Profesores y empleados galardonados 2020
Edición 2020
Poesía en Español
Primer Premio Poesía en español - Profesores y Empleados
Antojo onírico
Autor: Sergio Rodríguez Jiménez
Empleado en University
España
El aire que respiro sin descanso
va mellando la luz en lo que toco,
y el alma se diluye poco a poco
entre las fauces de la sed que amanso.
El aire se despierta en el remanso
infinito, gimiendo como un loco,
de los días que omito y que trastoco
porque el alma se inhibe y yo me canso.
Hay una sombra hablando entre las cosas
que no sabe que vengo de ser río
y que voy hacia un mar de oscuras rosas.
Hay penumbras que notan que sonrío
porque brillan mis dádivas porosas
en el umbral de nuestro desafío.
Poesía en Inglés
Primer Premio Poesía en inglés - Profesores y Empleados
Confinement
Autor: María Eugenia Marín Jiménez
International Relations-General Director
España
Quietly alive
In somber secluded silence
With every tick-tock of the clock
A vile veil is lightly lifted
Revealing only what is raw and real
Like an old open wound
Longing to be heard and healed
Both friend and foe
Builder and destroyer
You ripped and stripped me
From the inside out
In naked nothingness
Gasping for air
To be born again
Primer Premio Relato corto en español - Profesores y Empleados
Quédate
Autor: Luis Vivanco
Profesor de IE University
México
- ¿Qué harías si estuvieras aquí ahora mismo?
- Te respiraría.
- ¿Perdón?
- Eso, te respiraría. Me inundaría de tu olor.
- ¿A qué huelo?
- Hueles a ti. Hueles a tranquilidad, pasión y alegría todas juntas en una sola esencia.
- Un crédito para Chanel número cinco.
- Chanel número cinco no tiene nada que hacer contigo. De Chanel número cinco llegaría a aburrirme. El tuyo va mejorando, mejoró el día que nos casamos y sigue haciéndolo. Es un aroma que quiero conmigo siempre.
- Eres raro. Yo veo tu foto cuando no estás. De hecho, la estoy viendo ahora mismo.
- Está probado que los olores perduran en la memoria mayor tiempo que las imágenes. A mí el tuyo me dice que estoy donde debo de estar.
- Solo han sido dos meses.
- ¿Cómo?
- Digo, que sólo han sido dos meses desde la boda. ¿cómo sabes te que seguirá gustando cuando seamos viejos?
- No puedo decir. Pero lo sé.
Fue en el momento justo en que abría la puerta que supo que las cosas no estaban bien. El silencio era distinto. Era el silencio no de una casa vacía sino de una casa en la que alguien no emite ningún ruido. Laura podría haber salido, pero era poco probable. Pablo respiró profundamente, sacó las llaves de la cerradura y cerró la puerta tras de sí.
Depositó las llaves en la mesilla de la entrada y vio que el llavero Tous estaba ahí. El salón estaba inmaculado, tal como Laura hubiera insistido en dejarlo antes de dejar la casa por un fin de semana. Hizo una pausa en el afán de oír su voz diciendo su nombre, como era común a su llegada, pero el silencio no fue interrumpido. Se dirigió por el pasillo hacia su habitación. Al pasar por la de Carolina vio la cuna vacía y los juguetes recogidos. Tal vez no había sido tan buena idea proponer el fin de semana en Sigüenza. Por otro lado, mantenerse en Madrid era aceptar un status quo insostenible. La Posada del Infante le había sido recomendada como un hotel personal y romántico. Prometía, quiso pensar, el cambio de paraje que tanto necesitaban.
Lo primero que vio fue la maleta frente a la cama. Azul oscuro, casi confundible con negro y con el asa extendida. A unos centímetros de ella estaban, muy juntas, las zapatillas Converse grises de Laura. El muro del pequeño pasillo que daba entrada al baño no dejaba ver nada más. Al avanzar se dio cuenta de que las zapatillas no estaban vacías. Tobillos inmóviles daban paso a piernas que sostenían el torso de Laura, sentada en la cama, los codos sobre las piernas, y sobre las palmas de las manos una cara que no se giró hacia él. Su intuición sobre el silencio a la entrada se confirmaba. No había oído las razones, pero no era necesario. La imagen de Laura sentada inmovible en la oscuridad ya era habitual.
- ¿Qué pasa? Dijo, derrotado.
Laura no respondió. Pasaron varios segundos antes de que levantara muy levemente la cabeza y buscara su mirada. Sus ojos estaban hinchados. Aquí vamos, pensó él.
- No creo que pueda ir.
Pablo la miró a la cara por poco más de un segundo antes de elevar la mirada hacia la lámpara que habían comprado juntos apenas dos años atrás cuando se habían mudado a esa casa ya pensando en tener familia.
- Vale. Como quieras.
- No puedo con esto. Dijo ella. El tono era definitorio.
La bola, robada de toda su energía, libró apenas el borde de la red y comenzó a caer en un arco casi vertical. Pablo inició la carrera para intentar llegar a ella antes de que botara dos veces, pensando en Laura mientras lo hacía y dándose cuenta de que el partido lo había perdido desde antes de comenzarlo. Era punto de partido y no había manera de que llegara a la bola. Se arrojó hacia adelante para alcanzarla, un gesto meramente histriónico ante la imposibilidad de llegar a golpearla. Desde el suelo vio pasar la esfera amarilla, paseándose tranquilamente en dirección a la parte de atrás de la pista.
- Me encanta esto.
- ¿Qué, la cerveza?
No estaba tan fría como le gustaba y muy por debajo de lo que ameritaba el calor del día y el generado por el ejercicio, pero cumplía su papel.
- No, esto….. esto. Estar aquí, tras jugar una partida de tenis y soltar toda la tensión de la semana. Sin nada de qué preocuparte, dentro de la burbuja de seguridad que da una amistad que no requiere más de explicaciones y en la que puedes simplemente ser como eres y relajarte.
- Tío, ¿te pasa algo? Primero te importó una soberana mierda perder el partido y ahora te pones romántico. ¿Estás bien?
Pensó de nuevo en Laura y en qué estaría haciendo en ese momento. Probablemente revisando que no se le hubiera olvidado empacar nada. Volviendo a sacar el neceser que ya estaría en la maleta y abriéndolo para volver a hacer lista de todo lo que tendría que contener, desde su maquillaje hasta medicación para al menos tres cosas.
- No, dijo encontrando la mirara de Héctor. ¿Sabes esa sensación de cuando eras niño y te estás preparando porque, finalmente, tras un año de espera, es navidad? Te pones ropa más elegante, tu madre está en la cocina terminando la cena, o estáis por iros a casa de los abuelos para veros con el resto de los primos y tíos. El árbol de navidad está puesto y parece oler a incienso, aunque no lo haga. Es un momento en el que tu vida parece no solo perfecta sino imperturbable.
- Creo que era la única noche en la que no me peleaba con Martín, mi hermano.
