en la balanza del tiempo,
un eco en el viento, un suspiro lento,
en este viaje incierto, en busca de mi esencia,
entre el pasado y el futuro, mi existencia.
Tercer Premio Poesía en español
Eresma en primavera
Autor: Juan Pablo González
Grado en Comportamiento y Ciencias Sociales
Eresma en primavera
Serpentean tus aguas
y cantas melodía serena
que acaricia mi oído, perenne.
Es nuevo el día,
el sol abraza tu corriente;
Acaso si hablaras,
brotaría desde tu cauce
poesía líquida,
clara y constante,
como ahora, desde tu orilla
lo hace la vida.
Cuánta paz se desliza elegante
por tu ribera,
cuánto primor se respira en tu afluente,
Eresma en primavera…
Primer Premio Poesía en inglés
Linea 1
Autor: Tomas Lemus
Grado en Filosofía, Política, Derecho y Economía
I
I wrestle with god
Even here
in a metropolitan train.
I wear my father’s coat
And the shoulders are too short.
And a thread sticks out
I pull it.
With it my face unravels
from my temples down to
the knot in my throat.
Even here I wrestle with God.
In a metropolitan train.
I ask him not to judge me.
I am good, sometimes.
I am sad. In my world.
I painted a crown of thorns
[One day,
And I hung it on my head.
I polished knives and stuck them
On my sides. They pierced my organs.
I hollowed out my lungs.
[Some day.
I broke the mirror and I
Sang false songs.
And I went from one street
To the next like it was nothing.
And the fear came with me
Like a small dog, or a sparrow.
II
The train keeps striving
[I wrestle with God
Whoosh! And I tell God
This can’t be a real night
Not the way that engine screams,
not the way these legs stretch over
the sticky floor, not these
faces forming dark shadows
with eyes staring hollow.
Nothing , I tell God,
nothing is real about this night.
What you must think I’ve gone mad.
These people, God bless them!
Couldn’t tell window from cat.
And the houses. They’re coming up now.
Stacked, one on top of the other.
They’ll be packed up in the
morning and this ceiling will
collapse into my eyelids.
Whoosh! The doors open.
I wrestle with God. Even here.
In all the faces that go with me.
I turn away, but I follow.
I wrestle with God and
He tugs back and he tells me
he says: at the first blade of light,
I will have forgotten this face and
my skin will be heavy and
my mind will be coarse and
my eyes will burn and
they won’t see right.
Whoosh! Go the doors
And I wrestle away.
III
He says (God), this night, is it not
[enthralling?
A black canvas painted over.
What will you do? Sulk.
A mistake of a night
Pale and heavy night.
Whoosh! In goes the people
Out goes my face.
God said to me, he said:
“You might discover a thing
Or two on such a night.”
A sudden burst.
A stale stream of consciousness,
Ridiculous fantasies that
will be drained in the morning.
And I go, from one street
To the next, like its nothing.
Faces, a whole bunch of them.
And the sparrow is with me.
Segundo Premio Poesía en inglés
Clumsy
Autor: Ljubica Ognjenović
Grado en Comunicación y Medios Digitales
Clumsy
I am a clumsy girl
I fall head-first
Into pot holes
And plot holes
Into love
And into friendships
I stumble over my own feet
Over guilt
For not trying hard enough
To do everything that needs be done
I trip on plans of road trips
And reading by warm tea
While ships rock the sea
I lose myself in streets
And song repeats
And pipe-dreams
I cough up laughter
Cough up anger
Cough up fear, but not surrender
I mourn for lives I have not lived yet
That I claim I am so dead set
To go out and achieve
(I know not what I’m doing
Not more and not less
Than anyone else
So I just keep trying
To build myself
Some wings for flying
But wax melts easy
And the sun’s so close
The fall back down is grandiose
I enjoy the view
Of the world spinning
While I stand frozen in a spot)
Tercer Premio Poesía en inglés
Clarity
Autor: Stefanie Reis
MBA
Clarity
There is beauty in the shadow
Thus there is none without light
Symbiotic and codependent
Inevitable and compulsory
Mutable and inconsistent
The beauty lies in the unknown
Portrayed in all the shades of what could be
And all the forms that will be
Resigned deep inside with something that once was
There is beauty in the shadow
Beauty in the darkness
Thus without it there can’t be light
There is beauty in the unknown
Endless possibilities
There is beauty even when thought there is none
There is beauty inside
Projected through the shadows by the light
There is beauty and there will always be
All one has to do is want to see
Primer Premio Relato corto en español
1200
Autor: Miguel Pesantes
Doble Grado en Administración de Empresas & Relaciones Internacionales
1200
Seis de la mañana y la Cunshi esta llorando. Putea de izquierda a derecha y de derecha a izquierda. Grita y reclama sobre algo, pero no se entienden las palabras que salen de su boca. Sus sollozos hunden sus oraciones, y sus cuerdas vocales se ahogan entre tanto llanto. Mas no hay que ser detective para rápidamente reconocer lo que había pasado. Su pequeño rebaño, sus quince ovejas, el sustento familiar, todas muertas. Los vecinos se amontonan en un circulo alrededor de la Cunshi, algunos para extender una mano y tranquilizarla, y otros, en su mayoría, que andan de sapos. Es un día triste para los residentes de la pequeña comuna de Alausí. Conmovidos por el llanto de la Cunshi, no se dan cuenta de que a unos doscientos metros más adelante otra india llora por la misma tragedia. Y así, poco a poco la gente se empieza a dar cuenta; todos sufren el mismo problema.
El cielo se tiñe de un rojo macizo, y las nubes decoran el paisaje como una pintura al óleo de la Edad Media. Ya eran las cinco y media de la tarde, pero el trabajo aún estaba por terminar. Los hombres de la comuna, jóvenes y ancianos se habían puesto las ovejas muertas a los hombros y las llevaban a cada una de sus dueñas para que las reconozcan y así poder tener sus rebaños completos, aunque sin vida. Cuando el cielo ya no emanaba luz y los hombres con los ponchos bañados en sangre ya no tenían más ovejas que cargar, se pusieron a contar.
“uno, dos, tres…”
“sesenta, sesenta y uno, sesenta y dos…”
“ciento cincuenta, ciento cincuenta y uno, ciento cincuenta y dos…”
Habrán perdido la cuenta unas dos o tres veces, así que seguían desde el ultimo numero del cual se acordaban todos. Aún así, la oscuridad no los dejaba contar y la luna se escondió detrás de las nubes, como si estuviera avergonzada de lo que pasó frente a sus ojos la noche anterior. Esa misma noche los hombres salieron en manada, con antorchas y linternas que generaban la luz ausente, para encontrar algo (o alguien) a qué echarle la culpa de semejante sufrimiento de la comuna. Buscaron entre los pinos que quedaban a la orilla de la montaña, justo debajo de la comuna, pero no encontraron nada fuera de lo común. Intentaron dividirse en grupos para cubrir más tierra, pero lo único que lograron los indios fue perderse en el frio de la noche. Al siguiente día nadie habló, nadie sollozó, nadie gritó ni nadie puteó. Ningún indio salió de su casa para trabajar la tierra o el ganado, ningún gallo cantó para avisar a las familias de la noche que se había acabado, todo fue silencio, un llanto oscuro y callado por las ovejas que habían matado.
Suena Ayer y Hoy de Julio Jaramillo. Los indios acurrucados en el pordiosero bar del mono Chuquimiza no hablan. Todos están hediondos a sangre, sudor, y miseria. Si los sentimientos emanaran hedor, definitivamente la alegría, el amor y el orgullo llenarían las narices con rosas, pero la miseria sería lo más repulsivo que se podría llegar a oler en la vida.
“¡Mono! Traerás otra de pájaro azul, ve.”
La caña no saciaba la sed de los indios. Fue tanta la sorpresa del mono Chuquimiza que tuvo que ir a buscar las botellas de pájaro azul a la bodega del bar. Nunca se tomaba pájaro azul en la comuna, a menos que se esté celebrando algo –o al contrario, se estén ahogando las penas. Los indios no conversaban, el bar estaba lleno de silencio, algo inusual para los ruidosos indios. No se escuchaba nada, excepto el ocasional “salud.”, proseguido del tintineo de los vasos al chocar entre sí. El golpe había sido muy duro para las familias en la comuna. Si el salario de los indios era dividido en partes, las ovejas significarían la educación de los guaguas para una familia, o el combustible del tractor para otra, o incluso el pago de la fumigación de los cultivos para otra. Si había algo en lo que se podía estar de acuerdo en Alausí, era en que, con la muerte de esas desgraciadas ovejas todos perdieron algo.
A los dos días de haber ocurrido aquel bizarro suceso, el chisme se volvió nacional. Unos decían que el chupa cabras merodeaba Alausí, otros decían que el agua de la comuna estaba envenenada y que tarde o temprano todos los que la tomaban se morían, y nunca faltaba el que decía que Alausí era pueblo de pecado y que la muerte de sus ovejas era Dios mandando su castigo. Todos tenían su versión de los hechos, todos tenían su verdad. Fue tanta la conmoción de la gente que hasta las noticias fueron a hacer un reportaje a la pequeña Alausí. Nadie quería hablar, pero todos querían salir al frente de la cámara. Salir en televisión nacional era visto como una cosa de locos para los habitantes de esa pequeña comuna. Pero nadie se atrevía a dar una entrevista con el medio, nadie quería hablar y arriesgarse a hacer el ridículo en televisión nacional. Fue una voz desconocida de entre la gente que dio el nombre de la Cunshi para que sea entrevistada acerca de lo que le había pasado. Sin más remedio y frente a toda la comuna, la Cunshi empezó a contar lo que le había sucedido. Daba su versión con calma, pero seria. Tenia un tono en su voz, lento y sereno que la hacía ver como una experimentada frente a la cámara. Con lujo de detalle relató su rutina mañanera de todos los días. Se levantaba con el cantar del gallo, se lavaba la cara y se vestía, desayunaba un pedazo de pan, café negro y, antes de salir de casa cogía su poncho que estaba colgado a lado de la puerta. Mientras contaba lo que vio al salir de casa su rostro cambió súbitamente. Su expresión seria empezó a desvanecerse y su voz se aceleraba con cada palabra que salía de su boca.
La Cunshi, que tan serena se había mostrado, empezó a desesperarse al recordar tremenda tragedia. Su cara se pintó de angustia e impotencia, sus manos temblaban y sus ojos se llenaron de lagrimas. Su voz se quebró al mencionar a sus guaguas y decidió guardar silencio, pero la reportera no le quitó el micrófono de la cara. La Cunshi recuperó la compostura y, con las lagrimas recorriendo por sus mejillas, dijo todo lo que se estaba guardando. Cómo se había quedado sin su pequeño rebaño, como no iba a tener dinero para pagar por la educación de sus guaguas, como se iba a tener que endeudar de nuevo para intentar salir adelante – y eso si es que alguien le volvía a prestar un duro. La reportera escuchaba atentamente a todo lo que salía de la boca de la Cunshi y, cuando terminó de hablar, agradeció y se apartó. Confundida, llorosa y angustiada, la Cunshi decidió acercarse a la reportera y le preguntó si es que iba a recibir ayuda alguna. La reportera, con una mirada ausente, se encogió de hombros en un acto desinteresado. Ahí fue, en ese mismo instante, cuando a la Cunshi el corazón se le rompió en mil pedazos. A nadie le iba a importar los problemas de una india cochina. Nadie se interesaría por quince desnutridas ovejas. Esas pobres ovejas que hoy ya no existían, que representaban una parte tan grande de la vida de la Cunshi, ante los ojos del resto de la sociedad ecuatoriana no significaban nada.
(NANGARITZA)
Segundo Premio Relato corto en español
Violeta
Autor: Juliana Rojas
International MBA
Violeta
Esta es mi segunda vez en un avión, la primera fue aquella tarde cuando mi vida volvió a comenzar.
Noto que me sudan las manos. Tengo sed. ¿Será que aquí dan algo de comer? Son seis horas de viaje, ¿Qué voy a hacer durante todo este tiempo? Alexandra me advirtió que trajera algo de comer, porque en estos vuelos le cobran a uno hasta la risa. Pero ni modo, me dio miedo que me pusieran problema y no pudiera viajar, después de todo tengo que llegar.
Me distraigo con una señora que cruza por el pasillo, debe tener unos 70 años. La misma edad de mi abuela materna, que para mi cumpleaños número 11 había decidido tejerme una cobija. A pesar del calor y la humedad de la noche, ella siempre insistía que mis hermanos y yo tuviéramos una cobija en la cama. “De noche es cuando las cosas malas se cuelan”, repetía una y otra vez cuando nos acostábamos a dormir los cuatro en esa cama pequeña. La cobija color turquesa quedó a medio hacer aquella noche.
La tripulación del avión inicia una demostración de seguridad antes de despegar. La señorita que me acompañó desde la sala de espera nos indica que debajo del asiento había un chaleco salvavidas, que la máscara de oxígeno sólo se activa si se despresuriza el avión y que siempre, sin excepción, nos pongamos primero nosotros a salvo antes de ayudar a alguien más.
Al finalizar la explicación, me percato que Alexandra había quedado sentada muy lejos de mí, las demás ni idea, ni las conozco realmente. Solamente las vi una vez por video llamada cuando esa señora del Gobierno, Marina, nos explicó cómo iba a ser el viaje. Fue muy clara. Cada una tiene 10 minutos para explicar por qué está en la mesa de negociación. Nos decía claramente que teníamos que ser concretas, no hablen de historia patria, recuerden que esa oportunidad es única en la vida y todas tenemos un objetivo común.
Alexandra y yo crecimos prácticamente juntas. El 29 de mayo de 1998 a las 23:48 pm nos fugamos del pueblo y nunca más volvimos. Salimos por la parte de atrás de la casa de mi abuela, tenía un jardín gigante lleno de cultivos, le encantaba sembrar yuca. Siempre me decía que la yuca era sagrada para las mujeres de la región. Durante la época más cruda de la guerra, siempre había cosecha. Incluso cuando a mi primo lo mataron y le quemaron toda su casa, mi abuela volvió unos días después a recoger las pocas pertenencias que quedaban y encontró el cultivo intacto. Ese mes comimos yuca todos los días.
Fue hace tanto tiempo que su voz y sus historias se mezclan con mis ideas en mi cabeza, ya no estoy segura si los recuerdos sobre ella son reales o es un invento de mi imaginación para tener en qué pensar.
Recuerdo claramente esa noche. Alexandra y yo estábamos jugando a las cartas en mi cuarto. Unas cartas con el logo de Coca-Cola que me había regalado un soldado hace una semana. Me dijo que se las había encontrado en un pueblo vecino, donde hubo un enfrentamiento entre el ejército y la guerrilla. Yo no sabía muy bien a qué se refería con enfrentamiento, pero le escuché toda la historia para que me las regalara.
Esa noche le prometí a mi abuela que me iba a quedar en el cuarto con Alexandra sin hacer ruido, con una vela pequeña prendida para que no se diera cuenta que estábamos despiertas. Mis hermanos estaban en el cuarto de la entrada, se habían quedado dormidos en la cama de mi abuela y no podía moverlos, si los despertaba no había forma de dormirlos otra vez.
Alexandra me dijo que esa noche se quería quedar en mi casa. Desde hacía dos semanas, sólo hablaba de que se había enamorado. Era un hombre de estatura baja, ojos oscuros y un acento que no parecía de la región. Yo sólo lo había visto una vez. Cuando me lo presentó, me hizo jurar que no iba a decir que teníamos 11 años, sino que acababa de cumplir 15. Nos llevó a una taberna cercana a su casa. Él sólo hablaba de la revolución y de que pronto el país estaría en manos del pueblo. Yo no entendía a qué se refería, pero las personas parecían entenderle y aplaudían cada vez que terminaba una frase.
La casa de mi abuela quedaba muy cerca al batallón central del pueblo. Esa noche no escuché nada inusual; generalmente escuchaba cerca de las once de la noche a los soldados cambiar de guardia y a veces mi abuela, cuando no podía dormir, se sentaba en la puerta a hablar con algunos de ellos sobre el futuro del país. Yo no podía estar en esas conversaciones, siempre me decía, “váyase a dormir, estas no son horas para que una niña decente esté despierta”. Esa noche mi abuela se sentó en la puerta de la casa, pero los soldados no llegaron.
Alexandra había decidido dejar de jugar a las cartas. Ya le había ganado cuatro veces en el juego que nos habíamos inventado. Cuando de repente, una explosión sacudió el aire, dejándome sorda por unos segundos. Entre el polvo y los escombros, vi a Alexandra aparecer, tenía algunas heridas en la cara, pero sus ojos estaban brillantes. “¡Camine! nos vamos para el monte. Nos están esperando para volarnos con ellos”, me dijo con firmeza, casi como si hubiera planeado toda la escena.
En ese momento, supe que no había vuelta atrás. Las paredes del cuarto donde estaban mis hermanos ya no existían y el portón de la entrada parecía haber sido arrancado por la explosión. Comprendí que mis hermanos y mi abuela probablemente no habían sobrevivido. Sin más remedio la seguí. Nos volamos por la parte de atrás. Pisando los cultivos de yuca.
La señorita de la tripulación me pregunta que si quiero algo de beber. Me ofrece jugo de naranja, agua, café o té. Le digo que agua está bien. Me acerca una pequeña servilleta y me sirve con una sonrisa intimidante el vaso. ¡Qué sed! Me acabo de un solo sorbo el vaso y miro el reloj, 45 minutos de vuelo.
Las semanas siguientes a la explosión fueron eternas. Llegamos a un campamento a la madrugada. Nos habíamos montado cuatro en un jeep; Alexandra, el novio, Ramiro y yo. Ramiro y yo habíamos hablado pocas veces. Sólo sabía el rumor que su papá se había escapado al monte hace seis meses, dejando a Ramiro y a sus cinco hermanos solos con su mamá. Ramiro se la pasaba en cosas raras, siempre lo veíamos de taberna en taberna haciendo encargos. Se la pasaba contando dinero y mi abuela decía que no me acercara, “ese muchacho anda con los de la montaña”.
Al poco tiempo de salir del pueblo. El novio de Alexandra recogió a dos más igual a él. Sin hablar, recorrimos una carretera por varias horas, sólo se escuchaba el motor y el sonido del rio que se alejaba cada vez más. A Ramiro lo bajaron antes que a nosotras. Nunca lo volví a ver, Alexandra me dijo un día que se había volado del monte y tiempo después lo encontraron en una fosa común.
Al llegar al campamento, nos reunimos con un señor muy alto y con canas, tenía un uniforme camuflado y botas de caucho. Su voz era muy gruesa y parecía que con una mirada podía silenciar a miles. Nos dio la mano, firme y áspera. Nos felicitó por creer en la revolución, nos entregó ropa nueva y una maleta con utensilios básicos. Ese fue el comienzo de mi nueva vida.
A partir de ese día iniciamos nuestro entrenamiento. Nos levantamos antes del amanecer. Trotábamos varias horas entre la maleza, siempre cargando un palo. ¡Uf! Sí que pesaba. Aprendimos a reconocer caminos entre la selva, a caminar en la oscuridad y a escuchar el sonido del río para seguirlo. En las tardes nos enseñaban las normas, el régimen interno y nos explicaban que nuestro objetivo era retornar el poder al pueblo.
Después de tres meses, nos entregaron el armamento. A mi primera arma la bauticé María, cómo mi mamá. Me acompañó hasta que me ascendieron y tuve que cambiarla porque estaba muy vieja. Aprendimos a usarla y nos enseñaron sobre estrategia de combate, para enfrentarnos al enemigo.
Después de dos o tres navidades las misiones empezaron a cambiar. Ya no patrullábamos solamente en los pueblos o custodiábamos secuestrados, el comandante nos confió tareas de inteligencia. Junto Alexandra y otros compañeros de la misma edad podíamos pasar desapercibidos en muchas de las poblaciones por las que transitábamos. El comandante nos mandaba a monitorear cosas extrañas que se vieran en el pueblo. Desde nuevos desplazamientos del ejército hasta la ruta que tomaba el fiscal hacia su casa. Éramos la primera fuente de información para el equipo de inteligencia, que utilizaban lo que nosotros les contábamos para sus operaciones.
