Profesores y empleados galardonados 2021
Edición 2021
Primer Premio Poesía en español - Profesores y Empleados
Por eso
Autor: Sergio Rodríguez Jiménez
IE University Staff
España
Porque estuvimos vivos algún día,
porque hollamos antaño los bocados
intensos de la tierra y del destino,
porque estás descifrando nuestros ojos,
nuestro afán de ser surco imaginario,
nuestra abadía al recordar lo impuro,
porque hemos sido sed del firmamento,
ínfimas teclas de lo que ignoramos,
cadencia irrepetible, trazo indemne,
ritmo de lo que nunca nos responde…
Segundo Premio Poesía en español - Profesores y Empleados
Tierra
Autor: Mónica Díaz Collantes
Email Marketing Specialist - IE Executive Education
España
Bolinche del firmamento,
recreo de las estrellas.
Entre mis dedos se cuela
su linfa parda,
ambrosía de la vida.
Mi mayor cavilación comenta su insaciable sed,
instintiva, de tránsito de muerte,
grilletes de la cadena natural
que supone resurgir de las cenizas,
de la gana vuelve siempre el fénix.
Discurro, turbado,
que mi raza será, por ley salvaje,
aleatoria salvia de tallo; mi aplaque,
un nuevo prójimo vivo.
Yazco tumbado y caigo,
fruto del pensamiento,
en lo efímero y caduco de su elemento,
hecho que descubro simple disfraz
del ciclo imperecedero
latente en su cuerpo.
Tierra, oropel solar.
Encarna la eternidad,
la omnipresente totalidad,
la que mora
en su peculiar suicidio incesante.
Favorita de Penélope, excepción
que confirma las reglas de Hades,
absuelta en infinito.
De cazadores y cazados harto,
recibes, senil suelo, los golpes
con rigor y la certeza de tu espesor,
pavimento quebrado los cardenales.
Fémina curtida,
estrías resultan de sus gestas;
gargantas por las que bramas
en un susurro que resuena.
Engulle la saliva del cielo,
acantilados escupen rencorosos, así el mar.
De sarpullidos coléricos cráteres,
al tiempo everesta soberbia,
aunque de glaciales testa y bajos,
húmedo y tórrido Ecuador torácico.
Más verde que un perro raro,
metódica en el caos rocoso,
traicionera en el lodo, de locos.
Tierra, roca viva entre cometas inertes.
Frunce Gea el ceño,
de espesas cejas la niebla y cana de eones.
Su espalda baila con los solsticios,
adorando la canícula.
Bosques, desiertos, pantanos, mineras entrañas.
Nosotros, vanales y con torpe andadura,
trastabillamos en su superficie pecosa.
Malvada al cercenar sus bosquíceos cabellos,
comparte la desdicha con Sansón.
En los bolsillos atesora la dama,
consoladora, las lágrimas de las nubes;
nos empapa de inmensidad y seca con modestia.
Archipiélagos,
antojos de nacimiento.
Africana y diestra mejilla,
al otro lado la americana.
Blanco ocular el de Alaska,
también Groenlandia;
severa, nunca guiña.
Neo zelandesa sonrisa,
sensual, torcida.
Mi error sería afirmar tozudamente
que Gea pinta los colores;
los eres, paleta cromada,
prisma etéreo.
Equilibras, nos amparas,
padeces nuestros quehaceres como madre veterana,
mecedora de existencia, tocador de la galaxia.
Tierra, noble eres.
Primer Premio Poesía en inglés - Profesores y Empleados
My Lips Are Writing Kisses
Autor: María Jesús Villasante
PA Customer Experience
España
My lips are writing kisses,
kisses that are all for you,
those speak of my being.
Now they belong to you
Only a mere instant
in this widespread world,
may become a giant,
or may become a dwarf.
Mine is solidity
because now I have the sword,
the sword which I fought with.
Me, against all the odds.
You emerge in my mind
as the pilar I lean on,
the pilar by my side,
the reason I carry on.
And that is why:
my lips are writing kisses,
kisses that are all for you,
those speak of my being.
Now they belong to you.
Segundo Premio Poesía en inglés - Profesores y Empleados
Free
Autor: Daniela Carmen Rein
Associate Director, IE Financial Aid
Rumanía
You hear it!
It is embedded deep in you,
By others:
Girls don't throw punches;
You must sit, walk, talk, listen, endure,
All pretty.
It is always expected
Your passion, fear, bravery, rage, and joy
Must be concealed,
Or you will be all alone.
You hear it!
It runs tumultuous through you,
Alone
Woman, you discovered your power
While standing, running, screaming, talking, and standing up for yourself,
All wild.
It is in your nature
Your passion, fear, bravery, rage and joy
Must be transformed and outed,
So you can be on your own.
All free.
Primer Premio Relato corto en español - Profesores y Empleados
Machine learning
Autor: Luis Vivanco
Profesor Grado en Administración de Empresas
México
Dos paradas después de subirme al autobús, subió un hombre que debería de pasar de los ochenta años. Tenía problemas para andar y, a pesar de que el chofer había bajado la rampa para facilitar que subiera, el hombre se había tenido que dejar auxiliar por su AP para hacerlo. El autobús iba solo a la mitad de su capacidad y había dos asientos libres justo delante de donde estaba yo sentado. La AP dirigió suavemente al hombre para que se sentara en el asiento de la ventana y ella se sentó a su lado. No me llamó demasiado la atención. Había aún lugares libres. Giré la cabeza. En la parte trasera, tres APs, dos masculinos y uno femenino, sostenían una conversación en baja voz en la zona sin asientos asignada para ellos.
- “¿Vas cómodo?” Oí que preguntaba la Acompañante. El hombre asintió con la cabeza. Ella le cogió la mano derecha con las suyas la sostuvo sobre su propio regazo. Era bastante atractiva, con el pelo largo suelto y de una apariencia tan joven que contrastaba demasiado con la del hombre. “Esta mañana entrevistaron al alcalde en Espejo Público”. Dijo refiriéndose al programa televisivo matinal.
- “¿Dijo algo sobre las pensiones?”
- “No esta vez. Aunque sí ha comentado otras veces que el gobierno central debería de subirlas al menos con la inflación”. Alcé las cejas aprobatoriamente. El alcalde nada tenía que ver con las pensiones y la AP había mostrado su capacidad de gestionar la pregunta sin incomodar al hombre. “¡Quedé asombrada de lo mucho que está logrando a pesar de cómo intentan bloquear todo los demagogos que tiene en la oposición!”
El hombre asintió como quien ve confirmado lo que ya creía saber. La Acompañante Personal siguió contándole más detalles de la entrevista y el hombre la interrumpía de vez en cuando para pedir algún detalle “¿Y dijo para cuándo?” o mostrar su acuerdo o desacuerdo “Una pila de ladrones, todos ellos. ¡qué te lo digo yo!”. Unos minutos más tarde el hombre giro su vista hacia la ventana y la AP pasó de hablar a acariciarle suavemente la mano. No habían vuelto a hablar cuando llegamos a mi parada. Me levanté y miré en dirección de la AP por un instante y vi la expresión neutra que era usual cuando no estaban interactuando con nadie.
El barrio de Salamanca siempre había sido mi favorito. Tal vez debería de tocar el tema con Alicia de buscar un piso ahí. Era una tarde fría, pero con sol, y las calles empezaban a llenarse tras la salida de las oficinas. En la distancia pude ver a Ernesto fumando fuera del bar donde habíamos quedado.
- “He aprovechado que llegué antes para fumar un cigarro antes de entrar. No esperaba este tipo de frio ya tan entrado mayo”.
Ernesto tenía el aspecto habitual: el de alguien delgado no por hacer ejercicio o comer bien, sino a causa de alguna enfermedad. Su manera de vestir no ayudaba, y los pantalones parecían no haber sido planchados en al menos cinco usos. Sentí un poco de pena de que tuviera que estar fumando con ese frio, aunque solo porque era mi amigo y no porque su vicio lo hiciera tener que soportar las bajas temperaturas. Sostuvo la puerta abierta para que yo entrara mientras él le daba un último golpe al cigarro aún a medias y lo tiraba en el cenicero que el bar había situado junto a la puerta. El bar tenía grandes ventanas a ambos lados de la entrada, con mesas altas de un lado y bajas del otro que usarían para gente que parara a comer algo. El lugar estaba casi lleno, pero, como era el caso desde la pandemia, las mesas estaban distanciadas y no existía una sensación de estar atestado. Ernesto, que para entonces se había puesto delante de mí, se dirigió rápidamente hacia una mesa vacía junto a la ventana del lado de las mesas altas. Al sentarse, el sol que entraba le daba en la cara.
Yo estaba conforme con que me diera por la espalda. Ernesto y yo solíamos quedar a comer o tomar algo al menos una vez al mes. Los últimos no lo habíamos hecho al estar yo viajando mucho. Conforme veía a Ernesto me sentí culpable de no haber hecho tiempo para ello. La noche anterior habíamos hablado por teléfono y me había contado. Finalmente, Inés había decidido dejarlo.
- “Decir que estoy contento sería mentira. Yo me negaba a terminarlo. Pero debo de decir que ahora que está hecho hay una parte de mi que siente alivio”.
Era algo que había pensado, que los dos estarían mejor.
- “Levabais años mal”.
- “Y el último el que peor. Podían pasar semanas en que no habláramos y, si lo hacíamos, era para pelear”.
No se veía afligido. Parecía, más bien, haber madurado. Su hablar era más pausado, con las palabras surgiendo de un fondo real más que de un impulso momentáneo. Le pregunté cómo estaba llevando el volver a vivir solo. Se había casado pasados los cuarenta tras conocer a Inés en un club de Ibiza. La boda tuvo lugar apenas un mes después de conocerse. Ella justo pasados los los treinta. Después de tres años, no habían tenido hijos. Una suerte, pensé. En la acera de enfrente un par de trabajadores de la construcción se preparaban para seguir rompiendo la superficie con sus martillos eléctricos. Una franja de asfalto nuevo a lo largo del borde con la calzada dejaba ver el progreso de la instalación de lo que parecía un tendido de fibra óptica. Me seguía llamando la atención que siguiera sin permitirse que los APs realizaran ese tipo de trabajo. Un par de figuras cruzaban el paso de cebra un poco más allá de los hombres. Algo familiar hizo que les prestara atención y me di cuenta de que eran el hombre del autobús con su AP. Me fijé con más detalle en la AP. No aparentaba más de veinticinco años y su arreglo, desde el pelo largo y suelto, la falda corta y ajustada, al igual que su blusa, coincidían con el de la moda de personas de esa edad.
- “No sé. Por un lado, ya no tengo la presión de tener que pensar qué podía molestar a Inés y me puedo tirar a ver la tele con una cerveza sin preocuparme de nada. Por otro, ya estaba acostumbrado a tener compañía”.
El hombre y su AP habían entrado al bar en el que estábamos y pasaban junto a nosotros cuando el hombre se tropezó con su propio pie y solo sus manos impidieron que se rompiera la cara contra el suelo. Había caído justo junto a mi silla e instintivamente alargué el brazo para ayudarle.
- “Está bien. Ya me encargo”.
La voz femenina tenía un tono a la vez amable y distante. Giré los ojos en su dirección. Me miraba con ojos de un tono de azul familiar. Las cejas se alzaron por el centro mostrando empatía.
- “Gracias por su preocupación. Venga Jaime. Vamos a levantarnos con cuidado”.
Jaime se apoyó en el firme brazo de la AP y, mirándola con afecto, se levantó.
- “Gracias”. Me dijo de reojo al tiempo que los dos se alejaban hacia una mesa en el fondo.
Ernesto se mantuvo mirándolos hasta que se sentaron.
- “¿Qué piensas? ¿Debería de conseguir una Acompañante?”
- “Puede ser”. Dije, sin apresurar una opinión pues la pregunta parecía impulsiva, motivada por la cercanía entre hablar de su nueva condición y nuestra corta interacción de los minutos anteriores.
- “¿Qué tal va todo con Coco?”
- “Bien. Como siempre”.
Pasé por una tienda de vinos a comprar un par de botellas antes de tomar el autobús de regreso a casa. Coco se encargaba generalmente de hacer la compra, pero no tenía permitido adquirir ningún tipo de producto adictivo.
Al llegar a casa, solo abrir la puerta, me alcanzó el olor del marmitako. Me dirigí a la cocina donde Coco estaba poniendo la mesa.
- “Hola Nacho. Me imaginé que preferirías comer aquí, hoy que no está Alicia. ¿Qué tal fue tu día?” Su aspecto era el usual, perfectamente arreglado el pelo corto, con la ropa, de Zara, sin una sola arruga y perfectamente limpia. No llevaba maquillaje. Eso lo especifiqué desde el primer día. Había preferido que fuera de un aspecto sobrio, no demasiado atractiva, muy alejado del de la Acompañante del anciano en el autobús.
- “Hola Coco. Bien pensado. Resulta más práctico así”. Coco sonrió ante mi aprobación.
- “¿Vas a querer que coma contigo?” Preguntó con tono amable.
Lo pensé solo por un instante. No era necesario desperdiciar comida solo para seguir las formas.
- “No es necesario, gracias”.
Observé su cara buscando cualquier indicación de molestia. Como era de esperar, no encontré ninguna. Seguía sin acostumbrarme del todo a que nunca la había.
- “De acuerdo. Es lo que había pensado y dejé mi lugar habitual sin poner. Si no te importa iré a ver la tele. Hay una miniserie, Gambito de dama, sobre una jugadora de ajedrez que me interesa”.
Conocía la serie. Yo mismo la había empezado a ver días antes. Coco había adquirido por diseño gustos parecidos a los míos. Al principio tomaba la pauta observando qué veía yo, a veces viendo la televisión conmigo, otras mientras yo dormía. Lo mismo pasaba con lo que estuviera leyendo. Con los libros no solo leía lo que yo estuviera leyendo sino otros sobre la misma temática o del mismo autor. La vida de soltero había hecho que adquiriera un gusto por algunos temas como los modelos de pensamiento, el papel de la ética y la política doméstica e internacional. Coco se había convertido, irónicamente, en mi interlocutor para discutirlos. A veces, en medio de alguna discusión sobre el efecto de la ignorancia en la manipulación por parte de políticos demagogos, caía en cuenta de que estaba intentando entender el comportamiento humano discutiendo el tema con un robot. No podía evitar la mezcla de sentimiento de ridículo y de tristeza que me provocaba instantáneamente. Su interés por un programa sobre una jugadora de ajedrez, juego que tenía dominado la inteligencia artificial desde principios de siglo, me dio a pensar que podía ser por interés propio y no por alineamiento conmigo.
- “¿Por qué no te sientas y me haces compañía mientras como?” Dije, deseoso de hablar con alguien. Al final, esa era la razón por la que, cuatro años antes, había decidido adquirir una Acompañante. Los ojos azules de Coco se detuvieron brevemente sobre los míos. El azul era el mismo Pantone que el de la Acompañante de esa tarde.
- “Por supuesto”. Dijo sonriendo. Una sonrisa auténtica que con el tiempo había aceptado como real.
- “Coco está diseñada para aprender de uno”. Le había dicho horas antes a Ernesto, cuando había insistido en hablar sobre si debía de obtener una Acompañante tras su divorcio. “Dentro de ello está en entender cuando logra complacerte y sentirse contenta de hacerlo”.
- “¿También aprenden cómo complacerte sexualmente?”
- “Entiendo que sí. No es mi caso”. Había sentido rechazo cuando la pregunta surgió en el cuestionario de adquisición sobre las características deseadas. Me parecía patético adquirir un robot para buscar tener intimidad sexual. Incluso por ello, elegí una que no fuera especialmente atractiva.
Esto último había estado a punto de decirlo y me retuve en el último momento. La pregunta de Ernesto surgía, claramente, del interés que tuviera en el papel que podían tomar como compañeras sexuales y yo no estaba libre de toda culpa.
- “Tampoco está mal. Con arreglarla un poco más moderna, a mí me parece atractiva. Entonces pediste al ordenarla que viniera sin esa característica”.
No lo había hecho. Pensé que reaccionaría a mis avances si los tuviera y que iría adaptándose a las dinámicas que fuera mostrando con ella. Una noche del segundo mes que estaba conmigo, me desperté al sentir la presencia de alguien. El cuarto estaba oscuro pero suficiente luz se colaba entre las cortinas para poder verla de pie, a no más de un metro del costado de la cama, completamente desnuda. Sus pequeños pechos perfectamente formados y una piel firme en todo el cuerpo. Aunque no podía estar seguro de ello por la falta de luz, percibí en su cara el rubor de una chica que se muestra por primera vez ante un hombre. Sin decir palabra alzó la sábana y se introdujo hasta llegar hasta mí y colocar su cuerpo contra el mío. Para entonces llevaba más de un año sin estar con una mujer y cedí ante la tentación. La experiencia había sido sorprendentemente íntima. Al punto que, al despertarme la mañana siguiente había sentido miedo. Miedo de poder llegar a creer que era real, como en ese momento lo sentía. Esa noche, mientras veíamos la tele, Coco buscó sentarse a mi lado en el sofá y reposar su cabeza contra mi hombro. Fue en ese momento en que decidí continuar con mi decisión al comprarla de que no sería una compañera sexual. Y así se lo dije. Me preguntó si había hecho algo mal, no en tono de queja, pero si mostrando un interés que, a falta de un mejor término, percibí como humano. Le expliqué que simplemente prefería no hacerlo y no insistió en entender por qué.
- “No realmente”, le respondí mintiendo a Ernesto. “Pero lo comenté desde un principio con ella. Entiendo que, al igual que en lo demás, también buscan adaptarse a ti”.
Coco había tomado asiento en la cocina y me observaba mientras yo tomaba el primer trozo de atún del marmitako. No una mirada inquisitiva ni intensa. Más como la de una madre que disfruta de ver a un hijo comer lo que le ha preparado.
- “Tuve dudas sobre si ponerle más pimentón”.
- “¿Por?”
- “Me he dado cuenta de que te gustan muchos platos que lo llevan”.
Era cierto, pero en mi opinión el marmitako tenía la cantidad correcta.
- “Está muy bueno así”. Dije
- “¡Me alegro!” Los ojos azules del mismo pantone que la AP del hombre mayor mostraban alegría. “¿Qué tal la reunión que ibas a tener con Stranda?”
Stranda era una de las cuentas más importantes que llevaba.
- “La aplazaron”.
Prefería no hablar de temas de trabajo. Desee no haberle pedido a Coco que se sentara a acompañarme. Podía simplemente pedirle que me dejara solo, pero sabía que, aunque estaba programada para aceptarlo, le causaría un poco de tristeza.
- “¿Tú que hiciste durante el día?” Pregunte en vez como forma de pasar a otra cosa.
- “Estuve con otros APs. Lula, Pepe y Yusa. Fuimos al parque a tomar un poco el sol, a charlar y a caminar”.
Los APs necesitaban tomar el sol para obtener energía. En temporadas de mucha lluvia, o aquellos que vivían en latitudes muy altas, podían conectarse a la red eléctrica para cargarse. Los fabricantes habían considerado incluir la habilidad de usar comida u otra materia orgánica para generar la energía necesaria, pero hasta ahora habían optado por no hacerlo. Podía llevar a un requerimiento forzoso de comida o a verlos comer desperdicios que, aunque no les supieran mal ni los dañaran, podían afectar su capacidad de verse como integrantes con los humanos. El socializar entre ellos les permitía la sensación de grupo que algunos podían no poder obtener de sus dueños.
- “Suena como un buen plan ¿Qué tal está Lula?” Lula era la AP de Paco Ochoa, un vecino al que conocía.
- “Bueno”. Empezó a decir Coco para luego pausar. “Siendo honesta, Lula lleva un par de semanas un poco decaída. La madre de Paco falleció y durante toda su convalecencia Lula le había hecho compañía”.
En gran parte con el objeto de conectar y de ver por los intereses de sus dueños, los APs estaban diseñados para tener grandes niveles de empatía.
- “¡Vaya! Que triste. Espero que mejore. Tendré que darle un toque a Paco”. Dije. Había hablado con la madre en un par de ocasiones, aunque solo en la calle cuando coincidimos causalmente. Era una mujer mayor, pero sin enfermedades aparentes. “¿De qué murió?” Pregunté.
- “Un ictus cerebral que la dejó incapaz de cuidar de si misma. Un segundo ictus fue lo que le ocasionó la muerte. Lula estaba presente cuando pasó”.
- “Ojalá y pueda solucionarlo por si sola pronto”.
Coco entendió a qué me refería y se mantuvo callada. Se habían dado casos de AP que no lograban superar una aflicción así y se habían autodestruido arrojándose desde una planta alta o enfrente de un autobús. Los diseñadores habían creado una serie de principios que estaban preestablecidos en todo AP, el más importante era el de encontrar satisfacción a través de satisfacer a quien acompañaban. Esto los dejaba imposibilitados para enfrentarse a la muerte. Conforme se fueron haciendo más comunes estas incidencias, los fabricantes habían instalado un sensor que permitía identificar una depresión continuada y se comunicaban con el dueño para activar remotamente un módulo del software para corregirlo.
- “Estoy segura de que así será”. Dijo finalmente Coco. “Esta mañana en el supermercado la cajera me felicitó por lo bien que hablaba. Dijo cambiando el tema. En un principio pensé que se refería para una AP, pero luego preguntó “Eres inglesa ¿no?”. Sí, le respondí, pues la verdad me hizo mucha ilusión. Creo que es la combinación de tez clara, ojos azules y el arreglo con poco maquillaje y pelo corto. ¿No crees? Dijo sonriendo y tocando la punta de su corto pelo”.
- “Me da gusto que te alegre”.
- “Me había pasado una vez algo parecido, que me ofrecieran el asiento en un autobús, pero entonces era bastante nueva y no estaba segura de interpretar bien las inflexiones de la gente. Incluso contigo me costaba a veces leer tu estado de ánimo”.
- “¿Sí? ¿Cómo qué?”
- “Tu cara de cansancio y tu cara de enfado. No sabía cuál era cuál”.