- Podía repetirse la sensación en otros contextos. Un paseo por el bosque, sobre todo con algún adulto cercano, tu padre, un tío. Una noche en el coche dormitando mientras conducía tu padre a casa. Con el tiempo la sensación es cada vez menos frecuente hasta que un día la recuerdas como algo que solía suceder años atrás pero que no volverá a hacerlo.
- Claro, de niño no tenías que preocuparte de nada. Pero ahora ya no podemos darnos ese lujo.
- Ahí lo tienes. No tenías que fingir no preocuparte de cosas que no sabías ni que existieran, ni intentar olvidarte por un momento de las que, como adulto, te preocupan constantemente.
Levantó su caña y le dio un sorbo. Héctor, por imitación, hizo lo mismo, contento de dejar el tema. Miraba en dirección a las pistas de tenis, pero Pablo no había acabado aún.
- Pues esto es lo que más se asemeja a esos momentos. Tengo la impresión de que si tú y yo no fuéramos amigos desde pequeños el efecto no sería el mismo. Tal vez, hablo por mí, estas partidas de tenis y las cañas después sean un puente a la infancia.
- Tal vez. La verdad que no lo he pensado tanto. Yo disfruto de los momentos que tengo sin más. Entiendo lo que dices y, por supuesto, recuerdo momentos en mi niñez en los que viví emociones similares a las que cuentas, pero hasta ahora que lo sacas, no le había dado más vueltas. Pero, en fin, me alegro de poder aportarte eso.
Envidió a Héctor y su capacidad de simplemente disfrutar. Disfrutar como Laura susurrándole palabras en el oído a Carolina mientras la cargaba con dulzura. La pequeña bebé dormía profundamente. Laura alzó la mirada al oírlo entrar al cuarto. Ojos con tal ternura que prometían un estado interior en el que poco más existía. Ese había sido uno de los pocos momentos de paz en meses.
- ¿Qué haces?
- Diciéndole frases positivas.
- ¡Pero si tiene dos meses y, aparte, está dormida!
- Ya. Leí en un artículo que si le dices cosas a alguien mientras duerme el subconsciente las recoge y las interioriza. Así que le digo “Papá y mamá te quieren”, “Importas”, “Se positiva” o “Nada te limita”.
- ¿El artículo recomienda eso para los bebés? No sé, no se pierde nada, pero me parece algo que está más enfocado al efecto que pueda tener en el que lo dice que en el que lo oiga, si es que lo oye.
La cara de Laura había vuelto a la expresión tensa que era habitual desde el segundo mes de embarazo y Pablo entendió que era él, con sus palabras, quien lo había causado. Los cambios hormonales se habían agregado a la incomodidad para dormir y a dolores de cabeza para los que Laura había preferido no tomar nada por temor a que pudieran afectar a la niña. No había tomado siquiera aquellos que el médico le había dicho que no presentaban ningún riesgo. El efecto combinado de todos los factores en su estado de ánimo había sido extremo. Cuando le había llevado, justo nacer Carolina, un bocadillo de jamón ibérico – alimento prohibido durante el periodo de gestación por ser curado – Pablo pensó que, finalmente, y no un minuto demasiado tarde, la pesadilla de discusiones constantes que habían sido los meses previos, había terminado. Ahora podré empezar el día viendo cómo me siento para entender cuál es mi estado de ánimo, pensó, en vez de tener que esperar a ver cuál es el de Laura.
La tregua había durado menos de una semana. Cuatro días después de dejar el hospital y acomodarse en casa, Pablo se despertó al oír el pequeño llanto que Carolina hacía cuando se le salía el chupete. El moisés estaba del lado de la cama de Laura, pero Laura no estaba ahí. Pablo se deslizó hasta el otro lado de la cama y alargó el brazo para coger el chupete e introducirlo suavemente en la boca de Carolina que encontró a tacto con los dedos. Después se levantó y salió de la habitación.
Laura estaba en el salón, sentada a oscuras en el sofá que formaba junto con una mesa de centro el total del mobiliario. Estaba seguro de que lo había oído entrar, pero no se movió. Había sido la primera vez que la encontraba así. Su cabeza colgaba sobre el pecho y, justo cuando iba a decir algo, vio el temblor de sus hombros. Retuvo la palabra que estaba a punto de salir. Ella levantó finalmente la mirada y vio en su dirección. Dudó si lo había visto, la poca luz exterior que se filtraba entre las cortinas no era suficiente para poder ver sus ojos, pero era más la ausencia de cualquier otra señal – un sonido, la inclinación de la cabeza - algo que dijera “te he visto” que lo extrañó.
- ¿Estás bien? Dijo con suavidad casi inaudible.
La pregunta pareció romper finalmente el ambiente de ensueño.
- No sirvo para nada. Soy una inútil. Su voz carecía casi de expresión. Como si se refiriera a un objeto roto que hubiera que tirar.
- No es verdad. Dijo él, sin energía para decir nada más, cansado aún del drama que había sido el embarazo y consciente de que, muy probablemente, era insuficiente.
- ¿Para que tuvimos a Carolina, Pablo? No tenemos ni puta idea de cómo cuidarla. Somos completamente inadecuados. Al menos yo lo soy. No puedo ni cuidarme a mí misma.
La introspección de su primera frase había migrado a un estado de enfado, externo, lleno de desprecio.
- No sigas Laura. No sigas. Nada de eso es verdad. Dijo mientras intentaba acercarse para sentarse junto a ella. Al dar los primeros pasos ella bajó la cara y proyectó sus manos abiertas en dirección a él.
No era una invitación a un abrazo, los dedos crispados indicaban un rechazo a la conexión. Estaba sola y ahí quería seguir.
- Eso es fácil de decir para ti. Tú no has tenido que tenerla en tu vientre por nueve meses.
El odio no era solo hacia sí misma, también estaba dirigido hacia él. Dio un par de pasos hacia atrás hasta encontrar el borde de la mesa sobre la que se apoyó. Con la mirada primero fija en ella y después en el suelo sin luz frente a sus pies buscó que decir. Entonces se reincorporó y salió del salón rumbo a la habitación. Lo que quería decir era mejor no hacerlo.
La cama, destendida y a oscuras se presentaba como inadecuada para acomodar el estado despierto y con enfado reprimido en el que ahora se encontraba. Mejor ir a la cocina y prepararse un café. El pasillo estaba vacío. Laura seguía en el salón que continuaba oscuro. Oiría el ruido en la cocina y sabría que estaba ahí, pensó, sin tener claro que expectativas tenía de ello. Tras encender la luz sacó la leche de la nevera y llenó parcialmente la taza que metió después en el microondas. Con la mano izquierda alcanzó el botón de encendido de la máquina de Nespresso e introdujo la cápsula. Unos segundos después comenzó el ruido de molienda. Raro, pensó, que hiciera ese ruido cuando el café ya estaba molido. La máquina había sido el primer enser doméstico que habían comprado antes de comenzar a vivir juntos. Entonces eran felices. Discutían, pero eso era lo que las parejas hacían: discutir. En una manera un tanto retorcida podía decir que, en ocasión, ansiaba las discusiones por sus secuelas: la reconciliación y el redescubrimiento de la intimidad que revelaba lo mucho que estaban hechos el uno para el otro. Esperanzas perdidas que se volvían a recuperar con mayor fuerza.