Cuando cumplí 18 años Alexandra era la única que sabía. Ese día en la madrugada teníamos que viajar seis horas hacia una población cercana a recoger unos medicamentos para los compañeros. Recuerdo que en el camino me cantó el feliz cumpleaños y me prometió que apenas nos dieran lo del mes nos íbamos a ir a celebrar en la taberna. Me dijo que ya por fin tenía la mayoría de edad, que ahora sí había dejado de ser una niña.
El piloto anuncia que estamos atravesando una zona de turbulencia y que estamos a mitad de camino de nuestro destino. Se enciende el botón que debemos abrocharnos el cinturón. Me percato que el cielo está gris. Seguro estamos pasando por alguna tormenta. El avión se sacude. Algunos que venían dormidos se despiertan del brinco. Nunca me molestó la sensación de vacío. Miro el reloj, 2 horas de recorrido.
Meses después de mi cumpleaños 18, tuvimos que patrullar una población cercana durante una semana. Después de muchos meses en la selva, estas misiones eran lo mejor, aunque los días eran largos la comida nunca faltaba. Algunos comerciantes nos solían recibir con platos llenos de comida, muchos de ellos eran contribuyentes de la revolución o muchos nos recibían por el miedo.
Don Pablo tenía la mejor carne de la región y nos daba a cada uno un pedazo muy generoso. Su local era pequeño, pero siempre acomodaba algunas sillas de plástico para que nos sentáramos. El televisor siempre estaba en fútbol o en alguna película vieja que repetían los domingos. Ese día estaban pasando el clásico capitalino de futbol cuando vi un anuncio que me cambiaría la vida.
Ya se hablaba entre los compañeros de un indulto del Gobierno si entregábamos las armas y retornábamos a la vida civil. El comandante nos había advertido que eso era un engaño para debilitarnos y que cualquier que siquiera lo pensara sería castigado con la muerte. El anuncio decía “¡Tu país te necesita aquí, no en el monte! Programa de Atención Humanitaria al Reincorporado” y un número de teléfono.
¿Podría ser cierto? La idea de dejar las armas, de vivir sin el constante miedo a ser emboscada o a perder a mis compañeros en combate, retumbaba en mi cabeza. No conocía nada más allá de esto o al menos no lo recordaba. Me paralizaba pensar que allá afuera había una vida para mí.
El avión vuelve a sacudirse, y la voz del piloto resuena de nuevo, asegurándonos que pronto saldremos de la zona de turbulencia. Me aferro al asiento y espero el paso de la tormenta. Pienso, son sólo 3 horas más de vuelo y aterrizamos.
El comandante llegaría el lunes en la mañana a reunirse con algunos líderes del pueblo. Era nuestro deber asegurar la zona y evitar cualquier eventualidad. Ese domingo me tocó patrullar toda la noche. El silencio de la noche puede ser ensordecedor. ¿Una vida afuera? Raramente me permitía pensar en el otro camino que mi vida podría haber tomado. Quizás si ese día no hubiera acompañado a Alexandra, si el miedo no me hubiera paralizado a ir ayudar a los míos, quizás el final hubiera sido diferente. ¿Acaso mi final era terminar muerta en algún enfrentamiento con el ejército o en prisión después de alguna misión fallida? Aunque la muerte no era mi mayor temor, la idea de que mi vida sería esto me enfriaba el cuerpo entero.
A la madrugada nos dieron la orden de custodiar la zona sur del pueblo, donde había una pista de aterrizaje abandonada de años atrás, cuando los dirigentes del Gobierno intentaron recuperar esta zona. La mañana llegó sin eventualidad y el comandante se reunió en la plaza central del pueblo con los líderes. A pesar de que varios habían advertido que era mejor tener esa reunión en otro lugar, el comandante respondió que estaba cansado de esconderse.
Me encontraba en la zona sur cerca de una tienda de frutas cuando escuché el primer estruendo. Los disparos se confundieron con los gritos y por unos segundos no entendía que estaba ocurriendo. El ejército había lanzado una ofensiva sorpresa en busca del comandante. El caos se desató muy rápido, vi que Alexandra y otros más gritaban la retirada de la zona. Nos duplicaban en número. No era fácil reconocer entre un bando y el otro, los civiles corrían buscando refugio entre las casas y el ejército avanzaba, cazándonos uno a uno. Alexandra me agarró el brazo. ¡Muévase, nos van a matar! Gritó desesperada. Empezamos a correr, nos encontramos varios en aquella pista, pero ya era muy tarde.
Me capturaron el 24 de marzo de 2005. Ese día monté por primera vez en avión.
Me despierta el carrito de la tripulación recogiendo basura y una voz en el parlante que no escucho claramente informa que quedan 30 minutos para el aterrizaje. Iniciamos el descenso. En ese momento se acerca con voz agitada Marina, la señora del Gobierno, me dice que una vez aterricemos vamos a trasladarnos al hotel a descansar, pues mañana nos uniremos a las conversaciones entre el Gobierno y la guerrilla. Conversaciones que todavía no son públicas y que somos pocos los que conocemos que esto está sucediendo.
Marina llegó a la cárcel un día de febrero en la tarde. Interrumpió mi cotidianidad, mi rutina del día: despertarme, bañarme cuando había agua, desayunar, limpiar los baños o el salón que me tocara ese día, comer, estar en el patio, cenar e irme a dormir. La guardia de turno me dijo “tiene visita, párese”. ¿Visita? En estos nueve años de encierro no había recibido ninguna visita. A veces las compañeras me invitaban a sus comidas con sus hijos o en navidad venían fundaciones a regalarnos ropa usada, pero ¿visita?
Entré al salón con desconfianza. Ahí estaba sentada Marina y una muchacha muy joven que me dijo que era abogada, pero no recuerdo su nombre. Marina, con su rostro serio pero sereno, tomó la palabra primero. Me explicó que se había iniciado un proceso de paz con la guerrilla, un intento histórico por terminar con años de conflicto y violencia. La joven abogada asintió y añadió que el Gobierno había decidido incluir a personas como yo en las conversaciones, para que nuestras experiencias pudieran ser escuchadas y consideradas. Me explicó que querían que viajara para contar mi historia, que mi testimonio sería vital en las mesas de negociación. “Tu voz puede ayudar a construir la paz,” dijo, mirándome directamente a los ojos.
Se mencionó la palabra perdón. Me explicó con detenimiento que uno de los puntos centrales del proceso es garantizar la reconciliación entre victimas y victimarios. Supongo que yo entro en alguna de esas categorías, ¿no? Marina asintió con la cabeza. Las víctimas. Esas víctimas que para muchos de nosotros no tenían rostro, no tenían historias. Quizás así era más fácil. Quizás era más fácil imaginar que no había nada ni nadie esperando por ellas. Así como no había nada ni nadie esperando por mí.
Se sintió el golpe al aterrizar. “¡Bienvenidos! Esperamos que hayan disfrutado el vuelo y su estadía en su destino final”. Respiré hondo. Llegamos.
Tercer Premio Relato corto en español
Chola Mestiza Clasemediera
Autor: Lizbeth Luna Victoria
Masters in Corporate Communication (2013)
Chola mestiza clasemediera
Dani, siempre con su tono ceremonial y extrema racionalidad, sostenía que Arturo Soria era una zona llena de familias que probablemente tenían empleados para el cuidado de los hijos, la limpieza del hogar, el mantenimiento de los jardines, la recitación de mantras vespertinos, la preparación de baños con aceites esenciales y, con su clásico humor alemán, añadía, hasta para limpiarles el culo. “No necesitan nuevos amigos, ya lo tienen todo”, me decía como consuelo. No lo creía realmente. Nos habíamos mudado hacía poco a este barrio y, por segunda vez, había fracasado en mi intento por hacer amistad con los vecinos de mi unidad. En mi primer intento, había invitado a los doce chalets a una comida en casa, yendo puerta a puerta para presentarme y dejándoles cupcakes de terciopelo rojo, con la esperanza de que asistieran a un brindis esa misma tarde. Nadie confirmó su asistencia, ni se apareció siquiera en espíritu. La segunda ocasión fue para el cumpleaños de Dani, meses después. Pensé que ofrecer una comida peruana podría generar más interés. Todos parecieron estar de acuerdo cuando los invité, o al menos eso creí. Con el ceviche recién preparado, los tamales listos y el ají de gallina aún caliente en la olla, comencé a recibir excusas de los distinguidos invitados: uno tenía un niño con fiebre, a otro se le había pinchado una llanta, otro tuvo una emergencia laboral y otro más alegó que su madre se había caído por las escaleras de un centro comercial. Entendí que lo mejor era renunciar a mi intento de socializar antes de que algún vecino siguiera empujando imaginariamente a su madre por todos los centros comerciales de Madrid. Días después, oímos una gran fiesta en el chalet vecino, con varios de nuestros vecinos presentes, los mismos que no habían asistido a nuestra celebración. "No lo tomes personal. Ellos se conocen desde hace mucho", me consoló Dani.
Él no tenía ningún problema con esta situación. Aunque, tan inmigrante andino como yo, de personalidad era más bien alemán. Vivía feliz en su rutina de madrugar para estudiar, ir a trabajar al banco y volver pronto para seguir trabajando en su tesis doctoral, todo enmarcado en estrictos horarios cuidadosamente planificados de años antes y presupuestos planeados euro a euro. Su vida nunca había girado en torno a una amplia red de amistades o a una vida social intensa. Yo, por otro lado, sentía un deseo intenso de integrarme, de salir a tomar algo, de tener a alguien con quien conversar que no fuese nuestro perro. Sin embargo, a pesar de repartir sonrisas generosamente, no conseguía que nadie se interesara en interactuar conmigo más allá de un frío y lejano hola que sonaba más bien como un adiós. “¿Por qué?”, me preguntaba constantemente. En Lima, nunca había tenido problemas para socializar. De hecho, me consideraban el alma de la fiesta en muchos círculos y solíamos tener la agenda muy ocupada. La decisión de mudarnos fue audaz, convencidos de que Lima ya nos había quedado pequeña. Además, estábamos hartos de la constante angustia provocada por el desastre político y social, autoridades que parecían carentes de raciocinio y una sensación permanente de inseguridad. "Si solicito el traslado, voy a ganar mucho menos que aquí y quizá demores en encontrar empleo", me había advertido. Pasaríamos de estar en el top de la pirámide social, a ser simples y mortales clasemedieros.
Manteníamos la esperanza de que la situación mejoraría tan pronto como yo encontrara algo. No obstante, a pesar de contar con un título en Marketing de la mejor universidad de Perú, un máster de una prestigiosa escuela de negocios internacional y una requetefila de premios, estos logros no eran suficientes para impulsar mi carrera profesional. Me había convencido que el problema era yo o algún aspecto de mi chirriante personalidad que parecía no conectar con nadie. ¿Qué me hacía tan chirriante? No lo sé. Mejor pregúntenles a los reclutadores, a los compañeros del gimnasio que siempre evitaban formar equipo conmigo, o al vecino del fondo que no perdía oportunidad de regañarme por cualquier motivo.
¿Sería porque soy una chola mestiza y, ahora, clasemediera? Lo chola se me nota al respirar en esa exquisita piel canela, ojos color negro-profundo, expresiones fuertes, mirada triste y caballos negros largos e hirsutos a los que cada tres meses les hago rayitos rubios para que me den un poco de sabor local. Sí, esas características que en Perú no se consideran especialmente hermosas ni populares, dado que representan a la gran mayoría de la población. Claro, si tienes dinero, la película cambia. Pero en Madrid, no lo teníamos. Éramos unos migrantes sudacas que habíamos llegado a poner la cuota de diversidad en un barrio de pijos y familias de bien donde los pocos peruanos que había eran jardineros, conserjes o ayudantes de hogar. De hecho, pronto comencé a ser conocida como “la paseadora de perros”. Cuando una vecina se lastimó el pie, me ofrecí a pasear a su perro, y ella aceptó agradecida. Pronto, otros vecinos comenzaron a solicitarme ayuda por distintas razones, usualmente por falta de tiempo. Dado que las cuentas no esperan a que uno arregle su vida, acepté cuidar perros como una solución temporal, mientras esperaba que alguna empresa se convenciera que soy más talentosa que chirriante.
El éxito de mi emprendimiento se reflejaba en mi apretada agenda. Salía a las 7 de la mañana al primer turno. Comenzaba con Porky, un pastor alemán de unos 12 años; luego Missy, una ovejera muy activa; después a Pancho, un mestizo relajado; y finalmente a Tony, otro mestizo que, al ver a cualquier perro cerca, le ladraba como diciéndole: “¡Ea, amigo! Ven al parque con nosotros. Vamos a revolcarnos un poquito y llenarnos de tierra”. Trataba de que los paseos no coincidieran con las entrevistas de trabajo que pudiera tener. Sin embargo, disponía de menos tiempo para postular a trabajos y, si recibía una llamada inesperada, podría encontrarme en medio de una charla con Tony.
Al cabo de unos meses, tuve que parar debido a una luxación en la espalda baja producida por la fuerza de tirar perros que me paseaban ellos a mí, en lugar de yo a ellos. Lo ganado apenas alcanzó para cubrir el costo de las cremas y antiinflamatorios. Cuando se lo comuniqué a los clientes ellos estaban muy decepcionados por perder a su paseadora de perros y parecían no creer tamaña desgracia. “¿Y no tendrás un hermano o primo que te reemplace hasta que te recuperes?”, me insistió una. Yo pensaba en mi hermana, la Gerente de Sostenibilidad de WWF, en tacones y maquillada, llegando a su oficina en una camioneta negra Mercedes y respondí “No señito, mi familia no vive acá”.
Regresé a mi rutina de búsqueda de empleo y me puse a estudiar para mejorar mi perfil profesional. Las semanas seguían pasando con alguna entrevista esporádica, pero sin nada claro. “Es que si no tienes contactos, es más difícil pero no imposible”, me animaba Dani. Trataba de mantener la cabeza alta y me decía “es mejor llorar sin trabajo en tu casa que debajo del puente Vallecas”. Al final, gran parte de mi esfuerzo diario se centraba en conservar un espíritu positivo y seguir siendo productiva a pesar de las circunstancias.
Un día, mientras caminaba por la calle, me encontré con la mamá de Pancho. Yo venía del frutero y traía, en una mano, bolsas con media sandía, un kilo de manzanas y una caja de fresas; y en la otra mano, los plátanos, una bolsa de espinacas, tres tomates y un paquete de queso latino. Iba con un vestido de volantes blanco típico de primavera con una gran falda voladora y escote cuadrado de la última colección de Zara. Tenía el cabello perfectamente levantado en una cola que dejaba completamente a la vista mis preciosos aretes de perlas. Llevaba una base ligera, máscara de pestañas, y los labios rojos. Arreglarme para estar en casa era la forma que tenía para luchar contra mi depresión. Siempre diva, nunca indiva. Justo cuando el sol me cegaba por haber olvidado mis gafas, vi al cuerpo sesentero de una señora correr hacia mi dirección. Pensé que tenía que dejar las bolsas en el suelo para poder reaccionar en caso se tropezara, pero no lo hice. Ya había asimilado que me iba a ir al infierno por todos mis pecados como para dejar mi fruta en el suelo y que se llene de bacterias. Ella me regaló una alegría desbordante, abrazándome y besándome cuando finalmente me dio el encuentro. Luché internamente por recordar su nombre. En mi memoria solo era “la mamá de Pancho”. Ella me preguntó cómo estaba, si me había ido de vacaciones, y hace cuánto no veía a la familia. “¿Era acaso Carlota? Creo que no, pero comenzaba con C”. Me comenzó a contar que desde que dejé de pasear a su perro, se había puesto muy ansioso y travieso. Se hacía pis por todos lados, rompía cosas y hasta robaba comida de la cocina. El domingo pasado, se distrajo un minuto, y el pollo asado había desaparecido justo antes que lo pusieran en la mesa. “Sería Cecilia, Carmen, Carmela…”. Bueno, que su hijo tenía que venir todos los días a sacar al perro porque ella lo tenía prohibido porque éste le tiraba, y el doctor le dijo algo de que si se caía, se mataba, y su huesitos, y la edad.... Y si su hijo no podía sacar al perro, mandaba a alguno de los nietos y entonces tenía visitas casi todos los días. Lo que estaba muy bien, muy muy bien, porque antes nadie la visitaba. “Clemencia, Cristina, Cuca…”. Ella insistía que estaba súper contenta, aunque igual echaba de menos mi presencia, y por eso quería que fuera una vez más a su casa el siguiente domingo. Que haría un tardeo en su jardín, decía, para celebrar su cumpleaños setenta. Que iban a ir sus hijos, sus nietos, sus amigas, mucha gente; y que iba a estar muy guay, si estaba libre para ir. “¡Concha! ¡Se llamaba Concha!”. Le dije que sí, claro, ahí estaría. Era mi primera invitación a un evento social en el barrio.
“No tengo tiempo”, respondió Daniel cuando le trasladé la invitación. “Es un evento de señoras mayores”, sentenció. “No, dice que también irán sus hijos y nietos. Seguro también estarán los vecinos. Tómalo como que podemos hacer networking y por ahí alguno de ellos eventualmente me puede ayudar a conseguir trabajo”, añadí para tratar de convencerlo. Aceptó finalmente.
Escoger el regalo fue difícil. Quería causar una buena impresión y no escatimar en gastos, pero a la par era consciente de que no podía desarmar el presupuesto mensual que dependía estrictamente de los ingresos de Dani. Decidí usar parte de mis ahorros para comprar una cadenita de oro con una imagen de la Virgen. Me pareció que, dada la edad de la mamá de Pancho, tendría gustos similares a los de mi madre, y con las cosas religiosas nunca se falla en esa generación. Siempre quedan bien los detalles. Elegí para la ocasión un vestido de cóctel de lunares negros ajustado que no había usado desde mis días en Lima. Queriendo evitar un look demasiado formal, considerando que el evento sería en un jardín, lo combiné con unas zapatillas blancas Ralph Lauren para darle un toque más urbano y menos casual.
El timbre de la casa de la señora Concha emitía una melodía que evocaba a una iglesia, con predominio de órganos y violines en un ritmo que incitaba a la confesión. “Hola, ¿qué tal? Venimos al cumpleaños”, indiqué mirando fijamente la cámara del timbre con gran una sonrisa, convencida que nos estaban viendo desde el interior. Hubo unos segundos de silencio, ni muchos para preocuparse pero suficientes para sentirlos, hasta que la puerta se abrió automáticamente. La empujamos y entramos. En el recibidor, nos cruzamos con un mozo que entraba con una bandeja con copas vacías hacia la cocina, mientras otros salían con copas llenas. Dani cogió una para cada uno de nosotros. Cruzamos el salón, donde unos niños jugaban tan absortos que ni siquiera nos notaron. A pesar de la multitud, no logré identificar a la señora Concha, aunque sí reconocí a algunos vecinos, quienes no se acercaron ni parecieron reconocernos. Nos abrimos paso entre los invitados buscando a la cumpleañera, hasta que un hombre se acercó. “¿Buscan a mi mamá? Ha subido a su habitación un momento. Ya regresa. Por favor, tomad asiento. Soy Alberto”, nos informó. Alberto nos presentó a su esposa y a sus primos, con quienes compartía la conversación, y se aseguró de que los mozos nos sirvieran pequeños platos llenos de entremeses como croquetas, jamón, quesos, tortilla, vasitos con tartar y pinchos de pollo. “¿Y de dónde conocéis a mi tía?”, nos preguntó la prima Anatolia. “Somos vecinos”, le respondí. La familia mostró gran interés en nuestra historia, queriendo saber por qué habíamos llegado a España, cómo vivían nuestras familias en Perú, si la delincuencia y las crisis sociales y económicas eran tan graves como decían, qué tal era Machu Picchu, las líneas de Nazca, qué tan bonito es Miraflores y qué restaurantes peruanos recomendábamos en Madrid. En algún momento, Alberto comenzó a indagar sobre la profesión de Dani. Cuando este le dijo que trabajaba en el banco, dejaron de mirarnos como bichos raros y nos hicieron un upgrade a humanos raros. El hombre mostraba un gran interés por la gente con la que Dani trabajaba, que si tenían contactos en común, que si le podía presentar al Director de Publicidad, que si se tomaban un café… El tipo no entendía que Dani no conocía a nadie fuera de su equipo; como Gerente de Inversiones de Renta Fija y su personalidad alemana, la socialización siempre era apenas la justa y necesaria.