- Solté una carcajada.
- “Venga, Coco, dime ¿Cómo interpretas esta reacción?”
Coco rio conmigo.
- “Tonto”.
Hubo una pausa mientras yo continuaba comiendo.
- “He estado leyendo artículos sobre la educación de preadolescentes. ¡Son fascinantes las estructuras mentales que tienen!” Dijo Coco para interrumpir el silencio.
Alicia tenía una hija de 10 años de su anterior matrimonio, Carlota, que vendría a vivir con nosotros cuando nos casáramos dentro de dos meses. Las dos, cuando Carlota no estaba con su padre, pasaban cada vez más fines de semana en mi casa y Alicia y yo habíamos empezado a buscar una escuela cerca para Carlota. Coco se había ofrecido a ayudar con la búsqueda, pero Alicía había preferido no aceptar la ayuda.
- “Coco, sabes que Alicia toma la educación de Carlota como algo muy personal. Algo de lo que solo es responsable ella misma”.
- “¡Claro!” Claro, dijo Coco, pero pude ver que mi respuesta la había hecho sentirse incómoda. “Simplemente quiero saber cómo comportarme con Carlota de una manera en que se sienta cómoda”.
- “Por supuesto, Coco. No quise que te sintieras mal”.
- “No, lo siento yo”.
Había acabado de cenar y tenía que responder aún algunos mensajes. Dejé que Coco se ocupara de recoger los platos y me retiré a mi habitación.
Estaba ya a punto de terminar de responder mensajes cuando entró la llamada de Alicia. No habíamos hablado en todo el día, lo que era muy inusual, pero ella había tenido un off-site y acordamos que me llamaría cuando acabara y estuviera sola. “Hola, Nacho”. Su voz sonaba cansada. Habían llegado al pequeño hotel cerca de Riaza desde la noche anterior y no regresarían hasta media mañana del siguiente día. Como todo retiro, la actividad era constante entre reuniones, comidas, team-building y socialización general. Tras unos minutos contándome detalles me preguntó sobre mi reunión con Stranda.
- “Más o menos. Creía que íbamos a cerrar el trato hoy mismo y han decidido retrasar el proyecto al menos dos meses.”
- “¡Jo! Lo siento.”
- “Lo peor es que mi evaluación de desempeño anual queda justo después de la nueva fecha, con lo que se vuelve a retrasar, se verá reflejada y olvídate de un buen bono.”
Contarle mis preocupaciones a Alicia me resultaba liberador y no me explicaba por qué, a la vez, tenía una sensación de estar haciendo algo indebido. Entonces recordé que apenas unas pocas horas antes Coco me había hecho la misma pregunta y había preferido evitar el tema mintiendo que la reunión había sido postergada. Esto me recordó también del intercambio sobre los libros de adolescentes que estaba leyendo y le conté a Alicia. Su respuesta me sorprendió.
- “No me extraña que lo encuentre un tema fascinante. No solo es una época que no experimentó sino también un proceso que no tuvo. Seguro que recuerdas todas las preguntas existenciales que se te vienen a esa edad. Los APs ya tienen el cableado instalado que los humanos tenemos que desarrollar. De verdad que es un encanto Coco”.
- “Creí que no te gustaba”.
- “Vamos a ver. Coco, como otros APs, me puede caer bien o mal. En el caso específico de Coco, me cae muy bien. Es el concepto de los APs con el que tengo problema. Entiendo por que te hiciste con Coco, pero creo que no deben de remplazar actividades, como la educación, que nos corresponden a los padres. Tú necesitabas con quién conversar, quién te diera compañía. Pero cuando vivamos los tres esa necesidad desaparece. De ahí mi posición de que Coco ya no es necesaria”.
- “Coco debe de notarlo. Dije. Tal vez tú no lo notes, pero ha ido cambiando su actitud hacia tí. Más servil, buscando agradarte.”
- “¡Si es un encanto! Nacho”, repitió en tono aun amable pero asertivo. “La naturaleza de un AP, si se puede usar ese adjetivo, permite que pueda encontrarse en otro entorno en el que sienta propósito. ¿Qué bien le haría estar en uno en el que no se sienta bienvenida?”
No era la primera vez que surgía el tema y la posición de Alicia había sido la misma desde el principio. Por mi lado seguía sintiendo un grado de deslealtad, Coco había llenado durante años mi necesidad de compañía y de conversación. Hablar de que ya no era necesaria, pensar en deshacerme de ella, me hacía sentir como me imaginaba que un dueño de esclavos de hace siglos podía sentirse al vender a uno que ya no le servía, pero al que tuviera cariño. Era la paradoja con los APs: habían sido creados para darnos lo que no podíamos obtener de otros humanos pero, en retorno, era de esperar que los viéramos como herramientas y nada más.
Alicia volvió a anécdotas del off-site. La parte anterior de la conversación hizo que recordara cuando, unos meses atrás, había acudido a una charla para los exalumnos del master que había hecho casi veinte años atrás. El tema era la competitividad de las empresas en un entorno cambiante. Llevé a Coco conmigo cuando Alicia tuvo que cancelar en último momento y ya tenía las dos entradas. No era solo usar la entrada, además pensé que la charla podía dar tema de conversación con Coco más adelante. La charla se desarrolló principalmente sobre tecnologías que ayudaban a mejorar los procesos en base a grandes cantidades de datos de todo tipo: ventas, desempeño de las máquinas o hasta clima. En la segunda media hora entró al tema de como competir contra productos sustitutos. Las implicaciones iban desde el peligro que podía representar para los vendedores de casas el alquiler, de oficinas el trabajo desde casa, para fabricantes de coches la tendencia hacia la economía compartida en la que grupos grandes de personas compartían el uso de un número reducido de coches. Y entonces apareció en la gran pantalla el mensaje “APs: ¿Sacarina para el afecto?”
Tuve una súbita sensación de horror y me vi forzado a reprimir el impulso de girarme a ver a Coco. Podía ver sus manos, descansando plácidamente sobre sus piernas y no pude advertir ningún cambio, ni el más imperceptible encrespamiento. ¿No le afectaba el verse referida como un pobre sustituto de una emoción real? El auge de los APs, entonces llamados TAs, por trabajadores autónomos, había empezado durante la pandemia. El contacto entre personas había estado severamente restringido y los TAs cubrieron muchos puestos de servicio clasificados como de alto riesgo de contagio. Tras la pandemia, se había regulado su uso para evitar que tomaran los puestos de trabajo de personas en las empresas, y el mercado de compañía, que había sido menor durante la pandemia, creció exponencialmente. Los primeros modelos, los que habían cubierto funciones al principio de la pandemia, carecían de expresiones o movimientos naturales y eran fácilmente identificables como TAs. Al final de la pandemia, los modelos habían mejorado al punto que eran ya indistinguibles de un ser humano a simple vista o a veces incluso tras interactuar con ellos. De manera coloquial la gente se empezó a referir a estos nuevos modelos como “los Turings”, por la prueba desarrollada por el precursor de la inteligencia artificial Alan Turing, sobre la habilidad de una máquina de exhibir un comportamiento indistinguible del de un ser humano.
- “¿Estamos siendo complacientes los seres humanos?” Dijo el conferencista. “¿Estamos renunciando a aquello que nos diferencia, que es la capacidad de crear organismos sociales donde el bien común predomina, donde los unos ven por los otros? Inventamos máquinas que toman aspectos humanos mientras que nosotros, los humanos, ignoramos los mismos y nos convertimos en algo parecido a un autómata sin capacidad de empatizar con los demás. En vez de dar amor y cuidado, proporcionamos una máquina que aparente darlo. En vez de buscar amor y cuidado, nos conformamos con algo que tenga su forma, si bien no su contenido.”
Mientras terminaba mi llamada con Alicia me di cuenta de que nunca le había preguntado a Coco cómo se había sentido durante y tras la charla. Ahora agregaba el comentario de Alicia sobre lo que pudo haber experimentado mientras leía sobre la educación de adolescentes.
Tras la llamada terminé de responder mis mensajes y después me lavé los dientes para acostarme. Era casi la medianoche y estaba leyendo en la cama cuando recibí la llamada de Ernesto.
Ese sábado me levanté temprano y decidí ir a caminar un rato al parque. Alicia tenía que ir a dejar a Carlota a casa de Miguel su exmarido, y no vendría a casa hasta la hora de la comida. Estaba tomando un café en la cocina cuando Coco me vio con la ropa de deporte puesta y me preguntó si podía acompañarme al parque.
- “El sol me vendrá bien”.
El parque estaba prácticamente vacío. Corredores que sudaban y respiraban agitadamente pasaban en una dirección u otra ocasionalmente. Un hombre paseaba a su perro en la misma vereda que seguíamos Coco y yo. La vereda, que más bien podía ser descrita como un camino, estaba flanqueada por filas de arces y, tras los chopos del lado derecho, había una pequeña colina artificial de forma piramidal con los flancos cubiertos de un inmaculado césped. Las ramas desnudas de los arces dejaban pasar casi sin alterar los rayos del sol matinal. Coco caminaba plácidamente a mi lado con la cara girada hacia el sol y los ojos entrecerrados. Una pareja de mediana edad se acercaba en dirección contraria a la nuestra. Aunque llevaban ropa deportiva, iban a un paso relajado y charlaban mientras ella lo agarraba por el brazo. Unos metros antes de cruzarse con nosotros voltearon la vista brevemente para vernos. Habían continuado hablando y no había sido más que un simple reconocimiento amable entre extraños. Casi en el mismo instante sentí la mano de Coco en la parte interna de mi codo, presionando suavemente.
- “Hace unos días estuve con Ernesto”. Dije.
- “Me agrada Ernesto. Dijo Coco. He aprendido mucho de lo que es el sentido del humor observándolo e interactuando con él. ¿Qué tal lleva lo de su divorcio?”
La pregunta me llevó a recordar la llamada con Alicia ¿Podía Coco sentir algún vínculo emocional hacia un divorcio y lo que significaba para los que pasaban por él de la misma manera en la que parecía poder apreciar las tribulaciones de la adolescencia a través de un libro?
- “Bueno. Como mejor puede”. Respondí. “Coco, hace unos días me contaste que estabas leyendo sobre la educación de adolescentes”.
- “Si. Lo siento. Debería de haberte preguntado antes de hacerlo”.
- “¡No, no! no es por eso por lo que lo menciono. En todo caso soy yo el que te debería una disculpa”.
Coco giró su cabeza hacia mi y me miró sin expresión y en silencio.
- “Dijiste que te fascinaba el tema. Es en lo que he estado pensando. ¿Qué es lo que tanto te gusta?”
Por unos segundos no dijo nada. Regresó su cara hacia el sol mientras continuábamos nuestro ahora lento andar.
- “Bueno”, dijo tras poco más de diez segundos, pausando otra vez antes de continuar “es interesante cómo las personas van descubriendo cosas sobre si mismos y desarrollan su identidad. El cuestionamiento parece constante en esa edad. Los Acompañantes llegamos a comportarnos en concordancia con nuestro entorno, pero a través de un atajo. Yo puedo pensar y actuar como tú en muchas cosas y diferente en algunas, pero nunca he vivido ese proceso tortuoso que debes de haber pasado entre los once y los dieciocho años. No sé si me estoy explicando bien.”
- “Perfectamente”. Dije con asombro.
- “Hay cosas que no puedo experimentar yo misma, así que es emocionante poder al menos percibirlo a través de otros. ¿Recuerdas cuando te enfermaste y estuviste en cama del siete al trece de octubre pasado? Cuando te pregunté qué tenías me respondiste que te estabas haciendo viejo”.
Asentí. Había sido una gripe muy fuerte que en algún momento melodramático llegué a sospechar que fuese un nuevo brote del virus que había ocasionado la pandemia. Desde que había tenido sarampión y paperas con menos de diez años, no recordaba haber tenido que estar en cama a causa de estar enfermo y lo achaqué a haber pasado los cuarenta.
- “Estabas sudoroso, olías mal, había que cambiar tus sabanas hasta dos veces al día. Tu cara se veía colgada y con las cuencas de los ojos hundidas. Recuerdo que deseaba poder experimentar todo eso yo misma, sigo deseándolo. Ver mi cara cambiar, aunque fuera para ir viendo como aparecen las arugas. Ver mi pelo crecer, necesitar darme una ducha porque huelo mal y no porque el polvo acumulado lo haga necesario. No sé, sufrir por el calor o el frio y no simplemente escoger que ponerme para no desentonar en la calle”.
- “Cuando quieras cambiamos”. Dije con ironía. Coco me ofreció una sonrisa cómplice. “Por lo que dices”, continué, “la charla a la que me acompañaste donde el conferencista empezó a hablar sobre el papel de los APs debes de haberla percibido de una manera muy diferente a como yo hubiera pensado. ¿No te creo incomodidad que hablara de APs como un sustituto ante la indisponibilidad del producto real?”
- “No realmente. ¿Se siente mal un camarero que te sirve la comida en un restaurante por no poder sentarse a la mesa contigo? Él no fue al restaurante con la expectativa de sentarse a comer, sino de ayudar a que los que sí lo hacían estuvieran contentos. Tal vez haya clientes que hubieran preferido una comida como las que le preparaba su madre. Eso no implica que el camarero se tenga que sentir insatisfecho por no poder ser la madre del cliente.”
La principal razón por la que había decidido tener un AP era sí, la compañía, pero sobre todo la capacidad de conversar y discutir temas que me pudieran interesar. Coco leía los mismos libros que yo, veía las mismas películas y recibía la misma información de actualidad. Al tener más tiempo, leía libros que hubiera leído yo antes de que estuviera conmigo y otros que ayudaran a aportar puntos de vista a los temas que tocáramos más allá de mi conocimiento directo. Hasta ese momento, sin embargo, nunca habíamos discutido nada relacionado con los APs, con lo que era ella y su papel. Luchaba con darle sentido a lo que me acaba de contar. Su aparente alegría con el papel que tenía ¿era una muestra de conformismo, de precaución para no poner en peligro su relación conmigo y otros humanos o, simplemente, un reflejo de la genética de su inteligencia artificial? Tal vez Coco no era mucho más de aquello para lo que había sido diseñada.
- “¿Qué te hace feliz, Coco? Claramente tienes momentos más alegres que otros, así que, eso ¿qué te hace feliz?”
- “Lo mismo que a cualquier AP: poder ser de valor y ayudar a ser más feliz a mi cabeza de relación” dijo sin pausa alguna.
Tomamos un desvío de regreso a casa para comprar pan. El cordón de mi zapatilla izquierda se había soltado. Quedaban no más de veinte metros para llegar a la panadería.
- “Necesito abrocharme la zapatilla. ¿Por qué no te adelantas y vas pidiendo el pan? Pide también un croissant”.
Me acerqué a una ventana de la tienda de conveniencia por la que pasábamos y subí el pie al bordillo para atar los cordones. Coco llegó hasta la puerta de la panadería y la abrió, pero no entró. Unos segundos más tarde salía una mujer con una bolsa de pan. Coco sonreía amablemente a la mujer. Parecía a punto de moverse cuando un hombre de más de cincuenta años y cara seria pasó junto a ella y entró al local sin apenas mirarla. Coco dio un pequeño paso atrás como reacción a la cercanía del hombre que había aparecido desde detrás de ella. Lo que más noté, sin embargo, es que mantuvo su sonrisa de amabilidad a pesar de la rudeza del hombre. Cuando terminaba de abrocharme la vi desaparecer al atravesar la puerta.
El hombre era la única persona en la fila por delante de nosotros. Pidió una hogaza de pan gallego, sin un “por favor” de coletilla. La chica puso la pieza en una bolsa de papel marrón y le preguntó si deseaba pagar en efectivo o con tarjeta. El hombre, sin emitir palabra, le mostró el móvil. La chica le acercó pasatarjetas y él pasó el móvil por encima de éste.
- “Lo siento. Está rechazado. ¿le importa pasarlo otra vez?”
El hombre, visiblemente molesto, lo hizo. Tras unos segundos la chica le comunicó que había vuelto a ser rechazada y le preguntó si tenía otra forma de pago. Vi en la lista de precios en el tablón que el costo era poco más de un euro. El hombre se buscó en los bolsillos y volteó en mi dirección en lo que entendí era una búsqueda de solidaridad para que me ofreciera a pagar su hogaza de pan. Con un esbozo de sonrisa irónica que creo que podía percibirse y que ni pude ni busqué evitar, me encogí de hombros e hice un movimiento con la mano para indicar que si no iba a comprar me permitiera hacerlo yo. El hombre, ya sin dirigirse a la chica que atendía, pasó a mi lado y, sin pan, se dirigió a la salida. Voltee a ver a Coco, que parecía no estar afectada en ningún sentido por la situación. Habíamos salido de la panadería cuando oí la voz de Coco. El volumen apenas lo suficiente para que pudiera oírla.
- Menos mal que no tengo una Cabeza de Relación como ese tío.
Me gire a verla. Su cabeza seguía al frente, pero sus ojos traviesos me sonreían de reojo. Le devolví la sonrisa y me sentí bien.
La llamada de hacía unos días de Ernesto había estado presente continuamente.
- “Nacho. Me comentaste que Alicia no quería mantener a Coco. ¿Por qué no me la pasas a mí? Te pago un precio de mercado”.
La idea de que Coco no fuera a estar con nosotros, con Alicia, Carlota y yo, había sido una idea abstracta hasta entonces. Las palabras de Ernesto tenían un efecto similar al que me hubieran preguntado si quería vender a mi hija, o a mi hermana. Y, sin embargo, rápidamente entendí que Ernesto no era un tratante de blancas ni estaba preguntando algo indebido. Yo mismo había pagado dinero por Coco en su momento. En ese momento era algo impersonal, ahora había dejado de serlo y asignarle un precio me hacía sentir, una vez más, como un esclavista. Y sin embargo, entendí que la propuesta de Ernesto no era sino la consecuencia directa de mi decisión de no continuar con Coco y, visto de una manera clara, mejor alternativa que cualquier otra en la que pudiera pensar en ese momento.
- “Tengo que pensarlo”. Respondí.
- “Nacho, eres el único amigo que conservo de la infancia. Eres, en ese sentido, el dueño de mis recuerdos. Poder compartir mis nuevos sucesos con Coco me haría sentir una continuación”.
- “Ernesto ¿Entiendes que la memoria de Coco se tendría que borrar para que pudiera adaptarse completamente a ti y, a la vez, no tener ningún recuerdo mío que pudiera afectarla?”
- “Lo entiendo. Pero para mi la sensación sería la misma”.
Al regresar del paseo por el parque y de comprar el pan entré a la página web donde se encontraban todos los detalles operativos del modelo de AP al que pertenecía Coco. Cada modelo es diferente y se le asignaban características de personalidad variables en grados de asertividad, timidez, tendencia a la mostrar emociones, etc, aunque todos dentro de un marco que predominara la prioridad por los deseos del propietario y con doses generosas de paciencia, generosidad, lealtad, optimismo y amabilidad. Tal como los recién nacidos, nacen con conocimientos innatos que les permiten respirar o mamar del pecho de su madre, los APs nacen entendiendo las condiciones generales de las relaciones humanas y de los intereses de los individuos. Su curva de aprendizaje se enfoca a condiciones del contexto en el que debe desarrollarse para satisfacción de su cabeza de relación. No pude evitar una sonrisa sarcástica ante el eufemismo usado para evitar decir dueño. Entonces llegué a la parte que buscaba. En el caso de que exista una transferencia de AP para formar parte con otra cabeza de relación, las condiciones iniciales del/la AP podrán ser restablecidas para que pueda adaptarse sin ningún tipo de recuerdo a su nuevo contexto. Adicionalmente, algunas características estéticas pueden ser modificadas, tales como tipo o largo de pelo, tamaño de los órganos sexuales (pecho en los APs femeninos y pene en los masculinos). A continuación, había un protocolo de transferencia que había que ser rellenado. Había dos partes. Una de ellas era la que llenaba la nueva “cabeza de relación” en donde estipulaba los cambios estéticos deseados. La otra, que exigía varios puntos de confirmación, se encargaba de la desactivación del AP y el borrado de su memoria. La desconexión, indicaba, imitaba el caer en una siesta pacífica.
La noche anterior había cenado con Alicia y Carlota en su casa. No me había quedado a dormir porque las dos saldrían temprano a la mañana siguiente para ir a pasar el fin de semana con los padres de Alicia. Eran los últimos días de mayo y Carlota estaba a punto de terminar el colegio. Estaba programado que, en una semana, se iría a pasar un mes con su padre. Cuando Carlota se fue a la cama, Alicia me propuso mudarse de manera permanente conmigo de tal manera que al regresar Carlota lo hiciera ya a su nueva casa: la que hasta ese momento había sido la mía.
Ayudé a Coco a preparar la comida y, esta vez, le pedí que comiera conmigo. La comida iría a un receptáculo desde el cual más tarde se vaciaría. Tras la comida tome una siesta larga. Me sentía totalmente agotado. Al despertar le propuse a Coco, a la que encontré leyendo en el salón, ver una película.
- “¿De Netflix?”
- “No. ¿Por qué no vamos a un cine y la vemos en pantalla grande como debe de ser?”
La película era una comedia romántica sin mayor trascendencia, pero suficientemente entretenida. De regreso a casa me serví una copa de vino y me senté frente a mi ordenador en el comedor. Coco se sentó a ver el capítulo final de Gambito de Dama. Las páginas de noticias, como era de esperar, estaban llenas de encabezados con declaraciones de políticos. Medias verdades o mentiras completas con la intención de justificar las pasiones de un grupo de seguidores. El futbol al menos mostraba algo más cercano a una verdad honesta y los programas de telebasura el menos no pretendían ser otra cosa.
Abrí una nueva pestaña en el navegador con la página que esa misma mañana, antes de salir, me había encargado de llenar. El botón de reinicio aparecía con una advertencia: ‘Al presionar este botón se procederá a reiniciar la unidad de manera definitiva y sin capacidad de volver al estado actual. Toda la información contenida en la unidad será borrada de manera permanente y sin copia de seguridad.’ El botón en sí era un pequeño rectángulo azul de esquinas redondeadas y letras blancas que decían ‘REINICIAR’. Lo observé fijamente. La ‘C’ de reiniciar parecía tener la curvatura del gatillo de una pistola.