Poco a poco las secuelas de reconciliación y redescubrimiento fueron dando lugar a el resentimiento y la distancia. Y un día había aparecido en su consciente la palabra, no como descubrimiento sino como realización de que llevaba tiempo ahí, evidente como un grano en la nariz que evitamos reconocer. Tal vez era la única solución, pensó una vez más: divorcio. Tal vez habían perdido la capacidad de ser felices juntos.
Por arriba del café al generarse oyó a Laura entrar y percibió como se acercaba, pero mantuvo su vista sobre el microondas como si de un televisor se tratara. Las manos de Laura rodearon su cintura y sintió la cabeza recargarse contra su espalda.
- ¿Qué haces? Dijo suavemente
- Preparándome un café mientras decides en qué momento podemos volver a disfrutar de las cosas. Sintió como su estómago se contraía, arrepentido, aún sin terminar de salir las palabras. Ella reacciono soltándose y alejándose.
- Durante casi un año tú sigues tu vida normal. Vas a la oficina, buscas nuevos proyectos que ayuden a que te den una promoción y luego vuelves a tu mujer y tu hija.
¡Qué vida tan perfecta! ¿Te has puesto a pensar cómo ha sido para mí? No solo tengo la responsabilidad de un ser humano inútil incluso para alimentarse o lavarse, sino que he pasado a ser “la madre de”. ¿Tú? Tu sigues siendo el jefe de proyecto, el protegido del gran jefe Álvarez. Yo soy solo la puñetera “madre de”. Así es fácil ser feliz, “jefe de proyecto”.
Se sintió repentinamente cansado, cansado de que todo se convirtiera en discusión. Podía hacer el esfuerzo en responderle. ¿Qué esperaba que hiciera? Los dos habían decidido que fuera ella la que tomara la baja del trabajo en vez de dividirla. No le interesaba oír la respuesta. No le interesaba porque solo alargaría la discusión y porque con toda seguridad acabaría asignándole la culpa.
- Tienes razón. Dijo como punto final. Vamos a la cama.
Ella lo miró pero ya no dijo nada. Tal vez también estaba vacía.
Marcó el número con la pausa del que echa tierra sobre un ataúd.
- Posada del Infante, ¿en qué puedo servirle?
- Buenas tardes. Llamo para cancelar una reserva.
Se reclinó en el sofá, arrojó un cojín sobre la mesilla de centro y subió los pies. Había dejado los zapatos en la alfombra debajo de sus pantorrillas y la botella de vino en la mesilla junto a la foto de su boda. Parecía tan lejana. El tiempo que había pasado podía ser corto, todavía no dos años completos, pero la brecha emocional insalvable. Miró hacia el pasillo, oscuro, sin otra luz que la que recibía intermitentemente de la pantalla de televisión. Laura se habría dormido ya, o se habría acostado con la luz apagada, como menos, porque dormir, en esos momentos, tras la última discusión, parecía difícil.
“Necesito un descanso” había dicho Laura. Cuando él le había preguntado, sin poder ocultar su frustración, de qué, le había respondido con generalidades. Lo único específico era que quería irse unas semanas, con Carolina por supuesto, a casa de su madre. Entendió que habían dejado de ser pareja, al menos en ese momento. El vacío entre los dos lo invadió y no supo hacer otra cosa que girarse y salir de la habitación. Solo el silencio lo siguió.
Puso el telediario, que logró distraerlo de una mente que solo reconocía una mezcla de sensaciones y no era capaz de pensar en nada. Al terminar cambió de una cadena a otra hasta caer en un documental sobre los Beatles. Menos por interés y más por no seguir cambiando dejó el documental. Los Beatles le gustaban, pero no era momento de gustar nada.
Tomo la botella de vino y vertió el resto de su contenido en la copa. Hacía mucho que no terminaba una botella completa y menos solo y sin comida. El alcohol había logrado, al menos, alejar la rabia anterior y una profunda sensación de melancolía ocupaba ese espacio. Los párpados se hacían pesados. John tenía el pelo largo y usaba pequeñas gafas redondas. La barba no lograba quitarle la cara de niño a Paul. Reconoció el techo de Savile Road del famoso rooftop concert. Los primeros acordes de “Don’t let me down” sonaban y sus ojos se cerraron.
Se despertó sin tener idea de cuánto tiempo había dormido. Al despertar el canal mostraba escenas de la segunda guerra mundial. Miró su reloj y eran las 12:34. There are places I remember… all my life, though some have changed. Tenía metida en la mente la canción de In my life de los Beatles. Era la última canción que había oído, ya semidormido, antes de caer finalmente en un profundo sueño. Hay lugares que recuerdo, aunque hayan cambiado, algunos para siempre y no para mejor. Lugares llenos de amigos y amantes que han pasado. A todos los amé. Se que con frecuencia me detendré a pensar en ellos. En mi vida, te quiero más a ti. Repasó la letra, primero por su contenido lírico y luego por sus conceptos. Y luego en función de por qué la recordaba. Mientras la había estado oyendo, ya sin poder mental de controlar sus pensamientos, una cara había surgido de su subconsciente y se había mantenido durante toda la canción: Laura.
Apagó la tele y se encaminó por el pasillo. Entró al baño de la habitación de Carolina a orinar para evitar hacer ruido. Antes de salir se quitó la ropa hasta quedarse en calzones. En la habitación el edredón se movía rítmicamente siguiendo la respiración de Laura, que dormía profundamente. Pablo levantó el edredón con suavidad y se metió bajo él. Conforme sus ojos se acostumbraban a la oscuridad comenzó a percibir las facciones de su mujer. Placidas, sin tristeza ni estrés, como era ya raro verla. Una vez más como aquella con la que había vivido tantas alegrías. Se apoyó en su codo para alzar la cabeza, intentando no molestarla mientras la situaba por encima de la de ella. Acercó la boca a su oído y, cerrando los ojos, inhaló profundamente, captando cada partícula de un olor que incluía los conocidos de tranquilidad, pasión y alegría pero que ahora se mezclaban con otros de dolor y soledad. Mientras su cerebro despertaba al amasijo olfativo se escuchó a si mismo susurrar, apenas audible, más una exhalación de su interior más profundo que una locución consciente:
- Quédate.
Segundo Premio Relato corto en español - Profesores y Empleados
Mar
Autor: Reneé Cortes
Communication Manager IE Law School
Bolivia
A veces decidimos no decir las cosas y al hacerlo asumimos el riesgo de perder grandes historias. Afortunadamente, siempre hay quien las escribe y en ese acto de valentía, las rescata.