La conversación fue abruptamente interrumpida por fuertes ladridos. Era Pancho, quien irrumpió en el jardín junto con Concha y otras dos personas que venían desde el interior de la casa. El perro empezó a saltar sobre los invitados, ensuciando sus trajes, metiendo el hocico en los platos e interrumpiendo conversaciones, provocando miradas incómodas entre los presentes. Un chico joven, que entró con él, finalmente lo llamó y lo sostuvo de la correa. Le acariciaba la cabeza para que regresara a un estado de calma. Presumí que era el hijo de Alberto. Me levanté a saludar a Concha y entregarle lo que le había traído, pero Pancho me reconoció y dio varios tirones para soltarse y acercarse a mí. Me saltó encima y botó el ramo de flores, esparciéndolo por el suelo. Lo acaricié hasta que se calmó, y volteé a ver a Concha que me miraba consternada. “¡Feliz día! Te trajimos estos detallitos, pero las flores se han arruinado. Perdón”, expresé. “Ay no querida, no era necesario. Muchas gracias. Perdonen la demora, tuve que subir a mi habitación porque me tocaba la medicación”, me respondió aún un poco desencajada. “Este es mi marido, Dani”, le presenté. Ella le sonrió con esa expresión de abuela tan condescendiente. Abrió la cajita de regalo que le di, y debió haberle gustado porque nos dio un abrazo a Daniel y a mí. “¡Mamá! ¿Sabes dónde trabaja? En el BBVA, la oficina de inversiones”, irrumpió Alberto, sentado desde su mesa. “Ah, dónde trabaja Juan”, nos dijo. Dani no conocía a ningún Juan. Alberto lo volvió a llamar a sentarse a su lado pues le estaba preguntando consejos de inversiones. Dani tomó un sorbo de su copa y le siguió. Yo tomé otra copa de vino del mozo que pasaba al lado. Concha le dio una mirada a su nieto y le hizo señas para que se llevara al perro. El nieto dio una vuelta y parecía no entender nada. Se acercó nuevamente a su abuela y le preguntó: “Entonces, ¿la paseadora no va a venir? ¿Qué hago con el perro?”.
Primer Premio Relato corto en inglés
The Sacrifice of Isaac
Autor: Aaliya Mithwani
Grado en Derecho (LL.B.)
The Sacrifice of Isaac
Isaac is laid on the stone, hands dutifully behind his back and crossed at the wrist. He doesn’t need to be shackled; he feels the weight of his father’s need, knows the necessity of staying easy and pliant. He is a good son, his father is a good man. He forces his trembling to ease, to soften this impossible task for his father.
The truth, though he would never speak it, is that he does not want this. He does not want his father’s sharpest knife to press into his skin, to make a warm, ugly home for itself inside of his body. If there was a choice, if there was any choice at all, he would turn to face his father and beg. He wants his father to save him.
Is it a sin for a boy to need his father?
Isaac’s eyes close. It isn’t his place to wonder.
The bottle smashes into the wall and shatters, sending glass cascading to the floor. Isaac hides his wince and keeps his breaths steady. Their eyes meet across the room.
Dad freezes, deer in the headlights, and he opens his mouth but it snaps right back closed without so much as a breath in between. There’s nothing to say, nothing that could soften the blow.
Isaac gets down on his knees to pick up the bigger pieces, bare hands careful around the edges. He cradles the shards and tosses them right into the trash. Blood runs down his left leg, dirty, warm, wet. It’s stopped up easy with a paper towel and he’s sure that he can’t even feel the sting of it. He can’t feel a thing.
He mops after sweeping, because you really can’t be too careful with broken glass. He cleans it well. He fixes what’s broken.
Dad doesn’t come home until the early hours of the morning, and Isaac can feel the moment cracking with pressure. He should have slept. He should have left the glass where it lay and locked his bedroom door for the night. But he waited up like a good son and he’s stuck waiting in the living room when Dad stumbles in. He smells like alcohol and stale sweat. He’s heavy on Isaac’s back when he loses his footing and Isaac has to catch him.
His eyes are closed the second he falls into bed, maybe sooner. It’s up to Isaac to bend down and grasp each shoe from the back. He pulls them off roughly, doesn’t bother to unlace them. His little rebellions. This earns only a soft grunt for each shoe. He strips off the socks, too, leaving Dad’s feet pale and vulnerable on the old sheets.
The belt comes off. The jeans. He’ll sleep comfortably through the day, Isaac makes sure of it.
The sun rises around them. Isaac hasn’t felt so awake in years. He sits on the edge of his father’s bed and watches the walls turn golden, then stark white. He picks at the scab on his left knee until it bleeds.
A hand on the back of his neck, pushing him down. Dad pulls his head back by the hair, hand tangled in thick curls, and the knife meets the skin of his neck.
In that moment, Isaac is saved.
A lamb’s blood is spilled in his place. He is saved. Tears run down his father’s face when he sees the miracle. His son is saved. All this violence, and only the lamb lies on the stone with its small head tipped back, soft neck open and exposed.
Isaac wants to cling to his father, to beg for comfort. But all he can do is curl in on himself on the floor. He’s alive. He has to walk home a step behind his father. He has to live with this.
He will never be able to look into his father’s eyes again.
A hand on the back of his neck, pushing him down. Dad doesn’t mean to do it. And then the pressure lets up, he is released, and Isaac feels himself come to life again.
Dad leaves the room. Isaac can hear him puttering around downstairs, grabbing a beer from the fridge and turning on the TV. Isaac isn’t ready to stand up yet, so he doesn’t. He shouldn’t have stayed. All these years, weeks, the morning, he shouldn’t have stayed. He wonders what it would feel like to walk out.
Years of his life down the gutter. Spitting in the face of family, of the father he loves, the memory of his mother. (She didn’t know how to walk out either.)
He doesn’t walk out, because it was never really an option in the first place. He has always been here, and he will always be here.
He sits up and rubs at the bruises on his knees, ‘cause no matter how long it takes his body just doesn’t want to forget. The day was wasted after Dad had slipped into the house, and now the dark, dusky light filters through the half-drawn curtains.
Isaac pulls himself together and goes downstairs. He grabs himself a beer from the fridge. He sits on the living room floor with his back to the sofa so he won’t have to look at Dad. They don’t speak. It’s easier this way.
There’s nothing more to be said.
Segundo Premio Relato corto en inglés
Hyperthymesia
Autor: Sophia Klonis Casanova
Doble Grado en Filosofía, Política, Derecho y Economía & Datos y Analítica de Negocio
Hyperthymesia*
*Hyperthymesia: Highly superior autobiographical memory (HSAM)
“We are only as blind as we want to be” —Maya Angelou
Prologue
They say it’s human nature to turn a blind eye to what frightens us. To tuck it away in a pocket like a crumpled piece of paper, only to open it up again when we think it won’t be as scary anymore.
When confronted with an inconvenient reality, your first instinct is to retreat to your own perfect world, a makeshift shelter that protects you from crippling anguish. When you know something others don’t, you carry a burden. When what the world wants to hear doesn’t correspond with your truth, it will go to great lengths to silence you. But here's the funny thing about the truth: as much as you may try to keep it buried, it always claws its way back up.
Chapter 1
July 27, 2001. The wallpaper is green. No, orange. Orange with green stripes. It is rough to the touch and leaves dusty debris on your fingers. ‘Sweet Caroline’ is blasting from dad’s record player in the kitchen while mom cooks lentil soup. This is our vacation home in the suburbs of Lisbon, it’s the day before my seventh birthday.
“Maeve? Are you with me? Earth to Maeve!” Sonya’s strident voice jolts me out of my trance.
I was first brought to Sonya’s clinic when I was eight, a few days after mom’s passing. My earliest memory of this place was reading the words “Dr. Novakis | Psychiatrist,” engraved in bold on the door. I remember my body being rooted to the spot, gripping tightly at the handle, lingering at the threshold in silence. My dad is next to me, but he doesn’t push or prod. Instead he waits, I wait, we wait.
“Was that another flashback?” she asked.
I nod.
“What triggered it this time?”
I point to the painting nailed to the wall behind her. A Monet replica, ‘Sunset in Venice’. It is a strange piece of art, a peculiar choice for a therapist’s office. Too colourful. It wasn’t there the last time I came– I had become far too used to staring at the plain white wall. But I liked it that way, it helped my mind stay all white too.
She turns around, giving it a cursory glance. “The new painting?”
“Yeah, I’m pretty sure it’s the orange and green strokes,” I reply.
“Ah, of course. Apologies for the sudden change, I forgot to let you know I was redecorating,” she said, her voice tuneless.
Ever since she divorced that bald Tony guy, Sonya’s world seems to have dimmed slightly. I’ve noticed alterations to her routine, trivial yet greatly revealing details; lately, she’s taken to twirling her pen in small circles on her lap while she speaks to me, a dance of anxiety. Just two weeks ago, she positioned her favourite mug —the one with the chipped rim and faded floral pattern— so that its handle faced directly towards me, where she had before always been particular about placing it facing her left side. Three sessions ago, she’d even gone so far as to ask what I’d eaten for dinner, a deviation from our usual topics. And now, this latest redecoration effort is clearly an attempt at redecorating her life, a fresh start. To understand adults, you must pay attention to the details. And I remember them all.
“That’s alright. It was a nice memory anyway. So, Sonya, how’ve you been doing recently, you know, with everything?”. This is a risky question. There is a chance she will notice what I’m doing.
Sometimes I feel bad for her. I’ve never been in love, but surely that’s what it must feel like, rose tinted lenses distorting your perception of reality. You’re in the eye of the hurricane, where time stands still while the rest of the world is engulfed by chaos. My brief romance with Marco from the fourth grade hardly qualifies– that was a pragmatic alliance, not love. In exchange for letting him tell all his friends he had a girlfriend, I received a daily supply of tootsie rolls. But true love, I imagine, is something more profound, and it aches when it’s gone.
“Well, it’s been difficult”, she starts, her eyes fixating on a dark spot on the carpet. I can tell she is speaking but I can no longer hear. My mind has gone elsewhere, I think of the orange and green striped wallpaper of my childhood home.
“But such is life, and things never go the way you want them to”, her voice emerges from the vacuum.
I find it amusing how, most of the time, it is me who does the counselling. She hates it when I analyse her, but asking me not to is akin to asking me not to think of a pink elephant. People are like translucent containers; it takes minimal observation to see that most are empty, going about their days mechanically, their movements devoid of intention. Templates of each other. Some, the odd case, are like glass fogged with breath: opaque, distant, impenetrable. I have a hard time understanding those.
“I can only imagine how hard things must be for you, I’m sure coming to work every day to listen to people blabbering about their problems doesn’t really help much…”
Her expression changes, and I can feel her grave eyes puncture mine. She finally notices, and tries to regain control of the derailed conversation. “Enough of that. I didn’t get a doctorate in psychiatry for a clever thirteen-year-old to use reverse psychology on me, did I?” Sonya likes rhetorical questions. “No, I did not”. She also likes answering them.
“We’re off schedule, open your portfolio and take out two sheets of paper. We’re doing Colour Jotting today”.
I think I’d label Colour Jotting as “most despised” in the list of activities Sonya makes me do when I come here. It involves using various coloured markers to map out the shape of my memories on large sheets of paper. Each emotion, each sound, and each taste associated with a memory is represented by a specific colour, and Sonya says visualising it in this way helps keep my intrusive visions in check. My brain does this weird thing sometimes where it mistakes colours for smells and smells for colours, or shapes for sounds and sounds for shapes. They call it “synesthesia”, and apparently it’s also common in people that suffer from the same disease I do. Its name is long, I never bother to spell it all. I’m also not supposed to refer to it as a disease, but I really don’t see why not; it’s a fitting word for it. I don’t want to remember everything, I just do. Sonya says I’m a clinical miracle, but it all feels so patronising, so condescending. What do they know? We’re only 12, and in moments like these, the loneliness attached to this number becomes too palpable.
I can’t ever focus my mind on one thing. As I jot, my mind wanders to the day I was first brought here. I can still feel how I did when I first tasted the damp air in the room, the air molecules heavy with the stench of stale coffee and fancy perfume. At some point, I eventually mustered the courage to let go of my dad’s flank and step into the room, sit on that peeling bonded leather couch, and look Sonya in the eye for the first time. Except for a few wrinkles here and there, she looked exactly the same. The first she heard of my voice was when I asked her why I was here and what was expected of me. The words that came next were nothing unsurprising, more of the habitual when you grow up with such a rare and puzzling condition: “You are here because your mind doesn’t work the same way as mine. Or any other person, for that matter,” she had said. “Your brain doesn’t dispose of trivial memories like a normal brain does. Your dad tells me you’ve been having nightmares, you’re often lethargic, and you can’t sleep. As you can understand, You need my help to harness those memories, filter them so they don’t consume you. The only way to do that is if you talk.” What had changed, I wondered? My freakish self had existed on this planet for eight complete years, and not once before had the questions about my queer mind been met with medical intervention. Perhaps it was because my mom was gone, and she was the only one to keep me safe from the rest of the world.
I finish jotting and show Sonya my drawing. She notices the heavy use of green and orange and exploits it. “This memory you had when you came into the office earlier. What kind of memory was it?”. I don’t want to respond, I’m bored.
It used to irritate me how Sonya was always so determined to get me to speak, turning me inside out like a used sock. In the past, sessions would start with her interrogating me about progress, recent triggers, depression, thoughts of death. Then, half way through, I’d find a way to turn the conversation around, circumventing that façade of professionalism. I notice that’s been working less and less recently. The divorce clearly hardened her.
“Like I said, a good one. My mom was in it.”
Some days, I am brought back to moments I would rather forget. Others, I am transported to tender snippets I would love to return to. Memories that seem so distant, like they belong to somebody else. At night, the sad memories come to me all at once, like a powerful torrent. It’s almost as if my life were a television screen, but the remote is broken.
“Sonya, is it okay if I leave now? I’m sorry, but I have other things to do. And I think we can both agree that I’m helping you more than you’re helping me right now”, I say.
“You’re not God, Maeve. You’re gifted alright, but you’re not some omniscient, all-knowing entity that has seen it all”. Sonya’s stare hardens.
This is not a gift. I’d trade it anyday. But if I can make a self-deprecating joke out of it, I might as well.
“Well, with my perfect memory, I might as well be God”.
To be different is to live in a different world, one in which most of your time is spent swimming in irrational thoughts, day after day. Like a blind person who develops incredible hearing, existing in this way can be likened to developing a sixth sense entirely. You interact with the world differently, and you become more closed off. The imagination becomes your only comfort, sometimes at the expense of sanity. It’s the old cliché: it feels like I’m trying to walk, run, but I'm tethered to the spot by an invisible string attached to my waist. Hard as I may try, my feet are heavy, and I feel disoriented, like I’m losing a sense of direction. It’s like I’m wearing an astronaut suit, it doesn’t let me breathe properly and it doesn’t let me move. Or a treadmill, running as hard as I can to reach the end of it, but there is no treadmill when I look down. I no longer know which direction is up, which is down, right, or left.
I drown in a puddle of my own thoughts sometimes.
To be continued..
Tercer Premio Relato corto en inglés
The Orchids
Autor: Gergana Papazova
Grado en Filosofía, Política, Derecho y Economía
The Orchids
The air is sweet with the bloom of spring. Between the packed metro and the winding streets of the centre, I find peace in my day when I hear a familiar voice, ringing like golden bells on the other end of the phone: “Good Afternoon!”. My mother’s smiling face on the opposite end of the call. It’s also spring in Bulgaria, so the growing heat makes her skin glow. We talk about everything and nothing at all. How did my day go? Fine. I have a lot of work. I love my Legal Philosophy class: today we talked about freedom of expression. I bought a new book. How was hers? Also fine. She had a lot of work. The dog went to the groomer’s and looked so cute. She’ll send me photos. The car needs to be washed again, pilates is going well and she walked past the old bakery today; the one from when she was a bustling teenager. I miss her, she misses me too. Then we stay like this, silent for a while. You can enjoy someone’s company over the phone, albeit that their warmth isn’t actually there for you to embrace. She begins to tell me a story, a funny thought that crossed her mind. She was buying flowers for a birthday and came across pots of orchids, her favourite flower. When I was around one or two years old, I was a living nightmare. I would hunt down those pretty blossoms and dig my fingers into their sharply scented soil, spraying it all around the living room. Pluck the soft petals and crush them between my chubby fingers, babbling as I continued to stomp around. Right then and there she vowed she would never bring another one of those pots home. Now, almost twenty years later, she has bought herself her very own orchid to nurture. I am laughing and we talk for a little bit more before ending the call.
As I go about the rest of my day there is something that nags me; not too different from a stiff nylon tag inside a shirt. The shirt itself fits fine; perhaps slightly starchy from being washed, and yet the tag begins to prod after years of going unnoticed. I’ve always admired my mother’s love for the flower, and yet it was never unremarkable to me. The absence of scent. The slim vines. Yes, it was pleasing to look at, but nothing more. Orchids are decorative pieces placed in a hotel reception to be fawned over by guests. Nowhere near comparable to lilacs, whose sweet aroma beckons the early days of June. Certainly nothing like the Bulgarian rose; the Damask whose rich oil is sought after. Flowers in their entirety resemble nothing more than a cliché and bear no more fruit than the joy of being received for a birthday or Women’s Day. Their symbolism is so overdone it’s almost a bore. They are a pretty, lovely thing to have and nothing more. So why is it that this particularly plain one lingers in my thoughts after an ordinary call on a normal spring day?
Later that night I am applying my retinol. I use it for acne but apparently it has anti-aging benefits. God-forbid a wrinkle appears on my oval forehead. I am a woman, and on the outside must remain a pretty, lovely thing myself. For as long as people may view my face. Someone outside is playing the accordion and suddenly I am brought back to spring break, recalling how I had left my perfume in Spain. It was too large for my carry-on. Fumbling through my mother’s bottomless bags of creams and serums, my fingers had closed on a cologne bottle. Tom Ford’s “Black Orchid”. I shrugged at the scent, sprayed it on, and turned my head as my mother walked through the door. That was your grandmother’s. Take it, I hardly use it these days. My throat bobbed. Grief has a funny way of squeezing your shoulders as a sharp reminder of its presence on the days it is tired of simply holding your hand. That same day, I recall, we had repairmen in the house to fix the boiler. It was leaking downstairs. I had to shower at my aunt’s house. The guest bedroom is at the entrance, and I had made my way to the spare bathroom intending to finish quickly. As I turned to place my toiletries on the floor, I started. Lined up in front of the window were two rows of purple and white orchids. My aunt waters them regularly. They receive good amounts of sunlight, I could tell by the way their petals curled in a playful manner.
I close my balcony door and shut out these thoughts, returning to my bedroom. Turning off the lights and rolling over, I feel the agitating prodding once more. To hell with this stupid tag. The lights flicker back on and I open my phone. Safari: What does the Orchid represent? I am cringing at myself. But I find this queasiness resides after clicking on page after page and seeing the same three words repeated. Strength, Determination, Power. This is what those wily roots are supposed to hold. I have spent the majority of my life studying the women who I hail from fiercely, praying to develop even a morsel of their dignity and resilience. Much of what I know about my femininity is owed to their quiet lessons. The orchid is living proof of their potent power. They tend to this vine. They water their gardens.
There is nothing unremarkable about growing unshakeable roots. There is nothing plain about budding thriving petals. Each one is a fruit of strenuous labour which leaves a dent in life as we know it. Meals, binded wounds, fresh sheets stretched over a bed. Doctors, teachers, lawyers. Mothers, creators, saints. Flowers are a cliché, but celebrating the line of caretakers who throw themselves into nourishment is a far cry from one. The orchids appear every now and again. They are a reminder that wherever I may go, I owe it to those who held me as I took my first steps and braided my hair to be good. To embrace. To create art and grip tightly the kite of my ambitions. To preach my mother's constant reminder: Knowledge is the one splendour that cannot be taken away once possessed. When we neglect the callouses on our women’s hands, we neglect our humility. It only takes one person to smear their pride all over the branches of a willow. It takes a line of women to follow and gently remove the stains which remain.