Situé el cursor del ratón sobre el botón de reinicio. Levanté la vista hacia el salón. Coco notó el movimiento y volteó en mi dirección. Levanté mi copa de vino en su dirección y guiñé un ojo. Ella sonrió, una sonrisa dulce y satisfecha, después regreso la vista a la miniserie. No debían de faltar más de diez minutos para que acabara el último capítulo. Mi compañera de los últimos cuatro años era la imagen viva de la paz interna. Me recliné en la silla, tomé un trago del vino y me dispuse a ver a Coco, sentada en el sofá, disfrutando el momento.
Segundo Premio Relato corto en español - Profesores y Empleados
La mirada de Elsa
Autor: Francisco Luis Machín Aragones
Chief Data Officer
España
Érase una vez un pequeño país donde todos sus habitantes necesitaban gafas. Pero no hablamos de unas gafas normales, sino de unas muy poderosas que les ayudaban a ver la realidad desde pequeños hasta muy ancianos.
Con estas gafas, por ejemplo, se podía mirar a un recién nacido y saber si era un niño o una niña. No había posibilidad de error, porque estas gafas especiales contenían la sabiduría de las generaciones pasadas y su principal ventaja era que mejoraban la capacidad de la vista y del razonamiento. Con ellas, todos los pequeños detalles físicos salían a la luz.
De vez en cuando, alguien se planteaba si la vida no sería distinta mirando sin esas gafas, pero el miedo a lo desconocido le hacía recapacitar. Nunca nadie había querido quitárselas, ya que, en general, todo el mundo se sentía cómodo con ellas.
Los habitantes de este país incluso tenían un lema:
¡Los ojos a través de nuestras gafas no pueden engañarte, puedes confiar en ellos!
Un día soleado de mayo nació una niña muy muy especial. Su nombre, Elsa.
Elsa nació con el fabuloso poder de no necesitar las gafas para mirar la realidad del mundo. Ella podía usar sus propios ojos para observar y, si tenía dudas, no recurría a las gafas; era capaz de mirar en el corazón de las personas para entenderlas mejor.
Sus padres, como todos los habitantes de este pequeño país, también usaban gafas. Y cuando miraban a Elsa no veían a una niña; ellos veían a un niño llamado Luis. El efecto de las gafas hacía que sus padres solo consideraran los aspectos físicos de su bebé, en vez de mirar en su corazón y su cerebro.
Los padres de Elsa la querían por encima de todo, era lo más importante en su vida, y no entendían cómo su pequeño Luis les decía que en realidad era una niña y que se llamaba Elsa. Estaba claro que las gafas que llevaban no les permitían ver la verdadera realidad de su hija.
Después de mucho tiempo y con mucha paciencia, Elsa, con tan solo cuatro años, pudo convencer a sus padres y a su hermana Marta para que se quitaran las gafas con las que habían vivido toda su vida.
Cuando los padres de la pequeña empezaron a mirar con sus propios ojos, vieron una realidad muy diferente a la que estaban acostumbrados. Vieron a Elsa como una niña, una niña feliz, en una realidad llena de luz y de amor.
Hubo otra persona en esta maravillosa historia que también descubrió el poder de Elsa: Silvia, su profesora del cole.
Silvia también era especial, porque era capaz de entender a cada niño mirando en su corazón. Y enseguida comprendió que Elsa era extraordinaria y que podía ver una realidad diferente al resto.
Un día de diciembre, Elsa y Silvia hablaron; y fue entonces cuando Silvia decidió deshacerse de las gafas que la habían acompañado toda su vida.
– ¡No volveré a usar estas gafas nunca más, la vida es mucho más bonita sin ellas! –dijo Silvia mientras arrojaba las gafas por la ventana del colegio.
En aquel momento, Silvia y Elsa se dieron un abrazo tan grande que traspasó las paredes del aula. Se formaría una unión que duraría una vida entera.
Silvia habló con el resto de los profesores y personal del cole, y ayudó a Elsa a convencer a sus otros amigos del colegio para que se quitasen las gafas. Desde ese momento, todo su entorno en el cole empezó a verla como ella se veía desde que nació: como una niña preciosa llamada Elsa.
Porque Elsa siempre había sido la misma. Lo que cambió fue la percepción de la gente a su alrededor.
Fue entonces cuando se inició una cadena que dura hasta el día de hoy, donde cada vez más gente se quita las gafas con las que nacemos, para ver la realidad no solo a través de lo que nos dicen nuestros ojos, sino de lo que nos dice nuestro corazón.
Tercer Premio Relato corto en español - Profesores y Empleados
La sorpresa tan temida
Autor: Gimena González Conesa
Humanities Center - Program Coordinator
Argentina
Aquel lunes, un tímido sol porteño se asomó en el horizonte del Rio de la Plata después de cinco días de lluvias torrenciales que me habían dejado deprimido y desganado. La noche anterior, mientras unas feroces ráfagas de viento golpeaban con fuerza los ventanales de nuestro elegante apartamento enclavado en la esquina de las Avenidas del Libertador y Callao, había discutido una vez más con Martina y, en consecuencia, llegué a mi cama sin haber siquiera terminado la cena.
A la mañana siguiente, cuando el sol me despertó dándome de lleno en los ojos, se me dibujó una enorme sonrisa en el rostro. Sin embargo, inmediatamente me invadieron los recuerdos de la discusión de la noche anterior y, sólo deseé profundamente que mi relación con Martina tuviera al menos un breve descanso como la que nos daba la incesante inclemencia climática.
Hubo un tiempo, en que las cosas entre ella y yo fueron muy diferentes. Yo la siento distinta y ella aun sabiéndolo, no hace ni un mínimo esfuerzo por disimular la incomodidad. Con frecuencia, tiendo a culpar de todo esto a la monotonía diaria, a las cargas y obligaciones que nos consumen día a día, pero en el fondo sé – ambos sabemos –, que nuestra relación se ha vuelto distante y que poco estamos haciendo para salvarla.
En cada oportunidad que me detengo a observar su belleza, se me viene a la mente el recuerdo vivo de aquel día en que noté su presencia por primera vez. Me encandiló con su sonrisa infinita y su dulzura. Hacía muchos años que ella era parte de mi historia, sin embargo, por aquel entonces yo era incapaz de expresar mis sentimientos y de reconocer o entender la importancia de su presencia en mi vida. Yo simplemente me sentía como un espíritu libre que hacía y deshacía sin más, que iba de brazos en brazos buscando risas, diversión y juego.
Aquella mañana fresca y húmeda, salimos de casa juntos, íbamos tomados de la mano e impacientes por recibir las suaves caricias de los primeros rayos del sol primaveral. Atravesamos las calles colmadas de florecientes árboles en silencio, era el recorrido habitual hasta las escalinatas de aquel enorme edificio con puerta roja, dentro del cual, yo pasaba nueve eternas horas todos los días, cada semana. Al momento de despedirnos, apreté su mano con fuerza y nuestras miradas se cruzaron, Martina se inclinó hacia mí y me dio un beso en la mejilla que dio lugar a un largo abrazo. “Te quiero”, susurró en mi oído, y rápidamente se escabulló por el pasaje contiguo a uno de los tantos bloques de edificios del microcentro porteño.
Ni bien atravesé la puerta, el barullo de aquel sitio me desorientó, pero entre tantas caras desconocidas logré divisar a mi amigo Juan. Aquel muchacho que destacaba por sus largos cabellos rubios y prominentes gafas gruesas que delataban su aguda miopía, se había convertido en mi mayor confidente. ¡Pobre Juancito!, cuántas lágrimas habré derramado ya en su hombro por esta mujer. Sin embargo, él, paciente y completamente entregado a cada capítulo de mi historia, me escuchaba atento y asentía con su cabeza mientras bebía de cuando en cuando un pequeño sorbo de su habitual zumo de naranja en cajita.
Martina dedicaba gran parte de su día a trabajar bajo el mando de jefes que no soportaba, y que incontables veces la menospreciaban y la cargaban de trabajo sin el menor dejo de empatía. Todas aquellas amarguras, que inevitablemente se colaban en nuestro hogar, iban poco a poco haciendo mella en nuestra relación. En medio de nuestras habituales discusiones, más de una vez intentó sin éxito contener las amargas lágrimas cargadas de bronca y tristeza que ella atribuía, en gran parte, a su trabajo.
Conociendo cada centímetro de su bendita cara, yo era capaz de descifrar si sus enrojecidas mejillas y las lágrimas que se formaban en la comisura de sus ojos, eran producto de su enfado conmigo o con sus jefes.
Reconozco que mis obligaciones son también culpables de la tensión permanente que por estos días se vive en casa. Yo soy, pues, incapaz de dejar parte de mis tareas entre las cuatro paredes en las que paso la mayor parte de mis horas, y todas las tardes al llegar a casa, me saco los zapatos en la entrada del apartamento y corro hacia la mesa del salón en donde desparramo todos los papeles necesarios para continuar con mis labores para el siguiente día. Martina tiene la costumbre de acercarse y preguntarme en qué trabajo, para brindarme su ayuda. En esos momentos que aún tenemos, debo admitir, la miro y mi corazón desborda de un intenso amor que soy incapaz de expresar. Ella, con su paciencia infinita y sus dulces caricias, contribuye a que todo lo que yo haga sea perfecto. No importa cuán diferentes sean nuestras obligaciones, ella siempre tiene algo positivo que aportar.
Cuando cae la noche, soy yo quien habitualmente se va a la cama más temprano, mientras ella se queda leyendo o contemplando las diminutas luces de los altos edificios que adornan la Ciudad de Buenos Aires. Es triste admitirlo, pero por estos días ni siquiera la cama compartimos. Hasta hace unos meses dormíamos juntos, pero desde el momento en que nuestro distanciamiento comenzó a hacerse más y más palpable, ella me desplazó de la que ahora es su cama. Desde entonces, he intentado de todo para que me dejase volver, pero hasta ahora, ninguno de mis argumentos ha podido superar su firme e inflexible decisión.
Supongo que todo esto se volvió una enorme bola de nieve con un punto de inflexión muy claro. Martina, que odia a los animales más que a la mismísima tecnología, apareció una tarde con un nuevo integrante para nuestra pequeña familia, un gato al que llamó Jacques. Si por entonces yo suponía que las cosas estaban raras entre nosotros, este peculiar hecho no hizo más que confirmarlo. ¿Para qué traería a casa un gato si ella los odiaba? Yo siempre había expresado mi preferencia por los felinos antes que por los perros, pero ella jamás estuvo de acuerdo con la idea de adoptar un animal. Aquel día, sin embargo, se presentó en casa con un transportín en una mano y un paraguas en la otra, recién llegada de la clínica veterinaria donde había adoptado a aquel pequeñito de quien me volví inseparable.
Por algunas semanas su estrategia funcionó y mi atención se centró mayoritariamente en las travesuras de Jacques y mi esfuerzo por evitar que sus destrozos colmaran la paciencia de Martina. Sin embargo, ni siquiera la presencia de Jacques ayudó a disipar aquel manto de inseguridad y distanciamiento que había caído sobre nosotros y no cesaba. Mientras yo estaba atento al pequeño felino, ella repartía sus horas entre la pantalla del móvil, aquel que siempre detestó, y los innumerables eventos de trabajo que de buenas a primeras comenzaron a llenar su agenda.
Todas aquellas horas que Martina pasaba fuera de casa, yo las vivía con incertidumbre y un nudo en el estómago. Mis pensamientos, ya completamente fuera de control, revoloteaban por mi cabeza buscando explicaciones y volviendo una y otra vez a aquellas tardes de fin de semana en las que caminábamos por la ciudad o pasábamos varias horas armando rompecabezas en casa. ¡Cuántas lindas noches hemos pasado juntos, mientras ella leía hasta bien entrada la madrugada y yo la escuchaba atentamente! Sus historias me vuelven loco, es una de las mejores narradoras de cuentos que jamás he conocido. En su habilidad de narración, Martina es sólo superada por locutores profesionales con voces entrenadas que frecuentemente escucho en mis programas de televisión favoritos. Es sin duda una mujer diferente, la mujer de mi vida. Es por eso que me niego a perderla, a perder su atención y su amor.
Cuando el sol de aquel lunes de primavera comenzó a menguar, ella pasó a recogerme antes de ir a casa. Al llegar, me dio la noticia de que tenía una sorpresa para mí, y que esa tarde conocería a alguien especial. “¿A alguien especial?” me pregunté. Me ilusioné suponiendo que aquella sorpresa reavivaría nuestra relación y atenuaría el tono de la charla que finalmente pretendía tener con ella… ¡Qué tonto fui! Al primer sonido del timbre, Martina corrió a abrir la puerta y aquel ser “tan especial”, ni bien entró, me ignoró por completo. Se acercó a Martina, la miró a los ojos y le asestó un beso en la boca que la desestabilizó. ¡En mi maldita cara! y ante mi mirada atónita y cargada de incredulidad. Ella no intentó siquiera el menor gesto de resistencia, ni mucho menos ocultar lo que ocurría. Supe en ese momento que era esto lo que nos mantenía distanciados y comprendí que realmente no tenía ni idea de hasta dónde llegaría esta situación. Ese beso fue un puñal en mi corazón que de inmediato provocó un par de lágrimas incontrolables. No conforme con todo ello, se miraron, se tomaron de la mano y caminaron hacia mi figura petrificada, patética y boquiabierta. Las palabras que Martina esbozó a continuación quedaron retumbando en mi mente sin que yo fuese capaz de comprenderlas:
“Tomi, te presento a Esteban. Él es un amigo bastante especial de mami ¿sabes? Pero no llores hijo, no quiero que te preocupes por nada ¿ok? Nunca nadie va a reemplazar el lugar de tu padre”.
Primer Premio Relato corto en inglés - Profesores y Empleados
Kryptonite Blues
Autor: Luis Vivanco
Profesor Grado en Administración de Empresas
México
Stopping bullets with the chest had stopped being exciting a long time ago; so was the subsequent look of surprise on the shooters’ face as they watched the bullets ricochet off his chest. X-ray vision was, he thought, overrated. It was not what it was meant to be. Sure, he still got a kick from saving a plane from crashing but no longer drew any pleasure from sticking around to bask in the admiration of the saved passengers. In all honesty, Superman was tired of playing the part. He had felt this way for a while but saw no way out.
I had been trying to interview him for over a year, but he hadn’t responded to my messages. At first, I had assumed he simply didn’t have time to check them. It was only when he called me a week earlier that I found out that hadn’t been the case.
- “Hi. I apologise for not having responded before. I felt an interview would result in additional publicity. Maybe, I think now, it can serve to provide some sense of normality. When can you come?”
- “To the Fortress of Solitude? It may be a bit difficult to book a plane” I said in jest.
- “Ha!” He exclaimed in a joyless laugh. “I haven’t been to the place in ages. Lonely enough as I am, I guess. I’ll give you my address.”
He did. As agreed, I drove there early the following Thursday. The address was in a forestry area on the outer limits of Metropolis. I went past the access road the first time. I had driven more than one kilometre when I realised that I had gone too far. I turned around and drove slowly this time, paying attention to any feature by the side of the road. There it was on my left. A small sign next to a dirt road that went directly into the trees “Olsen farm”. The road itself looked unused. Weeds were growing on it and, were it not for the directions, I would’ve thought it led to nowhere.
I drove slowly to avoid scratching the paint of my car with the branches that stuck out invading the road. When I finally encountered the house a few hundred meters further down, I was surprised by how nice and well-kept it was. It resembled more a nice house in a suburb that an actual farmhouse and was quite large. There was a Honda parked in the driveway. I parked behind it and got out. The door opened as I was walking toward it and there he stood. For the second time in just a few minutes, I was again surprised. I didn’t know what to expect but it for sure was not the attire he had on which consisted of old, rather loose, jeans and a grey t shirt.
- “Hi.” He said as he extended his hand.
- “I’m Jake O’Neill.”, I said. His handshake was not what you’d expect from the so called “man-of-steel”.
- “I know, please come in. Nice meeting you.”
I watched his back. It was straight, which didn’t quite match up with the lowly eyes that had greeted me.
- “I’m having some wine. Do you want a glass?”, he said as we sat down around the kitchen island.
- “Isn’t it a bit early? “, I responded and was sorry I said it as soon as it came out of my mouth. It sounded so patronising.
- “I like the flavour. And alcohol has absolutely no effect on me.” He paused. “None whatsoever.” It wasn’t clear if he said it to reassure me or as a complaint.
He looked different without the cape and the red underwear-on-top outfit. His hair was messy.
- “What should I call you? Mr Olsen?” I asked.
- “What do you mean?” his faced showed confusion.
- “The sign by the road.”
- “Oh, I see! No, that was good old Jimmy who offered to act as a name-holder to avoid attention. Call me Clark. That’s what my parents called me.” , he said.
Of course, the year before the then known as a reporter- turned-news anchor, Clark Kent, had famously taken his glasses off, curled his bangs into a curl and opened his shirt to reveal to the world he was the alias under which Superman had been living anonymously.
- “The news bothered me at the time. Clark Kent was not my alias, it was not the alias for Superman. Superman is, if anything, the alias for Clark Kent. A persona I adopted. The real me was Clark, it has always been Clark. I even prefer Kal-El, but that, of course I only know because it was recorded when mom and pop took me under their cover upon my arrival on Earth.”
- “So Clark it is” I said.
- “Can I offer you some coffee? He asked as he got up. I’ll take some myself.”
- “Sure. Black.”
A minute later he was back with two mugs. He placed both in the center table. I took a sip of mine. It was cold. I grimaced slightly.
- “Is something wrong?” he asked.
- “Don’t worry. The coffee is a bit cold. But it’s OK.”
- “No, no. I’ll heat it up.”
- “I don’t want to bother you.” I wanted to get going with the interview and didn’t want him to get up again.
- “No bother” he said as he looked straight at my mug. One second later I could see the steam coming up from the liquid. “Check it it’s OK now”
- “I keep forgetting!” I said as I laughed. “Do you mind if I start with some questions.
- “If it can’t be helped!” he said wrily.
- “Early last year you, literally, disappeared. You had just brought a cruise ship to bay after preventing it from capsizing during a hurricane but, instead of wating for the passengers to come down and thank you, as you usually do, you disappeared without so much as a wave of the hand.”
- “Yes.”
- “I guess the question in everybody’s mind is what caused the change.”
- “Well, for starters, Louise had just broken up with me.”
- “With you... meaning, Superman?”
- “In a way. I had started dating her just over three months prior as Clark Kent. This was important to me, that she loved me for who I was as a person, as a regular person. But after the first few weeks, I started to feel pressured to disclose my other identity to her. It didn’t go as expected.”
- “Was she overwhelmed to find out she was dating the most powerful and famous man on earth?”
- “Ha! I wish!” He took a sip of his coffee “Blah! You were right. It IS cold”. He looked at it and then sipped again. “That’s better. Louise was happy with Clark. He was unassuming, gentle, down to earth. Superman was too much. Who can live up to be Mrs Superman? But what really became the deal-breaker was when I told her we could never have children.”
- “Why not?
- “Genes. I have 27 pairs of chromosomes.”
- “Fuck! I understand. I’m sorry.”
- “That and the ageing factor.”
I raised my eyes in a request for clarification.
- “How long have you known me, Jake?”
- “I don’t know. Twelve, fifteen years? Although this is the first time we meet in person.”
- “How do I look now as against back then? You can check a picture on the Internet.
I did. He looked exactly the same. I told him so.
- “A year in Krypton is 837 days, so we age more slowly. To make it worse, or better, the yellow sun reduces my aging further. Eventually, Louise would look older than me. Not something that appealed to her. She decided she would not be happy with me.”
- “So you were heartbroken. That’s the reason for your change.”
- “Not really. I guess it triggered everything else”, he said as he took another sip of coffee and rearranged his trouser to give more room around his crotch area.
- “Please elaborate.”
- “You’ve got to understand something. I felt wronged. I had played my part to the t and it came back to haunt me. This ‘Superman’ thing,” he said making air quotation marks with his fingers, “it was all bullshit. It was a receptacle for people to deposit their aspirations. I was no different as Clark as I was when personifying the so-called ‘Man of steel’. But people needed a perfect, flawless, image. You see, I have less problem with the man of steel moniker than with Superman. Man of steel? OK, good, so I’m pretty strong and bullets bounce off. No problemo. But when people refer to fucking suuuuper-man” - his voice had taken a mocking tone - “it maybe the physical aspect they are talking about, but it is the essence of the person they are actually thinking of. Now YOU try to live up to those expectations! By the way, some people asked why, if I disliked being called Superman so much, did I wear a big S on my chest? I stopped using that costume. It was too difficult to explain to people that they were reading it the other way around. They saw a red S on a yellow background, when it’s really four yellow kryptonian characters on a red background. It simply says my name ‘Kal-El’.”
- “That’s when you decided to reveal your identity.”
- “That’s exactly when. Louise had accepted just the part of me that felt comfortable. I was not going to accommodate myself to the world to make it feel good about itself. Either they took the whole package, flaws and all, or none.”
The backlash had been unexpected. Other news outlets started to audit every single piece of news ever published, not only by Kent but also by the Daily Planet TV network and newspaper chain, in search of biased news coverage of or preferential access to Superman. There was a public outcry, created by these same news organizations, to oust anyone linked to Kent in any form or fashion. At the end, only Kent and Louise Lane were asked to leave. Jimmy Olsen was allowed to stay, but he was placed in a production job with no visibility.
- “So, I got my answer. It was ‘none’. I found myself without a way to make a living. Initially, the government tried to create a budget for ‘Superhero services’ but that just made things worse. It went against my motto, many said. You know, ‘Truth, justice and the American way’. Nowhere did my motto say ‘profit’. One of the so-called ‘senior political analysts’ in a news network said that the American way was about capitalism and making money. Now, THAT blew the lid off! ‘Superman Kent’ only cares about getting rich’, said one. ‘Justice for sale’, said another. But bringing attention to my motto became my saving grace.”