En casa, rescatar palabras no dichas nunca fue una buena idea. Por eso siempre me pregunté: ¿Dónde quedan las conversaciones que no tenemos?
Celeste y Jean pasaban el verano en la terraza de la casa de playa con vista al mar en Ville-Franche-Sur-Mer, el pueblo de la Costa Azul donde Jean pasó su infancia construyendo castillos de arena frente al mar.
El sol de mayo olía ya a verano y Jean llevaba leyendo desde muy temprano. Celeste se despertó más tarde, como era habitual. Abrió las ventanas de par en par para dejar entrar la brisa con olor a gaviotas y mar. Se puso el bañador y la camisa de Jean. Le preparó un café—intenso y sin azúcar como le gustaba—y se lo llevó a la terraza. Pasó los dedos por su cabello ondulado y lo miró como si fuera la primera vez.
—Bon jour ma belle— le dijo sonriendo con sus ojos rasgados color miel—. Gracias pequeña. ¿Y el tuyo? Déjame prepararte el desayuno.
—Nada. Quédate quieto. Cuéntame qué lees—le respondió.
Jean comenzó a leerle mientras ella sumergía los dedos en las profundidades de su melena. A Jean le gustaba cómo lo miraba y esa mañana el reflejo del mar descansaba en el fondo de sus ojos.
Mientras él le leía, la mente de Celeste regresó a la conversación que se quedó atrapada en aquella sala aséptica con paredes tan blancas que enmudecían la mirada.
Celeste y Jean se conocieron meses atrás en una tarde soleada de otoño, en la cafetería de un tren antiguo, de aquellos que aún albergan en sus paredes las cicatrices de las despedidas.
Celeste se dedicaba a escribir cuentos infantiles e iba a Paris a presentar su primer cuento, “El Dr. Rococó”, en la librería de una amiga parisina que conoció en la facultad.
—Un petit noir s'il te plaît—pidió Jean.
—Et un café au lait s’il vous plait—pidió Celeste tras él.
Jean se dio la vuelta fascinado por su voz. Descubrió a una mujer delgada con un flequillo mal cortado que enmarcaba perfectamente sus intensos ojos verdes. Sin decir nada, pagó por ambos cafés y buscó una historia interesante para iniciar una conversación.
—La viña que atravesamos pertenece a una familia con una historia que merece ser contada—le dijo Jean, que trabajaba en un banco de inversión de día y por la noche tocaba el saxofón.
Mientras él le contaba sobre los orígenes del vino, Celeste descubrió que tenía los dedos largos y las manos más bonitas. Le aterrorizó la idea de rozarlas, anunciaban una electricidad escalofriante.
Llegaron a Gare du Nord más pronto de lo que querían.
—¿Cómo me dijiste que se llama la librería de tu amiga?—preguntó Jean.
—No te lo dije, pero me alegra que lo hayas olvidado: La Mouette Rieuse—le respondió nerviosa.
Al día siguiente, Jean se escurrió en la acogedora librería situada en Le Maraís para escuchar las aventuras infantiles que Celeste narraba a un grupo de pequeños y ávidos lectores. La observaba desde la distancia con una mirada cautelosa. Le daba la impresión que cuando leía, flotaba.
Esperó pacientemente a que finalice la ceremonia infantil para invitarle a tomar un vino y serpentear por las calles de París. Las conversaciones terminaron enredadas en la buhardilla de Jean en Montmartre donde dormía algunas noches acompañado de su saxofón y un curioso gato negro.
Después de dos o tres botellas de Bordeaux, aprendieron a leerse la piel. Sentían que se conocían y tenían el deseo de contarse cosas, pero las conversaciones, aunque reveladoras, contenían palabras que se negaban a anclarse a la realidad.
“Hay cosas que simplemente no pertenecen a lo real”, pensaba Celeste. Era tal su convicción que desarrolló la manía de arrancar las páginas de los libros para dejar espacios en blanco que le permitieran encontrar el sentido del que la realidad a veces carece. El capricho de no conocerlo todo, tan sagrado para ella, se impuso silenciosamente en su relación permitiéndoles vivir su historia entre la ficción y la realidad.
Meses más tarde, Celeste esperaba la conversación que sabía que tendría y que quedaría atrapada en aquella habitación blanca y aséptica. Mientras esperaba tumbada en una camilla fría, repasaba las páginas de su historia. Regresó a la página 52, la que narraba las noches que compartieron remoloneando en una cama montada sobre libros en el nuevo piso de Celeste en el centro de Madrid.
—Coger ese tren fue lo mejor que me ha pasado—le dijo Jean entre vinos. Y ahí se quedaron esas palabras, escritas en tinta, bullendo con los sueños que deseaban ser liberados.
El móvil de Jean rompió la melodía del mar de la Costa Azul.
—Lo siento cariño, tengo que cogerlo— le dijo.
Mientras él hablaba desplazándose por la terraza, ella lo observada. Gesticulaba, tenía el ceño fruncido, fumaba nervioso, movía sus manos… estaba inquieto.
Celeste aprendió a leerlo situándose al margen de la historia cuando tocaba hacerlo. Sentía que absteniéndose de la realidad, podía apreciar aquellos gestos reveladores que andan de puntillas.
“Lo se Jean, no es necesario escucharlo para entenderlo”, le había dicho muchas veces.
Volvió a mirar el mar, no sabía bien dónde terminaba el cielo y dónde comenzaba el mar. O quizá, era al revés.
Jean seguía al teléfono y al verlo Celeste comprendió qué páginas tendría que arrancar.
Esas páginas arrancadas le permitieron hacer las paces con las historias que quieren pero que a veces no están destinadas a ser. Fueron aquellas páginas desahuciadas las que le regalaron la mágica posibilidad de seguir construyendo castillos de arena junto a Jean en la Costa Azul.
Veinte años más tarde, mi madre me acompañaba a Madrid, donde decidí estudiar literatura, una pasión que descubrí al verla deshojar las páginas de los libros que leía como si fueran margaritas. Su excentricidad me permitió coleccionar páginas sin destino. Al hilarlas descubrí el placer de crear mi propio cuento.
Ni bien entramos al piso que alquiló en el centro de Madrid, abrió las persianas de madera y se sentó sobre el marco de la ventana. Era evidente que mi madre ya había estado ahí.
—Mar, descorcha la botella de Bordeaux que trajimos desde casa. Esta noche beberemos un vino especial.
Mientras descorchaba el vino que mi madre guardaba desde que recuerdo, la observe rescatando una frase que colgaba del marco de la ventana. “Ese tren fue lo mejor que me ha pasado”, dijo entre susurros.
—¿Qué dices mamá?—le pregunté mientras me acercaba para entregarle la copa de vino.
—Rescatando frases Mar. Esta llevaba aquí veinte años, los mismos que tú. Cogió la copa de vino, olió el intenso color violeta que desprendía de ella y miró alrededor, dejándose seducir por el recuerdo. Era evidente que alguien impregnaba el espacio. Quizá siempre lo hizo, como un fantasma obstinado, solo que esta vez mi madre se permitió recordarlo.