Mención Especial Relato corto en inglés
The Last Weekend
Autor: Abdullah Al-Alami
Grado en Comunicación y Medios Digitales
The Last Weekend
By Abdullah Al-Alami
The sun stretched an inch earlier today. I woke up and could hear the Saturday all around me – water not running through our building’s pipes, neighbors not slamming doors or bumping into furniture, dishes left to rest. Only the birds chirped.
I left for a morning walk and saw a neighbor sitting on a bench. Unlike every day, her hair was untied, and with it, her brains sagged, just like her eyes.
A cigarette stood between her lips. She inhaled – one, two, three, I counted, her eyes squinting – she puffed it all out. I craved one too. Just yesterday, she dropped a cigarette on my shoe, barely consumed. “Sorry,” she mumbled, and rushed to catch the bus.
She turned facing me and for once gave a smile. I gave one too. I wondered what her name was, we live just a doorstep away.
I headed to Ricardo’s for coffee. Ricardo was the only one who worked on weekends from his family, his children “hibernated” as he says. His wrinkles were deepest around his eyes and lips, smiling permanently, very rare.
“Where are you heading so early?” he asked as he poured milk into my coffee.
“Oh, just roaming around,” I said, shocked by how rusty my voice sounded.
“Ah, I see, I see - no sugar, right?”
“Right.”
I paid and continued walking, passing by the children’s park – empty, the swings squeaking. A banner stood tall in the middle, it read:
ANNUAL WHAT’S YOUR DREAM JOB COMPETITION.
Have your children sign up and send a letter about their dream jobs. Winners will receive scholarships at prestigious schools to make their dreams come true. Deadline: June 1st.
Note: Data Science, Environmental and Biomedical Engineering most demanded.
I stared at it for a while. I remembered sending my letter exactly twenty years ago. “I want to be a painter, just like Dali,” I wrote. I never heard back though. I hadn’t held a brush since.
An old classmate of mine from fifth grade won the competition, “Computer scientist,” he wrote to them – our teacher had him read his letter in front of us after winning. I remembered how it ended, word-by-word:
“Having said that, it’s our duty to constantly innovate and push our economy further. That’s why I aspire to be a computer scientist.”
I didn’t know how to write like that. Joe had always been the smartest in our class, all the teachers loved him, the perfect boy.
“Stand up and clap for Joe,” the teacher said when he’d finished reading.
We all clapped, clapped, and clapped, it felt humiliating, everyone eyeing him, head to toe.
Joe’s now the CEO of ByteSol Inc., a huge software company. Look at him, and look at me, what I’ve become.
I kept staring at the banner, but the announcement had changed now.
REMINDER: THIS WEEKEND IS THE LAST WEEKEND.
The government has decided to eliminate Saturdays and Sundays from calendars. This is necessary to continue our economic growth and reduce inefficiencies as much as possible. To compensate, caffeine per gram of coffee will be doubled upon approval from The Ministry of Food and Agriculture.
Note: Pay will not be reduced for the eliminated days as a gesture of respect for your efforts and hard work. Keep pushing!
I continued staring, feeling my bones shivering a decade faster. I forgot where I was heading – what did I tell Ricardo? Where was I heading?
Primer Premio Ensayo corto en español
La importancia de saber lo que estás viendo
Autor: Estrella García
Grado en Diseño
LA IMPORTANCIA DE SABER LO QUE ESTÁS VIENDO
De Kandinsky a Malevich y como el poder reside en la simplicidad
Parte I: Ese cuadro podría haberlo pintado yo
Kandinsky y tantas de sus composiciones, Sonia Delaunay con su obra Dubonnet, e incluso los cuadrados blanco y negro de Malevich, son todo obras de arte que hacen que cualquiera que las mire por primera vez tenga el pensamiento innato y atrevido de desafiarlas diciendo: ese cuadro podría haberlo pintado yo. Y así es. De hecho, otras personas podrían haberlo reproducido a la perfección. Podrían haber hecho cada cuadrado con una precisión impecable y haberlo rellanado con un solo color como hizo Malevich, o haber hecho unas líneas arqueadas con un pincel cargado de pintura sobre un lienzo cualquiera como en su momento hizo Delaunay. Hasta tal punto se podrían haber imitado estas obras, que sería incluso difícil diferenciarlas por haberlas reproducido con absoluta exactitud. No obstante, la realidad es que todos estos pensamientos atrevidos, que por un momento dudan que eso hubiera sido posible, en ese instante, no son realmente conscientes de lo que cada una de estas obras encierra en realidad.
Durante muchos años, la complejidad en una obra de arte solía residir en la destreza técnica del artista. Desde su manera de componer figuras y formas utilizando escorzos o perspectivas complejas como la perspectiva múltiple o el manierismo; hasta el uso del color, y los juegos de luces y sombras; todos ellos son elementos que elevaban al máximo nivel la riqueza de cualquier cuadro. Sin embargo, esto ha sido algo que, con el tiempo, ha ido abandonándose e incluso ha sido despreciado por figuras como los artistas antes mencionados, convirtiéndose estos mismos en los referentes que han dado paso a una complejidad en la simplicidad que nunca antes se había conocido.
Parte II: La complejidad en la simplicidad
Kandinsky, Delaunay y Malevich, estos artistas que se mencionaban anteriormente; no sólo son pintores que se recuerdan por compartir un gran nivel de abstracción en sus obras, sino que además se relacionan por haber estado conectados al desarrollarse en el mismo contexto: las vanguardias rusas. Unos movimientos artísticos, como fueron el Suprematismo o el Constructivismo, que surgieron entre los siglos XIX y XX, y han supuesto un hito en la forma en la que se ve el arte actualmente al romper con las convenciones artísticas previas y provocar una renovación absoluta de la disciplina. Estas vanguardias suelen asociarse con el momento en que estalló la Revolución Rusa y se describen a menudo como simples reflejos de lo que la sociedad experimentaba en ese período. Sin embargo, la importancia de reconocer que todas las obras que definen dicha época surgieron años antes de que estallara la revolución, es lo que permite afirmar que este periodo fue realmente un cenit de creatividad en todas las disciplinas, y que todos estos artistas fueron los verdaderos revolucionarios antes de la revolución (Pulido, 2019).
De este modo, cada uno de ellos no solo destacó por haber creado estas obras, sino que sobresalieron por haber encontrado esa complejidad en la sencillez de los aspectos concretos que componen cualquier obra de arte, tales como la forma o el color. Aspectos que harán que todos ellos se unan para crear una abstracción justificada que acabará definiendo el arte para el resto de la historia.
Vasili Kandinsky fue un pintor ruso contemporáneo a estos movimientos, que basó su carrera en la simplicidad del color y en cómo, al utilizar sólo diferentes tonalidades, el significado que se podía encontrar detrás de cada una de ellas era mucho mayor que el de una obra clásica repleta de multitud de matices reflejados en figuras y paisajes. Cuando Kandinsky estaba pintando Composición V, un cuadro lleno de colores y tonalidades, formuló una frase que decía: "Sé qué posibilidades insospechadas esconde el color en sí mismo, una revelación que abrió ante mí las puertas del reino del arte absoluto". Una tras otra, todas estas palabras corresponden y resumen perfectamente su obra y el pensamiento del artista que acabó marcando toda una época. De este modo planteó una manera de pensar sobre cómo debía ser este nuevo arte moderno basado en lo que el color comunicaba con sus propiedades emocionales. Kandinsky estableció entonces esta teoría hasta tal punto que escribió el libro Sobre lo espiritual en el arte, en el que explicaba cómo, al igual que un instrumento como un piano podía transmitir frecuencias vibratorias a través de sus notas, un color podía hacerlo a través de su tonalidad, convirtiendo así sus obras en una experiencia sensorial nunca vista hasta entonces.
El cuadro Dubonnet de Sonia Delaunay, otra artista ucraniana de la misma época, es otro claro ejemplo de lo anterior. Al igual que con Kandinsky, la riqueza de la obra se encontraba en los colores, con esta artista concretamente, se descubre en la unión de los mismos con las formas, dándole a estas últimas el protagonismo de la obra. Ver Dubonnet es, en gran medida, poder apreciar la dinámica y el movimiento constantes que habitan en la naturaleza únicamente a través del uso de los elementos mencionados. Este cuadro representa a la perfección lo que se denomina la teoría cromática de Chevreul, la cual muestra cómo es posible percibir con la vista matices simultáneos en los colores gracias a las formas que los perfilan y cómo, al encontrarse con el espectador, el lienzo comienza a moverse generando un efecto inmersivo dentro de la obra (Delaunay, 1970).
Como se ha comentado en los párrafos precedentes, tanto Kandinsky como Delaunay siempre personificaron esta modernización de la disciplina en términos de composición. Al mismo tiempo que Kandinsky buscaba variaciones de color que distorsionaran el significado, Delaunay lo hacía variando las formas para encontrar dinamismo en los colores; y aunque, adoptaron formas diferentes, en ningún momento abandonaron ese aire renovador. Sin embargo, pese a que estos fueron grandes exponentes de la época, su esplendor se refleja genuinamente en Malevich, pues fue él quien unió tanto las variaciones de formas como las de colores en una expresión mínima, como es un cuadrado de un solo color: el negro. Expuesto en la exposición de pintura futurista "010" y colocado en la parte superior de la sala, un rincón donde en la época rusa solo se colocaban las pinturas religiosas, Cuadrado negro es la obra pintada por Malevich en el que el artista crea un nuevo lenguaje pictórico. Un lenguaje, que al igual que los autores anteriores, a través de la supremacía de las formas y los colores conecta con el espectador. Pero, en es este caso recreando un mundo nuevo al obviar la realidad y la objetividad, y, en definitiva, desdeñar el pensamiento racional (Tate, 2014).
Parte III: ¿Por qué este cuadro es así?
Exponer todo este contexto, junto a los autores anteriores y su forma de enfrentarse a la pintura, en la que contenían esta nueva mentalidad de composición, tenía el objetivo de mostrar como lo que primaba y les motivaba siempre era el cambio de mentalidad que buscaban en el espectador a través de sus obras. Kandinsky, Delaunay y Malevich perseguían un nuevo arte: el arte puro. Un arte en el que la pintura asumía la autonomía del mensaje eliminando las condiciones figurativas y representativas, al no copiar del natural. Las simbólicas, al eliminar el tema y convertirlo en los propios valores plásticos. Y, las decorativas, al no hacer de la pintura un elemento más, sino convertirla en el centro de todo. Por ello, esto no se queda aquí, sino que representa mucho más ya que supone ver como cada obra era un reflejo de la realidad que se vivía en aquel momento. Al repensar así el arte, luchando contra lo que ya estaba consolidado y totalmente establecido por los viejos cánones, se apelaba al espectador para que hiciera lo mismo con su vida cotidiana y se replanteara todo lo que estaba viviendo. De este modo, la pintura se convirtió en algo político, ético y estético que, con obras como el cuadrado negro, el primer monocromo de la historia que negaba la representación, anunciaba el fin y el comienzo de un mundo nuevo.
Un mundo nuevo que hoy, por un momento nos atrevemos a simplificar cuando vemos este tipo de cuadros con la misma frase con la que comenzaba este ensayo: ese cuadro lo podría haber pintado yo; eliminando así la importancia y el poder que se esconde detrás de cada una de las obras que podemos apreciar cada día. Y esto es básicamente lo que se ha intentado transmitir al reflexionar a través de los casos contextualizados. El intentar prescindir por completo de este tipo de ideas para que cada vez que nos detengamos a observar una línea, una circunferencia o un punto solitario dibujado en un cuadro, lo que realmente nos venga a la cabeza sea: ¿por qué este cuadro es así?
Referencias
Pulido, N. (2019, February 8). El arte que intentó silenciar el comunismo. abc. Retrieved March 15, 2023, from https://www.abc.es/cultura/arte/abci-vanguardias-rusas-arte-intento-silenciar-comunismo-201902080213_noticia.html
Tate. (2014, July 16). Five ways to look at Malevich's Black Square. Tate. Retrieved February 22, 2023, from https://www.tate.org.uk/art/artists/kazimir-malevich-1561/five-ways-look-malevichs-black-square
Museo Nacional Thyssen-Bornemisza. (n.d.). Malévich Kazimir. Retrieved March 15, 2023, from https://www.museothyssen.org/coleccion/artistas/malevich-kazimir
Delaunay, S. (S. S. (1970, January 1). Sonia Delaunay (Sarah Stern) - dubonnet. Inicio. Retrieved March 15, 2023, from https://www.museoreinasofia.es/coleccion/obra/dubonnet
Segundo Premio Ensayo corto en español
Guerra y verdad
Autor: Víctor Carmona
Grado en Relaciones Internacionales
GUERRA Y VERDAD
Erving Goffman, Waltz, Jouannais y el materialismo.
«Haced la guerra como la habéis emprendido: conducid a Zaragoza vuestra hueste levada, ponedle sitio por toda vuestra vida.»
El Cantar de Roldán.
José Carlos de Borbón, Paisaje con ruinas y figuras, tercer cuarto del siglo XVIII. Museo del Prado.
De un tiempo a esta parte hemos sido testigos, aunque de forma tangencial, de un resurgir de las tensiones bélicas. Con ellas han vuelto con inusitada fuerza las imágenes del horror. Esta violencia recuperada no es antinatural, ni desde luego va contra los vientos de la Historia, una tesis defendida por muchos que no pueden ver en la guerra más que la expresión de una barbarie que le pertenece al pasado. Hay que recordar que John Mearsheimer, en su The Tragedy of Great Power Politics, ya advirtió sobre el riesgo de los sistemas multipolares, con distintas potencias regionales enfrentadas por el dominio de una suerte de lebensraum y con un poder hegemónico que no ha sabido gestionar su supremacía tras la Guerra Fría. Queda ya fuera de toda duda que la tesis defendida por Fukuyama no es sino papel mojado. También las ideas de tinte xenófobo de Huntington han sido abolidas: son las potencias occidentales las que ahora entran en liza. Diversos factores juegan a favor de esta crisis del concierto surgido tras la caída del muro de Berlín.
Las acciones llevadas a cabo por Rusia desde el 24 de febrero de 2022 en adelante, que se suman ahora a una crisis desbocada en Oriente Medio, son el resultado de un debilitamiento de Washington, pero también de la necesidad ideológica y material de los estados que llevan a cabo sendos esfuerzos bélicos. Con todo, mi tesis es que tanto en Ucrania como en Palestina estamos siendo testigos -tristemente pasivos- de una lógica de dominación que escapa a justificaciones discursivas. Este ensayo breve nació a la luz de un fragmento de De officiis (De los deberes) de Cicerón, que en el apartado once de la primera parte trata sobre la cuestión de la guerra justa, largamente debatida por la tradición grecolatina y luego heredada por nosotros vía la patrística, San Agustín y la idea de “guerra santa”, que es un sintagma paradójico y fallido. Leemos:
«En la República debe observarse especialmente el derecho de guerra, pues siendo dos las maneras de pelear, una por la discusión y otra por la fuerza, y siendo aquélla propia del hombre y ésta de las bestias, solamente debe acudirse a la última si no es posible servirse de la primera. Y así las guerras deben emprenderse por la sola razón de que, sin afrenta, se viva en paz; pero conseguida la victoria, deberá respetarse a quienes no fueron crueles e inhumanos en la guerra, así como nuestros antepasados admitieron al derecho de ciudadanía a los tusculanos, los ecuos, los volscos, los sabinos y los hérnicos, y en cambio arrasaron hasta sus cimientos Cartago y Numancia. Es lamentable que también arrasaran Corinto; pero creo que algún fin perseguían, especialmente la situación ventajosa del Jugar, a fin de que este mismo no pudiera, algún día, incitar a la guerra.»
Este fragmento me llevó a escribir sobre todo porque es erróneo, o pretendidamente ingenuo, en varios puntos, aunque sea necesario aclarar que el pensamiento de Cicerón, lo vemos a medida que avanza el tratado, entra en otras sutilezas, que sin embargo no cambian el contenido general de lo aquí expuesto.
El primer punto fallido es la distinción entre discusión y guerra, pues ambas son formas de dialéctica. La guerra es en realidad la expresión de un desencuentro y su resolución mediante la disputa última. Es bien conocida la anécdota de que Luis XIV hacía grabar, en la base de sus cañones, el lema Ultima Ratio Regis, el último argumento de los reyes, y es que en buena medida la guerra funciona como un juicio por combate. Esto lo sabían ya en tiempos de la república romana, pensemos en Catón el Viejo, y también lo sabían los ideólogos totalitarios del siglo XX. El Tercer Reich -y aquí retomamos la noción de lebensraum, que ahora ampliaremos- estaba destinado a convertirse «en un imperio de mil años». Los edificios de la Cancillería y todos los planes gestados por Hitler y Speer estaban diseñados para devenir en ruinas bellas, evocadoras, siguiendo unos preceptos estéticos acuñados por el propio Speer y presentados en su obra breve «Die Ruinenwerttheorie», un ensayo en el que remite a las ideas del Romanticismo alemán sobre las que ya trabajó el arquitecto Gottfried Semper. Semper, además de darle forma a la Dresde del XIX, una ciudad destruída casi por completo en los últimos compases de la Segunda Guerra Mundial, diseñó, para el landgrave de Hesse-Kassel, un nuevo castillo, una práctica habitual en la Alemania de la época (pensemos en Luis II de Baviera), en el que el arquitecto pretendía jugar, como Violet Le Duc, a una Edad Media revisitada. Estas construcciones románticas, propias de la sensibilidad romántica, no son, ni mucho menos, inocentes, y tienen, como todo monumento, una potente valencia ideológica.
No hay que olvidar en cualquier caso que los fascismos son el producto viciado del nacionalismo decimonónico. Los mismos resortes que llevaron a la Primavera de los Pueblos de 1848, precedida de sonadas independencias, como las de Grecia y Bélgica, trajeron también el auge del totalitarismo, en la misma medida que el liberalismo ilustrado del XVIII tiene como reverso oscuro el sistema colonial del XIX y las ideologías instrumentales del XX y XXI. Ya Marx, en su «El 18 de brumario de Luis Bonaparte», actualizó a Hegel y, sobre todo, nos mostró la urgencia del líder cuando se dan grandes procesos de cambio. Napoleón III, que se convirtió en presidente de la República en 1848 tras la expulsión del trono de Luis Felipe de Orleans, es (como lo fue antes su tío) el producto pasivo, contingente, de unas aguas que buscan su camino violentamente. Las tensiones de clase del cuarenta y ocho quedaron liquidadas en Francia con la llegada del Segundo Imperio en 1851. Fue precisamente el Segundo Imperio un periodo personalista y megalómano en la historia de Francia. Bajo Napoleón III, Haussman sublimó el urbanismo ideológico. París es el fruto de una ideología de “saneamiento” y “control”, una estrategia de dominación con un innegable valor estético. Las obras de Speer son terribles precisamente porque no carecen de sentido del gusto, comulguemos o no comulguemos con él.
El Romanticismo alumbra sistemas de pensamiento basados en “lo sublimado”: la belleza y lo bueno, la expresión sentimental, se convierten así en objetos centrales del pensamiento, y permean en todas partes. El discurso nacionalista, por contraposición con el feudal, tiene el atractivo de que promete una sublimación. Es un discurso profundamente retórico. Así, surgen los “destinos manifiestos”, por traer a colación a Theodor Roosevelt, de los distintos estados: España como madre de salvación, como instrumento de la religión; Francia, en particular bajo Napoleón, como agente de la ilustración y el progreso; EE.UU. como fuerza de expansión de la democracia; Rusia, primero, como último bastión espiritual de Europa y, después, bajo control soviético, como madre de la emancipación de los pueblos, y así en un largo etc. Todas estas doctrinas tuvieron su traducción artística casi nada más ser acuñadas. Me remito a los cuadros de Tiziano, en particular a “La religión socorrida por España” y “Felipe II ofreciendo al cielo al infante don Fernando”, pero sobre todo a su “Carlos V en la batalla de Mühlberg”. Pensemos también en Jean-Louis David, que fue voz de la Revolución con su Marat y altavoz del ascenso de Napoleón, representado como un César triunfante.