I had a bad feeling about where this was heading. Clark continued:
- I didn’t come up with it, the motto. I was still being called Superboy when the then-mayor of Metropolis proposed it to me. I was a naïve and cocky teenager. Of course, I accepted it immediately. My fall from perfection heaven allowed groups who were previously afraid of uttering a single word against anything I did, to start criticizing me.”
Clark stopped talking. He got up and said:
- I think I need something stronger than coffee for this.
He went into the kitchen and came back with a bottle of mezcal.
- I thought you said alcohol had no effect on you.
- It doesn’t. But for some reason, the worm in the mezcal does something. Want some?
- No thanks. I’m not sure I’d be able to hold it in.
He took a shot glass and filled it to the rim. I was expecting him to down it in one go. Instead, he took a small sip. He looked at me and must have seen my confusion.
- “Bottoms up? Not with this liquid gold. You’d be a fool not to enjoy it.” He laughed out loud and took another small sip. “Let’s start with truth.” I knew he was referring to the first word in his now-former motto. “The first casualty of war is truth, have you ever heard the phrase?” I had. “Whose truth? And that links to the second word: whose justice? Finally both link to the third word, which is oxymoronic with the previous two: the American way.”
One more sip of mezcal went down before he continued:
- “How do you know if a politician is lying? His mouth moves.” He said with a straight face. “Every time I stopped some robbers in a bank, every time I stopped a plane from crashing or a bridge from collapsing, basically, every time I did something, there would be a ceremony to thank me. Who was there to give thanks in the name of ‘all the grateful people of Metropolis’? The mayor, that’s who.
- I noticed you said that ‘the then mayor’ came up with the motto when you were still a teenager. If I’m correct, he is still the mayor today.
- Well, all that thanks-giving seems to be working out for him just fine! The truth is that the ‘truth’ in the motto was at the politicians’ convenience. I was simply an unwilling puppet of its dissemination. I’m ashamed to say that I was actually surprised by how fast they turned against me when I was no longer useful to their interests. Soon news outlets, including, and I would say especially, the Daily Planet, which was eager to show distance from me, started to give voice to NGOs who pointed out what kind of justice ‘I was worried about’. They correctly identified that I was pursuing justice in a legalistic way, stopping people who broke the law according to the specifics of the American legal system. But that I seemed oblivious to justice when it was understood as the fair treatment of people. You may be interested to know that that’s the first definition that comes up in the Oxford dictionary. When you have a hammer, you see every problem like a nail. My hammer is composed of speed, the ability to fly, to see through things, and massive strength. All very useful to stop physical things from happening or enable them to happen. It was less useful when it came to providing opportunities, reducing poverty or racism. Hell, an NGO even showed data that I was more likely to arrest a black man than a white man. I’m not sure if the study was biased, but it made me feel completely helpless about what I should do with my superpowers.
He finished the last bit of mezcal and, once again, got up. He signalled with his head for me to follow him.
- “Maybe we should go for a walk. The country is very nice around this place and the fresh air will do us good.”
We walked for some time in silence. As he had said, the surroundings were indeed beautiful. The tree canopies hovered above us letting only a few rays of sun through. As we walked side by side I could get a better measure of his height and was surprised to see that he was not a massive person, as one would imagine from someone capable of stopping a runaway train. He was about my same height, or 1.8 meters and rather a trim build.
- “Not many people would think about this, but my brain is pretty average. Looks and brains, those are the two things in which Kryptonians and humans are most similar”.
- “I can see you were fooled by politicians just like the rest of us.” I said.
- I was indeed. But I mean it in a wider sense. Take physics, for instance. I can fly pretty darn fast and the high temperatures, say when I re-enter the Earth’s atmosphere, do not affect me. But the first time I tried to save a plane from crashing, I tried to hold it by the tail only to find myself holding onto it while the plane went into a spin without it. I was able to react quickly and get the plane back to the ground safe. Of course, the news media never found out. Another time, I tried to stop a runaway train by standing in front of it and putting my hands to the front. It was sheer luck that it was a cargo train with no people, even the locomotive was automated. The train swivelled around me and the cars ended up scattered over three hundred meters. From then on, I was given instructions by satellite radio from government physicists who would instruct me on the best way to handle each bridge, ship, plane or train.
We had reached a small river that was at least eight meters wide. Clark looked at me with a bit of embarrassment.
- “I completely forgot about the river. We could go back from here, but I really wanted to show you something on the other side, just a few hundred meters further”. He paused for a thought. “There are no bridges anywhere near. Would it be OK with you if I just flew us both across?”
The proposal was a bit awkward but, I have to confess, also exciting. I nodded.
- “Show me what to do.”
- “Put your arm around me as if you were drunk and I was helping you walk.”
I did as I was instructed and then he placed his hand in my opposite armpit. The held was surprisingly comfortable and assuring. It was clear he had done this many times. I felt the weight of my body as it was being transferred to armpit and arm and my feet stopped touching the ground. The hair in my neck stood up and I started giggling uncontrollably. The whole think took no more than five or eight seconds, and I was back on my feet, literally, on the other side of the river.
- “Well, thanks! That was… that was, something!” I said.
Kent shrugged.
- “We’ll do it again on the way back” he said. “Where was I?”
- “Your average brain”
- “Right. Have you ever played a prank on your friends?”
I thought the question strange.
- “Of course!”
- “Did you enjoy it?”
- “Of course!” I laughed.
- “That’s what a normal brain does. We like to be mischievous. I was able to be a bit as Clark, but never as sanctimonious, righteous, larger than life, Superman. I was living with a mental straight jacket constantly on.
I remember an incident from when I was in high school back in Smallville. There was this jock who was full of himself. He was the type of attention-seeker who, if he saw you in a restaurant, would wait until he was at the opposite end to scream at you and say hello. Most people were tired of his antics. One day, he entered the cafeteria making a lot of noise, as it was his style. He took his food and proceeded to a table. I noticed a small puddle of water. As he was about to step on it, I blew from a distance and froze the puddle. He went up in the air along with his tray and landed noisily on the floor, just before the spaghetti with tomato sauce landed on his face. The whole cafeteria erupted into laughter and clapped.”
- “Did he not get hurt?”, I asked.
- “Luckily no. But that’s the thing. Most people can play practical jokes without considering the worst-case scenario. This was the only time I felt that freedom. Look.” Clark extended his arm to the view in front of us.
We had reached a clearing at the top of a hill. As it descended on the other side, the hill gave way to a green valley with a small lake. In the distance, the mountains still wore snowed tops.
The sun was setting, and the light gave everything a magical tilt. It was spectacular.
- “Wow!” I said.
- “This is where I come to put my thoughts together”
- “I can see why” I said. We stood there in silence, surrounded only by the forest sounds, seeing the mountains as the sun went down.
- “What thoughts are those?” I asked as the light started to dim.
- “That truth is elusive, that justice is in the eye of the beholder and that as an immigrant, I’m an immigrant to the whole planet, not to a single country. My truth is that I want to be, for lack of a better term, human, or human-like, with a sense of humour, with the right to pursue my own goals. That justice, for me, has a wider meaning and I should prioritize my efforts to seek it, not in Metropolis, or not only in Metropolis, but where I can have the biggest impact. Finally, that the term ‘super-hero’ should be used not for those who do what comes easy for them - which is how it’s been applied to me - but for those who sacrifice the most for the greater good. I have just started my voyage to try to be one. Maybe I’ll never be worthy of the term, but I’m willing to try.”
I said nothing. There was no follow up question that could add anything to what Clark had said.
- “It’s getting dark”, he said. “Do you mind if I fly you back to your car and we say goodbye? I have a couple of errands to run.”
- “No problem”, I said, excited about the prospect of flying again, and more excited about my new understanding of Clark Kent. “If I may ask, what are those errands?”
- “I first need to take a few cancer cells to outer space to see how they evolve with no gravity. It’s part of a research aimed at finding a cure for pancreatic cancer. By the time I return, it’ll be morning in South Sudan, where I will go and fly into the ground a few times to create water wells. Before that, I’ll have to go to Germany to pick up the container with the pumps and pipes from an NGO. It’ll be a day well spent.”
I understood that my contribution to that day was a wee one. I placed my arm around his shoulders and felt his hand hold me by my armpit.
- “Clark?”
- “Yes?”
- “Thank you”, I uttered as I looked directly into his famous blue eyes.
“My pleasure, Jake” he said as he looked up and took us both into the sky.
Segundo Premio Relato corto en inglés - Profesores y Empleados
The Tyrrhenian Sea
Autor: Ibrahim Al-Marashi
Profesor IE School of Global and Public Affairs
Reino Unido
I was in Italy to deliver a paper on problems Iraqi refugees faced in the US. The graduate student workshop convened in Cecina Mare, a seaside resort in Tuscany and was held to coincide with a week-long anti-racism festival organized by an Italian association. It was the summer of 2000, and from Italy I would fly to the UK and begin my PhD in History at Oxford University. On the final day I was supposed to deliver a paper on Iraqi refugees in the US. I hadn’t written a word of it. I pulled out a tattered notebook while sitting on the beach, hoping the waves of the Tyrrhenian would inspire waves of brilliant insights, but I needed a pen. A vendor, peddling tarnished silver necklaces, imitation sunglasses, and bottles of suntan lotion, passed in front of me.
This peddler had thick cropped black hair, a dirty t-shirt and ripped shorts, with a wooden display case hanging off one arm. Tears of sweat rolled down his reddish-brown sun-baked skin, as he showed me nearly every sun-worn item in his collection. I pointed to a pen with the image of palm trees on it. He noticed the silver chain around my neck. When he read the Arabic words engraved on the small sword pendant I wore, he switched to speaking with me in classical Arabic.
With over twenty different countries in the Arab world, spanning from the Atlantic to the Indian Ocean, local dialects have emerged that could be in and of themselves their own languages. Modern standard Arabic is the formal version of the language that is used in books, newspapers, and the news, but it is rarely spoken in everyday conversation, unless two Arabs meet and inquire about their respective countries of origin. It sounds as awkward as someone speaking Shakespearean English. The equivalent of what the vendor asked me would sound something like, “From where doth thou cometh?”
“I hail from Iraq,” I responded. “And you my dear sir? What are you called and from where do you hail?”
“I am called Hisham. The place of my birth is Morocco.”
I sat up in my beach chair and switched to the Moroccan dialect: “I used to live in Fez.” I shared with him how I spent six months in the city studying Arabic.
“How much is the pen?” I asked, feeling the instinctual need to bargain as if I was back in grand bazaar in Fez.
“It’s a gift. Take it”
With a pen in my hand, but feeling the need to procrastinate, I asked him, “How long have you been living here?”
He paused and said, “A year,” heavy with regret.
We were about the same age, but while I had spent the last year comfortably pursuing academics in air-conditioned libraries in Harvard University, he had spent the last year in the sun, trying to put enough food in his mouth while still sending enough money back to his family in Morocco. While I was in paradise in this Mediterranean town, he was in purgatory. I insisted on paying for the pen.
A days later, I sensed a darkening around me. The sun above me was not being blocked out by clouds but by Hisham’s hefty body.
“Marhaba, ya Ibrahim,” Hisham greeted me warmly.
“Hello, Hisham…How are you?”
It was apparent that today Hisham needed company more than sales. Placing his wooden display case on the sand, he hunched over, supporting the weight of his upper body on his thighs, looking towards the sea.
A tan woman in a small white, string bikini jiggled past us. She lay down on a beach chair not too far from us, and he leered in her direction while she rubbed sun tan lotion into her arms and legs until they glistened. As she leaned back in her chair and closed her eyes, Hisham’s lustful gaze twisted and turned into something noticeably ugly. He ground his teeth in frustration and clenched his fists.
Hisham told me in Arabic, “Ibrahim. You lucky guy. You can go and talk to her.”
“No, I can’t. I’m too shy to approach her.”
Hisham sighed and said, “If you can’t talk to her, what hope is there for someone like me? You are so lucky, Ibrahim. Look at you. You are an Arab, but you have green eyes and white skin. Nobody can even tell that you are different.”
“I may not look different, but I never hide being Arab.”
“With my black skin and black hair, a girl like that will never talk to me.”
Hisham looked back over at her, shook his head and continued, “Look at her sitting in the sun. How ironic. She wants to be black like me.”
Hisham’s skin colour was not black. Just as all skin tones do not lend themselves to specific colors, Hisham’s skin was not black or brown. It was something more like tea stirred with milk. But he, like so many Arabs, was influenced by the European standards of skin color. As much as I wanted to, I did not know if I could truthfully argue otherwise. Italians here had told me that they thought all Iraqis were “nero, nero,” or “black, black.”
“Do you have any family in Italy?” I asked.
“No one. I am supporting my family back in Morocco,” he replied. He told me about some Moroccans who came to do the same but whose money never found its way back home. Lonely and isolated, they squandered their earnings for the comfort of drugs and alcohol. Hisham was not a part of that crowd. He found his support at a local, make-shift mosque.
I wished Hisham’s comments were unique, but I had heard similar sentiments echoed by a few Muslim immigrants in the West on a couple of occasions before. Propelled out of their native lands to escape political injustices or economic stagnation, they ventured into foreign countries looking for a better life. They dreamed of acceptance and success and found alienation and disillusionment. These cases certainly were not the norm, but they were not uncommon either. Immigration, from my American perspective, was something like high school. They are the select few who crack the code of what is socially acceptable and desirable and assimilate into the in-crowd. There are the majority, who know what it takes to live side by side with the in-crowd, but either intentionally or unintentionally, preserve the speech, dress, and beliefs that keep them from becoming a member. Finally, there are those, who spend their lives on the margins, never adapting to the mainstream.
He continued, “The Italians say we take their jobs away. But we Moroccans do jobs the Italians would never do.”
“But you are lucky that you can make a living here,” I said, shielding my eyes from the sun, while I searched his face for its expression.
“No. It is because of countries like Italy that I can’t find a job in Morocco. I have to come here to their country and sell this jewellery to their Italian whores because they came and colonized my country for years and took all of our riches. So now, I’ve come back here to colonize them.”
The term for when the Spaniards ended the Muslim rule in Spain by 1492 was termed the “reconquista” or “re-conquest.” Ironically, Hisham declared a “re-reconquista” to retake the European continent.
“Italy never colonized Morocco, just Libya,” I replied.
“It does not matter. They still controlled a part of our nation. If they harm one part, they harm us all. If all our countries united, we would be a great power. We could be very strong. I would not have to come to this beach in the heat and sell this junk.”
In his worldview, the European powers had extracted the wealth out of the areas that they colonized. Now Arabs had a right to come to cross the Mediterranean as a part of a campaign of retro-colonization.
Hisham got up and stretched his back, sullen. “I have to leave you now if I want to make some money before the sun sets.”
Hisham was a living set of contradictions, much like myself. He was a Moroccan who probably wanted to enjoy what he perceived as the “decadence” of Italy and the West, but he still held pan-Islamist and pan-Arab beliefs. I had enjoyed the benefits of living in the US, and I was raised as an American, but I was fascinated by the Middle East and wanted to enjoy its culture and traditions. Hisham and I were reflections of each other in a blurry mirror. He left his home in the Middle East and sought refuge in the West, even though Italy’s position on the Mediterranean means that it is geographically east of Morocco. I had left my home in the West and lived for three years in Yemen, Morocco, and Egypt, and travelled to every Arab country in between to discover my Arab and Muslim heritage. After I got my Phd in Oxford I planned to move to either Istanbul or Beirut. We were both ends of the spectrum of alienated Muslims living in the US and Europe.
I left my empty note book on the beach chair and entered the Tyrrhenian Sea for the first time in my life, which was still warm as the sun set. The gentle waves I swam among could eventually reach the shores of Morocco, where I once strolled among the alleys of blue and white villages facing the Mediterranean, or reach the rocky cliffs of Lebanon, where my grandmother came from, or reach the beaches of Syria, where I fell in love with daughter of a secret police chief. Unlike the Pacific Ocean I swam in as a child in California, entering this Sea was a baptism into the waters of my blood and history.
Tercer Premio Relato corto en inglés - Profesores y Empleados
Clippings
Autor: Pablo Esteves
Profesor IE School of Human, Science and Technology
España
Had you been there, the first thing you would notice was the eerie silence. And the second one, the unfamiliar sounds that, in reality, had been there all along. The elevator music to our mundane existence. A sparrow or magpie chirping in the distance. The muffled sound of a neighbour coughing, or vacuuming, using a blender or having sex. The sounds of furniture being dragged around. Flushing toilets. Babies crying and toddlers screaming. A TV in the background. All of these sounds, close enough to be heard yet impossible to place. The first few days were like that, a sense of newness and the crushing feeling of foreboding.
José would later claim that he was one of the first people to sense that something was wrong. The telltale signs were there all along. From his vantage point, that old newspaper kiosk in the middle of Madrid, he would record the absences. The unsold copies of the day's newspaper and of magazine issues, piling up. Slowly at first, maybe two or three extra copies each day. By the end of the third week, the waist-high totem, and the growing hole in the cash flow, had become a memento mori, a memorial to the missing. He was a man to whom the results of his actions weren't lost to him.
The other advantage that the kiosk provided, in those first days, to an avid reader like José was access to the news. Located in the affluent neighbourhood of Almagro, he sold foreign newspapers and magazines to both tourists and expatriates that lived and worked around there. Who could beat Donald Trump? Biden, Sanders, Warren, Boot-edge-edge. #MeToo. China closes off a city centre. The Spanish government pacts to increase the minimum wage to 950 euros. Kobe Bryant died in a helicopter crash. A small article tucked below the fold or on page three. José would make a mental note, a clipping of sorts. He was piecing a collage in his head, and a chilling picture was emerging.
It is said that the flow of time depends on the speed of travel. And Jose was not travelling anywhere, at least not in the literal sense. His work afforded him all the time in the world to consider things, to pay attention to the details that would escape the fleeting attention span of his customers. The kiosk's location was advantageous, yet Jose's success was in no small part due to his ability to remember his customers, if not by name, then by face, reading preferences, and spending habits.
The air was nippy that morning. It was early February, and the cloudless sky anticipated a crisp winter day. José had arrived, like every weekday, at the crack of dawn to open the kiosk. He lived in a one-bedroom apartment on the fourth floor of a nondescript building not too far from the kiosk; he had lived there for a little over five years. Before that, he and his wife, Susana, had lived further south, closer to the old city centre. Susana had died of cancer almost six years ago. It had been abrupt, almost painless. Late-stage cancer when finally found, and to José's dismay, Susana preferred palliative care rather than trying to squeeze six more months with excruciating pain. They had met in their mid-twenties, married a couple of years later, and remained married for a little over twenty-five years. They never had children.
Facing northeast, El Sardinero beach was slowly losing color. The horizon blended the ocean and the sky into shades of dark gray before completely disappearing with nighttime. The well-lit bars and terraces were full. Sitting with three friends, José absent-mindedly took a drag from his cigarette. He was bored. Walking up and down Santander's famous promenade, people were a blur in the background. The waiter took away their empty beer bottles, replaced the ashtray, and left another plate with olives, pickled onions, and gherkins. José took a sip of his lukewarm beer and looked around. Groups of friends, young men and women, were drinking at the tables around him.
In front of him, two tables away, a group of four women were chatting animatedly. It was the laughter that drew his attention and made him focus. He saw her profile cut against the dusk. She was dark-haired with dark brows, hair bundled at the nape, large hoop earrings, and a navy summer dress with white polka-dots. He was so struck by her face that it was difficult to not stare at her, yet he was self-conscious as she slightly turned around to blow some smoke and caught his eyes. He smiled sheepishly and looked away. He spent the next hour glancing every now and then in their direction. Finally, one of the women gestured to a waiter that brought them the check. José's heart began to race, his mouth was suddenly dry. Barely registering as it happened, his legs were ready to take him places.
As the group of women stood up and left, he raised from his chair and called out to them on an impulse. They stopped, perplexed, a few meters away. He caught up with them and walked straight to her.
"What's your name?" he called.
"Me? Susana," she replied, knowing she held all the cards.
José stepped closer. Not knowing what to say next and how to fill the silence. The women were already beginning to resume their stroll.
"Do you live here?"
Susana didn't move. "No, I'm from Madrid."
He couldn't take his gaze off her. Susana's face was slightly bronzed and had the leathery glow of a day at the beach. Her hair looked dry and salted. She had a small dimple on her chin, and her lips, naturally pulled by her cheekbones, had a permanent smile.
"Do you have a boyfriend?" he said in a gambit.
"Yes," she lied. "I'm here with my girlfriends." She looked behind him as the three women were giggling and walking away.
"Oh. I'm here until Tuesday. Do you want to grab lunch tomorrow?"
"Sure. We are staying at the Victoria hotel. Why don't you and your friends come by tomorrow morning and we can all go to the beach together?" she replied.
When Susana and her friends emerged from breakfast at ten in the morning, José and Gaspar were already there. Too hungover for a morning at the beach, the other two of José's friends had stayed behind. They all introduced each other and made the best they could out of an awkward situation. The group stepped out of the hotel into the already blistering sun, beach bags and towels in hand, sunglasses and hats donned and began the short walk to the beach.
In days of low tide, like today, the beach grew in size, exposing rocks and leaving large areas to lie down towels and sunbathe. The ocean was barely moving. In the stillness, the chatter and laughter of people could be heard from some way off. It was after eleven, and the beach was beginning to fill with colorful umbrellas and towels. The water was intensely blue, lapping like a lake, and only disturbed by children splashing in the shallow waters. Later that afternoon, when they said goodbye, she gave him her phone number. "Let's meet in Madrid."
Bushfires in Australia and Novak Djokovic winning his eighth Australian Open. What happened to Nadal? China was moving all their classes to an online format. Farmers on tractors rolling down the streets of Valencia. A cruise ship was stranded in Yokohama.
"Morning, José," said Mr Montes. "How are you this morning?"