—Siéntate conmigo Mar. Quiero contarte una historia, de esas con páginas en blanco que tanto nos gustan y que nos permiten vivir varias vidas a la vez.
Entonces comprendí dónde quedan las conversaciones que no tenemos.
Relato Corto en Inglés
Primer Premio Relato corto en inglés - Profesores y Empleados
My friend Maria
Autor: Stephanie Reina
Profesor de IE University
México
“Tita, who is the boy that will be staying at your house this summer?” asked my 15-yearold niece, Renata.
“Alexander. He is the son of my friend Maria. He’s spending the summer here to learn Spanish. He’s going to use your cousin Pablo’s room, which is free for the summer because Pablo is away taking a course of his own.”
“Who is your friend Maria?”
“You know how I am always talking about character strengths? Maria is the person who taught me, without even trying, a lot about character strengths. She taught me about gratitude, hope, zest, spirituality, love, humor, and perspective. She still does when I read her blog. I met Maria 24 years ago when she first came to Spain.”
It’s the year 1996. Maria comes to Spain on a very prestigious scholarship to spend a year as a language assistant at a school near Madrid. She is from a small town in Pennsylvania. Back home, Maria is getting a master’s degree to become a speechlanguage pathologist. She is a good student. She can roll her “r”s and pronounces “funciona” correctly, which is not always the case for many English speakers. Maria is all smiles. She is also a talker and likes to tell jokes. People are naturally drawn to her and she befriends people quickly.
When her grant ends, she goes back to the United States. She graduates, and life goes on. A few years go by and she marries her high school sweetheart, Tim. Later, they have a baby, Alexander. At the same time, she learns she has cancer. More specifically, she has stage IV colon cancer. Most people with her diagnosis only live for two years. Her world is shattered—she had so many plans. She wanted to watch Alexander grow, take him to Disneyland, Hawaii where Tim has family, and Spain. She wanted to teach him Spanish. She wanted to have more children. She worries about her husband and son. Who’s going to help Tim raise Alexander? Who’s going to take care of Alexander when Tim has to work night shifts or be away for a couple of days because he is a police officer? She has so many questions besides the obvious “Why me?”
So, she starts chemotherapy and a blog. She writes not just because it helps her make sense of the situation, but also because it's a quick way to keep family and friends informed all at once. She asks her loved ones to read her blog so when they see each other, they can talk about pleasant things and about her friends’ lives. She is genuinely interested in listening to her friends. She doesn’t want to make all conversations about her and her sickness.
Naturally, she hates chemotherapy, not just because she has to be hooked to the pump for six hours at the hospital and then 48 more hours at home, but also because it prevents her from breastfeeding her newborn. Oh, and the side effects! There is fever and fatigue, but she can’t rest. Her baby doesn’t sleep through the night and during the day, she has to take care of him. Tim wishes he could just stop working so he can take care of Maria and the baby, but they’re an average middle-class family that have to pay their bills. Maria’s mom and mother-in-law come and help sometimes, but they live in a different town. So, Maria carries on with her life…cancer and all.
Nevertheless, she is happy. She appreciates the little things in life. She enjoys the taste of delicious, branded coffee from the lobby of the hospital where she goes for chemo. She is grateful for family and friends who visit or come help decorate the Christmas tree 2 when she’s exhausted because of treatment. She even finds going to the bathroom a blessing because side effects include constipation sometimes. And she tells you about it, giggling. She celebrates every milestone of her baby’s more than any other mom in the world: his first steps, his first tooth, his first word, his first birthday! The celebration of life continues that summer when Maria, Tim, and Alexander travel to Hawaii to visit Tim’s relatives. It’s another first for Alexander: the beach! Maria enjoys every moment of the trip because she never knows if it will be the last one. During the trip, Maria and Tim also celebrate their wedding anniversary by going on a date night since their relatives offered to babysit. Maria considers herself lucky, after all, because of all the love that surrounds her.
After her first “cancerversary”, as she calls it, she has to go on a more aggressive chemo treatment because there’s something in her lymph nodes. The side effects now include hair loss and a face rash, which hinder her self-esteem; more fatigue, which is intensified by the fact that her one-year-old still doesn’t sleep through the night; and bloody stool, which she tells you about jokingly because “when you have cancer, nobody judges.” Her friends are pregnant with their second babies and she can’t help but feel jealous of them because of it and because they have hair. Nevertheless, she chooses to focus on the things that she does have. She has a beautiful little family. She has loving friends. She has a body that can still move, walk, and do yoga. She has intact cognitive function that allows her to speak Spanish and write a blog. In any case, all she ever wants is to watch Alexander grow. To do that, all she needs is to be alive, which she is. She no longer has the beautiful dark, dense curls that used to adorn her head, but that’s okay because, with or without hair, she is still here for her son. She savors every hug, every kiss Alexander gives her, and every word he says. The few words that he knows are just the words Maria needs to hear. He tells her that he loves her and that she is pretty. In that moment, she understands that she doesn’t need to be beautiful for the world because she is beautiful in the eyes of her son. She smiles, but all of a sudden, her biggest fear takes over: that Alexander won’t remember her. So, she says a prayer right then. Regardless, she prays every day because she is a person of faith. She prays every day for just one more day. If every day she can be granted only one more day, everything will be okay.
The third year with cancer, Maria is very proactive and determined to win this fight. She has made it past the odds, after all. She has always had an analytical mind, so she documents herself, she researches options, and she studies every resource on cancer, colon cancer, and stage IV colon cancer. She puts in action everything she finds that seems credible. She participates in a research study about the effects of physical activity on cancer patients which provides her with an exercise routine and free equipment. She reduces her sugar intake significantly and she learns how to make different vegetable juices to drink every morning. She starts an alternative treatment with mistletoe. She even looks into joining a clinical trial. She also contacts an NGO called First Descents which organizes outdoor adventure trips for young cancer patients. She qualifies to attend one of their retreats, so she travels to Colorado to join fifteen other young people who share a similar experience. They go zip-lining and rock climbing to embrace the motto of the organization: Out Living It. This excursion turns out to be just what the doctor ordered. Maria celebrates being alive and being capable of so much in spite of her sickness. She makes the organization’s slogan her own.