Estética y poder son conjunciones que han ido siempre de la mano. Desde el Coloso de Constantino hasta nuestros días, lo sublime y lo profano han sido un ticket indisoluble. El interés de Hitler por la obra de Speer nace de la natural tendencia de cada régimen a pensar que está llamado a la eternidad, que se reclama en forma de piedra, pero por encima de todo en forma de gesta. El nacionalismo, como ideología, no es más que la expresión de una doctrina a la vez atractiva y alienante. Pensemos, por volver al socorrido ejemplo alemán, en las unificaciones de 1870. Alemania e Italia por aquel entonces eran entidades etéreas, sin unos límites culturales e identitarios claros, y regidos por una macedonia de regímenes, desde la teocracia a la monarquía constitucional, herederos del status quo previo a las guerras napoleónicas. El gran tema a zanjar tras el Congreso de Viena fue precisamente el de las micronaciones, y hete aquí que el siglo XIX se resume en esa tensión entre los defensores del sistema tradicional, representados por la aristocracia y el clero, y los de un modelo de corte nacional y liberal como los que ya se daban en el Reino Unido y, en menor medida, en Francia. Cada país europeo, independientemente de su relevancia o su historia previa, vivió tensiones de ese tipo: en España, las revoluciones liberales encontraron su máximo exponente en Espoz y Mina y en Riego, que eran un producto paradójico de las doctrinas revolucionarias francesas; en Francia, 1789, 1830, 1848 y la Comuna fueron las cuatro oleadas que acabaron con la institución monárquica, y por tanto con el discurso estamental; Alemania e Italia, por contra, después de los sucesos de principio de siglo tuvieron que esperar a que se diera un infructuoso 1848. El fracaso generalizado en primera instancia de la Primavera de los Pueblos fue, precisamente, lo que llevó sus doctrinas a un triunfo parcial dos décadas después, como pasó con los epígonos de «Los siete contra Tebas». El cuarenta y ocho fue el fruto de una coincidencia de intereses entre la burguesía y la clase obrera, que estaban naturalmente llamadas a chocar, y por eso se dieron alianzas marcianas como la de Víctor Manuel II de Saboya y Garibaldi e Isabel II y Espartero. El liberalismo, que era la ideología llamada a acabar con toda servidumbre, se contamina así de una parte sustancial del discurso tradicionalista; y el discurso reaccionario, por contra, se convierte a los modos y marco teórico de la contemporaneidad. No en vano, el hecho nacional/étnico se convierte en el eje vector del XIX. Los carlistas hablan así de «Dios, Patria, Rey», aceptando la idea de ciudadanía y relegando al poder real a un tercer puesto jerárquico, mientras que los liberales entran en connivencia con los poderes tradicionales, traicionando así los fundamentos de la Ilustración y abrazando una praxis lampedusiana: que todo cambie para que todo siga igual. Esta síntesis nos remite a Cicerón, que aboga porque «conseguida la victoria, deberá respetarse a quienes no fueron crueles e inhumanos en la guerra».
No deja de sorprender, remitiéndonos de nuevo a la historia española, que personajes tan dispares como Jovellanos, Ensenada, Torrijos y Feijoo caigan bajo el mismo paraguas “liberal” que O ́Donnell, Narváez, Sagasta y Cánovas. Pero es innegable que esa corrupción se dió. El triunfo del nacionalismo en el XIX se gestó por la traición de los ideales más profundamente emancipatorios de su doctrina, pero perduraron las formas, la institucionalidad y el discurso. Con todo, una clase, la más numerosa de la sociedad, quedó desenganchada y desatendida, y con la entrada en el siglo XX llegará la exaltación por la vía del hambre. Una vez más vemos que el factor económico, la realidad material de las colectividades, funciona como motor de los acontecimientos.
En el ya canónico «Man, the State, and War», Kenneth Waltz diferencia tres imágenes a la hora de abordar la cuestión de la guerra: la primera tiene que ver con la naturaleza del hombre, muy en la línea de platónica de la maldad de lo material frente a lo ideal, del pecado original cristiano y la visión negativa del ser humano. Encontramos dos vías en esta visión: de un lado, una positiva y de redención (de nuevo san Agustín), y del otro, una esencialista y pesimista (Hobbes, por poner el ejemplo paradigmático). No es cuestión de detenerse demasiado en esta primera imagen porque son las otras dos las que más nos interesan en esta ocasiones, pero asumamos, y pido aquí un salto axiomático, que existen a priori unas tendencias primarias, llamemoslas pulsiones, que nos arrastran periódicamente al tribalismo y la violencia igual que a la colaboración y los pudores morales. Asumido este principio general, no exento de cierta simplificación, pasemos a la segunda imagen. Waltz engloba aquí la lectura materialista del hecho bélico, en particular las tesis de Engels, que atribuía a las características del sistema burgués la predisposición de los estados a la guerra. Y sin duda encontramos ejemplos que demuestran las verdades de las tesis materialistas. Antes hablábamos de la historia de Francia y del periodo de las unificaciones. Si entendemos la política del estado burgués como la aplicación de la retórica económica a la gestión de la polis, pronto comprendemos por qué Napoleón III decidió ir a la oposición frontal con Prusia y por qué Bismarck aceptó el órdago. Francia precisaba un revulsivo que galvanizara de nuevo a las bases populares, como en 1851, cuando el emperador se proclamó casi por aclamación. Del otro lado, Guillermo I, como cabeza visible del proyecto de expansión prusiano veía en la posible victoria una segunda oportunidad, más favorable a las tesis autoritarias que la que se dió en tiempos de su padre, Federico Guillermo IV de Prusia, que renunció a ser emperador constitucional de Alemania cuando el parlamento de Frankfurt se lo ofreció en 1848. La victoria de la coalición liderada por Prusia llevó a la unificación alemana de 1871, que acalló las voces del cuarenta y ocho y dió a luz un estado tradicionalista, militarista y de corte antiliberal, en directa oposición con las tesis defendidas por el primer romanticismo alemán. La derrota de Napoleón III dió al traste con el Segundo Imperio. Aquel fue el fin definitivo de la monarquía en Francia, que se convertió en un estado de corte burgués, y las tensiones de las clases oprimidas que se pretendían canalizar, en particular el descontento de los obreros urbanos, se canalizaron de forma violenta dos meses después del fin del asedio alemán de París. La Comuna de París, el resultado del desencanto popular producido por la pobreza de las condiciones materiales, se dió precisamente porque no se logró la victoria que hubiera unificado en un discurso transversal a la sociedad francesa. Los regímenes de guerra parten con la ventaja de que en ellos la dialéctica social se anula en favor de la nacional: un discurso de confrontación y odio que homogeneiza lo interior y lo vuelca hacia lo exterior apelando a un apetito en apariencia natural (e inaprensible) hacia la violencia. La pulsión de muerte, esa fuerza homérica, se fundamenta sin duda en ideas estéticas.
La muerte, y en esto retomo a Levi-Strauss, no es antinatural, es anticultural. Este aserto sólo es cierto en sociedades democráticas pacíficas. En realidad, la muerte puede y tiende a convertirse, por motivos políticos, económicos y por otros, que a mi parecer escapan a la razón, en un elemento de la cultura. En realidad, es el elemento de la cultura por excelencia. Benjamin escribió: «No hay un solo documento de la cultura que no lo sea también de la barbarie», y no mentía. Si hay momentos de relativa distensión, nos dicen Waltz y Mearsheimer, no podemos olvidarnos del eterno retorno de la violencia. El odio es pendular. Y cuando vuelve, nos abraza. Y es aquí cuando entra la noción de institución total acuñada por Goffman.
Goffman nos habla de instituciones totales poniendo los ejemplos de las cárceles y los psiquiátricos, analizados por Foucault en «Vigilar y castigar» y «El nacimiento de la clínica». Son precisamente este tipo de tecnologías de poder las que crean una otredad, la explotan y terminan por dirigir en todos los sentidos la rutina y los deseos de sus internos. En la medida en que el discurso es claro, de una brutal intromisión en la vida, y unitario, la anulación de lo racional llega pronto. Los internos integran la cosmología de la prisión: ven en el exterior una amenaza; los no-internos temen a los enclaustrados, siente repugnancia moral hacia ellos en algunos casos y, por encima de todo, asimilan que existe un otro, y tienen en ellos un exempla en todo el significado de la palabra: un modelo de vida a evitar, un sujeto de desprecio y dominación y una advertencia. Esos son los resortes que han anulado políticamente los movimientos de disidencia cuando llegaba la criminalización. Ahí queda el «Archipiélago Gulag» de Solzhenitsyn, junto con otros tantos testimonios, como testigo de la deshumanización a la que nos lleva la pedagogía de la ideología pero, fundamentalmente, del terror. El odio es una pose dandi, una declaración de principios que, a nivel individual, nos diferencia, nos define y muestra una cierta inclinación hacia la estética. Odiar al otro es estético por gratuito y artificial. Y sin embargo el odio es también un sentimiento imbricado en lo profundo de nuestras naturalezas. Es su expresión la que nos lleva de nuevo a la Ruinenwerttheorie. Los imperios que aspiran a vivir mil años necesitan un discurso. Ese querer perpetuarse nos habla de nuevo de nuestro profundo rechazo a la muerte como elemento antitético de la cultura: «la repugnancia hacia el cadáver -escribe Gunther Anders en “La obsolescencia del odio”- le confirma definitivamente al asesino que tenía razón en odiar al asesinado y, por consiguiente, en asesinarlo. El cadáver hace que todo sea legítimo.»
La guerra es una institución total porque lleva al alineamiento total e irracional de las masas que se movilizan en su maquinaria y se legitima en ese arrebatamiento, otorgando sentido y meta. El Holocausto, la emergencia de los fascismos y las ideología totalitarias sólo se explica en esa actitud paradójica que rechaza y a la vez abraza lo irracional de la vida. Las instituciones totales colonizan la mente, nos hacen vivir única y exclusivamente por un fin inasible y trascendente, independientemente de si es sublime o abyecto desde la distancia. Abdicadas la individualidad y la conciencia en favor de la superioridad estética del discurso (la nación, la religión, la ideología), los temores se disipan y las fuerzas de la Historia cogen impulso.
La guerra es un elemento de la cultura. Asociada a la barbarie, es en realidad la expresión más refinada de los muros que tratamos de dibujar entre nosotros y la conciencia de la irracionalidad de la vida. Los estigmas de las ruinas, de las grandes gestas, de las tragedias y de las epopeyas no son sino la sublimación del miedo a descubrir la futilidad de nuestra propia existencia. Levi-Strauss, en un fragmento sobrecogedor de “Tristes trópicos”, resume así la naturaleza de los productos de la cultura tomando por ejemplo la tribu brasileña de los bororo: «Los bororo se han esforzado en vano por desarrollar su sistema en una prosopopeya falaz, no consiguieron desmentir esta realidad mejor que otros: la representación que una sociedad se hace de la relación entre los vivos y los muertos se reduce a un esfuerzo para esconder, embellecer o justificar, en el plano del pensamiento religioso, las relaciones reales que prevalecen entre los vivos». Debemos entonces hacer el gran gesto de la abdicación, ser héroes de la renuncia por usar la expresión de Enzensberger, y abrazar aquello que pretendimos esconder, vernos con la claridad del mediodía: sólo en el recuerdo vivo de nuestra contingencia podremos evitar el delirio de grandeza de las masacres.
Tercer Premio Ensayo corto en español
El misterio del verso perdido
Autor: Antonio Ruiz
Máster en Asesoría Júridica de Empresas (1979)
El misterio del verso perdido
Por Ari Stein
Introducción
Hace cuatro años, en el 2020, la Fundación IE me honró con la concesión del Primer Premio en Humanidades, categoría de ensayo corto en español, por Últimos días azules de Antonio Machado, un voluntarioso pequeño trabajo de investigación sobre el último verso del poeta:
Estos días azules y este sol de la infancia
Concluía yo aquel ensayo reseñando el presente evocativo de los dos hemistiquios de este verso alejandrino:
Estos días azules; cotidianeidad colorida del amor presente por su musa ausente, Guiomar, personificada en la poetisa Pilar de Valderrama, su identidad real.
Este sol de la infancia; luminosa remembranza de su niñez en aquel patio limonero de su Sevilla natal.
Me interrogaba yo entonces sobre el paradero desconocido de este verso en su manuscrito original.
Y me planteaba la investigación sobre su localización, cerrando aquel ensayo con un final temporal:
Fin (de momento)
Quedaba pues abierta su reanudación a otra ocasión, en otro momento.
Pues ese momento ya ha llegado…
Continuación: El misterio del verso perdido
Aquí. Estoy en la habitación donde expiró el poeta. En lo que fuera el modesto hotel Bougnol-Quintana. En Collioure, pinturero pueblo pesquero de la Occitania francesa, donde le llevara la senda del exilio. Adonde me ha traído el camino de sus últimos pasos en sus últimos días.
Hoy. Es jueves 22 de febrero de 2024, precisamente el 85º aniversario de su fallecimiento aquel miércoles de ceniza de 1939. Esta misma mañana he recorrido el breve trayecto desde su último lecho hasta su sepultura en el cementerio comunal de aquí al lado. Y he depositado un sobre cerrado en el buzón instalado junto a la cabecera de su tumba.
¿Contenido del sobre? Un esquema de este ensayo que ahora escribo. Don Antonio se sorprendería por la cantidad de incidencias y personajes que se entrelazan en la búsqueda de su último verso.
Ahora. Es media tarde luminosa que contrasta con la sombría atmósfera que envolvió esta entonces fúnebre habitación del hotel de Madame Quintana. Hoy reconvertido en La Casa Machado, emplazamiento turístico que conserva el mobiliario de su breve estancia en un pequeño museo de la planta baja.
Buen lugar, buen momento y buena hora para retomar esta historia machadiana. -1-
Antecedentes
Comienzo este relato con la reproducción literal del casual descubrimiento del papel con su último verso, tal y como lo describiera su hermano José Machado en su libro de memorias Últimas soledades del poeta Antonio Machado. Recuerdos de su hermano José.
Así, tras el entierro del poeta;
«Algunos días después encontré en un bolsillo de su gabán, un pequeño y arrugado trozo de papel. En él había escrito tres anotaciones con un lápiz que me pidió días antes de su muerte. La primera reproducía las palabras con las que comienza el famoso monólogo de Hamlet: «Ser o no ser…». La segunda tenía un solo renglón. Pero en ese renglón se veían escritas las últimas palabras en verso que escribió el poeta en vida: “Estos días azules y este sol de la infancia”. Y en la tercera y última anotación reproducía estos versos suyos, ya publicados, en los que introducía una corrección: “Y te daré mi canción/ Se canta lo que se pierde/ Con un papagayo verde/ Que la diga en tu balcón”. La corrección consistía en decir: «Y te daré mi canción» en vez de:“Y te enviaré o te mandaré mi canción”», como puede verse en las Obras Completas suyas. Bien se ve cómo en los últimos días de su vida seguía la norma de siempre; Pensar, crear y corregir».
Estas anotaciones textuales fueron redactadas por José Machado al año siguiente, ya en el exilio de Chile. Editadas por sus hijas en una limitada tirada en ciclostil de 1957, no serían publicadas como libro hasta el año 1972. Hasta entonces, nada se sabía sobre aquel alejandrino, hoy convertido en verso de culto entre los cultos machadianos. Verso que todo el mundo conoce, cita y recita. Mas, nadie reconoce haber visto jamás en su escrito original. Cuestión esta que despertó mi inicial curiosidad sobre su paradero incierto.
Por cierto, un reconocimiento especial por mi parte: Me embarqué en esta aventura investigadora siguiendo como referencia bibliográfica básica la labor del reconocido hispanista Ian Gibson en sus libros Ligero de equipaje (2009) y Los últimos caminos de Antonio Machado (2019). Fuentes que fueron complementadas con la correspondencia vía mail que me crucé con Gibson en plena pandemia, con breves indicaciones sobre cómo encaminar mi búsqueda. Hechos por los cuales le estoy expresamente agradecido, si bien no llegué a conocerle personalmente.
Me preguntaba entonces; ¿Qué pasó con aquel último manuscrito de Antonio Machado?
Y me planteaba hasta cuatro hipótesis a investigar:
1ª. Se lo quedó su hermano José Machado y se lo llevó consigo al exilio chileno.
2ª. Se lo llevó su hermano Manuel Machado a Madrid y allí «desapareció».
3ª. No existe, nunca existió, es una ficción de la memoria, invención de la imaginación.
4ª. Existe, tiene que estar en algún lugar, aún sin inventariar.
Hoy, como si de una trama detectivesca se tratara, indagamos entre los principales actores de esta historia en busca de la resolución del misterio machadiano. En busca del verso perdido. -2-
Los protagonistas
José Machado; el hermano compañero de exilio. Convivió con él en aquellos últimos días de Collioure. Y allí le enterró. Y a la madre, la pobre doña Ana Ruiz, con la que el poeta compartió agonía y habitación. La que dijera tiempo atrás: «Estoy dispuesta a vivir tanto como mi hijo Antonio». Y a fe que la buena mujer cumplió su palabra. A los tres días, tras él se fue al más allá. Y hoy, allí, en el cementerio comunal de Collioure, comparte sepultura con su hijo. ¿Pero qué hizo José tras la muerte del poeta?
En mi anterior ensayo, especulaba con esta posibilidad narrativa de los hechos:
«José Machado, tras enterrar a su hermano Antonio, recoge sus escasos \efectos personales, y entre ellos encuentra en un bolsillo del abrigo un papel arrugado donde lee lo que supone es su último verso. Y se lo guarda como un recuerdo sentimental. Al fin y al cabo, él compartió sus últimos días. Él le facilito el lápiz con el que fuera escrito. Él lo encontró. Es humano que decida quedárselo para él. Y comprensible que no lo comparta con su hermano Manuel, en medio de la tensión existente entre ambos, cuando este acude a Collioure para traerse a España las pertenencias de Antonio Machado».
José, tras terminar la guerra, partió al exilio junto con Joaquín, otro hermano Machado, y sus familias. Al año siguiente, 1940, ya en Chile, escribió sus memorias. Sin mención alguna al encuentro que, al parecer, mantuvo con su hermano Manuel en Collioure. Y por tanto, sin constancia de que le confiara el papel hallado.
José Machado fallecería en 1958, sin haber regresado nunca a España. En 2005, el Centro Cultural de España en Santiago de Chile organizó una exposición bajo el título José y Joaquín, los otros Machado; una colección de objetos personales y documentos aportados por sus hijas. Entre ellos, se exponía el escrito a mano sobre los días en Collioure con su hermano Antonio, con la cita textual sobre el casual encuentro del verso. Esta referencia manuscrita de José es la fuente que da constancia del papel. Con precisa descripción de su contenido. Con tal precisión que me planteo una suposición: ¿Es posible que en el momento de escribir esos recuerdos, José tuviera ante sí el papel de Antonio, o sea, que se lo hubiera llevado consigo al exilio chileno? No es imposible pensar que así sucediera –pienso. Podría abrir una incitante línea de investigación; «La trama chilena». Pero dejémosla de momento y centrémonos en «la línea hispana», explorando la cronología de los hechos acaecidos y la supuesta trazabilidad del verso.
Y continuemos, indagando en el personaje más relevante de esta historia:
Manuel Machado; el hermano mayor. También notable escritor y poeta. Y coautor teatral firmando ambos como Los Hermanos Machado. Manuel, enterado en Burgos del fallecimiento de su hermano en Francia, partió raudo hacia allí. Y ya en Collioure se encontró con la devastadora coincidencia del también fallecimiento de su madre. Doble desgracia familiar. -3-
Según se cuenta, Manuel recogió los efectos personales de fallecido Antonio, «ligero de equipaje», que José le entregaría para su retorno a la patria, el pasaporte, el bastón y poco más. Manuel y José nunca más se volverían a ver. Nada se sabe de lo que trataron en aquel fraternal encuentro, que Gibson supone «tenso». Manuel no lo contó nunca, ni José lo mencionó siquiera en sus recuerdos sobre la muerte del hermano Antonio.
¿Entregó entonces José a Manuel el papel aquel junto con las demás pertenencias de Antonio? Esa es la creencia generalizada pero no documentada. O más bien… ¿Se lo quedó José, como un recuerdo sentimental del hermano fallecido? como apunto yo, sin más fundamento que una mera hipótesis desiderativa.