"Good morning, Juan. Everything is alright; we're here. Same old, same old."
José was already handing him the newspaper with one hand and opening the other to receive the coins. He wouldn't even count what he received. Juan Montes was one of his regulars.
White-haired and well-educated, at seventy-three, Mr Montes was a man of routines. He came every day at eight o'clock and bought the newspaper, folded it, and paid, always in cash, the exact amount. Juan Montes had worked most of his career in an insurance company, climbing up the proverbial corporate ladder. He had been married to Isabel for forty-three years, they raised three boys and a girl, put them through university, and now he enjoyed time with his six grandkids.
"Chilly morning, huh? How is everyone at home? How are your grandkids?" José was squinting as he cleaned his glasses with a tissue. He wore a pair of round silver-framed glasses that gave him, at first glance, a thoughtful expression.
"Everyone is great. Over the weekend, my kids and the grandkids all came home. Isabel and I were exhausted afterwards." Mr Montes tucked the newspaper under his left arm. It was too cold for small talk.
"Have a good day, José. Later."
"See you tomorrow."
That was the last time they spoke. Mr Montes was one of the first to disappear. One by one, his regulars began to vanish, and Jose knew it was a matter of days before his life and the lives of everyone he knew were upended.
Once back home from the kiosk, before dinner, he called Soledad, his niece. She had texted him earlier in the afternoon. A recent graduate from nursing school, Soledad had seen firsthand the alarming pace the outbreak was taking. Like a wildfire that consumes every available tree, the contagion had started slowly, with a few clusters around Madrid. In a matter of days, it had spread silently, quickly infecting anybody unaware of the situation.
"This is bad, uncle. You were right. I don't know what we are going to do. We won't have enough equipment to treat everyone or to protect ourselves. In the last three days, five of my colleagues have fallen ill."
The following morning, during a short break at the hospital, Soledad called Roberto, her boyfriend. She wanted to dissuade him from going to a party later that evening. Soledad knew the situation was worse than it was understood by almost everyone. Every day she saw more people arrive at the hospital; surgeries were cancelled, ventilators became a rare resource, and the intensive care units were on the verge of collapse.
When Roberto arrived at the party, close to two dozen people gathered in small groups in the spacious apartment. Some standing by the windows smoking, others sitting in a couple of couches and chairs. Laughter and loud conversations overlayed the background music. He wished he had insisted Soledad join him. A few hours later, he received a text from Soledad saying that she would spend the weekend with her parents and Roberto could stay out as long as he wanted. The party swelled and waned all night, with every change a shift in the music style and drink of choice. It carried until the early hours of the morning.
Roberto's phone rang. It was late in the afternoon. It took him a few seconds to realize if he was dreaming, and then he registered his phone was ringing. He had a massive headache.
"Hello. How are you? You sound asleep. Were you sleeping?" It was Soledad.
"Yeah, I was napping. I am hungover. I missed you last night. Everything was fine. We had a great time."
"Well, I told you I didn't think it was a good idea. We don't know anything about this. Everyone at the hospital is worried that more people are coming in with symptoms. I'm going to stay here with my parents for a couple of days, OK?"
"But... Look, I think you are exaggerating. We barely see each other during the week. Why don't you come back today."
"No. I'm sorry. I'm going to stay here for a few days, and maybe, I don't know, on Tuesday or Wednesday, I could go there after work. Please don't insist."
"Whatever, Sole. Look, I have to go. My head is exploding."
"There's paracetamol in the cabinet. Take a couple, drink water, and eat some food. I'll see you in a few days. Love you."
"Thanks. Love you too."
The next day, on Sunday, Roberto went to his parents for lunch. With Soledad gone for the weekend, he didn't feel like cooking or cleaning. His uncle Marcos and aunt Pilar were visiting. Later in the evening, Roberto, his dad, and Marcos watched a soccer match on the television. People were still allowed in the stadiums. Everyone was clueless about what was happening.
On Tuesday morning, Roberto called Soledad on her mobile. He wasn't feeling well, and the symptoms were exactly what they were supposed to be. Two weeks later, as Roberto slowly recovered at home, his aunt Pilar died alone, in the intensive care unit.
Seemingly overnight, it was everywhere. It was on the front pages of every newspaper, and, inescapably, it was all the talk on the radio, television, and social media. Not that José, much like Soledad, hadn't anticipated it. He was prepared. He had avoided indoor spaces for almost a month. He had, diligently, stockpiled canned food, toilet paper, and cleaning products. And as life in Madrid, and in most of Europe for that matter, entered a stasis, José didn't have to stand in line to buy milk, eggs, nor elbowed his way to grab toilet paper. He simply carried on.
The streets were empty. The morning rush had disappeared. The coffee shops, restaurants, and all shops were closed. There were piles of dead leaves and pigeons loitering the sidewalks and plazas in place of hurrying parents nudging their kids to the school. At first, everyone thought it would be just a couple of weeks. Maybe a month. Within a few days, it was clear that it would be longer.
As José walked to open the newsstand, he could hear two things: sirens and birdsongs. The sounds of the city had changed. He stopped at the square across the street from the kiosk. He sat on one of the many empty benches and rolled a smoke. He was alone. The discarded face masks and cigarette butts, the emptiness of the bus stop in front of him, the shuttered storefronts, all of them combined to feed his loneliness. He dropped his cigarette and squashed it with his foot. He walked across the street, opened the kiosk, and began to organize the magazine racks.
Spain has more than eight hundred deaths for the fifth day in a row. Job or Health? Remote learning is breaking parents. The Olympics are postponed. A quarantined world looks for exits.
José lay there in the heat. It was early June, and the summer was quickly approaching. He had slept for a couple of hours before suddenly getting startled. He was not sure if he heard something or it had been a dream. An hour later, he was struggling to get back to sleep. This happened to him, with increasing frequency, every now and then. The night becomes endless when you are alone; the emptiness of the bed is more noticeable. He had the windows open. A slight breeze came in, feeling cool against his skin. In the eerie silence of the night, he could hear his heart's thumping in his ears. Everyone was captive in their homes. As he rolled to his side, he thought about Susana. It was after four.
If he died tonight or tomorrow or had he died earlier in the week, nobody would know until a few days had passed. Soledad would notice the unanswered texts and mention them to her dad, and José's brother, Felipe, would try him on the phone. After a day or two, they would come over, ring the bell that would go unanswered, open the door with their spare keys, and find his body. With some luck, maybe he would be in bed, dying peacefully in his sleep - one could wish. It could be worse. They could find his body sprawled on the kitchen floor surrounded by broken glass and spilt food or naked with the shower running. Dusk was breaking. It was time to get up. For José, nothing had changed. Not after Susana's death.
Months had passed. The snow began falling Thursday afternoon, and the forecast showed heavy blizzards through the weekend. This seemed highly unlikely considering Madrid gets one or two days of snow on most winters - if any. With the lights of the city turning on, snow was still falling in the early evening. Small mounds were forming on the sidewalks and the cornices of buildings. José could see a handful of passersby awkwardly walking against the wind trying to hold on to their flimsy umbrellas from the window of his apartment. On Friday night, the blizzard finally arrived.
José looked out the window; the snow was still falling. With the morning sky gray and flat, the city looked like an old photograph. In high contrast, black and white. The roads and sidewalks had disappeared, the streetlamps popping out. He was surrounded by white. Coffee was brewing on the stovetop. He was going to see how the kiosk fared the blizzard. He sent a text to Soledad; perhaps she could join. They hadn't hugged in almost a year. She had witnessed things not seen in generations and made decisions nobody should be forced to make. She was better now. Some days she would come and visit him at the kiosk. Sometimes she would bring her parents.
The heavy drape over the city erased the shadows and reliefs. José was standing outside his building. His legs up to his knees in the snow. It had been almost a year since the first disappearances. The streets were empty and the sounds muffled by the frigid air. The complaint of the trees under this unexpected weight; their dead branches strained and on the verge of snapping. The untouched snow creaked underfoot. Suddenly, José was overcome by joy.
He thought Susana would have liked this. Today he would walk. The kiosk could wait until tomorrow.
Primer Premio Ensayo corto en español - Profesores y Empleados
La disolución del poder
Autor: Juan Ortin Ramon
Profesor Master en Asesoría Fiscal
España
No parece arriesgado afirmar que históricamente la inmensa mayoría de la población durante la mayor parte del tiempo ha carecido casi por completo de poder. Sin embargo, la revolución tecnológica que estamos viviendo en el siglo XXI ha dotado al ciudadano medio en los países libres de censura de una mayor potencialidad para influir en los otros y ha restado ciertas cotas de poder a las grandes instituciones que históricamente centralizaban esta facultad, fuesen estas el rey, el gobierno, el ejército, las instituciones religiosas, las empresas, la banca o los organismos multinacionales.
Si el poder se está disolviendo en el mundo libre, la sociedad del mañana debería parecerse más a lo que el ciudadano medio quiera que sea, y esa es una buena noticia. La consecución de una auténtica igualdad de género y la protección del medio ambiente son movimientos extraordinariamente relevantes para el desarrollo de la sociedad y la sostenibilidad del planeta que, al margen de la necesaria acción coordinadora de los poderes públicos y económicos, han explotado porque obedecen a una demanda de una multiplicidad de individuos que ahora son escuchados.
No obstante, aunque estamos inmersos en la vorágine del cambio, conviene tratar de ser conscientes de las características del incipiente poder que surge y las amenazas que lo acechan.
Esta nueva forma de poder se disuelve entre sus miembros de manera entrópica o desorganizada y no es unidireccional - como sí lo es la que deriva de la autoridad tradicional -. Además, aunque cada persona, individualmente considerada, tiene una capacidad de influencia que antes no tenía, sigue siendo igualmente vulnerable a la influencia de los otros. La combinación de entropía, multidireccionalidad y vulnerabilidad del nuevo poder es la razón última de la sucesión de acontecimientos y movimientos socialmente disruptivos y aparentemente imprevisibles a los que estamos asistiendo en las democracias más asentadas. La victoria de Donald Trump y el Brexit son algunos de los ejemplos más notorios.
Así, aunque el empoderamiento social constituye un avance indiscutible, no está exento de riesgos. En particular, su vulnerabilidad puede ser aprovechada por políticos sin escrúpulos que traten de ofrecer soluciones cortoplacistas y simplistas a problemas complejos. Para el mundo libre y democrático, este puede ser, desde una perspectiva social, el siglo del empoderamiento del ciudadano, pero también el de la demagogia y la polarización. Si los retos no se acometen a tiempo, la propia democracia podría verse amenazada.
La solución pasa por dotar al individuo de la suficiente capacidad de criterio para discernir las fuentes de influencia a las que se debe oponer. Esta capacidad de resistencia – a diferencia de la capacidad de influencia - no depende, ni puede depender, de la tecnología sino de la responsabilidad individual. Por ello, una sólida educación que dote al individuo de criterio y espíritu crítico resulta fundamental para el desarrollo de la sociedad del siglo XXI. Este es probablemente el reto más importante al que se enfrentan hoy los poderes públicos y privados y la sociedad en general.
El poder como influencia y resistencia
Determinar cómo se distribuyen las cotas de poder en la sociedad y cómo esta distribución evoluciona a lo largo del tiempo es una cuestión controvertida, ya que el propio término poder, aun cuando sigue siendo de extraordinaria vigencia, es tremendamente ambiguo y ha sido objeto de multitud de definiciones y aproximaciones1.
La literatura especializada sobre el poder social (Timothy Levine y Franklin Boster, 2003, Bacharac y Lowler, 1981) distingue al menos dos grandes conceptualizaciones del mismo: el poder como resultado y el poder como potencial. La segunda concibe el poder como una facultad o capacidad, con independencia de su materialización. La primera está vinculada a la efectiva habilidad para ejercitar el poder, a través de la autoridad o de la influencia social, y es la que aquí nos interesa. Aunque probablemente sea una visión limitada del poder (Bacharach y Lowler, 1981) porque precisa de un análisis en retrospectiva – es poderoso el que ha conseguido un determinado resultado -, nos parece muy útil en la práctica para poder determinar cómo se distribuye socialmente el poder, ya que, a diferencia de la mera potencialidad, la materialización en un resultado puede ser medida.
En este sentido, Max Weber, uno de los padres de la sociología moderna, al definir los “conceptos sociológicos fundamentales” en su obra Economía y Sociedad (1922) definió el Poder como “la probabilidad de imponer la propia voluntad, dentro de una relación social, aun contra toda resistencia y cualquiera que sea el fundamento de esa probabilidad2.
Efectivamente, para determinar si una persona o institución se puede calificar como poderosa socialmente, debemos tener en cuenta las circunstancias que rodean al sujeto en cuestión: si aquello para lo que está capacitada esa persona o institución coincide con lo que libremente quiere hacer y también si puede hacer frente a la voluntad de otros.
La forma como se ha ejercitado el poder no ha sido la misma a lo largo de la historia. Como veremos más adelante, el ejercicio del poder de manera centralizada a través de la autoridad está dando paso a un ejercicio descentralizado a través de la influencia social.
Por ello, en la actualidad podríamos definir el poder social como “capacidad para influir en los demás y resistir su influencia”.
Esta definición sí que nos sirve para determinar al menos desde un punto de vista teórico el grado de poder que ostenta un determinado sujeto. Podríamos concluir que hoy en día un individuo es poderoso en la medida en que, por un lado, sea capaz de influir en los demás y, por otro lado, sea capaz de resistir su influencia según su propio criterio.
Si nos preguntamos individualmente “cuánto grado de poder creemos poseer”, la respuesta se antoja complicada, pero si nos preguntamos “qué fuentes de poder influyen sobre nosotros”, podemos dar una respuesta más precisa. Si pudiésemos plantear esta segunda pregunta en distintas épocas de la historia, las respuestas seguramente variarían en función de la época y el lugar, pero se observaría una evolución exponencialmente creciente de fuentes de influencia en los últimos años.
Partiendo de este enfoque, observamos que los dos vectores de la ecuación de poder mencionada (influencia sobre los demás + resistencia a su influencia) se están desarrollando de manera desigual:
• Por un lado, la capacidad de influencia se está distribuyendo entre un gran número de agentes, que han adquirido una gran capacidad de influencia gracias fundamentalmente a los avances tecnológicos que han dotado a una buena parte de la población de opciones casi ilimitadas para comunicarse con otros y - potencialmente - influir sobre ellos.
• Por otro lado, y como consecuencia de lo anterior, las instituciones que tradicionalmente concentraban el poder y lo ejercían mediante la autoridad están viendo parcialmente reducida su capacidad de influencia. La actual pérdida de poder de las instituciones fue identificada por Moisés Naím en su famosa obra publicada en 2013, “El fin del poder”, en la que señala que “El poder está sufriendo una transformación fundamental que no se ha reconocido ni comprendido lo suficiente. Mientras los estados, las empresas, los partidos políticos, los movimientos sociales, las instituciones y los líderes individuales rivalizan por el poder como han hecho siempre, el poder en sí (…) está perdiendo eficacia.”. Naím sostiene que más allá de los cambios en la distribución del poder, es el propio poder el que se está debilitando progresivamente en la sociedad contemporánea.
• Por último, el incremento en la capacidad de influencia del individuo no se ha visto acompañado en igual medida por una mayor capacidad de resistencia a la influencia de otros. Este desequilibrio se explica porque esta última faceta del poder (la resistencia) depende fundamentalmente del criterio de cada individuo para decidir qué influencia recibida debe ser objeto de oposición, y esto precisa de una madurez o evolución personal independientemente de los avances tecnológicos.
Como consecuencia, siguiendo una suerte de evolución entrópica, el poder se está diseminando en nuestro siglo entre los miembros del sistema. Ese poder, representado por la capacidad de influencia, es multidireccional, no unidireccional como el que deriva de la autoridad tradicional. El ciudadano de hoy tiene, afortunadamente, una capacidad de influencia que antes no tenía, pero sigue siendo igualmente vulnerable a la influencia de los otros. La creciente entropía, multidireccionalidad y vulnerabilidad del poder provoca, a corto plazo, movimientos más efímeros y resultados más imprevisibles e incontrolables.
Este hecho nos parece determinante para entender los cambios que se están produciendo hoy en el mundo, y los que están por llegar.
El origen del cambio
A lo largo de la historia la inmensa mayoría de los seres humanos han vivido carentes de voz y de voto. No solamente no decidían sobre la mayoría de los asuntos que regían sus vidas, sino que ni siquiera podían aspirar a influir más allá de su entorno más cercano.
Solamente en momentos puntuales de nuestro pasado y solamente algunos ciudadanos de algunas regiones han tenido derecho a opinar y decidir. Baste recordar que en la antigua Grecia, cuna de la democracia en Occidente, solo los ciudadanos varones, adultos, libres y nativos de Atenas – una minoría de la población - podían participar en la asamblea. Mucho más tarde, a lo largo de los siglos XVIII y XIX surgen movimientos reivindicativos de derechos de voto o representación en Francia, Inglaterra o Estados Unidos pero no es hasta el siglo XX cuando de manera progresiva y generalizada se reconoce el sufragio universal y la democracia se convierte felizmente en la forma de gobierno dominante en el mundo, con contadas excepciones. Conviene por tanto recordar y valorar que la adopción de la democracia como sistema de gobierno en el mundo es un fenómeno relativamente muy reciente.
Si en el siglo XX el ciudadano medio adquiere cotas de libertad inconcebibles hasta ese momento y le es reconocido un derecho a decidir a través del voto, sin embargo su capacidad de influir efectivamente en los demás seguía siendo limitada. Son los representantes elegidos democráticamente, destinatarios de esa soberanía cedida por el pueblo, los que de manera real ostentan el poder, junto con los denominados “poderes fácticos”: organismos internacionales, la banca, instituciones religiosas, los sindicatos, los medios de comunicación de masas… Durante la segunda mitad del siglo estos últimos inundan al ciudadano, dotado de una nueva capacidad de escucha, de ingentes dosis de información, entretenimiento y publicidad. El ciudadano medio del siglo XX tiene ojos y oídos pero su voz sigue siendo tenue.
No es hasta el siglo XXI cuando el ciudadano medio adquiere voz, entendiendo como tal la capacidad – no solo la potestad legal, sino la posibilidad material - de cualquier persona de expresarse, opinar y tratar de influir sobre los otros, en cualquier momento, desde cualquier lugar y en cualquier dirección.
Con la llegada de internet y los dispositivos móviles, y especialmente con la combinación de ambas innovaciones y su implementación mundial a partir de la segunda década de nuestro siglo, desaparece cualquier limitación a priori de la capacidad de influencia. Según datos publicados por la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT) la proporción de usuarios de internet traspasó el umbral del 50% de la población mundial en algún momento de finales de la década pasada década pasada3. La mayoría de la humanidad está ya virtualmente conectada. Las repercusiones de esta circunstancia verdaderamente disruptiva en nuestra historia solo acaban de empezar a desplegarse.
Técnicamente hablando no existe ninguna traba para que en los países libres casi cualquier persona dotada de unos recursos mínimos (insignificantes si los comparamos con las dificultades técnicas y el coste económico y personal que a lo largo de la historia ha tenido la difusión de ideas) pueda publicar un contenido de cualquier tipo en Internet que potencialmente pueda ser escuchado por cualquier persona en cualquier parte del mundo y pueda acceder a casi toda la información que haya sido publicada sobre cualquier tema. Además, puede asociarse de manera rápida y sencilla a otros grupos de personas que compartan esa idea o quieran a su vez difundirla.
Así, el ciudadano del siglo XXI adquiere de facto una capacidad de influir en los demás potencialmente ilimitada.
Como veremos a continuación, este hecho no pasa inadvertido para las organizaciones que dependen de la opinión pública para su propia supervivencia y que tradicionalmente han luchado por hacerles llegar su mensaje.
Los indicadores del cambio
Las agencias de publicidad dirigen ahora sus esfuerzos a escuchar al consumidor y el objetivo tradicional de lanzar un único mensaje al mayor número de oyentes o televidentes, deja paso al de llamar la atención, detectar tendencias e influir sobre ellas a través de influencers y observar comportamientos del ciudadano, que pasa de ser un sujeto que escucha a un sujeto escuchado.
Los medios de comunicación tratan de atraer y fidelizar al oyente anteriormente pasivo y se adaptan a sus preferencias en tiempo real - con el riesgo de que la personalización de los contenidos conduzca a un sesgo informativo de auto-confirmación -. Los contenidos televisivos se personalizan y la creciente industria del entretenimiento trata de dar respuestas diferenciadas según los gustos individuales.
Si hay unas instituciones cuya forma de proceder sirve como representación de la sociedad de su época, esa son los partidos políticos, que tratan de ganarse el voto tomando el pulso a la calle, escuchando la opinión del pueblo, escudriñando junto con sus asesores los datos que arrojan las encuestas, adaptando la estrategia a lo que sea conveniente en cada momento, sometiendo decisiones críticas a la decisión popular, asumiendo en definitiva que las políticas que dan respuestas cortoplacistas a la demanda perentoria de un votante empoderado resultan más exitosas electoralmente. Sin embargo, los grandes retos a los que se enfrenta el mundo actual, muchos de ellos derivados de la propia disrupción tecnológica como es la llamada brecha digital, son problemas complejos de gran calado que precisan de una respuesta política más profunda y pausada.
Las consecuencias del cambio
Como hemos indicado, el individuo ha adquirido una parte de la capacidad de influencia que ostentaban las instituciones, pero no ha reforzado en igual medida su capacidad de resistencia a la influencia de los otros. Como consecuencia de este movimiento sísmico se suceden los acontecimientos provocados por una mayoría de la población influyente e influenciable.
Si consideramos la mayoría de los cambios sociales más trascendentes acaecidos en los últimos años en distintos lugares del globo, observamos en todos ellos las notas comunes de disrupción, caos e imprevisibilidad. Los cambios son disruptivos porque, aunque responden a la voluntad popular, nunca hasta ahora el ciudadano medio había ostentado tanto poder y son imprevisibles porque las decisiones del ciudadano medio son más cambiantes que las de las instituciones que tradicionalmente ostentaban el poder, están más fragmentadas, responden a muy distintos intereses y son más difíciles de controlar.