That fall she celebrates Alexander’s first day of preschool, her 35th birthday, and her 3rd “cancerversary”. Life looks good, or at least as good as life with cancer can look. The shadow of her illness is always there in the back of her mind. It’s in the side effects. It’s in the anxiety she feels in the days leading up to her scans. However, these days her cancer markers are stable, so she is able to go on a chemo pill instead of the intravenous chemo. She is living a normal life, so to speak. She is working part-time. Tim and Maria took Alexander to Disneyland. She is still involved with First Descents and is planning a fundraiser so other patients can experience the healing powers of nature and community. In the spring, she finds a new specialist in Florida and travels there thanks to friends who gifted her and Tim their miles. Otherwise, Maria and Tim wouldn’t have been able to 3 afford the trip at that moment. The oncologist in Florida suggests a targeted cancer drug and immunotherapy. This new treatment brings about a new wave of side effects including vomit and fatigue. Nonetheless, Maria accepts them as part of life because, cancer or not, everyone struggles. She understands that suffering is inherent to the human condition and, while she has to deal with cancer, other people have to deal with their own fights. She does her chores and runs her errands with gusto because happiness is found in the moments of everyday life if we stop to appreciate them. Even on days when she has to stay up until one in the morning baking a cake for her son’s 4th birthday.
Soon after, she has to add radiation therapy to her treatment because the doctors found something in her abdomen. The side effects include extreme fatigue, digestive problems and appetite loss. She deals with them by keeping herself occupied, mentally and physically, planning her fundraiser. The event is very successful and she is able to make a very generous donation to First Descents. Because of this, the organization treats her to one of their international adventures in Costa Rica. She goes on the trip, but this time, she is not able to participate in all of the outdoor activities because she doesn’t have the physical strength. When she comes back, she has to go back to chemotherapy because she is not responding to her current treatment. This new treatment causes extreme pain which doesn’t rescind with medication. She is worried. She starts to think fatigue and pain are not side effects, but cancer effects. She cannot sleep well or function properly. Her friends and family help in every way they can: they drive her, they bring groceries and meals, they babysit, and they keep her company. She ends up in the hospital twice. Her liver is full of bile, her bilirubin levels are extremely high, and the tumor has grown. Upon talking to the doctors, she understands there’s not much else they can do besides ramping up the chemo, but this would decrease her quality of life even further. After much thought and knowing she has tried everything, she makes the difficult decision to stop treatment, go home, and hope for a miracle. Those days at home, she is showered with love from people whose lives she has touched, near and far. She, in return, offers people a smile and a joke when they visit, even on days when she is in a lot of pain. She receives more support and admiration messages than she can read and answer.
She says her goodbyes and tells Alexander that she loves him and explains to him that she would be going to a beautiful place where they would reunite one day, but not for many years, because he still had to go on many adventures and take care of dad and grandma. She tells him she would always be with him and that whenever he wanted to tell her something or ask her a question, he could. He would then hear a little voice inside of him, and that would be her, answering. She tells Tim she loves him and says sorry for dragging him down the cancer road. She tells him that he is the best husband and dad and to not be afraid of raising Alexander by himself; he’d be a great dad because he is capable of true love, and love would guide him. Tim tells her he loves her and thanks her for all their adventures, especially, for their biggest one…parenting. He tells her not to be sorry, because through the events they lived, they were able to grow a profound love for each other that many couples don’t even get to experience in a lifetime. He says he will always love her and will never forget her.
“Ding dong!” The doorbell rang.
“Buenas noches,” said the 16-year-old young boy with a heavy American accent.
“Buenas noches, Alexander. Pasa,” I said, in Spanish, because I always like to speak in the language the other person would like to practice.
“Gracias. Well, excuse me because my Spanish is not very good yet, but I am very excited to spend the summer here learning and practicing. Thank you for the opportunity.”
“My pleasure. Alexander. This is Renata, my niece.”
“Nice to meet you,” said Alexander. “What a nice bufanda you’re wearing! My mom taught me that word when I was little. She also taught me nariz, cabeza, mano, pie, ombligo,” -he giggles- “vaso, cuchara, pelota. I remember everything so vividly. I’m so glad mom sent me here. Because, she did! I am here because of her friends back home who chipped in to pay for my flight and also her friends here, like you, who offered to host me.”
He smiled. I smiled too. He had Maria’s same smile, her same positive outlook on life, and her same ability to focus on the positive and see beauty and blessings in everything. I will tell her this next time I see her. She must be so proud.
***
In Memoriam Maria Lazzarevich (née Haverovich)
November 3, 1982 – October 22, 2019
Ensayo corto en español
Primer Premio Ensayo corto en español - Profesores y empleados
El cuidado del lenguaje
Autor: Alejandro Pedroche Sánchez
Marketing Manager IEU
España
Existe algo que poseemos todos los seres humanos, que nos distingue y que nos conforma, y no es otra cosa que el lenguaje. Pero ¿qué esconde realmente esta capacidad inherente a la especie humana? Definir algo es siempre complicado, aunque sea uno de los empeños más antiguos de la filosofía, ya que hay que penetrar en el interior de lo definido, entre otras cosas, para delimitarlo. Conocer algo implica interesarse por ello, esforzarse por comprenderlo, es decir, dedicarle cierto tiempo. Conocer no es otra cosa que cultivar pacientemente para ir desentrañando los términos; conocer, si me lo permite el lector, es una forma de cuidar o de cuidado.
Es razonable esperar que, puesto que todos los seres humanos poseemos una organización biológica fundamentalmente idéntica (o cuasi), todas las lenguas humanas tengan unas características comunes y coincidentes. Estas características serían las integrantes de una definición propia y amplia del lenguaje. Entonces, para definir el lenguaje de esta manera tendríamos que decir o acordar que es un sistema de signos, que se trasmite a través de un canal vocal-auditivo e incluso gestual, que posee una estructura fonológica y otra gramatical… Pero esta definición puede quedar un poco superficial. Para entender y cuidar el lenguaje hay que adentrarse en él y en la multiplicidad de sus formas y, sobre todo, de sus sombras.
Sobre la literatura y sobre el lenguaje
Michel Foucault reflexionó en profundidad sobre el lenguaje y le apasionó sobre todo su relación con la literatura. En una de sus obras, el filósofo se preguntaba acerca de la misma, atraído por su significado, pero no desde el exterior de ella, como algo estático o ya dado, sino en el propio ejercicio, materializado, de hacer literatura. Si algo le fascinaba era el nexo que ésta tiene con el lenguaje y de cómo a través de la escritura queda plasmada en las obras. Él estaba muy interesado en los límites de estos dos conceptos. La correlación que establece el pensador dice lo siguiente: “El lenguaje es a la vez todo el hecho de las hablas acumuladas en la historia y, además, el sistema mismo de la lengua, por otro lado, una obra es un espacio inmóvil que expresa la transparencia de los signos y las palabras y que erige así cierto volumen opaco y, por último, la literatura sería el vértice de un triángulo con las dos anteriores, producto de una relación entre la obra con el lenguaje y del lenguaje con la obra.”
Pero también, aclara lo siguiente; la literatura no es el hecho de que un lenguaje se transforme en obra, ni tampoco para una obra el hecho de ser elaborada con lenguaje. Debe ser entonces un punto diferente que abra un espacio donde cabe preguntarse ¿qué es la literatura? La literatura no está hecha de algo inefable, de algo de lo que no se puede hablar. Al contrario, está hecha de fábulas, de relatos. De algo que está todavía por decir y que además se puede y se debe decir. Pero esta fábula está dicha en un lenguaje que en palabras de Foucault es ausencia, que es asesinato, que llega incluso a decir que es desdoblamiento. Y es gracias a esto mismo por lo cual es posible un discurso sobre la literatura, ya que no se puede olvidar que el ser de la literatura para Foucault es el simulacro, un juego de espejos.