Manuel Machado, acabada la guerra y ya en la casa familiar de Madrid, se ocupó con premura y diligencia en ordenar libros, obras, documentos, escritos y papeles. Suyos y de su hermano Antonio. ¿Es posible que en un proceso de revisionismo, apremiado por la represión de la postguerra, Manuel realizara una purga de los documentos de su hermano Antonio? «Es posible», afirma Gibson. Y ¿es posible que entre esos documentos estuviere el preciado papel, depurado más o menos inconscientemente? «No es imposible», afirmo yo. O sea, que «sí es posible». «¿Depurado?» Sí, eliminado. No olvidemos que el alzamiento militar sorprendió a Manuel Machado en Burgos, en zona nacional. Allí, tenido al principio por frentepopulista, fue detenido y conducido a la cárcel, si bien —instinto de supervivencia, dicen— acabaría convertido en poeta oficial del nuevo régimen.
Como consecuencia de esta «conversión», Manuel eliminaría pues pruebas y documentos comprometedores de la militancia republicana de su hermano Antonio, que fue desacreditado y depurado en expediente del Ministerio de Educación de 5 de mayo de 1941, decretándose, ya fallecido, «su separación definitiva del servicio con la pérdida de todos sus derechos pasivos».
(Por cierto, Pilar de Valderrama, su platónica Guiomar, también «depuró» parte de su correspondencia con el poeta. En su caso, no por motivos políticos, sino más bien «pudorosos»).
Conclusión: Según esta segunda suposición; el último verso «desapareció».
Quiero pensar que no fue así, pues esta historia se acabaría aquí.
Eulalia Cáceres; la viuda del hermano mayor. Tras el entierro de su marido y antes de recluirse en un convento («acaso su vocación verdadera», insinúa con malicia Gibson), la viuda donó la biblioteca y archivos personales de Manuel Machado a la Institución Fernán González y a la Diputación Provincial de Burgos.
En dicha donación incluyó también el legado de varios manuscritos de su cuñado Antonio. Allí siguen y, según testimonia Gibson, «han sido de difícil acceso a lo largo de los años». Y para así comprobarlo, a Burgos me fui hace un par de años, un día que allí no hacía frío. -4-
Antes de partir, me contaron la curiosa historia de Bonifacio Zamora, sacerdote que -según un confidente del entorno de la familia Machado- se aprovechó de su ascendencia espiritual sobre la viuda y «se quedó para él, a título personal» parte del legado, los más tarde llamados Papeles de Antonio Machado. Entre ellos, el confidente decía haber oído —pero no visto— que se podría encontrar el anhelado papel. El cura, consciente del valor que tenían esos documentos, los escondió bajo llave en un antiguo hospital. Si bien, según fuentes oficiales de la Institución Fernán González, el citado sacerdote había recibido dichos papeles por expresa indicación testamentaria (sic) del difunto Manuel Machado «para su personal custodia, y así garantizar su pervivencia, pues las circunstancias de muy distinto signo que formaban parte de la vida burgalesa de 1948 no eran ya favorables, ni siquiera ofrecían la suficiente capacidad como para garantizar la conservación de los papeles autógrafos de un autor que se había distinguido por su ideología y trabajo en el lado contrario al que presidia la vida burgalesa y había muerto en el exilio».
Por ello, permanecieron ocultos desde 1948 hasta 1976, año en el que Bonifacio Zamora entendió había llegado el momento adecuado para que los papeles de Antonio Machado vieran la luz. Y como «leal fideicomisario» los cedió, «sin pedir ni exigir nada a cambio», a la Institución Fernán González de Burgos, cuya sede visité en el Edificio del Consulado, en el céntrico Paseo del Espolón burgalés. El funcionario que me atendió no me contó nada sobre el cura aquel. Y sobre el papel del verso manifestó, para mi sorpresa, no saber nada de esta historia. ¿Mala memoria? Tampoco me facilitó acceso al llamado Fondo Machadiano de Burgos. Pero sí me vendió dos volúmenes de 527 y 669 páginas en facsímiles de los referidos Papeles de Antonio Machado; seis cuadernos y hojas sueltas con manuscritos, apuntes, notas y borradores. Muchos semiarrancados, con borrones, tachaduras y supresiones. Como precarios bocetos de dibujos caligráficos, entre los cuales, al ser reproducciones facsimilares inventariadas, pensé sería difícil estuviera el verso perdido sin que su hallazgo no hubiera sido públicamente constatado.
El funcionario aquel, para quitarme de en medio, me sugirió que fuera al Monasterio de San Agustín, también burgalés, «a ver si allí encontraba alguna pista». Y para allí me fui. Y allí solo vi, semiescondida, la Biblioteca Personal de Manuel Machado. Interesante, pero nada que ver con lo buscado. Y regresé a Madrid con los dos volúmenes de papeles de Antonio Machado bajo el brazo. En su engorrosa revisión constaté el sumo celo, casi «diogénico» en la conservación de todo tipo de escrito por nimio que fuere. Pero del papelito buscado, nada.
Así que retomé la indagación en pos de la herencia. Ya que ni Manuel ni Antonio tuvieron descendencia (que se sepa), Eulalia entregó el resto del legado al único de sus tres cuñados entonces residente en España: -5-
Francisco Machado; el hermano menor. Funcionario de prisiones con ciertas veleidades literarias menores. Recibió de Eulalia el patrimonio documental de los Machado no legado en Burgos. Tras su fallecimiento en 1950, estos documentos pasarían a sus herederos y de estos a sus sucesivos sucesores, con una serie de incidencias y peripecias que aquí no cuento pues no cuento con el suficiente espacio en este breve ensayo. Hagamos pues una sucinta cronología de los hitos más relevantes: En 2003, los herederos venden en pública subasta un lote de 770 manuscritos por 625.000 euros a un misterioso desconocido que al poco se identificaría como Braulio Medel, entonces polémico presidente de la Fundación Unicaja. Entre 2006 y 2009, son editados en 10 volúmenes de facsímiles comentados. En 2018, Unicaja se hace con el resto de los documentos machadianos que aún conservaba la familia; un conjunto de 4.560 páginas más fotos y documentos civiles, que constituyen la denominada Colección Unicaja Manuscritos de los Hermanos Machado, exhibida públicamente en diferentes exposiciones de Sevilla, Madrid, Málaga, Cádiz… Entonces me dirigí por escrito a la Fundación Unicaja y pregunté por el verso. Recibí un adverso y escueto correo de contestación:
El papel al que hace referencia como último verso de Antonio Machado, y que José Machado entregó a Manuel Machado en Collioure, no se sabe dónde está.
No-se-sabía-dónde-estaba. ¡Vaya! Hoy en día, la Colección Unicaja tiene debidamente archivadas y digitalizadas más de 5.000 páginas de manuscritos, fotos y documentos civiles de los dos hermanos. Entre ellos, el primer escrito conocido de Antonio Machado; una carta remitida a su padre con apenas diecisiete años. Así mismo, en su web dicen tener “el que es posiblemente su último texto escrito y conservado”… ¿Se referirán al manuscrito de mi búsqueda? Se lo pregunté a la Fundación Unicaja en un correo remitido el 3 de febrero de 2024:
Buenas tardes: Tengo entendido que entre sus «Manuscritos de los Hermanos Machado» tienen ustedes el que dicen en su web «es posiblemente el último texto escrito y conservado» de Antonio Machado. ¿Se trata por ventura del último verso, «Estos días azules y este sol de la infancia»? Ándolo buscando hace tiempo y sería un gran hallazgo saber que está en su poder. De ser así, ¿Estaría este manuscrito accesible en Internet? ¿Me podrían dar indicaciones al respecto? Quedo ansioso a la espera de sus noticias. Con mi agradecimiento anticipado, reciban un cordial saludo.
A fecha de hoy, a pesar de mi anticipado agradecimiento, aún no me han agraciado con una contestación.
No se sabe. No se contesta. Nadie sabe nada. Eso sí, me enteré por la prensa que se está preparando para octubre de este año 2024, una gran exposición en Sevilla con la presentación conjunta de los Fondos de la Fundación Unicaja de Sevilla más los Fondos de la Institución Fernán González de Burgos. Entidades que aúnan la práctica totalidad de los documentos machadianos. Buena oportunidad para seguir indagando, si las instancias oficiales lo permiten. -6-
Aunque la familia Machado ya no posee, teóricamente, ningún documento de sus antecesores, me propongo contactar directamente con alguno de los herederos vivos. A ver qué cuenta.
Manuel Álvarez Machado; el sobrino-nieto. Abogado madrileño. Autor del libro Antonio Machado camino del exilio. Le localicé por indicación de Ian Gibson; «Hable con él. Él sí que sabe. Y dígale que va de mi parte». Y así fue. Don Manuel Álvarez Machado, nieto de Francisco e hijo de Leonor Machado, lleva más de veinte años dedicado a la investigación sobre todo lo relacionado con la «Saga de los Machado», aplicado con minuciosa laboriosidad en el estudio, ordenación y clasificación de los documentos y manuscritos que la familia conservaba de sus ilustres antecesores. Mi primer contacto con él fue durante aquel tremebundo tiempo pandémico de marzo del 2020. «Tiempo atroz», me lo definiría Gibson. Tiempo de reclusión, pero de libre disposición para cruzarme correos con aquel descendiente de los Machado que me dispensó un excelente trato e ingente información. Circunstancialmente, ambos habíamos estudiado en el Liceo Italiano de Madrid en los años sesenta. Si bien él, cuatro cursos por delante, fue un buen nexo común de vivencias estudiantiles de antes.
En un correo electrónico de 20 de marzo de 2020, don Manuel me sorprendía transmitiéndome sus dudas sobre la existencia real del papel en cuestión y me manifestaba su «propensión» a pensar que este verso fuera simplemente una «transmisión oral» de Antonio Machado en una mera conversación con su hermano José:
La realidad es que, quitando a José Machado, que así lo dejó por escrito en su libro, nadie, que se sepa y lo acredite, ha visto ese «supuesto documento».
En una posterior misiva de 5 mayo de 2020, apostillaba:
… en cualquier caso, si este «papel» no hubiera existido, habría que hablar de la mucha imaginación que hay en algunos estudiosos. (No olvidemos que muchos biógrafos, de Machado y de otros ilustres personajes, copian más o menos literalmente de algún libro escrito anteriormente cuyo autor lo hizo de otro anterior que localizó).
¡Toma zasca! Observación a la que yo, poseído por el llamado «síndrome del impostor», no pude sentirme ajeno. No obstante, para sustentar esta hipótesis de la «no existencia» del manuscrito, cuenta con unos hechos ciertos que añaden más misterio a la historia:
1º. Como ya hemos tratado, José Machado, en sus memorias sobre aquellos días en Collioure, no menciona para nada el supuesto encuentro con su hermano Manuel, ni la no menos supuesta entrega del manuscrito aquel.
Como si no hubiera existido. Raro…
2º. Tampoco consta en el libro registro del hotel Bougnol-Quintana de Coilloure que Manuel Machado hubiera estado allí alojado (al menos eso afirma Gibson). Raro, raro…
3º. Tampoco figura el verso en ninguna referencia inventariada de los Machado. Y eso que la documentación machadiana, está rigurosamente estudiada, clasificada y conservada. Raro, raro, raro… -7-
Y 4º. Ojo al dato; no olvidemos que, salvo José Machado, nadie ha visto físicamente ese manuscrito. O, al menos, nadie ha manifestado haberlo visto. Raro, raro, raro… más que raro.
¿No existió pues? ¿Fue una simple «transmisión oral», como insinúa su sobrino-nieto? ¿O una invención, un recurso literario, que José incorporó a sus memorias escritas un año después de aquellos hechos?
Intrigante suposición que contrasto con el que, para mí, es el mayor erudito de la obra de Antonio Machado:
Jacques Issorel; el eminente académico. Profesor emérito de Lengua Española en la Universidad de Perpignan (Francia). Autor del libro Últimos días en Collioure, 1939, y otros estudios breves sobre Antonio Machado. En su capítulo El último verso hallé en su día la mejor explicación, docta y brillante, sobre el significado del verso, que ya expuse en mi anterior ensayo. El profesor Issorel es contrario a la teoría de la simple "transmisión oral" del verso y así, en uno de sus primeros correos me proporcionó su parecer:
… No pienso que José Machado, que sentía una admiración ilimitada y una inmensa veneración por su hermano poeta, se hubiera permitido inventar la anécdota del papel descubierto en el bolsillo del gabán, y, sobre todo...no hubiera escrito el verso y demás versos que había en el mismo papel (variantes de un poema a Guiomar)…
Un personaje admirable este Jacques Issorel. Le conocí personalmente –casualmente- en la primavera de 2021 en Madrid, tras una representación en el Centro Cultural de la Villa de la obra Los Hermanos Machado, del Teatro del Temple. Al salir de la función creí reconocerle entre la multitud a pesar de la mascarilla pandémica, que medio cubría su rostro (que solo conocía por una foto en la solapa de su libro). «¿Es usted el profesor Issorel?», le pregunté con curiosidad. «Sí. Yo soy. ¿Por qué?», me respondió con sorpresa.
Y sin sorpresa, preavisado, volví a encontrarme con él el año pasado en Collioure. Lo que sí le sorprendió es que siga con esta investigación, siendo yo simplemente un «intruso reverente». Pues no soy filólogo, ni hispanista, ni historiador, ni nada, ni nadie al uso. No más que un «curioso respetuoso».
Tras Issorel me dirigí a una experta machadiana con especial saber sobre el tema:
Monique Alonso; la rigurosa investigadora. Doctora en Filología Hispánica. Autora del libro Antonio Machado, el largo peregrinar hacia el mar. En su prólogo, Alfonso Guerra señaló las muchas rectificaciones que Monique hace a «naderías» escritas por otros. Puntillosa y pertinaz al extremo, está convencida de la existencia del papel. Así escribió que, tras la muerte del poeta, al llegar su hermano Manuel a Collioure:
José le entregó aquel papelito tan entrañable con los últimos escritos del poeta, así como el pasaporte que le libró de los campos de concentración y el famoso bastón. De momento no se sabe dónde paran el pasaporte ni ese papelito con los últimos versos, pero sí está localizado el bastón.
Esa no localización «de momento» del «tan entrañable papelito» se remonta al 2013.
Siete años después, en un correo electrónico fechado el 4 de marzo de 2020, Monique me escribía: -8-
… es sorprendente que no haya aparecido el papelito siendo que Manuel era una persona muy meticulosa. Pero ¿quién sabe? De la misma forma que han aparecido documentos guardados por la familia ochenta años después, ¡a lo mejor dentro de un tiempo aparecen más!
Un tiempo después, no más de un año, coincidí con ella, aquí en Collioure.
El manuscrito aparecerá, me aseguró. Pronto habrá noticias que no puedo desvelar ahora por un compromiso de confidencialidad, me dijo entonces en tono enigmático durante un breve encuentro.
Un mes después, en marzo del año pasado, apareció en la prensa el acaecimiento de la aparición de un nuevo manuscrito de Antonio Machado (El País, 19/3/2023). Se lo hice saber a Monique. Y me lo agradeció, decidida a investigarlo. Pero nada que ver con el perseguido verso perdido. No sé. La percibí esquiva sobre el tema. Sentí que sabía algo que no me quería contar. Pensé que ella pensaba que yo pensaba lucrarme con el hallazgo del manuscrito. Lo cual no era, ni es, cierto.
Por cierto -según contó el confidente de la familia Machado- hace tiempo apareció un misterioso individuo que intentó vender el, según él, papel original. Al parecer, una cuartilla cuadriculada con el famoso verso escrito a lápiz en supuesta caligrafía machadiana. Buena imitación, pero burda falsificación del manuscrito. El tipo aquel pasó por alto que, además del verso, en el original estaba también escrito «Ser o no ser» y los versos del poema ese del papagayo verde, a tenor de lo relatado por José Machado. Además, para darle más «autenticidad» al papel, este se cerraba con una supuesta firma de Antonio Machado. Con nombre, apellido y rúbrica. Aunque muy bien lograda, la firme signatura resultaba difícil de creer como original del autor, en aquel entonces envejecido y con su salud muy debilitada. Es especialmente dudosa si se compara con la firma vacilante, «resbalando la pluma sobre el papel», de su última carta dirigida a su amigo Luis Álvarez Santullano, dos días antes de fallecer. Aquel enigmático falsificador y su falso manuscrito desaparecieron con el mismo misterio con el que aparecieron.
Ya anocheciendo, escribiendo el borrador de este escrito, me acuerdo de mi Chaty. Así es como llamo coloquialmente a mi ChatGPT, Asistente de Inteligencia Artificial, que me ayuda en mis tareas profesionales.
Le pregunto:
¿Chaty: Qué sabes sobre el paradero del verso de Antonio Machado «Estos días azules y este sol de la infancia?».
Y me contesta de inmediato:
«Estos días azules y este sol de la infancia» es una conocida línea del poeta español Antonio Machado. Se encuentra en su poema «Nuestras vidas son los ríos», que es parte de su obra más famosa, Campos de Castilla, publicada en 1912.
Le replico sorprendido que eso no es cierto, que «Nuestras vidas son los ríos» no es de Antonio Machado. Es de un poema de Jorge Manrique. Y que el verso hoy buscado fue escrito en 1939. No puede formar parte de «Campos de Castilla», poemario publicado en 1912. -9-
Y Chaty me responde, textualmente:
Mis disculpas por la confusión en la respuesta anterior. Cometí un error. El verso «Estos días azules y este sol de la infancia» no pertenece a Antonio Machado, sino a otro poeta español, Gustavo Adolfo Bécquer. Esta línea es parte de su poema «Rima LIII» que es más conocida como «Volverán las oscuras golondrinas».
Lamento la confusión.
Muy lamentable su confusión, sí. Y más aún mi desconcierto. Chaty debe sufrir “alucinaciones” -como dicen los frikis de la IA- con los algoritmos cruzados. Confundir a Antonio Machado con Manrique y Bécquer es inexplicable. Bueno… nadie es perfecto. Ni siquiera la IA. Pensamiento este que me congracia con la imperfección de la condición humana. Dejémoslo estar por hoy…
…
Este domingo 25 de febrero se celebra la Journée de Conmemoration Antonio Machado en el Centre Culturel Collioure. Y allí acudo. Marie Thérèse Flagel; secretaria de la Fondation Antonio Machado a Collioure (FAM) me convoca un año más al ya tradicional evento en memoria del poeta. Y esta vez me invita a ser asociado. Encantado. La FAM de Collioure, entre sus diversas tareas, se ocupa de recoger las variopintas ofrendas, como «exvotos laicos», que se depositan sobre la tumba del poeta, así como las cartas que se introducen en el buzón junto a la cabecera. Posteriormente, los clasifican y ordenan en la municipal Mediateque Antonio Machado, constituyendo, entre otras aportaciones, el llamado Fondo Documental «Palabras en el tiempo».
Por cierto, allí se encuentra incorporado mi anterior ensayo, incluido en el libro Prices in the Humanities 2020, editado por la Fundación IE University.
Y allí me comprometo conmigo mismo a que, si este año vuelvo a ganar el Primer Premio en Humanidades con esta segunda parte del ensayo, se lo remitiré a la FAM de Collioure como nuevo aporte documental a su Fondo «Palabras en el tiempo».
Entusiasmado con la idea, me vengo arriba. Al punto que ya me planteo escribir una tercera parte de este trabajo machadiano, con el título definitivo: El hallazgo del verso perdido. ¡Ojalá!
Conclusión: Continuará…
Bibliografía
Es numerosa la bibliografía machadiana disponible; excelente, buena, regular, mala, y peor. Y muy variadas las otras fuentes consultadas (instituciones, personas, lugares…). Para no discriminar ninguna (ni robar más espacio a los límites impuestos a este trabajo) me voy a ceñir a señalar las, para mí, cinco obras más relevantes y “revelantes” sobre el tema. Mi Top 5:
Gibson, ian. Los últimos caminos de Antonio Machado. Espasa. Editorial Planeta. Barcelona, 2019.
Issorel, jacques. Últimos días en Collioure, 1939, y otros estudios breves sobre Antonio Machado. Renacimiento. Sevilla, 2016.
Machado ruiz, josé. Últimas soledades del poeta Antonio Machado (recuerdos de su hermano José). Forma Ediciones. Madrid, 1977.
Alonso, monique. Antonio Machado, el largo peregrinar hacia la mar. Con la colaboración de Antonio Tello. Octaedro. Barcelona, 2013.
Álvarez machado, manuel Antonio Machado camino del exilio. Ediciones Rilke. Madrid, 2020.