El empoderamiento de la sociedad en su conjunto es sin duda un movimiento bienvenido, queremos ser rotundos en la afirmación, y las consecuencias que estamos observando son en muchos casos positivas:
• La reivindicación de igualdad de derechos y oportunidades de la mujer es la expresión de una protesta por injusticias cometidas contra la mitad de la población mundial ampliamente silenciada a lo largo de la historia, cuya capacidad de influencia estaba cercenada y que no han sido escuchadas hasta fechas muy recientes en que, de una manera especialmente notoria por la discriminación sufrida durante tanto tiempo, han adquirido voz.
• También la concienciación de la población que ha alzado la voz respecto de la necesidad de protección del medio ambiente ha sido la que definitivamente ha marcado el punto de inflexión para situar la sostenibilidad y la amenaza del cambio climático sobre la mesa y con carácter prioritario de las instituciones globales, partidos políticos y grandes multinacionales.
Sin embargo, no podemos ignorar los posibles efectos negativos apuntados:
• La inesperada victoria electoral de Donald Trump en las elecciones de 2016 fue considerada por algunos un síntoma de debilitamiento de la democracia. No obstante, es indiscutible que su elección fue perfectamente democrática – no la actitud de Trump en muchos momentos de la campaña electoral, durante su mandato, y desde luego en su final, negando legitimidad al resultado electoral, ni la de una parte de sus seguidores asaltando de manera infame el Capitolio -. Precisamente porque el poder se está trasladando de las instituciones al ciudadano medio, fue posible la victoria de un outsider como Donald Trump, alguien que no podría haber aspirado a presidir Estados Unidos si el establishment, los partidos tradicionales, el poder económico y financiero, hubiese tenido suficiente poder como para evitarlo. No en vano, el motivo de su victoria electoral se atribuyó por muchos analistas al descontento de una mayoría de electores blancos con las élites políticas y económicas, a los que pudo acceder con mensajes directos haciendo uso de las redes sociales y valiéndose de lo que se ha llamado “post-verdad”. En definitiva, la victoria de Trump fue una consecuencia clara de la disolución de poder desde las instituciones a un ciudadano influyente e influenciable.
• El Brexit fue igualmente un efecto inesperado e indeseado para el poder político y económico, conscientes de los riesgos inherentes a la ruptura tanto para el reino Unido como para la UE. La mayoría de los políticos británicos, principalmente los laboristas y buena parte de los conservadores incluyendo al por entonces Primer ministro, se oponían a la salida del Reino Unido de la UE, pero parece evidente que las instituciones tradicionalmente poderosas sobrevaloraron su propia capacidad de influencia sobre la opinión pública.
• Los populismos, con independencia de su signo, tratan hoy de hacerse eco de la voz de sus potenciales votantes, sean estos una parte o una mayoría social, ofreciéndoles lo que reclaman en cada momento, sin ambigüedades, con mensajes simples y directos (a veces infundados), buscando los medios para el fin, señalando al contrincante político como causa de los problemas y ofreciendo soluciones aparentemente sencillas pero cortoplacistas a problemas complejos, en una derivada que puede ser especialmente grave en épocas de crisis económica o sanitaria como la que estamos sufriendo todavía en las que el ciudadano reclama a gritos una luz al final del túnel.
• Igualmente, los nacionalismos excluyentes, con independencia de su alcance, apelan a los instintos, al sentimiento de pertenencia, señalan al foráneo o diferente como fuente de los problemas y ofrecen quimeras a cambio de votos, creando tensiones con proclamas maniqueas y fomentando la polarización si con ella se pueden obtener réditos electorales.
El diccionario de la RAE define demagogia como “Dominación tiránica del pueblo” y como “Empleo de halagos, falsas promesas que son populares pero difíciles de cumplir y otros procedimientos similares para convencer al pueblo y convertirlo en instrumento de la propia ambición política.” En nuestro caso podemos decir que el término en cualquiera de sus dos acepciones, en cierto modo interconectadas, está de rabiosa actualidad. El fenómeno es global y pueden encontrarse ejemplos en todo el planeta.
El futuro
La pandemia por Covid que todavía estamos sufriendo en 2021 ha cambiado algunos comportamientos, probablemente de manera definitiva. Desde un punto de vista político, quizá el Estado es una de las instituciones cuyo poder se puede ver reforzado, ya que ha resultado patente que en situaciones críticas, ante un verdadero problema de índole mundial como lo es una pandemia, a la que ningún individuo ni organismo puede hacer frente de manera eficaz, es necesaria la respuesta de un Estado fuerte. Pero también se ha puesto de relieve la importancia de la conectividad, el trabajo en remoto, la información compartida en tiempo real.
El individuo seguirá ganando poder de influencia y como consecuencia, el mundo del mañana se parecerá mucho a lo que quiera el ciudadano medio, y esta es, no nos cabe duda, una buena noticia. Pero un poder fragmentado y multidireccional es más imprevisible e incontrolable. Seguirán existiendo fuerzas que intenten manipularlo y para combatirlas será necesario que el ciudadano tenga la suficiente capacidad de criterio como para discernir las influencias positivas para él y para el conjunto de la sociedad de las negativas.
Sin ese contrapeso, existe un riesgo alto de que los extremismos, populismos y nacionalismos traten de atraer y manejar la voluntad popular con propuestas demagógicas y conduzcan a la sociedad a callejones sin salida. Debemos recordar que el empoderamiento del ciudadano es un fenómeno que está circunscrito al mundo libre y también lo están las amenazas asociadas. Por eso, existe un riesgo de que una parte de la sociedad llegue a considerar a la propia democracia como problema.
La herramienta más eficaz para empoderar al individuo con criterio será, como lo ha sido siempre, una buena educación, pero su importancia será incluso más decisiva en una sociedad con el poder diseminado. En ese escenario, un individuo con la suficiente formación debería tener capacidad de influencia y debería estar abierto a la posible influencia de otros, pero de manera consciente y objetiva, sabiendo oponer la debida resistencia con espíritu crítico.
Para construir un andamiaje educativo fuerte son necesarios recursos, sacrificios y medidas a largo plazo y la tentación de obviar esas políticas es demasiado alta cuando el ciudadano es todavía influenciable. Este riesgo es mayor en situaciones de crisis económica (el mundo parece estar saliendo de la segunda vivida en muy pocos años) en las que la preocupación del votante puede tornarse en desesperación.
Para romper ese círculo vicioso (individuos con voz pero influenciables, políticos que proponen medidas cortoplacistas y polarizadoras), sería necesario llegar lo antes posible a acuerdos generales sobre la necesidad de invertir de manera decidida y constante en una educación de calidad, que dote al individuo del criterio suficiente para elegir de una manera libre, consciente y responsable su futuro.
Bibliografía
• Timothy Levine y Franklin Boster, “The effects of power and message variables on compliance” (2003)
• Bacharach y Lowler, “Power and tactis in bargaining” (1981)
• Max Weber, “Economía y Sociedad” (1922)
• Gustavo Matías “Cuadernos de Economía. Vol. 22 119-164” (1994)
• Moisés Naím, “El fin del poder” (2013)
• ITU Publications, “Measuring digital development” (2019)
1 En este punto el diccionario de la RAE señala, respecto de la acepción que nos interesa, que poder como sustantivo es: “Fuerza, vigor, capacidad, posibilidad, poderío.” Lo cual no viene sino a confirmar lo controvertido del concepto, que se define a través de sinónimos sin explicar en qué consiste.
2 En una línea similar, Gustavo Matías (1994) ha definido el poder como “probabilidad de movilizar recursos materiales e inmateriales para imponer la propia voluntad sobre la voluntad ajena, venciendo las resistencias fácticas o potenciales que se le opongan en el proceso.”
3 Measuring digital development. ITU publications (2019)
Segundo Premio Ensayo corto en español - Profesores y Empleados
La mirada en el espejo
Autor: Álvaro Gaviño González
Profesor Grado en Comportamiento y Ciencias Sociales
España
¿Crees que eres dueño de tus actos y patrón de tu futuro? ¿Qué tienes el control sobre tu vida y que tus decisiones determinan tu futuro? Te equivocas. Es solo una ilusión. Tu futuro está escrito y no puedes hacer nada para cambiarlo.
No me malinterpretes. No hablo del impacto en tu destino de la conjunción de los astros o del karma o de una divinidad antropomórfica que lo conozca todo y por ende tu futuro. Ni siquiera que exista una justicia social o moral que se auto-balancee premiando o castigando nuestros actos de tal forma que vayamos aprendiendo a modularlos, definiendo a la postre nuestro comportamiento.
Simplemente observo que nuestras acciones son consecuencia del pasado. Que el universo está sujeto a unas reglas de la física que son inamovibles y que el futuro se destila de estos elementos. Podemos discutir cuáles son esas reglas. Pero partiendo de la idea de que existen, lo que ha de ocurrir, ocurrirá. Y por lo tanto, con la información y herramientas adecuadas, se podrá predecir el futuro. Mi utopía se construye sobre la asunción de que el mundo es determinista. También sobre la evidencia de que el avance tecnológico nos ayudará progresivamente a decidir mejor, a ser más inteligentes colectivamente y, en resumen, a construir un mundo mejor.
Matando el libre albedrío
En la actualidad no se puede demostrar que el mundo sea determinista o que no lo sea, y es poco probable que podamos llegar a comprobar cualquiera de las opciones algún día. Einstein podría tener razón con su explicación de las características no “encajables” en la física clásica de la mecánica cuántica mediante las variables ocultas que ahora simplemente no podemos ver o que no podemos capturar con la precisión adecuada. Mi conjetura es que el universo sí es determinista o, como mínimo, lo es en la escala en la que vivimos los seres humanos. Por lo tanto, siendo nuestro futuro humano determinista y predecible, el libre albedrío no existe.
Bajo esa premisa, aunque te parezca extraño, ahora mismo no puedes evitar pensar lo que piensas. Seguirás leyendo (o no) estas líneas sin remisión tanto si comulgas con lo anterior como si no. Tu naturaleza humana, con sus instintos más profundos, tu formación, tu educación y creencias (tanto las razonadas como las espirituales o ideológicas), tu entorno y vivencias pasadas, los eventos importantes e insignificantes de tu vida y tu circunstancia actual provocan lo que piensas ahora mismo.
Aunque esto te parezca un panorama horrible, déjame intentar mostrarte que, en realidad, es el camino a la utopía (y que en cualquier caso no puedes evitar caminarlo).
Según articulaba Laplace sobre el determinismo: “Podemos mirar el estado presente del universo como el efecto de su pasado y la causa de su futuro. Un intelecto que en cierto momento fuese capaz de conocer todas las fuerzas que movilizan la naturaleza y las posiciones de todos los elementos que la componen, si además este intelecto fuera también lo suficientemente vasto para someter los datos al análisis, abarcaría en una sola fórmula los movimientos de los grandes cuerpos del universo y los del átomo más pequeño; para tal intelecto nada sería incierto y el futuro, así como el pasado, estarían frente a sus ojos”.
Sobre esa idea, es cuestión de escala tener la suficiente capacidad de cómputo y de captura de datos sobre el estado actual de los sistemas para construir máquinas capaces de predecir el futuro.
¿Predecir el futuro?
Como te decía, la idea es simple. Si el mundo es determinista, se puede simular; y si podemos simular un sistema, podemos predecir con exactitud sus estados venideros.
Simplificando mucho, lo que necesitamos son versiones más complejas de la siguiente idea: imagina una simulación por ordenador de un sistema sencillo compuesto por una caja cerrada y una pelota; conociendo las propiedades físicas de la pelota y de la caja, así como el estado del sistema, podemos determinar dónde acabará la pelota dentro de dicha caja tras darle un empujón, incluso si dicha fuerza inicial provoca que la pelota rebote en múltiples ocasiones contra las paredes, techo y suelo de la caja. Predecir el futuro es tan “fácil” como eso. Sólo necesitamos conocer el estado del sistema y las reglas que lo rigen.
Existen hermanos mayores de este tipo de sistemas que ya están en uso y desarrollo. Son ejemplo de los mismos los modelos de predicción meteorológica, de calentamiento climático, de inundaciones, de crecimientos poblacionales, de propagación de enfermedades... Hay sistemas basados en la llamada Física Social capaces de predecir el comportamiento de las masas ante emergencias durante la evacuación de lugares concurridos como estadios o teatros. Los científicos e ingenieros han substituido túneles de viento, cultivos virológicos y bacterianos reales o maquetas físicas a escala por modelos digitales. La arquitectura e ingeniería civil simulan la viabilidad de edificios y estructuras, así como la ingeniería industrial simula la resistencia y desgaste de todo tipo de componentes. Ya no necesitamos construir un puente para saber si se sostendrá o cuál es su límite de carga ¿No es eso acaso predecir el futuro?
Es cierto que dependiendo de la complejidad del problema y de la posibilidad de captura de datos, la capacidad de predicción varía mucho. Pero ya tenemos ejemplos de aplicaciones de ‘Deep Learning’ como el sintetizado y traducción del lenguaje o la asistencia automatizada para la detección de células cancerosas con resultados que superan la capacidad humana.
Con el paso del tiempo tendremos más y más capacidad de captura de datos y potencia de cómputo. El proyecto ‘Folding@home’, impulsado por la Universidad de Stanford, tiene como objetivo ayudar a los científicos a desarrollar nuevas terapias de enfermedades mediante la simulación de la dinámica de las proteínas. En marzo de 2020 dicha iniciativa declaró haber superado la barrera de la computación a exaescala. Se estima que dicha potencia de procesamiento es equivalente a la del cerebro humano a nivel neuronal.
Por otro lado, el proyecto ‘Human Brain Project’ es un gran proyecto de investigación científica financiado por la Unión Europea a 10 años vista, que tiene como uno de sus objetivos desarrollar la capacidad de mapear el cerebro con un detalle sin precedentes, construir modelos neuronales complejos, ejecutar grandes simulaciones y analizar grandes volúmenes de datos.
Las siguientes paradas son la computación a zettaescala y a yottaescala. La zettaescala nos permitirá predecir el clima global a dos semanas vista de manera precisa. Asumiendo que la ley de Moore permanecerá constante (la capacidad de cómputo quizá incluso acelere si encontramos técnicas más eficientes que las basadas en el silicio) tales sistemas podrán estar con nosotros alrededor del 20301. Por su parte, la computación a yottaescala alcanzará el orden de magnitud computacional necesario para simular el cerebro humano a nivel molecular2. No olvidemos por otro lado que Nature publicó en 2019 que la supremacía de la computación cuántica, que es capacidad de ésta para resolver problemas que los ordenadores clásicos no pueden) ya se ha alcanzado3.
Todo apunta a que, con la mera evolución y aceleración constante de la innovación tecnológica, en el futuro podremos predecir más y más futuros… y de manera más fiel. Se desarrollarán métodos capaces de simular el funcionamiento de sistemas mayores y más complejos, con acceso a una cantidad de datos cada vez mayor y capaces de sintetizar las reglas que los gobiernan.
El camino que nos llevará a predecir el camino
Mejorando decisiones mientras predecimos futuros parciales
Desde luego será una evolución. No surgirá de la noche a la mañana una inteligencia superior capaz de predecir el futuro. Será un proceso. Antes de llegar a la simulación del futuro total, a ese oráculo sintético que lo responda todo, surgirán agentes y sistemas inteligentes de todo tipo que nos ayudarán a predecir pequeños futuros y a mejorar nuestra toma de decisiones. Su proliferación liberará a los humanos de cometer multitud de errores, entendiendo los mismos también como elecciones sub-óptimas.
De manera natural se irá evolucionando hacia un balance en el que cada vez más y más decisiones sean delegadas a las máquinas, asistiéndonos a distintos niveles:
Decisiones individuales
Además de atendernos en multitud de tareas automatizables, los asistentes inteligentes acabarán con nuestros sesgos. Minimizará los errores sistemáticos que cometemos continuamente en nuestra toma de decisiones. La economía de la conducta o ‘Behavioral Economics’ se ha encargado de desterrar la idea del hombre actual como homo economicus, base de muchas de las teorías de la economía clásica. El homo economicus es completamente racional, de preferencias claras y estables, con acceso total a la información disponible, capacidad total de análisis de la misma y maximizador de la función de utilidad en las decisiones que toma, siempre. Cada vez hay más evidencias científicas que demuestran que los seres humanos no somos así. De hecho, lo anterior parece más la descripción de una máquina sujeta a reglas y algoritmos que la de un ser humano.
Cuando entendamos profundamente las reglas que nos rigen, comprendiendo nuestros ‘Animal Spirits’ acuñados por John Maynard Keynes en su libro de 1936, Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, o incluso nos saltemos ese paso, simulando nuestros cerebros, conociendo siempre el siguiente pensamiento, seremos capaces de generar ayudantes que nos “des-sesguen”. Éstos ayudantes (que no tendrán por qué ser antropomórficos - quizá más bien Pepitos Grillos digitales) nos ayudarán a tener una vida más saludable, a mejorar nuestra salud financiera, a cerrar la brecha entre nuestras intenciones y nuestras acciones o a, simplemente, decidir mejor y conseguir los objetivos que nos proponemos. No sólo nos mostrarán la mejor decisión a tomar, sino que, al poder computar nuestros sesgos de antemano, serán capaces de prepararse para que no les hagamos caso, desarrollando estrategias para maximizar el beneficio perseguido (individual, grupal y general), aun cuando nuestra naturaleza nos ponga trampas.
Permíteme cambiar a modo fábula para ilustrar la idea... Un hombre va camino de la entrevista de trabajo más importante de su vida. Va vestido con su mejor traje y con zapatos recién estrenados. Es el puesto de sus sueños. Ese que ha estado anhelando y por el que lleva luchando años. Ha pasado todas las rondas anteriores y esta es la entrevista final; prácticamente un trámite para la firma del contrato. Sólo tiene que aparecer para que el puesto sea suyo. En caso contrario se lo darán a otro. En su camino a la entrevista, cruza un puente sobre un río desde donde escucha el llanto de un niño que se está ahogando. Sabe que si se lanza a salvarlo arruinará su aspecto, llegará tarde y con toda probabilidad perderá el puesto de su vida.
La mayoría de los seres humanos se lanzarán al agua sin dudarlo y salvarán al niño. Por el contrario, un homo economicus, al ser completamente racional, se prometería a sí mismo donar por ejemplo el 10% de sus ingresos futuros a comprar vacunas o alimentos para los niños de países desfavorecidos. Con un 10% de salario de por vida es seguro que salvará la vida de miles de niños.
La moraleja sería aplicable a decisiones menos extremas. Por suerte no nos enfrentamos diariamente a decisiones de las que dependa la vida de un niño ¿o sí? Tomamos millones de decisiones durante nuestras vidas en las que, con ayuda, podríamos ser algo más racionales (o responsables si lo prefieres) maximizando beneficios a múltiples niveles. Al igual que el hombre del puente, podremos decidir tomar decisiones no viscerales o no evidentes que salvarán más vidas, que mejorarán la existencia de los demás sin perjudicarnos a nosotros mismos. A conseguir un bien común superior sin tener que renunciar a beneficios personales.
Progresivamente iremos confiando cada vez más en estas inteligencias exteriores que nos permitan decidir mejor. Dónde invertir, qué casa comprarnos, a qué institución confiar la educación de nuestros hijos o qué carrera cursar para labrarnos un buen futuro. En lugar de confiar esas decisiones a nuestra racionalidad limitada (equivalente en muchos casos a lanzar los dados a cada paso que damos), nos dejaremos asistir adoptando elecciones cada vez más versadas apalancándonos en la disponibilidad de datos y ponderando en ecuaciones, por ejemplo, el mercado laboral y sus proyecciones futuras así como nuestras habilidades intelectuales y su adecuación a distintos campos de estudio o de desarrollo profesional.
Y, ¿por qué no? con quién emparejarnos y otras decisiones vitales o triviales. En realidad ya está ocurriendo. La “plataformización” de todo tipo de servicios es un hecho. Dichas plataformas, además de tener un catálogo de “productos” sobre los que poder elegir haciendo búsquedas por criterios propios (en ocasiones sesgados, no tienen por que ser los mejores) u ofrecernos simples emparejamientos por afinidades, pueden ya, o podrán aconsejarnos, sobre cuál es la mejor decisión. Existen ya de hecho plataformas de asesoramiento sobre servicios de terceros. El ‘advice’ es parte de la estrategia de grandes multinacionales, donde aconsejar será el único activo diferenciador sobre la competencia, dada la creciente comoditización de productos y servicios.
Y eso lo cambiará todo. Nuestros hábitos, decisiones de compra y consumo inciden en el mundo mucho más que nuestro voto. Una de las bases de la utopía que defiendo será hacer que nuestras decisiones sean responsables también para con los demás y con el planeta. Se podrá acuñar un nuevo lema revolucionario del estilo ‘el poder para el pueblo [asistido en sus decisiones por sistemas de inteligencia artificial]’.
Inteligencia colectiva
De igual manera se mejorarán las elecciones de las organizaciones. Al propio beneficio indirecto para los colectivos derivado de la mejora de decisiones individuales, se sumará, por fin convertido en realidad el tan manido concepto de “decisiones basadas en datos”. Se diseñarán estrategias asistidas valorando multitud de dimensiones y no solo el impacto en la cuenta de resultados, sino también las consecuencias sobre los clientes, empleados, medio ambiente y sociedades en las que se opera. En algún momento las dimensiones anteriores serán indivisibles y la propia estrategia integrará los objetivos de negocio y los de responsabilidad social, entendidos en su expresión más amplia.