Lo que hay entre la literatura y el lenguaje es una distancia que difícilmente acaba por recorrerse del todo. La literatura sería un cuidado especial del lenguaje. Un lenguaje que se presenta, aunque parezca lo contrario, exento de adornos y licencias, del cual podríamos decir que es la propia desnudez de las palabras; en crudo, en esencia.
Frente a las ideas de este pensador francés, me gustaría incluir algunas pinceladas del pensamiento de Heidegger sobre lo que significa para él el lenguaje y la relación de éste con el tiempo. Según él filósofo alemán, el lenguaje posibilita la historia, es un bien del hombre, pero es a la vez peligro o, mejor dicho, posibilidad de peligro. El lenguaje lo mismo puede revelar que confundir. Por ello el que habla tiene que andarse con cuidado. El lenguaje le permite comunicarse con sus semejantes, comprender la realidad y manifestar sus emociones, pero no se agota solo ahí: el lenguaje es, ante todo, lo que confiere al hombre la posibilidad de mantenerse abierto al resto de los entes.
“Solo donde hay lenguaje, hay mundo”, decía Heidegger, y éste es el bien que aporta el lenguaje en el sentido más originario del término, ya que hace que el hombre pueda ser histórico. De este modo, se puede entender el lenguaje como apertura, como posibilidad. Es la puerta que separa al hombre de la realidad y su posesión es lo que le permite realizarse.
Pero ¿cómo acontece entonces este lenguaje? Lo que llamamos lenguaje en cuanto a conjunto de vocablos y reglas de sintaxis, como comentaba anteriormente, se queda en la capa más externa. El ser del hombre, aunque se funde en el lenguaje, tiene su lugar propiamente en la conversación, en el hablar los unos con los otros sobre algo, sobre cualquier cosa. Y como bien dice Friedrich Hölderlin, poeta consagrado, esta afirmación presupone el que nos oigamos los unos a los otros. Y no oírnos simplemente, sino escucharnos con atención. El poder oírse es lo que permite la posibilidad de la palabra, y el diálogo, lo que nos sitúa en el mundo. Y entonces, para asistir al lenguaje, en este caso, lo que hay que cuidar es la conversación, que es la forma primigenia de comunicación.
En una línea de pensamiento contraria y complementaria se situaría el análisis de Ronald Bague sobre Deleuze y Guattari, en el cual dice que el lenguaje es un medio para la acción, una manera de hacer las cosas. La función del lenguaje no sería primariamente la de comunicar, sino más bien una discusión para impulsar o imponer un orden. O como dice él, de establecer “les mots d´ordre.” Establecería así una relación entre el lenguaje y el poder. En este sentido el lenguaje no abriría un mundo de posibilidades, si no que fijaría unas opciones. El lenguaje ya no permitiría una libre conversación sino más bien sería una imposición, una sugestión y, en el mejor de los casos, incluso una seducción.
Sobre la comunicación
Este tema me lleva a la consideración siguiente; ya que podemos decir que el lenguaje es un rasgo compartido por todos los hombres y mujeres, podríamos asumir que, de esta forma, todos participamos de una especie de comunidad del lenguaje.
La comunicación es el atributo imperante en la sociedad actual en todos sus formatos y canales. Basta con observar a nuestro alrededor y ver que las nuevas tecnologías y los nuevos hábitos nos empujan hacia ella: Internet, la publicidad, las noticias 24 horas, la telefonía móvil, las redes sociales… Todo ello nos conduce a un replanteamiento obligado de las distancias entre los miembros que formamos parte de esta comunidad (del lenguaje) hiperconectada y que, necesariamente, nos dirige hacia una forma de pensar el lenguaje diferente a la de nuestros antepasados y que entre sus consecuencias se encontraría su propio descuido.
El autor italiano Mario Perniola reflexiona sobre esto mismo, orientándose sobre todo hacia la comunicación y su vínculo con los mass media. Esta meditación estaría enfrentada a la idea de una comunicación filosófica, que sería la creación de un espacio para el pensar, que además requiere de tiempo para que acontezca.
Vista de este modo, para el autor existirían numerosos perjuicios para la misma, ya que, según él, hay una mediatización de los valores. Por ejemplo, la comunicación de los medios quiere introducir todo de forma inmediata, es como “la cresta de una ola que pretende arrastrar tras de sí todo el mar y sumergir en la indistinción todo lo que se le pone por delante.”
Cuando existe una equiparación de todo a todo, lo que se genera es una tendencia general y compartida que irremediablemente nos lleva hacia el empobrecimiento cultural y psíquico, característico de la sociedad o sociedades de comunicación.
Se crea así, una cultura del rendimiento, que no se orienta hacia la obtención del placer, a la búsqueda del beneficio, sino al mantenimiento de la excitación casi constante. Lo que conlleva la aparición de la sociedad del entertaining, que sería una variedad de la ya conocida sociedad del espectáculo.
La abolición de toda diferencia es un tipo de violencia ya que se desencadena contra cualquier cosa, porque cualquier cosa puede ser símbolo de cualquier otra. De este modo estaríamos ante una sociedad simbólica y confusa, en medio de un simulacro de comunicación. Y esto es lo que hay que evitar.
Para ello, en mi opinión hay que rescatar y centrarse de nuevo en el lenguaje y en su cuidado. Hay que volver a disfrutar con el lenguaje como un fin en sí mismo y no como un mero medio o plataforma.
Todo esto me evoca a Roland Barthes y su obra acerca de El placer del texto. En ella dice que la escritura no es otra cosa que la ciencia de los goces del lenguaje. Y, de hecho, tiene una teoría sobre cómo debería ser la estructura de un texto. Según él, el lenguaje estaría redistribuido a lo largo del texto, pero que se hace siempre por ruptura. Es decir, “se trazan dos limites, uno prudente, conformista y plagiario (se trata de copiar la lengua en su estado canónico tal y como ha sido fijado por la escuela, el buen uso, la literatura, la cultura…) y otro límite móvil, vacío y apto para tomar cualquier tipo de contornos, y que no es más que el lugar de su efecto.” Y es ahí mismo, donde atendiendo a sus palabras, se entrevé “la muerte del lenguaje”, o lo que es lo mismo, donde el lenguaje deja de significar.
Según Barthes, estos dos límites y el compromiso que ponen en escena son necesarios para que exista un texto. Y yo añadiría un tercer límite imprescindible y es que el texto además tiene que invitarte a otros textos. Debe establecer vínculos y referencias como si de un tejido universal se tratase, que se sucede a lo largo de los tiempos, y que se va ordenado y descifrando a través de éstos. Algo así como un dialogo entre escritores. La lectura de un texto sería de este modo la reactivación de las condiciones y las posibilidades de dicho texto. Hay que dejar que el texto diga, que el texto hable, que el texto comunique.