-10-
Primer Premio Ensayo corto en inglés
A case for change
Autor: Lara Güven
Grado en Filosofía, Política, Derecho y Economía
Final Essay
Preventing Violent Extremism
It is commonly believed that every individual that was over the age of 16 during the September 11 attacks on the World Trade Center and US Pentagon in 2001 remembers where they were, when they heard the news. My mother, for instance, recalls that she was working in the hospital in Vienna, Austria at the time, six months pregnant with me. She remembers driving home that evening, worrying, what kind of world she was bringing me into. What a world could this be, in which people intentionally perform large scale acts of violence, in the name of ideologies, picking their victims at random, without regard to the humanitarian tragedies that should follow from this? Could such an individual ever be reformed? Are we not to believe that once someone is a terrorist, he will always be a terrorist?
Identity rarely, if ever, exists in a vacuum. Identity is dependent on groups: (1) the group that fits the same identity (2) the group that opposes this identity, for one defines themselves not only through what he is, but also through what (and whom) he is not. According to state theorist and NS-supporter Carl Schmitt the Friend-Ennemy dichotomy is not only desirable, but essential to the creation of a sense of political unity, and every such unit lives off of the desire to combat the enemy. He writes that he who categorizes the world into “die Guten” (“the Good ones”) and “die Bösen” (“the Bad ones”), necessarily believes himself to be part of “the Good ones”, which will one day win this battle and “pacify life on Earth”. Similarly, Plato instructs of the involuntariness of wrongdoings, which is but a result of ignorance. By this argument we understand that what moves an individual to commit a terrorist act, is not a strong belief in evil, but a strong belief that what they are doing is good, and what their opponents perceive to be good is in reality evil. To deradicalize such an individual entails then not only to convince one of disengaging with the organisation or movement, but to change one’s fundamental beliefs of what is good and what is evil. This begs the question: Is man capable of fundamentally changing?
Indian economist and nobelprize winner Amartya Sen found that the root of all evil lies in the lack of alternatives. We become who we become, the person committing the acts that we commit, because we have had no other way laid out to us. We are products of circumstances, whose actions are mere reactions to the world we have known.
In his 1914 work Meditations on Quixote, Spanish philosopher Jose Ortega y Gasset wrote “I am I in my circumstance and if I do not save it, I do not save myself.” If we are to take the example of a terrorist so as to explain this statement, let us note the following: I, here refers to the mind, for it is the mind which brings forth all action which my body then performs. “My circumstance” here refers to the body, which is but a vessel for my actions. In the case of the terrorist, the “I” (mind) has developed ideas, ideology and convictions the results of which it wants to translate out onto the physical world, for which it requires the body. The body has become a vessel for acts of terror which the mind instilled, approved of and deemed just. While one cannot outgrow this circumstance, that is the body which has performed acts of terror (the vessel remains unreformed), I (the mind) can most certainly outgrow the self that has made this vessel perform acts of terror.
How do we know that the mind is capable of change?
Take the Sapir-Whorf hypothesis of linguistic relativity for instance. The latter theorizes that the language one speaks, and thereby thinks in, influences the way one perceives reality . Studies conducted by professor Boaz Keysar suggest that the ability to speak multiple languages increases moral reasoning and improves memory as well as one’s ability to deal with uncertainty. Upon the evidence of this research, we can understand that to learn a new language, entails learning a new way of thinking. The individual that has learnt a foreign language is a reformed one, for he has learnt a new way of thinking, suggesting that indeed, the mind is capable of change. Of course the man who learns a new language rarely forgets the language he already knew before, but through the habitual exercise of this new language, the reformed mind establishes itself more and more solidly. While of course the mental reformation one undergoes when learning a new language is not the same as those undergone during a deradicalization process, nor does it take up the same efforts, but it does suggest that the human mind can change.
Now that we have established that humans well have the ability to change, let us explore how such change may be brought forth. Three aspects seem crucial: (1) Education, (2) Desire, and (3) Community.
The word ‘education’ stems from the Latin “educere”, meaning to ‘bring out’ or ‘lead forth’. To educate is precisely that, the act of leading one toward knowledge, toward enlightenment. The effectiveness of education as a means to combat terrorism has been proven effective by cases such as the Saudi Arabian “Rehabilitation and Building Program”, which has often been criticized as being too lenient, but ultimately reports a reoffense rate of 0%. Amartya Sen writes that if we want a man to better himself, he requires broad access to information and education, for this will render him capable of freely choosing his life. For Sen, what qualfiies as evil, is the life determined from above, be that religion, the state or customs. Good stems from the free mind, which chooses upon its own accord. This leads us to the next point, desire.
There is no more effective driver for human action than desire. In order to do something, we have to want it, or the associated benefits that come from it. According to psychological findings, the human reward mechanism is structured in a threefold way: what we are exposed to must be wanted, liked and reinforced, thereby activating learning. If we do not want or like what we are exposed to, we will have no motivation to continue pursuing it. Thereby, a terrorist must either want to deradicalize for the sake of deradicalization itself, or for what deradicalization brings with it / entails. One may argue that the latter cannot truly lead to deradicalization, but would merely inspire disengagement. Whether this is the case or not, disengagement is already a step forward. Returning to the factor that is desire, what is most significant here, are push and pull factors. Push factors refer to those aspects related to an individual’s experiences while involved in terrorism that drive them away. Pull factors are outside influences that lure individuals to a conventional social role. The former create a desire to exit the terrorist organization, while the latter create a desire to enter ‘conventional’ society. Push factors include, among others, unmet expectations, loss of ideology, burnout, and inability to cope with the levels of violence. Pull factors include among others employment and educational opportunities, relatives and the desire to form a family, financial incentives and competing loyalties. For any deradicalization programme to be successful, it must offer attractive opportunities to the individuals entering, thereby creating and reinforcing the desire to reenter regular society. Deradicalization programmes offering educational and professional opportunities, a strong community engaging in proactive dialogue and interaction with individuals of moderate beliefs, and benefits after completing such a programme have been proven to generate higher success rates than those which do not take these initiatives.
During the deradicalization process, it is necessary to keep in mind why individuals join a terrorist organization in the first place. While there are a wide aray of reasons which are all personal to each individual, one that is often cited is the feeling of belonging and the community one gains from entering a terrorist organization. In Maslow’s Hierarchy of Needs, “Love and belonging” are third on the pyramid, suggesting the salience of interpersonal connection when it comes to leading a fulfilling life. An individual will be more incentivized to leave a terrorist organization, if a replacement community exists, and meets them with understanding. Primo Levi writes, when confronted with an evil, “we may not understand it, but we can and must understand where it springs from”. This brings us back to Plato, to whom evil is a result of ignorance. If we do not seek to understand, we are complicit in evil.
From here we may draw that while terrorism is indeed a pressing issue which instills fear upon a great deal of individuals and threatens everyday life, reformation is possible. Such a task lies however not with the terrorist alone, but with us too. Our capacity to forgive reflects our capacity to understand. The radical exclusion, imprisonment, and absolute social rejection of a person is no sign of great virtue, but of an intellectual shortcoming, a lack of faith in one’s own human nature. He who cannot understand another, locks him in a cage and seeks to silence his challenging beliefs. If one listened to the challenger, sought to understand and meet them with compassion, one might be astonished to reocgnize his humanity too. Change is possible, and, for the sake of humankind and faith alone, we must allow change to happen. If I were not granted the permission to even the possibility of change, what incentive would I have to change at all?
Bibliography
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Kay, P., & Kempton, W. (1984). What is the Sapir‐Whorf hypothesis?. American anthropologist, 86(1), 65-79.
Maslow, A. H. (1943). A theory of human motivation. Psychological Review, 50(4), 370-396.
RCC (Regional Cooperation Council). (n.d.). Why Saudi Arabia's deradicalization program is successful. Retrieved from https://www.rcc.int/swp/news/198/why-saudi-arabias-deradicalization-program-is-successful
Schmitt, C. (1950). The Nomos of the Earth in the International Law of the Jus Publicum Europaeum.
Sen, A. (2002). Poverty, Evil and Crime. In N. Benhabib, M. O. E. Sen, & I. Shapiro (Eds.), Identities, Politics, and Rights (pp. 41-57). Oxford University Press.
Segundo Premio Ensayo corto en inglés
Deserting the Ivory Tower: A Perilous Move
Autor: Zyad Feddi
Grado en Administración de Empresas
Title: Deserting the Ivory Tower: a Perilous Move.
Subject: A broad intellectual survey to underpin the rise and influence of doctrines predicated on the mind-body split.
Themes: Mythology – Philosophy – Modern Culture
The Sumerian Creation Myth: The Archetypal Narrative
“When in the height heaven was not named, and the earth beneath did not yet bear a name, and the primeval Apsu, who begat them, and chaos, Tiamat, the mother of them both, their waters were mingled together, and no field was formed, no marsh was to be seen […] Apsu opened his mouth and spake, and unto Tiamut, the glistening one, he addressed the word: ‘Their way... by day I can not rest, by night I can not lie down in peace. But I will destroy their way, I will...’ […] Apsu was laid waste […] Evil she (Tiamut) wrought against the gods her children. To avenge Apsu, Tiamat planned evil […] And unto Marduk, - their first-born they spake: ‘May thy fate, O lord, be supreme among the gods, to destroy and to create; speak thou the word, and thy command shall be fulfilled. […] They give him an invincible weapony which overwhelmeth the foe. ‘Go, and cut off the life of Tiamat, and let the wind carry her blood into secret places.’ […] Then advanced Tiamat and Marduk, the counselor of the gods; to the fight they came on, to the battle they drew nigh. […] He overcame her and cut off her life; he cast down her body and stood upon it.”
— Enuma Elish, L.W. King Translator (1902)
In his landmark 3-volume history of religious ideas, Mircea Eliade shows how the foundational narratives of mythological traditions congregate around common archetypal motifs. Despite geographical and precultural disparities - the initial spark of creation from undifferentiated nothingness, the male and female primordial divinities (Absu & Tiamat) symbolizing the interplay between chaos and order, and the birth and triumph of the hero-son (Marduk) to assert and consolidate the act of existence away from the threat of its chaotic origin - make for quasi-universal depictions that unite across most enduring cultures.
The above excerpt follows a typical structure: a primordial state of paradoxical and disordered unity, the spontaneous emergence of an ordering principle, followed by the establishment of a moral order showcased in an antagonistic face-off between the now opposing forces.
The story, however, only reaches its climax – with the victory of Marduk against the degenerating forces embodied in Tiamat – after a multitude of well-meant but vain attempts on the part of lesser divinities. The figure of Marduk is thus set apart as the symbol of a transcendent power. Through his “all-perceiving eyes” and ability to speak the “magic word”, he asserts dominion not only against the threat of destruction but also over his fellow deities, who all proceed to bend the knee before him. The symbolic message is clear: it is only through the power of effective speech and properly informed perception, that we might preserve the cohering order our being depends on.
When Marduk Falls Quiet: Our Ambivalent Perception of the Mind’s Faculty
For all the might of his victory, Marduk’s journey is nonetheless depicted as a hard and tedious process. Despite emerging virtually unharmed from his battle, it still took the failure of an entire pantheon and a promise of subordination for him to deploy his salutary powers. One could view it as a testament to our fundamentally ambivalent attitude towards speech, and perhaps in wider terms, the abstract conceptual faculty we most commonly associate with it. Both sacred and feared, history has proven a reliable witness to attest to the enthralling power of thoughtful and articulate speech – a power alternately wielded in the service of our benevolent progress and the incitement of our darkest and most destructive impulses. The mind might reign supreme, but it is not above struggle.
Thoughtfully composed and skillfully delivered, words can and often do acquire mysterious reification – not unlike what old prophets, alchemists, and other adepts of esoteric practices would ascribe to magical influence. Speeches can tip nations into prosperity and perdition. Myths can inspire the rise of physical and cultural monuments that withstand the trial of millennia. Imaginary musings can stir and calm the most ferocious emotional storms. Indeed, our ability to deliberate and speak produces manifestations on a scale and scope hardly deducible from their seemingly trivial function in our dealings.
In the modern climate, however, the pursuit of such far-reaching questioning appears to meet tighter resistance than it did for our garment-wearing ancestors. The well-spoken intellectual inspired by the knowledge-seeking enterprise is hailed as a cultural hero; yet attempts to emulate him by the starry-eyed youth are often met with contempt and mockery. The rational ideal is hailed as the West’s most prideful achievement; yet we accuse it of undermining our sensibilities by reducing human experience to a cold and heartless search and processing of facts. We praise the virtues of life-long learning and a wide-spanning erudition; yet we scorn the intellectually sensitive as a “nerdy” pretentious dabbler.
From my perspective as a fresh business graduate, I can certainly attest to the rising tide of anti-intellectualism as it more and more pervades the common discourse. One is to prioritize “hands-on experience” and sneer at anything bearing semblance to “high-flown theorizing”. Market trends, competitive pressures, economic fluctuations, logistical challenges, etc. – problems are numerous and require decisive action. What counts is real-world results, not to be hampered by sterile philosophizing. One should learn to do and learn by doing.
It remains, however, as my one-sided friend Pascal says in his Pensées: “It is to philosophize than to mock philosophy!”. For all the people who deny the value of arguments and logic – arguments and logic still come in handy to speak for the case. Before surrendering the battle for the intellect to self-refuting rhetoric of that sort; let us stop for a moment and examine the tenants behind this trend.
If the reader will allow me a few preliminary statements – Due to its wide-reaching scope, this work will take the form of an interdisciplinary journey across a variety of fields and will not shy from occasional forays into seemingly alien disciplines. To preserve the exposition from falling into an aimless outlay of disjointed arguments is always a challenge with pieces of this sort. While I did my best to keep it free from irrelevant sidelines and factual inaccuracies, my effort was largely guided by an esthetic purpose and the resulting essay should – consequently – be read primarily for enjoyment. With that, let us now embark on our first destination, in the land of our Hellenistic precursors, on a journey between thought and action, to understand our place in the cosmic struggle between celestial form and material substance.
Early Greek Philosophy: Parsing Between Matter & Spirit
Away from the Fertile Crescent, the ancient Greek philosophers Thales, Anaximander, Anaximenes, and Heraclitus made the first documented attempt to describe the nature of reality outside the realm of mystical speculation. Jonathan Barnes, specialist of the Pre-Socratic era, describes the Ioanian Physists’ approach as a form of pre-scientific reductionism. His description emphasizes a recurring attempt to understand observed phenomena via the study of their constituent units, to isolate the most primordial substrate of existence. The correspondence with our modern scientific method is not difficult to establish – with a dedication to freedom of inquiry, the focus on empirical observation, and the attempt to grasp the structure of reality down to more elementary components – as opposed to some holistic heavenly principle. To tie their analogy with our investigation – the spirit rises from matter, but it does not transcend it.
While bound to the primitive technology of their times, the Ionians can still speak to some notable achievements, with Thales’s successful – although debated – prediction of a solar eclipse in 585 BC. Although the detail of their arguments falls outside of our scope, we can note an overall adherence to a unified set of premises: there is such a thing as reality, perception can inform us of its nature, and knowledge of it is possible and valuable to pursue.
Farther west – from the coast of modern-day Naples – it is the outright rejection of these claims that the Elatics put forward. Their chief members – Parmenides, Zeno, and Melissus advanced, here in simple terms, a doctrine that essentially rejected the validity of sense experience to the benefit of an early form of rationalism, claiming that knowledge is only possible through the application of logical principles on “sound premises”. The “Way of Truth” (aletheia) is set in opposition to the “Way of Opinion” (doxa), not unlike the relativist premises that the later Sophists would come to adopt. The Eliatic school, in effect, stood against the primacy of external perception and posited subjective experience as the essential basis for existence.
The subsequent contributions of Democritus, Anaxagoras, and Empedocles made some more or less integrated attempts at synthesizing the progressively opposing trends. For our purpose, it is perhaps the set of ethical prescriptions that grew out of their descriptive and metaphysical claims that better illustrates subsequent intellectual developments. As for their legacy, we can mention the surviving collection of aphorisms by Democritus, the soundness of which I will leave for the reader to judge.
Facts, Knowledge & Ethics: Flow Direction
Centuries went by. Socrates drank from the cup and set the foundational myth of Western philosophy. His successors Plato and Aristotle went on to enact a discussion that is not without semblance with their respective Elatic and Ionian ancestors. The former’s theory of forms asserted that our world is nothing but the mere imperfect reflections of a transcendent reality – the “world of ideas”. The latter upholded the virtue of empirical investigation and developed wide and intricate systems to describe the physical and logical basis of our world. The moral systems that each prescribed grew somehow organically from their metaphysical and epistemological positions.
Does reality follow a reliable set of principles? Or is it nothing but a chaotic mishmash of unpredictable dictates? Are human beings up to the quest for truth? Or are they intrinsically beneath it? Should reality stand in support of man to achieve a transcendent ideal? Or should he subordinate himself to self-immolating doctrines? It is perhaps only in response to these questions that one can rule between Plato’s philosopher king and Aristotle’s ideal of individual and communal virtue.
If reality cannot be described in objective terms, if knowledge of it is impossible, and if human life holds no intrinsic value – to conclude against the possibility of intellectual progress, for the depiction of man as a sacrificial object, and the establishment of a rule by force by the few who do not suffer under the delusion behind the quest for meaning – is not an implausible verdict. If human existence is nothing but a misuse of cosmic resources, then nothing shall be wasted on its contemptible schemes. If any answers to these questions are to be found, it is only in the deepest layers one can probe into.
Form & Substance: Historical Proceeding
“The history of philosophy can be summed up as a duel between Plato and Aristotle.” The phrase, often attributed to Alfred N. Whitehead, can be interpreted along the following lines: the “seed” of modern intellect blossomed in Ancient Greece - first in myth, with Hesiod’s Theogony and the Homerian epics – then in back and froth discussion between formalist and materialist doctrines – only for the cycle to repeat, with the advent of Christianity and its subsequent developments. Stoics and Epicureans; Skeptics and Neoplatonists; Franciscans and Dominicans; Idealists and Materialists; Realists and Empiricists; Holists and Reductionists – the body would grow and split, shift and adapt – but the same fundamental antagonism would go on, with two sets of opposing ideas whose interplay would go on over centuries.
While it would be misleading to reduce the entire course of Western philosophy to such a Manichean divide, to probe into fundamental premises necessarily reduces the complexity behind its various postulates. The questions of whether truth is a meaningful construct, and whether intellect is a reliable guide to it – can only be answered in the absolute. Only then can we ascertain the validity and purpose of existence, the definition of which we shall proceed with.
A Metaphysical & Epistemological Interlude: The Original Split
The principle of identity, historically coined by Aristotle, defines existence as an act of separation between what is and what is not. To claim existence is to claim differentiation. A is A; nothing else; and nothing in between. Following this mandate, the three above notions can be seen as a necessary precondition for the diversity of categories. The fact is hardly avoidable: if existence could be expressed equally in a term and its opposite, it could only result in self-annihilating interference. It is not simply that nothing would exist. It is the very framework along which existence can be defined that would be ruled out. Apsu can only emerge from Tiamat, but Tiamat could not “exist” without Apsu. Tiamat is the primordial substrate, Apsu the elementary form, the initial split between the possibility of being and its converse.
The possibility for existence can be thus set as the basic premise behind logic – the art of non-contradictory identification. Applied to our case – implicitly or explicitly – if a man is to posit existence apart from the “undifferentiated mass” – it is the ruling one makes on the nature of reality and their corresponding place in it that comes to inform their initial value structure – the content of which setting in turn the direction of their teleological experience. The statement of what to pursue and what to avoid; to pursue along the path of differentiation, or to regress into the primordial substance.
There lies perhaps the most fundamental expression of our case, and perhaps a statement on the nature of opposition itself. Between body & soul, form & substance, value & fact, unity & diversity, order & entropy, creation & annihilation, “To be or not to be” – logical, material, human, communal, universal – at every layer of complexity, the unfolding and quest for existence is primarily an act of value – to transcend, to preserve, or to regress. The underlying questions can thus be restated: Is there something real? Is knowledge of it possible? When combined, our interrogations yield a two-by-two matrix, with each configuration leading to a concomitant philosophical posture.