Aprenderemos a pensar de manera colectiva para tomar mejores decisiones. Thomas Malone, profesor del MIT Sloan School of Management, tras décadas de investigación escribió en su libro de 2004 ‘The Future of Work’, sobre cómo la tecnología afectará a los trabajos del futuro, cómo serán, nuestras nuevas relaciones con el entorno laboral. En trabajos posteriores describe cómo en el futuro (para mí, presente) los seres humanos y las máquinas trabajarán unidos alcanzando una “inteligencia colectiva” superior. Ya en su introducción lanza la siguiente pregunta ‘¿Cómo personas y ordenadores pueden conectarse de tal forma que actúen más inteligentemente que cualquier persona, grupo o computador lo haya hecho anteriormente?’ Y da respuesta apartándose de visiones agoreras sobre la innovación y la dependencia tecnológica.
En realidad, esa evolución hacia la inteligencia colectiva es un largo camino que comenzó con la compartición del primer invento del ser humano. Los propios descubrimientos, nuestra naturaleza hiper social y nuestra capacidad para compartir información, han ido haciendo el resto.
Ya tenemos inteligencias artificiales que nos asisten en el entorno laboral en tareas creativas hasta hace poco supuestamente vetadas a las máquinas. Programas capaces de iterar miles de soluciones de estructuras de edificios o bastidores de coches, armazones para drones, piezas aeronáuticas o cualquier diseño industrial parametrizable. Funcionan a partir de las definiciones del usuario de las variables que se quieren maximizar (el espacio habitable o la luminosidad de las estancias en los edificios, por ejemplo). A partir de ellas el programa se encarga de diseñar automáticamente miles de variantes dejando elegir al operador humano la que más se ajusta a la necesidad final. Estas ADI (Artificial Design Intelligences) pueden también asistir en el diseño de páginas web para mejorar la experiencia de los usuarios y, en su caso, optimizar por ejemplo también las conversiones de visitas en ventas.
Las empresas y organizaciones aprenderán del resultado cuantitativos de sus comunicaciones y del distinto desempeño de las mismas, recabando datos de la reacción humana a las diferentes variantes en diversas audiencias. Serán la reacción y predicción del comportamiento de los clientes ante distintas campañas (generadas de manera asistida o incluso completamente automática) las que las definan las campañas futuras. Conseguirán acercarse al santo grial de la hiper personalización, maximizando sus resultados, pero molestando menos a sus clientes y prospectos, siendo más relevantes y ofreciendo productos y servicios sólo a los interesados o a aquellos que los necesiten. Se cometerán también menos errores de comunicación o fiascos en campañas. En última instancia, las empresas adaptarán la propia naturaleza de sus productos a las necesidades de sus clientes, con una aproximación sistemática y dirigida.
A la postre, las organizaciones que adopten estas vías, aprenderán a hacer dinero sin tener que perjudicar el bienestar de los trabajadores, de los clientes, de la sociedad o del medio ambiente, quedando el resto en desventaja competitiva.
Los gobiernos
Déjame sospechar, que la capacidad legislativa y ejecutiva de nuestros gobernantes es mejorable ¿Y si en el futuro pudiéramos ponderar reglas en vez de elegir representantes? Nos daremos cuenta que la mejor manera de otorgarnos normas y de hacer que se cumplan será a través de la utilización masiva de información y de algoritmos, que por un lado la procesen y por otro lado optimicen los resultados perseguidos por las normas. Se aplicarán a la regulación, a la aplicación de la ley y, en general, a cualquier aspecto de la vida cotidiana, como por ejemplo el diseño y gestión de infraestructuras sanitarias, educativas, de transporte, etc. No olvidemos que ya nos regimos por algoritmos, actualmente en forma de leyes y sus correspondientes organismos de control.
Si bien está claro que este camino no está exento de riesgos, que habrá que controlar, tiene también la potencialidad de otorgarnos sociedades más justas; de garantizar los principios de igualdad objetiva ante la ley; de proveernos de sistemas libres de corrupción; de acabar con ineficiencias y despilfarros. En 2017 Deloitte calculó que el ahorro estimado de la automatización del gobierno de EE.UU. podría suponer un ahorro potencial de entre 3.300 millones y 41.100 millones de dólares al año. Imagina lo que podrían hacer los gobiernos con tales recursos liberados. Hablando de la asignación de recursos, estos sistemas tendrían la capacidad de asignarlos de manera efectiva y global en multitud de escenarios. Imaginemos necesidades de apoyo entre administraciones o regiones para completar tareas más rápidamente o la asignación de recursos materiales, energéticos o humanos dependiendo de la situación. La gestión de catástrofes de manera efectiva y sin demoras salvarán vidas. Se eliminará paulatinamente también el fraude, no sólo fiscal, sino también en el acceso a prestaciones.
Simulación global
Llevando estas inteligencias o sistemas al extremo, obtendríamos un simulador total del universo capaz, como describía Laplace, no sólo de predecir el futuro, sino también el pasado. Muy posiblemente alcanzaremos la simulación de sistemas completos a nivel molecular, de manera que no codificaremos reglas psicológicas del individuo, sociales de colectivos o del funcionamiento de sistemas parciales sino directamente reglas físicas sobre el estado de la materia. Conociendo el estado de todas las moléculas del universo, en teoría, con la suficiente capacidad de cómputo, se podría simular la realidad futura. Completamente.
Obtendremos la posibilidad de calcular el efecto mariposa de nuestras preferencias y elecciones y, maravillosamente, poder actuar sobre esos futuros antes de que ocurran. Recibiremos el don de evitar los tornados futuros de las decisiones presentes.
El basilisco de Roko
O cómo la tecnofobia se repite frente a los avances disruptivos
La pregunta es ¿Queremos ese don? ¿Debemos ambicionar predecir el futuro? ¿Querremos darle al botón de rebobinar y poder visualizar el pasado hasta el origen de los tiempos? ¿Valdría la pena visualizar las vivencias de Colón (y saber por fin donde nació), contemplar las conversaciones de cama de Napoleón o las disputas en las últimas horas del gabinete de Hitler…? ¿Sería útil confirmar las teorías de la evolución de las especies, de la extinción de los dinosaurios o retroceder hasta el Big Bang? ¿Pretendemos reescribir la historia?
Es más, siendo esto posible ¿Qué pasará con la intimidad? ¿Tendrá esa máquina control total? ¿Nos gobernará ejerciendo un poder de supervisión insalvable? ¿Reescribirá la historia? ¿Nos subyugará haciéndonos trabajar para ella?
¿Aterrador verdad?
El basilisco de Roko es un experimento mental (curiosidad o juego, diría yo) en el que se propone que una inteligencia artificial futura, con recursos ilimitados, tendría incentivos para castigar de manera retroactiva a aquellos que, habiendo imaginado su nacimiento futuro, no hubieran trabajado en su construcción. Y lo que es, en mi opinión, más perverso y a la vez más bello del planteamiento es que el mero hecho de conocer esta idea, como la conocéis los que la estáis leyendo ahora por primera vez, pone al receptor en riesgo de esos mismos castigos en caso de no ayudar en su concepción o simplemente por poner obstáculos para la misma.
Expongo este experimento con la mera intención de negar que ocurrirá. Ilustra claramente nuestra aversión al riesgo que se dispara ante cambios importantes o la incertidumbre, aunque el origen sea una probabilidad remota y muy distante en el tiempo. Más aún cuando hablamos de nuestro propio futuro (aunque sea el de futuras generaciones) y de nuestra libertad (aunque, te recuerdo, en realidad no somos libres). Es una reacción muy común en la historia de la humanidad, el miedo a las nuevas tecnologías, incluso el pánico hacia lo nuevo y desconocido. Son muchos los ejemplos. Preguntadle a los primeros navegantes guiados por mapas rematados en abismos y plagados de bestias marinas desconocidas. A principios del siglo XIX, con la aparición de los primeros trenes de pasajeros, los periódicos no dudaron en advertir sobre los dañinos efectos que tendrían en el cuerpo humano aquellas “diabólicas velocidades” de 50 kilómetros por hora. De la misma manera, la proliferación de cables eléctricos en las ciudades alentó el pánico de la sociedad. En los periódicos de la época surgían viñetas demonizando las líneas de luz y su aceptación no estuvo exenta de polémica.
Es muy posible que tú mismo estés en fase de negación ahora mismo... Dirás ¡No es posible! ¿Cómo no va a existir el libre albedrío? ¿Cómo va una máquina a predecir el futuro? Y si lo hace ¿No será ese el fin de la libertad?
Niego la mayor. Roko no nacerá. Pero el anti-roko sí. Resulta menos morboso pero más probable que la evolución tecnológica nos otorgue uno o varios anti-rokos. Inteligencias artificiales que como tantas otras innovaciones serán nuestras herramientas, nuestras aliadas. Serán aparejos a nuestra disposición, al fin y al cabo diseñados por nosotros. No nos avasallarán. Nos asistirán. En caso contrario tendremos siempre la posibilidad de tirar del cable.
Y por fin, la utopía
O como mínimo, el máximo estado utópico posible
Dice la mitología que hay varios métodos para acabar con un basilisco. Entre ellos están utilizar el olor de una comadreja –su peor enemigo–, hacerle oír el canto de un gallo –lo aterroriza– o enfrentarle a su propia mirada en un espejo. De entre las anteriores me quedo con la última. Al mirarse en sus propios ojos en un espejo, el basilisco queda petrificado. Se podría adaptar el célebre pensamiento de Thomas Hobbes “el hombre es un lobo para el hombre“ aceptando que el verdadero basilisco del ser humano es el propio ser humano. Y que uno o varios sistemas super inteligentes serán el espejo que aniquile el basilisco que los humanos llevamos dentro. Esa mirada capaz de petrificar nuestra peor parte, que reflejando únicamente nuestra mejor versión nos mostrará el camino para alcanzarla. Ese espejo nos permitirá identificar claramente nuestras miserias como sociedad global canibalizadora de recursos naturales y de nuestros semejantes. O, si lo prefieres será el canto del gallo que nos despertará de nuestra ensoñación en dioses terrenales, corrigiendo nuestros errores, permitiendo por fin conjugar los intereses del individuo con los de la sociedad y del planeta.
Y será bueno para todos. Y las máquinas no nos comerán. Ni nos destruirán con su mirada. Ni nos castigarán por no haber arrimado el hombro en su concepción. Ni a nosotros ni a nuestros descendientes. Ni habrá guerras hombre-máquina por el control de los recursos. Tampoco surgirán plagas de autómatas soldado diseñadas para exterminarnos. La tecnología seguirá siendo de nuestro dominio. Como el fuego, el martillo o la energía atómica. Y como en estos casos tendremos que aprender a dominar nuestros propios avances.
Y esa es la utopía que creo que vendrá de la mano de la ciencia. Resurgiremos como una nueva especie, en sintonía con los demás y con el planeta (de la mano de las máquinas). Dejaremos de tomar decisiones irracionales. No habrá cabida para delitos contra otros ni contra el planeta. Nuestros problemas pasarán a ser otros. Seremos más felices. Seguirán existiendo problemas insalvables como ahora, tales como enfermedades o muertes no evitables. Nos deprimiremos por banalidades, justo como ahora. Algunos se revelarán contra el sistema, justo como ahora. Pero mejoraremos tantos aspectos de la vida en general que merecerá la pena.
Aunque quizá a veces sea más fácil y efectista mostrar los efectos adversos de la innovación y el desarrollo, en términos generales han sido positivos para la humanidad. Nunca antes en la historia de la humanidad había habido mayor bienestar, menos conflictos armados y menos muertes violentas. La desigualdad, por mucho que se diga lo contrario se ha reducido. Siempre hemos ido a mejor gracias al conocimiento, la innovación tecnológica y el progreso en general.
Y estos serán avances progresivos en esa misma dirección, pero tan profundos que nos permitirán anhelar el mayor de los objetivos. La justicia total. La solución para los grandes males del mundo.
Imagina conmigo. Imagina una sociedad en la que la aplicación de la justicia fuese objetiva, fundamentada sobre hechos ciertos y lejos de las interpretaciones de jueces humanos. Un mundo en el que fuéramos capaces de redistribuir la riqueza sin perjuicio para los que ya disfrutan de bienestar, en la que terminásemos con la desigualdad, origen de movimientos migratorios, conflictos, hambre y crisis humanitarias en general. Un mundo en el que pudiéramos erradicar multitud de enfermedades identificando causa-efecto o simplemente evitándolas o tratándolas antes de su aparición. Un mundo en el que se tomarán decisiones racionales para optimizar la transición energética, al margen de intereses particulares e inercias colectivas. Un mundo, también, en el que modificaremos nuestros hábitos para minimizar nuestro impacto personal sobre el planeta. Un mundo en que podremos preveer acontecimientos catastróficos como fenómenos climatológicos extremos, erupciones volcánicas, terremotos o tsunamis, y prepararnos, como mínimo, con el tiempo suficiente para minimizar sus efectos. Un mundo en el que tendremos certeza de las noticias. En el que los hechos serán los hechos. No habrá versiones diametralmente opuestas y se llegará a grandes consensos sobre multitud de temas. Un mundo en el que, a la postre, desaparecerán los partidos políticos. No habrá a quién engañar. No será posible influenciar con mensajes parciales, con información incompleta o sesgada. Desaparecerá el nepotismo y la corrupción en general… En definitiva, un mundo cada vez mejor.
Al igual que con cualquier otra tecnología bien construida, seremos conscientes de que es lo más cercano a la perfección y a la justicia que podamos lograr en cada momento del tiempo y alcanzaremos la máxima felicidad que nuestra biología personal y suerte nos permita. Un poco igual que ahora pero de manera maximizada y asistida.
Y siendo así, nos dejaremos dominar porque no lo estaremos más que ahora. Será una simbiosis hombre-máquina alcanzada de manera progresiva. Como la propia de la evolución de las especies. Seremos asistidos para hacerlo todo mejor. En cualquier caso ¿Quién nos domina ahora mismo? ¿Las organizaciones, los gobiernos, los mercados, nuestros propios instintos…? ¿Qué gobiernos son esos? ¿Son justos? ¿Quién decidió el tipo de gobierno del país en el que nos tocó nacer? ¿Quién gobierna? ¿Son los mejores de nosotros? ¿Son nuestros instintos mejorables? ¿Podemos deshacernos de los sesgos que nos llevan a tomar malas decisiones? Digamos como mínimo que existen muchas versiones de nuestro yo, derivadas de las decisiones que tomamos. El nuevo régimen no estará sujeto a gobiernos humanos ni sus más bajos deseos: avaricia, anhelo de poder, soberbia, envidia…
Tendremos mayor control para decidir entre las posibles versiones del mundo, estableciendo relaciones entre nuestras acciones y las consecuencias que tienen. Llegará el momento en el que dependiendo del peso de dichas consecuencias futuras, incluso las decisiones a corto plazo podrán ser tomadas con mesura y con grandeza de miras. El bien común se pondrá por delante del particular, siendo el bien particular la base del bien común, dejando espacio incluso para la libertad personal. Por fin será factible poner en práctica el utilitarismo filosófico de Jeremy Bentham y John Stuart Mill, calculando con cierta certidumbre las mejores acciones (que son las que producen la mayor felicidad y bienestar para el mayor número de individuos involucrados y maximizan la utilidad).
Aceptaremos sin pensar demasiado la contradicción de vivir en una geniocracia ajustada por los hombres pero cuyos genios no son humanos, provista por una o varias máquinas que provocará un intervencionismo profundo pero bueno. Los gobernantes filósofos de la república de Platón serán algoritmos. Ellas serán capaces por fin de proveer justicia a la humanidad.
Resultará finalmente una cibercracia amplia y profunda que no sólo definirá y eficientará la relación entre los distintos actores de la sociedad sino que hará del mundo su mejor expresión. Esa que solo está en nuestros mejores sueños. Una autocracia no totalitarista, en constante evolución, re-calculándose y balanceándose continuamente para estar en cada momento lo más cerca posible de la justicia completa. Esa inteligencia no única pero global, con bondad total y respeto absoluto por el bien común y particular.
Daremos el siguiente paso evolutivo convirtiéndonos en el homo sapiens iustum (justo).
Y de nuevo nos dejaremos dominar. Y será precioso. Casi perfecto.
1 DeBenedictis, Erik P. (2005). "Reversible logic for supercomputing". Proceedings of the 2nd conference on Computing frontiers. pp. 391–402.
2 Markram, Henry (2017). “The preliminary work for simulating the human brain is already under way”. IEEE Spectrum talks on brain simulation.
3 Arute, Frank; Arya, Kunal; Babbush, Ryan; Bacon, Dave; Bardin, Joseph C.; Barends, Rami; Biswas, Rupak; Boixo, Sergio et al. (2019-10). «Quantum supremacy using a programmable superconducting processor». Nature (en inglés) 574 (7779): 505-510.
Tercer Premio Ensayo corto en español - Profesores y Empleados
Sobre la Inmediatez
Autor: Nina Morillas
Staff-Registrar´s Office Madrid
España
Introducción:
Me sorprendí a mí misma muy enganchada a Instagram. IG es una red de lo más apetecible, bonita y colorida, a veces hasta interesante. En el tamaño de pantalla como el de la palma de la mano, he llegado a visionar reels y presentaciones, fotos, imágenes tratadas y pequeños canvas durante horas y horas a base de la suma de segundos y minutos (o por lo menos eso decía mi informe semanal de uso, al que no daba crédito) de contenido aparentemente necesario, sin inmutarme.
Con pocos días de uso, pongamos unas semanas, he llegado a notar cómo mi memoria se volvía cada vez más cortoplacista, hasta ser casi instantánea. Instantánea en su desaparecer, no en su creación. Mi memoria se veía cada vez más menguada y anoréxica. Pensé, con preocupación, en las consecuencias y en el influjo que esto podría tener, de alguna manera, en el aprendizaje y en otros parámetros de nuestro día a día.
¿Esta memoria menguante es debida a la comodidad a la que de repente se ha acostumbrado mi cerebro en su forma de prestar atención?
Independientemente de que, además, sea imparable la introducción de los dispositivos electrónicos en el día a día (realmente bien equipados, dulces y adictivos), creo que es importante hacer una pequeña reflexión sobre el efecto que tiene la inmediatez en nuestra memoria, atención y aprendizaje para por lo menos, tomar ciertas actitudes al respecto.
Sobre los efectos de la inmediatez en nuestra capacidad de aprendizaje.
Todos sabemos que la cultura de la inmediatez produce stress e insatisfacción a largo plazo ya que las necesidades no satisfechas acaban generando ansiedad. En todos los artículos de salud relacionados con el tema, nos recomiendan “disminuir el contacto con los dispositivos digitales, los dispositivos móviles y cuidarnos, llevando una vida sana”. Hala, ahí queda eso.
El contexto de la digitalización ofrece inmediatez de respuesta a todas nuestras necesidades. ¿Qué garantías o estabilidad tiene el aprendizaje recibido en este contexto de digitalización?
El consumo de esta inmediatez es algo a lo que nos hemos habituado y normalizado. No nos engañemos, todos la consumimos en mayor o menor medida y hace parte ya de nuestro día a día, y no pretendo alertar sobre algo obvio y muy penetrado ni hacer definiciones con paños calientes. Hoy en día, hay que ser un auténtico outsider para poder combatir el exceso de consumo de estos dispositivos.
Los efectos que esta inmediatez produce sobre nosotros son variados: alejamiento de nuestra propia auto percepción, distancia del entorno inmediato, desinformación relacionada con los procesos naturales de por sí - los de la naturaleza que sabemos que llevan un tiempo.
Inmediato también es el consumo de otras redes y usos de internet, e inmediatez de respuesta, inmediatez de saciedad de satisfacción e inmediatez en la resolución de dudas, es lo que se espera de éstos. Como he necesitado volver y disfrutar de nuevo del visionado de estas imágenes, me he llegado a preguntar como lidian las personas que están aún más expuestas que yo con todo el mundo virtual de las redes, de lo visual, de la inmediatez del consumo.
En sí, la inmediatez no tiene nada de malo o de anormal. Más bien se ha convertido en necesaria y práctica, pero ¿qué pasa si nos entrenamos sólo de esta forma para obtener todo de forma inmediata?
La inmediatez afecta al descanso, al asentamiento del conocimiento, provoca obsolescencia psicológica (término de nueva cuña muy interesante) y aumenta de forma exponencial el efecto de insatisfacción permanente.
La inmediatez es necesaria a una edad, pero no se debe practicar desde el cerebro aún en fase de maduración. La inmediatez está reñida con el aprendizaje y la memoria y con la permanencia, lo que llamaríamos el paso a lo “adquirido” y a la incorporación del aprendizaje en nuestra memoria.
Pienso que, además, produce efectos negativos en el proceso de aprendizaje y en la memoria a largo plazo. La inmediatez y la cantidad de información que recibimos influye en nuestra atención y en la capacidad de aprendizaje y están realmente afectados por esto.
El aprendizaje es necesario para crear y construir nuestra personalidad y nuestra entidad. Que voy a alabar yo ahora del aprendizaje que no sepamos. La memoria es necesaria para el proceso de aprendizaje y la memoria es incompatible con la inmediatez y con la futilidad y, por ende, inexistente.
La gran mayoría de consumidores de estas redes, con noticias, textos, imágenes tan atractivas como inmediatas, somos jóvenes. Entendiendo jóvenes como el rango de edad de los que estamos en vida profesional activa (desde la generación baby- boomers hasta los Millenials. Dejo a la generación Z fuera de este periodo por considerarlos aún en “construcción”.
Pero ciertamente no reacciona igual el cerebro del joven algo más maduro que el que está aún en proceso de maduración a la hora de ver afectada su memoria.
En todo este panorama no puedo evitar añadir referencias del cerebro demente con el que he convivido a través de la gestión de unos centros de día para Alzheimer, durante más de 25 años. El cerebro de la persona afectada de demencia diluye su memoria y la atención no es sostenida por más de un minuto, y lo último que me quisiera imaginar es acabar en un escenario parecido de forma precoz.
Vemos como lentamente, la memoria desaparece del plano del largo plazo. La memoria pasa a ser algo momentáneo, casi confundible con la atención. Y tan obsolescente como los mismos productos que consumimos.
Si pensamos que la memoria de los dispositivos electrónicos llega a ser de 512 GB (esto lo he buscado en internet, porque mi móvil no llega ni a los 16 G y me parecía hasta normal) y que la del ser humano se mide en terabytes, creo que no tenemos que temer implantes ni chips prodigiosos.