Sobre la escritura
El placer de un texto no sólo reside en leerlo, sino también en escribirlo. La escritura quizá sea uno de los placeres más interesantes que tiene el lenguaje y no solo por el trazo, la tinta o el run run de las teclas. Es básicamente su representación en el papel o en la pantalla lo que permite establecer distintos tipos de relaciones hacia la misma. De todas las relaciones positivas que se pueden mantener y extraer en la escritura de un texto, volviendo a Foucault, quiero destacar dos; los hypomnémata y la correspondencia. Estos dos tipos de ejercicios textuales son un buen ejemplo de cuidado de lenguaje ya que traen en consecuencia el cuidado de uno y del otro.
Los hypomnémata son recopilatorios de vida a través de citas, pensamientos, acciones, fragmentos de obras o hasta un libro de cuentas. Una especie de memoria material. Es una selección de lo ya dicho por el lenguaje. Ellos favorecen la no disociación entre lectura y escritura, lo que evita caer en la stultitia o confusión. Una práctica que proviene de la Grecia clásica, que busca aclarar los pensamientos y que tiene un impacto directo sobre todas las corrientes actuales acerca de la felicidad y el well being.
Por otro lado, la correspondencia es un entrenamiento de uno mediante el uso de la escritura y que beneficia tanto al emisor como al receptor. Gracias al lenguaje el emisario se manifiesta frente a sí mismo, pero también en los otros hacía los que se envía el mensaje. “La carta hace presente al escritor ante aquel a quien se dirige” decía Foucault. La correspondencia cumpliría en este caso el requisito que pedía Hölderlin sobre el lenguaje y es que éste permita la conversación basada en la escucha atenta. Podríamos decir que la correspondencia es acompañamiento, a veces confrontación y en multitud de ocasiones, abrigo.
Sobre las palabras
Por último, me gustaría dedicar unas líneas a las que serían de las partículas más pequeñas que hay en el lenguaje, y que, indudablemente, son aquellas con las que habría que tener más cuidado, las palabras.
Las personas creamos discursos a través de las palabras y, a la vez, vamos siendo creados por ellos. Como interpreta Gustave Flaubert: “El hombre, el discurso y el mundo son la trinidad básica en la cual, las palabras ocupan el lugar de intercambio. Las palabras acogen las cosas dándoles una vida que no les es propia, sino añadida. Los seres humanos nos movemos entre discursos que instauran las concepciones del mundo, que lo reordenan dándole sentidos diversos y, con frecuencia, contradictorios.” De este modo, a través de las palabras, el hombre se va apropiando del mundo. Al fin y al cabo, nombrar las cosas es hacerlas inteligibles, como el miedo o el amor. Creemos así que la verdad es transmitida por la palabra, y que la palabra es el envoltorio de algo realmente existente: de una idea o de un sentimiento. Y es la composición participativa a través de las palabras lo que nos permite crear estructuras para indagar juntos dentro del propio lenguaje, que entre todos constituimos y compartimos, para hallar así respuestas a nuestras preguntas, ya que como bien dice Jürgen Habermas, “la verdad nunca puede ser en singular.” O lo que viene a ser lo mismo, es cosa de todos.
Emile Durkheim, al comentar las ideas de Michel de Montaigne con respecto a la posición del lenguaje en la educación, señala lo siguiente: “La lengua es el vestido de la idea, pero es un vestido cuyo papel consiste en dejar transparentarse lo que recubre. Su principal cualidad, la única que tiene un verdadero valor, es la transparencia. La palabra sólo es útil, sólo cumple su oficio cuando deja aparecer la idea claramente y va contra su objetivo cuando quiere brillar con un resplandor profuso que atraiga toda la atención sobre ella.”
En más de una ocasión he leído que la crisis del pensamiento que caracteriza a la modernidad occidental es también la crisis de la palabra. El nexo que une a las palabras con el mundo se ha fracturado por diferentes motivos. Y por ello dicen que es necesario que se produzca el silencio de los que habitan el mundo para que volvamos a darnos cuenta de que la palabra nos pertenece y nos acontece. De aquí surge una idea muy interesante y es que, para cuidar el lenguaje, hay que aprender a estar callado. Lo que no tiene nada que ver con aquello que decía Ludwig Wittgenstein, en uno de sus aforismos del Tractatus, acerca que “De lo que no se puede hablar, es mejor callarse”. Esto tiene que ver más con los límites del pensamiento y sería harina de otro costal.
Sobre el cuidado de la palabra
Si algo nos ha enseñado la filosofía y la literatura es la fuerza de la palabra, incluso cuando ésta está silenciada. La palabra es presente, pero esconde en sí misma pasado y proyecta futuro. La palabra nos trasciende, supera nuestra muerte. La palabra permite el recuerdo porque remite a quien la ha escrito. La palabra es la venida del otro y mi acercamiento o llegada hacia el otro. Con la palabra nunca estamos solos, porque la palabra es compartir, es consenso y es intervención. La palabra siempre encierra un pensamiento y alienta otro. La palabra incluso puede ser erótica bajo dos condiciones opuestas, ambas excesivas: si es repetida hasta el cansancio o, por el contrario, si es inesperada y suculenta por su novedad. Las palabras contienen el saber, pero lo que resulta más interesante es que las palabras pueden traer el sabor (y pueden hasta oler) y todo esto lo que debemos tener presente a la hora de cuidar el lenguaje.
Decía Miguel de Unamuno en su credo lingüístico los que cito a continuación: “Creo que el alma de un pueblo vive en su lengua y que, en ella, nuestro tesoro espiritual; creo que se piensa con palabras y que cada idioma lleva implícita su filosofía propia, que se impone a cuantos la hablan; creo que la lengua es la sangre del espíritu y que la hermandad espiritual es lingüística; creo que en el principio fue la palabra y por ella se hizo cuanto es de espíritu y vida y no materia inerte. Tal es mi fe.”
Y también sería la de un servidor. Cuidemos mucho las palabras, prestemos atención a la escritura, seamos generosos y tolerantes con el lenguaje en sus diferentes manifestaciones, conversemos los unos con los otros, y así, casi sin darnos cuenta, nos estaremos cuidando a nosotros mismos y a los demás.
BIBLIOGRAFÍA
-José Hierro Pescador, Principios de filosofía del lenguaje
-Michel Foucault, La escritura de sí y Lenguaje y literatura
-Mario Perniola, Contra la comunicación
-Ronald Bague, Deleuze en literatura
-Roland Barthes, El placer del texto
-Manuel Olasagasti, Introducción a Heidegger (capitulo IV arte y poesía)
-Émile Durkheim, Historia de la educación y de las doctrinas pedagógicas
-Joaquín M.ª Aguirre Romero, Palabras y vacío Lenguaje y tópico en la obra de Gustave Flaubert