Nihilistic Solipsism (-;-) & Optimistic Realism (+;+)
In embodied form, to answer both questions in the negative translates into nihilistic solipsism: nothing matters, values are arbitrary, and life holds no intrinsic meaning. One can shoot an old lady and smile at the spectacle. Although passionately opposed to nihilistic doctrines, we can refer to the widely popular novel of Albert Camus – L’Etranger (1947) – as a telling illustration of this dual negation. The interested reader may find a more explicit argument for the nihilistic statement in the exposition of the Marquis de Sade – whose descriptions gave rise to the term “sadism” – for his attempt to carry the perspective to its fullest expression. The conception stands for the conscious and deliberate negation of existence, the foundation of evil.
Conversely, the affirmative dual-take leads to what we could associate with a form of optimistic realism: the validity of existence can be stated beyond dispute, and a criterion of valence can be applied to the evaluation of its subservient phenomena. Part and whole stand in support of their mutual growth and richness, in an ergodic exploration of their respective potential. I have found in my recent discovery of the Dune saga by Frank Herbert (1920-1986) a compelling and richly layered exhibition of this archetypal premise – of a balanced interplay between actuality and potential. A non-fictional take on the position can be found in the works of Gottfried Wilhelm Leibniz, whose work I hold in similar esteem. It is the set of propositions we posit when enacting the good in its most universal conception.
Transcendent Idealism (+;-) & Empirical Materialism (-;+)
The transcendent idealist position states the existence of an objective reality but denies man’s ability to apprehend it. The value framework flowing from this view is most accurately described by its chief representative Immanuel Kant. In his terminology, reality exists as a noumenal substrate that informs our perceptions by imprinting on our phenomenal interface. Reality speaks, human listens. The notion of categorical imperative is a mere prescriptive translation of the previous dictum. What reality prescribes; humans must unconditionally deliver.
Empirical materialism makes for perhaps the most puzzling outlook – one can know… nothing. In effect, the doctrine has been expressed in a fittingly paradoxical description. If there is nothing – no distinction can be made, no framework of identity can be defined, and no value criterion can be stated. All that remains is the primordial substrate, forever bound to an undefined state of uniform disintegration. Whatever identity rises is to be ruled as an anomaly, and to be hammered back in place. The reader may have identified the tenants of the Marxist doctrine, whose illustrative parallel in communist implementation – with the chief emphasis on radical egalitarianism – echoes its metaphysical and epistemological roots to an almost uncanny degree.
Knowledge? | Reality? | |
Transcendent Idealism
(e.g, Kant) -;+ |
Optimistic Realism
(e.g, Leibniz) +;+ |
|
Nihilistic Solipsism
(e.g, Sade) -;- |
Empirical Materialism
(e.g, Marx) +;- |
Due to their internally conflictual postulates, neither doctrine is capable of producing a consistent set of criteria from which a moral code would otherwise follow. The consequence is a rule of moral grayness that precludes any delineation between good and evil. Insofar as people would need a coherent hierarchy of values to guide their endeavors and a reliable framework to regulate their interactions, their specification would have to be left outside the rational discourse. It is perhaps in these descriptions that we can most accurately locate the contemporary manifestations. The abdication would go on to unfold, with consequences that – ironically – would not discriminate between practical and intellectual.
Hume Throws in the Towel: The Turning Point
David Hume severed the last remaining thread between self and reality in his Inquiry Concerning Human Understanding (1748), asserting that knowledge was impossible, that no principle could be derived from experience, and that senses were inherently misleading.
Western philosophy would go on to produce a new breed of offshoots based on his epistemological account. His successors in the English-speaking world would straight up abandon the quest for truth. Bentham and J. S. Mill would rescale the ambition of human existence down to a pragmatic game of utility maximization. Wittgenstein would “solve all the questions of philosophy” by reducing the discipline to the analysis of linguistic propositions and prescribing silent omen for anything beyond the mere witnessing and conveying of sensory input. His pertaining school, analytic philosophy, would borrow from mathematical rules and symbols to underpin the study of logic and propositions down to the small minutiae. The act would culminate in 1971, when John Rawls would pull his “veil of ignorance” on the entire knowledge-seeking enterprise.
In the old continent, the German idealists would surrender the mind to an unknowable reality whose dictates were to be heeded without question. Nietzsche would indirectly proceed to identify this transcendent edifice in the name of his “will to power”, for the basis of a passionately incisive but ultimately less congruent set of views. Continental philosophy, as opposed to its analytic counterpart, would flourish in the expression of the existentialist and postmodern doctrines, all based on premises underscoring the primacy of subjective experience.
The time would also witness the rise of the modern social sciences: psychology with S. Freud decreeing that man was not the master in his own house; sociology with E. Durkheim who transposed the understanding of human dynamics to a social superstructure acting through retroactive influence; anthropology with F. Boaz, who introduced the idea of cultural relativism, holding that a culture could only be evaluated in relation to its own values and rejecting the legitimacy of transcendent reference points in their classification.
Even though the tone might suggest otherwise, none of the above statements is to besmirch the contributions of these figures. One does not besmirch Hume, Freud, and Nietzsche in a mere paragraph and presume their entire legacy to be unworthy of study. Their works are deep, valuable, illuminating, and well worth the time one can dedicate to their understanding. It remains, however, as I hope this work has clarified at this stage, that the fundamental underpinning of their various postulates – the impossibility of reconciling value and fact – has been largely dictated by the discordant premises of their predecessors. Premises that, as we have seen, could simply not fulfill the moral prescriptive role that a civilization normally counts on as part of its philosophical foundation.
The progression from Kantian Idealism to the rule of our lives by an unfathomable unconscious/social structure/class-gender-culture-race consciousness – is not difficult to identify. In similar fashion, Hume’s inductivist knowledge forbidding musings are not without parallel in today’s quasi-mystical reverence for all things data-related and their scouring that substitutes the effort of causal understanding for a search of blind “correlations”. Explanations are of no use; all one can do is predict and react to whatever is taking place.
Just as the above conclusions flow from their premise, most of the complexity underlying the development of worldly issues – from politics, culture, industry, education, and art – can be traced back to the influence of a few decisive intellectual moves. “It may work in theory, but it would fail in practice” we got from Plato. “I cannot say why but I know it’s true” we got from Kant. “No one can know anything for sure” we got from Hume. “I could not help it, no one is perfect” we got from Saint-Augustine. “Look on the bright side. It could have gone worse”, we got from Bentham. “Down with the patriarchy!”, we got from Derrida. All these utterances find their root in acts of intellect; acts that go on to dictate the entire proceeding of our existence as individuals and communities.
A philosophical doctrine is the primary ground from which the cultural edifice can grow. It is not an inconsequential game of circular reference, as so often presumed. Philosophy determines not only the content of basic intellectual discourse but the entire flow of theoretical and practical endeavors proceeding, from constitutional norms to ear-catching sound bites. All the way downwards, the politician gets it from the philosopher. The industrial gets it from the politicians. The worker gets it from the industrial. And society either thrives or suffers the consequences.
Fashionable Nonsense & Modern Corporate Culture: The Modern Climax
The high priest walks into the edifice. A helper ignites the fire. Monks and noviciates are nervously pacing around the temple. Bearers are anxiously waiting in their quarters. Friars, priors, and abbot are engaged in a strange ritual called a “meeting”. The monastic order has been up all night. All must wear the habit – scapular, cincture, and for friars upward, a peculiar air-restraining collar called a “necktie”. The ceremony must begin. The all-mighty “customer” has been wronged. The gods demand retribution. A helper displays the sacred figures – “KPI metrics”; “Financial forecasts”, friars and priors recite the incantations: “We must stand by the standard procedure”; “Our communication plan for data-breach events has been rolled”; “Ongoing PR monitoring”; “Media-coverage and market-sentiment report”. The meeting is adjourned, for now…
While it is certainly tempting to go on this humorous undertone against my soon-to-be collaborators, it would be admittedly dishonest to dismiss the case of the corporate world with such a laughable sleight of hand. Outside the spheres of policymaking, industry and academia are arguably the places where most of our collective endeavor congregates and offers perhaps the most striking embodiment of the mind-body split as the pattern has been recurrently applied along our survey. For the wealth of historical and factual developments it provides, management – as in the art of coordinating collective efforts and resources to get a task done – will be the initial focus of our discussion. In that respect, a brief exposition of the main theoretical contributions that gave rise to the field appears to be due.
Our story begins in early 20th century America with Frederick Taylor, a trained engineer and spiritual father of the management discipline. In his chief account, published in 1912 – The Principles of Scientific Management – he defined the manager’s role in the efficient handling of workers, as carriers of processes to optimize. According to his thesis: roles were to be clearly specified; redundancies eliminated; and no worker was to stray from their assigned duty. Measures of productivity had to be captured in quantifiable metrics and output predicted with numerical formulas. The worker was depicted as a material tool whose value and purpose could be reduced to one set of dimensions.
Suited to the need for effective and cost-efficient production, many practical and theoretical developments would proceed from his ideal of framing management in rigorous standards – from ability-based recruitment, assembly-line work, the division of labor, the supervision of employees, and the enforcement of standardized methods and procedures – many of which still underlying the mainstream practices of modern corporations.
“You’re not paid to think. Shut up and do your job”. While it has grown somehow fashionable for modern commentators of corporate practices to start their customary rejection of Taylorism by summoning this quote, the statement does illustrate the procession from its implicit postulate. The manager speaks; the worker executes; Kant and Bentham smile through the veil.
In the 1930s, Elton Mayo, psychologist, and sociologist, proceeded on the opposite tangent, speaking of the necessity for organizations to cater to the human dimension of their workforce. The common welfare was to be set as the necessary and sufficient criterion for a successful productive enterprise. Beyond consideration of individual attributes and contributions, his theory frames the labor force as a unified whole whose understanding could only occur at the collective scale. Under the influence of his humanistic precepts, the focus of organizational dynamics would progressively morph into a peculiar hybrid of traditional efficiency-driven norms and more human-centered cooperative models. While he advanced the notion that employee satisfaction improves productivity, by emphasizing the human dimension primarily in terms of its utility to organizational outcomes, Mayo's work merely repackaged the split.
The following quote by Matthew Steward, a philosophy graduate who turned to the management consulting profession, provides an insightful description of the outcome in a workplace setting:
“Talking in this way had become easy for me. As a consultant, I’d picked up the habit of talking—just talking, endlessly, from whatever point of view would keep the conversation going. The longer we talked, the more we billed. Sometimes when I talked it felt like an out-of-body experience, as if someone else were doing the talking. It was as if my mind had turned into a blow-dryer: with a flip of the switch, hot air and noise spewed out of my mouth, while the rest of me walked away” — Magic words indeed…
Bibliography:
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- Barnes, Jonathan. Early Greek Philosophy. Penguin Classics, 2001.
- Barnes, Jonathan. The Presocratic Philosophers. Routledge, 1982.
- Bentham, Jeremy. An Introduction to the Principles of Morals and Legislation. Dover Publications, 2007.
- Boas, Franz. The Mind of Primitive Man. Macmillan, 1911.
- Camus, Albert. L'Étranger. Gallimard, 1942.
- Derrida, Jacques. Of Grammatology. Translated by Gayatri Chakravorty Spivak, Johns Hopkins University Press, 1997.
- Durkheim, Émile. The Rules of Sociological Method. Free Press, 1982.
- Eliade, Mircea. A History of Religious Ideas, Volume 1: From the Stone Age to the Eleusinian Mysteries. University of Chicago Press, 1978.
- Freud, Sigmund. The Ego and the Id. W. W. Norton & Company, 1960.
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- Hume, David. An Enquiry Concerning Human Understanding. Oxford University Press, 2007.
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- Stewart, Matthew. The Management Myth: Why the Experts Keep Getting it Wrong. W.W. Norton & Company, 2009.
- Taylor, Frederick Winslow. The Principles of Scientific Management. Harper & Brothers, 1911.
- Wittgenstein, Ludwig. Philosophical Investigations. Translated by G. E. M. Anscombe, Basil Blackwell, 1953.
Tercer Premio Ensayo corto en inglés
Mazeflection
Autor: Janghoon Choi
Global Online MBA
Mazeflection
The words “Go back to your country!” hung in the air, sharp and cutting, echoing around me. As they resounded in my ears, a mix of emotions washed over me, a forced smile crept across my face, masking the confusion that welled within me. It wasn't the first time I had encountered such an expression, but its impact was always accompanied by a haunting uncertainty, a nagging reminder of the ever-present question, “Where am I truly from?” On that chilly evening in Ann Arbor, Michigan, in the middle of an intramural soccer game, I found myself lost in a cold, tangled space within my mind. It was a place I had grown all too familiar with, a labyrinth of emotions and introspection that I had navigated countless times throughout my life. In that frozen moment, with the winter wind biting at my skin, I traversed the complex maze of my thoughts. It was a place where the complexities of identity intertwined, where questions of belonging and self-discovery were engraved upon every twisting path. The chilly air felt like uncertainty wrapping around me, prompting deep reflection, especially considering the words that hurled from the opposing team as part of their trash-talking strategy.
Born into a South Korean family but raised in the vibrant embrace of Latin culture in Honduras, I have constantly found myself caught between two worlds, suspended in a perpetual state of “Who am I?”. Growing up, I navigated the harmonious blend of kimchi and frijoles, effortlessly moving between my Korean heritage and the colorful traditions of my Honduran community. Yet, standing there in the middle of the soccer field, I couldn't help but question where I truly belonged. The persistent uncertainty continues to trouble my mind, raising the question: Who am I in this complex interplay of cultures? The search for my authentic self despite this captivating clash of identities has become a lifelong journey, an exploration that challenges me to redefine my place in the world and uncover the essence of my being.
This labyrinth in my consciousness, a place of uncertainty which I call the Mazeflection, is an ethereal realm, an abstract space where the boundaries of identity blur and intertwine. This inner landscape, filled with broken thoughts and emotions, is a place where the lines between past, present, and future converge, creating a tangled web of memories, aspirations, and insecurities. The air in this strange place is thick with unanswered questions, each one a thread that draws me further into the intricate depths of my mind. Here, the echoes of societal expectations clash with the yearnings of my heart, further entangling the delicate strands of “Who am I?” I find myself torn between conflicting roles, struggling with the expectations others place on me and the longing to create my own path. Each turn I take has led me to a different facet of my being, unveiling layers of complexity that challenge the aspiration of a singular, cohesive self. In this surreal state of mind, the mirrors along the halls show broken pieces of myself. They twist my reflection, making me question the image I see.
One of the first memories of Mazeflection goes back to when I was about 8 years old in elementary school. From time to time, I remember being punished, made to stand in the corner of the classroom with my hands raised, after getting into fights with my classmates. "I am Korean, not chino!" I would defiantly shout, my frustration and anger boiling over. Sometimes, my protests would escalate, and I would even think of throwing Lego pieces at those who used the term against me. I remember an occasion when I sneakily pushed a Star Wars spaceship, which my classmates had carefully built over several weeks, off the table. At that moment, it seemed like the only way I could defend myself and demand respect. But was I always this defiant? No, not in those early elementary years. According to my mom, who would occasionally receive calls from the principal, I was once a tearful child. She would rush to the school, finding me inconsolable and deeply hurt by the incessant name-calling. The teachers, to calm my mom’s worries, assured her that my classmates meant no harm by using the word "chino" and that they had taught lessons on why it was wrong to label me in such a way.
However, the years of my early elementary school experience were transformed into a period of newfound joy, as the collective consciousness of my friends became aware of the forbidden nature of the word "chino". It held a mythical status like the You-Know-Who of the Harry Potter series, as if it was collectively vowed to never say the prohibited word. With this unspoken agreement, the atmosphere seemed to glow with harmony. No longer did I find myself in tense battles with my classmates. The once frequent fights became relics of the past, fading into distant memories as understanding and empathy took root. The school teachers and principal, no longer burdened by the need to reach out to my parents, saved money on phone bills.
In the wake of this newfound harmony, my early childhood bloomed into a tapestry of shared celebrations. Birthday parties became vibrant affairs, filled with laughter, piñatas, and colorful confetti. Within the school walls, my friends sang the timeless melody of "Happy Birthday" in both Spanish and English. And then, the mordida, a playful tradition where my friends would make me take a bite of the cake, leaving my face adorned with sweet, sticky remnants while their stomachs remained empty of the sugary delight. These moments of shared laughter and cake-fueled delight created bonds that erased the boundaries of lingering past misunderstandings. The smiles we displayed said it all, showing how strong friendship is and how much we can change and develop. To this day, the bonds forged during my early school years remain unbreakable, exemplified by the enduring friendship I’ve nurtured with several classmates from that cherished time. In those innocent days of youth, we would satisfy our thirst with fruity Capri Suns, savoring the sugary nectar. And now, as time has passed, we find ourselves sipping on cold beers after reuniting back home or meeting on vacation trips.
It felt like I was nearing the exit in Mazeflection during my high school senior year. I believed that I had finally narrowed down the essence of my identity, especially since I had found a community where I felt a sense of belonging. I thought I had at last discovered the answer to the eternal question of "Who am I?" However, as I prepared to embark on the next chapter of my life at university, I realized that this maze is not a static entity. It is not like navigating through an IKEA store, where you eventually find your way out. Nor is it similar to getting lost in Disney World, where you can consult a map or seek guidance from others to reach the roller coaster you've been yearning to experience. The layout of this labyrinth is ever-changing and inconsistent, transforming at an unpredictable pace. Just when you think you’ve found the exit, you find yourself lost once more, wandering through uncharted corridors of self-discovery.
As I stepped into the small college town of Ann Arbor, Michigan, I was filled with a mixture of eagerness and nervousness to meet new people and forge connections. During the orientation events, I found myself immersed in a whirlwind of emotions. As the final event ended and I descended the stairs, I overheard a group of students conversing in Spanish. Intrigued, I decided to approach them and introduce myself. I vividly recall the moment when each member of the group greeted the others with a warm "mucho gusto" in Spanish, followed by a polite "nice to meet you" directed towards me in English. However, as soon as I responded in Spanish, their faces twisted into expressions of confusion and shock. Some even continued to address me in English, likely questioning whether they had misheard my fluent Spanish. In that instant, I found myself once again navigating through the labyrinth of Mazeflection, the layout having transformed into an entirely new configuration. Just like my experiences in elementary, middle, and high school, I was faced with the challenge of meeting new people while grappling with the question of which background I should align myself with. Should I seize this opportunity to form a group of Korean friends with whom I could frequent karaoke bars and indulge in late-night ramen? Or should I simply embrace the Latino community and immerse myself in the vibrant rhythms of reggaeton, bachata, and salsa?
Reflecting on my college years, they were pivotal in forming lasting relationships with others while naturally drifting away from some old ones. Throughout this period, Mazeflection, a recurring theme, played a significant role in shaping my personal growth. During one of the elective courses, I encountered the philosophical ideas of Martin Heidegger, a German philosopher known for his exploration of human existence. Heidegger emphasized how our sense of self is influenced by our interactions with the world - our relationships, cultural background, and experiences.
As I looked back on my own experiences, Heidegger's concepts seemed to explain a lot. They helped me understand how our identities are fluid, shaped by the environments we inhabit and the people we encounter. Reflecting on this, I realized how much my own identity has been molded by diverse cultural influences and the connections I have made. Heidegger's philosophy provided a framework for understanding the ongoing process of self-discovery amidst the complexities of cultural identity. Balancing my Korean heritage with the vibrant Latin culture I was immersed in presented its challenges. Yet, Heidegger's ideas offered insight, suggesting that this struggle is part of a broader human experience. We are all, in essence, individuals constantly engaging with the world, influencing it as it shapes us.
Initially, finding myself in the abstract world of the labyrinth felt daunting. Feeling lost, experiencing a sense of not belonging, or being pressured without knowing the source left me anxious to find an escape route. However, as I reflect on my journey, I’ve come to see being lost in this maze as an opportunity for growth. It is a space where I continually explore and confront discomfort. As I navigate through the ever-evolving landscape of my identity, I have realized that I also hold the power to shape it. My Mazeflection isn't solely influenced by external factors; I can actively alter and design it according to my desires. I become the architect of this abstract space, capable of carving a direct path for straightforward answers or challenging myself with obstacles to foster growth. The complexities and uncertainties of the Mazeflection are not constraints but rather avenues for self-discovery and understanding, an ongoing journey with endless possibilities. With each twist and turn, I not only discover new aspects of myself but also embrace the beautiful intricacies of the human experience.
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