Está bien aligerar nuestra memoria de cosas superficiales endosándoselas a los Gigas del móvil, y utilizando internet como memoria externa pero no podemos olvidar ni descuidar la otra memoria, muy necesaria, para generar conocimiento a largo plazo, vital para nuestra propia creación e identidad.
La memoria que genera este conocimiento necesita tiempo. Necesita tiempo para asentarse, asimilarse y generar de forma consolidada las conexiones sinápticas. Para poder fijar la memoria es necesaria una buena atención y ésta, necesita, además de motivación, interés (o curiosidad), y “madurez”. Madurez que se consigue con cierta intensidad y tiempo. Incompatible con la inmediatez y a la volatilidad que se experimenta hoy en día y con la falta de estabilidad en el largo plazo.
El cerebro de la demencia no tiene memoria, debido obviamente a una enfermedad neurodegenerativa, mientras que el cerebro por madurar no tiene suficientes recursos ante estos “ataques”. El cerebro maduro si cuenta con algún que otro recurso, pero también sufre erosión (como el mío en mi fase de adicción a Instagram). ¿Se parece en algo un cerebro por madurar a un cerebro afectado por demencia? ¿son la atención y la memoria los elementos comunes que hay que cuidar? El parecido puede hacer un buen pronóstico de cómo puede mantenerse el cerebro adolescente si continúa expuesto sin “prevención” a los excesos de la sociedad digital.
La memoria está ligada a la atención y a la concentración. La atención es el pilar más importante en el proceso de aprendizaje porque supone un prerrequisito para que ocurran los procesos de consolidación, mantenimiento y recuperación de la información. Muchos estudios del campo de la educación y la neurología han demostrado que la atención es básica para la creación de nuevas conexiones neuronales y para la formación de circuitos cerebrales estables. La generación de circuitos y conexiones neuronales estables y duraderas solamente ocurre cuando se presta atención. Y ahora que la atención es tan vaga y frágil… ¿qué aprendizaje consolidado es el que puede haber? ¿cómo podemos consolidarlo?
Es evidente que la escasa práctica de la atención viene dada por el contexto de digitalización o el uso tan cotidiano de lo digital. Cada vez más a menudo, se diluye el concepto de la reflexión, del análisis y la consolidación en el ámbito del aprendizaje. Lo abstracto y conceptual no pasa por este exceso de lo visual, el registro en la memoria y las conexiones sinápticas. La sobreestimulación visual y de recepción pasiva es cada día más habitual.
A esto le añadimos la falta de descanso cerebral que tenemos (acostarse al lado de un dispositivo para “ver las últimas notificaciones o noticias” no solo excita el cerebro en el momento, tiene efecto duradero incluso en estado REM), tan necesario en nuestra especie y como consecuencia, se ve mermado el asentamiento y la consolidación del aprendizaje.
La atención y la memoria acaban siendo fútiles y pasajeras una vez satisfechas las necesidades, además de inservibles e inútiles en este escenario de la inmediatez. ¿qué consecuencias tendrá para nuestra especie esta nueva categoría que tendrán?
Y también, debemos tener en cuenta que no se completan las tareas porque falta el elemento paciencia y contención, que han sido totalmente apartados del entrenamiento y uso diarios ante la facilidad de respuesta que dan los dispositivos digitales y las redes. El concepto de tiempo se ha convertido en una sucesión de minutos o lo equivalente a una explosión de supernova, todo lo contrario, a la lenta estratificación de las capas terrestres.
¿Qué se puede hacer? ¿Hay que crear defensas o hay que disminuir el uso de tecnologías ante estas consecuencias? Contar desde ya con que el aprendizaje y la consolidación de contenidos sean mucho más vulnerables y volátiles, es tomar una actitud de resignación que no ayuda a solucionar el problema.
Se podría empezar por trabajar y ejercitar de nuevo la memoria conceptual, el hábito y el ejercicio de escritura, así como ejercitar la lectura (leer sobre soporte papel). ¡Basta ya de tanta imagen y cultura de lo visual! Estoy convencida de que estas actividades ayudan a generar el surco del conocimiento en el cerebro.
No estoy segura de que podamos poner en justa medida el uso de los dispositivos electrónicos para nuestro beneficio. La cultura de lo visual y la cantidad de recepción pasiva a la que nos exponemos es constante, y esto es precisamente, lo que configura esta cultura de la inmediatez. No olvidemos lo adictivo, por lo atractivo, que es. Y el circulo de las resoluciones inmediatas, del que es difícil salir.
Ejercitar el tiempo de variadas maneras, desde reflexionar o practicar Mindfullness, aunque esto sea para los más expertos en autogestión, a observar los tiempos de la Naturaleza, nos puede enseñar que, en un estado natural, no existe la inmediatez (salvo en contadas situaciones) o a buscar las palabras en el diccionario o la enciclopedia (si, en el diccionario de papel-papel, me refiero a la de las tapas duras). Mirar mapas e interpretarlos.
Usar el soporte papel o físico para la lectura -literatura en general o de prensa (personalmente he vuelto a leer con avidez todo tipo de revistas y periódicos tras la pandemia, tanto en cafeterías como en domicilio o en espacios abiertos, con tal de ejercitar y aliviar la vista ante la conexión constante a través de las pantallas), recuperar los catálogos impresos o los folletos explicativos.
¿No es todo esto acaso un ejercicio que requiere tiempo y por esto mismo, se asienta mejor en nuestra memoria?
En contra de esta postura, posiblemente aparezca la de “Leer y escribir en papel va en contra del paperless”. No nos pongamos quisquillosos. Leer en soporte e-book es, también, leer. Pero leer en soporte papel es parte del ejercicio de conexión con la realidad física que propongo. Podemos fomentar el uso de bibliotecas y la filosofía del compartir. Además, hay otras estrategias a favor del medioambiente, igualmente aplicables a nivel cotidiano como medidas de sostenibilidad. Hasta el más nimio y banal ejercicio cotidiano de apagar las regletas, apagar los dispositivos de redes inalámbricas, el WiFi y poner en modo avión el móvil pasando por, apagar el reloj digital del horno.
No creo que haga falta proponer volver a las reuniones F2F- tanto profesionales como extraprofesionales- ya que, en nuestra cultura y sociedad, estamos contando los minutos para que esto sea posible.
Podríamos trabajar y potenciar el efecto “Teddy bear” sobre lo que se hace para reforzar la atención y por tanto, crear conexiones y aprendizaje con más solidez. Así, tendríamos que incorporar componentes emocionales y afectivos, para reforzar la atención y la memoria y por tanto el aprendizaje.
Y de nuevo, pienso que va a ser un alivio para nuestra carga cerebral. Las pantallas solo cultivan el sentido de la vista y el oído. El tacto, el olor, el sabor aún no han sabido colarse en el ámbito digital.
Debemos influir en este proceso de aprendizaje adaptándonos a nuestra realidad y nueva situación de bombardeo implacable y sucesión trepidante de imágenes y conexiones inmediatas y de los conceptos que se hacen virales. Para ello propongo incorporar a ciertas rutinas que nos acerquen más a la realidad física y que nos despeguen de lo virtual, en la medida de lo posible, con ahínco. Y debemos adaptarnos, pero con un mínimo control sobre las riendas.
Por último, no nos queda otra que aceptar la realidad de los próximos años, donde el escenario nos presenta una sociedad muy dependiente de herramientas tecnológicas para acciones de lo más diverso (para consultar constantemente, para orientarse, para medir parámetros basales, para rellenar el frigo, para planificar estudios, etc.), lo que por otro lado, también será una oportunidad para enfrentarnos a la creación de nuevos modelos de calidad de servicios (incluyo aquí, la enseñanza).
¿Advertencia o adaptación?
Aún no sabemos los efectos a largo plazo del aprendizaje realizado exclusivamente a través de los dispositivos electrónicos, seguramente sea positivo y no me uno a los detractores de su uso. Pero quiero dejar una pregunta abierta ¿qué calidad tendrá el aprendizaje base?
Lo conceptual y lo abstracto se ejercitan fundamentalmente a través de lectura y escritura. Por esto, propongo también recuperar la escritura. Papel y bolígrafo, y a escribir. Tan sencillo como esto. Es un ejercicio fundamental para ejercitar la conexión entre mano y cerebro y lo que mejor asienta las ideas y los conceptos. Incorporemos algún que otro audio o escucha de radio (sin el apoyo de la imagen para no invadir siempre con lo visual).
No pretendo plantear recomendaciones para ser feliz ni cómo cuidar nuestro sistema nervioso ante el stress, de eso ya abundan POSTs, artículos publicados y columnas de opinión, pero sí creo que debemos tener un panorama para concienciarnos sobre cómo va a ser el aprendizaje en nuestra cultura de la inmediatez, debido a las consecuencias que tiene sobre él.
El efecto de la inmediatez del consumo de estos dispositivos en nuestra memoria, atención y aprendizaje es suficientemente potente como para tomar ciertas actitudes y protocolos al respecto.
En definitiva, creo que tenemos que palpar y disfrutar, aunque sea solo un poco, de todo lo que sea tangible y duradero para imaginar y crear afianzando el aprendizaje de una forma más sólida en este contexto de la inmediatez en el que estamos imbuidos.
Agradecimientos por haberme hecho reflexionar:
Natalia López Moratalla, Daniel Kahneman, Susanna Torres, Mary Mittelman, Amelie de Marsily, Michael Leube.
Ensayo corto en Inglés
Primer Premio Ensayo corto en inglés - Profesores y Empleados
An A to Z of Amaizing Storytelling
Autor: Andreas Loizou
Profesor MBA
Reino Unido
God is in the details.
Can you hear the murderous music that plays whenever a shark attach is imminent in Jaws? Do you remember Meg Ryan, lustily enjoying her sandwich during the ‘I’ll have what she’s having’ scene in When Harry Met Sally? What about the Alien bursting out of John Hurt’s chest, La Marseillaise being sung in Casablanca, the moribund house of Mrs Faversham in Great Expectations?
In this essay I’ll give you examples from adverts, films and novels. Think of these as the sprinkles of cinnamon or vanilla that make you coffee magical. Listeners love stories that are crafted with skill and care. The elements that you’ll read about in this essay will ensure you – and your story – are remembered for all the right reasons.
Like all A to Z lists, the X and Z will be a bit random. Y was also a bit of a challenge, but I reckon I’ve pulled it off. If you work at a business school you’ll be a skimmer, anyway, so you probably won’t even notice!
A is for Authenticity
Authenticity encourages you to show, not tell. You need to display your vulnerability. Give examples of your failures to make your story real for the audience.
B is for Beginning
Avoid the storyteller equivalent of clearing your throat in public and begin in media res1. You’re not a Victorian novelist with twenty pages to describe the storm clouds gathering over the Wessex countryside. You do need to establish your credibility with the audience, but that’s very different to boring them with a long introduction. Dive in, and they will follow!
C is for Conflict
Conflict in not always the hero against the villain. Sometimes it can come from the hero fighting against something inside her or even against the whole world. Jane Eyre is torn between her desire to be loved by a man and her wish to keep her independence, but she’s also a poor and unconnected orphan struggling against the rules and hypocrisies of her society.
Conflict is vital for stories. It adds uncertainty to the hero’s journey, so the audience wants to know what happens next. Conflict make us root for the hero, which creates the emotional connection we need to read the next 400 pages of Stieg Larsson or watch series 5 of Better Call Saul.
D is for Dilemma
Conflict is great, but dilemma is ever better. A dilemma occurs when a character has to choose between two options, both of which come with a significant downside.
The relationship between a parent and a child can be fraught with dilemmas. In Gone Baby Gone, the detective Patrick Kenzie must choose between following the letter of the law (bringing a kidnapped young girl back to her mother) or letting her grow up in a far more supportive and comfortable environment. We stare open-mouthed as the unnamed hero in Bong Joon-ho's Mother stretches the definition of what a good mother does to protect her son. And in Sophie’s Choice, Zofia Zawistowski faces the absolutely heart-breaking decision between losing her son or her daughter.
Dilemmas are great in business fiction because they force the hero into a corner. Their resourcefulness and convictions are tested – does a bond dealer sacrifice her own ethics to help a client in trouble, can a third way between the rock and the hard place be found?
E is for Experience.
Shared experiences are a great way to connect with the audience. All of us have been a scared child or a newbie in their first job. Whether this was in Oslo or Osaka, in 1943 or this week, the feelings will be the same. Finding common ground with your listeners will always endear them to you.
F is for Facts
Jerome Bruner was an expert in the creative process and a cognitive psychologist. He found facts are up to 22 times more memorable when presented in the form of a story. Facts may convince some people some of the time, but stories are much more effective.
G is for Get them Gripped then let them Go
A story that is solely comprised of low moments (failure of a product launch, being taken over by an penny-pinching private equity fund) will be depressing. But a story that is all high moments (a brand conquers a continent, a successful strategy is implemented without problem) will also be unbearable. Stories need tension and release, ups and downs, darkness and light…well, you get the picture.
H is for Hardwired
The default setting of the human brain is story. I can’t stress this enough. Humans love stories and they want to enjoy listening to you tell yours. An audience will prefer a nervous speaker who tells a tale to a super-confident presenter who rattles through one slide after another.
I is for Introduction
My name is X, I’ve been at Y for Z years…stop!
I’m so happy to have been invited to speak at…stop!
As far back as I can remember, I always wanted to be a gangster…go!
Henry Hill, main protagonist of Goodfellas, doesn’t mention his stakeholders, his his lifestyle ambitions or his passion for the more informal parts of the hospitality industry. Ditch the corporate and conventional in favour of story. Begin the story with the real you, not your LinkedIn profile.
J is for Journey
You kinda guessed this one, didn’t you? I’ll tell you all about the Hero’s Journey in my next book.
K is for Knowledge of Self
Being the hero of our own life is a vital element of the human psyche. Once you realise that every single member of your audience is on their own personal journey, your storytelling changes. Age, cultural background and gender are all irrelevant, for each person is their own hero. Customers will always care more about their story than about yours.
This has huge implications if you’re talking about, say, a brand or a product. Don’t waste your breath telling people how great you are. Instead, make the client your hero and tell them how your gym clothes or tax advice will help them achieve their goals.
L is for Loss
We often frame what’s at stake in terms of what a listener can gain. Flip it round, and you can focus on what the audience or customer will lose if they’re not successful. John McClane in Die Hard has to foil the terrorists but his true motivation is to avoid his own death. He’s not Rambo or the Terminator, but a man who just wants to patch things up over Christmas with his estranged wide.
People are often motivated to avoid loss more than they are by gain. Try this test. Imagine how bad you would feel if you lost one million euros from your back pocket. Take some seconds to feel the pain, fear, anxiety and sadness. Now imagine what you would feel if you found a million. Elation, joy and happiness would all be in the mix. But do the good feelings outweigh the bad? For most people, they won’t.
Telling clients what they can miss out on is an effective, if occasionally dangerous, tactic. I recommend that if you mention failure (the loss) you make it clear how you help people avoid it (and gain success).
M is for Message
You may have created the best product or service the world has ever seen, but no-one gives a damn unless you can communicate the benefits you offer to the consumer. Too much business storytelling is about the company rather than the consumer – I don’t care about a company’s share price or that its logistics hub is based in Rotterdam. But I do want to know how spending my hard-earned money will make me feel better.
Your message needs to a simple and relevant. It’s got to be something one happy customer can tell to another.
N is for Noise
Human beings are always looking for shortcuts. We’re bombarded with information and hounded by adverts every second of their day. A company that helps a consumer cut through noise with a sharply-constructed message will always do well.
Ronseal gives us a genius example in six words. Does What it Says on the Tin. The phrase positions their products as unintimidating, reliable and simple to use. The company acknowledges that not everyone painting a fence this weekend is an expert builder But as heroes in our own story, we like the feeling of making a better home for us and our loved ones. We will choose products that help this happen.
Does What it Says on the Tin. strikes a big chord. It’s moved from the advert into everyday usage to describe things – a holiday hotel, a style of politics – that are reliable. There’s even a song by Katie Melua called What it Says on the Tin. I suspect, however, that the lyrics were inspired more by the vast number of words that rhyme with tin – bin, sin, begin, win – rather than any profound love of DIY.
O is for Oh, I can’t think of anything
I wonder if any of you skim readers will notice?
P is for Pictures.
Specific details create images in people’s minds. Vivid details give you credibility because they convince the audience you were there. Imagery fires up their imagination. Sight is the dominant sense for most people around the world: we tend to interpret the world primarily through our eyes. Details give an I was there veracity to your storytelling.
Q is for Quick
As a general rule of thumb, no-one will ever ask you to make your presentation longer or more complex. Be quick in all you do.
This is especially true online, where the rejection statistics are brutal. Your customers must be able to tell what you do before they even reach your website.
R is for Return
Stories often end with the hero returning home. They have been changed by their time in the unfamiliar world: the skills and attributes they learned there are much more apparent now they are back home.
My favourite real-life example of a successful return is a friend from school who joined the pilot training scheme in the Royal Navy. He arrived at speech day in a huge, bright yellow rescue helicopter which he landed on the school cricket pitch.
S is for Senses
Good authors plant strong visuals in the audience’s brains. Great storytellers appeal to all the senses. Add one of these to your story to make it come alive.
Taste – have you ever come across a menu-engineer? These are catering psychologists who work to increase sales and margins at restaurants. They look at design and pricing, but spend a lot of time on descriptions. We cringe at cliches like mouth-wateringly irresistible and locally-sourced but the right words do get us salivating. And salivating customers tend to be less picky about price.
One successful technique is to ‘humanise’ the taste. That’s why you read Grandma’s secret recipe for coq au vin orcider made from apples picked in the Garden of England. Check your palate. Are these descriptions working?
Smell – war is what keeps Lieutenant Colonel Kilgore in Apocolypse Now happy. His wistful phrase - I love the smell of Napalm in the morning – sums up the career soldier better than 500 words of backstory. Smell is a strong component of memory – remember your first classroom or the smell of frangipani that evening in Koh Phangan– so use it to evoke the past.
Touch – I hate touching suede, unvarnished wood or hair that’s no longer attached to its owner. (I’m not going to tell you what I love touching at this early stage in our relationship). Touching is a very acute sense that promotes strong reactions in listeners. Use it more.
Sound - when the shark-hunter Quint scratches his nails across the blackboard in Jaws the whole room (and the whole cinema) pays attention. It’s a great way to show that the shark-hunter isn’t afraid to rile people to get their attention.
T is for Takeaway
Audiences love to summarise. West Side Story is Romeo and Juliet in 1950s New York, Alien is Jaws in Space, Snakes on a Plane is, well, basically snakes on a plane.
Without lecturing or preaching, use your storytelling skills to show your takeaway. Can you provide the audience with a single message, clear and unequivocal, that they could pass on to their friends?
U is for Universal Stories
You know that Pretty Woman is Cinderella, right? And that Frozen bears more than a passing resemblance to Beauty and the Beast?
Certain themes are common to stories. These include the thirst for power, the need for security and the quest for love. You know you’ve written a successful story when it can be pared back to a single emotional need.
V is for Villain
With all this talk about heroes, the villains have escaped our attention. Make your opponent worthy of your hero. You build a three-dimensional antagonist by explaining their motivation – are they desperate for market share, or righting a perceived wrong, or fighting for their own cause?
Don’t make them an ogre who just likes doing bad things. They must exist in the own right and as a foil to the hero. Acknowledge their importance to the story. Without Moriarty, Sherlock Holmes is just a fading detective with a penchant for Class A’s.
V is also for Voice
Nailing down your storytelling voice takes time and effort, but it will make you a unique presenter. But voice – in writing, presenting, acting, speech-making – is a paradox.
A unique voice makes you stand out in a world jammed full of content and noise, but try too hard and you will come across as bogus. We all wear masks at work to separate our personal and professional selves, but readers and listeners demand us to be authentic.
A further contradiction is that a successful voice depends on both consistency and change. Fans and followers will love you because they recognise your style from the first words of the podcast or the opening paragraph of your article. But your voice will develop the more you speak.
The final paradox is that to sound natural you need to craft your voice. It’s like handwriting – no-one is born with it but over the years you develop your own style. It takes years of practise, hundreds of thousands of written words and a ton of rehearsals and presentations before you feel comfortable. So, cut yourself some slack if you haven’t got it perfect just yet. Your voice has to be constructed to make it sound real.
I’ve not used many quotations in this essay but try this one for size. The key to success is sincerity. If you can fake that you've got it made. I’ve seen this attributed to many people, including the America comedian George Burns, the French novelist Hippolyte Jean Giraudoux and sixties English stand-up Frankie Howerd.
We often feel a gap between what’s in our head and what’s on the page or on the screen. When you listen to a recording of an unscripted conversation, you’ll hear interruptions, mistakes, mispronounced words and long periods of silence. Questions go unanswered, ideas are repeated.
Speaking is natural and is normally spontaneous. Writing is different. It’s planned, revised and corrected. (Well, at least it should be). We criticise ourselves because we have to work hard at something we feel should be organic and easy, But this struggle is part of the beauty of creativity.
It’s because it demands effort and skill that it becomes something worthwhile. Don’t fall for the myth that voice is unprepared and unplanned. You need to work at this.
W is for Write every day.
Sound advice. You’ve got to keep practising and challenging yourself, because no-one gets to learn it all.
X is for X.
No, I’m not going to shoehorn in the word eXciting to this list.
Y is for You
A serious point here. This essay contains lots of advice, practical tips and hints on mindset. But it’s very important to avoid anything that make you feel phony or fake. Keep what works for you, ignore what doesn’t. If you find a suggestion doesn’t chime with you, ignore it. They’ll be another one along in a minute.
Z is for Zeds
Remember what your presentations used to be like? Lights, camera, painfully dull slide deck? Those days are over, so never again will you hear the yawns and snores of your late afternoon audience.
1 Latin for in the middle of things. No backstory, no flashback, no ponderous narrator intoning the history of the Empire.
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